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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Lois Kleinsasser

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El último baile, n.º 970 - enero 2020

Título original: Last Dance

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1348-104-3

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Aldea de Freedom, 1882.

Del diario de Magda Claas.

 

Bautizamos a nuestro valle con el nombre Freedom, y a nuestra aldea también. Al principio éramos solo diez en aquel ardiente y seco verano de 1881. Nos encontramos por casualidad, reunidas en un pequeño y hermoso valle, compartiendo lo que teníamos para sobrevivir. Preciosas montañas coronadas de nieve se elevaban al norte, y había un encantador lago con unas estupendas praderas para acampar. Procedíamos de todos los rincones del mundo, mujeres con sus hijos, mujeres que habían perdido a sus familias y que habían conocido el lado oscuro de la vida. Fleur Arnaud, soltera, había perdido un hijo concebido en una violación. El marido y el hijo de Anastasia Duscha murieron a consecuencia de las guerras. Beatrice Avril era una sirvienta, que había sido presa fácil de los hombres por su belleza y sus delicados modales. Jasmine Dupree, encinta, había llegado del Sur más pobre. Cynthia Whitehall vino de Boston en busca de una libertad que su familia no supo darle. China Belle Ruppurt había escapado de los cazadores de búfalos, que se habían aprovechado de ella. El padre de Fancy Benjamin la había vendido a un granjero por un saco de avena, y las habilidades como cocinera de la viuda Margaret Gertraud no la salvaron ni a ella ni a sus hijos de los ladrones que los dejaron muriéndose de hambre. Poco sabemos de la mujer llamada LaRue, excepto que sufrió mucho por amor.

Magda Claas es mi nombre, y sé trabajar duro. Quiero que el hombre al que escoja como marido no me vea ni como una vaca del prado ni como una esclava, sino como una mujer con orgullo y corazón propios. Quiero ser tratada con respeto, como hacen algunos hombres a quienes he visto honrar a sus esposas. Al final de cada jornada hago mi labor de costura, soñando con el hombre al que aceptaré en mi corazón.

Qué extraña mezcla formamos aquí, algunas con los niños agarrados a sus faldas, otras amamantándolos, todas sin hombres. No somos mujeres desvalidas ni presas fáciles de hombres desalmados. Cada una de nosotras se sabe proteger a sí misma, y juntas somos tan fuertes como lo puede ser una familia. Por eso decidimos reunirnos, granjeras, madres y mujeres de oscuro pasado. Nos convertimos en una comunidad de mujeres que se ayudaban entre sí, gobernándose por un Consejo Femenino. El candidato a marido que quiera tomar una esposa de nuestro círculo deberá atenerse a nuestras reglas y costumbres, observadas junto a las normas matrimoniales, para nuestra inspección. De otra forma, no habrá boda alguna en Freedom. Estamos juntas en esto, decididas a casarnos a nuestro gusto, protegidas por nuestra propia hermandad.

 

Magda Claas, sanadora y comadrona.

Pueblo de Freedom, valle de Freedom.

Territorio de Montana, julio de 1882.

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Eran tan dulces en aquel entonces… un niño de ocho años y una niña de cuatro. Tanner había dejado a un lado su bate de béisbol para ayudar a reparar la rueda del carro. Mientras que Gwyneth claramente lo adoraba, Tanner siempre se comportaba con ella de manera forzadamente brusca, abandonándola para montar en bicicleta con sus amigos. Hacía gestos de asco cuando ella lo besaba en las mejillas. Pero se hará mayor y se convertirá en un hombre bueno, tan cariñoso como su padre. Algún día conocerá a su amada y la cortejará según las reglas establecidas de Valle Freedom.

Del diario de Anna Bennett, descendiente de Magda Claas y madre de Tanner Bennett.

 

 

Arrodillado en el tejado de la casa de su madre, Tanner Bennett retiraba las tejas rotas de la casa de su madre y las sustituía por otras nuevas. Se llenó los pulmones del aire de Montana, tan fresco en aquella mañana de abril. Sabía que su ex mujer no tardaría en aparecer con la intención de echarlo de allí. Conocía a Gwyneth de toda la vida y, por la sombría mirada que le lanzó en la cafetería, adivinó que querría imponerle sus propias reglas. Lo cual constituía una contrariedad, porque ahora Tanner ya tenía las suyas propias.

