Hablan de Fe en desenredo

“Con Fe en desenredo, Rachel Held Evans entra en el escenario como una escritora avezada, una narradora honesta y una voz convincente en la comunidad cristiana. Ella representa lo más esperanzador y promisorio que puede encontrarse en una nueva generación de líderes jóvenes articulados, inteligentes y fieles”.

Brian McLaren, autor y conferencista - www.brianmaclaren.net.

“Las historias que disfruto leer por estos días son las que plantean preguntas, las que viven en tensión, las que me permiten traer mis dudas e incertidumbres y participar en la conversación. Fe en desenredo, de Rachel Held Evans, es una de esas historias”.

Shauna Niequist, autora de Cold Tangerines y Bittersweet.

“Este libro es un alegato de Rachel en litigio con ella misma, con Dios, con la Biblia y con el fundamentalismo del sur estadounidense. De alguna manera, sin embargo, es un alegato en el que nosotros somos los ganadores porque somos los que aprendemos cuando vemos a una joven que llega a la madurez de su fe y permite que la perspectiva que Jesús tiene del reino vuelva a perfilar esa fe. Me veo a mí mismo alentándola en su intento”.

Scot McKnight, Profesor, Cátedra Karl A. Olsson de Estudios Religiosos, North Park University.

“Rachel Held Evans es brillante, valiente, real y divertida. Con su Fe en desenredo impactó mi peregrinaje espiritual de maneras que no habría podido imaginar. No recuerdo haber leído un libro que haya disfrutado tanto, en parte debido a que Rachel es una gran escritora, y en parte porque examina sin temor alguno el conflicto entre la fe acerca de Dios que recibió como herencia y la verdad descubierta en su propia experiencia espiritual. Fe en desenredo tiene un peso que lo distingue de otras biografías espirituales existentes”.

—Jim Palmer, autor de Divine Nobodies y Wide Open Spaces.

“¿Puedo decirles todo lo que admiro a Rachel Held Evans? Ella es inteligente, compasiva, divertida y persistentemente inquisidora. El impacto de Fe en desenredo se debe a las preguntas que Evans elabora, no a las respuestas que descubre. Hay muchos libros que valen la pena leer, pero uno que sea verdaderamente destacable te va a dejar sopesando asuntos por un largo tiempo después de haber cerrado la contratapa. Lo disfruté. El hecho de que Evans haya escrito un libro tan bien logrado a una edad tan temprana hace que quiera darle una palmada y bendecir su corazón”.

Karen Spears Zacharias, autora de Will Jesus Buy Me a Double-Wide? (‘Cause I Need More room for My Plasma TV).

“Rachel Held Evans enriquece el debate entre la fe y la duda con su voz fresca y llena de coraje; es una voz que todos necesitamos oír”.

Jason Boyett, autor de O me of Little Faith: True Confessions of a spiritual Weakling.

Fe en desenredo es la clase de libro que promuevo pasándoselo a otros. Rachel Held Evans subraya de manera supremamente certera su lucha por cultivar una fe genuina, transformadora, una fe que embellece el mundo. ¡Cómo amo su corazón, su peregrinaje, sus preguntas y su comprensión tentativa de Jesús! Estaré meditando en lo que este libro me aporta, en su mensaje, por meses y años venideros. Es una lectura importante”.

—Mary DeMuth, autora de Thin Places: A Memoir.

“Cuando nos sorprendemos haciéndonos preguntas de calibre, a veces queremos respuestas; pero en muchas otras, solo queremos un amigo que se esté planteando las mismas preguntas. Escrito con una honestidad refrescante, Fe en desenredo, el nuevo libro de Rachel Held Evans, va a ser para muchos esa clase de amigo”.

Chad Gibbs, autor de God and Football: Faith and Fanaticism in the SEC.

“La biografía de Rachel, jocosa y a la vez humilde, que la describe siendo criada en el mundo evangélico, sirve como una guía estimulante para cualquiera que esté contemplando navegar esa subcultura particular. Puesto que vi mi propio peregrinaje reflejado en sus páginas, aprecio la honestidad de Rachel que le permite revelar las dudas y las cuestiones que se levantan cuando ella señala las grietas de la fachada evangélica. La historia que aquí se cuenta es tan afirmadora de la fe como lo es de la duda. Una bella reflexión de un corazón que, con ansias, busca seguir a Dios de manera decidida”.

