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El gran fraude lunar

Evidencia irrefutable de que las misiones del programa Apolo fueron falsas

 

Waldemar Figueroa de Jesús

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© Waldemar Figueroa de Jesús

© El gran fraude lunar. Evidencia irrefutablede que las misiones del programa Apolo fueron falsas

 

ISBN papel: 978-84-685-4111-2

ISBN ePub: 978-84-685-4113-6

 

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Siempre que te encuentres del lado de la mayoría, es hora de hacer una pausa y reflexionar.

Mark Twain

 

 

 

 

 

Prefacio

 

 

 

 

Primeramente, es imperativo aclarar algo muy importante: que este servidor no es un científico, ni un astrofísico, ni nada por el estilo; de hecho, ni siquiera he estudiado dichas disciplinas habiendo adquirido únicamente un bachillerato en contabilidad, y eso una década antes de finalizar este libro. Ahora bien, antes de soltar el libro y descartarlo como una pérdida de tiempo, permítame explicar que ése es precisamente el punto de este trabajo: que no hace falta ser un científico, ni un astrofísico, o ni siquiera haber pasado de la educación secundaria, para detectar o entender que las misiones TRIPULADAS a la Luna —nueve según la historia oficial— que la NASA o la Agencia Nacional de la Aeronáutica y del Espacio de EE.UU. supuestamente emprendió de 1968 (Apolo 8) a 1972 (Apolo 17), fueron totalmente falsas siendo nada más que un elaborado, y carísimo, proyecto de propaganda o de guerra sicológica llevado a cabo con fines puramente políticos y geoestratégicos y no en el nombre de la ciencia o de “toda la humanidad” como esa agencia ha mantenido desde el inicio del programa Apolo en 1961. Y es que, aunque sí hay varios asuntos cuya complejidad exige un conocimiento profundo de, entre otras cosas, la astrofísica, termodinámica, tecnología de comunicaciones y la cohetería, lo cierto es que para develar la mayoría de la evidencia en contra de los supuestos alunizajes tripulados del siglo XX —que, dicho sea de paso, ha sido meticulosamente recopilada por decenas de personas a través de los años— lo más importante es poseer solo dos cosas: un ojo perspicaz y una mente abierta.

Así es, con tan solo estas dos cosas cualquier persona con un conocimiento básico puede descifrar este gran acertijo, pues las misiones del programa Apolo produjeron más de 6,000 fotografías y sobre 130 horas de video y audio grabaciones de todas sus supuestas hazañas en el espacio y la Luna, dejando atrás un larguísimo e interesantísimo rastro de claves para escrutar. Más aún, entre los 380 kilogramos de rocas “lunares” supuestamente traídas a la Tierra por los “caminantes lunares” se encuentra una de las mejores, sino la mejor, pieza de evidencia en contra de todo el programa Apolo. Como veremos a continuación, este amplio archivo audiovisual y físico contiene tantas anomalías, contradicciones y errores que el autor se mantiene firme en que, tal y como dice en la portada de este libro, la evidencia en contra de la NASA y los Apolo-creyentes es irrefutable. ¡Y hay una montaña de evidencia!: todo desde artículos de periódicos y portales de noticias reconocidos, incluyendo de la misma NASA, hasta testimonios grabados de los presuntos exploradores lunares.

Cambiando un poco de tema, si se está preguntando por qué la ausencia de una página de agradecimientos, esto se debe a que, aunque casi todas las personas con quien hablé de este tema expresaron un genuino interés por el libro, solo dos de ellos; mi madre, y mi primo James Cordero Ramírez; me apoyaron en la creación de este proyecto. Tan arraigado está este mito que aún en la primera mitad del siglo XXI casi nadie se atreve a cuestionarlo abiertamente. Bueno. Pensándolo bien, sí hay alguien además de mi madre y Jimmy a quien debo agradecerle por haberme motivado —aunque sin haberlo planificado— a escribir este libro: un usuario de You Tube cuyo correo electrónico es alex.capps@ thefirearmblog.com. Resulta que en su video titulado Top Five Overrated Guns o “Las Cinco Armas Más Sobre Estimadas” Alex se burló de todos aquellos que no eran de EE.UU. al decir que el sistema métrico era para “aquellos que no han puesto una bandera en la Luna”, insinuando que el 95 por ciento restante de la humanidad no debía de ostentar su adopción de ese sistema más avanzado y más fácil de usar que el arcaico y complejo sistema anglosajón de unidades porque, según lo que nos han enseñado desde pequeños, su nación disfruta del honor de haber sido la única en poner seres humanos en otro cuerpo celeste. Irónicamente, fue gracias al repulsivo chovinismo de ese aficionado de las armas que este servidor se motivó a investigar y a investigar, y consecuentemente a desmentir, y a desmoronar totalmente, el programa Apolo el cual, como veremos a continuación, es tan real como el Apolo de la mitología griega y romana. Así que este libro se lo dedico principalmente a Alex, y a todos los demás ignorantes de EE.UU., para demostrarles que su dogma del “excepcionalismo americano”, con hombrecitos blancos plantando las barras y estrellas en la Luna en el siglo XX, no es tan sólido como ellos creen.

