TrilogiaSabor_EPUB_cubierta

Índice de
El sabor del pecado

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

TrilogiaSabor_EPUB_pagina_titulo
TrilogiaSabor_EPUB_pagina_creditos






A mi cuñado John MacDonald,
cuya herencia escocesa ha sido la inspiración de este libro.



Prólogo



Tierras Altas escocesas.

Castillo de Glenmoor, 1747


—Sabes por qué tienes que hacer esto, ¿verdad, Sinjun?

—Lo sé, pero no me gusta, padre —replicó el joven St. John Thornton.

—Hacemos lo que el rey nos pide —contestó Roger Thornton, cuarto duque de Mansfield.

St. John Thornton, de catorce años y marqués de Derby, tenía aspecto de preferir estar en cualquier otro lado que no fuera en la habitación de invitados del castillo de Glenmoor vestido de chaleco y con sus mejores pantalones de terciopelo.

—¿Por qué yo, padre? Julian es tu heredero, deja que él se case con esa salvaje y nada femenina escocesa.

—Vamos, Sinjun, ya sabes que Julian está prometido a la hija de lord Sinclair desde el día en que ella nació. Se casarán cuando la joven cumpla dieciocho años.

—Yo tengo catorce, padre, y la heredera de los Macdonald solo siete.

—¿Crees que no lo sé? —preguntó Roger con aspereza—. No estamos hablando de acostarse con ella. Lo único que tienes que hacer es casarte con esa niña y luego podrás volver a Inglaterra hasta que ella crezca. Puedes ir a la universidad como tenías planeado y correrte tus juergas mientras lady Christy crece. Cuando llegue el momento, confío en que cumplirás con tu obligación hacia ella.

—Es imposible que me guste, padre. —St. John arrugó su aristocrática nariz—. Cuando llegamos la vi jugando en el patio con sus primos y la confundí con un niño mendigo y sucio. Tenía la cara manchada de barro y estaba descalza. —Se encogió de hombros—. ¿No puede buscar el rey a otro para que se case con ella? Parece una bruja, con ese pelo rojo enredado y esa piel tan blanca.

—Este es el plan del rey para desmoralizar a los rebeldes de las Tierras Altas, poner sus tierras en manos de ingleses leales. Tras la batalla de Culloden, todas las huérfanas aristócratas escocesas se casaron con hombres escogidos por el rey Jorge. El rey no confía en ninguno de los jefes de las Tierras Altas que sobrevivieron. El viejo Angus Macdonald ejerce un gran poder sobre su clan, y su nieta se convertirá en jefa tras su muerte.

»El padre de Christy, Gordy, al igual que sus dos hermanos, murieron en Culloden —continuó Roger—. Y el viejo Angus, el abuelo de Christy, se convirtió en su tutor. Angus no deja ningún heredero varón, todos murieron en Culloden. Al casarte con Christy, te convertirás en administrador del castillo de Glenmoor a perpetuidad. A través de tu esposa podrás controlar a los clanes que le juraron fidelidad al viejo Angus Macdonald.

Sinjun sacudió su cabeza de cabello oscuro y miró con gesto adusto a su padre.

—Todo eso no me importa en absoluto. No hay nada de las Tierras Altas escocesas que me guste. Es una tierra desolada, válida únicamente para lobos y salvajes.

—El rey nos hace un gran honor, Sinjun —le reprendió Roger, exasperado ante la falta de gratitud de su hijo—. Los Thornton somos fieles a la corona. Hemos sido honrados con numerosos títulos y concesiones de tierras. Los Macdonald tienen muchas posesiones. Gracias a este matrimonio conseguirás el poder y las riquezas necesarias para que el apellido Thornton sea reconocido en toda Inglaterra. Es una gran oportunidad, Sinjun, por no hablar del honor que supone. Los impuestos y las rentas de tus tierras te proporcionarán lujos durante el resto de tu vida. Deberías agradecer lo que el rey Jorge está haciendo por ti y tu familia.

Los carnosos labios de Sinjun, que en el futuro las damas calificarían de sensuales, se curvaron hacia abajo con desagrado.

—Supongo que, con todo lo que estás diciendo, tendré que casarme con la niña. Pero no voy a mentir: no me gusta Christy Macdonald.

—No te estoy pidiendo que te guste. Lo único que tienes que hacer es casarte con ella ahora y regresar brevemente a Glenmoor cuando sea lo suficientemente mayor como para consumar el matrimonio. Después de eso puedes hacer lo que quieras con tu vida. Pero que no se te olvide que cuando el abuelo de Christy muera y ella se convierta en jefa, ejercerás un inmenso poder en las Tierras Altas a través de tu esposa.

—¿Y si prefiero quedarme en Inglaterra, lo más lejos de Christy que pueda? —preguntó Sinjun.

—Puedes contratar un administrador que supervise tus propiedades escocesas, y tu esposa puede quedarse recluida a salvo en Glenmoor. Pero tienes tiempo de sobra para decidir lo que quieres hacer.

Lord Mansfield miró a su hijo con ojo crítico. El muchacho era alto para su edad, y tenía los hombros casi tan anchos como los suyos. Sinjun era un joven diablo guapo, y él lo sabía, pensó Mansfield. Demasiado guapo para su propio bien, y excesivamente conocedor de las cosas mundanas para su tierna edad. Compadecía a las mujeres que trataran de conquistar el corazón de su hijo cuando este fuera lo suficientemente mayor como para llamarles la atención. Y el joven diablo atraería a las mujeres como moscas, ¿cómo no iban a caer bajo el encanto de sus ojos oscuros y melancólicos y de aquella sonrisa arrebatadora? Las sirvientas jóvenes de la mansión de los Thornton ya habían empezado a mirarlo con ojos golosos, y Roger se preguntó si su hijo no habría probado ya lo que ellas tenían que ofrecerle.



