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Obertura. La constelación comunista, entre la segunda posguerra y los años sesenta

1. Historia en dos ciudades: París y Buenos Aires, 1949

2. Interludio. Londres, 1948

3. Desventuras del partidismo: la Revista Latinoamericana de Psiquiatría

4. La última batalla: Bleger y la cultura comunista

5. Finale. El ocaso del círculo comunista

Bibliografía

colección

sociología y política

Hugo Vezzetti

PSIQUIATRÍA, PSICOANÁLISIS Y CULTURA COMUNISTA

Batallas ideológicas en la Guerra Fría

Vezzetti, Hugo

© 2016, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Obertura

La constelación comunista, entre la segunda posguerra y los años sesenta

En enero de 1990 entrevisté a César Cabral varias veces en el marco de una investigación sobre las relaciones entre el psicoanálisis y la psicología en los años sesenta. Cabral, psiquiatra comunista, había tenido una actuación muy destacada en el movimiento psiquiátrico desde la década anterior: secundó a Gregorio Bermann en la Revista Latinoamericana de Psiquiatría (RLP) e integró la Federación Argentina de Psiquiatras y la Comisión Argentina Asesora en Salud Mental. En esos años era, junto con Jorge Thénon, una de las cabezas visibles del núcleo de psiquiatras del Partido Comunista Argentino (PCA) y el responsable de la Comisión de Psiquiatras del partido. En una de las entrevistas, Cabral me entregó un material inesperado: la desgrabación de un plenario de psiquiatras comunistas realizado en junio de 1964. Eran sesenta y seis páginas mecanografiadas, en una versión bastante descuidada en cuanto a nombres y sintaxis, en parte corregida a mano por él. Se trataba de un testimonio y a la vez un resto sobreviviente de ideas y debates, luchas y estilos de militancia, que hablaban de otro tiempo y otros problemas en la formación psi de izquierda. El informe de Cabral abría el plenario y fue publicado, con algunas modificaciones, en Cuadernos de Cultura.[1]

Por varios años mi trabajo me llevó en otras direcciones, pero de un modo u otro mantenía una deuda pendiente con ese material. Mi propósito inicial al tomar esa fuente apuntaba a buscar allí un comienzo posible para analizar la relación del psicoanálisis con la izquierda intelectual en el tránsito de los sesenta hacia los setenta, es decir, hacia la reconfiguración de ese espacio en los tiempos de la nueva izquierda.[2] Varios años después, cuando me impuse volver sobre el plenario de psiquiatras comunistas, advertí dos cosas, sobre la fuente y sobre los obstáculos que se interponían en mi lectura de ella. Por un lado, algo se revelaba en el conjunto de las intervenciones, en las certezas excesivas, los debates, las autocríticas, las indicaciones de los atolladeros y los desvíos que se exponían en ese fresco vivo de los proyectos, los sueños y los fracasos del grupo comunista: era mucho menos el comienzo de algo que el fin de un ciclo del que habían sido protagonistas destacados. Según el testimonio de Cabral, hubo otros plenarios. Pero considerando la crisis que ya empezaba a desencadenarse en el grupo, la recomposición del mundo comunista y las rupturas en el espacio psi, no es imaginable una reunión posterior con esa voluntad militante ni capaz de congregar a esos participantes. Brevemente, lo que allí terminaba de cerrarse era la vigencia de una formación híbrida, a la vez teórica y política y bastante tradicional en su orientación psiquiátrica, que buscaba recuperar las herencias del positivismo y sostener el legado de José Ingenieros y Aníbal Ponce. Lo que saltaba a la vista era la impresión de que terminaba una formación de la izquierda psi que había estado dominada por la posición central de la psiquiatría. Esa comprobación exigía reorientar mi investigación en una dirección temporal contraria al propósito inicial. La pregunta, entonces, ya no era por lo nuevo que no terminaba de nacer en esa formación, sino por lo viejo que no terminaba de morir. En efecto, no moría del todo.

