Tu ley es mi salvación

Vol. III

 

Alexandra Granados

 

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Primera edición en ebook: octubre 2019

Título Original: Tu ley es mi salvación

©Alexandra Granados, 2019

©Editorial Romantic Ediciones, 2019

www.romantic-ediciones.com

Diseño de portada: Isla Books

ISBN: 978-84-17474-53-9

 

Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.

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Para Juan, el amor más puro y sincero que tengo en esta vida, por todo lo que me das.

 

PRÓLOGO

Oakland, Maryland.

27 de Febrero, 5 am

Danniel Garrett

 

El sonido de la ambulancia marchándose de allí con el cuerpo de Mike taladra mis oídos con fuerza. Me llevo las manos a la cabeza sintiéndome más viejo de lo que en realidad soy. Aún no soy consciente de saber que nunca más volveré a ver a mi mejor amigo junto a mí, sonriendo y feliz como siempre. Se ha ido. Le han disparado y ahora está muerto.

Mike West está muerto. Y por mi culpa.

Las lágrimas pugnan por salir de mis ojos y no lo permito. Cualquiera hubiera imaginado que a lo largo de la noche de espera mientras el forense levantaba los dos cadáveres, yo hubiera soltado toda la llantina de dolor al exterior y no ha sido así. Estoy como anestesiado. Sin querer sentir nada más que un vacío de desolación y culpabilidad que no se me va del cuerpo.

Elizabeth Stone la mujer que amo, o amaba más bien, la mujer que ha arrebatado la vida a mi mejor amigo y a su madre.

Joder.

Me levanto de la acera donde estoy sentado al escuchar flashes y ruido de reporteros por la zona y sé que no puedo seguir consumido y paralizado por la pérdida. Tengo que ponerme en acción. Si la dichosa prensa ya está aquí, eso quiere decir que el nuevo crimen de la psicópata de Carson Citty va a ser público y no puedo permitir que ni mi familia, ni el padre de Mike descubran la verdad de esa forma.

Maldita sea.

Tembloroso llevo la mano al bolsillo de mi pantalón y sacando el móvil, marco el teléfono de Greg West. Mi corazón late frenéticamente esperando mientras el aparato da los tonos, hasta que oigo la voz grave y seria del padre de Mike.

—¿Habéis encontrado a mi mujer, muchacho?

Trago hondo angustiado, observando la lluvia caer sobre mi rostro. ¿Cómo se le dice a un hombre que en el mismo día ha perdido a su mujer y a su único hijo?

—¿Danny?

—Lo siento mucho, Greg —comienzo a decir, conteniendo a duras penas el reguero de lágrimas que están a punto de derramarse por mis mejillas—. Ojalá nunca en mi vida tuviera que darte esta noticia, pero tu mujer… ella…

Oigo el gemido de dolor al otro lado de la línea telefónica e intuyo que sabe de qué voy a hablarle.

—¿Sufrió mucho, Danny?

No puedo responderle. Las piernas me tiemblan al recordar a Elizabeth y toda la sangre que llevaba impregnada en su cuerpo de sus dos crímenes. Era la sangre de Mike y de su madre.

—Falleció sin dolor —le digo, y rezo de todo corazón porque mis palabras sean verdaderas.

Greg suelta un par de suspiros y yo sé que debo terminar de contarle que su hijo también ya se ha ido. Creo que él mismo intuye que algo más sucede, porque se queda en silencio esperando que yo continúe hablando. Si tan sólo supiera la mejor manera de explicarle lo de Mike sin causarle excesivo dolor.

—¿Dónde está, Michael? —me pregunta ahora él sospechoso—. ¿Por qué no me ha llamado él?

—Greg… yo… él… no sé cómo decirte que Mike está…

El grito de dolor y de sufrimiento que escucho al otro lado de la línea del teléfono me hace ver que el señor West ya se ha dado cuenta de lo que sucede y eso me termina de partir el corazón. Oír llorar a un ex militar, curtido en batallas y en sufrimiento, encadena mi propio dolor por lo sucedido y con la voz rota le confirmo sus temores.

—Mike también se ha ido, Greg. De un disparo. Elizabeth Stone les mató a los dos.

El teléfono se corta y yo sé que ha sido él quién ha cortado la llamada. Vuelvo a dejarme caer al suelo, mientras dejo fluir la rabia y el dolor de haber sido consciente que la señorita Stone ha jugado conmigo todo este tiempo.

Ni siquiera su cara de fingida bondad al decirme que ella era inocente, me convence de ello.

Mis propios ojos han visto lo sucedido y no sólo eso, sino que Mike con sus últimas fuerzas, me ha señalado a su asesina. A ella. A la persona que le di toda mi alma, incluso mi honor de policía.

Bajo la vista a mi placa y furioso me la quito de encima.

La ley no ha logrado salvar a mi amigo, ni a mi corazón malherido, ¿para qué la quiero tener conmigo?

Vuelvo a levantarme del suelo y tirando en un cubo de la basura la placa que durante tantos años me ha hecho compañía, camino hacia el coche sacando el teléfono móvil. Debo llamar a Jim para darle la información de lo sucedido.

Después de eso, y del entierro de Mike, ya me dedicaré a hacer pagar a Elizabeth Stone su traición. ¡Y a la mierda con eso llamado amor! Para lo que me ha servido...

Desde el día de hoy nacería un nuevo yo. Un Danniel Garrett, donde el corazón ya no tuviera latidos por nada y por nadie más que para su familia y Jaime. Alguien a quién el olor femenino de Elizabeth Stone ya no le produjese placer ni deseo. Una persona nueva que no tuviera sentimientos amorosos por nadie nunca jamás.

Un nuevo yo mejorado en definitiva y para siempre. Sin Mike a mi lado nada más tenía importancia ahora.

Y mucho menos el amor...

 

CAPÍTULO 1

Nottville, Virginia Occidental.

27 de Febrero, 8,00h.

Jim Garrett

 

Observo el dulce rostro de Maddy dormir y lamento mucho el momento en que abra sus ojitos. Sé que cuando despierte debo decirle la última atrocidad cometida por Elizabeth Stone, y no sé cómo vaya a reaccionar.

Un par de horas antes, Danny me llamó para contarme las novedades y oír tan hundido a mi hermano por la psicopatía de esa maldita mujer me llenó de un odio tan profundo, que aún ahora me dura. La muy zorra no contenta con haber robado el dinero de mi suegra, ha sido capaz de matar a dos buenas personas con tal de salirse con la suya.

El recuerdo de Mike viene a mi cabeza y aprieto fuertemente el puño en la rodilla.