Sinjun sabía exactamente lo que quería hacer con su vida, y sus planes no incluían renunciar a Londres y llevar una existencia rústica en las Tierras Altas con una esposa tan salvaje como la tierra en la que vivía. Iría a la universidad, por supuesto, y se embarcaría en las aventuras de la vida. A la tierna edad de catorce años ya había aprendido a apreciar a las mujeres. Polly, una doncella del piso de arriba que solo tenía unos cuantos años más que él, lo había acogido bajo su ala y le había enseñado a divertirse en la cama con una mujer. Las clases habían resultado fascinantes, y Sinjun estaba deseando desplegar sus alas y practicar con otras mujeres.

Cuando le dijeron que iba a casarse con una joven escocesa se rebeló, pero tanto su padre como el rey ignoraron sus protestas. Muy bien, se casaría con Christy Macdonald, pero no tenía por qué gustarle, ni tampoco tenía que vivir con ella.

Ahora Sinjun esperaba en los escalones de la iglesia del pueblo a que llegara su novia de siete años. Flanqueado a un lado por su padre y al otro por el sacerdote, no tenía escapatoria. Todos los Macdonald y sus aliados estaban presentes, y ninguno de ellos parecía complacido con el matrimonio de una de los suyos con un inglés. Un escocés de aproximadamente su misma edad se mostraba particularmente furioso, y le dirigía a Sinjun miradas amenazadoras.

Sinjun frunció el ceño cuando vio a Christy bajando por la colina con su abuelo. Al parecer, él no era el único reacio a casarse. Christy clavó los talones en el suelo y protestó en voz alta mientras su abuelo la arrastraba hasta la iglesia. Llevaba puesto el traje de cuadros escocés, aunque estaba prohibido, y Sinjun escuchó de fondo el melancólico sonido de las gaitas, que también estaban prohibidas por orden del rey tras la batalla de Culloden. El encendido cabello de la niña no conseguía realzar la palidez de su piel, y lo tenía tan revuelto y salvaje que Sinjun se preguntó si alguna vez habría tratado de peinarse.

Angus Macdonald llegó finalmente a la iglesia con su nieta, que se resistía salvajemente, y la empujó hacia Sinjun. Ella dio un pisotón con su piececito y miró fijamente a Sinjun con la barbilla alzada en gesto desafiante. Sinjun estuvo a punto de soltar una carcajada ante aquella actitud guerrera. ¡Deseaba casarse con él tanto como él con ella! Bien, pues peor para todos, pensó. En lo que a él se refería, aquel matrimonio era un error y nunca conduciría a nada bueno.

El sacerdote abrió el libro, se aclaró la garganta y comenzó la ceremonia. Sus palabras resbalaron por Sinjun como si fueran agua. Miró de reojo a su hermano mayor, el heredero de su padre, con envidia. A Julian le quedaban todavía varios años antes de tener que casarse. Julian le sonrió, y Sinjun sintió el deseo irrefrenable de sacarle la lengua. Mientras el sacerdote seguía con su perorata, la mente de Sinjun se dirigió hacia la hermosa Polly y se preguntó si lo estaría echando de menos. Pero regresó bruscamente a la realidad cuando la futura esposa le pegó una patada en la espinilla con todas sus fuerzas.

Sinjun apretó los dientes y dejó escapar un grito ahogado de dolor.

—¿Por qué has hecho eso? —susurró atravesándola con la mirada.

—Porque eres inglés —murmuró Christy.

—¡Shhh! —les advirtió Angus desde algún punto a su espalda—. ¡Prestad atención a la ceremonia!

Sinjun le lanzó a su novia de tez pálida una mirada asesina, preguntándose qué diablos había hecho para merecer un castigo tan injusto. Tenía el estómago revuelto, y sintió arcadas cuando el ministro les declaró marido y mujer. Se giró hacia su novia y se quedó asombrado ante su expresión. Su abrasadora mirada verde brillaba llena de odio cuando le sacó la lengua. ¿Cómo podía hacerle su padre algo así?, se lamentó mientras se daba rápidamente la vuelta. Casarle a los catorce años con un tizón pelirrojo cuyo carácter casaba sin duda con el horrible color de su cabello.

Como para reforzar la mala opinión que tenía de ella, Christy volvió a darle una patada. Sinjun aulló de dolor y trató de agarrarla, pero ella fue más rápida. Se giró sobre los talones y regresó corriendo a Glenmoor todo lo rápido que le permitían sus pequeños pies.



1



Londres, 1762


Se escuchó un murmullo entre la multitud cuando St. John Thornton, marqués de Derby, hizo su entrada en el salón de baile.

—Es lord Pecado —le susurró un joven a su amigo en un aparte—. Me pregunto qué le ha hecho venir esta noche a disfrutar de una compañía tan mundana.

Su compañero, lord Seton, aspiró por la nariz con gesto desdeñoso.

—Yo digo, Renfrew, que ha venido a ver cómo se comporta la gente normal. No suele acudir a actos públicos.

—El apodo de lord Pecado le viene al pelo —respondió Renfrew—. No existe libertino más disoluto en toda Inglaterra. —Suspiró con envidia—. Son legendarias sus escapadas con las damas. Mira a tu alrededor. Esta noche no hay aquí ninguna que no haya caído en su cama en cuanto él se lo pidió. Está casado, ¿lo sabías? —le confió Renfrew—. Desde que tenía catorce años.

—Eso he oído, pero nunca se sabe.

—Eso lo sabe todo el mundo —aseguró Renfrew.