Julie Clawson, autora de Everyday Justice: The Global Impact of Our Daily Choices.

“Toda una generación de evangélicos jóvenes brillantes, basados en un malentendido común de 1 Pedro 3:15, fue educada creyendo que la fe vital y viviente era posible por una ‘cosmovisión’ que uno podía explicar y defender. Rachel Held Evans, una escritora joven, brillante y talentosa, con una valentía que le es natural, desafía esa ‘vaca sagrada’. Su descubrimiento es, con toda seguridad, certero: necesitamos una fe que obedezca, no una cosmovisión enraizada en una certeza absoluta. Ella nos ayuda a asumir las preguntas sin perder la realidad de la fe”.

John H. Armstrong, Presidente de ACT 3 y autor de Your Church Is Too Small.

Copyright © 2010 by Rachel Held Evans.

FE EN DESENREDO

Cómo una Chica que Aprendió todas las Respuestas, Empieza a Hacer Preguntas

de Rachel Held Evans. 2019, JUANUNO1 Ediciones.

Título de la publicación original Faith Unraveled

Previously published as Evolving in Monkey Town

Published by arrangement with The Zondervan Corporation, LLC, a division of HarperCollins Christian Publishing, Inc. / Publicado por acuerdo con The Zondervan Corporation, LLC, una división de HarperCollins Christian Publishing, Inc.

ALL RIGHTS RESERVED. | TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

Published in the United States by JUANUNO1 Ediciones,

an imprint of the JuanUno1 Publishing House, LLC.

Publicado en los Estados Unidos por JUANUNO1 Ediciones,

un sello editorial de JuanUno1 Publishing House, LLC.

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JUANUNO1 EDICIONES, logos and its open books colophon, are registered trademarks of JuanUno1 Publishing House, LLC. | JUANUNO1 EDICIONES, los logotipos y las terminaciones de los libros, son marcas registradas de JuanUno1 Publishing House, LLC.

Library of Congress Cataloging-in-Publication Data

Name: Held Evans, Rachel, author

Fe en desenredo: cómo una chica que aprendió todas las respuestas, empieza a hacer preguntas / Rachel Held Evans.

Published: Hialeah: JUANUNO1 Ediciones, 2019

Identifiers: LCCN 2019953666

LC record available at https://lccn.loc.gov/2019953666

REL012120 RELIGION / Christian Living / Spiritual Growth

REL077000 RELIGION / Faith

REL106000 RELIGION / Religion & Science

Paperback ISBN 978-1-951539-15-3

Ebook ISBN 978-1-951539-16-0

JuanUno1 Publishing House, LLC, agradece profundamente a

- SARAH BESSEY -

por el Prefacio “En Su Memoria”, realizado especialmente para esta edición.

Créditos Foto de Rachel Held Evans utilizada en interior y portada:

Maki Garcia Evans

Traducción: Alvin Góngora

Editor: Tomás Jara

Diagramación interior: María Gabriela Centurión

Diseño de Portada: ZONA21.net

Director de Publicaciones JUANUNO1 Ediciones: Hernán Dalbes

First Edition | Primera Edición

Hialeah, FL. USA.

-2019-

A mamá y papá
por haber creído en mí lo suficiente
como para hacerme prometer a mis ocho años de edad
que les dedicaría mi primer libro

Contenido

Cover

Portada

Hablan de Fe en Desenredo

Portada

Legales

Dedicatoria

Prefacio de Sarah Bessey “En Su Memoria”

