Primera edición: marzo, 2018
© Esteban Beltrán Verdes, 2018
© Vaso Roto Ediciones, 2018
ESPAÑA
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eISBN: 978-84-12191-08-0
IBIC: DCF
LO EXTRAORDINARIO, OTRA VEZ
Poema único para leer luego
Testamento de un instante
El poema más despreciablemente feliz
Un casi poema de amor
El recuerdo más insensato
LO ORDINARIO, COMO NUNCA
Cuaderno desvergonzado número 1
INTRODUCCIÓN Y EPÍLOGO
¿Serán estos los minutos de la basura?
Reflexiones de un boxeador sonado
La tibia sala de la nostalgia (inventario sencillo)
La engañosamente tibia sala de la esperanza (inventario semicomplejo)
Catorce madrugadas
Asesinar la esperanza
La necesidad del monstruo
Exhausto
Cuaderno desvergonzado número 2
ENTONCES PARECIERA SER HOY
La segunda muerte
El lugar del olvido
No quiet please
La dictadura de lo extraordinario
Crónica de un segundo
Tu lugar exacto
El descubrimiento rutinario de tu vida
La compañía del polvo
Happy birthday
Inventario de un tiempo extraño
La muerte de la imaginación
Lo último antes del silencio
UNIDAD DE CUIDADOS INTENSIVOS
Cuaderno desvergonzado número 3
LOS MESES EN QUE MI VIDA SE VACIÓ
La tentación de Polonia
Tu muerte no te pertenece
Descarnado
El segundo que nunca debió ser poema
POEMAS DEL PSIQUIÁTRICO
I
II
III
IV
V
VI
Ensayo sobre el tiempo disponible
La vida esencial
Lo que ya no se nombra ni se mira
El momento exacto de la muerte segura
DIARIO DE AYER (DOS DÍAS SIN VERTE)
I
II
III
La muerte bajo la luz
Unidad de Cuidados Intensivos, segundo día
La presunta inconsciencia del moribundo
La muerte de un inmortal
Un día excepcional de agosto
Reivindicación de los fantasmas
Lo que me queda de ti
Cuaderno desvergonzado número 4
LOS DÍAS CONMIGO EN EL BALNEARIO
POEMAS VAGOS DE LA MUERTE
I
II
III
IV
V
Encuentro inesperado
Cuaderno desvergonzado número 5
LO ÚLTIMO QUE NUNCA FUE EL FINAL
Chau inmóvil
No me desahogo hoy (aunque resulte increíble en esta mi historia de poeta de exabruptos),
no frecuento el desagüe ni la guarida ni me asomo al taller de reparación de tiempos vencidos,
no escribo para recordarme el olvido imprescindible o planificar la venganza más hermosa,
no me leo para escupir ni vomitar ni rehuir el pegajoso olor de los abandonados sin remedio,
no me regodeo en la conspiración como alivio, en la emboscada más nocturna y devastadora,
no me abro en canal (no llamo ni a urgencias ni al forense ni al carnicero de confianza)
no invoco a Dios, no reniego, no me niego ni me ignoro,
no busco remakes ni me suicido ante el pelotón de palabras brutales y definitivas,
no me mato, no me intoxico, no me pierdo, no me bajoneo ni me humillo,
no me rasgo, no me duelo, no me suplico, no me insulto, no me dejo ir, no me someto,
no me compadezco hoy, no me animo ni me hundo, ni siquiera me pienso más de lo razonable,
no me tengo en cuenta, no me desgasto, no envejezco, no me rozo, no me idolatro, no me castigo,
simplemente escribo para recordarme que una vez
(cuando sea de nuevo necesario contar los muertos)
me merecí la esperanza de creer contra toda experiencia.
Un atardecer, Lucía, te descubrirás más última que nunca al salir del cementerio o del mar
(todavía no he decido si enterrarme o hacerme lumbre y aventarme después)
inevitablemente más única que un segundo antes de mi última boqueada de pez
huérfana de mí, sometida a la soledad sin alivio ni salida que deja la muerte.