—¿Y dónde tiene escondida a su esposa? Viendo el modo en que se comporta, se diría que está libre y sin compromiso.

—¡Ja! Y lo está. Uno de sus confidentes me contó a mí en persona que de hecho le gusta la idea de estar casado. El matrimonio impide que las madres casamenteras traten de convertirlo en marido para sus hijas en edad de merecer. O que las damiselas con intenciones de casarse pongan sus ojos en él como posible esposo. Su mujer está escondida a salvo en Escocia, ¿no lo sabías? Lo que no conoce no puede hacerle daño. Lord Pecado disfruta de sus placeres donde y como quiere sin temor a enredos ni repercusiones.

—Bastardo con suerte —dijo Seton.

Renfrew se le acercó todavía más.

—Lo creas o no, lord Pecado no ha visto a su esposa escocesa desde que Jorge II ordenó su matrimonio hace quince años. Se rumorea que la unión nunca se ha consumado. ¿Te lo imaginas? La mujer es la jefa de algún clan salvaje de las Tierras Altas.

Seton soltó una risotada.

—Tal vez lord Pecado no haya consumado su matrimonio con su novia, pero sin duda ha retozado con suficientes mujeres como para compensar esa carencia. No entiendo cómo su hermano el conde soporta un libertinaje tan vergonzoso.

—Lord Mansfield parece preocupado estos días. No se le ve mucho. Qué cosa tan terrible que su prometida muriera antes de la boda.

—Shhh, aquí llega el famoso lord Pecado —susurró Renfrew cuando Sinjun y su amigo Rudolph, el vizconde Blakely, se acercaron.

—¡Qué aglomeración, Sinjun! —dijo Blakely mientras trataba de abrirse paso entre la gente—. No entiendo por qué has insistido en venir aquí esta noche. Me tienes acostumbrado a evitar estas reuniones públicas.

Sinjun Thornton y su buen amigo se dirigieron directamente a la sala de cartas. Vestido de punta en blanco con ropa de montar adaptada, el último grito en moda, Sinjun, más conocido entre la gente de la alta sociedad como lord Pecado, llevaba pantalones de montar ajustados color negro con botas altas por encima, una camisa blanca inmaculada, chaleco púrpura de brocado y abrigo de montar negro de corte alto con anchas solapas y cola a la espalda.

—Un aburrimiento, Rudy, un completo aburrimiento —aseguró Sinjun mirando a su alrededor con recelo—. Hasta el momento no he visto nada por aquí que me interese.

—¿Ni siquiera la encantadora lady Violet? —preguntó Rudy reclamando la atención de Sinjun sobre una impresionante morena que llevaba un vestido de gasa con un corsé minúsculo pensado para lucir al máximo su extraordinaria figura—. Prepárate, te ha visto.

—¡Diablos! —murmuró Sinjun entre dientes—. Confiaba en poder evitarla esta noche.

—¿Problemas en el paraíso? —Rudy soltó una carcajada.

Sinjun se encogió de hombros.

—Nuestra aventura ha cumplido su ciclo

—Está claro que la dama no piensa lo mismo.

Sinjun saludó con la cabeza a dos de sus conocidos, Renfrew y Seton, mientras arrastraba a Rudy hacia el centro de la multitud. Pero no iba a poder ser. Lady Violet se dirigió resueltamente hacia él y finalmente le dio alcance.

—Sinjun, confiaba en que estuvieras aquí esta noche. ¿Qué te pasó ayer? Te estuve esperando durante horas.

—Tu esposo estaba en casa, lady Fitzhugh, ¿acaso lo has olvidado?

—¿Y cuándo ha supuesto eso un problema? —le desafió Violet—. Además, Fitzhugh siempre se toma una botella de oporto entera antes de irse a la cama. No hubiera escuchado ni una manada de elefantes subiendo en estampida por las escaleras.

Rudy tosió para hacer notar su presencia.

—Os dejaré solos para que… habléis. Te veo más tarde, Sinjun.

Sinjun trató de evitar que Rudy se marchara, pero lady Violet tenía otras intenciones.

—Deja que se vaya, Sinjun. ¿Vendrás a verme mañana por la noche? Fitzhugh parte por la mañana a su cabaña de caza de Escocia. Piensa estar fuera un mes o más.

Sinjun hizo lo imposible por resultar educado, pero lady Violet se lo estaba poniendo difícil. No parecía enterarse de cuándo algo se terminaba. Y en lo que a él se refería, su aventura había concluido la noche en que se encontró con lord Stanhope deslizándose por la puerta de atrás mientras Sinjun salía por la entrada principal. Cuando se echaba una amante, le gustaba pensar que él era el único, pero ahora que había terminado, ya no le importaba cuántos hombres metiera en su cama. Así que aquella noche no tenía nada que hacer y andaba en busca de nuevas diversiones.

Sinjun estaba a punto de decirle a Violet que habían terminado cuando un murmullo de excitación captó su atención. Todo el mundo parecía estar mirando hacia la entrada, y él siguió sus miradas. Aspiró con fuerza el aire cuando vio qué era, o mejor dicho, quién era la persona que tenía a todo el mundo expectante. Sinjun estaba absolutamente seguro de no haber visto nunca a la mujer que se había detenido un instante en la puerta, porque la recordaría.

—¿Quién es? —preguntó, absolutamente intrigado por la belleza excepcional que acababa de iluminar el salón de baile con su prometedora presencia—. No recuerdo haberla visto con anterioridad.