Asimismo, esto es para demostrarle al mundo entero que, como dice la canción de Cultura Profética, “no todo lo que se ve es realidad, no todo lo que se escucha es la verdad”, incluso aquello pregonado desde esas esferas consideradas como prestigiosas e incuestionables: el Estado y la comunidad científica-académica. Por eso este libro le exhorta a desaprender todo lo que cree, o que hasta hace poco estuvo creyendo, respecto a la historia de la exploración espacial, porque, como verá a continuación, el fraude no se limita exclusivamente al programa Apolo, ni tampoco al programa Skylab o “Laboratorio Celestial” que le siguió, de hecho, Apolo ni siquiera fue el primero de los fraudes espaciales, ni los estadounidenses los únicos en hacerlos, pero nos estamos adelantando demasiado. Ahora bien, le aconsejo, estimado lector, que no se equivoque: el hecho de que este libro esté cargado de comentarios sarcásticos no significa que esta sea una obra de ciencia ficción o de comedia. No señor. Los temas que se estarán analizando aquí son muy, muy serios, e incluso perturbadores (especialmente aquellos discutidos en los capítulos 9 y 11), y ameritan nuestra atención. Así que prepárese porque lo que verá a continuación es el mejor ejemplo de los extremos a los que llegan los poderosos para engañar a las masas. Sinceramente, este servidor le garantiza que el recorrido no será aburrido.

 

 

 

 

 

Introducción

 

 

 

 

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Desde la izq.: Neil A. Armstrong (comandante), Michael Collins (comandante de módulo de comando y servicio) y Edwin E. “Buzz” Aldrin Jr. (piloto de módulo lunar).

 

Era el 20 de julio de 1969 o 21 de julio para el hemisferio oriental, a las 20:17 UTC (tiempo universal coordinado) o 4:17 p.m. en Cabo Kennedy (actualmente cabo Cañaveral, Florida), o 3:17 p.m. en Houston (Texas), en el centro de control de toda la operación, cientos de millones de personas a través de todo el mundo vieron en sus televisores imágenes “en vivo”, en blanco y negro y de malísima calidad, de un feo aparato o “nave” estadounidense de aspecto similar a un arácnido —aunque en este caso de cuatro patas— supuestamente pisando el suelo de la “Luna” luego de haberse separado del módulo de comando y servicio (MCS), el Columbia, casi dos horas y media antes. Según la versión oficial del evento, el Columbia y su tripulación de tres hombres había comenzado su viaje cuatro días antes tras ser lanzados, a bordo del poderoso cohete Saturno V, desde Cabo Kennedy en la Florida. “El Águila ha aterrizado (alunizado)” dijo el expiloto militar y comandante de la misión, Neil Armstrong para avisarle a Houston del evento. Por si las dudas, Armstrong no estaba hablando en código, sino que se estaba refiriendo a la “nave” que supuestamente lo había llevado allí: el “módulo lunar” (ML) cuyo nombre oficial era Eagle o “Águila”. Aunque la Sociedad Astronómica de Australia ha estimado que unos 600 millones de personas o casi el 19 por ciento de la población mundial en aquel entonces presenciaron el evento, es probable que dicha cifra esté exagerada, esto debido a la relativa ausencia de televisores en África, Asia y Latinoamérica en aquella época. Según la NASA, el número fue alrededor de 530 millones de personas. De todos modos, casi cuatro horas después, a las 02:56 UTC/10:56 p.m. Cabo Kennedy/9:56 p.m. Houston, estos millones de televidentes vieron, aunque con un poco de dificultad (debido a la pobre calidad de la transmisión), cómo Armstrong, comenzaba a bajar cuidadosamente por la escalerilla del “módulo lunar”. La versión oficial nos asegura que Armstrong hizo un alunizaje perfecto, algo verdaderamente insólito considerando que esa fue la primera vez que dicho aparato fue manejado en la “Luna”. Exactamente a las 2:56:15 UTC, Armstrong dio su primer paso en la “Luna” diciéndole al mundo la ya muy célebre frase: “Este es un pequeño paso para un hombre, (pero) un gran salto para la humanidad.” Veinte minutos después, el compañero de Armstrong, Edwin E. Aldrin, también conocido como “Buzz” Aldrin, salió del módulo lunar para llevar a cabo su “actividad extra-vehicular”, o EVA por sus siglas en inglés, la cual duraría poco más de dos horas y media antes de regresar al módulo lunar. Durante ese tiempo los dos astronautas desempeñarían una serie de tareas que incluirían colectar rocas “lunares”, tomar fotografías (más de cien en total), plantar la bandera estadounidense, por supuesto, y además contestarían una llamada radiotelefónica del presidente Richard M. Nixon felicitándolos por su “inmensa hazaña” y declarando grandilocuentemente que, de ese momento en adelante, “los cielos se han convertido en parte del mundo del hombre”. ¡Guau! La versión moderna de la torre de Babel. Increíblemente, durante todo el evento nada fallaría: ninguno de los dos astronautas sufriría ninguna caída severa o cualquier otro problema adaptándose a la reducida gravedad lunar (1/6 parte de la gravedad terrestre), y la señal de televisión siempre se mantendría estable o sin sufrir serias interrupciones. Recuerde que estamos hablando de la década de los sesenta.