Maddy no puede verme alterado. Cuento hasta tres tratando de calmarme.

Giro la vista a la entrada al oír un ruido de pasos y suspiro aliviado a ver a Erick allí. Con su bata blanca, el pelo revuelto y la carpeta marrón en la mano, parece recién salido de una noche frenética.

—Hola —saludo en voz baja.

—¿Se ha enterado ya? —pregunta señalando hacia mi mujer.

Le miro con el ceño fruncido durante unos segundos. ¿Enterado? Cuando voy a preguntarle a qué se refiere, se acerca a la mesita donde está guardado el mando del televisor y encendiendo uno de las canales, descubro el motivo de su pregunta.

—Está en todos los canales —susurra bajando el volumen al canal—. Mike West era un hombre muy importante en esta comunidad y gran amigo vuestro. Imaginé que si Maddy lo veía por las noticias, se lo tomaría peor.

Me quedo pálido, observando con horror a mi hermano Danny a un lado en la pequeña pantalla, observando el cadáver de Mike mientras era trasladado a la ambulancia. La expresión tornado y que no ha dejado nada sano a su paso, refleja claramente su estado anímico ahora. Joder.

¡Maldita fuera Elizabeth Stone!

—Apágalo, por favor —le pido casi en un susurro.

Cierro los ojos con fuerza tratando de recordar a Mike sano y salvo y no tumbado en una camilla así.

—Maddy necesita reposo, Jim. La operación ha salido bien, pero su recuperación puede ser lenta. Esta noticia va a dejarla sin defensas.

Abro los ojos de nuevo, con la angustia clavada en el rostro. Me quedo mirándole serio.

—¿Y qué puedo hacer? Tiene que saberlo, era un gran amigo nuestro.

Hablar en pasado de la existencia de Mike me duele más de lo esperado. No me acostumbro a saber que nunca más volveré a verle sonreír.

—Voy a decirle a la enfermera que prepare unos calmantes. Eso le hará bien.

Afirmo con la cabeza con un nudo en la garganta.

—¿Cuándo me va a dar el alta? —pregunto.

—Acabas de ser envenenado, Jim. Recién te hicimos un lavado de estómago. No puedes salir del Hospital. Al menos no a corto plazo.

—Debo ir al funeral y a ver al señor West.

Sé que la fuerza con lo que digo le hace ver que nada de lo que diga o haga me va a mantener encerrado en esas cuatro paredes, y suelta un suspiro de derrota.

—Os trasladaremos a los dos al lugar del entierro, Jim. Creo que todo el pueblo querrá estar ahí para darle el último adiós a Mike y a su madre.

Quiero decirle que agradezco su comprensión, cuando un gemido proveniente de mi Maddy me pone en alerta. Giro la vista para acercarme a ella y su mirada anegada en lágrimas, me hace ver que ha escuchado toda nuestra conversación.

—Oh, mi amor —susurro entristecido tumbándome con ella en la cama, al verla llorar de esa forma tan desgarradora.

A mi espalda Erick se va pidiendo ese calmante prometido y yo me siento impotente al no saber que decirle a mi esposa para calmarla.

—Me prometió que volvería sano y salvo —solloza entre hipidos—. Dijo que traería a Danny de vuelta. Él… él…

—Tranquila, mi amor.

Le susurro palabras de amor para tranquilizarla y mi voz no logra traspasar la barrera de dolor y tristeza que la rodea. Comienzo a intensificar el odio que siento hacia Elizabeth Stone por este nuevo acto de maldad que ha cometido.

—Con diez miligramos bastará — escucho decir a Erick, mientras una enfermera se pone a nuestro lado, para darle el prometido calmante a Maddy.

Ella clava su destrozada mirada en mí, y sé que algo en su interior acaba de morir también. Su confianza en el ser humano se ha evaporado y yo deseo tener el pálido cuello de Elizabeth entre mis manos para apretarlo con fuerza una y otra vez hasta poner su rostro morado y que exhale su último aliento.

—Danny… —murmura en voz baja, mientras el calmante le va haciendo efecto.

—Ya viene hacia aquí, mi amor. Ha ordenado traer sus cuerpos a Nottville para ser enterrados en su casa. Donde corresponde.

Maddy afirma cerrando los ojos.

Sus lágrimas siguen cayendo y yo las seco con mis dedos con lentitud. Me hago la firme promesa de conseguir que la vida de Elizabeth Stone sea un infierno por cada una de las gotas saladas que está recorriendo las mejillas de mi mujer.

Beso su frente cuando se queda dormida, y tomando el teléfono que hay en la habitación del hospital, marco el teléfono de Samuel Gómez. Sé que él será uno de los primeros que quiera estar presente en el velatorio de los West.

 

 

 

Nottville, Virginia Occidental

27 de Febrero 10,00h

Sean Jenkins

 

Termino de probar bocado al desayuno que Brianna me ha hecho y me levanto de la mesa con pesadez. Desde el día anterior en el que supe que mi mujer se puso en peligro para ir a ver a solas a esa muchacha tan loca, no logro quitarme el sentimiento de pesar que recorre mi cuerpo. Pensar que en un arrebato de ira, podría haber perdido a la razón de mi existir de esa forma tan absurda, me destroza por dentro.

Dejo en el lavavajillas los platos sucios y dirigiéndome hacia el despacho, me siento en mi silla de golpe. Todo lo sucedido está empezando a pasarme factura. Agarro mi brazo izquierdo con fuerza al sentir un pequeño dolor subir por ahí de golpe. Llevo notándolo durante un par de días, pero con la vida de mi Maddy y de mi Brianna en peligro, no he querido prestarle demasiada atención.

Hasta ahora.

¿Qué pasaba si algo malo me sucedía a mí?

Las dos personas más preciadas en el mundo se quedarían solas y eso es algo que no quiero ni imaginarme.

Acerco la mano a la copa de cristal que tengo a mi lado, y llenándola de Brandy, bebo el líquido oscuro de un golpe. El ardor me quema la garganta, pero me alivia el dolor del brazo.

—¡Sean Jenkins! —protesta Brianna desde la entrada, dando un golpe al suelo con enfado—. ¿Cómo se te ocurre comenzar a beber alcohol a estas horas de la mañana? ¡Tu azúcar!

Sonrío escondiendo la alegría que me da verla junto a mí, y elevo la vista al cielo frustrado al empezar a sonar mi teléfono de emergencias que tengo guardado en el interior del escritorio para casos urgentes.

Sólo lo usan cuando pasa algo grave.