—Es nueva en la ciudad —respondió lady Violet con frialdad—. Tengo entendido que viene de Cornwall. Nadie parece saber mucho de ella, excepto que está casada con algún vizconde mucho mayor que ella que ha permanecido convenientemente en Cornwall. —La dama aspiró el aire por la nariz con desdén—. Se ha presentado sin acompañante en tres de los últimos cuatro eventos sociales. Se queda un rato y luego desaparece. Si hubieras acudido a alguno de esos actos la habrías visto. Es extraño —murmuró Violet—, pero yo juraría que está buscando a alguien.

—Su nombre. Dime cómo se llama —inquirió Sinjun—. Es de una belleza excepcional.

—Se llama lady Flora Randall. —Violet le dedicó a la misteriosa dama una mirada desdeñosa—. Su marido debe de ser tan comprensivo como tu esposa.

Sinjun se quedó mirando a la joven belleza. Se había quedado mudo de la impresión debido a una sensación indefinida que rezongaba en su memoria. Habría jurado por su vida que no había visto a lady Randall con anterioridad. Aunque no podía ser considerada una pelirroja, su cabello tenía un color excepcional, de un tono entre canela y cobrizo, con los suficientes reflejos dorados como para crear un interesante contraste.

Era de constitución menuda, pero tenía una prestancia que la hacía parecer más alta. Mientras se entretenía en la entrada, todos los hombres sin compromiso que había en la sala se dirigieron hacia ella. Las piernas de Sinjun se movieron al instante en su dirección.

—¿Dónde vas? —preguntó lady Violet con voz chillona.

—A ver qué me he perdido al no aparecer en los actos sociales de estas últimas semanas —le dijo Sinjun sin mirarla mientras avanzaba con decisión hacia lady Flora Randall.

Sinjun se abrió camino a través del apretado círculo de enamorados, admirando el modo en que la dama manejaba a los jóvenes dandis de la alta sociedad. Los jóvenes petimetres debieron de darse cuenta de quién los estaba apartando, porque Sinjun escuchó a alguien pronunciar su nombre. Al instante se despejó el camino para él, lo que le permitió entrar en el círculo central. Y entonces estuvo delante de ella, con la vista clavada en el óvalo perfecto de su rostro sin mácula. Se fijó en que tenía los ojos verdes, tan verdes como relucientes esmeraldas. Los labios eran carnosos y rojos, y las pestañas tan largas que parecían unas alas oscuras que se curvaban hacia arriba en los extremos. Le sorprendió su piel radiante y bañada por el sol. Las damas de la alta sociedad evitaban religiosamente el sol. Y sin embargo, todo alrededor de aquella misteriosa dama resultaba exquisito.

Llevaba puesto un vestido de seda verde que, aunque no era demasiado ajustado, revelaba cada una de las curvas de su exuberante figura. Sinjun dudó incluso de que llevara siquiera un corsé ligero bajo el corpiño. No lucía un escote demasiado pronunciado, pero dejaba al descubierto lo suficiente de sus magníficos pechos como para hacer que valiera la pena quedarse mirándolos fijamente. Y apostaba a que él no era el único que pensaba así. Sinjun sintió cómo su cuerpo se endurecía, y se quedó absolutamente impactado. ¡Maldición! ¡La deseaba y ni siquiera la conocía!

—Creo que este baile es mío —murmuró arrastrando las palabras con aquel deje sensual que normalmente provocaba que la mayoría de las mujeres se derritieran.

Ella levantó los ojos lentamente para mirarlo, y Sinjun experimentó una intensa sensación de déjà vu. Rebuscó en su memoria, pero no encontró nada.

—¿Os conozco, mi señor? —dijo Flora en un tono ligeramente ronco que acarició los sentidos de Sinjun y le hizo ser consciente de las partes más prominentes de su propio cuerpo.

—No, mi señora, pero eso tiene fácil remedio —aseguró Sinjun—. Soy St. John Thornton, marqués de Derby. Mis amigos me llaman Sinjun.

Le pareció distinguir un revuelo en la clara profundidad de sus ojos, pero desapareció tan rápidamente que no podía estar seguro.

—Sus amigos lo llaman lord Pecado —susurró alguien a su lado en un aparte lo suficientemente alto como para que la dama lo escuchara.

Las elegantes cejas de Flora se alzaron ligeramente.

—¿Lord Pecado?

—No les hagáis caso, mi señora. Podéis llamarme Sinjun. Y vos sois…

—Lady Flora Randall —respondió ella ofreciéndole la mano.

Sinjun estrechó aquella mano cálida y menuda y le depositó un beso en los nudillos. Entonces, dedicándole una sonrisa hechicera, le volteó la mano, retiró el guante hacia atrás y le besó el interior de la muñeca. Sinjun sintió cómo un escalofrío recorría a la joven y tiró suavemente de ella.

—Ah, acaba de iniciarse una contradanza. ¿Nos unimos a ella?

Antes de que la dama pudiera protestar, la guio hacia la zona de baile.

—Así que vos sois el lord Pecado del que tanto he oído hablar —dijo lady Randall mientras las primeras notas musicales inundaban la sala.

—Mis amigos exageran —objetó Sinjun—. No les prestéis atención, mi señora. ¿Es esta vuestra primera visita a la ciudad?

—Así es, y tengo que admitir que es muy diferente a lo que estoy acostumbrada.

El baile los separó, y cuando volvieron a reunirse, Sinjun le preguntó:

—Me ha parecido detectar algo de acento en vuestro tono de voz, señora.

—No es más que el acento del campo, mi señor —murmuró ella.

