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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

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28001 Madrid

 

© 2000 Cathie L. Baumgardner

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El mejor tesoro, n.º 980 - diciembre 2019

Título original: The Lawman Gets Lucky

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1328-686-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Un poco de paz y tranquilidad. Eso era todo lo que Reno Best deseaba. Y una hamburguesa con lechuga y tomate. No pedía demasiado. Además, se lo merecía después de haber trabajado un turno de dieciocho horas durante el que había tenido que intervenir en cuatro peleas y levantar dos atestados por accidentes de tráfico.

Como comisario de Bliss, Colorado, mantener el orden era su labor. Una labor que se había vuelto cada día más difícil, sobre todo desde que empezaron los rumores sobre el supuesto tesoro que Curly Mahoney El bizco, famoso atracador de bancos, habría enterrado en los alrededores de Bliss cien años atrás.

Reno no sabía quién había corrido la voz sobre el descubrimiento del mapa del tesoro. Su padre, que tenía el mapa guardado en una caja fuerte, aseguraba no haber abierto la boca. Y tampoco sus hermanos y sus cuñadas.

Lo único que sabía era que, de repente, hordas de gente habían empezado a llegar a Bliss cargados de palas y detectores de metales y él parecía ser la única persona sensata que quedaba en el pueblo.

De momento, era el único en el recién inaugurado restaurante Tesoro y eso le permitiría comer su hamburguesa en paz. O eso creía, hasta que ella había entrado en el restaurante e, ignorando su sagrada hora del almuerzo, se había sentado a su lado sin esperar invitación.

–¿Ha hecho algo sobre lo de mi hermano?

Reno solo había visto a la nueva maestra de Bliss un par de veces y tuvo que hacer un esfuerzo para recordar su nombre… Annie. Annie Benton. Era muy querida por los padres de los alumnos, pero eso no le daba ningún derecho a interrumpirlo mientras comía.

–¿Su hermano? –repitió él, sin saber a qué se refería.

–Mi hermano. Ha desaparecido. He dejado mi número de teléfono en la comisaría para que me llamara. Y aún sigo esperando.

–Lo siento, pero no me han dado el mensaje –dijo el comisario, limpiándose la boca con una servilleta y maldiciendo mentalmente porque su secretaria, Opal, estaba en casa con gripe. Había enviado a su hija para ocupar su puesto durante unos días pero, a los veinte años, Sugar tenía más interés en escuchar a Ricky Martin que en anotar los mensajes–. Si no le importa esperar que vaya a la comisaría, la llamaré y…

–No pienso esperar un segundo más –declaró Annie, enfadada.

Aquello no debería haberlo sorprendido. Desde el descubrimiento del mapa, todo el mundo en Bliss parecía tan impaciente como un toro en los toriles.

Annie era una chica mona, para quien le gustaran las mujeres sin maquillaje y… sin curvas. Aunque Reno no juzgaba a las mujeres por el tamaño de su sujetador, tenía debilidad por las mujeres bien dotadas como Roxanne, la camarera del restaurante Homestead, que llevaba cuatro años seguidos ganando el concurso de camisetas mojadas y con la que había roto su relación siete meses atrás. Desde entonces, se había dedicado a salir por ahí con unas y con otras. Rubias, pelirrojas o morenas como la maestra, le gustaban todas. Reno Best tenía mucho éxito con las mujeres.

Aunque aquella no parecía mirarlo con ojos amistosos. Unos ojos castaños preciosos, por cierto. Parecía lo que solía llamarse una buena chica, aunque sus labios carnosos denotaban una naturaleza apasionada que Reno no había detectado a primera vista. Y mirándola más de cerca, con aquella camisola azul cielo, también tenía que corregir su estimación sobre las curvas.

–Es usted la nueva maestra, ¿verdad?

–No soy nueva –lo informó ella con voz helada–. Llevo en Bliss casi dos años. Pero eso es irrelevante. Estoy aquí porque mi hermano ha desaparecido. Hace dos días que no sé nada de él.

Reno sabía algo sobre Mike Benton, un chico que solía trabajar como peón en los ranchos de la zona o en la construcción. También había participado en un par de rodeos y en casi todas las apuestas que tenían lugar en el pueblo. El tipo de hombre inquieto, que no soportaba atarse a ningún sitio.

–Dos días no es mucho tiempo, señorita. Sobre todo, para alguien como Mike.