—Perdóname unos minutos, mi amor —le pido a Bri atendiendo la llamada a la primera—. Aquí Jenkins.

—Ponga las noticias, señor Jenkins. Lo que ha sucedido ha sido enteramente culpa suya —dice una voz con acento inglés extraño. ¡Es Jian Lin! Soy capaz de reconocerle incluso sin verle.

Me pongo pálido y Brianna se da cuenta, porque se acerca a mí con cara de espanto.

Evito su mirada y levantándome tembloroso me acerco a la esquina de mi despacho, donde tengo una televisión pequeña, y encendiéndola manualmente, comienzo a pasar canales con rapidez. No me detengo hasta que llego a un canal de noticias locales de este mismo municipio. El grito de angustia que proviene de los labios de mi esposa me paraliza, y yo sigo sin hacerle caso.

Mi vista ha ido directamente al pie de la noticia que está dando la reportera con presteza. Muerte de un policía residente en Nottville y de su madre, a manos de la Psicópata de Carson Citty.

—Oh, mi Dios —exclamo horrorizado.

Tardo en entender que están hablando de Mike West. Nuestro Mike.

La risa horrenda del magnate chino al otro lado del hilo telefónico me pone los pelos de punta.

—¿Ahora entiende por qué le dije que accediera a hacer un trato laboral conmigo, Sean? Su actitud acaba de conseguir que un buen hombre muera. Espero que esté orgulloso de su hazaña.

Llevo mis manos a los ojos y parpadeo un par de veces tratando de enfocar la vista en algo que no comience a dar vueltas a mi alrededor. La llamada se corta y en la estancia solo se comienzan a oír los sollozos de Brianna.

El dolor de mi brazo comienza a crecer a pasos agigantados, pero trato de contenerlo. No puedo decaer ahora. Por mi mujer.

—Cariño —murmuro caminando hacia ella.

En cuanto ve que voy hacia ella, da unos pasos hacia atrás como si me tuviera miedo. Me quedo mirándola paralizado. Temo que comience a odiarme por lo sucedido.

—Brianna, mi amor, yo…

—Ha sido mi culpa… —comienza a susurrar ella entristecida—. He sido yo…

Confuso escucho esas palabras sin entender nada de lo que dice. ¿Culpa suya? ¿De mi Brianna? ¿La persona más dulce de este mundo? No. Eso no es verdad.

Quiero acercarme a ella para calmarla, y no me lo permite. Va hacia el armario izquierdo donde tenemos puesta una estantería antigua y abriendo un cajón, saca un bolso negro de deporte con brusquedad. Lo deja en el suelo ante mis ojos, con el labio temblándole de pesar.

—Querida mía, ¿qué es…?

—Es el dinero que supuestamente Elizabeth nos robó —dice entrecortada—. Ahí está todo. Hasta el último centavo.

El dolor en mi brazo se convierte en una tortura que nubla mi capacidad de pensar durante unos instantes. Tanto es así, que no entiendo bien lo que está tratando de decirme mi esposa.

—¿Qué quieres decir?

—¡Mentí, Sean!— comienza a gritar guiada por la histeria —¡Mentí, mentí, mentí! Yo le ofrecí dinero a Elizabeth para que se alejase de Nottville y para que dejase a Danny, mi Danny, y ella quemó el talón. Rechazó el dinero y se marchó supuestamente para salvar a nuestros muchachos. ¡Y yo lo tergiversé para alejarla de Danny y de los nuestros! Y sólo he conseguido asesinar a Mike.

Su respiración se altera y mi dolor aumenta, ahora de pena también. Ver así a mi Brianna, una mujer buena, religiosa, que nunca le hizo daño a una mosca, me parte el corazón. ¡Joder con esa muchacha! Desde que ha entrado en nuestras vidas, no ha hecho más que jodernos la vida, de una forma u de otra.

Me llamo a la calma, contando hasta tres antes de hablar. Trato de modular el tono de mi voz para que no me note alterado.

—Mi amor, tú no eres responsable de las decisiones de esa mujer —comienzo a decir caminando hasta ella. Gracias al cielo no rechaza mi contacto ahora—. Actuaste de la forma que considerabas mejor para proteger a tu familia. No debes arrepentirte de nada.

—Pero Sean… Mike… él ahora está…

La llevo a mis brazos y dejo que se desahogue en ellos, omitiendo el dolor in crecendo que voy teniendo en el hombro. Estoy hasta sudando por cada poro de mi cuerpo.

—Elizabeth Stone es una asesina entrenada para asesinar y hacer daño. Tú hiciste lo mejor para nuestra familia. Punto. Nadie tiene que saberlo, querida, será nuestro secreto.

Y yo de secretos sé mucho, pienso, pero no lo digo.

—Está bien, Sean.

Elevo al cielo una plegaria al ver que mis palabras la convencen. Sé que no es una actuación muy buena haber mentido con respecto al “robo” de nuestra cuenta bancaria, pero en este caso el fin ha justificado los medios. Esa mujer ha demostrado ser una psicópata de tomo y lomo matando de nuevo. Y por doble. Lo que Brianna ha hecho no tiene ni punto de comparación.

Quiero abrir la boca para seguir consolándola por lo sucedido, cuando una ráfaga de dolor me asalta y ante mi horror, me derrumbo al suelo al perder el equilibrio.

—¡Sean!

Deseo decirle que estoy bien al oír el pánico que tiñe de su voz, pero las palabras no me salen. Tampoco sé qué palabras utilizar para decirle tan gran mentira. Estoy bien, ¡menuda broma!

—¡Voy a llamar a una ambulancia!— me grita corriendo al teléfono frenética.

Alzo la mano, temblando de pies a cabeza, para pedirle que se quede tranquila, y lo último que recuerdo es su voz inestable y compungida hablando con el Hospital y con Jim.

Creo que esta vez si que la he hecho buena.

 

 

 

Los Ángeles, California

27 de Febrero, 10,40h

Samuel Garrett

 

Observo con el corazón encogido la respiración acelerada de Melanie al dormir. Sé que he debido despertarla, pero quiero que descanse del horror vivido bajo el yugo de Jian Lin. Aprieto los puños cada vez que su imagen viene a mi mente. Si le tuviera delante ahora mismo, sería capaz de matarle directamente sin pensar en las consecuencias.

Por todas las lágrimas causadas en mi Mel.

Escucho mi móvil sonar de nuevo y gruño en voz baja al ver entreabrir los ojos de la bella durmiente. Me acerco a la mesita donde lo dejé la última vez que Jim me llamó y frunzo el ceño de preocupación al ver su nombre otra vez en la pantalla del teléfono.

