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Americana Eystettensia

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DIRECTORES DE LA COLECCIÓN

Thomas Fischer

(Katholische Universität Eichstätt-Ingolstadt)

Miriam Lay Brander

(Katholische Universität Eichstätt-Ingolstadt)

COMITÉ CIENTÍFICO

Wolfgang Bongers

(Universidad Católica de Chile)

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(Universidad de Guadalajara, México)

Marco Antonio Villela Pamplona

(PUC-Rio de Janeiro)

Guillermo Zermeño Padilla

(El Colegio de México-CEH)

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Una historia densa de la anarquía posindependiente

La violencia política desde la perspectiva
del pueblo en armas
(Buenos Aires-México, 1820)

AGUSTINA CARRIZO DE REIMANN

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Iberoamericana - Vervuert · 2019

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Derechos reservados

© Iberoamericana, 2019

© Vervuert, 2019

info@iberoamericanalibros.com

ISBN 978-84-9192-056-4 (Iberoamericana)

Depósito Legal: M-11477-2019

Foto de la cubierta: Fuente-texto Archivo General de la Nación, sala X (Buenos Aires, Argentina)

Diseño de la cubierta: a.f. diseño y comunicación

Índice

AGRADECIMIENTOS

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO 1. Narrando la violencia política

CAPÍTULO 2. La anarquía posindependiente

CAPÍTULO 3. Quimeras: las tácticas del pueblo en armas

CAPÍTULO 4. Ajusticiamientos: sobre la violencia punitiva y las tácticas legales

CAPÍTULO 5. Saqueos y montoneras: depredación y abusos de poder en los complejos fronterizos

CAPÍTULO 6. Tumultos urbanos: encrucijadas de la violencia política

A MODO DE CONCLUSIÓN

REFERENCIAS Y BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE ONOMÁSTICO

TABLA DE ILUSTRACIONES

Mapa 1. Los extremos de Hispanoamérica en comparación

Mapa 2. Los lugares de la violencia (Río de la Plata)

Mapa 3. Los lugares de la violencia (República de México)

Mapa 4. Los espacios de la violencia (Río de la Plata)

Mapa 5. Los espacios de la violencia (República de México)

Agradecimientos

Esta monografía fue presentada como tesis doctoral en la facultad Geschichte, Kunst- und Orientwissenschaften de la Universität Leipzig y fue defendida el 24 de octubre de 2017. La investigación que la precede se elaboró en el marco del proyecto Zur Bedeutung politischer Gewalt in Lateinamerika im 19. Jahrhundert (“Sobre el significado de la violencia en Latinoamérica en el siglo XIX”), financiado por la Deutsche Forschungsgemeinschaft (DFG). El director de la cátedra Vergleichende Iberoamerikanische Geschichte de la Universidad de Leipzig, profesor Michael Riekenberg, estuvo a cargo de la supervisión de la disertación. Por su gran apoyo, le corresponde mi profundo agradecimiento. También quiero agradecer al profesor Claudio Lomnitz su confianza y sus inspiradores comentarios y a los colegas del Instituto de Historia y del programa para graduados Global and Area Studies de la Universidad de Leipzig, las acertadas críticas. Por último, quiero dar las gracias a mi familia en ambos continentes, que con interés y paciencia me acompañó en este sinuoso proceso; y, en especial, a Heiner Reimann, por su apoyo incondicional.

Introducción

One needs story because the world is imperfect.

One needs story because there is no goal.

And one needs story because things do not fit.1

El historiador Elías Palti observa que, en la historia de Hispanoamérica, “ [ e]l siglo XIX ha parecido siempre, en efecto, un periodo extraño, poblado de hechos anómalos y personajes grotescos, de caudillismo y anarquía. En este cuadro caótico e irregular resulta, sin duda, difícil ‘seguir el hilo de la razón’”.2 En la historiografía, la politización generalizada, el desorden y la inseguridad que sucedieron a las independencias han sido interpretados como síntomas del desarrollo trunco de la modernidad hispanoamericana, pero también “como un símbolo de salud política en las nacientes repúblicas y como prueba del debate sobre el modelo de Estado y las competencias institucionales de los sujetos políticos”.3 Para examinar las tramas del desorden y la transformación política, elaboraré en este trabajo una historia densa de la anarquía posindependiente, centrada en los usos y significados de la violencia política para el “pueblo en armas”.4 ¿Cómo percibieron los soldados y milicianos la violencia política en Buenos Aires y en México? ¿Cómo se relacionaron las experiencias e interpretaciones subalternas con los discursos dominantes sobre la violencia? Y finalmente, ¿qué rol jugó la violencia en el “cuadro caótico”? La interpretación aquí propuesta parte de la premisa de que la violencia se politizó en la primera mitad del siglo XIX y se convirtió en un medio indispensable en el proceso de refundación social y política.5 En este contexto, actores con diversas filiaciones e intereses intentaron o se vieron obligados a renegociar sus posturas con respecto incluso a los asuntos más cotidianos. La década de 1820, que ha sido descrita como un momento especialmente anárquico en las historias argentina y mexicana, servirá como marco temporal para el análisis.6 Las descripciones densas tomarán como punto de partida las experiencias e interpretaciones de milicianos y soldados, cuya participación en la constitución del Estado-nación fue tan significativa como problemática.7 Como fuente principal, se tomarán las investigaciones sumarias abiertas por tribunales militares contra acusados de homicidio, violación, bandolerismo, abuso de poder y sedición. Las “narrativas judiciales” serán contextualizadas de modo relacional; es decir, se vincularán con otros relatos producidos por los sectores dominantes denominados aquí “narrativas patrias”, así como con las lógicas que estructuraron la refundación político-social. La comparación entre los usos y significados de la violencia en los antiguos centro y frontera del régimen colonial, México y la provincia de Buenos Aires, busca hacer una contribución tanto descriptiva como paradigmática al cotejar espacios sociales desiguales y propiciar el extrañamiento de “sentidos comunes” históricos e historiográficos. De este modo, la historia densa de la anarquía posindependiente aquí propuesta intentará reincorporar la heteroglosia al proceso de refundación político-social y reescribir sus conceptos claves “con minúscula”8.