Prólogo

Introducción: Por qué soy evolucionista

Parte 1 HÁBITAT

1. Premio a la Mejor Actitud Cristiana

2. June, la Dama de los Diez Mandamientos

3. Monkey Town

4. Greg el Apologeta

5. Cuando los escépticos preguntan

PARTE 2 DESAFÍO

6. Nathan el Soldado

7. Cuando los creyentes preguntan

8. Jesús, Dios en sandalias

9. La culpa del sobreviviente

10. Juan el Revelador

11. Caminos que son más altos

12. Laxmi la Viuda

13. Cosas de Dios

14. Mark el Evangelista

15. Día del Juicio

16. Adele la Oxímoron

17. Juegos de esgrima bíblico

PARTE 3 CAMBIO

18. Sam la Feminista

19. Adaptación

20. Dan el Arreglatodo

21. Viviendo las preguntas

Agradecimientos

Prefacio

“En Su Memoria”

Sarah Bessey

Al igual que muchos más, conocí inicialmente a Rachel a través de sus palabras; sus palabras profundas, provocadoras, honestas, diseñadas con primor artesanal. En su blog, inmensamente popular, su voz en las redes sociales y, posteriormente, sus libros, ella escribía para todos los que dudamos y soñamos, los escépticos y los cínicos, los hambrientos y los sedientos; aquellos de entre nosotros que queríamos creer, pero que, de alguna manera, todavía nos hacíamos las preguntas del tipo “¡Ajá! Pero, ¿y qué con esto...?” de la escuela dominical.

Rachel creó un albergue para los refugiados espirituales que luchamos con las grandes preguntas los que buscamos ser honestos con nuestras propias heridas, y anhelamos encontrar el amor de Dios. Pero ella también fue una esposa dedicada a Dan, su esposo. La alianza que forjaron fue una maravilla digna de contemplar. a él también lo van a conocer en estas páginas. Ella fue una madre excepcional para sus niños. Una vez, cuando ella y yo llevábamos a cabo una conferencia, oímos el llanto de su bebé desde los bastidores del escenario. Rachel inmediatamente abandonó la plataforma, fue y tomó a su bebé y regresó para seguir predicando con su niña que ahora descansaba plácidamente en sus brazos. No había línea fronteriza alguna entre la vida de Rachel y su trabajo. Ella integraba todos esos aspectos sin que se notaran las costuras divisorias.

Cuando Rachel murió a la edad de tan solo 37 años, el duelo unió a su familia, sus amigos y su comunidad con millones de dolientes alrededor del mundo. La pérdida de Rachel sigue escapándose a todo intento de explicación. Ella fue mucho más que una autora exitosa, mucho más que una teóloga pública de respeto, mucho más que una conferencista persuasiva y más que una organizadora de conferencias: ella fue también una pastora, una profeta, una amiga fiel para tantos en este peregrinaje, una lideresa para nuestra generación en la iglesia.

Rachel fue un alma nada común: tan tierna como fuerte, tan brillante como amable. Ella fue de esa clase de mujeres que convierte los correos de odio en cisnes de origami, de las que interactuaba con sus lectores como si fueran sus amigos, de las que amó sus raíces hundidas en la pequeña ciudad en la que sus ojos se abrieron al mundo, de las que gustaba de las conversaciones más que de las respuestas, de las que nunca perdió el deleite de la placidez de la tierra y el trino del ruiseñor. Ella siempre creyó que había un lugar en la Mesa y vivió generosamente.

Rachel y yo nos contactamos por primera vez gracias a nuestra interacción por internet, pero luego llegamos a ser amigas en la vida real. Por muchos años estuvimos la una junto a la otra: cuando dábamos a luz a nuestros bebés, cuando escribíamos nuestros libros, cuando nos animábamos la una a la otra, cuando hacíamos algún trabajo juntas. Su amistad me hizo más decidida, más sabia, más despierta, mucho más honesta y más amorosa para con mis vecinos. La extraño profundamente.

Cuando su editor me pidió que escribiera algunas palabras a modo de introducción a su trabajo, fui y volví a leer una vez más este libro. Han pasado ya algunos años desde que invertí mi tiempo en estas páginas y ahora, cobijada por mi dolor, vuelvo a revivir una vez más el recuerdo de sus dones tan notables, su sabiduría, su brillantez y su espíritu de acogida. Ella es también, de verdad, realmente divertida.