—Por amor de Dios —gruño mientras contesto la llamada—. Jim, ahora no es buen momento.

—Samuel, es urgente.

Su voz suena rota y desgarrada y eso me deja los pelos de punta. James Garrett, el mayor de los hermanos, nunca se deja alterar por nada y por nadie. Si está así es por algo grave, sin lugar a dudas.

—¿Qué ha pasado?

—Elizabeth Stone ha vuelto a asesinar, Sam. Te necesitamos en Nottville de forma urgente, colega.

Asesinar.

A mi mente viene la imagen de Dann y me estremezco de pavor al pensar que él ha podido ser su víctima. Creo que suelto un taco en voz alta, porque de la nada siento la mano de mi Mel en mi hombro acariciándome con ternura para tranquilizarme. Deseo decirle que regrese a la cama, para que quién descanse sea ella, pero las palabras no vienen a mis labios.

Estoy paralizado.

—¿A quién ha matado? —pregunto en un susurro, odiando la mirada de temor y de angustia que se crea en el rostro de la mujer que amo.

—A Mike West y a su madre —murmura con pesar—, y a Sean le ha dado algo. Brianna nos ha llamado asustada para llamar a una ambulancia. Parece que le dio algo en el pecho. Te necesitamos aquí ya, Sam.

Le digo que allí estaré mientras observo mi teléfono con fijeza. La mirada falsa de Elizabeth Stone diciéndome que ella nunca le haría daño a Mel viene a mi memoria y con furia lanzo el móvil contra la pared con un grito de dolor.

¡Maldita zorra embustera!

—¡Sam!

El dulce olor de Melanie me envuelve y me dejo abrazar y consolar por ella.

Mi cuerpo comienza a temblar y sé que no es de pesar. Yo no lloro. Ni siquiera cuando me quedé huérfano a tan temprana edad y Sean Jenkins me dio su confianza contratándome para Empresas Jenkins.

Me estremezco de pura rabia contra la mujer más falsa del mundo.

La imagen de Mike sonriéndome mientras me lanza las llaves del coche alquilado a las fueras de Nottville viene a mí, y trago hondo. Joder, ya no voy a volver a verle más. Se ha ido asesinado.

—Mike se había enamorado de Elizabeth —comienzo a decir, tratando de controlar la ira que siento a duras penas—. ¡Y ella va y le mata! ¡A sangre fría junto a su madre! ¡Yo le pedí a Mike que me esperase para que fuéramos juntos por ella y no lo hizo! Y ahora están muertos… muertos los dos.

Mi respiración agitada se entremezcla con los suaves besos que Melanie me está prodigando por el cuello tratando de tranquilizarme.

—Sam, cariño, cálmate —me pide, obligándome a clavar mi mirada furiosa en ella—. Tenemos que salir hacia Virginia Occidental. Tus amigos te necesitan. Y tu jefe también. Oí lo que pasó con Sean.

¡Sean!

Me aparto con delicadeza de los brazos de Melanie y obligando a todo mi ser a recuperar la calma, asiento una y otra vez. Mel ha pasado por mucho en su secuestro. El hecho de verme alterado ahora a mí no le va a hacer ningún bien.

—Vámonos, cariño. Tú te vienes conmigo. Sabes que no pienso separarme de tu lado ni un solo instante.

Beso dulcemente sus labios y su rostro y tomando su mano, decido por ir recogiendo las cosas para salir cagando leches de ese maldito hotel.

Jim y Danniel Garrett me necesitan y no voy a fallarles.

 

 

 

Oakland, Maryland.

Sargento Amy Kimberly

 

Tiro al suelo la colilla que tengo en mis manos y miro de mala gana al señor Alain Scott, aún sigo sin poderle ver cómo Marcus Harold, y a Jian Lin. Estamos los tres reunidos en un motel de mala muerte, esperando ver marchar a las autoridades y a la prensa local antes de salir de ese inmundo lugar.

Jian Lin está que trina.

Ha hablado por teléfono durante varios minutos con el hombre apodado “El Jefe” y desde entonces cada palabra que sale por sus labios es una blasfemia tras otra. Parece ser que el hecho de haberme cargado al oficialucho ese de pacotilla le ha molestado y mucho.

Me encojo de hombros sin interés alguno en sentirme culpable. Ese hombre era un cabo suelto que también tenía que desaparecer, y no sólo porque el plan que habíamos tramado saliera bien, sino por mi propio cuello.

De alguna manera sin saber cómo, el señor West se había dado cuenta de la confabulación en contra de la señorita Stone y no podía permitirme el lujo de dejarle marchar así de rositas. Por mi futuro y mi bienestar.

Era él o yo, y claramente, me elegí a mí en el momento indicado.

—El plan ha terminado saliendo bien —comienzo a hablar con carraspera.

Alain me mira con una ceja levantada, mientras que el magnate chino me fulmina con su mirada agria.

—¿Qué ha salido bien? —casi grita escupiendo saliva por la boca—. ¿Estás loca? ¡Te has cargado a un hombre notable en Nottville! ¡Toda la prensa y las autoridades están con la mirada puesta en ese pueblucho! Si antes era difícil asesinar a Madeleine y a Brianna Jenkins ahora es casi imposible. ¡Para mí eso es un gran fallo en el plan, querida señora Kimberly!

No puedo evitar sentir asco al ver lo alterado que se pone por tal nimia situación.

—Esas mujeres están predestinadas a morir, señor Lin. Quizá no sea hoy, ni mañana, pero tarde o temprano caerán y será por mi mano, tal como prometí.

Me llevo una mano a la hinchazón que tengo en el rostro tras mi encuentro con Elizabeth Stone y noto rabia pura y eterna recorrer por mi cuerpo. ¡La muy idiota me golpeó hasta hacerme sangrar! ¡Zorra estúpida! ¡Ese si que es motivo para indignarse y no la muerte de un poli raso de Nottville!

Llevo la mano al bolsillo interior de mi pantalón y pido a los presentes silencio al ver un número local llamándome.

—Sargento Amy Kimberly —murmuro feliz de poder ostentar con orgullo ese cargo—. ¿En qué puedo ayudarle?

—Buenos días, sargento, soy Callum White, el encargado de la detención de la señorita Stone. Dado que su número de teléfono ha estado como número de contacto en todas las partidas de Búsqueda y captura de la sospechosa, queríamos avisarla de que ya la tenemos detenida en nuestra Estación de Policía. En breve pasará a disposición judicial y la cárcel de seguridad más cercana al lugar.