En segundo lugar, en mis dificultades para lidiar con esos problemas y reconocer el valor de esas fuentes, advertía obstáculos afincados en mi propia posición en esa historia: ni la psiquiatría ni la cultura del comunismo fueron parte de mi formación intelectual y política. Se entiende, entonces, que mi primera inclinación haya sido trabajar ese corpus con la mira puesta en la historia del psicoanálisis y en los debates sobre la psicología. Reencontraba así el pasado familiar, aunque no por eso conocido (antes bien, desconocido precisamente por familiar), de mi propia historia. Por fortuna, en los últimos años ha crecido la investigación histórica sobre la izquierda comunista y socialista en la segunda posguerra y el primer peronismo, un trabajo colectivo que proporciona un marco más firme y limita los riesgos de la recuperación testimonial y las interferencias de la autobiografía.[3]

PSIQUIATRÍA Y CULTURA DE IZQUIERDA

Una primera condición histórica de los problemas abordados en este libro se sitúa en el lapso que se despliega entre los años treinta y los cincuenta, y en el desplazamiento por el cual la psiquiatría, o una parte de ella, como saber disciplinar legítimo, se separa del modelo médico (de lo que Nathan Hale llama el “estilo somático” [1971: 47-68]) y se reúne con otros saberes, provenientes del campo político, las ciencias sociales y la cultura intelectual. Ha sido un proceso complejo, con tensiones y malentendidos, que en una primera impresión puede comprenderse como una “desmedicalización” de la psiquiatría. En verdad, lo que nace es una formación de compromiso que no rompe sus lazos con la medicina, pero que ya no puede concebirse como una rama médica; un giro que, como se verá, se implanta con fuerza en los años de la segunda posguerra y se corresponde con un momento de consolidación, de reconocimiento y de autoconciencia de una psiquiatría renovada en torno de los temas de la salud mental. Pero nunca lo nuevo es enteramente nuevo. Los cambios en la disciplina psiquiátrica son parte de una reorientación de la medicina que recuperaba la tradición pública del higienismo que, en su saber y en los modos de intervenir sobre los problemas de la sociedad, se constituía en una ciencia social aplicada. Por supuesto, la higiene no ofrece una tradición homogénea; no faltan en ella debates y conflictos.

Algo cambiaba en el escenario global, desde los treinta y, con claridad, en la segunda posguerra; un giro epistémico impactaba sobre el suelo común que alimentaba esa reunión de las disciplinas médicas con el pensamiento social. Dicho brevemente, frente a los desafíos que nacen del imperativo de dar cuenta de los cambios en el mundo contemporáneo, las visiones sobre la sociedad adquieren una nueva autonomía y el ascenso de las ciencias sociales corre paralelo con la declinación de los modelos biológicos. Wright Mills, en un texto clave, sitúa ese momento de giro en los años cincuenta y se refiere a la “imaginación sociológica” como un “estilo de pensamiento” que tiende a imponerse y a relegar el pensamiento físico y biológico (Wright Mills, 1961: 33). El desplazamiento de la biología por la sociología como lenguaje y como patrón de saber imprime una reorientación general de la disciplina psiquiátrica en sus proyecciones sobre la sociedad. Desde luego, el primer sustento de la higiene en la cosmovisión del naturalismo positivista empieza a resquebrajarse antes. La caída de los motivos naturalistas es un rasgo que recorre el siglo XX, no sigue un proceso uniforme y muestra formas y tiempos diversos en la filosofía, las ciencias sociales o las disciplinas estéticas (Stuart Hugues, 1972). En el caso de las disciplinas psi, ese tránsito que relega los motivos del naturalismo es el más tardío. Recién hacia los cincuenta las nuevas tendencias de una psiquiatría orientada a lo social cobran fuerza en la tradición de la higiene y de la prevención y se extienden a los psicólogos, que empiezan a incorporarse al sistema público de asistencia.