–Yo conozco a mi hermano mejor que usted, comisario.

–Llámeme Reno –dijo él–. Y sí, estoy seguro de que conoce a su hermano mucho mejor que yo, pero quería decir que un chico como Mike que va de un lado a otro… no sé, quizá no se ha dado cuenta de que habían pasado dos días. Y también es posible que haya decidido ponerse a buscar el tesoro de Curly, como la mitad del pueblo.

–Me habría llamado –dijo Annie.

–¿Alguna vez había desaparecido durante tanto tiempo?

Reno se dio cuenta por la expresión de la joven de que la respuesta era afirmativa.

–Pero me prometió que no volvería a hacerlo –lo disculpó ella–. Cuando llamé a Bozeman hace dos días, me dijeron que se había marchado y… ¡No puedo creer que siga ahí, comiendo… –le espetó ella con desprecio– mientras mi hermano puede estar necesitando ayuda!

La actitud de la joven lo fastidió. Llevaba doce horas sin comer y cuando encontraba un minuto para estar tranquilo, aquel ratoncillo de biblioteca tenía que aparecer para estropearle el almuerzo.

Cuando Reno volvió a tocar su hamburguesa, estaba fría. Igual que su mirada. Se le había agotado la paciencia.

–Mire, señorita, ninguna ley obliga a nadie a llamar a su hermana todos los días. Le sugiero que se calme un poco. Su hermano la llamará cuando quiera hacerlo.

Annie hubiera deseado estamparle la hamburguesa en la cara. Normalmente, ella era una persona tranquila y amable, pero cuando se trataba de su hermano pequeño era como una leona protegiendo a su cachorro. Tenía que serlo. Prácticamente, había tenido que criarlo.

Y aquel holgazán de comisario tenía la poca vergüenza de tratarla como si fuera una histérica.

Había oído hablar mucho sobre Reno Best y su fama de conquistador. Se rumoreaba que había salido con las tres últimas Miss Colorado y las chicas de Bliss lo llamaban «Tom Cruise», porque se parecía al actor.

Su pelo castaño siempre estaba un poco despeinado y tenía la barbilla cuadrada y unos pómulos por los que daría dinero un fotógrafo de moda. En sus ojos verdes había un permanente brillo burlón y tenía unas arruguitas a los lados de la boca que…

De acuerdo, aquel tipo era increíblemente atractivo. La gente tenía razón.

Pero a Annie no le importaba. Ella solo quería encontrar a su hermano.

–A ver si lo entiendo –dijo entonces, usando su mejor tono de maestra de escuela, el que utilizaba con los alumnos más rebeldes–. ¿Me está diciendo que no va a mover su trasero para buscar a mi hermano?

–Moveré «mi trasero» cuando me coma esta hamburguesa –replicó él, con toda tranquilidad.

–Muy bien. No hace falta que mueva el trasero.

–Parece usted muy interesada en mi trasero, señorita –dijo él entonces, con aquel brillo burlón en los ojos–. Si no le importa que se lo diga.

–Me importa y, para que lo sepa, usted no me interesa nada. Quien me preocupa es mi hermano. Pero veo que tendré que solucionar esto yo misma –dijo Annie, levantándose.

–¡Un momento! –la detuvo el comisario, tomándola por la muñeca–. ¿Cómo que tendrá que solucionarlo usted misma?

–Si usted no va a intentar encontrar a mi hermano, tendré que hacerlo yo.

–No creo que sea una buena idea –dijo él.

–Me importa un pito lo que usted crea.

–No va a encontrarlo, señorita Benton.

–Es mi obligación –replicó Annie, intentando disimular el nerviosismo que le provocaba el roce de la mano masculina.

–No quiero que se meta en líos –dijo Reno–. Ya hay bastantes problemas en Bliss últimamente.

–¿Problemas? –repitió ella, soltándose de un tirón–. ¡Usted no sabe lo que son problemas, pero se enterará si le ocurre algo a mi hermano!

–Si no ha aparecido en dos días, yo…

–No pienso esperar. Y, además, no me impresionan sus habilidades policiales –lo interrumpió ella.

–¿Solo le impresiona mi trasero? –sugirió él con una sonrisa.

–Es posible que sea lo único bueno que tiene –replicó Annie–. Pero, créame, no es suficiente.

Después de decir aquello, salió del restaurante tan rápidamente como había entrado.