Desde lo alto de la casa de dos pisos, contempló la pequeña aldea que había abandonado dieciocho años atrás. Encajada en el valle Freedom, un fértil valle cubierto de prados y de ganado y flanqueado por montañas de nevadas cumbres, la pequeña población parecía dormir plácidamente. Descendiendo por la carretera rural que llevaba hasta el pueblo, podía imaginarse a los bebés durmiendo mientras sus madres limpiaban la casa, a los dependientes de las tiendas esperando a sus clientes, y a los vecinos cuchicheando en la cafetería delante de sus desayunos. Valle Freedom no había cambiado. Fundado por una comunidad de mujeres solteras que se habían agrupado para protegerse a finales del siglo XIX, sus tradiciones se habían perpetuado en sus sucesores. Vidas y familias se habían mezclado con los años, y los apellidos de sus descendientes ostentaban orgullosos su origen foráneo, inmigrante. Todavía la plaza del pueblo estaba rodeada de dos edificios de almacén que poco habían cambiado desde los heroicos tiempos de las caravanas que atravesaban Montana.

En la distancia, más allá de la hilera de camionetas aparcadas frente a la tienda de comestibles, subiendo por la calle de la floristería, su madre descansaba en paz en el pequeño y cuidado cementerio. Un accidente de coche le había arrebatado la vida demasiado pronto: en una autopista barrida por la niebla, Anna no llegó a ver el camión que invadió el cruce y la arrolló. Al lado de su tumba descansaba la de Paul Bennett, su marido, víctima de un ataque cardíaco cuando Tanner solo contaba doce años.

A sus treinta y seis años, todos aquellos recuerdos parecían despertarse en la memoria de Tanner, susurrando como las hojas de un roble movidas por la brisa, mientras la luz de sol bañaba el amado hogar de Anna Bennett. No lejos de la aldea, su granja se conservaba intacta, desde su gallinero hasta sus pastos y su huerto de plantas aromáticas.

Tanner se frotó el pecho, como si pudiera liberarse así del doloroso nudo que le oprimía el corazón. Durante el mes y medio transcurrido desde la muerte de su madre, se había desentendido de su negocio en la costa noroeste del Pacífico, consistente en la construcción de barcos pesqueros artesanales, en madera y por encargo. Durante su ausencia, un buen amigo se estaba ocupando de su empresa. Contemplando la pequeña granja, no pudo menos que preguntarse cómo se las habría arreglado su madre, después de enviudar, para sacar adelante sola a sus hijos. Durante los últimos años había regresado de vez en cuando para visitarla, pero… ¿qué era lo que la había mantenido atada allí, a aquel pequeño lugar? Anna Bennett nunca se había quejado de nada. ¿De dónde había sacado tanta fortaleza, tanta serenidad de espíritu, tanta paz? Paz. ¿Podría él encontrar su propia paz alguna vez?

La blanca aguja del campanario de la iglesia parecía clavarse en el cielo azul de Montana. Doce años atrás Tanner se había casado allí mismo, un jovencito al lado de su dulce y pudorosa novia, partiendo hacia un luminoso futuro. Pero aquella primera noche, Gwyneth Smith Bennett se había asustado y había huido de él, y a pesar de la paciencia y firmeza desplegadas por Tanner, el matrimonio había terminado… sin llegar a consumarse. De pronto vio aparecer en la carretera que llevaba a la granja una furgoneta blanca con un llamativo letrero pintado en letras rojas y rosas: Cerámicas de Gwen. Por Willa, propietaria de la única cafetería y alcaldesa titular de Valle Freedom, sabía que era la furgoneta de su ex esposa. Y por Leonard, el gasolinero, sabía que aquel trasto de Gwen debía de tener siglos y necesitaba una puesta a punto… al igual que ella. Una sola semana en la comunidad de Valle Freedom le había proporcionado más información sobre Gwyneth de la que había querido… o, al menos, sin que hubiese tenido necesidad de solicitarla. En un pueblo tan pequeño, no había intimidad alguna.

Se llevó una mano al corazón, el mismo corazón que Gwyneth había destrozado tantos años atrás. Había reconstruido su vida sin ella, y lamentó la momentánea punzada de dolor que le producía el simple hecho de verla. Aspiró profundamente al verla bajar de la furgoneta, con su cabello corto y rubio brillando al sol. Así, vista de lejos, parecía más un adolescente que la mujer de treinta y dos años que era, hasta que se fijó en su cuerpo esbelto y bien formado. Evidentemente Gwynett Smith Bennett, vestida con una camiseta y unos vaqueros cortos que revelaban sus bronceadas piernas, no estaba de buen humor. Con el ceño fruncido miró el descuidado huerto de Anna, el gallinero y el pequeño prado que hacía frontera con el rancho de los Smith. Abrió la puerta blanca de la valla y finalmente entró en el porche, saliendo del campo de visión de Tanner. La aldaba de la puerta resonó con fuerza y luego Tanner volvió a verla, dispuesta como estaba a rodear la casa y entrar por la puerta trasera.