En la Argentina, en sus derivaciones hacia el ámbito público y en sus relaciones con el aparato estatal, la psiquiatría se había desarrollado en un entramado que comprendía dos focos y dos problemas. Por un lado, la medicina pública, es decir, la higiene; por otro, la criminología, en una visión que extendía los temas de la prevención hacia la función de la “defensa social”. Es este segundo foco el que había dominado, desde comienzos del siglo XX, en el camino que llevaba al alienista del hospicio a los márgenes de la sociedad. Cuando Gregorio Bermann, un discípulo destacado de Ingenieros, funda Psicoterapia (1936-1937) y la RLP (1951-1954), el foco ha cambiado y se ha disuelto esa relación casi constitutiva con la criminología y la defensa social. Los desplazamientos y las transformaciones del dispositivo psiquiátrico hacia los cincuenta no tienen un sentido único. Lo importante, para el propósito de esta investigación, es que en esos años se consolida una izquierda psiquiátrica a partir del círculo de profesionales del PCA.[4] Se agrupaban en la RLP bajo la dirección de Bermann, quien retomaba, en condiciones bastante diferentes, el proyecto reformista iniciado con Psicoterapia. En esa formación se combinaban motivos científicos y filiaciones políticas. Y se agregaba el propósito de intervenir en la lucha ideológica en las ciencias y la cultura. El marco estaba dado por el movimiento internacional que afirmaba la supremacía estratégica del sistema comunista: en la coyuntura de una escalada en la confrontación con los Estados Unidos, el PCA se abroquelaba en la postulación de la estricta separación entre ciencia burguesa y ciencia proletaria.

La izquierda psi, entonces, recorta una configuración disciplinar pero también intelectual, cultural y política. Pertenece a las formaciones ideológicas de la izquierda, pero a la vez integra ciertas nociones propias del discurso psiquiátrico y psicoanalítico, aun cuando en ese entramado de ideas y programas el componente disciplinar se revela bastante laxo. Se trata, entonces, de una formación compleja de discursos, proyectos, iniciativas, apropiaciones; involucra una trama de saberes establecidos –la psiquiatría, la psicología y el psicoanálisis– en una dimensión pública, que comprende prácticas de asistencia y formación. Una historia de esa configuración, en la Argentina, debe comenzar por la psiquiatría. Desde las condiciones de su formación, esa trama heterogénea se caracteriza por exceder, en su producción discursiva y en la construcción de sus objetos, los límites de la medicina mental. Psiquiatría y sociedad enuncia, en una primera aproximación, el campo de problemas e intersecciones que allí se abre. O salud mental y política, si se atiende a las proyecciones sobre las prácticas y las instituciones públicas. En esa configuración discursiva, por otra parte, no puede eludirse la función de los actores, enmarcados en lugares y en carreras institucionales, en la cátedra, el hospital o la gestión estatal. En esos cruces emergen las tensiones y superposiciones entre la función del especialista y las posiciones intelectuales que buscan situar sus objetivos y su quehacer en horizontes y compromisos más vastos.

El corpus que sirve de base a esta investigación comienza en la segunda posguerra, pero hunde sus raíces en la década anterior. Por otra parte, la constelación comunista, abordada a partir del círculo psiquiátrico, excede los límites de la formación local. Por eso esta investigación comienza en París, en 1949. Me propuse un trabajo de historia intelectual en un período particularmente rico de la cultura de izquierda, que arranca en el escenario de la Guerra Fría y llega hasta los sesenta. Ese foco supone una mirada algo distinta respecto de los trabajos que han indagado la cultura y la política desde lo que vino después, sea el ciclo de la “modernidad” de los sesenta o las pasiones ideológicas y las configuraciones de la violencia y la guerra en el imaginario de la revolución. Es una historia de combates, sobre todo de ideas; en todo caso, se trata de una cultura que se revela a través de luchas y fracturas. Pero la dimensión política e ideológica se encarna y se despliega en un terreno disciplinar específico: el campo psi. Es claro, entonces, que se pone en tela de juicio una idea demasiado compacta de la autonomía de un campo. Pero también se cuestiona una visión demasiado homogénea de las posiciones y las luchas políticas.