Christy Flora Macdonald, jefa del clan de los Macdonald desde la reciente muerte de su abuelo, se quedó mirando fijamente al hombre al que no había visto desde hacía quince años, cuando se casaron, y estuvo a punto de atragantarse de rabia. En honor a la verdad, había que decir que tenía tantas ganas de estar con lord Derby como él con ella. Pero las circunstancias habían cambiado. Su esposo inglés había subido las rentas y los impuestos a unos niveles imposibles, y los miembros de su clan, especialmente los Cameron, habían insistido en que consiguiera la nulidad de su matrimonio en los tribunales ingleses y se casara con Calum Cameron.

A Christy le gustaban los ingleses tan poco como a los miembros de su clan, y les guardaba un gran rencor por que hubieran confiscado las propiedades de su familia tras el desastre de la batalla de Culloden y ella se hubiera visto obligada a casarse con un odioso inglés. Pero no sentía ningún deseo de contraer matrimonio con Calum Cameron. Ni tampoco tenía intención alguna de conseguir la nulidad. Contaba con sus propios motivos y con un plan oculto, y estaba decidida a triunfar.

A Christy le gustaba su vida tal y como estaba. Tener un esposo ausente le permitía hacer lo que quisiera sin restricciones. No quería un marido que tomara decisiones por ella. Todo era perfecto hasta que Calum y sus parientes decidieron que había llegado el momento de hacer cambios agarrándose al hecho de que un matrimonio sin consumar no era un matrimonio.

—Estáis muy callada, mi señora —dijo Sinjun devolviéndola al momento presente.

—¿De qué queréis que hable, mi señor?

—Habladme de vos.

—Estoy casada.

—¿Dónde está vuestro esposo?

—En Cornwall. Aunque él no se encuentra bien para viajar, ha insistido en que yo venga a la ciudad y me divierta. Es… mucho mayor que yo —mintió.

—Ah —respondió Sinjun con tono comprensivo.

Christy observó a Sinjun bajo sus largas y suaves pestañas. Vio a un hombre alto, grande pero delgado, ágil y musculoso. Tenía un cuerpo escultural. Siempre había sido guapo, incluso de muchacho, pero la madurez le había otorgado una cierta pátina de la que otros hombres carecían. Oh, sí, la madurez le sentaba bien. Se le habían ensanchado los hombros y tenía el pecho más profundo. La exquisita chaqueta hecha a medida le sentaba como un guante, y sus pantalones ajustados dejaban muy poco a la imaginación.

Christy lo miró a la cara y decidió que nadie tenía derecho a ser tan arrebatadoramente guapo como lord Pecado. Llevaba su brillante y largo cabello negro sin empolvar y recogido atrás con una cinta. Aunque no lo había visto en quince años, lo habría reconocido en cualquier lugar por aquellos ojos oscuros y hechiceros. No eran negros ni tampoco marrones, sino más bien de un azul profundo como la medianoche. Sus labios carnosos y sensuales y aquella sonrisa soñadora eran el mudo testimonio de su naturaleza hedonista.

Sin embargo, no podía culparlo de que no la hubiera reconocido. De hecho, contaba con ello. La última vez que la vio ella era una niña muy poco femenina de siete años que jugaba con sus primos con espadas de madera, cubierta de barro y con un cabello rojo chillón que milagrosamente se había oscurecido hasta alcanzar el rico tono cobrizo que ahora tenía.

La mala reputación de Sinjun y su fama de mujeriego eran legendarias. Los rumores sobre sus intrigas románticas y sus excesos habían llegado incluso a la remota Glenmoor. La sociedad lo calificaba como un notable libertino, un conocedor de las más bellas mujeres que saboreaba sus conquistas hasta saciarse. Christy había oído que le gustaban las mujeres, disfrutaba persiguiéndolas y dándoles caza, pero no permanecía al lado de ninguna de ellas el tiempo suficiente como para entablar una relación duradera.

—Tenéis unos ojos verdes muy hermosos —le dijo Sinjun cuando el baile volvió a unirlos.

Christy parpadeó, forzándose a sí misma a concentrarse en la razón por la que había venido a Londres. Tenía una misión, y si quería triunfar, debía concentrarse en hacer creer a Sinjun sus mentiras. El fracaso era algo impensable.

—Gracias —dijo sonriendo con timidez.

El baile terminó. Unos instantes más tarde, Christy estaba rodeada de jóvenes ávidos de llamar su atención. Sinjun hizo una reverencia y la dejó con sus admiradores, pero mantuvo la vista clavada en ella durante toda la velada mientras bailaba con un surtido de ávidos pretendientes. No era vanidad lo que le hizo pensar a Sinjun que a ella tampoco le resultaba indiferente, sino que sus miradas directas constituían un mudo testimonio de que estaba tan interesada en él como él en ella.

Rudy lo encontró apoyado contra una columna. Las comisuras de sus labios formaron un pequeño frunce.

—Te he visto bailar con la misteriosa lady Randall —dijo Rudy—. ¿Va a ser ella tu próxima conquista?

—Esta misma noche, si de mí depende —aseguró Sinjun mostrándole a su amigo una sonrisa decidida—. No recuerdo cuándo fue la última vez que estuve tan prendado de una mujer, Rudy.

Rudy dirigió sus brillantes ojos azules hacia el techo mientras se daba golpecitos en los labios con el dedo índice.

—Déjame pensar —dijo con ironía—. Desde lady Violet. O tal vez desde lady Scarlet. ¿O sería desde lady Ellen? No. Creo que fue desde la doncella del salón de lord Dunsley con la que te entretuviste hace unas semanas. Si no recuerdo mal, estabas deseando llevártela a la cama. Esa aventura no duró más que cualquier otra de tus aventuras amorosas.

Sinjun frunció el ceño.

—Mírala, Rudy. ¿Crees que lady Randall favorece los requerimientos del joven Fairfield? ¿Y los del descarado de Crumley? Ahora está bailando con el sinvergüenza de Overton.

