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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Beverly Bird

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Algo más que amistad, n.º 1504- mayo 2020

Título original: Playing by the Rules

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-175-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LA última vez que todo iba normal entre Sam y yo estábamos peleando en la sala de la jueza Larson.

Somos abogados. Por lo menos yo soy abogada. Sam Case es más bien un actor de primera con una licenciatura en Derecho. Se muestra amable y un poco corto para dar una falsa sensación de seguridad al contrario y, como es de Texas, la tierra de los vaqueros guapos y el buen tequila, puede salirse con la suya. Cuando se encuentra con la agresividad de nuestra costa Este, pone cara de divertida confusión y siempre le sale bien.

La jueza Larson tenía que haber conocido sus trucos, porque él llevaba ya unos seis meses trabajando ante ella. Pero era una rubia guapa en su tercer matrimonio. Se rumoreaba que había sacrificado a sus dos primeros maridos en el altar de su carrera, y a Sam le gustan las rubias. Luego a Larson le gusta Sam. Es prácticamente imposible que no te guste Sam una vez que te ha colocado en su lista de personas predilectas.

La jueza le lanzó una sonrisa tonta. Soy de la firme opinión de que las juezas deberían tener prohibido tontear, pero ella lo hizo.

—¿Quiere llegar a algo concreto, letrado? —le preguntó.

—Bueno, se me ha ocurrido algo, Señoría —Sam giró sobre sus talones y lanzó una mirada lánguida en mi dirección—. Creo que el principal argumento de mi oponente es que una madre a tiempo completo es mejor que un padre a media jornada. ¿No es así, señorita Hillman?

Yo me levanté.

—Una madre a tiempo completo es preferible a un padre al veinticinco por ciento. Sí, ésa es mi premisa.

Él se hizo el ofendido.

—Eh, ¿adónde ha ido a parar mi otro veinticinco por ciento?

Yo salí de detrás de la mesa de la defensa y me acerqué a él. Hablé en un susurro, sólo para sus oídos.

—Yo creo que se lo ha bebido su cliente —miré a la jueza con una sonrisa amable—. El señor Woodsen tiene un problema con la bebida, Señoría. Eso ya ha quedado establecido. Hasta que no reciba tratamiento, los niños estarán mejor bajo la custodia de la madre. Estamos dispuestas a ampliar las visitas, siempre que sean supervisadas, pero a la señora Woodsen no le parece bien que sus hijos pasen la noche con el señor Woodsen si no hay presente otro adulto responsable.

—¿No hay otro adulto responsable? —Sam aprovechó la ocasión—. Señoría, creo que acaba de llamar responsable a mi cliente.

—No es cierto.

—Sí lo es.

Yo me coloqué entre la jueza y él.

—Lyle Woodsen es de todo menos responsable, Señoría. Es altamente posible que ni siquiera pueda mostrarse coherente ni capaz en presencia de los niños.

—¡Por favor! —exclamó Sam en voz baja.

Yo lo miré con incredulidad.

—¿Qué?

—No he dicho nada —pasó por delante de mí para hablar con la jueza—. Al señor Woodsen tampoco le gusta que sus hijos pasen la noche a solas con la madre. Tiene… no sé cómo decirlo… una impresión de sí misma muy compleja.

Yo empecé a sentir la tensión en la espina dorsal.

—Sea más específico —gruñí.

—Tengo entendido que Lisa Woodsen ha pasado buena parte de los últimos años sometida a un intenso tratamiento psiquiátrico —dijo él.

Yo pensé en drogas. Tenían que ser drogas. Sam necesitaba algo más que el alcoholismo de Lyle y había optado por las drogas.

Volví a mi mesa. Empezaba a dolerme la cabeza. Lo miré fijamente, preguntándome qué se guardaría en la manga. Sam se cruzó de brazos y me devolvió la mirada.

—No sé de qué me habla, Señoría —dije yo al fin. Aunque me costó mucho admitirlo.

La jueza Larson suspiró.

—Señor Case, usted me cae bien, se lo aseguro, pero no tanto como para ignorar que no se puede pillar por sorpresa al adversario. Aunque esto sea un tribunal de divorcios, también hay que informar.