 

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Fig. 2. Una de las imágenes transmitidas supuestamente en vivo desde la Luna y mostrando a Neil Armstrong a punto de dar su primer paso en ese cuerpo celeste.

 

El cuento continúa diciéndonos que Armstrong y Buzz regresaron al módulo lunar en donde durmieron durante unas siete horas y luego se prepararon durante tres horas más antes de despegar, en la segunda etapa o parte superior de la “nave”, hacia la órbita lunar en donde debían hacer el complicadísimo —y también extremadamente peligroso— re-acoplamiento con la parte superior de la cápsula Columbia. Milagrosamente, Armstrong y Aldrin hicieron el acoplamiento perfectamente y luego abandonaron el Eagle y se reunieron con su compañero Michael Collins, el piloto del módulo de comando. Una vez adentro del Columbia el Eagle fue eyectado hacia la “Luna” y los tres astronautas emprendieron el larguísimo viaje de alrededor de 385,000 kilómetros para retornar a la Tierra.

La versión oficial continúa asegurándonos que los astronautas dejaron atrás una serie de instrumentos científicos entre estos unos retroreflectores o paneles para reflejar láseres desde la Tierra y un “Paquete de Experimentos Pasivos Sísmicos” para medir temblores lunares. Asimismo, los astronautas dejaron una placa grabada fijada en la escalerilla de la primera etapa o la etapa de descenso del módulo lunar mostrando dos dibujos de la Tierra (de sus hemisferios occidental y oriental, respectivamente) y una inscripción con las firmas de los astronautas y del presidente Nixon que dice:

 

Aquí hombres del planeta Tierra pisaron por primera vez la Luna, julio 1969 D.C. Vinimos en paz para toda la humanidad.

 

Pero eso no fue todo, pues también había un parcho de la malhadada misión de Apolo 1, una “bolsa conmemorativa” con una réplica de una hoja de olivo (supuestamente como símbolo de paz) y, en las palabras de la NASA, “un pequeño disco (de silicón) llevando declaraciones de los presidentes (Dwight D.) Eisenhower, (John F.) Kennedy, (Lyndon B.) Johnson y Nixon y mensajes de buena voluntad de líderes de 73 países alrededor del mundo”. Para enfatizar la posición hegemónica de EE.UU., “El disco también lleva(ba) un listado del liderato del Congreso y… de la alta administración de la NASA” y aclara que “Los mensajes de los líderes extranjeros felicitan a los Estados Unidos y a sus astronautas y además expresan su esperanza de paz para todas las naciones del mundo.” Y también incluye “un mensaje altamente decorativo del Vaticano… firmado por el Papa (Juan) Pablo.” ¿Acaso las autoridades en Washington esperaban que algunos exploradores o turistas extraterrestres pasasen por, o regresasen al Mar de la Tranquilidad, el supuesto lugar del alunizaje? O quizás el mensaje iba dirigido exclusivamente hacia las masas de EE.UU. y Occidente. Después de todo, las décadas intermedias del siglo XX (particularmente los años 50) vieron un auge de la ciencia ficción, particularmente de películas acerca de invasiones lanzadas por civilizaciones extraterrestres como War of the Worlds (“La Guerra de los Mundos”) y The Invasion of the Body Snatchers (“La Invasión de los Usurpadores de Cuerpos”).

