Cubierta

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446 de la República Argentina.

Sobre Diego Cano

Diego Cano nació en 1970. Coordina lecturas de debate en Twitter entre las que se incluye #Aira2019, #Arlt2019, #Lorca2018 y la más relevante, en donde se inspira este libro, que fue #Kafka2018. Lleva adelante la Fan Page Todo Aira sobre el autor pringlense. Es politólogo y candidato a Doctor en Historia por la Universidad Di Tella. Ha escrito numerosos artículos sobre la historia reciente en publicaciones académicas. Tiene escritas dos novelas que saldrán a la luz próximamente.

Índice

Este libro tuvo dos fuentes de inspiración y debate: los talleres de literatura coordinados por Ricardo Strafacce y mis compañeros de la lectura colectiva en Twitter de #Kafka2018.

Este libro esta dedicado a ellos.

INTRODUCCIÓN

“A mi juicio, sólo deberíamos leer libros que nos muerden y nos pican. Si el libro que estamos leyendo no nos despierta de un puñetazo en la crisma, ¿para qué lo leemos? ¿Para que nos haga felices, como tú escribes? Dios mío, también podríamos ser felices sin tener libros y, dado el caso, hasta podríamos escribir nosotros mismos los libros que nos hicieran felices. Sin embargo, necesitamos libros que surtan sobre nosotros el efecto de una desgracia muy dolorosa, como la muerte de alguien al que queríamos más que a nosotros, como un destierro en bosques alejados de todo ser humano, como un suicidio; un libro ha de ser un hacha para clavarla en el mar congelado que hay dentro de nosotros. Eso creo yo.”1

Franz Kafka, Carta a Oscar Pollak,

Praga, miércoles 27 de enero de 1904

 

La lectura más vigorizante es la que se presenta como un desafío: aquella que demanda la atención absoluta del lector, con la necesidad de releer para destacar elementos que podríamos haber pasado por alto, y el afán por integrarse a mundos que se rigen por lógicas diversas y desconocidas. Franz Kafka escribe una literatura que ofrece múltiples modos de leer, una potencialidad de interpretaciones que nos obliga a comprometernos con el texto, buscar sentidos que nunca serán unívocos y prestar atención a que no se nos escape ninguno de los detalles que se narran de manera muy meticulosa. Esto provoca que el lector se sienta afectado desde el punto de vista emocional y físico, ya que no se puede hacer un recorrido superficial por el texto, sino que debe implicarse para poder apreciar la riqueza de una literatura en la que hasta el más mínimo detalle es significativo y puede modificar el sentido del todo.

Es uno de los escritores más difundidos de la literatura del siglo XX, uno de los más leídos pero sin ser leído realmente. Hay una idea bastante instalada de que los textos de Kafka son oscuros y generan angustia ya que representan la alienación y el sometimiento del hombre en la modernidad, además, los marcos se construyen mediante un realismo exacerbado que genera que el lector se identifique con lo que lee y sienta como propias las fatalidades que atraviesa el protagonista. Sin embargo, el objetivo de este libro es desanquilosar esa lectura parcial de Kafka con la intención de poner atención en los elementos completamente absurdos y descabellados que más que angustia generan risa. Como lectores, debemos correr a Kafka de ese lugar en el que lo puso la mayor parte de la crítica y encontrar el placer de leerlo en la desmesura y el desparpajo como principios constructivos de la trama narrativa. Los ambientes oníricos que se construyen mediante exageraciones, caricaturizaciones y ambigüedades generan confusión y la necesidad de volver atrás en el texto para no perderse, por eso, es una literatura que nos pone a prueba permanentemente.

Los últimos años coordiné lecturas colectivas en Twitter, una con el hashtag #Kafka2018 que fue inmensamente rica en debates de las cuales este libro se nutrió. El resultado de esas lecturas fueron numerosos aportes enriquecedores que nos permitieron a todos los participantes conocer diferentes puntos de vista y los modos de leer que Kafka y sus infinitas potencialidades de sentido nos conceden. A mis compañeros de esa lectura colectiva debo varias de las ideas que aquí expongo. Dos cosas me han quedado claras de esta experiencia. La primera es que el efecto de lectura general e inmediato que producen los textos de este autor es una sensación de angustia frente a los avatares de la modernidad. Sin embargo, creo que es necesario despojarse del prejuicio de que lo “kafkiano” está ligado a la zozobra y el malestar, para entrar a la lectura sin conceptos prefijados y descubrir la riqueza que emana de sus relatos. A pesar del sentido común instalado y los temas que trata, no es el autor de la angustia, sino que, por el contrario, su obra se encuentra plagada de elementos cómicos. Lo contradictorio del hecho de que la literatura kafkiana se suela leer desde esa única perspectiva es que es una escritura que admite muchas lecturas, infinitas posibilidades y esto es justamente lo que plantean Deleuze y Guattari al comienzo de Kafka. Por una literatura menor, la oportunidad de abordarla desde distintos ángulos: “Así pues, entraremos por cualquier extremo, ninguno es mejor que otro, ninguna entrada tiene prioridad, incluso si es casi un callejón sin salida, un angosto sendero, un tubo sifón, etcétera. Buscaremos, eso sí, con qué otros puntos se conecta aquél por el cual entramos, qué encrucijadas y galerías hay que pasar para conectar dos puntos, cuál es el mapa del rizoma y cómo se modificaría inmediatamente si entráramos por otro punto”2. Por eso, creo necesario poder leer desde distintas puertas de entrada y, a partir de allí, armar un recorrido por el texto. Lo otro que me ha quedado claro de la lectura colectiva, es que es fundamental atravesar la superficie y sumergirse en el libro que parece simple en su forma, pero es altamente rico en su contenido, porque presenta múltiples umbrales para su entendimiento. Esperar lo inesperado: un total y absoluto desconcierto. Eso es leer a Kafka.

