portadilla

2-3

Frente a mi casa en la calle Potrero había un árbol, el árbol de mi casa. Era enorme, frondoso y viejo, sobre todo viejo.

El árbol no era realmente de mi casa, estaba al frente, como ya dije. Yo me montaba en él, lo regaba los martes; nunca nadie lo reclamó. Por eso y por cariño, decidimos que era nuestro.

4

Cierto día, mi árbol se infectó de esas fiebres que yo creía que solo le daban a los humanos; se aburrió, quiso cambiar. De pronto deseó poder moverse por todas partes. Llegó a tener celos de esos seres blandos y sin hojas que no tenían que permanecer anclados al suelo para vivir.