¡Aleluya!

Sam miró a la jueza con tristeza. Tenía unos ojos azules que podrían conquistar a Satanás y una sonrisa torcida capaz de fundir a la misma alma negra. Acababa de violar la norma más básica de los tribunales y estaba segura de que lo había hecho adrede.

—Lo siento, Señoría.

Y como era de esperar, Larson lo perdonó.

—Muy bien —dijo—, pero voy a aplazar esta vista hasta el viernes para dar a la defensa ocasión de ponerse al día.

La jueza golpeó con su mazo y se levantó del estrado. Yo esperé. Sam no tardó ni un minuto en sacar a su cliente de la sala.

Miré a Lisa Woodsen.

—¿Tiene razón? —pregunté.

—Un poco.

Sentí que mi dolor de cabeza aumentaba.

—No es una pregunta difícil, Lisa. O has tenido tratamiento psiquiátrico o no.

—Bueno, sí. Sigo con él. Pero esta vez no dejaré la medicación.

Medicación. Genial.

—¿Cuál es tu problema exactamente?

—Es complicado.

—Seguro que puedo entenderlo —la animé.

—Es… bueno, es una forma de esquizofrenia.

Crucé los brazos en la mesa de la defensa y bajé la frente sobre ellos. No eran drogas, sino algo aún peor que las doce cervezas diarias de Lyle Woodsen.

Lisa empezó a llorar, así que levanté la cabeza y saqué un pañuelo de papel de mi maletín. Los kleenex, los caramelos, los libros de colorear y los cromos son accesorios imprescindibles en el derecho de familia. Yo asaltaba con regularidad las posesiones de mi hija, que hasta el momento no se había dado cuenta.

Pasé cinco minutos consolando a la mujer y salimos de la sala. Al llegar al exterior, miré a mi alrededor en busca de Sam.

Sabía que me habría esperado, y así era. En realidad, era mi vecino de arriba y mi mejor amigo, así que, en general, me resultaba difícil odiarlo de forma regular.

Estaba de pie al lado de la fuente, con un hombro apoyado en la pared. Me acerqué a él.

—Acabas de perderte los espaguetis de esta noche —le dije.

Él se enderezó.

—¿Pensabas hacerme espaguetis?

—No, pensaba hacerlos para Chloe y para mí y pasarte las sobras. Pero he cambiado de idea.

—Eres una mujer dura, Amanda Hillman.

—Sólo cuando me ponen en ridículo.

—Pensé que Lisa te lo había dicho. Creía que lo ocultabais con la esperanza de que yo no lo descubriera.

—Eras tú el que lo ocultaba con la esperanza de que yo no lo descubriera.

Me froté la frente.

—¿Otro dolor de cabeza? —preguntó Sam.

—Me lo has dado tú —murmuré.

—Te lo ha dado Lisa Woodsen. Tenía que haber confiado en ti. Y no dejo de decirte que la raíz del problema no está en tu frente, sino en los nudos del cuello. Date la vuelta.

Yo quería mostrarme obstinada, pero habría sido como cortarme la nariz por despecho. Las manos de Sam eran para morirse.

Le di la espalda. Sus fuertes dedos flexionaron la base de mi nuca y encontraron todos los puntos tensos a lo largo de mi columna. Mi dolor de cabeza se debilitó y se formó un nudo en mi estómago. Era una reacción normal a los masajes de Sam que había aprendido a ignorar a lo largo de los meses, pero esa vez creo que llegué a gemir en voz alta.

—¿Mejor? —preguntó él.

—Mucho mejor. Pero sigo enfadada contigo.

Él se echó a reír y retiró las manos. Me volví a mirarlo.

El pelo moreno le caía sobre la frente y eso, unido a la sonrisa de pillo, le daba aire de sinvergüenza, algo que había notado antes e intentado ignorar. Como norma general, no es bueno ponerse a temblar por dentro por tu mejor amigo platónico.

—Nuestra prioridad tienen que ser los niños —dije al fin.