Siento celos. Ustedes están leyendo sus palabras por primera vez: les espera una sorpresa agradable. Cuando ella escribía, fue la duda la que rescató su fe. No es eso lo que muchos líderes de la fe nos cuentan. Ellos nos dicen que son nuestras certezas, nuestra fuerza inconmovible, nuestra sumisión callada lo que nos salva. En estas páginas, Rachel hará por ustedes lo que ella hizo por muchos de nosotros: les va a dar permiso. Permiso para que miren sus a dudas fijamente a los ojos, para que las nombren y para que luego se planteen la pregunta temible: “¿Y si soy yo quien está equivocado?”. Esa pregunta puede ser terrible, pero también puede ser sanadora. ¿Qué si somos nosotros los que nos equivocamos con un Dios vengativo, castigador, cruel? ¿Qué si nos equivocamos al temer que la ira y la furia están destinadas para nosotros? ¿Qué tal si somos nosotros los equivocados? ¿Si mi modo de adorar a Dios o de entenderlo no es la única historia a narrar? ¿Y qué tal que Dios fuese mucho mejor de lo que nos podíamos haber imaginado? Hay libertad en las preguntas. Rachel se nos adelantó y abrió para nosotros un sendero a seguir. Tal como ella lo escribe: “Los caminos de Dios son más altos que nuestros caminos, no porque él sea menos compasivo de lo que nosotros somos, sino porque él es más compasivo de lo que nosotros podamos imaginar”.

Rachel vivió su vida a plenitud dentro del ámbito del amor compasivo y ahora ese amor la abraza.1 Ella vivió a cabalidad sus preguntas. Y nunca perdió su amor por relatar la Historia. ahora que nos las tenemos que arreglar de alguna manera en este mundo sin Rachel, estoy más que agradecida porque hoy puedo hablar por cada una de las palabras que ella nos escribió a nosotros. Sus palabras, un camino de migajas de pan que conduce justo a la Casa del Dios generoso, incluyente y amoroso.

—Sarah Bessey, autora de Jesus Feminist y Miracles and Other Reasonable Things, amiga personal de RHE.


1. En el original, “she is held in that Love now.” Juego de palabras con su nombre: Held, “abrazada” (nota del traductor).

Prólogo

Si escogiste este libro buscando un análisis objetivo del cristianismo o una interpretación no sesgada de la Biblia, hay algunas cosas que es mejor tener en cuenta antes de empezar.

La gente me dice que exagero.

Tiendo a cambiar de idea.

Mi blog Stuff White People Like (Cosas que les gustan a los blancos) representa de manera dolorosa mi estilo de vida y mis hábitos.

Nunca he vivido al norte de mi calle, Mason-Dixon Line.

A veces pienso que las mujeres atractivas carecen de inteligencia.

He sido herida por gente cristiana.

Aunque voté por el ganador en las últimas tres elecciones, me las ingenio para sentirme políticamente marginada cada vez.

Lloré durante una hora cuando supe que Tim Russert había muerto.

Enjuicio a la gente que creo que se lo pasa enjuiciando a los demás.

Con tan solo veintisiete años, probablemente esté muy joven como para escribir una autobiografía.

Casi siempre soy fan de los perdedores, y a veces tengo la sensación de que Dios también.

Supongo que lo que estoy tratando de decir es que no soy exactamente una observadora imparcial. Mi cultura, mi niñez, mi género, mis prejuicios, mis esperanzas, mi imaginación, mis virtudes y mis vicios, todas esas cosas moldean mi perspectiva del mundo y la impregnan de sentido. Al igual que todo el mundo, también arrastro mi equipaje que es tan parte de mi peregrinaje de fe como los picos altos, los valles y los atractivos trechos largos del camino que me gustaría que se perpetuaran por siempre.

Soy muchas cosas, pero justa y balanceada, no. Así que ahora que ya sabes en lo que te estás metiendo, adelante. Sigue leyendo

Introducción Por qué soy evolucionista

Les tengo miedo a los monos. Cada vez que oigo hablar de chimpancés que resuelven problemas matemáticos o de Koko, la gorila que se vale del lenguaje de señas para pedir su desayuno, me siento amenazada de manera inexplicable por sus cualidades e inteligencia tan similares a las humanas. Hago lo mejor que puedo para evitar la sección de los simios en los zoológicos y esos documentales aterradores de Dian Fosey en Animal Planet.