El marco teórico-metodológico elaborado para la investigación integra las propuestas de la antropología histórica y de la nueva historia política y se inspira en el debate sobre la violencia como objeto de estudio, impulsado en Alemania por la nueva sociología de la violencia (Neue Gewaltsoziologie). Aunque provienen de diferentes contextos y disciplinas, los enfoques y conceptos que se utilizarán tienen un origen común: los giros antirreduccionistas —el histórico, el cultural, el interpretativo, el narrativo y el espacial— que emergieron en la segunda mitad del siglo XX como respuesta al desmoronamiento de las metanarrativas occidentales y a los procesos de desterritorialización y reterritorialización políticos, económicos e identitarios. En términos generales, estos virajes parten de la necesidad de dinamizar el intercambio disciplinario, pluralizar las perspectivas y recuperar la agencia, la dimensión “micro”, la contingencia y el posicionamiento del investigador en el análisis. La revisión político-epistemológica se formuló en clara oposición a la teleología de la modernidad y a reificaciones y centrismos de teorías totalizadoras; sus costos fueron la fragmentación, la incertidumbre y cierto extrañamiento disciplinario.9

Aunque de manera discontinua y dispar, los acercamientos entre la antropología y la historiografía abrieron nuevos campos de investigación interdisciplinarios, como la antropología histórica, dentro de la cual se inscribe este trabajo. De acuerdo con los antropólogos Jean y John Comaroff, la tarea principal de la antropología histórica consiste en explorar la historicidad situada de los sujetos empíricos e identificar las representaciones, prácticas y posiciones de los actores dentro de las estructuras de poder imperantes. Para ello, la antropología histórica propone una aproximación interpretativa, etnográfica y crítica a la historia, la cual es entendida como un “proceso de sedimentación de microprácticas en macroprocesos”.10 Antes que como un lugar, el pasado es conceptuado en el análisis histórico-antropológico como un proceso de historización, percibido y experimentado por los actores como contingente. Pese a estar sujetos a las estructuras, se considera que los actores son capaces de moldear el acontecer histórico. Partiendo de estas premisas básicas, la antropología histórica busca elaborar lecturas matizadas con las que captar significados, motivaciones y lógicas implícitas de los procesos sociales. A continuación, haré algunas observaciones sobre los parámetros específicos del estudio.

Violencia política y violencia criminal

Debido tanto a la ubicuidad como a la ambivalencia moral que genera, la violencia —como acto de poder físico-emocional y social— abre un campo oscuro, pero prolífico, para pensar el origen y la transformación de los fundamentos culturales, sociales y políticos de una comunidad en un tiempo y lugar dados.11 En vez de concentrarse en situaciones de violencia política en el sentido más estricto del término —por ejemplo, en el marco de elecciones, motines o revoluciones— este trabajo vincula actos de violencia criminal, interpersonal y colectiva y, por consiguiente, se distancia de tipologías más convencionales de violencia política, las cuales consideran solo actos y actores colectivos.12 La decisión de incluir casos de violencia interpersonal, también descrita como individual o privada, se justifica tanto por la noción amplia de lo político que aquí se utiliza como por el contexto histórico estudiado.13 Al igual que el término “guerra civil” que emplean las fuentes, la noción más amplia de “guerra irregular” que se prefiere en el presente texto considera la intersección entre la violencia política y la privada como una de las características principales de este tipo de crisis.14 En lo que respecta al crimen, retomo aquí la observación de Émile Durkheim, según la cual el crimen funciona como un “prisma crítico” de y para la sociedad. Gracias a él, el cuerpo social puede conocerse, medirse con la imagen ideal de sí mismo y “mejorarse” de acuerdo con esta.15 La riqueza epistemológica del crimen radica asimismo en que los documentos judiciales registran, si bien de modo restringido, una multiplicidad de voces; entre ellas, también las subalternas.

Subalternidad y hegemonía

La noción de subalternidad que se utiliza aquí retoma la propuesta del Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos, según la cual el subalterno:

no es una sola cosa. Se trata, insistimos, de un sujeto mutante y migrante. Aun si concordamos básicamente con el concepto general del subalterno como masa de la población trabajadora y de los estratos intermedios, no podemos excluir a los sujetos “improductivos”, a riesgo de repetir el error del marxismo clásico respecto al modo en que se constituye la subjetividad social. Necesitamos acceder al amplio y siempre cambiante espectro de las masas: campesinos, proletarios, sector formal e informal, subempleados, vendedores ambulantes, gentes al margen de la economía del dinero, lumpen y ex lumpen de todo tipo, niños, desamparados, etc.16

La noción de hegemonía que subyace a esta definición de subalternidad es procesual y polimorfa. Más que un atributo de un órgano o una clase, la hegemonía conforma con la contrahegemonía “lo residual” y “lo emergente”,17 un campo de fuerza, en el cual la dominación, la subordinación y la resistencia simbólicas y materiales son renegociadas constantemente por diversos actores en situaciones concretas. El Estado moderno, como forma de organización política fundada idealmente en una “topografía vertical de poder” que naturaliza la separación entre la autoridad y lo civil-local, se inscribe también dentro de los procesos inacabados de dominación-subordinación-resistencia.18