Sonrío para mis adentros feliz por oír eso.

Si la trasladan a máxima seguridad, nadie va a poder visitarla ni acudir a su socorro en mucho tiempo. Y eso es bueno. Una cosa es que todas las pistas y las pruebas del caso estuvieran puestas en la mesa apuntando a la culpabilidad de la señorita Stone, y otra muy distinta que la juzgasen culpable en un juicio. La realidad del asunto era que la psicópata de Carson City parecía tener un ángel que la cuidaba en cada paso del camino. Tanto que hasta un Teniente de policía había optado por creerla aún habiendo estado todo en su contra. ¿Quién no le decía que ese mismo estúpido no cambiase de opinión para salvarle de la cárcel en el último minuto?

No voy a correr riesgos, me repito tranquila conmigo misma.

—Quiero saber a qué prisión va a ser trasladada y cuándo, agente White. La señorita Stone es peligrosa y tiene las manos manchadas de sangre de personas y buenas e influyentes del lugar. No ponerle la debida vigilancia sería un error garrafal.

—Pierda cuidado, señora Kimberly. Nunca ningún detenido se ha escapado estando en mis dominios y esa muchacha no será la primera. Se lo aseguro.

Suelto un bufido de acritud que no pasa desapercibido para nadie, pero no me contengo. Estoy cansada de actuar comedida. Ya soy demasiado mayor para tener tacto con nadie.

—Estaremos en contacto entonces, gracias por avisarme.

Cuelgo sin pronunciar palabra alguna más. Me giro hacia mis cómplices en aquél estrambótico caso, y con una sonrisa de satisfacción que no se me quita del rostro, comienzo a contarles mi plan y el curso de acción que nos toca hacer a partir de ahora. La detención e implicación de los últimos asesinatos sobre la espalda de Elizabeth Stone ha sido sólo el principio. Aún queda mucho por hacer y por lograr en este asunto. Ya lo creo.

Sueno tan segura y tan endiabladamente malvada al hablar y razonar mi idea, que incluso el agrio del magnate chino acepta mis maquinaciones sin decir ni mu.

¡Cómo tiene que ser!

CAPÍTULO 2

Nottville, Virginia Occidental

Tanatorio Municipal

Greg West

28 de Febrero 2017

 

Mis ojos se llenan de lágrimas observando la fotografía que acompañan a los féretros de mi mujer y de mi hijo. He elegido una dónde están los dos riendo, sonriendo felices a la cámara. Desprende ternura y amor por todos lados y precisamente por eso he querido que sea esa misma la que corone la despedida de mi familia.

Algo bello y bonito que les recuerde cómo fueron en el pasado y no cómo están ahora. Fríos. Vacíos. Sin vida.

Aprieto los dientes mientras le devuelvo la mano al sacerdote Wade Simmons, que está dándome palabras de ánimo ahora mismo. Le escucho en la lejanía pero no presto mucha atención. El dolor por la pérdida de mi familia me tiene sumido en un letargo tan profundo que no sé si algún día seré capaz de despertar.

Y no por no haber afrontado ninguna pérdida antes. En mi trabajo militar viví horrores en la guerra, muertes, desmembramientos y vejaciones a niños y ancianos que hasta el mayor macho de todos hubiera tenido pesadillas durante años. No, no tengo problemas con la muerte, pero sí con la soledad.

Nunca imaginé en toda mi vida ser el único superviviente de mi familia. Siempre pensé que mi esposa lloraría primero mi muerte y no al contrario. Y mira dónde estás ahora, pienso mientras una lágrima se desborda de mi ojo derecho de forma inesperada. No la detengo. Quiero expresar el dolor que siento, sacándolo fuera.

Ya basta de hacerme el hombre fuerte y entero. Maldita sea, he visto los cadáveres de mi mujer y de mi hijo, ¡mi único hijo!, ante mí. Creo que merezco expresar que este nuevo revés en mi vida me supera. Y la verdad es que es así, no sé si algún día voy a ser capaz de sobreponerme a tal desgracia. Tal vez si hago lo mismo que le ha pasado a mi familia y me abrazo a las garras de la muerte, mi desesperación termine.

—Greg.

Clavo mi vista volviendo a la realidad en el mayor de los Garrett, y al verle junto a una silla de ruedas dónde está Madeleine, se me encoge el corazón. Ambos están pálidos y taciturnos. Esta noticia les ha destrozado a ellos también.

—No teníais que haber venido —susurro recordando que ambos estaban aún hospitalizados por los atentados contra sus respectivas vidas.

Jim niega, mientras su mujer me tiende la mano con cariño y ternura. Su tacto y calor femenino me calientan algo el corazón y puedo ver que ambos están sufriendo mucho.

—A mi padre le ha dado una angina de pecho severa —susurra Maddy dejándome helado y estático en el lugar—. No puedo quedarme mucho tiempo, pero no iba a dejar de venir. Sabes que Mike ha sido también un hermano para nosotros, al igual que Danny. Habéis sido nuestra familia también, Greg. Y tú lo sigues siendo.

Trago hondo ante su compasión. La sinceridad de sus palabras se reflejan en su mirada y agachándome para ponerme a su altura, le doy un gran abrazo. Supongo que necesito ese gesto de cariño tanto como ella.

—Lo siento tanto, Greg —me dice Maddy.

Asiento con un nudo en la garganta que no se me va.

Beso cálidamente sus cabellos y levantándome con lentitud, miro a Jim a los ojos. Mi mirada lo dice todo. Estoy preguntándole si Sean Jenkins se va a recuperar de su ataque. Su expresión se torna oscura y cabizbaja y sé lo que eso significa.

Tal vez sea tarde ya para el patriarca de los Jenkins. ¡Joder!

—¿Y Danny? —pregunto extrañado de no haberle visto aún allí.

Maddy suelta un gemido de pesar y Jim se apresura enseguida a acariciar su rostro para tranquilizarla.

—Está en la Estación de policía presentando su renuncia al cuerpo— me dice Jim dejándome paralizado.

¿Qué?

¿Su renuncia?

¿Danny, el muchacho que siempre soñó con actuar en nombre la Ley y ayudar a las personas?

—Pero si ama su trabajo —murmuro recordando que Mike siempre ha tenido esa misma pasión por proteger y servir al ciudadano. Ambos forjaron su amistad en el trabajo—. No puede hacerlo.

—Danny ahora no es el mismo —me dice su hermano tratando de contener la ira.