Según la versión oficial, el 24 de julio a las 16:51 UTC la nave Columbia culminó exitosamente, y sin ningún contratiempo o avería, el descomunal tramo equivalente a más de 30 veces el diámetro de la Tierra. Tras separase del módulo de servicio, la cápsula terminó cayendo —con la asistencia de paracaídas— en el océano Pacífico en un punto 340 kilómetros al sur del atolón de Kalama/Johnston a unos 1,500 kilómetros al oeste de Hawái. Allí los tres astronautas fueron recogidos por Seals o miembros de las fuerzas especiales navales de EE.UU. para luego ser llevados en helicóptero al portaaviones USS Hornet. Notablemente, los astronautas no requirieron de mucha asistencia para poder pasar por la incómoda escotilla de la cápsula y estos salieron vistiendo los “trajes de aislamiento biológico” (BIG por sus siglas en inglés) los cuales imposibilitaban que se vieran sus rostros. Según la NASA, el propósito de dichos overoles era “prevenir la propagación de especies exóticas que los astronautas podrían haber adquirido durante su viaje o mientras estaban en la Luna”. Una vez en el USS Hornet, los astronautas fueron recibidos eufóricamente por el presidente Nixon y, por supuesto, por equipos de prensa nacionales e internacionales. En otro dato curioso, los astronautas se mostraron muy ágiles en todo momento, caminando y saludando muy energéticamente hasta llegar a la “estación móvil de cuarentena” construida exclusivamente para aislar a los tres hombres y, a su vez, evitar un posible contagio con una bacteria o virus desconocido.

Poco después, Nixon sostuvo una breve charla con Armstrong, Aldrin y Collins antes de la tradicional ceremonia de corte de un pastel. Y así concluyó la misión de Apolo 11, indudablemente la cúspide no solo de la NASA, sino de los Estados Unidos. Después de Apolo 11 otras seis misiones lunares se llevarían a cabo poniendo un total de 24 hombres “fuera de la órbita baja terrestre”, doce de ellos en la Luna y, todas menos una de ellas; la misión número 13; serían rotundamente exitosas. Al menos eso es lo que dicen la NASA y los libros de historia de casi todos los países del mundo.

 

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Fig. 3. Dibujos mostrando la secuencia supuestamente seguida por Apolo 11.

 

Luego de 21 días de cuarentena más tres días adicionales de descanso, Armstrong, Collins y Aldrin, junto con sus esposas, hicieron varias apariciones en público visitando a Nueva York, Chicago y a Los Ángeles el mismo día: el 13 de agosto. Como era de esperarse, los tres “héroes” fueron recibidos con gran entusiasmo y exaltación por dondequiera que pasaron. De hecho, en la cena de honor que se les celebró embajadores de 83 naciones diferentes, más sobre 40 gobernadores y oficiales del gobierno central estadounidense, los homenajearon. Pero eso fue solo el comienzo de una gira mundial que duraría 45 días; la gira del “Gran Salto”; la cual los llevaría a un total de 23 países, entre estos México, la ahora difunta Yugoslavia, Zaire (actualmente la República Democrática del Congo) y Australia. Según algunos estimados, hasta 100 millones de personas vieron a los supuestos exploradores lunares durante estas visitas. A juzgar por la recepción en casi todos estos países, EE.UU. había convencido al mundo de que su supuesta hazaña fue real, esto en gran parte gracias al silencio de las autoridades soviéticas. Pero no todos quedaron verdaderamente convencidos.

 

 

Houston, Tenemos un Problema

 

Aunque el día después de la misión, el 21 de julio (aunque, como fue mencionado al principio de esta sección, para la mayor parte del mundo el “alunizaje” fue ese mismo día) todos los países del mundo aceptaron —al menos públicamente— el “alunizaje” sin titubear, es imperativo aclarar que no todo marchó perfectamente para la campaña propagandista de EE.UU., pues, como se adujo anteriormente, hubo varias, indudablemente cientos de millones (¿Quizás sobre mil millones?) de personas, que nunca creyeron en el supuesto viaje tripulado a la Luna. De hecho, algunos periódicos de la época, particularmente de Países Bajos/Holanda, heroicamente cuestionaron, o al menos se mostraron escépticos, ante la versión dada por la NASA/EE.UU. Más aún, cuando la gira del “Gran Salto” llevó a los astronautas a Suecia el recibimiento de los lugareños fue tan frío que Edwin E. Aldrin se quedó sorprendido, tanto así que años más tarde él escribiría en su libro autobiográfico Return to Earth o “Regreso a la Tierra” (pág. 66) que: “Las personas alineadas a lo largo de la calle eran extremadamente corteses, pero sin ningún entusiasmo (énfasis añadido).» Cuarenta años mas tarde, la Institución de Ingeniería y Tecnología de Reino Unido llevó a cabo una encuesta para determinar qué porciento de la población británica creía en el alunizaje tripulado: un 25% de los 1,009 (o 252) participantes respondieron que no creían que seres humanos pisaron la Luna de 1969-1972.

