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© 2000 Kim Jones
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Seducido por la venganza, n.º 1214- mayo 2020
Título original: A Seductive Revenge
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-176-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Si te ha gustado este libro…
JOSH Prentice levantó la cabeza y miró a su agente.
—He cambiado de opinión —dijo con una sonrisa lánguida.
Alec Jordan sintió ganas de mesarse los pocos cabellos que le quedaban.
—He concertado una entrevista en televisión para mañana por la noche —le dijo por tercera vez con infinita paciencia. Josh no era solo su cliente de más éxito, también era su amigo—. Es el momento perfecto. Tu exposición se inaugura la semana que viene. Acuérdate de aquella entrevista que concediste después del festival artístico. Te fue fenomenal… por lo visto, les encantó ese acento francés tuyo —le rechinaron los dientes al ver que su intento de alarde le resbalaba a su amigo—. Ya la he cambiado una vez por la fiesta de cumpleaños de Liam —añadió sin disimular su enfado. ¡Eso era lo que obtenía por ocuparse de las cosas de un padre soltero!
—Gracias por el regalo. A Liam le encantó.
Alec suspiró al ver que aquellos ojos grises no tenían intención de ceder. Aquel hombre no cedía ante nada, solo ante su hijo. Pensó en los artistas muertos de hambre que viven en buhardillas… mucho más maleables que Josh, que, para colmo, no vivía de las millonarias ganancias de sus pinturas. Ser artista y tener dinero no era compatible.
—Ya he sacado los billetes para París —insistió.
—Pues cámbialos —contestó impávido.
—¿Se puede saber a dónde vas? —preguntó el agente dejando caer la cabeza entre las manos.
—Pues, todavía no lo sé, la verdad —contestó levantándose y abrochándose la cremallera de la cazadora distraídamente mientras se paseaba por la habitación. Sus ojos se posaron en Alec, que lo miraba con curiosidad. Alec no pudo reprimir un escalofrío ante el aspecto de su amigo. No lo veía así desde la muerte de Bridie, desde aquellos días en los que la cólera lo consumía. Entonces, la única persona que había tenido la osadía de ponerse ante él había sido Jake, su hermano gemelo—. Depende… estoy siguiendo a una persona.
—¿Cómo dices?
—A una mujer…
—¡Una mujer…! —sonrió Alec. ¡Ya era hora! A la porra con París—. ¡Por fin! —exclamó. Un hombre como Josh no podía vivir como un monje. ¡Si a él le hubieran hecho la mitad de proposiciones…! Habían pasado ya tres años y no había mirado a una sola mujer—. ¿Por qué no me lo habías dicho? ¿Cómo se llama?
—Flora Graham.
—¿No será esa Flora Graham, la hija de… el hombre que…? —dijo Alec pálido.
—¿El que mató a mi mujer? —dijo él sonriendo amargamente. Sí, aquel a quien todos excusaban menos él—. Esa misma.
Alec se quedó completamente sorprendido. A Josh le había costado mucho tiempo asumir que la mujer a la que adoraba había muerto durante el parto. Las heridas se abrieron aquel mismo año cuando transcendió a la opinión pública que el respetabilísimo doctor sir David Graham, el ginecólogo de Bridie, estaba acusado de consumo de estupefacientes.
Se descubrió que la liebre la había levantado una empleada que había intentado chantajear al especialista por haberle pasado drogas a ella y a sus amigos. Al final, la denuncia no había prosperado, pero los medios de comunicación habían seguido investigando y habían inventado una historia para no dormir.
Josh denunció al médico, pero el juez determinó que no había pruebas de que la adicción del médico hubiera interferido nunca en la salud de sus pacientes. Aquello había hecho que Josh buscara venganza encarnizadamente, sentía que aquello era una injusticia.
Cuando hacía pocas semanas, la prensa había publicado los detalles del caso Graham, Alec se había sorprendido mucho de que Josh no hubiera dicho nada, pero, claro, si se había enamorado de su hija… eso lo explicaba todo.
—Es muy guapa, la verdad —comentó Alec—. Muy… muy… rubia. No tenía ni idea de que la conocieras. ¿Dónde la has conocido?
—No la conozco… todavía… por eso la sigo —explicó Josh.
—¿Qué vas a hacer cuando la conozcas? —preguntó Alec temiéndose la respuesta.
Flora Graham había tenido muchas oportunidades de condenar a su padre en público y nunca lo había hecho. Josh tenía grabada en la memoria aquella bonita voz defendiendo a su padre con precisión clínica. Sonrió. El padre estaba fuera de circulación, en un centro de rehabilitación. Es lo que había elegido en vez de la ridícula pena de cárcel que le habían impuesto. La hija, sin embargo, seguía allí, aunque le habían dicho que quería irse de la ciudad.
El médico camello se había convertido, gracias a la prensa, en la víctima de toda la historia porque, en el último momento, había actuado debidamente. ¡El colmo!
Normalmente, Josh era muy tolerante con las debilidades de los demás, pero aquello era diferente.
—Todavía no tengo los detalles muy claros, pero la idea es hacerla tremendamente infeliz —contestó. Y si eso requería acostarse con ella, estaba dispuesto.
Una hora después de haber salido de la autopista, Flora se dio cuenta de que la estaban siguiendo. Miró por el retrovisor, a aquel descapotable rojo. Los medios de comunicación llevaban meses haciéndole la vida imposible. ¿No era suficiente haberla obligado a salir de la ciudad escondiéndose como una delincuente?