Vuelvo a clavar mi mirada silenciosa en él y por la expresión de su rostro sé que no hace falta decir nada. Danniel Garrett se siente culpable por la muerte de Mike y de mi mujer. Recuerdo su voz quebradiza cuando me contó las novedades y cierro un momento los ojos de pura pena al darme cuenta que yo no soy el único que está sufriendo con este percance.

—Danny no ha sido culpable de nada —murmuro en voz muy baja—. Yo sé cuánto adora… adoraba a mi hijo y a mi mujer. Sé que si hubiera podido habría dado incluso su vida por salvarles. Yo lo sé.

Mis palabras hacen llorar a Maddy con más intensidad.

Jim pone su brazo en mi hombro y apretándolo con fuerza hace que abra los ojos para posar mi mirada en él.

—Elizabeth Stone pagará por esto —me promete pronunciando cada palabra cargada de ira—. Eso te lo puedo asegurar.

La señorita Stone.

Recuerdo la confesión de mi hijo cuando me decía lo confuso que estaba respecto a ella y a los sentimientos que estaba comenzando a sentir y más por inercia que otra cosa, respondo a Jim en voz baja.

—Así se hará muchacho.

Vuelvo a darle un beso en el cabello a Madeleine para tranquilizarla, y tras despedirme de los dos, me coloco delante del féretro de Mike con la mirada perdida en el vacío.

¿Amando a Elizabeth como lo hacía mi muchacho, él querría hundirla en la cárcel? Se me encoge el corazón saber que no tengo una respuesta clara a esa pregunta. Conociendo a mi hijo, sé que hubiera buscado una forma de ayudarla en la situación en la que está y joder, eso duele en el alma.

 

 

 

Nottville, Virginia Occidental.

Urgencias, Hospital.

Brianna Jenkins.

 

Veo pasar a las enfermeras de un lugar a otro en la sala de espera de Urgencias y se me encoge el corazón cada vez que recuerdo la mirada pálida de mi marido antes de su desmayo. La culpabilidad y el desasosiego me están consumiendo poco a poco.

Todo ha sido por mi culpa.

Me llevo las manos a la cara, y rompo a llorar como una niña pequeña, desesperada por noticias del estado de salud de mi esposo.

La mentira que dije sobre Elizabeth me persigue. Aún me pican las manos otra vez tras haber tocado con ellas el dinero que supuestamente ella me había robado. Todavía el pesar en la mirada de Mike al oír mi versión de la historia me persigue.

Él confió en mi palabra, fue a detener a esa mujer y ahora está muerto, me digo a mí misma desesperada, yo he ayudado a asesinarle sin pretenderlo. Es mi culpa.

Repetir esas palabras se convierte en un mantra, mientras sigo llorando con desesperación. Tal vez si yo no hubiese mentido, ahora mi marido estaría bien a mi lado, y Mike hubiera regresado sano y salvo con Danny de su viaje a Oakland.

—Bri…

Esa simple palabra me hace levantar la vista y compungida veo al menor de los Garrett ante mí, mirándome con sumo dolor en sus preciosos ojos azules.

—Oh, Dann.

Corro a sus brazos y él me acoge en ellos con suma ternura. Parece el adulto él y no yo.

—Sean se va a poner bien, me susurra acariciando mi cabello, es un toro, tú le conoces. Nada puede con él, ni siquiera su propio corazón.

Suelto varios hipidos seguidos de una nueva oleada de lágrimas y sé que ahora que he abierto el grifo no puedo parar. Siento fuertes impulsos de confesar la verdad y de decirle que en realidad Elizabeth no me robó nada y que yo lo inventé para sacarla de su vida, pero las palabras se atragantan en mis labios y no pueden salir.

Recuerdo a Sean diciéndome que sería nuestro pequeño secreto antes de caer derrumbado sobre mí y el dolor me viene ahora a mí en el alma. El disgusto que le di con mi mentira le ocasionó esa angina de pecho.

Casi le mato.

Pienso en la carta de despedida que casi rompí de Elizabeth y para mi horror descubro que me la sé de memoria. Cada palabra. Cada sílaba. Aún está a día de hoy guardada en la bolsa junto con el dinero, esperando a que yo regresase para deshacerme de ello.

—Bri, querida, no llores más. Te aseguro que a Sean no le va a pasar nada. Recuerda que tú superaste un coma por el amor que sientes por tu familia. Él hará lo mismo. No os va a abandonar ahora.

Sorbo los mocos como si fuera una niña pequeña y no la mujer madura y adulta que en realidad soy, y me aparto de él con lentitud. La verdad pugna por salir de mis labios y no sé cómo contenerla.

Mi muchacho se merece saber mi mentira.

—Danny —comienzo a decir mirándole con pesar—, sobre Elizabeth, yo…

Su mirada se convierte en afilada y el odio que veo reflejarse en sus ojos al pensar en esa mujer me hace ver que mi confesión llega tarde. Ahora la aborrece. Con su alma.

—Pagará por lo que ha hecho— murmura poniendo un dedo sobre mis labios—. Por la familia West, por vosotras y por mi hermano. No saldrá de la cárcel.

Su forma tan tajante de decirlo me hace ver que nada de lo que le diga o de lo que pueda yo comentar le va a hacer cambiar de opinión y se me encoge el corazón. Ese hombre que está delante de mí no es mi Danny.

Es alguien diferente. Más rudo. Más… frío…

—Vamos, Bri —me susurra recuperando su tono cordial de siempre al dirigirse a mí—, vamos a ver que tal está el tipo duro. Quiero decirle que mientras se recupere voy a trabajar para Empresas Jenkins por él.

¿Qué?

Me detengo en seco a oírle.

—¿La empresa familiar? —le pregunto inquieta—. ¿Y tu trabajo en la policía?

—Acabo de presentar mi dimisión, cariño —me dice tan tranquilo él—, y quiero ayudar a Sean. Además dado el ataque que ha sufrido a su corazón ya no le conviene estar a cargo de la dirección de la empresa para enfrentarse a petición de compras indeseadas de su negocio. Si alguien quiere absorber Empresas Jenkins ahora se tendrá que enfrentar a mí.

Trago hondo entendiendo a la primera lo que quiere decir.

El nombre de Jian Lin y de Marcus vienen a mi cabeza con sobresalto.

—Danny yo…

—Elizabeth no es la única culpable en todo este asunto — me dice casi con frialdad—. Voy a encargarme de hacer que todos los implicados en los asesinatos acontecidos desde Carson Citty hasta aquí paguen por ello. Y ahora, ya no tengo por qué ampararme en la Ley para detenerles.

Intento de nuevo hablar para hacerle entrar en razón, pero no me permite seguir hablando. Vuelve a tomar mi mano y emprende el camino hacia la sala del mostrador de recepción.