Los actores

Los actores y comunidades identificados como subalternos serán denominados en este trabajo “sectores populares” o, para citar las fuentes del periodo, “bajo pueblo” y “plebe”. Debo reconocer que, en vista del proceso de redefinición generalizada que tuvo lugar durante el periodo en cuestión, el uso de estas “etiquetas” ofrece una solución poco satisfactoria al momento de ordenar la diversidad que emerge en las historias de violencia. Por eso, en la medida de lo posible, haré una reconstrucción detallada de las trayectorias, pertenencias y experiencias de los milicianos y militares, paisanos, indígenas, esclavos, castas, mujeres, eclesiásticos y agentes del Estado que las protagonizaron. Aunque produce igualmente una generalización, el compuesto “elite político-militar” intenta dar cuenta de la fluidez que también existía en el interior de los sectores dominantes criollos. Los binomios “conservador-liberal”, “federal-centralista” y el término “facción” serán utilizados como referencia a los lenguajes del periodo sin olvidar, no obstante, que estos ofrecen una visión militante de la pugna política.19 En lo que respecta al Estado, este aparecerá representado en las narrativas por una variedad de instituciones y actores del orden público, pero también del fuero militar y del estado eclesiástico, así como por civiles.

El ejército y la milicia serán considerados conjuntamente en la interpretación. Esta decisión se justifica principalmente por el hecho de que, al momento de analizar las fuentes, la distinción demostró no ser relevante. Como veremos a lo largo del presente trabajo, en el marco de la militarización generalizada, milicianos y soldados no solo tuvieron experiencias similares de la violencia, sino que en muchos casos las compartieron. Aunque estaba previsto un servicio temporario y local para las milicias, en el periodo considerado los soldados cívicos se vieron expuestos a serios abusos, tales como la prolongación del servicio e incluso el traslado a campos de batalla fuera de su jurisdicción. A cambio, los milicianos gozaron de fuero, pese a que este privilegio estaba originalmente reservado para los miembros del ejército.20 Debido a estas correspondencias, así como a la variedad de organizaciones que conformaban las fuerzas, la distinción entre las estructuras milicianas y las militares no funcionará como punto de partida, sino que será problematizada por el análisis.

Límite espacio-temporal

En un principio, el objetivo de la investigación fue abarcar la primera mitad del siglo XIX, considerada en la historiografía como una etapa formativa de los Estados-nación hispanoamericanos. Pero, en vista del imperativo de la descripción densa de generar conocimientos extraordinariamente abundantes sobre fenómenos situados, resultó más adecuado concentrar la interpretación en un “momento crítico” dentro del periodo: la década de 1820. Como remarca el historiador Antonio Annino, “cuando se habla de momentos de la historia no se está pensando solo en las cronologías, sino mucho más en la capacidad de representar toda una época, no importa si larga o breve”.21 Aunque con diferentes grados de aceptación, la década de 1820 ha sido descrita en las historias argentina y mexicana como un momento o como parte de un periodo de anarquía. Así, la “anarquía posindependiente” funcionará como un puente en la comparación de los extremos de Hispanoamérica: el virreinato del Río de la Plata, considerado frontera del régimen hispano-colonial debido a la distancia con la metrópoli, la desarticulación de sus estructuras y la irregular densidad poblacional, y México, un antiguo centro político, económico y cultural, densamente poblado y con larga tradición de estatalidad.22 Para el caso de Buenos Aires, el análisis se concentrará en la Anarquía del año XX y los intentos de constituir el Estado-nación que le siguieron; para el mexicano, en la primera crisis que experimentó la República entre 1827 y 1829. La comparación explorará la premisa de que la violencia generó y fue determinada por interconexiones y rupturas con la metrópoli y entre los centros y las fronteras de las naciones emergentes.23

Etnografía en los archivos

En concordancia con la propuesta de los antropólogos Comaroff y Comaroff, el trabajo tomó un enfoque multidireccional y siguió las “huellas textuales” de la violencia a través de los diferentes géneros documentales para crear un archivo ad hoc de fuentes dispares.24 La búsqueda comenzó en abril de 2013, en el Archivo General de la Nación (AGN ARG), ubicado en el antiguo Banco Hipotecario Nacional, en el microcentro de la ciudad de Buenos Aires. Mi investigación por los fondos de la Sala X (periodo nacional-gobierno) me condujo hasta unos cajones de madera apoyados sobre un antiguo fichero de la sala de consulta. Estos contenían el índice de los sumarios militares —posteriormente digitalizado—, organizado alfabéticamente a partir de los apellidos de las personas involucradas. Las fichas registran casos abiertos en la provincia de Buenos Aires por agentes del fuero militar contra oficiales y subalternos del ejército, marina, caballería y las milicias locales, desde la independencia en 1810 hasta la incorporación de la provincia a la Confederación Argentina a principios de 1860. En ellas se detallan los nombres, grados y regimientos de los acusados, sus delitos y las fechas de las investigaciones. Para hacer una primera aproximación al material, consulté indiferentemente casos de milicianos, soldados y oficiales juzgados por insubordinación, complicidad con tropas enemigas, deserción, saqueos y robos, agresión y homicidio contra otros militares y civiles. Siguiendo una estructura común, los documentos relataban de forma más o menos detallada las prácticas y circunstancias y, a veces, los destinos de sus actores. En muchas de las fuentes consultadas, la aplicación irregular de diferentes reglamentos, la superposición de jurisdicciones o las interrupciones de los procesos introducían giros inesperados y finales abruptos en los relatos. Así, pese a la abundancia y accesibilidad de las fuentes, la fragmentación dificultó frecuentemente la generación de descripciones ricas. La consulta de otros textos-fuente, tales como las memorias del general Tomás de Iriarte y del cronista Juan Manuel Beruti, la correspondencia entre jefes locales y el Gobierno, partes de combate, filiaciones, peticiones, informes de la policía y periódicos de la época permitió compensar hasta cierto punto los vacíos dejados por las narrativas judiciales.