Y te aviso ya que el dolor de ausencia para siempre no llega de pronto y de una vez,
no, no es un tsunami ni un golpe devastador ni ocupará toda tu vida en un instante,
será más bien un acto lento de invasión de la conciencia al rebuscar entre mis cosas,
o sometida al ocio de los días, o al meterte en la cama, o al abrir un libro de Tintín,
y este dolor será todo tuyo y te penetrará para rendirte de volver a vivir,
y te querrá cobarde, incapaz de todo futuro, inmóvil ante los recuerdos,
arrepentida por haber llegado tarde a mí, y creer, contra toda lógica, que tu padre era inmortal.
Y no creo que vaya a morirme ya, no soy un anciano ni un viejo prematuro,
no padezco enfermedad incurable alguna y tampoco pensé, con la seriedad que se merece, en el suicidio;
tengo cincuenta años y tú eres adolescente,
pero, por primera vez, siento el apremio de contarte algo antes de nunca,
antes de goodbye, antes de imposible, antes de después, y no te escribo porque sí,
o porque me sienta deprimido (de hecho podría decir que soy un tipo dichoso)
sino impulsado por el fuerte olor a nada que dejó ayer la muerte al acercarse:
no podría asegurar si fue azar, pericia, casualidad o insomnio de Dios
pero es indudable que se valió de un piloto de British para salvarme la vida
al controlar ese mastodonte un segundo antes de que el tiempo fuera irreversible.
Y desde entonces me ronda la idea de guiarte a través de la vida que tuve,
para cuando se vaya amortiguando la onda expansiva de mi muerte
y el acoso de los recuerdos deje paso a la ternura y a la curiosidad,
y, como yo hice con la vida que no conocí de mi abuelo y de mi padre,
te me adentres por mis días con el machete bien afilado de los pioneros.
Creo que no descubrirás nada que pueda avergonzarte,
(no me he podrido hasta el punto de no reconocerme)
y estoy casi seguro de que el padre que recuerdas
se parecerá mucho al padre que encuentres,
pero si te escribo hoy con torpeza es para desvelarte
algo intangible que no serás capaz de averiguar
con lo que te quede de mí, y yo ya sea inalcanzable y no exista.
Siempre he sentido pudor de contarte la historia de mis amores
cuando no eran historia y me sobresaltaban en directo la existencia,
pero tengo tal asombro hoy que, no sé, me dan ganas de exhibirme.
Ocurrió aquello de amar hace un mes, y te lo relato por si termina ya,
o por si acaso mañana ella decide no venirse conmigo al resto de mi vida
o por si en un viaje de éstos a cualquier parte me muero de una vez.
Y aunque ahora todo te sonará exagerado y solemne,
(y me avergüenzo del tono épico aunque no sea fingido),
un día me gustaría regresar a este testamento prematuro,
y leerlo como si nada, o, al menos, sin dolor, y descubrir
que algo de lo que tengo hoy todavía sigue vivo entre las manos.
Éste es el poema más despreciable que haya escrito nunca,
(dudo incluso que vaya a terminarlo)
es casi un insulto, una provocación
sobre una tierra fértil para los escombros
y sobre un tiempo cercado por la seguridad del sin futuro.
Ni siquiera siento la necesidad de escribirlo, ni sale fácil,
(en parte limitado en mis facultades por esta gripe de mierda)
y no contiene la habitual palabrería que utilizo para desahogar
aguas fecales o conjurar el miedo o preparar la ausencia.
Este poema es un ejercicio de exhibicionismo, no merece lectores ni análisis,
sólo busca describir las consecuencias evidentes de cinco días de antropofagia
(no exagero, el cuello y la espalda guardan restos de la metralla más primitiva)
donde nada existió salvo la fijación de comer y descubrir dónde volver a morder.
Este poema no consuela, no acompaña, no conmueve, no busca cómplices,
y lo sé, la delación de la felicidad es un acto insufrible, imperial, intolerable,
aunque, también, constata la posibilidad de la emboscada de lo extraordinario,
ese momento, quizá único, que te asalta y te lleva lejos de las ruinas de tu vida.