—Estoy de acuerdo. Comparte tus espaguetis conmigo y hablaremos durante la cena.

—No —me di la vuelta y eché a andar.

—De todos modos tengo una cita —gritó él a mis espaldas.

Me volví hacia él.

—Ya van dos esta semana. Empieza a convertirse en una obsesión. ¿Quieres que le pida a Lisa Woodsen el nombre de su psiquiatra?

—Eh, estoy ocupado buscando a la mujer equivocada.

La cual había encontrado muchas, muchas veces. O mejor dicho, Sam no parecía querer encontrar a la mujer idónea.

—Buena suerte —le grité—. A lo mejor cocina mejor que yo.

Acababa de salir a la acera cuando oí una voz detrás de mí.

—¿Otra vez Sam? —preguntó.

Me volví. Grace Simkanian era también vecina mía. Vivía un piso más arriba que Sam en un apartamento pequeño que compartía con Jenny Tower. Jenny era camarera y Grace abogada becaria con uno de los jueces criminalistas. Los becarios cobran menos que los voluntarios, pero tienen futuros mucho más brillantes.

—Otra vez Sam —asentí.

Caminamos juntas hacia el aparcamiento. Cuando yo tenía que ir al tribunal por la tarde, siempre la llevaba a casa.

—¿Cuándo vais a dejar de pelear y empezar a desnudaros mutuamente? —preguntó ella.

Me dio un vuelco el estómago.

—Eso es una idea ridícula.

—Ah. Tú jamás desnudarías a nadie.

Aquello me hizo detenerme. Grace siguió andando hacia mi coche sin mí.

—Sí lo desnudaría —protesté.

Ella se detuvo al lado de mi Mitsubishi.

—Dime la última vez que lo hiciste.

Yo llegué hasta ella, abrí el maletero y ambas metimos dentro los maletines.

—Déjame pensar.

—Te llevará tiempo.

En eso tenía razón. Hacía seis meses que no tenía una cita y Frank Ethan, el último con el que había salido, no era exactamente un hombre al que me apeteciera desnudar.

—Pero podría hacerlo si quisiera —fruncí el ceño—. ¿Por qué hablamos de esto?

—Porque yo creo que deberías acostarte con Sam. Tiene aspecto de ser bueno en la cama.

Otra vez sentí un vuelco en el estómago. La conversación empezaba a disgustarme.

—A Sam no le intereso en ese aspecto. Me pregunto con quién saldrá esta noche. No sé si será la misma rubia voluptuosa del lunes.

—Ya te estás tocando el pelo otra vez —dijo Grace—. ¿Por qué?

Dejé caer la mano.

—¿Qué?

—Siempre que hablas de él, te tocas el pelo.

—No es cierto —pensé en ello. Como ya he dicho antes, Sam siente preferencia por las rubias. Le gustan especialmente las rubias de pelo largo. El mío es corto y moreno. Tengo una cara de ésas de rasgos pequeños, soy madre soltera y no tengo mucho tiempo para tonterías.

El dolor de cabeza eligió aquel momento para regresar con fuerza.

—Si tanto te gusta Sam, ¿por qué no te lo ligas tú? —pregunté.

Grace se encogió de hombros.

—Le doy miedo.

Grace es esbelta, sofisticada y muy ágil de mente. Dice lo que se le pasa por la cabeza y no se disculpa por ello. Es una mujer guapísima, con una gran melena oscura, piel impecable y un tipo que hace que los hombres se vuelvan a mirarla.

—Aunque una vez intentó ligar con Jenny —comentó.

Fruncí el ceño. Era mi primera noticia. Jenny es una rubia bronceada transplantada desde Kansas.

—¿Y qué pasó?

—Nada. A ella le da miedo él.

Asentí con la cabeza. Jenny espera al príncipe encantado, y yo sabía que en su lista de requisitos no entraban los lobos de buen corazón como Sam.

Abrí la puerta del coche.

—Quiero irme a casa, ha sido un día duro.

—Vamos a McGlinche’s —sugirió Grace. Jenny trabajaba allí y saldría a las cinco y media.