—¡Dios mío, estás locamente enamorado! —exclamó Rudy con una sonrisa de oreja a oreja—. Pobre lady Randall. No tiene ni una sola oportunidad con lord Pecado al acecho.

—Será mía, Rudy, no puede escapar de mí.

—A mí no tienes que convencerme, viejo amigo. Si me disculpas, te dejaré con tus juegos. No eres el único que necesita compañía femenina esta noche. Lady Grace se encuentra disponible. Su marido está fuera de la ciudad y ha consentido en favorecerme con su compañía durante unas cuantas horas.

Sinjun se rio.

—Ten cuidado con esa, amigo mío. Es una devoradora de hombres. Tendrás suerte si consigues salir a rastras de su dormitorio cuando haya terminado contigo.

Rudy le devolvió la sonrisa.

—Estoy deseando verme en esa situación.

Sinjun volvió a centrar su atención en lady Flora y la vio descender por las escaleras. Probablemente se dirigiría al tocador de señoras. Él se apartó de la columna y la siguió a una distancia discreta, decidido a interceptarla cuando regresara al salón de baile. Se escondió en un rincón oscuro y la esperó.

Mientras aguardaba, Sinjun pasó unos minutos muy agradables sopesando cuáles serían los mejores lugares para una cita romántica. Había varias alcobas con cortinas a cierta distancia del salón de baile, pero no eran lo suficientemente íntimas para lo que él tenía en mente. Tampoco lo eran las habitaciones de la planta superior, en las que las parejas se encontraban a veces en secreto. Sinjun las había utilizado todas en un momento o en otro, pero por alguna razón no le parecían adecuadas para la exquisita lady Randall. Entonces se acordó del elegante jardín que había alrededor, con el invernadero situado en el centro, y sonrió.

Perfecto.

La paciencia de lord Pecado se vio recompensada cuando la dama en cuestión salió sola del tocador. Dio un fuerte respingo y dejó escapar un pequeño grito de terror cuando Sinjun surgió de entre las sombras.

—Lord Derby, me habéis asustado…

—Os estaba esperando, mi señora.

Christy frunció el ceño.

—¿Por qué razón, mi señor?

La oscura mirada de Sinjun se deslizó sobre su rostro y luego se asentó en su escote.

—Creo que ya lo sabes.

El sonido de unas voces cerca de la escalera evitó la respuesta de Christy.

—No podemos hablar aquí —dijo Sinjun mientras le agarraba la mano y tiraba de ella hacia un oscuro pasillo.

Christy se resistió.

—¿Dónde me llevas?

Él le dedicó una de sus encantadoras sonrisas, y la mantuvo firme a pesar de la simbólica resistencia de la dama.

—A un lugar donde podamos disfrutar de algo de intimidad. Hay una salida por la parte de atrás. Lleva al jardín.

—No puedo, mi señor. Acabamos de conocernos. ¿Qué va a pensar la gente?

—Me importa un bledo, y a ti también.

Sinjun encontró la salida y la sacó hacia la noche plagada de estrellas. Hacía calor para ser el mes de mayo, una noche excepcionalmente placentera para lo que él tenía en mente. El jardín contaba con mucha vegetación y despedía un aroma a flores primaverales y tierra húmeda. Mientras aspiraba la penetrante fragancia y sentía cómo su cuerpo se hinchaba en anticipación, Sinjun no fue capaz de recordar cuándo fue la última vez que se había sentido tan excitado. Llevó a Christy sin vacilar hasta el invernadero. Estaba vacío, y Sinjun murmuró una sentida plegaria de agradecimiento a la diosa del amor, porque si había una noche perfecta para l’amour, sin duda era aquella.

Christy había oído hablar de las locas escapadas de su esposo con mujeres, pero hasta aquel momento no se había dado cuenta de lo fino que hilaba.

La introdujo en el invernadero y cerró la puerta de una patada. La luz de la luna se filtraba a través de las persianas, marcando descarnadamente las intensas facciones de Sinjun, y Christy aspiró con fuerza el aire. Su boca tenía una expresión depredadora y en los ojos le bailaban dos llamas. Como si no tuviera otra cosa en mente más que la seducción. Christy suspiró profundamente. ¿Estaba preparada para esto? No esperaba que ocurriera tan deprisa. Además, no tenía intención de facilitarle tanto las cosas. Aunque fuera su marido, seguía siendo un inglés y un enemigo.

—Deberíamos regresar al baile, mi señor —susurró.

—No trates de negar que me has estado mirando toda la noche, porque no me lo creeré. Me has embrujado, señora, y lo sabes muy bien.

—Esa es una afirmación muy fuerte, mi señor.

—Me llamo Sinjun. ¿Puedo llamarte Flora?

—Si eso te complace…

Sinjun acortó la distancia que los separaba y la estrechó entre sus brazos, apretándola contra sí en un arrebato de deseo tan poderoso que Christy lo sintió estremecerse.

—Todo lo tuyo me complace —le susurró contra los labios—. Me pregunto si…

A Christy se le nubló por completo el pensamiento. Sentir los brazos de su esposo rodeándola y el calor de su cuerpo masculino excitado la afectó de un modo extraño. No esperaba sentir ninguna respuesta ante el hedonista en el que se había convertido St. John Thornton. Su plan oculto era quedarse embarazada rápidamente para asegurarle un heredero a Glenmoor.

—¿Qué te preguntas?

—Me pregunto si eres consciente de lo mucho que te deseo.

Ella bajó la mirada.

—Acabamos de conocernos.

Sinjun le apretó la boca abierta contra la mejilla, el cabello, el cuello, la barbilla, y finalmente contra los labios.