–Oh, Gwynnie… –la llamó con tono suave desde lo alto del tejado, tentado de gastarle una broma.

Gwyneth se detuvo y miró hacia arriba, frunciendo el ceño. Aquel rostro le recordó al de la chica que había amado y adorado… ¿Realmente la había amado? ¿O simplemente había querido protegerla de su posesivo padre? No, había sido más que eso. Y había pagado un alto precio por ello. Vio cómo apretaba los labios, y de inmediato recordó su dulce sabor cuando llegó a probarlos años atrás, tan perfectos y virginales. En aquel instante, sus ojos de color verde avellana no lo miraban con la expresión de felicidad de antaño, sino más bien con verdadera furia. Tenía la misma manera de apretar la mandíbula que el viejo Leather, su padre. Sin dudarlo un instante, se acercó a la escalera que estaba apoyada en el tejado, la agarró y la dejó caer sobre el césped.

–¿Cuándo te marchas? Apenas puedo esperar –le espetó, con las manos apoyadas en la cintura.

Tanner se sentó sobre los talones, observándola. En sus visitas a Anna, se la había encontrado por casualidad varias veces; no habían hablado, como si una helada montaña de dolor y furia se hubiera interpuesto entre ellos. Muy poco se parecía aquella mujer a la aterrada veinteañera que había huido de su lado durante su noche de bodas. Nunca olvidaría su imagen acercándose a la cama en aquel hotel, con los ojos muy abiertos de miedo. Ahora ya eran personas adultas, y no estaba dispuesto a dejarse presionar por nadie. En aquel entonces había sido muy cuidadoso con ella, pero eso pertenecía ya al pasado.

–Me marcharé cuando esté listo.

–He oído en la aldea que estás arreglando la casa de Anna para venderla. Supongo que te irás, volverás a tu gran negocio de la costa noroeste, ¿verdad?

Aparentemente Gwyneth también se había informado bien.

–Me halaga que estés tan interesada por mi vida, Gwynnie.

–No me llames «Gwynnie». Ya no tengo seis años, no estoy enamoriscada de ti y tampoco interesada en tu vida. Solo quiero que te vayas del pueblo. Regresaste hace una semana, y los rumores ya están circulando. No puedo pasear por la calle sin que alguien me informe de que ya estás de vuelta, mirándome como si esperara… bueno, no importa. Este es mi pueblo. Yo sí me he quedado aquí. No me he ido para estudiar en la universidad, ni para enseñar en Kansas City, o para viajar por el mundo en un barco mercante. Me he quedado aquí a cuidar de mi padre, y ahora que ya no está, soy yo la que llevo el rancho. No podemos vivir los dos aquí, no cuando todo el mundo sabe lo de…

–¿Nuestro matrimonio? ¿Te refieres al matrimonio que nunca llegó a consumarse? –Tanner tuvo que sobreponerse a la punzada de furia y frustración que lo asaltó. Él nunca la había herido, nunca le había dado motivo alguno para temerle. Durante tres años, mientras estuvo enseñando en Kansas City, había intentado disipar cualquier temor, hacerle ver lo mucho que la amaba. Pero la distancia, el tiempo y la frialdad de Gwyneth hicieron que finalmente se resignara a aceptar el divorcio. Porque ella había preferido el divorcio a una simple anulación, que habría sido fácil de conseguir dado que el matrimonio nunca llegó a consumarse.

Se le encogió el estómago al evocar la horrorizada expresión de Gwyneth, la forma en que huyó del hotel para correr a casa de su padre. El viejo «Leather» Smith había visto confirmadas así sus convicciones: que Tanner nunca había sido un compañero apropiado para su hija única. Leather no había querido renunciar a su hija, que también era su mano derecha en el rancho, su cocinera y la mujer de la limpieza de su casa; el muy tozudo había querido conservarla a toda costa, impedir que se emancipara, y había bloqueado todo intento de Tanner por recuperar a su esposa.

–Pues te quedarás allí arriba hasta que entres en razón –declaró Gwyneth con tono firme.

–¿Ah, sí? –inquirió Tanner antes de abrir una de las ventanas del piso superior, y penetrar por ella con una sonrisa. Mientras bajaba las escaleras y salía al porche, no dejó en todo momento de pensar en Gwyneth y en su intención de echarlo de Freedom. Cuando estuvo frente a ella, se atrevió a hacerle la pregunta que tanto le quemaba por dentro–: Dime, ¿por qué sigues conservando tu apellido de casada?