Unos meses más tarde, emprendí mi viaje a México. En las primeras semanas de la estadía visité el Archivo General del Estado de Yucatán (AGEY) en Mérida. Como era de esperar, no encontré allí un cajón de madera semejante. Los sumarios y las filiaciones estaban dispersos en diferentes secciones: la de Justicia 1821-1875, Serie Penal, el Fondo del Poder Ejecutivo 1821-1875 y el Ramo Milicia. La búsqueda a partir de términos en el catálogo digital dio pocos resultados. Pese a su reducido número y los daños causados por el clima tropical, las fuentes mostraron otras situaciones de violencia “interesantes”, diferentes, pero comparables con los casos consultados en Buenos Aires.

En contraste con el AGEY, la abundancia documental del Archivo General de la Nación en la capital mexicana (AGN MEX) y la multiplicidad de catálogos resultaron casi abrumadoras. Además de por su rico acervo colonial, este archivo se destaca por los 1500 volúmenes de testimonios judiciales ubicados en la cuarta galería y, en particular, por los concernientes a la Santa Inquisición.25 Los constantes controles efectuados por agentes policiales y la misma arquitectura panóptica del Palacio Negro de Lecumberri intensificaron la sensación de desorientación, pero, con el transcurrir de los días y gracias a la buena predisposición del personal, el trabajo en el archivo se volvió más ameno y, finalmente, prolífico. La investigación me condujo por diversos fondos y regiones del mapa mexicano: en la cuarta galería consulté el fondo de Operaciones de Guerra y en la quinta los de Gobernación/Sin Sección, los de Fondos Judiciales, Archivo de Guerra, Inventario General y el de Justicia Eclesiástica. Al igual que para el caso de Buenos Aires, los Apuntes de Carlos María de Bustamante, el Juicio imparcial de Lorenzo de Zavala, la Breve reseña de José María Tornel y Mendívil y otras narrativas patrias me permitieron complementar los relatos de violencia de las fuentes judiciales mexicanas.

Las fuentes consultadas en el AGEY y AGN MEX me sirvieron de base para plantear nuevos interrogantes para los casos de la cuenca platense: ¿en qué se diferenciaban las nociones de frontera utilizadas para la campaña bonaerense y la península de Yucatán?, ¿qué rol jugó el estado eclesiástico en la politización de la violencia en Buenos Aires? En la segunda visita a Buenos Aires, extendí la búsqueda a los fondos del Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires Dr. Ricardo Levene (AHP BA), ubicado en la ciudad de La Plata. Este se creó en 1939 mediante una resolución de la Corte Suprema y desde entonces alberga la documentación de los juzgados de paz anterior a 1882, las causas de la Real Audiencia, la Cámara de Apelaciones y el Tribunal Superior.26

Estructura del trabajo

Los capítulos de este trabajo tienen una estructura similar: tras una breve introducción, la primera sección hace una aproximación interpretativa a una situación de violencia que se desarrolla a partir de una o más investigaciones sumarias. En concordancia con las pautas de transcripción literal modernizada propuestas por Branka Tanodi para textos corrientes o de divulgación, he actualizado la ortografía de los textos-fuente, he restablecido las contracciones y he prescindido de la puntuación antigua para facilitar la lectura.27 La segunda sección revisa los factores y las dinámicas que intervienen en la situación de violencia considerada. La tercera sección introduce una segunda descripción, cuyo objetivo es ampliar la primera interpretación, vinculando y contrastando los casos. La cuarta y última sección propone inscribir las narrativas de la violencia política dentro de las lógicas implícitas de la anarquía posindependiente, denominadas aquí “des/órdenes”.

El objetivo de los mapas que introducen las tres secciones que componen este trabajo es facilitar la orientación en los contextos considerados y la visualización de las dimensiones espaciales del análisis. El primer y el segundo capítulos constituyen una introducción a la temática. El capítulo 1, “Narrando la violencia política”, describe el proceso de construcción del marco teóricometodológico en el cual se formularon los interrogantes que orientan la interpretación, e introduce la definición de violencia política utilizada, el método etnográfico y los parámetros de la comparación de los sentidos de la violencia política en los centros y fronteras bonaerenses y mexicanos. El capítulo 2, “La anarquía posindependiente”, desarrolla la primera descripción densa de la violencia política según las interpretaciones de Simón Bolívar, el general Iriarte, Beruti, Lucas Alamán, el diplomático mexicano Simón Tadeo Ortiz y Ayala y otros actores-testigos. Para establecer el contexto interpretativo del análisis, las narrativas patrias de la anarquía serán luego cotejadas con estudios historiográficos sobre la violencia, la disolución social y territorial y el problema de la estabilización del poder central en Hispanoamérica. El capítulo 3, “Quimeras: tácticas del pueblo en armas” introduce dos sumarios abiertos en las ciudades de Buenos Aires y México contra un soldado y un sargento segundo por haber participado en las pendencias. Las prácticas e interpretaciones de la violencia interpersonal serán analizadas en relación con la militarización generalizada en la primera mitad del siglo XIX, el impacto que esta tuvo en las comunidades y la transformación de categorías y jerarquías político-sociales. Para equilibrar la interpretación de las narrativas judiciales, el capítulo 4, “Ajusticiamientos: sobre la violencia punitiva y las tácticas legales” considera los sentidos de la violencia ejercida por los tribunales militares y los recursos no violentos utilizados por miembros de la milicia y del ejército para limitarla. En el marco del pluralismo que aún caracterizaba a los regímenes legales de transición, emerge una de las primeras diferencias significativas entre el contexto bonaerense y el mexicano: el rol del estado eclesiástico en la transición política. Los dos últimos capítulos exploran la dimensión espacial de situaciones de violencia colectiva. El 5, “Saqueos y montoneras: depredación y abusos de poder en los complejos fronterizos”, trata dos casos de asalto y dos denuncias de abusos de poder abiertas contra oficiales y subalternos milicianos y militares en la campaña bonaerense y en la península de Yucatán. Estas narrativas de violencia se analizan en relación con las imágenes de la otredad fronteriza, el imperativo de integración-sujeción y otras transformaciones que mediaron la reconfiguración de la soberanía. El capítulo 6, “Tumultos urbanos: encrucijadas de la violencia política”, indaga el rol jugado por los centros de la nación —las ciudades de Buenos Aires y México— y cómo estos se relacionaron con los complejos fronterizos en los procesos de integración-sujeción del territorio. Para ello, considera dos tumultos iniciados por los cuerpos milicianos metropolitanos en los cuales participaron también miembros del ejército y los sectores populares urbanos: el motín de octubre de 1820 en Buenos Aires y la toma de la Acordada de 1828 en la capital mexicana. Al igual que en el capítulo anterior, los sentidos de la violencia se analizarán a la luz de los problemas de la reconfiguración de la soberanía. “A modo de conclusión” ofrece una reflexión final sobre los sentidos, los espacios y lógicas de la violencia política, identificados por la historia densa, y sobre la contribución de la aproximación etnográfica y crítica al debate sobre la gestación de lo político en Hispanoamérica.

