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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Annette Broadrick

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Solo tu y yo, n.º 953 - marzo 2020

Título original: Tall, Dark & Texan

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1348-117-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Dan Crenshaw se dio cuenta de que ella había entrado, nada más penetrar en el bar. Y no era el único. Aquella mujer iba provocando vestida con el traje sin tirantes en colores exóticos. La melena negra le llegaba por los hombros. Era evidente que destacaba en el tugurio como una flor tropical en un pasto.

Aunque era de baja estatura, su cuerpo no era nada infantil. El vestido se le ceñía tan seductoramente que realzaba sus curvas de un modo increíble.

Su presencia en el bar parecía invitar al alboroto. Y esto era lo último que deseaba Dan.

El desvencijado local parecía haber vivido sus momentos de apogeo cuarenta años atrás. Estaba situado en un edificio antiguo que dominaba la bahía. Su aspecto externo y el anuncio luminoso no eran demasiado atractivos. Al menos no lo suficiente como para congregar a los visitantes recién llegados a la isla.

Dan tuvo la corazonada de que fuera quien fuera, aquella mujer no debía de vivir en la zona.

La radio estaba encendida a todo volumen. Sonaban canciones que fueron un éxito varias décadas antes. Pero no conseguían acallar las conversaciones más enardecidas. Aunque era un día de entre semana el bar estaba lleno. A un lado del local se apiñaban alrededor de la barra los clientes habituales. Estaban comentando las diversas anécdotas del día cuando apareció ella. Todo el mundo se volvió para mirarla. A continuación, los clientes siguieron charlando animadamente.

Dan se había adjudicado una mesa en la parte trasera del bar desde que llegó a la isla de South Padre. Le gustaba sentarse en esa mesa pegada al fondo porque allí nadie lo molestaba. Y eso era precisamente lo que él ansiaba.

Hacía varias semanas que una mañana, se había despertado con ganas de abandonar su rancho de Hill Country. Otro tanto había ocurrido con su negocio de informática con sede en Austin. Los había dejado arrumbados junto a la fe en sí mismo, y había emprendido rumbo al Sur. La isla en la que se había establecido estaba completamente al sur de Texas, eso sí, siempre dentro de los Estados Unidos.

En aquellos instantes estaba volcado sobre su copa. Se preguntaba qué haría una mujer tan despampanante en un antro como ese. Dan pensó que ella se daría cuenta de su error y se marcharía. Pero ocurrió lo contrario. Se dirigió hacia una de las mesas del final, cerca de él. Varios neones con marcas de cerveza iluminaban el local, por lo que la penumbra lo inundaba todo. En cada una de las mesas había una vela encendida, formando así ocho islas de luz.

La mujer se sentó dos mesas más allá de la suya y puso el bolso en la silla de su derecha. Dan tenía una excelente vista de su perfil. Tenía la nariz elegante, una boca sensual y un cuello de cisne.

Laramie, el camarero, se inclinó hacia ella e intentó oír qué es lo que quería tomar. Dan no captó la voz de la mujer por el jaleo reinante. Pero se pudo imaginar al viejo Laramie salivando de excitación. Cuando se terminó el whisky, Dan alzó su vaso para pedirle otro al camarero. Se quedó observando los hielos del fondo. En el caso de que existiese un leedor de cubitos de hielo, tendría que ser muy rápido. Si no, se quedaría sin oráculo.

Dan levantó la vista y comprobó que la mujer lo estaba mirando. A pesar del humo reinante, pudo comprobar que sus ojos eran negros como carbones ardiendo. La luz de la vela le daba a su tez un aspecto de porcelana. El hombre levantó su copa y brindó por su presencia con un gesto.

Ella lo miró a los ojos . Luego divisó el resto del local, por donde venía Laramie con una copa en cada mano.

Dan tomó su vaso y le dio un largo trago. No le sorprendía haber sido desairado por la joven mujer. Sin duda, debía de tener el aspecto de un pirata arrojado al mar y recién llegado a la playa.

Se pasó la mano por la mandíbula. Era incapaz de saber cuando fue la última vez que se había afeitado o que se había peinado los largos cabellos oscuros. En ese estado, ninguno de sus empleados podría reconocerlo; ni siquiera su propia hermana.

¡Maldita sea! Mandy… Había hecho todo lo posible por olvidarla. Ella le había reprendido severamente por teléfono a primera hora de la noche. Estaba muy enfadada con él porque no quería volver a casa.