Este libro aborda temas que iluminan la historia del psicoanálisis, de la difusión y los debates del freudismo, en París y en Buenos Aires, en un momento clave de la integración de tópicos y enfoques psicoanalíticos en el nuevo paradigma de la salud mental. Pero el foco de la investigación no está allí, en la medida en que no se trabaja un corpus psicoanalítico y se deja de lado un estudio del movimiento fundado por Freud. Interesa más, en cambio, la circulación global del freudismo junto con discursos culturales e ideológicos allí donde se lo aplica a problemas de la sociedad, los grupos o las instituciones. En esta historia, la crítica al psicoanálisis no se separa de los debates políticos ni de los juicios ideológicos que la razón comunista hacía caer sobre las artes plásticas, la literatura o la música. Los trabajos sobre el psicoanálisis y la izquierda intelectual han contribuido a fijar una escena y una época, los sesenta, es decir, los años de eclosión de un dispositivo psi en la universidad y en las instituciones de asistencia, en la producción intelectual y en la cultura de los medios.[5] A menudo, el foco en la historia del psicoanálisis ha dado lugar a una narrativa que es como la crónica anunciada de su entronización final. La hegemonía que alcanzó la disciplina freudiana y, sobre todo, la reorientación lacaniana, ha sustentado una suerte de fantasma de autoengendramiento o ha dado lugar a relatos fundadores sostenidos en la acción de algún héroe solitario, como Oscar Masotta.

La complejidad de los debates sobre el freudismo ha tendido así a reducirse a una historia única, sea para constatar que se lo leyó mal, sea para proponer la continuidad de una recepción abierta, desde los psiquiatras de los veinte a los intelectuales de los sesenta. En ese sentido, las visiones de un psicoanálisis autosuficiente han oscurecido el reconocimiento de lo que la formación psi recibía del pasado. Se trata, en este libro, de un estudio que concierne no tanto al corpus doctrinario o a la implantación institucional como a las huellas y las tradiciones de pensamiento que se revelan en una formación que es también una condensación de tiempos, en una duración más larga. Y en cuanto se amplía la visión hacia el pasado, lo que se encuentra es que en el comienzo estaba la psiquiatría. El psicoanálisis como problema intelectual y objeto cultural está en el centro de esta investigación, siempre tramado con los temas de esa formación psiquiátrica que lo precede y que implanta sus huellas en la circulación del freudismo. Podría decirse que se trata de un estudio de herencias, si se entiende que explorar relaciones de herencia no significa restablecer continuidades escondidas sino, sobre todo, desconfiar de los orígenes que parecen fundarse a sí mismos. Y que pretende recuperar una inspiración genealógica que indaga en una red de comienzos y recomienzos, reacios a alinearse en una organización centralizada y continua.

La constelación de la izquierda psiquiátrica, comunista, de la segunda posguerra ha sido incorporada sin más en esa historia que proyectaba hacia atrás la visión de un despliegue anunciado del psicoanálisis. En este libro la mira se desplaza hacia ciertos problemas que emergen antes, sobre todo con los primeros debates que proyectaban los saberes psi fuera del reducto de una especialidad médica. Una primera pregunta apunta al papel que la disciplina psiquiátrica pudo cumplir en esos años en el cruce con los discursos de la izquierda que promovían procesos de cambio, socialistas en un sentido genérico. Y que involucraban al freudismo en la medida en que se presentaba como un componente capaz de tener efectos negativos sobre el programa de transformación social. Para decirlo brevemente: el psicoanálisis implicado, y cuestionado, ha sido sobre todo aquel que pretendía aportar un saber sobre la sociedad, allí donde se separaba del “discurso de familia” replegado en la intimidad de las pulsiones y los deseos primarios.[6]

También se trata de un estudio de recepción que circula de París a Buenos Aires, con una escala en Londres. Con un foco en la escena comunista en París y en los ecos argentinos de la Guerra Fría las preguntas son otras. Ya no se trata de indagar una historia cruzada del marxismo y el freudismo, sino las relaciones, bastante más amplias y complejas, entre la formación psi y la “cultura comunista”. Por supuesto, los problemas abordados incluyen la relación del psicoanálisis con el discurso marxista, pero he preferido abarcar, de un modo más general, la “situación” comunista, para emplear un término de la época. Esta incluye en particular las políticas del partido y sobre todo una trama de relaciones e interacciones que sólo se revelan cuando se aborda el corpus local en el marco de la coyuntura internacional. Un análisis del campo psiquiátrico argentino debe incluir los ecos de una recepción que se comunica con esas condiciones globales pero que nunca es lineal ni tiene un solo polo. Y se complica con los efectos de rebote entre las iniciativas nacidas en los Estados Unidos y las repercusiones europeas, sobre todo francesas.