Miré mi reloj y decidí que no me apetecía nada cocinar para dos. Saqué el móvil del bolso.

—Si la señora Casamento puede quedarse una hora más con Chloe, de acuerdo.

Grace se instaló en el asiento del acompañante y yo llamé a la canguro mientras me sentaba al volante. Sylvie Casamento me dio el visto bueno, pero no sin antes soltar una serie de suspiros de víctima, no fuera a ser que a mí se me ocurriera divertirme por una vez. Sam sostiene que el propósito en la vida de esa mujer es procurar que nadie que ella conozca lo pase bien. Nadie excepto él, claro. La mayoría de las mujeres adoran a Sam y la señora Casamento no es una excepción.

McGlinchey’s estaba a rebosar, como siempre a esa hora. En el bar había tanta gente como en el metro de Nueva York en hora punta. Grace y yo nos abrimos paso entre un grupo de gente que charlaba animadamente. También eran abogados.

La comunidad legal de Philadelphia es incestuosa. No me interpreten mal, todos sabemos poner límites y no cruzarlos. Nos intercambiamos favores, sí, pero durante las horas de trabajo. El resto del tiempo somos una especie de familia. Muchos hemos estado casados en algún momento con un puñado de los otros. Por ejemplo, el padre de Chloe es abogado también, aunque yo tuve el suficiente sentido común para no casarme con él. Pero lo que quiero decir es que todo el mundo parece conocer la vida personal de los demás y hablar de ella.

Yo nunca me he considerado exenta de esos cotilleos, claro, pero creía que sabía lo que decían de mí: que me interesaba más mi carrera que los hombres. Eso lo empezó el padre de Chloe, Millson Kramer III. Si fuera sincero, diría que se alegró cuando rehusé casarme con él. Sólo me lo pidió porque creyó que tenía que hacer lo correcto. Poco después del nacimiento de Chloe, le dio un ataque de conciencia e intentó que formáramos una familia. Yo decliné la oferta y eso, claro, lo dejó en mal lugar, por lo que informó a toda la comunidad legal de Philadelphia de que había hecho todo lo posible pero yo era una adicta al trabajo fría y difícil.

Estoy segura de que Frank Ethan, mi última cita hasta ese momento, también había contribuido a la versión de Mill cuando decliné salir con él por segunda vez. A lo largo de los años había habido otros como él, que no me entusiasmaban nada y que sin duda contribuían a crear mi reputación. Pero yo no soy fría, simplemente me gusta estar sola. Y tu perspectiva sobre las aventuras románticas cambia cuando cumples los treinta y cinco, cosa que yo acababa de hacer. Ya no necesitas tanto desnudarte.

—Cuando estás en la veintena, te quedas deslumbrada por todas las posibilidades que hay —intenté explicarle a Grace mientras nos abríamos paso entre la clientela del bar.

A pesar de toda su sabiduría, Grace sólo tiene veintiséis años.

Alguien le tiró una copa encima y ella se volvió en su dirección. El hombre se disculpó enseguida.

—¿Qué posibilidades? —me preguntó ella.

—Sexuales. De progresar en la vida, sociales… —al fin llegamos a la barra, donde tuve que alzar la voz para pedir. A continuación empezamos a buscar una mesa, armadas cada una con un vaso de Chardonnay.

Tardamos unos veinte minutos, pero al fin lo conseguimos. Grace se sentó en una silla que acababan de dejar libre y yo me instalé enfrente.

—Y bien —seguí con mi teoría—. Cuando eres joven te sientes más inclinada a conformarte con una relación sólo porque el sexo es fantástico.

—Eso es una buena razón a mi edad, Mandy, suponiendo que yo fuera una conformista.

—Después de los treinta y cinco es menos probable que te conformes sólo con el sexo —insistí yo—. Y también es menos probable que te unas a alguien con el expreso propósito de tener hijos y formar una familia. La mayoría de la gente se ocupa de eso en la veintena.

—Ya no. Ahora las mujeres no tienen hijos hasta la treintena.