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Mapa 1. Los extremos de Hispanoamérica en comparación

Las flechas señalan los parámetros de la comparación.

Los espacios conectados —la frontera y el centro colonial indiano, y la metrópoli— se entienden aquí como realidades tanto mentales como materiales.

Mapa elaborado a partir de las imágenes de acceso libre aportadas por Wikimedia Commons, Trasamundo, “Spanish Empire Anachronous”, <https://commons.wikimedia.org/wiki/zFile%3ASpanish_Empire_Anachronous_0.PNG> (26-06-2016).

1 Morson (2007: 66).

2 Palti (2009: 13).

3 Irurozqui (2011: 15).

4 De este modo denomina Karl von Clausewitz a las levas nacionales y a las masas de campesinos armados que participaron de las “guerras del pueblo” europeas en el siglo XIX, las cuales son asimismo descritas como la “expansión y un fortalecimiento de todo el proceso fermentativo que llamamos guerra”. Clausewitz (capítulo XXVI).

5 Adelman (2010: 391-422).

6 La Anarquía del año XX se refiere a la crisis política que estalló con la derrota del Directorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata por las tropas federales, en 1820. En la historia mexicana, el “periodo de la anarquía” fue acuñado por los historiadores del Porfiriato para denominar las décadas entre 1821 y 1876. Esta periodización se considera en general tendenciosa. Fowler (2009: 5).

7 Chust (2007), Fowler (1996), Sabato (2001).

8 Geertz (1987: 39).

9 Para una problematización de estos giros, véase: Bachmann-Medick, “Cultural Turns”, Daniel (2016: 440-441), McDonald (1996: 1-14).

10 Traducido del original. Comaroff (1992: 38).

11 Aijmer (2000: 1-22), Balandier (1986: 499-511); Farge (1995: 145-154), Neithard (2008: 7-9).

12 Uno de los modelos más reconocidos es el desarrollado por Charles Tilly en su trabajo. Tilly (2003).

13 La definición amplia de lo político y los límites y ventajas de las fuentes judiciales serán tratadas en el capítulo 1, 2.ª sección.

14 Si se toma la definición básica de “guerra civil” (un combate entre partidos sujetos a una autoridad común, dentro de los límites de una entidad soberana reconocida), esta noción no es aplicable al contexto estudiado, especialmente en vista de que la indefinición de la soberanía fue uno de los problemas principales del periodo. Kalybas (2008: 382).

15 Durkheim (1986: 118). Véase también Comaroff (2016: 4-5).

16 Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos, 1998 (apud Vitola 2016: 168). Entre los textos fundacionales del grupo se cuentan los artículos de Gilbert Joseph “On the Trail of Latin American Bandits: A Reexamination of Peasant Resistance” y Patricia Seed “Colonial and Postcolonial Discourse”, publicados en Latin American Research Review, en 1990 y 1991, respectivamente. Los historiadores Florencia Mallon y David Nugent son también dos referentes reconocidos de esta vertiente.

17 Con los conceptos “residual” y “emergente” Raymond Williams propone integrar en el análisis las experiencias, relaciones y prácticas que no pertenecen a lo hegemónico. Con “residual” se refiere a los elementos alternativos u opuestos a la cultura dominante que se originaron en el pasado y siguen activos en el presente. Estos se diferencian de los “elementos emergentes” —las nuevas relaciones, valores y actividades que se crean continuamente—. Williams (1997: 137-149).

18 Bartelson (2001), Ferguson (2008: 383-399), Mallon (1995: 330), Roseberry (1994: 361-366).

19 Para una problematización de las categorías utilizadas, véase Di Meglio (2013: 10), García Ugarte (2010: 13-21), Vázquez Semadeni (2009: 35-83), Zubizarreta (2012: 13-18).