La transformación del movimiento internacional de la higiene mental dará lugar a una nueva formación discursiva y a un impulso programático que convierte la salud mental en un teatro de reforma social y política de alcance mundial. Es lo que se enuncia en el documento que da nacimiento a la World Federation for Mental Health, en el congreso de Londres (véase Mental Health and World Citizenship, 1948). Esa trama internacional pone en relación escenarios intelectuales, formaciones disciplinares, círculos ideológicos. En ese sentido, el trabajo se sitúa entre la historia disciplinar y la historia intelectual de la izquierda; y también, ya que la dimensión de la recepción es determinante, entre Buenos Aires y París; pero además debe atender a una configuración comunista, sometida a una dirección que responde a la URSS. Y, por supuesto, en esos traspasos se producen malentendidos, desajustes, trasposiciones fallidas.

Se abordan también los modos diferentes en que la izquierda intelectual marxista y la cultura comunista plantearon el psicoanálisis como problema ideológico y político. Pero en diversas coyunturas, en 1949 o en 1959, cambia el rostro del psicoanálisis implicado en las impugnaciones, en los debates o las apropiaciones. En ese espacio, la izquierda psi, van a desplegarse las sucesivas polémicas sobre el psicoanálisis. De los cincuenta a mediados de los sesenta la escena se modifica radicalmente: ya no es la psiquiatría el ámbito de los debates y las luchas que culminan con la fractura de la Asociación Psicoanalítica Argentina en 1971. El psicoanálisis logra una nueva centralidad y se habilitan diversos proyectos de convergencia con el marxismo. Pero debe reconocerse que ni el psicoanálisis ni el marxismo son ya los mismos. Esta es la época más investigada en la bibliografía citada: freudismo y marxismo, sus cruces, desencuentros, malentendidos, incluidas las polémicas que suscitó el libro de José Bleger (1958). A menudo el libro y sus efectos han quedado integrados en los estudios sobre la cultura psi en la “nueva izquierda”. Pero, como se verá, los primeros debates sobre el proyecto blegeriano y los temas que se desplegaron en el plenario de psiquiatras comunistas ya mencionado dan cuenta de una constelación de ideas y propuestas que perduran de la década anterior. Hacia los setenta, surge una nueva formación discursiva sostenida en un inédito humor revolucionario. Esa etapa queda fuera de los límites de esta investigación. Sin embargo, dado que es en la cultura comunista, de Bermann y Thénon a Bleger, donde surge por primera vez el debate sobre el encuentro posible de Freud y Marx, este libro también explora las condiciones previas y las vías de esa recolocación del psicoanálisis en la cultura de izquierda que llevará a los debates y las fracturas más conocidos. En el cierre de la investigación se vislumbran otros problemas para la nueva izquierda de los intelectuales; cambian los rostros del marxismo y la convergencia con el psicoanálisis adquiere una nueva legitimidad. Y, como en 1949, los vientos del cambio vienen de París a través de la obra de Louis Althusser.

