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Este libro (y esta colección)

Introducción

1. ¿Cómo aprende el cerebro a leer?

¿Qué es la escritura?

¿Cómo funciona el cerebro antes de la lectura?

Una región del cerebro se especializa para ocuparse de las palabras escritas

¿Cuáles son las otras diferencias entre una persona alfabetizada y una analfabeta?

Tomar conciencia de los fonemas

El código visual de las letras y los grafemas

El estadío de espejo y el papel de los gestos

Los futuros maratonistas de la lectura

¿Y la dislexia?

La lectura en un entorno desfavorecido

2. Los principios fundamentales de la enseñanza de la lectura

1. Principio de enseñanza explícita del código alfabético

2. Principio de progresión racional

3. Principio de aprendizaje activo, que asocia lectura y escritura

4. Principio de transferencia de lo explícito a lo implícito

5. Principio de elección racional de los ejemplos y de los ejercicios

6. Principio de compromiso activo, de atención y de disfrute

7. Principio de adaptación al nivel del niño

3. La educación basada sobre la evidencia

La importancia de la experimentación

Del laboratorio a la escuela

Conclusión

Anexo

Agradecimientos

Bibliografía

Acerca de los autores

Otros títulos del autor

colección

ciencia que ladra

serie mayor

Dirigida por Diego Golombek

Stanislas Dehaene

director

APRENDER A LEER

De las ciencias cognitivas al aula

Con la colaboración de

Ghislaine Dehaene-Lambertz

Édouard Gentaz

Caroline Huron

Liliane Sprenger-Charolles

Edición en español al cuidado de

Yamila Sevilla

Luciano Padilla López

Traducción y adaptación de

Yamila Sevilla

María Josefina D’Alessio

Dehaene, Stanislas

© 2011, Odile Jacob

© 2015, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Este libro (y esta colección)

Haced como si no lo supiera y explicádmelo.

Molière, El burgués gentilhombre

No lea, como hacen los niños, para divertirse ni, como los ambiciosos, para instruirse. No. Lea para vivir.

Gustave Flaubert, en carta a Mlle Leroyer de Chantepie, junio de 1857

Algo sorprendente ocurre más o menos entre los 5 y los 7 años de edad (a veces un poco antes, a veces un poco después): aprendemos a leer. Acostumbrados como estamos a las sorpresas, tendemos a naturalizar este hecho maravilloso y dejarlo pasar sin darle mayor importancia. Pero hay quien se pregunta, e investiga, cómo se desarrolla esta serie de cambios aparentemente milagrosos. ¿Se deberá a una capacidad innata de nuestro cerebro? ¿Dependerá estrictamente del ambiente, de que leamos cuentos con mamá y papá o tomemos dictados de la maestra de primer grado?

Lo cierto es que si imaginamos una de las primeras funciones de la escuela, seguramente nos venga a la cabeza la de enseñar a leer y a escribir que, de pronto, suceden. Y este texto de Stanislas Dehaene –que en El cerebro lector ya nos enseñó las capacidades que tiene el cerebro humano a la hora de la lectura y en La conciencia en el cerebro nos cuenta todos los secretos de la percepción, los recuerdos y los sueños– quiere ayudarnos a entender cómo y por qué suceden, no sólo para seguir fascinándonos –a padres, maestros, lectores en general– gracias al despliegue del conocimiento, sino para aplicar de manera mucho más concreta este conocimiento en el aula.

Alguna vez se dijo que si fuera posible viajar en el tiempo y recibiéramos la visita de turistas de hace uno o dos siglos, los viajeros se sentirían seguramente perdidos y fascinados en un quirófano moderno, pero les parecería estar en un entorno completamente familiar al entrar al aula de una escuela. Sí: pese a las declamadas novedades en metodologías para la enseñanza, lo cierto es que las clases y el modo de dictarlas siguen siendo bastante parecidas a los de nuestra propia infancia, y a los de otras infancias mucho más lejanas. Sin embargo, basta comprender que allí, sentados frente al docente, hay decenas de cerebritos dispuestos al desafío, al pensamiento crítico, a reconocer y ensamblar letras y emocionarse ante el descubrimiento de las primeras palabras escritas. En este sentido, la neurociencia tiene mucho que aportar a la educación (tanto, que se ha generado una disciplina específica llamada “neuroeducación”): cuando hace apenas unos años se afirmaba que entre la escuela y la investigación había “un puente demasiado lejos”, hoy las investigaciones de Dehaene y de muchos otros acortan las distancias, iluminan ese mismo puente y hacen que transitarlo en uno y otro sentido sea cada vez más necesario.

A todos los que periódicamente nos enfrentamos con una horda de maravillosas bestezuelas al otro lado de los pupitres, nos cuesta un poco ver más allá de los bostezos, los celulares semiescondidos, la mirada perdida en la luna. Pero sí, hay algo más, mucho más: un grupo de fascinantes cerebros que pueden ser nuestros mejores aliados a la hora del aprendizaje. Efectivamente, somos un cerebro con patas, aunque muchas veces la escuela decida prescindir de tan noble órgano y dejarlo olvidado en la fila del saludo a la bandera o, más aún, recostado sobre la almohada en espera de un tiempo mejor. Porque gracias al trabajo de muchos años de los científicos comprendimos que el cerebro procesa información y aprende de ciertas maneras (y no de otras), hoy “la ciencia de la lectura” tiene mucho que ofrecer para hacerles la vida más fácil a esos cerebritos que van a la escuela.