20 Fradkin (2014: 250), Fowler (2009: 15-16), Harari (2013a: 180), Rabinovich (2013: 122-123).

21 Annino (2014: 391).

22 Guerra (1994: 11), Halperín Donghi (1996: 18-20).

23 Las nociones históricas e historiográficas de centro y frontera serán tratadas con detenimiento en el capítulo 2.

24 Comaroff (1992: 17).

25 Archivo General de la Nación Argentina, AGN (07-06-2015).

26 Durán (1999: 238).

27 Tanodi (2000: 259-270).

CAPÍTULO 1

Narrando la violencia política

¿Qué sentidos dieron a la violencia política los soldados y milicianos durante la anarquía de la década de 1820? ¿Cómo se relacionaban las concepciones y prácticas de la violencia en diferentes espacios? En este capítulo introduciré el marco teórico-metodológico dentro del cual se formularon estos interrogantes. El proceso de elaboración ha estado guiado por un cierto “pragmatismo conceptual” que prioriza la aplicación de herramientas teórico-conceptuales que facilitan el tratamiento reflexivo de los objetos situados y dan lugar a contradicciones y multicausalidades.1 Esta aproximación es adecuada para una interpretación cuyo aporte —citando al antropólogo Clifford Geertz— “se caracteriza menos por un perfeccionamiento del consenso que por el refinamiento del debate”.2 En concordancia con la estructura general del trabajo, comenzaré con una narrativa de violencia: el sumario militar abierto contra el tambor Francisco Vidal en 1820, en Buenos Aires. Tomando como punto de partida la incertidumbre empírica y la pluralidad teórica que caracterizan a los estudios de la violencia y lo político, desarrollaré en el segundo apartado la definición heurística de violencia política utilizada en este trabajo. Por último, introduciré el método conocido como “descripción densa” y haré algunas observaciones sobre su uso en el campo historiográfico y sobre las condiciones para la elaboración de comparaciones etnográficas.

1.1. Enigmas de la violencia política

Alrededor de las diez de la mañana del día tres de septiembre de 1820, el tambor de la primera compañía del Regimiento Fijo Francisco Vidal abandonó la guardia del depósito de prisioneros en el Retiro para dirigirse a la pulpería de Pablo López, ubicada a cincuenta pasos del cuartel. Según las declaraciones del mozo Juan Bravo, una vez allí el tambor pidió una cuartilla de chapurreado3. Al rato llegó el paisano José León Ayala, quien se unió a Vidal y compartió con él unos tragos. En medio de la conversación, el tambor sacó repentinamente su cuchillo y apuñaló a Ayala en el lado izquierdo del abdomen mientras exclamaba: “¡Así se pega!”.4 Mostrando el corte a los presentes —el mozo Bravo, los pulperos López y Antonio Martínez y el platero Francisco Porta—, Ayala dijo: “Me ha herido ese niño”5 y se desplomó.

Vidal ya se había dado a la fuga cuando López y Porta salieron a la calle, donde encontraron el cuchillo ensangrentado. Tomaron la evidencia, cargaron al herido y se dirigieron al cuartel. Allí relataron los hechos al oficial de turno, Marcelo Salinas, quien inmediatamente mandó buscar al acusado. A Vidal lo encontraron sentado en el patio del cuartel. Sin mostrar inquietud alguna, el tambor confirmó el ataque, y remarcó tan solo que Ayala lo había insultado. Vidal fue entonces escoltado al calabozo y la víctima enviada al hospital Guardia del Belén. Salinas dio finalmente parte de lo sucedido al comandante de Armas. El paisano Ayala, oriundo del Paraguay, murió al día siguiente. Tenía 40 años.6

El seis de septiembre, el juez fiscal comisionado por el Tribunal Militar, el sargento mayor Mariano Sarassa, dio inicio a la investigación sumaria y citó a los testigos del incidente. En sus declaraciones, López, Bravo, Martínez y Porta coincidieron en que en el día en cuestión la interacción entre Vidal y Ayala había sido amena antes del ataque. Ninguno de los declarantes oyó a la víctima ni vio que agrediera al acusado. La declaración indagatoria de Vidal ofreció una versión leve, pero significativamente distinta de lo sucedido. El acusado aseveraba que

teniendo que ir a la pulpería inmediatamente a comprar un cuartillo de pan, le pidió licencia al sargento de su guardia, llamado Cabaña, el cual se la dio; y habiéndose dirigido a dicha pulpería de don Pablo López, encontró en ella tomando aguardiente a un paisano a quien no conocía, el que lo convidó con el mismo licor que estaba tomando, el que concluido mandó el declarante echar otro cuartillo más; y por disposición del mismo paisano se echó en su mismo vaso, tomando ambos de él; que estando bebiendo, le preguntó el paisano en voz baja que si era [de] los que habían venido en la fragata Trinidad; contestando el exponente que sí, a lo que le replicó el paisano que cómo estaba él todavía sirviendo cuando todos sus compañeros se habían licenciado y estaban libres; a lo que le respondió el declarante que no le importaba nada que los otros no quisieran servir y que él había de servir en lo que mandasen; y contestándole el paisano con las expresiones injuriosas, diciendo “vaya usted a la gran puta que lo parió”, le dijo el exponente “váyase usted”. A cuyo tiempo sacó el paisano un cuchillo y le hizo ademán de tirarle una puñalada, con lo que el exponente sacó el suyo y le tiró al paisano una puñalada.7

El hecho de que ninguno de los testigos pudiera confirmar esta versión se debió para Vidal a que estaban entretenidos con su propia conversación y a que el paisano le había insultado en voz muy baja.

Sobre el tambor, consta en su filiación, tomada en el extinguido Batallón de Aguerridos en agosto de 1818, que había nacido en Barcelona y que llegó a Buenos Aires como integrante del Regimiento de Cantabria, a bordo de la mencionada fragata Trinidad. Vidal, de tez blanca marcada por la viruela, pelo rubio y ojos pardos, se había alistado voluntariamente en el batallón bonaerense. De acuerdo con lo expuesto en su declaración indagatoria, en el momento del crimen tenía dieciséis años. Sus superiores, el oficial Salinas y el sargento segundo Mariano, concordaban en que la conducta del tambor era

incorregible, de mala bebida, y provocativo; que continuamente está preso y que en la actualidad se hallaba preso en el calabozo por haber herido pocos días antes en el mismo cuartel a un soldado del mismo regimiento llamado Cecilio Rodríguez y que por falta de tambores lo sacaban del calabozo para cubrir la guardia de prevención y concluido volvía al calabozo.8