A MODO DE PRESENTACIÓN DEL LIBRO

PARÍS Y BUENOS AIRES, 1949

El capítulo 1 explora el primer debate sobre el psicoanálisis y el nuevo paradigma de la salud mental en la izquierda psiquiátrica, que se abría en París y llegaba inmediatamente a Buenos Aires, aunque en la capital del Plata no tenía casi referentes locales. Se anticipaba a lo que todavía no había ocurrido y en verdad intervenía en una polémica francesa. Lo mismo puede decirse de la cuestión de la “americanización” de la disciplina freudiana, a partir de las evidencias denunciadas en París y que, en esos años al menos, carecían de equivalencias en la situación argentina. Pero la nueva narrativa estaba destinada a perdurar. Alertaba sobre las amenazas que se cernían sobre la psiquiatría, que podría convertirse a partir de la hegemonía norteamericana en una herramienta de la dominación imperialista mundial. La guerra de los psiquiatras comunistas abarcaba el psicoanálisis, pero sobre todo las nuevas orientaciones de la salud mental que habían nacido en los Estados Unidos y en Inglaterra. Eran tiempos en los que casi todos hablaban de psiquiatría social. La vieja medicina mental edificada en los hospicios había quedado atrás; se reconocía que la psiquiatría debía indagar y actuar sobre los factores sociales de los trastornos psíquicos. El debate ideológico era inevitable.

LONDRES, 1948

Dado que el III Congreso Internacional de Salud Mental realizado en Londres en 1948 se constituyó en el blanco mayor de la impugnación ideológica proveniente de la izquierda psiquiátrica, es importante estudiarlo, tanto en el tiempo más largo de las derivaciones de la higiene mental como en la coyuntura corta de la inmediata posguerra. Para situar lo nuevo que allí nacía, el capítulo 2 comienza con las herencias del movimiento de la higiene mental en el período de entreguerras. La nueva formación recuperaba sobre todo la voluntad de salir del manicomio para observar la sociedad; y le agregaba las enseñanzas surgidas de las experiencias que la psiquiatría y la psicología habían realizado durante la guerra. Por otra parte, en Occidente, la experiencia de la higiene mental, enfrentada con los males en la sociedad, impulsaba una mirada política y el reclamo hacia el Estado, de modo que el proyecto de salud colectiva a menudo entroncaba con un programa social de reformas. En los Estados Unidos, la crisis de los años treinta operaba en ese sentido y habilitaba un higienismo de izquierda. Pero en la URSS el proceso iba en la dirección opuesta. El movimiento de la “psicohigiene”, que había sido importante en los primeros años de la revolución, terminaba hacia los treinta aplastado por la bolchevización y el partidismo.

El Congreso de Londres de 1948 se integraba a los objetivos de la ONU y, sobre todo, de la Unesco (creada por esos años), y expresaba el propósito de contribuir, desde la salud mental, a la paz y la concordia en el planeta. Indagar las condiciones y los contenidos de ese congreso permite deslindar los motivos de corto alcance, como la promoción de una ciudadanía mundial asociada a los programas de salud mental, de los conceptos, las teorías y los autores que buscaban justificar un saber sobre las patologías del sujeto y la sociedad. Por supuesto, eran otras las posiciones de los psiquiatras comunistas que rehusaron participar en el Congreso. Lo importante para esta investigación es que la noción misma de salud mental que emergía en esos años estaba sujeta a la controversia y el malentendido.

Finalmente, muchos de los propósitos del nuevo higienismo de la subjetividad se focalizaban sobre la familia, espacio de detección precoz de las patologías y eslabón privilegiado en una reforma de los individuos que tuviera consecuencias sociales. Emergía también como un problema político en una coyuntura histórica muy precisa: el ascenso y la implantación de los totalitarismos de masas en Italia y Alemania. Otra tradición de izquierda, contraria y ajena a la cultura comunista, surgía en Alemania con la Escuela de Fráncfort y se trasladaba a los Estados Unidos. En su indagación del poder y los destinos de la revolución social, convertía a la familia en un tema mayor del pensamiento marxista occidental.