Cuando estuve de viaje en las estribaciones del Himalaya, en la India, donde los macacos salvajes se trepan a los puentes y se suben a los cables de energía eléctrica, un mono en particular se quedó mirando con incredulidad el bolso de mi cámara y luego me miró a mí, como si me preguntara “¿Quién te crees que eres, llevando todo ese equipo sofisticado por todo un país en el que la mitad de la población ni siquiera tiene lo suficiente para comer?”. Es posible que yo esté imaginando demasiado, pero podría jurar que luego se volvió a su compañero y le susurró algo al oído, quien me miró disgustado con ojos de impaciencia. Después de eso, estuve aún más atenta a mi cámara.

Yo supongo que mi mono-fobia tiene algo que ver con la sospecha engañosa de que, después de todo, los biólogos están en lo cierto. Es posible que el mono y el hombre compartan un mismo ancestro, lo cual explica nuestras similitudes misteriosas. Es un tanto desconcertante pensar que los seres humanos modernos hayamos llegado tan tarde a la escena de la evolución, que Dios se haya demorado millones y millones de años para al fin dar con la idea. Ese escenario lastima, a decir verdad, nuestro orgullo y pone en aprietos la noción de que hayamos sido creados a la imagen de Dios.

Para empeorar las cosas, en algún momento de la ruta me dijeron que la creencia en la teoría de la evolución y la creencia en un Creador personal y amoroso se excluían mutuamente; me dijeron que si la Biblia no era digna de confianza como para explicar certeramente los orígenes de la vida, no se podía confiar para nada más en lo sucesivo, y que la fe cristiana estaría perdida. El compromiso con una creación literal que ocurrió en seis días, que incluía la formación de Adán y Eva como su clímax, tenía una importancia tan fundamental en mi joven fe que invertí los primeros veinte años de mi vida garabateando palabras como debatible e improbable en los márgenes de los libros de ciencia. Me imagino que cada vez que algún monito astuto intenta deshacer todo eso con su sonrisa picarona, me acoge algo de ansiedad.

Charles Darwin sostenía que la supervivencia o la extinción de un organismo estaban determinadas por su habilidad para adaptarse al medio. La incapacidad para adaptarse es lo que explica por qué los mamuts lanudos no sobrevivieron el final de la Era Glacial y por qué nuestro parabrisas almacena caca de palomas y no de dodo. Todavía no sé qué hacer con la evolución. Los científicos tienen un buen caudal de evidencias que perfectamente la sustentan, mientras que los teólogos tienen muy buenas razones bíblicas y filosóficas para ser cautos en cuanto a sus implicaciones.

Sin embargo, tengo la sensación de que si resulta que Darwin está en lo cierto, la fe cristiana no se va a desbaratar al final del día. La fe es más resiliente que eso. Cual si fuera un organismo vivo, la fe tiene una capacidad asombrosa de adaptación al cambio. En el mejor de los casos, los cristianos asumimos esa cualidad y abrimos, en la ortodoxia, el espacio suficiente para que Dios nos sorprenda de cuando en cuando. En el peor, lanzamos pataletas y chillamos para abrirnos paso en cada cambio que ocurre, quemamos libros y puentes e incluso gente en el entretanto. Pero si nos podemos ajustar al universo de Galileo, también nos podemos ajustar a la biología de Darwin, incluso a la parte de los monos. Si hay algo de lo que puedo estar segura es de que la fe puede sobrevivir a todo, siempre y cuando pueda evolucionar.