Esa contradicción entre los distintos efectos de lectura es una de las principales características de la literatura kafkiana, es decir que depende quién lea y en qué momento lo haga, la interpretación puede variar por completo y esto no solo se expresa desde el punto de vista temático, sino también desde el punto de vista formal mediante recursos narrativos como el uso recurrente de la conjunciones adversativas del “sí, pero...”. En sus textos nada tiene un sentido único, sino que éste varía constantemente. Es una literatura espasmódica, de cambios constantes, en la que todo el tiempo se cuestiona lo que se venía diciendo y los relatos cambian el rumbo abruptamente. Además, es una lectura que por momentos adquiere una velocidad rampante en el delirio que exige una lectura atenta y tranquila. El uso de la ironía refuerza esa característica ya que mediante ella los narradores expresan lo contrario a lo que realmente quieren decir. Estos sentidos encontrados que se generan gracias al uso de las conjunciones adversativas y la ironía, entre otros procedimientos, son los que provocan lecturas tan discrepantes. Por eso, no debemos bajar la guardia cuando leemos, sino que siempre hay que estar preparado para percibir esos cambios inesperados de la trama.

Su literatura se impregnó de tal modo en la sociedad que nos dejó un adjetivo para el habla cotidiana: el término “kafkiano” escapó al lenguaje de la crítica literaria y se convirtió en una palabra frecuente que se utiliza para describir el carácter trágicamente absurdo de algunas situaciones y el extrañamiento frente a ellas, la sensación de “soñar despierto”. El hecho de que nos remita a circunstancias que asimilamos como frecuentes tiene que ver con que en sus relatos los personajes toman con una naturalidad absoluta las situaciones absurdas que se les presentan y, si los lectores vemos a través de los ojos del protagonista, nuestra primera impresión desatenta tampoco será de sorpresa. Existen sobrados ejemplos en todos sus textos: Gregorio Samsa despierta una mañana convertido en bicho y lo que más le preocupa es qué excusa pondrá en el trabajo porque debe faltar; Josef K. es detenido una mañana y luego condenado sin nunca conocer el motivo, pero admite que el tema no lo preocupa demasiado; Karl Rossman se traslada irracionalmente de un lado para otro y se enfrenta a situaciones que se tornan cada vez más borrosas y absurdas y él solo se preocupa por su baúl y su salame de Verona; K. llega a una aldea y repentinamente se convierte en el agrimensor de un castillo al que nunca puede acceder; un médico rural, cuyo nombre desconocemos consigue dos caballos de la nada y logra atravesar diez millas en un instante; y así podríamos seguir ininterrumpidamente. Esta identificación que sentimos al leer se relaciona con la presencia de lo siniestro, lo unheimlich, que Freud lo define como lo que debería haber quedado oculto, pero se ha manifestado y muestra otra cara de lo familiar. En Kafka, la vacilación, lo insólito, lo irracional, es lo que contribuye a generar esa atmósfera empañada por lo siniestro.

Los personajes principales de Kafka, a veces nominados y a veces anónimos, condicionan la mirada del lector que se fusiona con la del protagonista y, por eso, lo sumergen en ese mundo que es realista y absurdo a la vez. Los marcos espacio-temporales suelen ser realistas, pero de un modo distorsionado ya que todos los elementos se encuentran exagerados y muchas veces caricaturizados generando risa en los lectores. En esta literatura, lo trágico se une a lo cotidiano, como afirma Albert Camus, “Kafka expresa la tragedia mediante lo cotidiano y lo absurdo mediante lo lógico”3. Esto se da porque dentro del marco de lo habitual, aparecen de manera abrupta escenas completamente absurdas y desmesuradas. A pesar de esta característica, no se debe leer como literatura fantástica, ya que este género se define por la irrupción de un hecho sobrenatural dentro de un marco realista y este fenómeno extraño sorprende a los personajes, esto último es justamente lo contrario a lo que sucede en los relatos de Kafka, donde los personajes asumen el absurdo con total naturalidad. Para entender el lugar que debe ocupar el lector es importante asimilar el modo en que se debe leer esta literatura.

César Aira distingue el placer de la escritura del placer de la lectura; mientras que el primero es más denso y profundo ya que hay que tornear cada frase y elegir cada palabra, el segundo es más poroso porque la lectura salta sobre las palabras muy rápido, corre sobre la superficie del texto. En la literatura de Kafka, el lector debe ocupar ese lugar que para Aira cumple el escritor ya que no puede leerse solamente recorriendo la superficie, sino que debe ser productivo, formar parte del proceso creativo atravesando esa superficie, interpretando los múltiples sentidos que se le ofrecen y hundiéndose en el texto para poder incorporarse a la lógica absurda que caracteriza a cada relato. Una vez que el lector logra perforarla y tomar una mirada distanciada de la del personaje, puede reconocer lo disparatado de las situaciones que muestran: “Abordar a Kafka exige entrar en Kafka, ser Kafka, desquiciar a Kafka”4. Así logrará despojarse de la lectura más canónica de la obra de este autor como algo angustioso y reconocer el otro efecto, creo yo, más atractivo: el humor. Una vez que el lector logra apartarse de la mirada naturalizada de los personajes entra en una sensación de extrañamiento frente a la desmesura y lo absurdo que le permite divertirse y encontrar placer al leer.