Pero Mandy no podía entender lo agradable que era la vida en la isla. Dan dormía, comía y bebía cuando le apetecía. Era la primera vez desde hacía años que se quedaba en el apartamento de la urbanización. Lo había adquirido como una ganga hacía unos años, aprovechando la caída en picado del comercio mexicano. Esta había creado una gran desestabilización en la economía fronteriza con el sur de Texas.

El lujoso apartamento estaba situado en el edificio más alto del lugar. Desde allí se podía contemplar a la vez el Golfo de México y la bahía que separaba la isla de Port Isabel.

No, no tenía la mínima intención de dejar la isla. Allí había encontrado su hogar. Brindó mentalmente por ella y dio un buen trago de whisky.

 

 

«De acuerdo, lo he encontrado. ¿Y ahora qué?»

Shannon Doyle bebió un poco de vino y trató de controlarse. Era evidente que en aquel bar no se saboreaban buenos caldos.

Había estado nerviosa durante los últimos tres días. Y ahora había llegado el momento de la acción.

Pero se le había olvidado lo que tenía que hacer. Trató de evitar la tentación de levantarse el corpiño del vestido. Cuando se había comprado el traje a primera hora de la tarde en una de las tiendas de la isla había tenido una idea peregrina. No se había parado a pensar que junto a Dan también llamaría la atención del resto del bar.

«De acuerdo. He de asumir que no doy el tipo de mujer fatal».

Más bien todo lo contrario. Shannon se había pasado la mayor parte de su vida entre libros o pegada a un ordenador. Nunca había tenido el mínimo interés en atraer la atención del sexo opuesto.

Cosa que había estado muy bien, puesto que ellos no habían reparado en ella en absoluto. A no ser que necesitaran ayuda con los deberes del colegio. O más tarde… Bueno, era preferible no pensar en ello. El reciente fracaso con Rick Taylor se debía a su profundo desconocimiento del sexo masculino, ya fuera animal o persona.

No había tenido mucho contacto con hombres, excepto con sus dos hermanos. Incluso su gato era una hembra.

En el momento de planear el encuentro, pensó que debería ponerse algo muy llamativo para atraer la atención de Dan. De ahí, el vestido tan sexy.

En definitiva, él se había fijado en ella, alterándole el pulso con su mirada. Pero no la había reconocido.

Era de esperar: después de todo, ese era el meollo de la cuestión. Shannon había decidido crearse una nueva identidad, como las mariposas saliendo del capullo.

Quizá no había tenido muy buen gusto empezando a salir con un hombre como Rick durante unos meses. Pero después de hablar con Mandy McClain la semana pasada, Shannon decidió conquistar a Dan. No dejaría que la decepción la condenase a una vida solitaria. Tenía la intención de dejarse llevar por los sentimientos. Quería dejar a un lado las fantasías, y hacer realidad sus ilusiones de adolescente.

Dan Crenshaw había sido el amante de sus sueños desde que tenía trece años. Por aquel entonces, él era alumno del último curso y jugaba en el quipo de fútbol americano del instituto. Era inteligente y guapo; toda una estrella.

Ella, sin embargo, era gorda y feúcha, como la describía cariñosamente su madre. Pero más que eso era un auténtico hipopótamo deambulando por ahí entre sus amigas. Además, llevaba gafas con unas lentes demasiado gruesas, lo que le hacía parecer un búho.

¡Claro que hacía años que había cambiado de aspecto! En el momento de entrar en la universidad, había adelgazado y usaba lentes de contacto. No obstante, esa apariencia de adolescente había dejado marcas indelebles en su personalidad. A veces cuando se miraba en el espejo, aún se vía con unos kilos de más y poco agraciada.

Se suponía que el vestido debía de darle confianza en sí misma. Al contrario, al estar tan expuesta, tenía miedo de notar picores en la piel.

Shannon oyó moverse una silla y echó un vistazo a su alrededor.

Dan se estaba levantando. ¡Oh, no! Aún, no. Si ni siquiera había movido un dedo. Pero luego se dio cuenta de que todavía no se marchaba, sino que se dirigía hacia la barra. Se puso a hablar con el camarero, quien la miró y soltó una carcajada. A continuación, Dan se fue al lavabo.

Shannon dio un suspiro de alivio: aún tenía la oportunidad de acercarse a él.

Cuando lo observó de cerca, se quedó sin la poca respiración que le quedaba. No tenía ni idea de qué aspecto tenía antes de llegar a la isla. Pero ahora estaba tostado por el sol y resultaba de lo más sexy.