—¿Nunca has oído hablar del destino? —le susurró en los labios—. En cuanto te miré supe que estábamos hechos el uno para el otro.

Oh, Sinjun era bueno. Muy bueno. ¿Les diría aquello a todas sus amantes en potencia?

—Tengo entendido que estás casado.

Él se encogió de hombros.

—¿Y? Tú también tienes esposo. Ninguno de los dos busca una relación duradera. Yo no he visto a mi mujer desde el día que nos casamos. El nuestro es un matrimonio de conveniencia. ¿Qué más quieres saber? ¿Si amo a mi esposa? ¿Cómo voy a amar a alguien a quien hace quince años que no veo?

Sus crueles palabras tuvieron un efecto paralizante.

—Qué sangre tan fría tienes, mi señor.

Él sonrió.

—No tanto, más bien soy práctico. Este matrimonio funciona a la perfección para ambos. En cuanto a tener la sangre fría, tengo intención de demostrarte esta noche que mi sangre es caliente, no fría.

Christy se lo quedó mirando. Sus facciones, definidas en sombras y ángulos, estaban marcadas por el deseo, y parecían casi feroces, como las de un depredador que hubiera escogido a su presa y estuviera preparado para lanzarse sobre ella. Ahora sabía cómo se sentía un conejo acorralado.

Los ojos de Sinjun eran dos alfileres de luz cuando apretó su boca abierta contra la suya. El súbito escalofrío que experimentó sobresaltó a Christy. Podía sentir el calor de su cuerpo fundiéndose con el suyo, y no era una sensación desagradable. Sinjun tenía la boca cálida y suave, los labios dúctiles. El aroma almizclado de su deseo la invadió por completo, su sabor resultaba un poderoso afrodisíaco que le hizo perder los sentidos. Aquello no era lo que Christy quería de su esposo.

Siguió besándola sin cesar, robándole la respiración y convirtiendo sus piernas en gelatina. Se decía que su esposo era un maestro de la seducción, pero en su inocencia Christy creyó que podría resistir sus artimañas seductoras. Estaba claro que su experiencia con libertinos dejaba mucho que desear. De hecho, no sabía absolutamente nada de hombres como lord Pecado, ni qué les hacía comportarse de aquella manera. Se consideraba afortunada por haberse librado de su atención durante los últimos quince años.

Bajo el tutelaje de la pericia de lord Pecado, los labios de Christy se suavizaron y sintió cómo se abría a él, cómo le devolvía los besos con una exuberancia que desafiaba cualquier explicación. Cuando ella comenzó a marearse por la falta de aire, Sinjun se retiró bruscamente de sus labios y la miró fijamente. Una expresión desconcertada le nublaba la frente.

Christy tomó aliento a duras penas.

—¿Ocurre algo?

—Besas como una joven inocente.

Ella se sonrojó y apartó la mirada.

—Lamento no complacerte.

—No es eso. Solo tengo curiosidad. —Sinjun la guio hacia un banco almohadillado, la ayudó a sentarse y tomó asiento a su lado—. Háblame de tu matrimonio.

Christy clavó los ojos en su propio regazo. Nunca se le había dado bien mentir y temía que sus ojos la descubrieran.

—Mi esposo y yo vivimos tranquilamente en un remoto rincón de Cornwall.

Sintió la mirada de Sinjun escudriñándola.

—Pero te ha dejado venir a la ciudad. Resulta bastante extraño —musitó Sinjun—. Dijiste que era mayor que tú. ¿Cuántos años tiene?

Christy se pensó cuidadosamente la respuesta, vacilando entre una edad comprendida entre los cincuenta y los ochenta años para asignársela a su esposo imaginario. Finalmente optó por los ochenta, porque sin duda un hombre de esa edad era demasiado mayor para mantener relaciones sexuales o para concebir un hijo.

—Es muy mayor —dijo Christy—. Ha cumplido ochenta años.

—¡Ochenta! —La palabra salió como una explosión de labios de Sinjun—. ¿Qué clase de padres obligan a una mujer joven a casarse con un hombre de ochenta años?

—¿Importa eso?

—Supongo que no.

Sinjun le acarició el rostro con los nudillos y luego se los deslizó lentamente por el cuello hasta donde el escote de su vestido se encontraba con la redondeada parte superior de sus senos. Christy contuvo bruscamente el aliento. Ningún hombre le había tocado jamás allí. Pero no se le escapaba que si Sinjun iba a convertirse en su amante, la tocaría en lugares mucho más íntimos.

—¿Te gusta? —le preguntó él en sensual susurro.

Ella se lo pensó un instante y luego asintió nerviosamente.

—Veamos si podemos quitarte este vestido tuyo. Entonces te mostraré la diferencia entre un hombre de ochenta años y otro en su plenitud. ¿Has tenido otros amantes?

—¿Otros amantes? —chirrió la voz de Christy—. No…, no he tenido otros amantes.

Sinjun le dedicó una sonrisa animal.

—Me siento honrado, mi señora. ¿Por qué me has elegido a mí para ser el primero?

«¡Porque eres mi esposo!», sintió deseos de gritarle. Pero lo que dijo en voz alta fue:

—Porque he oído que eres un hombre sin principios, y no me pedirás más de lo que yo estoy dispuesta a darte.

Sinjun se quedó muy quieto, al parecer sorprendido por su dura afirmación.

—¿Quién te ha dicho que yo no tengo principios?

Christy se encogió de hombros.

—¿Me equivoco?

Sinjun se rio sin asomo de humor.

—Tal vez tengas razón, mi señora. Mi fuerte es proporcionar placer. Si deseas algo más te llevarías una decepción, porque no puedo ofrecer ni matrimonio ni una relación permanente.