Tanner se tensó cuando ella lo miró de la cabeza a los pies, recorriendo su uno noventa de estatura y parpadeando varias veces ante la vista de su torso desnudo. Por una milésima de segundo apareció en sus ojos un brillo de temor, que en seguida se apresuró a disimular. El estremecimiento que recorrió el cuerpo de Gwyneth bastó para hacer que Tanner apretara los puños, torturado por el recuerdo de su noche de bodas.

–Sabes perfectamente por qué conservo el apellido Bennett –replicó, retrocediendo un paso y alzando la barbilla–. Yo quería a Anna, y siempre estuve muy encariñada con ella, para mí fue la madre que nunca tuve. Me gusta conservar su apellido. Y una anulación matrimonial habría… habría ocasionado todavía más habladurías.

–Es mi apellido, y tú lo tomaste –le espetó Tanner–. El viejo Leather ya hizo correr bastantes rumores él solo. A mi madre no le gustó tener que oír que yo te había maltratado aquella noche y que corriste a su lado para ponerte a salvo.

Se dijo en silencio que durante todos aquellos años Gwyneth había seguido siendo su esposa, en lo más profundo de su corazón, y que ahora volvía a experimentar aquel terrible sufrimiento con solo mirarla.

–Tu madre lo llamó una noche para hablar con él. Lo que le dijo le puso furioso, obligándole a detener y acallar aquellos rumores. La respetaba mucho… como todo el mundo aquí. Ella fue a verlo cuando estaba agonizando y me ayudó con el funeral, hace ahora ya seis años –desvió la mirada hacia el paisaje del valle–. Lamento lo de los rumores que hizo correr mi padre. Intenté impedírselo. Anna conocía la verdad y era una buena mujer. Tenía una especie de paz interior que dulcificaba el carácter de la gente que se le acercaba.

–Es verdad. Nos educó a Kylie, a Miranda y a mí sin ayuda alguna, y nunca la vi ni temerosa ni amargada. Amaba este valle, donde ayudó a traer al mundo a un buen número de bebés –Tanner se preguntó por qué su madre había amado tan apasionadamente aquel lugar, por qué había asumido como suyas las tradiciones fundadas por aquel puñado de mujeres de la frontera. Ese era el secreto de la vida de Anna Bennett, siempre buscando lo que había de bueno en la gente. ¿De dónde procedía su paz interior? ¿Y dónde encontraría él la suya?

Tenía que matar los sentimientos que le inspiraba su ex mujer. Tenía que empezar una nueva vida; quería un hogar, niños y aquella paz interior… Miró con el ceño fruncido a Gwyneth, presa de recuerdos que recorrían su corazón como cicatrices. Aquella mujer había empañado sus relaciones con otras mujeres, echándolas a perder.

–Vi a Kylie y a Miranda en el funeral –le confesó ella, pasándose una mano por su pelo corto–. Suponía que serían ellas quienes…

Tanner levantó la escalera y volvió a apoyarla en el tejado. Sus hermanas no habían podido soportar la idea de tocar siquiera una sola pertenencia de Anna, y había tenido que hacerlo él. Tanner había reparado la casa desde que tenía doce años, ocupándose de las labores de carpintería que antes solía realizar su padre. Su voluntariosa y cariñosa madre había sido una bendita fuente de fortaleza para todos aquellos que la habían conocido, pero ni por Anna ni por nadie estaba dispuesto a complacer los deseos de Gwyneth.

–Date por vencida. No me iré a ninguna parte hasta que esté listo para hacerlo.

–Tú no estás habituado a las aldeas como esta. Has recorrido todo el mundo. No perteneces aquí. Yo…

Tanner advirtió que llevaba pendientes, y pensó que de haber vivido su padre, eso habría constituido un verdadero desafío: no le habrían gustado aquellos «estúpidos adornos». Sintió el amargo sabor del recuerdo en la boca. Gwyneth no se había atrevido a desafiar a su padre años atrás, cuando él intentó desesperadamente razonar con ella.

–Tú querías un divorcio y no una anulación. Yo me mostré de acuerdo con esa farsa, y ese fue el último acuerdo al que llegué contigo. Ni uno más.

–Resulta difícil de creer, Tanner Bennett, que seas hijo de la dulce Anna. Me alegraré cuando vendas este lugar y…

–No cuentes con ello –repuso lentamente Tanner, sintiendo el escozor de antiguas heridas y la necesidad de cortar amarras con aquella mujer que le había robado su vida y sus sueños. Pudo haber intentado llenarse de otros sueños, de otras mujeres, pero las cosas no le habían salido como había querido. En lo más profundo de su interior, sabía que tenía que encontrar la misma paz que su madre había disfrutado. Gwyneth abrió mucho los ojos, asombrada.