Una vez terminadas las diligencias reglamentarias, el juez fiscal procedió a cerrar la investigación y recomendó al tribunal que el acusado fuese sentenciado a la horca. Para el fiscal, Vidal,

aun cuando no tuviese días antes proyectado matar a José León Ayala súbitamente como sucedió, tenía su corazón preparado a matar así cuando se le ocurriera con cualquiera que fuese; y llegado el caso de Ayala lo pensó y deliberó antes de sacar el cuchillo, pues lo sacó con disimulo bastante para que Ayala no se precaviera; tampoco cree el Fiscal que sea de valor la causa de la embriaguez porque la Ordenanza lo previene así en el “Tratado 8°, Título Décimo, Artículo 121”, ni la de ser de poca edad de diez y seis años, ni considerarlo fatuo, no dando de ello manifestación alguna más que negarse a declarar.9

En defensa del tambor acusado, el teniente José María Fretes argumentó:

Todo delito es la violencia de alguna parte y la pena es la privación de algún derecho; no todas las acciones opuestas a las leyes son delitos (...) la acción sin la voluntad no es culpable. (...) El delito pues consiste en la violación de la ley acompañada de la voluntad de violarla. La voluntad es aquella facultad del ánimo que resuelve después de los movimientos del apetito y de las reflexiones de la razón. El apetito estimula, el entendimiento examina, y la voluntad resuelve; para querer una cosa es necesario pues, apreciarla y conocerla. (...) Aquellos a quienes se les supone incapaces de querer, deben tenerse por incapaces de delinquir, por ejemplo, los de corta edad, los locos o los que por algún orden en su mecanismo no tienen aún o han perdido el uso de la razón. (...) Vidal, Señores, de corta edad hirió a Ayala después de haber bebido aguardiente, es decir, quebrantó la ley. ¿Pues lo hirió con pleno conocimiento y voluntad deliberada? Este es un punto único, esencial, interesante. Vidal por su edad no está sujeto a las penas porque es menor y la Ley se supone sin deliberación completa en sus acciones las reputa por niñerías y como a tales las castiga y premia.10

El Consejo General de Guerra no impuso la pena capital, pero sentenció al tambor a diez años de presidio y ordenó que la falta de mérito se registrase en su filiación.

Aunque, en mi recorrido por los archivos, casos como el de Vidal y Ayala fueron una narrativa recurrente, la banalidad, lo ordinario y lo efímero de este episodio me generaron desconcierto. ¿Era la aparente falta de motivación y/o de finalidad del acto violento una prueba de su sinsentido? ¿Fue el incidente entre Vidal y Ayala una expresión de patologías individuales o colectivas? ¿Cómo relacionar esta práctica de violencia espontánea con el acontecer histórico? El filósofo James Dodd advierte de que la violencia encierra en sí un problema de significado: “Violence is situated in world of sense, but in a manner that seems to hold it apart from all sense. This anarchy undermines our capacity to hold it in place”.11 La violencia es ubicua y polisémica. Está condicionada simultáneamente por factores biológicos, psicológicos, sociales, simbólico-culturales, políticos, éticos e históricos. Es asimismo fenomenológicamente reticente, ya que, a pesar de dirigirse siempre hacia un objeto o sujeto, no es objetiva. La violencia destruye, detiene algo o a alguien, pero no puede ser destruida. Esta falta de un correlato empírico preciso plantea problemas considerables para su determinación. Y de hecho, teóricos de la talla de Thomas Hobbes, Max Weber, Emile Durkheim, Karl Marx, Friedrich Engels, George Simmel, Niklas Luhmann, Michel Foucault o Jürgen Habermas han otorgado a la violencia un valor central en sus argumentaciones sin proporcionar una definición clara de la misma.12

Además de reticente, la violencia es moralmente ambivalente. El acto violento produce en perpetradores, espectadores y analistas sentimientos encontrados de impotencia y repugnancia, así como de poder y fascinación. La controvertida observación del antropólogo Michael Taussig, publicada en 2001 en el artículo “Antropology’s Alternative Radical”, en el New York Times, ilustra esta tensión. Reflexionando sobre su trabajo, Taussig reconoce que en cierto punto, “I started to become a violence junkie. I wanted the material to get wilder and more violent and I started to wonder about that: What is it in me?”13 Esta ambigüedad emerge también en los debates sobre el rol de la violencia en los procesos de socialización y subjetivación. ¿Es la violencia un estado presocial o constituye una fuerza primigenia sobre la cual se funda toda cultura y orden? Partiendo del dualismo violencia-potestad, la búsqueda de respuestas a estas preguntas ha generado en el transcurrir de los siglos diversas interpretaciones. La legitimidad como función del control de la violencia se ha tratado ya en las teorías de la “guerra justa” de Tomás de Aquino, san Agustín y Francisco de Vitoria. Montesquieu, Jean Bodin, John Locke e Immanuel Kant, además de los ya mencionados Hobbes y Weber, reformularon en sus obras en términos seculares el debate sobre el vínculo entre la violencia, el orden y el desorden político. En el marco de la constitución de los regímenes nacionales e imperialistas del siglo XIX, la metanarrativa de la modernidad racional y civilizada, cuya formulación más eminente desarrolló posteriormente el sociólogo Norbert Elias, dio sustento teórico a los procesos de extrañamiento, racionalización y patologización de la violencia. Un siglo más tarde, revisiones críticas denunciaron la contracara violenta del mismo proyecto civilizatorio. Los escritos de Hermann Heller, Carl Schmitt, Norbert Elias, Max Horkheimer, Theodor W. Adorno, Hannah Arendt, Mao Tse-Tung, Franz Fanon, Elias Canetti, Zygmund Baumann y Giorgio Agamben, entre otros, retrataron los desequilibrios y desconciertos que marcaron la “era de los extremos”.14