La caricaturización, la exageración que permite resaltar los detalles más nimios es lo que les da a los relatos de Kafka un componente onírico y en eso radica su efecto cómico. Para Freud, hay una relación entre el sueño y el chiste, dos funciones anímicas encaminadas a la obtención del placer y que comparten algunos rasgos en común. La elaboración onírica, que se produce en el inconsciente, se da a partir de la condensación, el desplazamiento y la transformación. Al igual que el sueño, el chiste también se genera a partir de esos procesos y, además, de la representación por contrasentido, antinómica e indirecta. Kafka construye su literatura a partir del contrasentido y por eso, aunque la temática a veces pueda parecer oscura en una primera impresión (especialmente si la asociamos a una realidad extra-literaria), ya que los personajes suelen quedar atrapados en una lógica descabellada sin salida, haciendo hincapié en lo textual podremos notar esos desplazamientos de sentido que producen risa en el lector. Otra característica que comparten el sueño y el chiste es el carácter espontáneo de ambos y, precisamente, son los cambios abruptos en la trama, las respuestas o reacciones inesperadas las que causan el efecto de sorpresa en el lector soltando una carcajada.

Teniendo en cuenta los elementos mencionados, esta literatura se puede caracterizar como un Odradek, el objeto híbrido, disparatado y, por lo tanto, difícil de definir que se describe en el cuento “Las preocupaciones de un padre de familia”, incluido en el volumen de Un médico de campo. Si bien me parece prescindible y poco provechoso buscar simbolismos o referentes externos en estos textos, con lo cual no podríamos afirmar que este objeto represente intencionalmente la literatura kafkiana dentro del cuento, sí podríamos establecer una correspondencia entre cómo leemos ese Odradek y cómo leemos todos los textos del autor. “La inseguridad de ambas explicaciones da lugar, y con derecho, a concluir que ninguna es acertada, y con ninguna de ellas puede uno descifrar el sentido de la palabra”5, dice el narrador y según esta descripción es un objeto que, al igual que los libros de Kafka, permite abrir debates y controversias, distintos modos de interpretarlo. Y luego, agrega: “A primera vista parece una bobina de hilo, chata, con forma de estrella; (…) Pero no es simplemente una bobina, sino que del centro de la estrella emerge perpendicular un pequeño palito, y a éste se le agrega otro en ángulo recto”6. Tanto los textos de Kafka como el Odradek a primera vista parecen una cosa, pero si se los observa con mayor atención, veremos que son más complejos de lo que creíamos. La preocupación de este padre de familia es la misma que tenía el autor checo con respecto a su escritura: “Es evidente que no hace daño a nadie; pero la idea de que me sobreviva casi me resulta dolorosa”7. Ese miedo invadía a Kafka y por ese motivo le pidió a su amigo Max Brod que quemara todos sus manuscritos después de su muerte (aunque es imposible saber si ese era realmente su deseo), cosa que desoyó por completo publicando sus obras póstumamente.

La lectura de Kafka inspira risa y alegría permanentes. Con cambios de ritmo constantes en la narración, la tensión que producen las escenas inquietantes se libera por momentos gracias a la presencia de elementos cómicos que alejan el relato de lo “dantesco” y lo acercan más a una anticipación a las películas de Charles Chaplin, aún desconocidas en esa época. Tanto las novelas como sus cuentos cortos están plagados de personajes caricaturescos como el guardián de “Ante la ley” que exhibe un aspecto completamente ridículo; monólogos verborrágicos como el del oficial de En la colonia penitenciaria que por momentos parece olvidar a su interlocutor, el explorador; situaciones intrincadas y absurdas que se repiten hasta el infinito como las peripecias que afronta Karl Rossman en América y que lo llevan a cometer los mismos errores una y otra vez; el uso de la ironía y corrimientos de sentido como por ejemplo el hecho de que Gregor Samsa se convierta en bicho cuando los que verdaderamente sufren la transformación son los familiares; satirización de la burocracia como un laberinto imposible de recorrer y del papel del Estado y la justicia como ámbitos inaccesibles, llevada a su máxima expresión en El proceso y en El castillo; y estas son sólo algunas de las características que hacen de la hipérbole un componente cómico.

Para entender el humor de su obra y el efecto de risa que provoca también debemos deshacernos de la idea de Kafka como un escritor solitario y atravesado por la angustia, como se deja entrever a partir de sus escritos personales, cartas y diarios. En realidad, él mismo reía mientras construía sus relatos y esto lo podemos saber gracias a las anécdotas personales. Por ejemplo, Max Brod cuenta que cuando el escritor leyó un fragmento de El proceso para sus amigos toda la escena acabó en una risa generalizada: “Tal humorismo se hacía particularmente claro cuando era Kafka mismo quien leía sus obras. Por ejemplo, nosotros los amigos estallamos en risas cuando nos hizo conocer el primer capítulo de El Proceso. Y él mismo reía tanto que por momentos no podía continuar leyendo. Bastante asombroso si se piensa en la terrible seriedad de ese capítulo. Pero sucedía así”. Esta historia jocosa que cuenta su amigo se opone por completo a la conocida anécdota de cuando Kafka leyó por primera vez En la colonia penitenciaria en Berlín, acontecimiento que resultó un fracaso. Mucha gente, horrorizada por las descripciones de la tortura, abandonó el lugar. Si uno presta realmente atención, más allá de las descripciones escatológicas sobre la sangre y los vómitos, el texto es absolutamente ridículo, inclusive la escena de la tortura en la que la máquina era tan vieja que se trababa. Entonces, en un comienzo la reacción general fue de horror, pero se trata más de un texto gracioso que angustiante, esto demuestra que no debemos quedarnos con la primera impresión, sino que hay que estar atento a los detalles ridículos que generan comicidad y nos alejan del tormento inicial.