Pero las dudas no se limitaron únicamente a Europa, pues aún dentro del mismo EE.UU. —donde, por razones obvias, el porcentaje de escépticos siempre ha sido mucho menor que en el resto del planeta (solo un 6 % de la población)— también ha habido escépticos que han expresado sus dudas acerca de Apolo 11, aún desde el 1969. Uno de ellos le dijo a un joven de unos 23 años que “él no lo creía (las imágenes del alunizaje) ni por un minuto, (por) que esos ‘tipos de la televisión’ podían hacer que cosas se vieran reales, aunque no lo fueran”. Impresionado por lo que había escuchado, el oriundo de Arkansas recordaría esas palabras durante el resto de su vida. ¿Y quién era ese joven? Pues William Jefferson “Bill” Clinton, el cuadragésimo segundo presidente de EE.UU. quien en su libro autobiográfico My Life o “Mi Vida” (2004) escribió que “Durante mis ocho años en Washington, yo vi algunas cosas en la TV que me hicieron preguntarme si él no estaba muy adelantado para sus tiempos.” ¿Acaso Clinton estaba admitiendo indirectamente que él también dudaba de la veracidad de los “alunizajes tripulados”?

Otro que expresaría sus dudas, aunque más abiertamente, fue el Dr. Brian T. O’Leary, un cadete espacial que entrenó junto con algunos de los astronautas del programa Apolo antes de renunciar en 1968. En el documental de la cadena Fox titulado Conspiracy Theory: Did we land on the Moon? o “Teoría Conspirativa: ¿Aterrizamos en la Luna?” (2001), O’Leary dijo que “respecto a las misiones Apolo, yo no puedo decir con un cien por ciento de seguridad si estos hombres caminaron en la Luna”. Yendo aún más lejos, O’Leary también dijo que “es posible que la NASA pudo haberlo encubierto (el alunizaje) solo para recortar gastos y ser los primeros en el espacio”. ¡¿Qué?! ¡¿Que uno de los escogidos para ser un astronauta admitió en televisión que no estaba totalmente seguro de que sus compañeros estuvieron en la Luna?! Esto por sí solo representa un fuerte golpe a la reputación de la NASA, esto debido a que O’Leary fue uno de los pocos potenciales astronautas que no tenía experiencia militar lo que significa que él no entró al programa con la misma mentalidad de obediencia ciega de sus compañeros y, por ende, probablemente observó varios detalles que levantaron sus sospechas.

O sea que, en medio de la apolomanía, cuando prácticamente todo el mundo (literalmente) estaba, pues, espaciado, había mucha gente que sospechaban que el gobierno estadounidense les estaba tomando el pelo. Esto es verdaderamente impresionante, y a la vez muy alentador considerando el hermetismo mediático y el limitadísimo acceso a la información que existía en aquel entonces. Pero ¿qué pudo haber llevado a todos ellos a cuestionar o dudar de la versión que se les estaba imponiendo? Recordemos que esto ocurrió durante el punto más tenso de la Guerra Fría por lo que Washington, principalmente a través de la NASA y sus agencias noticiosas, y con la complicidad de sus aliados anticomunistas o derechistas, bombardeaban constantemente a los habitantes de todo el mundo no solo con bombas, sino también con imágenes, boletines y reportajes acerca de la “carrera a la Luna” entre las dos superpotencias del momento; Estados Unidos y la Unión Soviética (URSS); siempre recordándoles a ellos que el último, o los “comunistas” de Rusia, eran una amenaza para la humanidad.

Nuevamente debemos preguntarnos ¿qué vieron o detectaron esas personas para ir en contra de la corriente, nada menos que del “líder del mundo libre” y de la “ciencia”, y también de todo el planeta, pues hasta el Vaticano y esos malvados soviéticos lo habían aceptado? Bueno. Pues suficientes cosas extrañas o anómalas en todas esas horas de video/audio-transmisiones producidas por la NASA. En el caso de Apolo 11, se trata de alrededor de dos horas y media del “descenso”, “alunizaje”, “actividad extra-vehicular” y finalmente el “despegue” hacia la “órbita lunar”. Asimismo, a esta misión hay que sumarle varios minutos más de video filmado “en el espacio”, supuestamente mientras los astronautas iban rumbo a, y regresaban de nuestro satélite natural.