Llevaba puesta una camiseta con algún logotipo escrito y unos viejos vaqueros cortados por los muslos . El pantalón corto ponía en evidencia su bonito trasero y los potentes músculos de las piernas. En los pies, solo llevaba unas chanclas.

No se podía decir que fuera la indumentaria más habitual en un directivo de empresa.

Estaba de acuerdo con Mandy. Había que actuar.

Y Shannon iba a llevar a cabo su misión: evitar a toda costa que Dan arruinara su vida.

 

 

Cuando Dan volvió del lavabo, Laramie le había preparado otra copa en la barra. Miró el whisky al trasluz y luego se encaminó hacia su mesa.

La mujer todavía seguía tomando la primera consumición: vino, sin duda.

Dan se sentó y alzó la silla sobre las dos patas traseras, apoyándose contra la pared. Aquella noche estaba de un humor de perros. Y todo por contestar al teléfono antes de salir de casa.

–Sí –había aullado al descolgar el auricular.

–¿Qué manera es esa de responder al teléfono? –le preguntó Mandy.

–¿Qué quieres? –repuso él.

–No tienes por qué ser maleducado –adujo Mandy.

–Y tú no tienes por qué pasarte el día llamándome para asegurarte de que no me he tirado por el balcón.

Se hizo un silencio. Finalmente, Mandy intervino.

–Eso no tiene gracia, Dan –dijo ella–. Y además, hace tres días que no hablo contigo.

–¡No fastidies! –exclamó él–. Has batido un récord.

A continuación, el silencio fue más largo. Al cabo de varios segundos, se oyó un largo suspiro.

–Tenemos que hablar –dijo finalmente Mandy.

–Ya estamos hablando –respondió Dan.

–Acerca de DSC –añadió Mandy.

–Ya te he dicho que no quiero hablar de la empresa –replicó Dan.

–Sí, lo has dejado bien claro –agregó Mandy a su hermano mayor–. Es tan fácil encogerse de hombros y largarse diciendo: lo dejo todo. Pero el mundo continúa. Todavía tienes contratos por firmar y objetivos que cumplir. Y es imposible dirigir la compañía ahora que tú y James os habéis ido. Contrataste a Rafe como jefe de seguridad. Y no tiene la mínima idea de llevar tu maldita empresa.

–Nadie se lo pidió –aseguró Dan.

–Bueno, alguien tenía que hacerlo –arguyó Mandy–. Una agencia de empleo nacional ha estado llamando proponiendo una serie de currículums. Dijeron que tú les habías llamado y ahora quieren que se realicen entrevistas a los aspirantes. Aquí nadie sabe cómo actuar. Rafe no está capacitado para entrevistar a los candidatos. La compañía no solo está perdiendo rentabilidad sino que de lo que se trata es de cumplir mínimamente los compromisos existentes. Si no lo haces, te puedes encontrar inundado de pleitos. Y me da la impresión de que no te apetece volver a sentarte en el banquillo.

–Eso es un golpe bajo, Mandy –comentó Dan.

–Para ti todo son golpes bajos y yo me estoy hartando de tratarte con tanto cuidado –repuso Mandy–. Tienes que dejar de lamentarte por tu dolor y tu pérdida y reaccionar. ¿Tienes alguna idea de cuántas horas necesita Rafe para llevar la empresa al día y salvarla de la quiebra? Apenas puedo verlo. Casi nunca vuelve a casa antes de las once de la noche y se marcha a las siete de la mañana. Así no hay quien viva. Ya sé que James te hizo mucho daño…

–¿Hacerme daño? –replicó Dan–. Maldita sea, Mandy. No se trata de mis sentimientos. Hizo todo lo posible para implicarme a mí en todo lo que había hecho. Si no hubiera sido por Rafe y su testificación no habría podido probar que James era el culpable. Ahora estaría en chirona.

–A eso es a lo que me refiero –arguyó ella–. James era tu amigo y te traicionó. Se gastó tu dinero y estuvo a punto de llevar la empresa a la bancarrota. Pero no era tu único amigo. Rafe ha estado todo el tiempo a tu lado. Y no pareces darte cuenta de lo que ha hecho por ti. Has dejado en manos de otros la vida que abandonaste. Y nada se va a solucionar sin ti.

–¿Por qué no me llamó el propio Rafe para decírmelo? –preguntó Dan.

–¿Y cuándo quieres que te lo diga? –repuso Mandy.