Tal vez una de las más importantes singularidades de Kafka se encuentra en el origen de su literatura. Por un lado, es universal, ya que sus obras trascienden el tiempo y el espacio en que fueron escritas, y por otro, su espacio de vitalidad cruzada por su crianza judía de habla alemana en una ciudad como la Praga de principios del siglo XX lo hacen único. Su literatura es productiva para pensar la relación del individuo y su cuerpo con el Estado y sus instituciones, y el cuestionamiento a la autoridad o las falencias de la ley y la justicia. Como se podrá acompañar a lo largo de este libro, la interpretación central que lo guía pone el foco en lo literario aunque la problemática del Estado moderno impregna su obra, ya que Kafka se ocupa de mostrarnos que sus pilares han sido constantemente corrompidos por la violación de los principios de libertad individual e igualdad ante la ley.

No obstante el carácter universal de sus textos en los que es difícil encontrar connotaciones con el tiempo y el lugar, el hecho de que sea un escritor checo, de origen judío escribiendo en lengua alemana es una de las particulares de esta literatura. Esta característica es la que permite que Deleuze y Guattari la definan como una literatura menor, es decir la que una minoría hace dentro de una lengua mayor: “(…) su primera característica es que, en ese caso, el idioma se ve afectado por un fuerte coeficiente de desterritorialización, Kafka define de esta manera el callejón sin salida que impide a los judíos el acceso a la escritura y que hace de su literatura algo imposible: imposibilidad de no escribir, imposibilidad de escribir en alemán, imposibilidad de escribir de cualquier otra manera”8. Nosotros, como lectores de habla hispana, debemos tener en cuenta que esta problemática se potencia en la lectura, ya que no leemos las obras en su idioma original, obras que, a su vez, no están escritas en la lengua madre de su autor. Las posibilidades de traducción, como veremos, también dan lugar a diversas interpretaciones y debates.

Aunque el análisis se enfoque en lo puramente textual, toda la literatura del siglo XX se debe leer teniendo en cuenta las problemáticas del contexto histórico que atraviesan el proceso de escritura y su lectura porque tanto el escritor como el lector son individuos moldeados por sus acontecimientos. Es decir que, incluso focalizándonos solo en la obra, ese contexto estará incluido esencialmente en el análisis. Franz Kafka crea una literatura en la que lo político no es un referente o algo que se representa de manera especular, una literatura que no mira a lo político, sino que lo interpela desde la forma y el contenido, como veremos más específicamente al analizar novelas como El proceso o El castillo, o un texto más breve como En la colonia penitenciaria. Lo político no es meramente una temática acerca de la cual tratan sus ficciones, sino que la configuración misma de los textos se encuentra cruzada por un sistema de ideas del escritor que tiene como horizonte la libertad, algo a lo que la mayoría de sus personajes, como K. o Josef K. no pueden llegar.

Quizás muchos no saben que Kafka tuvo durante su juventud en la década del ´10 unos ligeros pero significativos acercamientos con el anarquismo checo. Un conocido casual, Michael Mares, quien destaca del autor su sombrero y su sonrisa, se atribuye el mérito de haberlo acercado a las primeras reuniones, conferencias sobre el amor libre y contra la guerra. Es difícil saber hasta qué punto el activismo político de Kafka se sobredimensionó a partir de los escritos de Mares9 , pero sí podemos conocer el interés del escritor en las lecturas de teóricos anarquistas: “He profundizado en la vida y en las ideas de Godwin, Proudhon, Stiner, Bakunin, Kropotkin, Tucker y Tolstoi”10 le confiesa a Janouch. Sin embargo, aunque la militancia no fue sostenida en el tiempo evidentemente hay en Kafka un pensamiento y un modo político de ver la realidad que se filtra y se vuelve reconocible en su escritura.

En muchos de sus textos, la problemática central gira en torno al abuso de poder y el enfrentamiento contra la autoridad. El poder que aparece en sus ficciones se puede describir como negativo y contradictorio por la repetición el prefijo “in”: es innominado, impersonal e inaccesible, siempre esquivo para los personajes que nunca pueden llegar a estar frente a él y, por lo tanto, tampoco pueden conocerlo en su totalidad. Este poder adquiere diferentes formas: el tribunal en El proceso como una especie de organismo colegiado de características difusas, el comandante de En la colonia penitenciaria que conforma una autoridad unipersonal y en decadencia junto con la máquina también oxidada o, en El castillo, la impersonalidad llega a su máxima expresión siendo el poder representado por un espacio que nunca se ve nítidamente. Aunque diferentes, lo que tienen en común es que ese poder se encuentra completamente concentrado y es inaccesible para los protagonistas que siempre están marginados: el explorador y K. son extranjeros y, por lo tanto, no saben las reglas que rigen en los sitios a los que llegan repentinamente y Josef K. no es foráneo, pero de todas formas no conoce la ley y aunque lo aclara desde el comienzo, nadie se la explica. Esta imposibilidad de alcanzarlo o apropiarse de él y modificarlo es lo que lo convierte en un poder opresivo de la individualidad al que los personajes no pueden enfrentar porque las consecuencias serían nefastas: el condenado está por ser torturado por una máquina oxidada, Josef K. termina ejecutado y Amalia, el único personaje de El castillo que se atreve a cuestionarlo, es relegada junto con su familia de esa sociedad.