EL PARTIDISMO EN PSIQUIATRÍA

La Raison (LR), en Francia, y la RLP, en la Argentina, son revistas nacidas a comienzos de los cincuenta de los respectivos círculos psiquiátricos comunistas. Puestas en relación, se reconoce en ellas una formación ideológica y profesional que trasciende las fronteras nacionales, y de nuevo el impulso proviene de París. El capítulo 3 se ocupa sobre todo de la RLP, fundada por Gregorio Bermann en 1951. Si se atiende al horizonte global, puede caracterizársela como la transposición al espacio local de la escena francesa de la Guerra Fría de los psiquiatras. La agenda política del movimiento comunista, en torno de la paz y la defensa de la URSS, convivía con la promoción ideológica del partidismo en la ciencia a través del lysenkismo y el pavlovismo. El molde de esos combates era la querella desplegada en el terreno de la biología y la genética a partir de los descubrimientos del agrónomo Trofim Denisovich Lysenko que, se pensaba, permitían trasladar los principios del materialismo dialéctico y la lucha de clases al terreno de las ciencias (véanse Roudinesco, 1986: 192-195 y Lecourt, 1976). A diferencia de la tradición mendeliana en los estudios sobre la herencia, que pone en primer plano el papel de la sustancia genética y limita la acción del medio a una acción sobre la “selección natural”, la refutación lysenkista proclamaba que era posible operar sobre el medio para regular la herencia. El lysenkismo quedó consagrado en 1948 por el Partido Comunista de la URSS (PCUS) y por Stalin en persona no sólo como fundamento de las ciencias biológicas, sino como modelo de una ciencia de partido. Un camino análogo siguió la consagración del pavlovismo como doctrina en 1950, cuando la Academia de Ciencias y Medicina de la URSS convirtió las investigaciones de Pavlov en un modelo de una ciencia materialista. El pavlovismo militante internacional llegaba a la Argentina sobre todo desde Francia, a través de LR. En sus páginas se producía un vuelco hacia una versión ortodoxa que tendía a ir más allá de la fisiología para proponerse como base científica de toda ciencia del hombre. En el terreno más específico de la psiquiatría, las dos revistas difundían la crítica al psicoanálisis, a la fenomenología y a las versiones anglosajonas de la psiquiatría social. Bermann proponía, en la RLP, una “sociopsiquiatría” que buscaba sustentarse en las tesis del materialismo histórico. Es decir, el esbozo de un nuevo pensamiento psico y sociopatológico capaz de reconocer las condiciones de los trastornos mentales en una sociedad de clases.

LA QUERELLA CONTRA JOSÉ BLEGER

1958 es el año en que Bleger publica su libro Psicoanálisis y dialéctica materialista, y comienzan las polémicas en el círculo comunista. Se abre otro tiempo y el capítulo 4 vuelve sobre ese episodio a la luz del conjunto de problemas que vienen del período anterior. El affaire Bleger ha sido bastante estudiado, pero en el cuadro histórico que viene de los años anteriores adquiere otros sentidos y puede ser abordado como un desemboque tardío, asincrónico respecto de los cambios en la escena parisina, de los conflictos de la Guerra Fría. Expresión de un estalinismo residual, marcaba el comienzo de una crisis más o menos definitiva de esa formación comunista en el campo psi. Después de Bleger, los proyectos y los debates que comunicaban la cultura de la izquierda marxista con el discurso de la revolución social ya no se desplegarán en el espacio de la psiquiatría, ni la comunidad involucrada incluirá a los profesionales ligados al PCA. En adelante, esos problemas se configurarán en un espacio de apuestas y posiciones intelectuales enlazadas con una nueva cultura marxista y con los recientes discursos de las ciencias sociales. En ese sentido, había un malentendido en la querella comunista contra Bleger: algunos lo cuestionaban como psiquiatra, mientras que él se defendía como un psicólogo de nuevo tipo y como un intelectual comunista. Sin embargo, visto en el tránsito de los cincuenta a los sesenta, el propio Bleger se debatía entre las diversas capas de su formación: médica, psicoanalítica y política.