Yo fui fundamentalista. No de la clase aquella que odia a los Teletubbies, se apresta para el apocalipsis y se asemeja a Jerry Falwell; sino de la que cree que Dios ya lo tiene todo organizado, que ya nos dijo todo y no tiene nada más que decir. Fui fundamentalista en el sentido de que creía que la salvación consistía en tener las opiniones correctas acerca de Dios y que pelear la buena batalla de la fe requería defender esas opiniones a toda costa. Fui fundamentalista porque mi seguridad, sentido de valor y sentido de propósito en la vida estaban todos envueltos en la sábana confeccionada a partir de la seguridad de tener a Dios de la manera correcta: creer las cosas correctas acerca de él, decir las cosas correctas acerca de él y convencer a los demás para que también abracen lo que es correcto acerca de él. Los buenos cristianos, creía yo, no sucumben a las arenas movedizas de la cultura. Los buenos cristianos, solía yo pensar, no cambian sus mentes, no cambian de idea.

Mi amiga Adele dice que el fundamentalismo consiste en aferrarse tan fuertemente a tus creencias que tus uñas se entierran en la palma de tu mano. Adele es gay. Ella sabe mejor que nadie qué tan afiladas pueden estar esas uñas. Pienso que tiene razón. Fui fundamentalista, no debido a las creencias que yo sostenía, sino a cómo las mantenía: con un agarre mortal. Se necesitó que Dios mismo finalmente arrebatara algunas de ellas de mis manos.

El problema con el fundamentalismo es que no puede adaptarse al cambio. Cuando cuentas con tus creencias como si fueran absolutamente esenciales, el cambio nunca es una opción. Cuando el cambio nunca es una opción, vas a tener que esperar que el mundo se mantenga exactamente como está para que no estropee la perspectiva que tienes de él. Yo creo que esta es la razón por la cual algunos telepredicadores lucen tan agitados y molestos. Para los fundamentalistas, el cristianismo está perpetuamente en el borde mismo del precipicio del desastre, a solo un descubrimiento científico, un cambio cultural o un difícil interrogante teológico de su extinción. Temerosos de perder el control con el que aprisionan la fe, le exprimen toda la vida que tiene.

Afortunadamente, la habilidad para adaptarse al cambio es uno de los mejores rasgos de la fe cristiana, así nosotros, con frecuencia, lo pasemos por alto. Yo solía pensar que la verdadera fe cristiana —o al menos su versión más pura— había comenzado con Jesús y sus discípulos, caído en un hiato de unos mil años durante el reinado del catolicismo romano, regresado con Martín Lutero y la Reforma protestante, y vuelto a caer nuevamente bajo el sitio que le impusieron los humanistas seculares. Yo tenía la impresión de que los elementos más importantes de la fe no habían cambiado con el paso de los años, sino que simplemente se habían perdido y habían sido redescubiertos. Estaban ahí en la Biblia, tan simples y tan claros como podían estarlo, y era nuestra labor como cristianos defenderlos y protegerlos de todo cambio.

Sin embargo, la historia real del cristianismo no sigue una línea tan recta. La historia real involucra muchos siglos de conflictos, desafíos y cambios. Desde el momento mismo en el que Jesús flotó en las nubes en su ascensión, dejando a sus discípulos en tierra enmudecidos, los cristianos han luchado por definir y aplicar los elementos fundamentales de su enseñanza. No nos la hemos pasado los últimos dos mil años simplemente defendiendo los fundamentos; hemos invertido esos dos mil años decidiendo muchos de ellos.

Las cosas se ponen calientes cuando algunos fundamentos falsos se cuelan en la fe y solo un cambio dramático en el entorno puede arrancarlos de raíz. El geocentrismo, por ejemplo. En los tiempos de Galileo, la iglesia predicaba con tal firmeza el paradigma tradicional de un universo geocéntrico que cualquiera que viniera con una evidencia que probara lo contrario era excomulgado. En esa época, la mayoría de los cristianos creía que la Biblia hablaba claramente de asuntos cosmológicos. La tierra tiene un fundamento (Job 38:4), que no se mueve (Salmo. 93:1; Proverbios. 8:28). Incluso el teólogo protestante Juan Calvino consideraba el geocentrismo tan fundamentalmente cierto que aseguraba que quien creyera que la tierra se movía estaba poseído por el diablo.1

Pero si un universo geocéntrico fuera así de vital para su supervivencia, el cristianismo ya hubiera muerto con la aceptación que ganó la cosmología heliocéntrica. ¡Solo imagina el poder de un telescopio para deshacer siglos y siglos de fe! Al contrario, los cristianos se adaptaron. Estoy segura de que les costó acostumbrarse a ese cambio, pero los creyentes encontraron una manera para repensar e imaginar de nuevo su fe en el contexto de un nuevo entorno, uno en el que ya no estaban en el centro del universo. Cuando el medio ambiente cambió, ellos optaron por cambiar sus mentes antes que extinguirse. Para decirlo en términos menos nobles, ellos decidieron negociar.