En esta literatura, esa autoridad omnipresente representa la no-libertad y en esa ausencia de libertad radica la utopía libertaria de las obras de Kafka que señala Löwy, la cual “no existe sino en negativo, como crítica de un mundo totalmente desprovisto de libertad, sometido a la lógica absurda y arbitraria de un ‘aparato’ todopoderoso. Es en la manera de criticar el estado de cosas existente como se manifiesta el punto de vista anarquista”11. Lo utópico es algo a lo que nunca se puede llegar, porque si así fuera, dejaría precisamente de ser utópico. Por eso, la valoración que hace Kafka de la libertad y la crítica hacia la autoridad se presentan en su obra como lo inalcanzable, lo imposible de concretar, como una utopía. Sus personajes nunca encuentran salidas, sino que quedan eternamente atrapados en laberintos absurdos sin poder lograr llegar a la libertad y en eso radica lo político en su obra en la construcción de la trama.

Por otro lado, es uno de los autores que, desde el punto de vista tratado en este libro, más ha trabajado la interpelación al lector y de ahí viene una parte central de su vigencia en general y, como argentinos en particular, pareciera hacerlo aún más. La insistencia de Jorge Luis Borges en su traducción y difusión fue el encendedor que prendió la mecha de la repercusión del autor checo en Argentina. Lo que mantuvo la llama fue esta interpelación, pero, sobre todo, la identificación que sentimos al leerlos donde prima el absurdo, el extrañamiento de lo cotidiano, su humor trágico y la presencia de lo siniestro sólo como algunas de las características que nos recuerdan la disfuncional justicia argentina y el alejamiento entre la burocracia del Estado y la sociedad. Todo eso nos lleva a preguntarnos: ¿Argentina es un país kafkiano? y, más profundamente, ¿qué significa “ser kafkiano”? La obra de Kafka ofrece múltiples modos de leer y provoca que estas preguntas no posean una respuesta única.

Quizás eso explica la resonancia de esta literatura en muchos escritores argentinos y rioplatenses. Borges es tal vez el más explícito, pero no el único. También su influencia se deja sentir en Bioy Casares, Aira, Levrero, Strafacce y Luppino. Bioy Casares (o Carlos Mastronardi) habría dicho: “Si Kafka fuera un autor argentino, sus novelas serían catalogadas como costumbristas” mostrando con esto que el absurdo, el sinsentido, o su alteración permanente toca una fibra del sentir cotidiano. La repercusión internacional de Kafka es, tal vez, aún mayor si no se limita sólo al ámbito literario. Filósofos, historiadores, sociólogos utilizaron su obra para elaborar teorías que permitan un acercamiento a la comprensión de la realidad. Deleuze, Hannah Arendt, Susan Sontag, John Maxwell, Coetzee son simplemente algunos de ellos, además de Walter Benjamin, quien le escribe Scholem en una carta: “Su cuento ‘Ante la ley’ sigue siendo para mí, hoy como hace diez años [sic], uno de los mejores que existen en alemán”12. Como lectores no debemos quedar indemnes, sino descubrir y desenredar la complejidad de esos mundos de ficción y, sólo a partir de ahí, reconocernos a nosotros mismos y a la realidad que nos rodea.

Con este libro propongo un recorrido por gran parte de la obra de este escritor (novelas y cuentos publicados en vida o póstumamente por su amigo Max Brod y un único texto biográfico, la Carta al padre), leyendo de manera incisiva y, en cada capítulo, analizando cada texto en su unidad, resaltando pasajes que faciliten la comprensión de los procedimientos narrativos y proporcionando una guía con claves de lectura que permita destacar aspectos que se pueden pasar por alto en una primera instancia. Siempre siguiendo un camino guiado por la intención de poner bajo la lupa el absurdo y la risa presente en todos sus textos, analizaremos las particularidades de cada uno: la relación entre política y literatura y el abuso de poder en ficciones como El proceso, El castillo y En la colonia penitenciaria; los recursos narrativos y sintácticos que saturan sus cuentos y les dan significado, como la conjunción adversativa, la ironía, la animalización, etc.; los vínculos sociales espasmódicos en América; el cruce con lo biográfico en La condena; lo siniestro en La metamorfosis y la problematización de los géneros discursivos en la Carta al padre y el modo en que la relación con Hermann Kafka fue productiva para su proceso creativo. La interpretación se debe enfocar en los textos en sí, en el gusto por lo literario ya que es una escritura placentera en sí misma, colmada de contenido y diversos sentidos. Los puntos de vista laterales al literario permiten enriquecer el análisis, lo complementan, pero no deben ser el centro. Se trata de ampliar la mirada y reconocer un claroscuro dentro de los textos: el contraste entre situaciones inquietantes y situaciones absurdas que provocan risa y observar cómo se filtra el humor en sus relatos aparentemente sombríos. Debemos concentrarnos en lo que dicen los textos sin buscar desesperadamente referentes externos, si logramos eso al leer a Kafka, el disfrute está garantizado.