No sé qué pasará cuando llegue inevitablemente la ambición (muy humana)
de ir más allá del instante y pretender que eso que ocurrió se incorpore a tus días;
quizá no sea perfecto, ni como soñabas que fuera, a lo peor ni siquiera es posible,
pero una vez que conoces se instala en ti la esperanza, y la curiosidad inagotable,
y las manos regresan al juego y tu historia no te enseña y el miedo no te somete,
y no huyes ya y deja de ser cómodo el vacío que hace un mes cobijaba toda tu vida.
Me posee un yo tan descomunal que no me recuerdo escribiendo sin mí,
y me cuesta (llevo una eternidad de quince minutos sin segundo verso)
no intuirme, no rastrearme, abstraído ni siquiera olerme,
y me supero y te describo por placer, sin más, por voyeurismo, porque sí,
sin riesgo, sin medida, animal, desatada como una sorpresa, desnuda,
piernas largas y manos grandes, cerca pero extrañamente inofensiva.
Esto, si me descuido, puede llegar a ser un poema de amor de los de antes,
alguno de los que escribí sin haber conocido todavía el miedo o el fado,
en aquellos días donde vivir significaba guiarse por un fogonazo de luz,
y me avergüenza y me conmueve el regreso de esta insensatez al cuadrado,
la capacidad de no temer, no ocultar, no protegerme ni poner condiciones,
el desvarío de no pensar en la rendición, ni en el exilio, ni en la muerte,
ni en tu asesinato, ni en la legítima defensa, ni en mí colgado de tu historia.
(No tengo remedio, me regreso una y otra vez, intentaré seguir, lo mereces).
Creo en la ceguera de tus dientes, en la desvergüenza de tu dedo índice,
en lo húmedo de tu sexo, en la ternura de tus golpes, en el aullido de animal,
pero hoy (no puedo engañarte), a miles de kilómetros del hambre y lo feroz,
regresó el miedo más antiguo, el temor como carcoma, un horizonte de ausencia,
y quiero pensar que sólo son distracciones de solitario o enredos de la distancia,
o más sencillo aún: hay paro de ómnibus en Montevideo y llegas tarde a casa.
Algunas tardes el recuerdo no llega después de un tiempo extraordinario pero vencido,
a veces recordar no es la prueba de que hubo compañía, muerte y abandono,
en días iluminados y únicos los detectives de la memoria no recogen pruebas,
no reconstruyen el retrato robot del asesino ni tampoco buscan motivo ni cómplices,
a veces no hay sangre ni herida ni desaparición ni entierro ni cenizas ni velatorio,
casi diría que en instantes así, raros y eufóricos, la ausencia no te maltrata ni te humilla.
En contadas ocasiones, como hoy, recordar te instala en una sala de espera confortable
situada entre los días irrepetibles que fueron y los días únicos que vienen, y crees,
como un vidente, como un fanático, como un jugador de lotería, como un suicida converso,
en la posibilidad de una vida milagro en la que no pesan los muertos ni toneladas de soledad.
Y sabes, sobreviviente y escéptico por existencia, con el estómago tatuado de emociones perdidas,
que esto que hoy vives y te vive debe ser lo que los psiquiatras llaman un paréntesis vital afortunado,
un espejismo de las horas, acogedor hasta la inconsciencia pero excepcional en el tiempo de vivir
y que acabará desvaneciéndose por miedo, inseguridad y miserias antiguas e infranqueables.
Pero nada evidente y racional importa hoy con la casa de Madrid todavía en llamas,
descubres que recordar, recordarla, sin temor explícito, con la certeza insólita de su regreso,
no te lleva al asesinato premeditado, ni a la venganza ni a la práctica samurái de cuchillo y sierra,
sino que se transforma, siquiera por una vez en tu vida, en un ejercicio masturbatorio dulce
que salpica los objetos, los minutos y el espacio de los fantasmas más hermosos.