Si bien la capacidad para adaptarse al cambio está en el ADN de la iglesia, raramente ocurre el abandono de falsos fundamentalismos sin que se dé una pelea. Los primeros cristianos discutieron si a los nuevos convertidos debía exigírseles que siguieran la ley judía. Los reformadores Wycliff y Hus fueron rotulados como herejes por insistir en que la gente debería poder leer la Biblia en sus propios idiomas. Cuando Martín Lutero cuestionó la venta de indulgencias por parte de la iglesia, desencadenó uno de los mayores debates en toda la historia en torno a los fundamentos cristianos, arriesgó su excomunión e incluso corrió el riesgo de ser asesinado por cuestionar una doctrina que ya era aceptada. Unos pocos años después, los mismos protestantes ejecutaron sistemáticamente a los anabaptistas por sostener la “herejía” ´de que una confesión de fe debía darse antes del bautismo. No hace mucho tiempo, en Estados Unidos las denominaciones se dividieron en torno a desacuerdos en lo relacionado con una perspectiva bíblica de la esclavitud. La Convención Bautista del Sur se organizó originalmente porque los bautistas en el sur estadounidense no querían que los bautistas del norte les dijeran que tener esclavos era malo. Después de todo, argumentaban, la Biblia enseña claramente que los esclavos deben obedecer a sus amos.

Al mirar atrás, desde luego, nos es fácil identificar dónde se equivocó la iglesia. En abril de 1993, el papa formalmente declaró inocente a Galileo de la acusación de herejía; trescientos sesenta años después de su condena. De manera similar, la Convención Bautista del Sur, en 1995, votó a favor de una resolución sus orígenes racistas.

A todos nos gustaría creer que, de haber vivido en esos tiempos de la iglesia primitiva o de la Reforma protestante, nosotros nos hubiésemos puesto del lado de la verdad; pero en todos esos casos, esa postura hubiera exigido de parte nuestra un ejercicio arduo de cuestionamientos profundos a las enseñanzas fundamentales de esa época. Debemos cuidarnos de imitar a los fariseos que se jactaban de que si ellos hubieran vivido en los tiempos de los profetas, hubieran protegido al inocente (ver Mt. 22:30), pero a renglón seguido armaban un complot contra Jesús y perseguían a sus discípulos.

Con todo esto en mente, yo me pregunto a veces qué clase de convicciones hubiera sostenido de haber vivido en una época y lugar diferentes. ¿Hubiera usado la Biblia para defender mi derecho a tener esclavos? ¿Hubiera sido una ferviente seguidora de las Cruzadas? Para empezar, ¿hubiera decidido seguir a Jesús?

Esa es la razón por la que trato de mantener una mente abierta en lo que tiene que ver con monos, y es eso por lo que me considero evolucionista; no necesariamente evolucionista en su acepción científica, sino en lo tocante a la fe. Así como se dice que los organismos vivos evolucionan con el tiempo, de igual manera la fe evoluciona, tanto a un nivel personal como colectivo. La evolución espiritual es la explicación de por qué el cristianismo ha florecido mientras que otras religiones han perecido. Esa evolución explica la razón por la cual nuestras hermanas y nuestros hermanos en la Zimbabue rural y los de la Iglesia Ortodoxa Griega pueden adorar a un mismo Dios en una amplia diversidad de formas. El cristianismo nunca hubiera sobrevivido la marea del tiempo, mucho menos su propia expansión mundial, de no haberlo creado Dios con su habilidad innata para adaptarse a los entornos cambiantes. Esa misma versatilidad que le permitió a Pablo “hacerse todo con toda la gente” se aplica a la iglesia colectivamente. La capacidad que tiene el cuerpo de Cristo para cambiar —para producir aletas cuando necesita nadar y alas cuando necesita volar— la ha preservado por dos mil años, a pesar de predicciones incontables de su desaparición inminente.