1 Kafka, Franz, Obras completas IV. Cartas 1900-1912. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2018. Pág. 30

2 Deleuze, Gilles y Guattari, Félix, Kafka. Por una literatura menor. México D.F.: Ediciones Era S.A., 1990 1978. Pág. 11

3 Camus, Albert, El mito de Sísifo. Buenos Aires: Losada S.A., 1953. Pár. 138

4 Hopenhayn, Martín, ¿Por qué Kafka? Poder, mala conciencia y literatura. Buenos Aires: Editorial Paidós, 1983. Pág. 14

5 Kafka, Franz, Relatos completos. Madrid: Losada, 2006. Pág. 224

6 Kafka, Franz, Relatos completos. Madrid: Losada, 2006. Pág. 224

7 Kafka, Franz, Relatos completos. Madrid: Losada, 2006. Pág. 224

8 Deleuze, Gilles y Guattari, Félix, Kafka. Por una literatura menor. México D.F.: Ediciones Era S.A., 1990 1978. Pág. 28

9 Josef Cermák destina un capítulo entero a derribar eso que considera una leyenda: “Sin ir más lejos, toda la historia sobre la participación de Kafka en actividades anarquistas es poco creíble. Por ello es necesario también rechazar la afirmación de Mares de que él fue ´instructor de anarquismo de Franz Kafka´. No hay disponible ni una sola prueba convincente de esta afirmación.” Cermák, Josef, Franz Kafka. Ficciones y metaficciones. Buenos Aires: Emecé Editores, 2007. Pág. 60

10 Janouch, Gustav, Conversaciones con Kafka. Barcelona: Ediciones Destino, 2006. Pág. 110

11 Löwy, Michael, Redención y utopía. El judaísmo libertario en Europa Central. Un estudio de afinidad selectiva. Buenos Aires: Ediciones El Cielo por Asalto, 1997. Pág. 94

12 Benjamin, Walter, Sobre Kafka. Textos, discusiones, apuntes. Buenos Aires: Eterna Cadencia Editora, 2014. Pág. 85

AMÉRICA

“El concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio.”1

 

Jorge Luis Borges

 

 

 

Si toda la literatura de Kafka involucra al lector por las ambigüedades y posibilidades de interpretación que ofrece, América lleva esa característica a la máxima potencia por ser un texto inconcluso o, mejor dicho, un texto cuya conclusión se encuentra a cargo de cada lector. Su escritura comenzó en los primeros años de producción del autor y estuvo incentivada por la satisfacción que le produjo haber escrito La condena de un tirón en la noche del 22 al 23 de septiembre de 1912, entre las diez de la noche y las seis de la mañana. Esta información llega a nosotros gracias a las anotaciones de su diario, donde al día siguiente registró su sensación de gozo al escribir: “Cómo puede uno atreverse a todo, cómo está preparado para todas, para las más extrañas ocurrencias, un gran fuego en el que mueren y resucitan. Cómo empezó a azulear delante de la ventana. Pasó un carro. Dos hombres cruzaron el puente. La última vez que miré el reloj eran las dos. En el momento en que la criada atravesó por vez primera la entrada escribí la última frase. Apagar la lámpara, la claridad del día. Ligeros dolores cardíacos. El cansancio que desaparece en mitad de la noche. (…) Sólo así es posible escribir, sólo con esa cohesión, con total abertura del cuerpo y del alma”2. Pero muy distinto fue lo que sucedió con el intento de escribir El desaparecido, novela de la cual solo logró terminar y publicar el primer capítulo con la intención de continuarlo, pero nunca la concluyó.

La dificultad de Kafka para terminar sus proyectos más largos es difícil de explicar, pero importante para destacar ya que sus tres novelas más extensas, El desaparecido, El proceso y El castillo, quedaron inconclusas. Sin que la biografía opaque las interpretaciones literarias que son el eje de este libro, a través de sus escritos personales, diarios y cartas, podemos conocer los vaivenes a lo largo de los años de escritura de estos textos que deja y retoma constantemente y la angustia que eso le produce. En una carta dirigida a Felice Bauer entre el 9 y el 10 de marzo de 1913 distingue la facilidad con la escribió el primer capítulo, “El fogonero”, que deliberadamente publicó anticipando que era un fragmento de algo más, y la dificultad para continuar la novela: “[“El fogonero”] procede en su totalidad de la verdad interior, mientras que todo lo demás, con la salvedad, como es lógico, de algunos pasajes sueltos más o menos largos, fue escrito desde el recuerdo, por así decirlo, de un sentimiento grande pero ausente y resulta, por lo tanto, desechable”3. Parece haber dos momentos en el proceso creativo de Kafka: la lucidez inicial de la que emanan textos brillantes y lo que queda luego, cuando pasa ese momento de éxtasis creativo, solo el recuerdo de esa sensación, como un afterglow, o el reflejo que permanece en la retina después de mirar fijamente al sol, que no le basta para escribir.

Esta novela es la representación de la vida americana desde la perspectiva de un extranjero: Karl Rossmann llega en un vapor a Estados Unidos desde Europa. A diferencia de otros textos de Kafka, en este hay indicios espaciales y temporales que permiten asociarlo con referentes externos. Se configura a Nueva York como la ciudad moderna y avasallante por el ruido de los coches y los pasos de los transeúntes apurados. Si nos enfocáramos en lo político de la obra, podríamos interpretar una crítica al capitalismo más alienante, como destaca Michael Löwy: “Los ejemplos podrían multiplicarse: es toda la atmósfera del libro la que revela la inquietud y la angustia del ser humano librado a un mundo sin piedad y a una civilización técnica que se le ha escapado. Como observa con agudeza Wilhelm Emrich, esta obra es ‘una de las críticas más lúcidas de la sociedad industrial moderna que conoce la literatura. El mecanismo económico y psicológico secreto de esta sociedad y sus consecuencias satánicas son develadas sin concesiones’. Se trata de un mundo dominado por el retorno monótono y circular de lo siempre-igual, por la temporalidad puramente cuantitativa del reloj”4.