Retornemos por un momento al caso del tambor Vidal. En el sumario, la violencia adquiere diferentes valencias: es un asalto y una sorpresa, un acto de revancha, una prueba de disposiciones individuales y de apetitos. Puede ser crimen, efecto colateral de la borrachera o “niñería”, dependiendo de las interpretaciones y los reglamentos vigentes. Para el tribunal militar, el asesinato del paisano Ayala fue, sobre todo, un agravio a la autoridad de la ley que, por tanto, debía penarse. ¿Tuvo este acto criminal una dimensión política? Cualquier intento de delimitar lo político se ve confrontado con un campo teóricamente intrincado e igualmente controvertido. El sociólogo Ulrich Bröckling y el politólogo Robert Feustel identifican al menos cuatro complementos recurrentes en las definiciones de lo político:

1. El primero se refiere a las asociaciones espaciales y las determinaciones territoriales, que conceptúan lo político como una esfera específica de lo social. En estos planteamientos, lo político suele utilizarse como sinónimo de la política y, en algunos casos, se asocia con la estatalidad. Con otras esferas, puede mantener relaciones horizontales o verticales.

2. En su determinación modal, lo político es entendido como forma específica de agencia y/o comunicación humana. Las definiciones que lo califican como práctica esencialmente deliberativa o antagónica, entre cuyos autores más prominentes se cuentan Arendt y Schmitt, pueden considerarse extremos en un continuo. Las modalidades deliberativa y antagónica han sido también conceptuadas como momentos mutuamente contaminados y/o constitutivos.

3. Integrando la dimensión temporal del fenómeno, Weber postula que lo político se constituye en y como continuidad. Por el contario, para Walter Benjamin es, por definición, un momento revolucionario y, como tal, una irrupción en el decurso histórico.

4. Finalmente, con un sentido normativo, se entiende lo político cuando se cuestiona su valor como garante y/o enemigo de posturas morales. Así, desde el siglo XX algunos usos cotidianos han tendido a equipararlo con la concreción de ideales democráticos y con una forma de comunicación abierta al futuro.15

El concepto de violencia política que propondré a continuación se ancla en la incertidumbre empírica y la pluralidad teórica recién descrita.

1.2. Narrativas de violencia política

Denomino “violencia política” a las situaciones en las que el uso de la fuerza es articulado —utilizado, interpretado y legitimado— por los actores como objeto, catalizador y/o medio de comunicación y negociación de las relaciones de poder. La violencia puede constituir un medio para reproducir, evadir o desafiar el monopolio estatal, para explicitar conflictos sociales y provocar la toma de posición de otros actores. Esta definición se funda en una concepción amplia, performativa y a la vez espacial de lo político, como la desarrollada en el marco de la nueva historia política. El colectivo científico Sonderforschungsbereich 584: Das Politische als Kommunikationsraum in der Geschichte de la Universidad de Bielefeld propone entender lo político como la esfera donde las reglas de convivencia, las relaciones de poder y los límites de lo realizable y lo decible son comunicados y negociados de forma pacífica o violenta. 16 Esta conceptualización de lo político, la cual integra los giros lingüísticos y culturales, no tiene como objetivo descifrar su esencia, sino analizar sus modalidades, espacios y lógicas desde la perspectiva de diversos actores en sus contextos y usos cotidianos. Mediante la producción de estudios empíricamente abundantes en contextos abarcables, la nueva historia política ha buscado descentralizar su objeto y propiciar “el retorno del individuo, del actor, la recuperación del accidente y del azar en la historia”.17 En el contexto latinoamericano, esta reorientación teórico-metodológica ha dado impulso a diversas revisiones críticas de postulados históricos e historiográficos, tales como los de modernidad, tradición y nación.

En lo que respecta a la violencia, la definición heurística retoma una noción restringida. En concordancia con el modelo fenomenológico desarrollado por el sociólogo Heinrich Popitz, la violencia es conceptuada aquí como un acto de poder (Machtaktion) voluntario, como una práctica cuya intención principal es el daño físico parcial o total del objeto/sujeto. La violencia como forma directa de poder es expresión de libertad y su uso presupone la vulnerabilidad permanente de la corporalidad humana. El dolor, entendido como un modo específico de experimentar la violencia, no posee referencia; inmuta la consciencia e interrumpe la comunicación, revelando de forma extrema la dimensión corporal de los sujetos. La violencia es entonces una realidad emocional y física que genera un orden situacional simultáneamente efímero y perdurable.18 La corriente alemana de la nueva sociología de la violencia (Neue Gewaltsoziologie), representada por Brigitta Nedelmann, Hans-Georg Soeffner, Wolfgang Sofsky y Trutz von Trotha, recuperó esta definición somática de la violencia. La nueva sociología emergió en los años 1990 como cuestionamiento del paradigma académico vigente y en el marco de la escalada de conflictos bélicos dentro y fuera de Europa, que acompañaron al desmoronamiento del orden bipolar, y de la violencia neofascista en Alemania. Esta rechaza las siguientes premisas de las corrientes denominadas mainstream19:

— La dilatación innecesaria del concepto de violencia, la cual produce nociones “vagas y normativas”. Esta crítica apunta principalmente contra el modelo desarrollado por el sociólogo noruego Johan Galtung, según el cual el fenómeno de la violencia compone un triángulo cuyos lados son la violencia directa y física, la estructural y la cultural. La violencia se considera estructural cuando, debido a las estructuras imperantes, la realización efectiva somática e intelectual de los actores es menor que su realización potencial. La pobreza, la injusticia y la exclusión social son formas de violencia estructural. Galtung denomina violencia cultural al marco de legitimación de la violencia, manifestado en actitudes.20