—La Ley Garrett comienza a aplicarse ahora, Bri. Nadie jode a mi familia y sale indemne de ello. Te lo aseguro.

Y sin más comienza a hablar con la chiquilla de recepción pidiéndole información sobre el estado de salud de mi marido. Me quedo en silencio a un lado, mirándole con sentimiento de culpabilidad puro y duro.

Por Dios Bendito, por intentar alejarle de las garras de la señorita Stone, he logrado convertir a mi muchacho en un desconocido. ¿Acaso la maldad se pega?, pienso triste y cabizbaja.

 

 

 

Nottville, Virginia Occidental.

Tanatorio municipal.

Melanie Sánchez

 

Sam y yo entramos cogidos de la mano en el tanatorio con gran tristeza en el cuerpo. Hemos realizado todo el viaje sin abrir la boca y sumidos en el silencio. Los últimos acontecimientos sucedidos nos han superado a los dos.

Hemos decidido pasar primero para dar nuestros respetos al señor West, para después pasar por el Hospital y ver cómo continúa Sean Jenkins. Al parecer el entierro de los conocidos de Sam no iba a ser hasta el mediodía del día siguiente. Veníamos con tiempo para todo.

La mirada oscura y triste del hombre mayor llamado Greg West me sobrecoge por dentro. Parece desesperado y hundido en la miseria. Saber que el motivo de su aflicción tiene que ver con Elizabeth Stone, me consume por dentro.

Controlo la respiración de mi cuerpo mientras Sam y él comienzan a hablar de sus asuntos. Mi mente se traslada al momento en el que Elizabeth me llamó a mi Escuela de Westport para pedirme que llamase por teléfono al Oficial Mike West para transmitirle por conferencia una información de vital importancia. Ser consciente ahora de que esa misma persona ha sido la causante de asesinar al hombre con quién yo hablé para trasladarle ese mensaje, me estremece.

Y mucho.

—¿Se encuentra bien, señorita? —me pregunta amablemente el hombre de pelo entrecano.

Asiento tratando de forzar una sonrisa de consuelo.

Él ha sido quién ha perdido a su familia. Yo debería ser quién se preocupase por él para darle ánimos y no al revés.

—Acaba de salir de un secuestro —le dice Sam con dulzura—, está habituándose a la situación de libertad.

Abro la boca para decir que ahora mismo en quién estoy pensando no es precisamente en el magnate chino que me tuvo retenida por unos días, pero opto por quedarme en silencio. Comentar ante la víctima principal que estoy pensando en la asesina que ha ocasionado toda esa desgracia no es algo que vaya a quedar muy bien que digamos.

—Estoy bien— murmuro—, siento mucho su pérdida, señor West.

El hombre acepta mis condolencias y disculpándome con ellos voy hacia un lateral para tomar un trago de agua bien fría. Tengo la sensación de estar metida en una pesadilla de la cuál no sé cómo salir.

Me dedico a probar el líquido del vaso con ansia, tratando de olvidar la mirada desesperada del hombre que acabo de conocer. Relacionarlo con la Eli que yo conocí me resulta difícil. Más de lo que yo haya imaginado antes. ¿Acaso soy tan tonta, que aún una pequeña parte de mí sigue deseando confiar en la Eli que conocí cuando era mi profesora?

—Hola.

Giro la vista hacia la voz femenina que me saluda y veo a una mujer en silla de ruedas llevada por un hombre apuesto y alto. No puedo evitar maravillarme por lo hermoso del color del iris de su mirada.

—Eres Melanie Sánchez, ¿verdad?— sigue hablando ella con voz calmada y suave.

—Sí, la misma.

—Es la mujer de Sam— resume el hombre que está con ella.

Me avergüenza oír esa frase viniendo de un desconocido pero no hago signos de que me afecte. No quiero que piensen en mí como alguien tímido o asustadizo.

—No os conozco— les digo dejando en la mesa el vaso con agua.

—Disculpa a mi marido, últimamente ha perdido el tacto con los desconocidos— le regaña ella dándole un pequeño manotazo—. Somos Madeleine y Jim Garrett.

Les digo que estoy encantada de conocerles.

El mayor de los Garrett —Sam me ha hablado mucho de ellos—, refunfuña en voz baja algo que no logro entender muy bien. Algo acerca de desconocidos que resultan ser asesinos peligrosos y se me encoge el corazón al pensar en Elizabeth nuevamente.

Parece que Eli no quiere irse de mis pensamientos.

—¿Qué tal sigue tu padre? —pregunto recordando el lugar a dónde íbamos a dirigirnos después.

Maddy se sorprende al ver que me preocupo por su progenitor y su mirada triste cambia a una sonrisa algo más acogedora.

—Mi madre está con él. En un rato iremos también nosotros para ver si tiene alguna mejoría.

—Ya verás que sí, está en buenas manos —le aseguro con positividad.

Mis palabras parecen calmar al señor Garrett, pero no puedo comprobarlo ya que Sam llega justo en ese momento. Me atrae a su cuerpo, y abrazándome con cariño mira a los recién llegados.

—¿Todo bien?

Los tres decimos que sí al mismo tiempo, y Sam nos observa como si estuviésemos locos al comenzar a medio reír por lo absurdo de la situación y de la pregunta.

—¿Te duele, cariño? —pregunta a continuación acariciando la hinchazón en mi cara provocada por mis secuestradores.

—Estoy bien.

Quiero decirle que la decepción y el odio que todos los presentes sienten hacia una antigua amiga mía duele más, pero me quedo en silencio. No merece la pena. Tampoco sabría a decir verdad cómo argumentar delante de ellos que cuando acabe el funeral y sepamos que Sean Jenkins está fuera de peligro, quiero visitar a Elizabeth Stone a la celda dónde esté encerrada para hablar con ella.

Me tomarían por loca. O peor aún, por ser cómplice de sus crímenes y no quiero eso.

Regreso a la realidad cuando Sam me aprieta la mano, y besándome en la mejilla me insta a caminar con él a la salida.

—Vamos al Hospital y regresamos más tarde, cariño. Van a adelantar el funeral a esta tarde.

Parpadeo un par de veces sin comprender nada.

—¿Por qué?

—Marcus Harold se escapó de la custodia de Amy Kimberly, golpeándola y dejándola inconsciente en un Hospital a las afueras de Maryland. Greg no quiere correr riesgos. Quiere dar el último adiós a su familia en paz y calma —termina de decirme con la voz teñida de ira.