Quizás fue la pobre calidad de las imágenes televisadas, las cuales recordemos eran en blanco y negro (¿Por qué si las televisiones a color existían desde los años 40?), lo que llevó a estos observadores más intuitivos a deducir que el estado relativamente primitivo de la tecnología de cohetes, telecomunicaciones y de información durante los años sesenta descartaba cualquier posibilidad de hacer todo lo que el gobierno estadounidense les estaba mostrando en sus pantallas. Quizás percibieron desde un principio la presencia de un aire de fantasía en torno a todo lo que estaban viendo: dos seres humanos en un ambiente verdaderamente hostil, sin los elementos más básicos para la existencia humana manejando una nave de aspecto frágil y caricaturesco y posándola en la faz de un cuerpo celeste a casi 400,000 kilómetros de la Tierra sin ningún problema. Una señal que les llegaba desde esa distancia en vivo y también sin ningún problema de continuidad. Tal vez lo que los convenció fueron los ordinarios brincos de 43 centímetros que daban los “astronautas”, coincidiendo con lo que un hombre promedio puede brincar en la Tierra y no con los que deberían de producirse en la reducida gravedad lunar. O quizás fue la conferencia de prensa de los tres astronautas, un evento de alrededor de 45 minutos que solo puede describirse como patético, esto porque el comportamiento de los tres presuntos héroes de la humanidad delató una gran inseguridad e incomodidad de su parte.

Así es. El 25 de mayo de 1961, Kennedy le dijo al congreso estadounidense “Creo que esta nación debe comprometerse a lograr la meta, antes de que acabe esta década, de aterrizar (alunizar) un hombre en la Luna y regresarlo sano y salvo a la Tierra” y luego les dijo a cientos de espectadores en la universidad Rice de Texas que:

 

Aceptamos ir a la Luna. Aceptamos ir a la Luna en esta década y hacer otras cosas, no porque son fáciles, sino porque son difíciles…ese reto es uno que estamos dispuestos a aceptar, uno que no estamos dispuestos a posponer, y uno que pretendemos ganar… “ (Énfasis añadido.)

 

Afortunadamente para Washington, tan solo cinco meses y medio antes de 1970, Apolo 11 logró el primer alunizaje tripulado de la historia prácticamente a la perfección.

Pero no se equivoque, la realidad es que la gran mayoría de la humanidad se tragó el cuento del programa Apolo, quedando verdaderamente pasmados y, en algunos casos, incluso llegando a envolverse emocionalmente con lo que veían en la televisión. Por ejemplo, tras escuchar que “el Águila había aterrizado” (“alunizado”), el reconocido ancla Walter Cronkite del noticiario de la cadena CBS exclamó “Estamos en casa. ¡Hombre en la Luna!” y luego él y su invitado especial, el astronauta Walter Schirra de Géminis 6A y Apolo 7, se vieron limpiándose lágrimas. Durante su reportaje especial del “alunizaje”, la cadena ABC informó que “más de 17,000 personas”, entre ellos “familias enteras”, habían solicitado asientos para “volar a la Luna” a través de la Pan American World Airways (Pan Am). En el segmento, el presentador dice, mientras muestra una tarjeta, que él sostenía, pero no había comprado, “una reservación para un vuelo a la Luna” y, tras reírse brevemente, continúa narrando que se trata de una Moon Card o “Tarjeta Lunar” la cual tenía un costo de unos $28,000 por un viaje de ida y vuelta por cada “pasajero lunar”. Por si las dudas, $28,000 de 1969 es equivalente a poco más de $190,000 en dólares corrientes (2018). O sea, que los que reservaron su “vuelo lunar” definitivamente no pertenecían a la clase media. El reportaje prosigue con un enlace con la oficina de boletos de Pan Am en Nueva York para entrevistar a algunos de los “clientes felices” que depositaron grandes sumas de dinero para convertirse en los primeros turistas lunares los cuales incluían personas de todas las edades.