El objetivo de Dehaene –esta vez, acompañado por un dream team de especialistas en infancia, en psicología, en educación y en lingüística– es claro: que los maestros, directores y todos los que tienen que ver con la enseñanza conozcan las últimas novedades sobre la neurociencia de la lectura. (De paso, quienes quieran ampliar y profundizar sobre los conocimientos que abrieron camino a esta aventura de llevar la ciencia a las aulas, en El cerebro lector encontrarán el gran libro de la moderna ciencia de la lectura.) En estas páginas, a la vez que nos presenta las investigaciones sobre el cerebro que lee, y cómo los experimentos y la moderna aplicación de tecnología de laboratorio van revelando las áreas del sistema nervioso que se encienden con las primeras palabras del libro de lectura, produciendo una revolución en nuestra mente, el autor se dedica a desgranar consejos prácticos, ejemplos y evidencias de cómo aplicar principios fundamentales con que la ciencia puede ayudar a la educación de manera simple y práctica.

Sus recomendaciones deberían estar presentes en cada aula, en cada trayecto educativo, incluso (y especialmente) en el nivel inicial, para facilitar los siguientes pasos y detectar de modo temprano posibles inconvenientes. Esta poderosa alianza entre el laboratorio y el aula, respaldada por antecedentes exitosos, contribuye a evitar pérdidas de tiempo y esfuerzos innecesarios para docentes, padres y, sobre todo, niños. Además, desde un comienzo se apuesta a la diversión, a la autonomía y a la creación como medios para motivar, asegurar y reforzar el aprendizaje. Así, la enseñanza se vuelve un poco una de las felices aplicaciones de la ciencia cognitiva.

A leer, que se acaba el mundo.

La Serie Mayor de Ciencia que ladra es, al igual que la Serie Clásica, una colección de divulgación científica escrita por científicos que creen que ya es hora de asomar la cabeza por fuera del laboratorio y contar las maravillas, grandezas y miserias de la profesión. Porque de eso se trata: de contar, de compartir un saber que, si sigue encerrado, puede volverse inútil. Esta nueva serie nos permite ofrecer textos más extensos y, en muchos casos, compartir la obra de autores extranjeros contemporáneos.

Ciencia que ladra... no muerde, sólo da señales de que cabalga. Y si es Serie Mayor, ladra más fuerte.

Diego Golombek

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Introducción

¿Qué es leer y cómo hacemos para lograrlo? A lo largo de los últimos veinte años, la investigación científica sobre el cerebro y la lectura avanzó a pasos agigantados. La psicología experimental y las imágenes cerebrales develaron el modo en que el cerebro humano reconoce la escritura y se modifica en el transcurso de este aprendizaje.[1] Hoy en día disponemos de una verdadera ciencia de la lectura. Sin embargo, estas investigaciones todavía no llegaron al gran público ni, en especial, a quienes tienen un papel decisivo durante esos años en que los niños ingresan al mundo de la lectura: los padres y los maestros de escuela primaria.

Escribimos este libro con un objetivo preciso: que las nociones probadas en los laboratorios y en la reflexión de las neurociencias cognitivas de la lectura se difundan y se pongan en práctica en las escuelas. ¿Por qué debería esperarse que cada maestro redescubra de inmediato y por su cuenta –por tanteos, sin sacar provecho de los estudios científicos existentes– aquello que a los investigadores les ha tomado décadas comprender? Los docentes son los primeros conocedores de la dinámica del aula, pero también deben volverse expertos en la dinámica cerebral. Nadie debería conocer mejor que ellos las leyes del pensamiento en pleno desarrollo, los principios de la atención y de la memoria. Del mismo modo, confiamos en que los padres sentirán una satisfacción aún mayor al comprender qué está sucediendo en la mente de sus hijos, al seguir sus progresos imaginando las sorprendentes transformaciones que se producen en su cerebro, y al prolongar en casa el trabajo de la escuela mediante juegos oportunos.

Por eso, en las páginas que siguen intentaremos presentar, de forma concisa, clara y pedagógica, los descubrimientos científicos más importantes sobre el cerebro del pequeño lector. Una primera sección analiza el funcionamiento del cerebro cuando lee y cuando aprende a leer. ¿Cuáles son los circuitos cerebrales que evolucionan a lo largo del aprendizaje? ¿Qué dificultades debe afrontar el cerebro del niño? ¿Qué factores marcan la diferencia entre un buen lector y uno no tan bueno? En la segunda parte, ponemos de relieve algunos principios cognitivos sustanciales que deberían guiar el inicio de la enseñanza de la lectura. ¿En qué orden introducir las nuevas ideas? ¿Cómo elegir ejercicios adecuados? ¿Cómo optimizar el compromiso, la atención y el disfrute en el niño?

Planteémoslo desde el comienzo: el conocimiento del cerebro no permite prescribir un método único de enseñanza de la lectura. En cambio, la ciencia de la lectura es compatible con una gran libertad pedagógica, con estilos de enseñanza muy variados y con numerosos ejercicios que abren caminos a la imaginación de los maestros y los niños.

Un solo objetivo debe guiarnos: ayudar a nuestros hijos a progresar, lo más rápido posible, en el reconocimiento fluido de las palabras escritas. Cuanto más se automatice la lectura, más podrá el niño concentrar su atención en comprender lo que lee y volverse así un lector autónomo, tanto para aprender otras cosas como para su propia diversión.

1 Dehaene (2007).

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1. ¿Cómo aprende el cerebro a leer?