Sé que está pensando en Jian Lin también, quién se supone sigue hospedado en algún hotel de Oakland, lugar dónde se cometieron los asesinatos. Tiemblo al pensar en él sin poderlo evitar.

—Nada te hará daño, Mel —me promete volviéndome a abrazar—. Estás a salvo, te lo aseguro.

Le digo que sí con un gesto de la cabeza, antes de aceptar su mano para caminar hasta la salida, dónde Maddy y Jim nos esperan.

—Son buenas personas —murmuro en voz baja para que sólo Sam me oiga.

Él sonríe contento con mi comentario.

—Claro que sí, mi amor, son de lo mejorcito de este pueblo.

La seguridad con que lo dice me llena de calma y seguridad. Y para qué negarlo, necesito guardar en mi interior a buen recaudo esos dos sentimientos, hasta no dejarlos marchar en un largo tiempo.

 

 

 

Hospital de Nottville, Virginia Occidental.

En el aparcamiento.

El Jefe

 

Me coloco bien las gafas de sol y fumando una calada del puro de la victoria que tengo entre las yemas de los dedos, observo al matrimonio Garrett entrando en el Hospital. Ver a Maddy en silla de ruedas me crea un cosquilleo de felicidad que no puedo mantener la neutralidad en mi rostro.

Hace mucho que no me dejo ver por la comunidad de vecinos de Nottville y es probable que no me reconocieran si vieran mi aspecto actual, pero no quiero llamar la atención. Estoy tan cerca de conseguir obtener todo lo que he deseado en los últimos años, que no voy a cargarla ahora.

Bajo la música de la radio y con rabia pienso en Amy Kimberly y en la cagada que ha hecho asesinando al pobre de Mike West. Un hombre leal e inocente en toda aquella guerra ocasionada por Sean Jenkins. Él es el único culpable de todo lo sucedido, lo quiera aceptar o no, y morir producto de un ataque al corazón no es el destino que quiero para él.

No, señor.

—¿Dígame? —responde a los pocos tonos una voz extranjera tras marcar el teléfono con el manos libre del coche.

—Quiero otra sobredosis —le digo de forma escueta—. Esta tarde a más tardar. No quiero más cabos sueltos.

—¿Se trata de la señorita Stone, Jefe?

Se me escapa una sonrisa de sorpresa al pensar en ella. Sin lugar a dudas, Elizabeth Stone es el cabo suelto más grande y extenso que he tenido el gusto nunca de ver y conocer. Con sumo placer ordenaría su muerte sin con eso lograse algo, pero por desgracia alguien tiene que pagar el pato de todos los delitos cometidos hasta el día de hoy. La señora Kimberly ahí tenía razón. Y eso quería decir, que esa mujer viviría.

—No. Estoy pensando en otro nombre. Te lo enviaré en breve.

Me dice que lo esperará encantado y colgando la línea, vuelvo a fijar mi vista en la entrada del Hospital. El reverendo Simmons sale con paso tranquilo, junto a Erick, el doctor encargado de la recuperación de Maddy Garrett.

Bien, otro cabo suelto del que encargarse.

Saco la pistola que tengo guardada en la guantera y guardándola en el cinturón del pantalón, salgo del vehículo silbando. Tiro al suelo el puro y pisoteándolo con fuerza, comienzo a caminar hacia los dos hombres. Cuando los tengo en el punto de mira, llevo la mano hacia el revólver para tomarlo con fuerza y me frustro al ver salir a Danniel Garrett con paso rápido hacia una de mis víctimas.

Giro rápidamente la vista para evitar que justamente ese Garrett se fije en mí, y regresando al coche, entro nuevamente en el asiento del conductor y con mal humor enciendo el coche y salgo pitando de allí.

Creo ver de refilón al menor de los Garrett fijarse en mi matrícula, pero al comprobar que entra rápidamente de nuevo el Hospital en compañía del doctor Erick, respiro tranquilo.

Sigo en la clandestinidad. Bien.

Eso es lo importante.

Aparco en un hueco que hay en zona de carga y descarga y enviándole los datos de contacto del próximo cabo suelto a liquidar a mi contacto, vuelvo a encender el coche y pongo rumbo a mi domicilio.

Al menos mi salida no ha sido del todo desafortunada. He visto sufrimiento en los ojos de Danniel Garrett y eso es un punto a favor para mí.

 

 

 

Hospital de Nottville, Virginia Occidental

Sala de Urgencias.

Sean Jenkins.

 

Me siento flotando entre la realidad, el dolor y la fantasía mientras los malditos médicos me entuban, sacan sangre y tratan de estabilizarme a marchas forzadas en esa camilla del Hospital. Escucho voces de enfermeras, auxiliares y doctores trabajando duro en mi recuperación y yo no puedo quitarme de la cabeza la mirada tan desolada que tenía mi mujer al hablarme de Mike y de lo sucedido con la señorita Stone.

La bolsa de deporte llena de dinero me ha llenado de tal desconsuelo que aún ahora incluso en la situación en la que estoy metido, me tiene mal. Y preocupado.

Brianna, mi Bri, nunca en toda su vida había sido capaz de mentir, ni de tomar una decisión así tan drástica con nadie. Era aférrima religiosa y creyente. Su lema era siempre decir la verdad, fuera la que fuera. Con amor todo se sanaba.

Y ahora…

Noto cómo me dan una descarga en todo el medio de mi pecho y cómo llaman a gritos a Erick, el doctor que ha operado a mi hija, y dejo de sentirme pesado. Creo ser ligero como una pluma. Tanto así que me parece ver una luz intensa en el techo que parece estar llamándome.

Mi mente me crea una mala pasada al imaginar ante mí el rostro de una mujer castaña con ojos rojos mirándome con recelo desde allí. ¿Acaso ha llegado mi hora de rendir por mis pecados?

Deseo mover las manos y alzarlas hacia esa imagen femenina para reunirme con ella tras tantos años de separación, pero no logro alcanzarla, ni soltarme. El grito de una enfermera diciendo que he entrado en parada cardiorespiratoria me paraliza en el lugar. Eso significa que estoy a punto de morir.

Durante un segundo me dejo llevar y anhelando apartar la tristeza y el sufrimiento de los últimos meses, continúo tratando de llegar a ella. A mi preciosa castaña. Ha venido a mí para llevarme a su lado. Después de tantos años…

Mi mayor secreto, que sólo Brianna conoce y que seguramente ha ocasionado toda aquella oleada de asesinatos y atentados, está a punto de cobrarse venganza con mi muerte y sinceramente no me importa. Tal vez ya haya llegado la hora.

La paz me llama.