«Qué zoquete engreído. Demasiado incluso para un inglés», pensó Christy.

—Ya estoy casada, así que no me interesa tener una relación duradera.

Sinjun sonrió, satisfecho al saber que ambos buscaban lo mismo.

—Entonces estamos de acuerdo. Vas en busca de placer, igual que yo. Has escogido sabiamente, aunque esté mal que yo lo diga. No te decepcionaré, mi señora. Nadie se interesa tanto por el placer de una dama como yo. Preveo una asociación larga y beneficiosa para los dos. Ahora —dijo arrastrando las palabras y apartándola ligeramente de sí para que sus hábiles dedos desabrocharan los diminutos botones de la parte de atrás del vestido—, en cuanto a este vestido, tendremos que quitártelo, igual que el resto de prendas que lleves puestas.

—¡Espera! —exclamó Christy casi asfixiándose.

Aquella palabra atravesó la roja neblina del deseo de Sinjun, emitiendo una nota discordante. Frunció el ceño, porque la interrupción le había molestado.

—¿Qué ocurre? No te lo estarás pensando mejor, ¿verdad? Ya es demasiado tarde para eso. No me irás a decir que eres una provocadora que se divierte excitando a los hombres…

—No, no es eso. Hay… hay algo que debes saber antes de… antes de que empecemos.

Sinjun le mordisqueó el cuello.

—Sé todo lo que quiero saber. Eres suave, hueles bien y estás dispuesta. Y te deseo. ¿Qué más necesito saber?

—Soy… —Sus palabras de cortaron bruscamente, y miró de reojo hacia la puerta—. Alguien viene.

Sinjun soltó una palabrota.

—¡Maldita sea! ¡Qué mala suerte!

La agarró de la mano y cruzó con ella la puerta para salir al oscuro jardín apenas unos segundos antes de que otra pareja apareciera por el camino. Se escondieron tras una fila de arbustos mientras la pareja desaparecía en el interior del invernadero.

Sinjun miró a Flora y de pronto experimentó un anhelo físico tan profundo que literalmente temblaba. Christy estaba tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo a través de las capas de ropa, y reaccionó de una manera en cierto modo sorprendente para un hombre de apetitos saciados. Sinjun no recordaba que ninguna otra mujer le hubiera afectado tan profundamente. Daba las gracias por la oscuridad, porque se había puesto tan duro como una piedra, y los pantalones ajustados no hubieran conseguido ocultar nada.

—No podemos hacerlo aquí —susurró—. No hay suficiente intimidad. Quiero tomarme mi tiempo contigo. Te mereces ser amada como se debe. ¿Dónde vives?

Tardó tanto tiempo en contestar que Sinjun temió que fuera a rechazarlo.

—He alquilado una casa en Belgrave Square.

Aunque Belgrave Square no estaba muy de moda por aquellos días, seguía siendo un lugar respetable.

—¿Para ti supone un problema? —preguntó Sinjun—. ¿Prefieres venir a mis habitaciones de soltero de Grosvenor Square? No podemos permitir que esto termine así.

Sinjun volvió a estrecharla entre sus brazos y la acomodó sin problemas contra su entrepierna. Escuchó cómo ella contenía el aliento y le sorprendió el jadeo de su propia respiración. ¿Qué diablos le estaba ocurriendo? Ninguna mujer, y había habido muchas, había atravesado su autocontrol como lady Flora Randall.

—No —susurró Christy—. No puede terminar así.

Ella no podía regresar a Glenmoor sin el hijo de lord Derby en su seno. Dar a luz al hijo de su esposo era la única manera de convencer a los miembros de su clan de que había consumado su matrimonio y podía garantizarle un heredero a Glenmoor. Hasta el momento se las había arreglado para mantener el orden entre clanes, pero le había resultado difícil. Los Cameron y otros hombres del clan querían un jefe varón. Querían a Calum Cameron. Tras la muerte de su abuelo, cuando ella se convirtió en jefa, algunos miembros del clan pidieron a gritos que anulara su matrimonio no consumado y se casara con uno de los suyos. Aunque lord Derby fuera el administrador de Glenmoor, Christy seguía siendo la jefa de los MacDonald, los Cameron, los Ranald y los Mackenzie, una posición que Calum Cameron codiciaba.

Pero Christy no quería tener nada que ver con Calum Cameron, el más ruidoso de sus pretendientes. Se había acostumbrado a ser la dueña de su propia vida y no quería responder ante la autoridad de ningún hombre. Por lo que los miembros de su clan sabían, ella había ido a Londres para conseguir la nulidad de su matrimonio, pero su auténtica misión era quedarse embarazada de Sinjun con la esperanza de que la consumación de su matrimonio y un hijo acallaran las voces de los más críticos del clan.

Y tenía intención de llevarlo a cabo sin que Sinjun fuera consciente de estar acostándose con su propia esposa. No quería que ninguna esposa lo molestara, y ella no quería que lo molestara ningún marido. Dios sabía que no sentía ningún amor por los ingleses.

—Flora —susurró Sinjun interrumpiendo sus pensamientos—, por favor, no me dejes con la incertidumbre. ¿Dónde podemos encontrarnos? Tengo que volver a verte.

Dejando a un lado las dudas que la acosaban, Christy le dio la única respuesta posible.

—Mañana por la noche. En el número cuarenta y seis de Belgrave Square. Te estaré esperando.

Se zafó de sus brazos y desapareció entre las sombras. Para bien o para mal, ya estaba hecho. Había sellado el rumbo de su destino, y, pasara lo que pasara, tendría que vivir con el resultado.