He ahí por qué soy evolucionista. Soy evolucionista porque creo que la mejor manera para revindicar el evangelio en épocas de cambio es no aferrándose aún más firmemente a nuestras convicciones, sino sosteniéndolas con una mano abierta. Soy evolucionista porque creo que a veces Dios se vale de los cambios en el entorno para arrancar de nuestras manos los ídolos que atesoramos y enseñarnos algo nuevo. Soy evolucionista porque, de no haber sido por la evolución, yo hubiera perdido mi fe.

Todo comenzó de una manera imperceptible —una pregunta insistente aquí, una idea nueva allá, un mundo siempre cambiante, cada vez de más fácil acceso en todas partes—, pero antes de que me percatara de lo que estaba ocurriendo, justo cuando me iba a graduar de una universidad cristiana, los veinte años de presunciones incuestionables de mi fe fueron asediados de pronto por la duda.

Insatisfecha con respuestas fáciles, comencé a plantear preguntas más difíciles. Puse en cuestionamiento lo que creía eran los fundamentos: la condenación eterna de todos los no cristianos, la exactitud histórica y científica de la Biblia, la capacidad para conocer la verdad absoluta y la politización del mundillo evangélico. Cuestioné a Dios: su justicia en lo relacionado con la salvación, su bondad al permitir tanta pobreza e injusticia en el mundo, su inteligencia al confiarle a los cristianos la tarea de arreglar las cosas. Luché con pasajes de las Escrituras que parecían condonar el genocidio y la opresión a las mujeres, y bregué para encontrarle algún sentido al orgullo y la hipocresía en la iglesia. Me pregunté si el Dios de mi niñez era realmente el Dios que yo quisiera adorar. A veces llegué a preguntarme si en realidad existía.

Pero, en lugar de matar mi fe, esas dudas la llevaron a un renacimiento sorprendente. Para sobrevivir en un medio ambiente nuevo y volátil tuve que abandonar convicciones viejas y desarrollar, en su lugar, otras nuevas. Tuve que mirar más de cerca lo que yo ya creía y discernir lo que era esencialmente cierto. Pasé de la seguridad que proviene de gatear en el cieno de mis creencias heredadas a la vulnerabilidad de estar de pie, con mi cabeza y mi corazón expuestos, en la verdad de mi propia experiencia espiritual. Evolucioné; no pasando a ser una mejor criatura que las que me rodeaban, sino para construir un yo mejor, uno que estaba mejor adaptado, un yo que no le temía a sus nuevas ideas y dudas e intuiciones, un yo cuya fe podía sobrevivir al cambio.

Si bien la evolución en una escala amplia e histórica ocurre de vez en cuando, la evolución en el interior de las almas de las personas sucede cada día, cada vez que adaptamos nuestra fe al cambio. La evolución implica dejar ir nuestros fundamentos falsos de tal manera que Dios pueda llegar a esos ámbitos sombríos a los que no estamos seguros de si quisiéramos que él llegara. La evolución implica estar en paz con equivocarnos, estar en paz con no tener todas las respuestas, estar en paz con nunca vernos como una obra acabada.

Mi historia narra ese tipo de evolución. Es un desplazamiento de la certidumbre a la fe por la vía de la duda. No se trata de respuestas que yo haya encontrado, sino de las preguntas que planteé; preguntas que, imagino, tú te puedes estar haciendo ahora. No es una historia linda, no es ni siquiera una historia terminada. Es una historia de sobreviviente. Es la historia de cómo evolucioné en un entorno para nada promisorio, un pequeño lugar llamado Monkey Town.


1. William J. Bouwsma, John Calvin: A Sixteenth-Century Portrait (Oxford: Oxford University Press, 1988), 72.