Sin embargo, la representación de la modernidad es un velo que debemos deslizar, aunque sin perderlo de vista por completo, para poder leer las situaciones exageradamente absurdas que afronta el protagonista y los personajes grotescos que va conociendo sin que nada lo altere demasiado. Lo que el narrador construye en el texto es un realismo exacerbado que solo podremos apreciar si nos desprendemos de la identificación con la mirada del protagonista que toma todo con una naturalidad apacible y solo se preocupa por los detalles poco relevantes. La inmutabilidad de Karl frente a los desmesurados personajes con los que se cruza en su recorrido por América y las absurdas situaciones que se le presentan produce una contradicción que desconcierta al lector llevándolo hacia lo inesperado. Tomar distancia de la mirada de Karl nos permitirá apreciar el texto como un espejo deformador de la realidad y disfrutar de la comicidad que produce el absurdo y la exageración.

La aparición de personajes caricaturescos en un entorno realista, en este caso Estados Unidos, habilita a Diego Erlan a comparar la escritura de Kafka con la obra del pintor británico Francis Bacon en el prólogo de los Cuentos selectos: “Veamos. La rotunda intensidad de esas pinturas procedía de una conjugación paradójica de dos factores: la distorsión de las figuras y el tratamiento aceptablemente naturalista del entorno. (…) Ese mecanismo paradójico funciona también en Kafka. Sus personajes están envueltos en una niebla difusa, son sujetos radicales, extremos, delirantes, que se degradan o confunden, que saltan al vacío ante lo absurdo del mundo o mueren frente a la apatía del entorno; son personajes que se disuelven, se mezclan y enrarecen hasta convertirse en una sustancia gris, extraña y deforme”5. Y luego hace hincapié en la importancia de los detalles en estos textos para desfigurar ese marco naturalista: “Kafka pretende distorsionar el relato desde el detalle mínimo, cotidiano, intrascendente, y de ese modo asumir el sinsentido de un sistema y exhibir la paradoja, avanzar hacia lo inesperado, hacia el caos ordenado de la pesadilla”. Para poder apreciar estos detalles sostengo que la lectura de Kafka no puede ser superficial, sino que debemos sumergirnos en ella y prestar atención a los procedimientos que nos conducen hacia lo absurdo y la risa, como, por ejemplo, el hecho de que Karl transporte durante toda la novela en su baúl un salamín de Verona y, por muchos momentos, sea su única preocupación.

En este relato se cuentan las peripecias del joven Karl Rossman, expulsado de su patria en el doble sentido de la palabra: se desvinculó de su país y de sus padres. Su familia lo había desterrado a Estados Unidos como castigo por tener un hijo con la criada quien supuestamente había abusado de él. Con este destierro se da inicio al texto: “Cuando Karl Rossmann, de diecisiete años —quien había sido enviado por sus desdichados padres a América porque una criada lo había seducido y había tenido un hijo suyo (…)”. El joven llevaba nada más que un paraguas y un baúl con un salame veronés que pierde rápidamente, pero constantemente vuelve a él como una aparición mágica. Karl es un extranjero en América y, por eso, el extrañamiento en esta novela está presente tanto en la mirada del personaje como en la del lector. El protagonista describe todo como si lo viera por primera vez y eso permite enriquecer el relato desde el punto de vista visual. Este procedimiento es el que Shklovski, quien en sus comienzos solo leía en ruso, describe a partir de la obra de Tolstoi en “El arte como artificio”: “El proceso de singularización en Tolstoi consiste en no llamar al objeto por su nombre sino en describirlo como si se lo viera por primera vez y en tratar cada acontecimiento como si ocurriera por primera vez; además, en la descripción del objeto no emplea los nombres dados generalmente a sus partes, sino otras palabras tomadas de la descripción de las partes correspondientes a otros objetos”6. Entre las muchas asociaciones que podemos establecer entre Kafka y Tolstoi, la singularización es un procedimiento común a ambos.

El nivel de detalle con el que el autor checo describe los objetos contribuye a generar esa mirada extrañada del personaje, por ejemplo, el mueble que ve con asombro en la casa de su tío y observa con tanta atención como si nunca hubiera visto uno igual: “En su habitación había un escritorio americano de la mejor clase (…) en la parte superior tenía cien cajones de las dimensiones más diversas, e incluso el presidente de la Unión habría encontrado un lugar adecuado para cada uno de sus expedientes; pero, además, había un regulador al costado y, girando la manivela, era posible obtener las más diversas transformaciones y reordenaciones de los cajones, de acuerdo con el deseo y la necesidad. Unas delgadas paredes laterales se hundían lentamente y constituían el piso de cajones que ahora ascendían o el techo de otros que ahora se levantaban; ya después de un giro poseía la sección un aspecto totalmente diferente, y todo se desarrollaba según se girara la manivela en forma lenta o rápida”7. Este mueble le bastaría al alcalde de El castillo para ordenar los expedientes que tiene desparramados por toda su casa. La ironía de Kafka radica en que su personaje tiene una mirada extrañada de las cosas menores y no repara en cuestiones más exageradas, por ejemplo, se asombra por completo de un mueble, pero no de que la casa de su tío tenía más de seis pisos.

Ese corrimiento de la mirada de lo importante hacia lo intrascendente es lo que genera risa en el primer encuentro con el tío Jakob. Mientras el hombre se muestra extremadamente emocionado y sorprendido cuando escucha el apellido de Karl, al igual que todas las personas que se encontraban allí, el joven se preocupa más por la situación del fogonero, con quien había establecido una repentina relación de exagerada amistad y confianza. Ante la pregunta del tío de cómo se llamaba, el narrador dice: “Karl, que creía que era beneficioso para la gran cuestión principal que este incidente, ocasionado por el tenaz preguntón, fuera despachado con rapidez, respondió de manera breve, sin presentarse, según era su costumbre, a través de la presentación del pasaporte, que habría tenido que buscar previamente: Karl Rossmann”8. Pese a la indiferencia de Karl el tío responde entusiasmado: “—Pero... —repitió el señor Jakob y se acercó a Karl con pasos un tanto rígidos— entonces soy tu tío Jakob, y tú eres mi querido sobrino. Lo intuí todo este tiempo —dijo, dirigiéndose al capitán, antes de abrazar y besar a Karl, que dejó que todo sucediera sin decir palabra”9. Estas reacciones de Karl que van del asombro por lo insignificante hasta la indiferencia por lo absurdo son contrarias a lo esperado por el lector y, por lo tanto, producen un efecto de comicidad.