Dan no podía pensar en una respuesta mejor. Sabía perfectamente la cantidad de tiempo que requería la dirección de la empresa. Lo había comprobado durante años. Pero entonces contó con la ayuda de su compañero de universidad, su socio y gran amigo James Williams. El bueno de James. El maldito y asqueroso ladrón.

Dan no quería volver a pensar en él. No quería tener esa conversación.

–Ya hablaré yo con Rafe –murmuró Dan finalmente.

–¿Cuándo? –preguntó Mandy.

–Pronto.

–¿Cuándo es pronto? –insistió ella.

–¡Maldita sea, Mandy! –exclamó Dan–. Te he dicho que hablaría con él. Ahora, déjame en paz.

–A veces eres un auténtico cretino, Dan –le dijo su hermana.

–Yo también te quiero –repuso él–. Dale un beso y un abrazo a Angie de su tío Dan.

–¡Hazlo tú mismo! –replicó Mandy, colgando el teléfono.

Dan se concentró en el jaleo reinante a su alrededor, tratando de olvidar el enfrentamiento con Mandy. Nunca antes se había enfadado tanto con él, ni cuando vivían de pequeños en el rancho. Bebió un sorbo de whisky para olvidar.

El problema era que Mandy tenía razón. Él se estaba portando como un imbécil . Y Rafe le estaba sacando del aprieto una vez más. ¿No estaría su amigo y actualmente cuñado cansado de echarle cables?

El ruido de una silla contra el suelo le sacó de su letargo y Dan levantó la vista. La mujer del vestido provocativo estaba de pie junto a su mesa, mirándolo fijamente. Cuando Dan la observó con detenimiento, ella sonrió seductoramente.

–No deberías estar solo, ¿sabes? –repuso Shannon con voz sensual.

Y sin esperar la respuesta del hombre, se sentó frente a él y con expresión expectante, bebió un poco de vino.

La silla de Dan se desplomó sobre las cuatro patas de golpe.

Él percibió el perfume floral que desprendía su cuerpo. Parecía manar de las exóticas flores del vestido. Dan se preguntó si estaría realmente despierto.

El hombre pudo comprobar que Shannon tenía un cutis impecable. Sí, debía de estar soñando, dado que hacía tiempo que no se relacionaba con una mujer. Puede que fuese una alucinación propiciada por el alcohol.

Dan posó su mano sobre la copa y le sonrió.

Shannon pareció sorprenderse antes de dar otro sorbo. A continuación, se humedeció el labio inferior con la lengua de forma inconsciente. Aquello atrajo toda la atención del hombre sobre su boca seductora.

–Nunca te había visto antes por este lugar –comentó Dan finalmente.

Realmente, sus palabras habían resultado del todo banales. Estaba desentrenado.

Shannon se inclinó, y extendió la mano y la puso sobre su mejilla. Él dio un respingo.

–¿Se te han acabado las cuchillas de afeitar? –murmuró ella.

Dan hizo un gesto con la cabeza dirigiéndose al resto de la clientela.

–Allí puedes encontrar todos los hombres afeitados que quieras, si es eso lo que te gusta –adujo él.

La voz de Shannon se hizo más insinuante al responder.

–¿Por qué iba a buscar a otro hombre, Danny, si he venido desde tan lejos para verte?

Estaba claro que había bebido demasiado. Ésa era la única forma de explicar el insospechado interés de una morena explosiva como aquella por él. Debía de estar imaginándoselo todo. Pero entonces, ¿por qué sabía su nombre?

Mirándola fijamente a los ojos, Dan intervino.

–¿Quién demonios eres? –dijo él.

Shannon se sentó de nuevo y esbozó una sonrisa encantadora.

–¿Danny, no me reconoces? Pues soy una pesadilla para ti.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

–No lo creo –respondió Dan, notando cómo se excitaba su cuerpo.

Shannon lo miró en silencio.

–Bueno, creo que lo mejor es que nos vayamos –repuso ella–. ¡Vamos, a casa!

El bullicio del bar se paralizó. Dan miró al resto de los clientes, y comprobó que lo estaban mirando. Claro, era normal. Aquella mujer despampanante se lo quería llevar a casa. Todavía no podía creérselo.

–Lo que tu digas, muñeca –replicó él con una sonrisa ladeada.

–Me llamo Shannon –adujo ella–. ¿Crees que serás capaz de recordarlo?

La mujer le pasó el brazo por la cintura y le acompañó hacia la puerta. Él rio: maldita sea, debía de estar haciendo algo bien. Abrieron la puerta y salieron al exterior. Una brisa suave procedente del golfo acariciaba la isla. Dan aspiró profundamente su frescor.