Irónicamente, una de las potenciales turistas lunares más jóvenes, como de unos 9 a 12 años, dijo “Yo solo espero ir muy, muy pronto. Y espero que no esté tan vieja (…)” presuntamente para el momento del viaje. Aunque parezca cruel, ¿Se habrá desilucionado la niña? Después de todo, ya van cincuenta años de su entrevista en la Pan Am. Otro que indudablemente tuvo que haber quedado muy desilucionado fue el pequeño Andrew (de unos 8 a 10 años) o el pasajero # 2,331, quien todavía no ha podido cumplir su deseo de ver los cráteres lunares. Y es que, aunque la NASA finalmente lograse poner seres humanos en la Luna para el 2029, Andrew estará demasiado viejo —con alrededor de 70 años— para poder ir, aunque quién sabe, quizás él se ha conservado muy bien… si ha administrado bien su herencia.

 

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Figs. 4 y 5. Escenas del frenesí de la apolomanía. Según la popular revista Life: alrededor de “medio millón de espectadores del lanzamiento” “equipados con casetas de campaña, sacos de dormir y remolques para acampar” se aglomeraron en Cabo Kennedy para ver el lanzamiento.

 

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Fig. 6. Dibujo del folleto de la NASA titulado Referencia para la prensa de las naves Apolo (Apollo Spacecraft News Reference) narrando que “Durante su auge, más de 20,000 firmas industriales, empleando más de 350,000 personas, estuvieron produciendo equipo para el programa estadounidense Apolo/Saturno bajo contratos con la Administración Nacional de la Aeronáutica y el Espacio.”

 

Ahora retornemos al asunto de esos 385,000 (más o menos) kilómetros de distancia que nos separan de la Luna, esto para explicar mejor cuán grande es esa distancia, pues la verdad es que los ceros a la derecha del primer número simplemente no sirven para dimensionarlo bien. Trescientos ochenta y cuatro mil kilómetros es una distancia tan grande que dentro de ésta se pueden alinear pegados todos los planetas (incluyendo la Tierra) junto con casi todos los planetas enanos de nuestro sistema solar: doce de un total de trece (Figura 7). El único que quedaría excluido sería Ceres, el más pequeño de los planetas enanos. Tenga en mente que el más grande de todos estos cuerpos celestes, Júpiter, tiene un tamaño once veces mayor que nuestro planeta y que el segundo más grande, Saturno, es sobre nueve veces mayor que la Tierra.

 

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Pero las sospechas, y de hecho el número de apoloescépticos, irían aumentando poco a poco con el paso de los años con las consecuentes misiones tripuladas a la “Luna” que se llevarían a cabo hasta diciembre de 1972, pues cada una de ellas iría dejando una que otra clave de que algo no estaba bien, de que lo que se le estaba vendiendo al mundo entero como “el logro de ingeniería más sobresaliente de la humanidad” en realidad no era más que un sórdido producto de la Guerra Fría, una obra de ficción o, mejor dicho, de ciencia ficción, para exaltar la marca USA.

Pero quizás los estadounidenses no deben sentirse tan mal, ya que las misiones de Apolo sí merecen al menos un lugar en las páginas del famoso libro de récords Guinness; no por haber llevado seres humanos al punto más lejos de su historia, ni por haber puesto los primeros seres vivientes en la Luna, sino por haber hecho la película y el programa de guerra sicológica más vistos, y más caros, de todos los tiempos. ¿El costo total? Pues $20,443,600,000 lo cual al ajustarse para la inflación da la astronómica suma —en dólares de 2016— de $117,887,187,961.72.

 

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Fig. 8. Sección ampliada de la foto AS11-40-5915 mostrando el “módulo lunar Eagle (Águila)” y el módulo lunar del Museo Nacional del Aire y el Espacio en Washington D.C. ¿Parece esto una nave que pueda aguantar las intensas vibraciones generadas por un motor de empuje máximo de 45.04 kN? Sinceramente, para este servidor esta cosa se asemeja más a una chiringa maltratada por el viento que a una nave espacial verdadera.

 

Así que comencemos la interesante y entretenida búsqueda de las pruebas de fraude por parte del gobierno estadounidense. Dicho proceso consistirá en un análisis minucioso de algunas anomalías, contradicciones y elementos problemáticos contenidos por la versión oficial de las misiones de Apolo, e inclusive algunas misiones previas, y también posteriores a este programa, como, por ejemplo, las de los proyectos Mercurio (1958-1963), Géminis (1961-1966) las cuales presuntamente pusieron a los primeros astronautas estadounidenses en el espacio. Así es, en estas misiones también se pueden percibir varias cosas muy extrañas y sospechosas.