Desde otro punto de vista, teniendo en cuenta un tema muy recurrente en la literatura kafkiana como la crítica a la autoridad y la inaccesibilidad del individuo a la ley, Mario Lancelotti lee este encuentro repentino entre Karl y su tío como un modo de mostrarnos que el proceso judicial siempre queda trunco ya que se interrumpe hasta por el más insignificante motivo: “Los problemas de la Autoridad y de la Justicia se muestran en esta última parte con singular elocuencia. Kafka pone una ironía de la mejor ley en la descripción de los uniformes, de las insignias, de las armas, emblemas de la Autoridad. Los personajes son ridiculizados mediante esa presentación en ‘instantánea’ o en suspensión de que echa mano Kafka, lo que les confiere cierta rigidez del mejor efecto cómico. Pero la ironía más profunda es la que recae sobre la Justicia misma. Para advertirlo bastará notar un hecho particularmente sugestivo. El famoso juicio del Fogonero versus Schubal queda sin transigir. obsérvese como el Capitán, árbitro supremo del litigio, lo interrumpe para dar lugar a un episodio incidental, que ninguna relación necesaria tiene con el asunto”10. Lo que era un asunto judicial y público dentro de ese microespacio del barco se corre para dar lugar a una escena privada, de índole familiar en la que se exponen las intimidades del protagonista.

La experiencia de Karl puede pensarse como un viaje iniciático, en el que el personaje hace un pasaje de la niñez a la adultez al separarse de su familia y atravesar solo situaciones adversas. No obstante estas características (aunque es imposible saber cómo Kafka hubiera concluido esta historia) no se la puede clasificar como una novela de aprendizaje, ya que no hay metas o compromisos morales. En todo caso, el narrador hace un uso irónico de ese género, ya que Karl luego de todo su transitar no aprende nada. Uno de los motivos por los cuales no se la puede clasificar es porque, como toda la literatura kafkiana, rompe con los parámetros estándar y el intento por encuadrarla dentro de un género literario sólo nos mostraría el corrimiento de sentido, los modos en los que rompe con las reglas de cada uno.

Las lecturas que admite y los recursos de la literatura que se utilizan son muy diversos, por eso su interpretación depende de cómo se la quiera leer. Al respecto, Pietro Citati recuerda las observaciones de Marthe Robert que, mediante una larga enumeración que podríamos continuar y seguir completando, problematiza la clasificación de esta novela en un género literario determinado: “El desaparecido es una novela realista sobre las ciudades modernas: una novela de aventuras (el muchacho que encuentra a su tío en América); una novela por entregas (el joven es expulsado de casa); una novela picaresca (una vida de itinerante junto a Robinson y Delamarche); una fábula (el tío que castiga a Karl-Cenicienta cuando dan las doce de la noche; Karl-Pinocho cuando explora con una vela la casa tenebrosa de Pollunder, con Green y el portero en papel de ogros); un libro educativo (Karl-muchacho diligente); un mito (el paraíso perdido); una utopía (el teatro de Oklahoma), y quizá una novela teológica (el triple pecado original)”11.

La intertextualidad con múltiples géneros literarios demuestra la riqueza del texto y las posibilidades de lectura que nos presenta. En sus cartas, el mismo Kafka ofrecía su propia interpretación, poniéndose en el lugar de lector. Con respecto a América, se dio cuenta al leerla (no al escribirla) que su intención había sido hacer una novela “dickensiana”, imitación de Copperfield, al mejor estilo Pierre Menard buscando escribir el Quijote, sin lograrlo, como anota el 8 de octubre de 1917 en su diario: “Mi intención, por lo que ahora veo, había sido la de escribir una novela dickensiana, enriquecida por esas luces más fuertes que habría tomado del tiempo, y las luces más opacas que habría sacado de mí mismo. La riqueza de Dickens y su poderoso fluir, pero en consecuencia pasajes de horrible falta de fuerza, en donde con cansancio sólo entremezcla lo ya alcanzado”12.

El hecho de que se diera cuenta de eso años después de haberla escrito cuando ya estaba publicada y luego de leer las críticas demuestra que en su obra lo fundamental es la lectura, la potencialidad de distintos significados y relaciones con lo conocido que nos ofrece el texto en sí mismo. También en una conversación con Gustav Janouch hace referencia a Dickens como fuente para su escritura: “—Dickens es uno de mis autores preferidos —dijo—. Es más, durante algún tiempo incluso fue ejemplo de lo que yo intentaba lograr en vano. Su querido Karl Rossmann es un pariente lejano de David Copperfield y de Oliver Twist”13. Ante la pregunta de qué es lo que lo atrae de este autor, responde: ”Su dominio de las cosas. su equilibrio magistral entre lo exterior y lo interior. La representación magistral y al mismo tiempo muy sencilla de las correlaciones entre el mundo exterior y el yo. Su armonía tan natural”. Kafka aspiraba a crear una literatura en la cual la perfección y la simplicidad, la realidad externa y la ficción alcancen una armonía, objetivo que, desde mi perspectiva, logra principalmente en sus dos grandes novelas, El proceso y El castillo.

1415