Había luna en cuarto creciente en mitad del cielo que iluminaba con toda claridad el camino

–Es una buena época del año para estar aquí, ¿verdad? –comentó Dan.

Shannon retrocedió porque el hombre estuvo a punto de caer sobre ella. Dan le tomó la mano.

–No sabía que octubre fuese la mejor época del año para visitar la isla –dijo él–. Es cierto: hay pocos turistas y un tiempo espléndido. ¿Qué más se puede pedir?

–Estamos en noviembre –le corrigió Shannon mientras caminaban hacia su pequeño coche deportivo–. Vamos, sube. Te llevaré a casa.

Dan accedió.

–Buena idea –exclamó él–. Mi casa está bastante lejos. Normalmente me gusta caminar pero esta noche, parece que tienes prisa.

Dan se arrellanó en el asiento y cerró los ojos.

Shannon se puso al volante y cuando vio como estaba su acompañante agitó la cabeza.

«Oh, Dan. ¿Qué es lo que estás haciendo con tu vida?», pensó ella.

Viéndolo en ese estado podía comprender perfectamente por qué estaba tan preocupada Mandy.

Shannon concluyó que era una suerte disponer de unos días de vacaciones. Además Dan tenía razón acerca del tiempo. Las lluvias no habían comenzado todavía y los turistas invernales aún no habían llegado.

Mandy le había contado donde se encontraba la urbanización de lujo. Al llegar, se paró en la verja.

–Dan, ¿cuál es el código de seguridad? –preguntó Shannon–. ¿Dan…?

–¿Eh?

–¿Que cuál es el código de seguridad? –repitió ella.

–Oh –contestó él , desgranando los números.

Ojalá fueran los correctos. Afortunadamente, la puerta se abrió nada más teclearlos. Hasta entonces todo estaba saliendo bien. Luego, dejó el coche en el aparcamiento.

–¡Está bien, muchacho! –exclamó Shannon–. Ahora me tienes que ayudar.

Dan abrió los ojos y se sentó .

–Maldita sea, ¿sigo soñando o estoy despierto? –se preguntó Dan–. Oh, sí, eres parte de mi sueño.

Shannon intentó no desesperarse. Salió del coche y se acercó a su puerta. Él se las había arreglado para salir por su cuenta. La agarró de la mano y la arrastró prácticamente hasta la puerta del edificio. Un guardia de seguridad lo reconoció y le abrió la puerta saludándolo.

–Buenas noches, señor Crenshaw.

–Eso… –murmuró Dan, yendo directamente a los ascensores. Tras presionar el botón se abrió la puerta del más cercano. Con buenas maneras le cedió el paso a Shannon y a continuación entró él.

–¿Qué piso es? –preguntó ella.

–El último –contestó Dan.

–Oh, debes de tener buena vista –comentó Shannon.

–Pues sí…

No hablaron más hasta que llegaron al ático y él salió primero. Trató de sacar las llaves de sus vaqueros recortados. Cuando abrió la puerta, hizo un gracioso gesto con la mano para animarla a pasar primero.

–Bienvenida a mi humilde morada –dijo Dan.

De humilde no tenía nada. El apartamento estaba decorado con dorados, cristales y espejos. En una de las paredes de cristal colgaba un valioso tapiz Bereber. La terraza se extendía al rededor del edificio.

–¿Te apetece una copa? –le preguntó Dan.

Shannon se volvió y le vio con una botella en la mano junto a la barra de un bar.

Ella sonrió a pesar de las circunstancias.

–No, gracias, quizá más tarde –contestó Shannon.

Dan esbozó una sonrisa tan impactante, como la de antes. Incluso le había hecho temblar las rodillas.

–¿Quieres ver el resto de la casa?

Ella asintió poniéndose las manos en las caderas.

Dan le hizo un recorrido ultrarrápido por el comedor y la cocina. Ésta estaba llena de utensilios propios del chef más reputado. A Shannon se le ocurrió mirar la despensa y el refrigerador.

Ambos estaban vacíos.

Había tres dormitorios, cada uno con un cuarto de baño. A continuación entraron en la habitación de matrimonio.

La vista desde allí era magnífica. Incluso estando en la cama se divisaba la luna en el cielo.

Dan cerró las persianas y se dio la vuelta.

–¿Cómo dijiste que te llamabas? –le preguntó él.

–Shannon.

–Es un nombre muy bonito –repuso Dan.