Como esta tarea abarca una serie de disciplinas que van desde el relativamente sencillo estudio de la fotografía hasta las complejas o complicadísimas ciencias de la cohetería y la astrofísica, entre otras cosas, el autor hará uso de algunas fuentes relacionadas, o que al menos han citado o entrevistado a peritos en las antedichas disciplinas. Por ejemplo, para enfrentar el asunto de las anomalías fotográficas y de video, se recurrirá a David S. Percy, un miembro de la Sociedad Real de Fotografía de Reino Unido y director del excelente documental What Happened on the Moon?-An Investigation into Apollo (2000) o “¿Qué fue lo que sucedió en la Luna?-Una Investigación de Apolo”. Percy, junto con su esposa, Mary Bennett, también ha escrito el libro: Dark Moon: Apollo and the Whistle-blowers o “Luna Oscura: Apolo y los Soplones.” Lamentablemente, ambas obras, como todas las demás acerca de este tema, solo están disponibles en inglés.

Para lidiar con las anomalías relacionadas con la cohetería se recurrirá al experto de misiles de Rusia, Guenadi Ivchénkov y a William Charles o “Bill” Kaysing, ex director de publicaciones técnicas para la División Rocketdyne de la compañía North American Aviation (NAA), una de las empresas encargadas de fabricar las naves y sistemas de propulsión para la NASA en los años cincuenta y sesenta. Kaysing también escribió el libro We Never Went to the Moon. America’s Thirty Billion Dollar Swindle o “Nunca fuimos a la Luna. La estafa de treinta mil millones de dólares de Estados Unidos”, el segundo libro dedicado exclusivamente a cuestionar los supuestos alunizajes tripulados. Por si las dudas, el primero en escribir un libro apoloescéptico fue James J. Cranny con Did Man Land on the Moon? o “¿El hombre aterrizó en la Luna?” publicado en 1970, es decir, tan solo un año después de Apolo 11. Y, por último, pero no menos importante, se recurrirá a otros expertos como el inventor Ralph René, el físico y autor del interesantísimo (y, en mi opinión personal, el mejor) libro apoloescéptico, Американцы на Луне: великий прорыв или космическая афера? o “Americanos en la Luna: ¿una gran hazaña o una farsa cósmica?” (Lamentablemente, solo está disponible en ruso.), Alexander Popov, el investigador Gerhard Wisnewski, autor de One Small Step? The Great Moon Hoax and the Race to Dominate Earth from Space o “¿Un Pequeño Paso? — La gran farsa lunar y la carrera para dominar a la Tierra desde el espacio” y escritor del documental Die Akte Apollo o “El Acto Apolo”, (que lamentablemente solo está disponible en alemán) y el brillante estudiante de astrofísica de Australia, Jarrah (se lee “Yara”) White cuya interesantísima serie de videos en You Tube; Moonfaker o “Farsante Lunar”; jugaron un papel decisivo en la conversión de este servidor, y seguramente de otras personas que han pasado la mitad o la mayoría de sus vidas creyendo en los mitos del Apolo moderno.

Otro investigador digno de reconocimiento fue Jack White, un fotógrafo y exejecutivo publicitario con más de 50 años de experiencia reconocido por su análisis de las fotos relacionadas con el asesinato de John F. Kennedy. Su minucioso escrutinio del archivo fotográfico del programa Apolo hizo posible muchas de las secciones de este libro. Respecto a René, él es miembro de la Mensa International la cual, contrario a la idea negativa que dicha palabra le evocaría a un habitante de México, Centroamérica y Ecuador, es una sociedad dedicada al “intercambio intelectual” entre personas de alto cociente intelectual y que tiene miembros en más de cien países. René también es tenedor de una patente aprobada por la NASA (Su libro, muy jocoso de hecho, se llama NASA Mooned America! o “¡NASA le Enseñó el Trasero a Estados Unidos!”). Contrario a las calumnias de los defensores de la NASA como el astrónomo Phil Plait, quien irónicamente se describe a sí mismo como un escéptico, el ingeniero Jay Windley y otros de (mucho) menor intelecto como Shane Killian, un ultraderechista que también se ha autodenominado un escéptico, todos estos investigadores/documentalistas son o han sido hombres serios que colectivamente han encontrado grandísimos agujeros en la versión oficial del supuesto alunizaje tripulado del siglo XX, y que siempre han expuesto sus argumentos de un modo elocuente, convincente y, por lo general, disciplinadamente. Cabe señalar que, con el fin de ser justo con el lector, he optado por incluir algunos de los puntos y contraargumentos de los Apolo-creyentes, particularmente de los más serios como, por ejemplo, Jay Windley y Amy Shira Teitel.

Para concluir, los descubrimientos de los antedichos apoloescépticos contienen la clave, o más bien claves, para desmoronar, de una vez por todas, este gran fraude de la historia.