—He dicho la mayoría, no todos —levanté tres dedos en el aire—. En tercer lugar, tampoco es probable que lo hagas porque resulta más fácil pagar una hipoteca. Es probable que eso ya lo hayas hecho.

—Tú no lo has hecho.

—Yo vivo en Philadelphia. Aquí las casas son carísimas.

—Pues vete fuera de la ciudad.

—Me encanta la ciudad. ¿Por qué número iba?

—El cuatro.

—Y en cuarto lugar, también es menos probable que te emparejes sólo porque la sociedad gira casi exclusivamente en torno a las parejas.

—¿Estás segura de eso?

—Sí. Por lo tanto, creo que si te emparejas con alguien después de los treinta y cinco, lo haces por los motivos más puros. Compatibilidad, comodidad, conversación, y un poco de lujuria. La situación se vuelve fácil y poco agresiva. No te metes en una relación por lo que pueda darte el hombre, porque eso probablemente ya lo has conseguido sola. No tienes necesidad de plantear exigencias y puedes limitarte a aceptar.

Grace tomó un sorbo de vino.

—Oh, qué bien. Estoy deseando llegar. ¿Eso va de la mano con las patas de gallo?

No le hice caso.

—Y por eso yo no salgo mucho con hombres —expliqué—. Y por eso no tengo una gran necesidad de desnudarme.

—¿Porque ya tienes una hija, no quieres una hipoteca y te da igual lo que piense la gente?

—En resumen, sí. Ahora puedo permitirme ser selectiva y lo soy.

Grace dejó el vaso de vino en la mesa y se inclinó hacia mí.

—Mandy, tú no has salido con nadie últimamente porque pasas todo tu tiempo libre con Sam. Vamos a dejar de engañarnos.

Yo enderecé la espalda.

—Eso no es cierto.

—¿El qué? —preguntó Jenny Tower; se sentó en una de las sillas con aire cansado.

—Que Mandy no sale con otros porque está ocupada pasando el tiempo con Sam —dijo Grace.

—¡Es porque lo elijo así! —declaré—. Puedo permitirme esperar a encontrar compatibilidad, comodidad y conversación porque tengo treinta y cinco años.

Jenny se quitó el delantal, lo dejó en el regazo y sacó un montón de billetes de propina del bolsillo. Empezó a separar los de cinco dólares y los de uno.

—Yo ni siquiera quiero llegar a esa edad.

—Es mejor que morir joven —dijo Grace—, pero no mucho mejor —le quitó el dinero de la mano—. Tesoro, ya no estás en Kansas.

Jenny miró a su alrededor y parpadeó como si saliera de un sueño.

—¿Crees que me lo van a quitar de la mano? —preguntó con incredulidad.

Grace tomó la mano en cuestión y volvió a dejar el dinero.

—Llámame mercenaria si quieres, pero dentro de dos semanas tenemos que pagar el alquiler.

Jenny suspiró y se metió el dinero en el bolsillo de los vaqueros.

—De acuerdo, lo contaré luego. Volvamos al tema de por qué no sale Mandy con hombres.

Yo regresé a mi teoría.

—No he conocido a nadie que me entusiasme y no necesito las demás cosas que he mencionado… la hipoteca y lo demás, así que no me conformaré con alguien que no me vuelva loca.

—Lo que nos lleva de vuelta a Sam —Grace miró a Jenny—. Ella dice que a su edad busca compatibilidad, comodidad, conversación y un poco de lujuria.

—La lujuria es buena —declaró Jenny—. Pero estoy de acuerdo en que las otras cosas también importan.

—Sam y tú sois compatibles —siguió Grace—. Estáis cómodos el uno con el otro, la conversación es fantástica, o si no pregunta a los que hayamos intentado intervenir en una. Por lo tanto, y de acuerdo con lo que tú misma has dicho, es evidente que deberíais acostaros.

Abrí la boca para discutir, pero me di cuenta de que acababan de atraparme con mi propia teoría. Grace sería una abogada de primera algún día.

Se enderezó en la silla y miró por encima de mi hombro. Yo me volví en la silla para seguir la dirección de sus ojos.

Sam acababa de llegar y estaba de pie en la barra.