El libro de Bleger, entonces, puede situarse como una bisagra entre dos tiempos, entre los ecos y las consecuencias del marxismo de partido de los psiquiatras comunistas y la nueva configuración que va a replantear radicalmente las relaciones del psicoanálisis con la cultura marxista revolucionaria. Ya no había (y no volverá a haber) una cultura y un movimiento comunistas alrededor del Partido y del movimiento internacional con capacidad para definir los nuevos problemas en la agenda intelectual de la izquierda. El círculo comunista, del que provenía Bleger, había planteado y legitimado el debate ideológico sobre la psicología y el psicoanálisis. Pero ya no gravitaba en la escena intelectual y universitaria dominada por una nueva sensibilidad de la izquierda que rechazaba la cerrada ortodoxia del estalinismo argentino. En la nueva configuración psi se abrían otra época, otros debates y nuevas batallas.

AGRADECIMIENTOS

El proyecto de este libro, postergado y reiniciado más de una vez, me acompañó durante los últimos veinticinco años y ha formado parte, con intermitencias, de mi trabajo como investigador del Conicet. En los últimos años he impartido varios cursos y conferencias sobre los temas aquí trabajados. En 2013, por invitación de Ricardo Pasolini, dicté un curso en el doctorado en Historia de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. En 2014 lo hice en la maestría de Estudios Culturales de la Universidad Nacional de Rosario. Ese año, por invitación de Roberto Hozven, dicté una conferencia sobre “Freudismo y psiquiatría en la cultura comunista” en el Coloquio de Literatura, Psicoanálisis y Cultura, en la Facultad de Letras de la Universidad Católica de Chile. Y por invitación de Andrés Ríos Molina impartí un breve seminario de doctorado en el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, en México. Vaya mi agradecimiento a quienes participaron de esas actividades y me ayudaron con sus trabajos, preguntas y comentarios.

Algunos capítulos fueron discutidos en el grupo de investigación que coordino en la Facultad de Psicología, que ha sido para mí un espacio permanente de formación e intercambio a lo largo de los años. Quiero destacar especialmente los comentarios de Alejandro Dagfal, Luciano García, Hernán Scholten, Marcela Borinsky, Mauro Vallejo y Florencia Macchioli.

Carlos Altamirano me ha aportado más de una vez, en conversaciones casuales, su testimonio y su sabiduría en la inteleccción de muchos de los problemas abordados en el libro.

Una primera versión del manuscrito fue leída por Jorge Belinsky, Adrián Gorelik, Alejandro Dagfal, Hernán Scholten y Luciano García. Todos me hicieron sugerencias que tuve en cuenta en la redacción final.

Fueron muchos los que se prestaron a ser entrevistados a lo largo de estos años. Algunos están mencionados en el texto; otros me han acompañado en una suerte de diálogo implícito o han contribuido a forjar las preguntas que orientaron esta investigación. A riesgo de olvidar a alguno quiero mencionar y agradecer a Enrique Butelman, César Cabral, Guillermo Vidal, Enrique Kusnir, Emilio Rodrigué, Armando Bauleo, Jorge Saurí, Roberto Harari, Ricardo Malfé, Fernando Ulloa, Hernán Kesselman, Marta Rosenberg, Jorge Franco y Rafael Paz. Muchos ya no están y no es posible continuar esa conversación. Todos, de un modo u otro, han sido protagonistas y narradores de estas historias, testigos comprometidos pero también analistas lúcidos del tiempo que les tocó vivir. A ellos quiero dedicar este libro.

Buenos Aires, mayo de 2015

1 Véase Cabral (1964). El material del plenario está disponible en el CeDInCI.

2 Algo de ese proyecto fue expuesto en Vezzetti (2004), pero en ese trabajo no analicé la reunión de los psiquiatras comunistas.

3 Altamirano (2011), Petra (2010 y 2013), Prado Acosta (2008 y 2013), Cernadas (2005), Tortti (2009), Camarero y Herrera (2005) y Pasolini (2013) son parte de lo publicado en los últimos años.

4 Sobre el círculo de los psiquiatras comunistas, véase García (2012).

5 Plotkin (2003), Dagfal (2009) y Carpintero y Vainer (2004 y 2005) constituyen una bibliografía mínima y relevante de esa producción. Una excepción a la focalización en los sesenta es la investigación de García (2012).

6 Sobre el psicoanálisis como “el más ‘discurso de familia’ de todos los discursos psicológicos”, véase Foucault (2005: 112).