¡Ya estaba bien! Vio un área de descanso, pegó un frenazo y salió de la carretera. No le sorprendió mucho ver que el otro coche hacía lo mismo y se colocaba enfrente. Apretó el volante. ¡Ya estaba bien de ser la víctima! ¡Había llegado el momento de darles un poco de su propia medicina! ¡A la porra con la diplomacia! Salió del coche y se dirigió con determinación hacia el otro. No fue hacia el conductor sino que se arrodilló junto a una de las ruedas traseras y sonrió al escuchar el silbido que producía el aire al salir.
La venganza no estaba nada mal, pensó levantándose. Se estaba frotando las manos de satisfacción, cuando el conductor salió del coche.
—¿Qué diablos está haciendo? Vio que era uno de los periodistas que más le había dado la lata. Su cara de incredulidad, hizo que Flora se riera. Al momento se arrepintió de lo que había hecho. El hombre era fuerte y parecía muy enfadado. Debería haber ido a una comisaría. Estaban en una carretera muy poco transitada y, para colmo, soplaba un viento que movía los árboles—. ¡Bruja! —continuó yendo furioso hacia ella. Flora tuvo miedo—. ¡La voy a denunciar! —aquella amenaza infantil hizo que Flora dejara de sentirlo.
—¡Y yo también, por husmear en mi basura! —se defendió—. ¡Quíteme las manos de encima! —le gritó cuando el hombre la agarró del antebrazo con fuerza.
Tom Channing no iba a hacerle nada, pero le gustó ver que aquella mujer que parecía de hielo se podía asustar. Todas aquellas semanas bajo la presión de los medios de comunicación y no se había ido abajo ni una sola vez.
Para más inri, sus amigos habían cerrado filas en su favor y no habían abierto la boca. Se dio cuenta de que él se había empeñado en no dejar morir la noticia, a pesar de que ya no interesaba a nadie, pero para él era una cruzada personal.
—¿Qué haría si no la suelto, señorita Graham?
—¿Pasa algo? —dijo una voz a sus espaldas.
Flora se quedó mirando a su salvador, un hombre con ojos grises, largas pestañas y una boca de pecado. Debía de medir casi dos metros y tenía un cuerpazo de escándalo, una espalda de nadador profesional y unas piernas como rocas. Todo lo demás parecía igual de perfecto. Además, exudaba sensualidad.
Flora no solía desnudar a los hombres con la mirada de esa forma y, menos, si estaban casados. Aquel lo estaba, obviamente. El niño que había junto a él era su vivo retrato ¡y llevaba alianza!
—Un pequeño malentendido… —contestó el periodista soltándola.
Flora pensó que aquel hombre le sonaba de algo… Se sacudió la manga y se puso bien el sombrero.
—Estoy bien, gracias —dijo.
Josh se fijó en sus ojos violetas y en su encantadora sonrisa y no oyó lo que le estaba diciendo su hijo. No estaba preparado para aquello. La diosa de la frialdad era una mujer cálida y vibrante. Lo peor era que tenía hoyuelos cuando sonreía.
Flora estaba acostumbrada a que los hombres la miraran mucho antes de que su cara apareciera en todos los periódicos, pero aquel hombre la estaba mirando de forma diferente, lo que ella agradeció porque ya estaba harta de los que solo admiraban la fachada y quienes no les importaba lo que había dentro.
Eso le hizo acordarse de Paul, la rata con la que había estaba prometida y que la había dejado.
—¡Papá! —dijo el niño tirándole del pantalón.
—¿Qué pasa, campeón?
—¡Me parece que voy a vomitar! —exclamó. Flora se sorprendió de lo rápido que lo hizo, se quedó mirando sin dar crédito el estado en el que habían quedado sus pantalones y sus zapatos preferidos, hechos a medida—. Ahora me encuentro mucho mejor —suspiró Liam mirando a su padre.
Josh le sonrió y lo felicitó en silencio por lo que acababa de hacer. Sacó un pañuelo y limpió al niño antes de girarse hacia Flora, a la que esperaba encontrar histérica.
—¡Me alegro porque yo estoy más bien asquerosa! —contestó ella sonriendo al niño con dulzura. Josh se sorprendió ante aquella reacción.
—Y hueles —dijo Liam.
—Sí, ya me he dado cuenta.
—Tiene que bañarse, ¿verdad, papá?
Josh emitió un pequeño gruñido por respuesta. De repente, se imaginó el agua cayendo por su piel satinada, deslizándose por su espalda, su trasero, prieto y redondo. ¡Maldición! Menudo momento había elegido su libido para salir de la hibernación.
Sintió repugnancia ante sus propios pensamientos, no por ellos en sí mismos, sino por quién los había inspirado.
—O, en su defecto, cambiarme de ropa —contestó ella girándose hacia el coche. Al hacerlo, sus zapatos emitieron un ruido repugnante.
—Lo siento mucho, señorita… —dijo Josh agarrando al niño en brazos y sonriendo de manera rompedora.
—Flora —contestó ella suspirando de alivio. ¡Bendito anonimato! Lo miró a los ojos y se sintió, inexplicablemente, tímida.
—Yo me llamo Josh, Josh Prentice y este es Liam —contestó tendiéndole la mano—. Yo correré con los gastos de la tintorería.
—Por su bien, me parece que es mejor que no le dé la mano —contestó ella—. En cuanto a las ropas, estamos en paz por haberme salvado de ese hombre —continuó haciendo un esfuerzo supremo para dejar de mirarlo—. Liam, ¿nunca has tomado galletas de jengibre para no marearte en el coche? —el niño prestó atención al oír hablar de comida—. A mí me van muy bien. Me parece que llevo. A lo mejor, le asientan el estómago…
Josh se quedó pasmado al ver, cuando ella se quitó el sombrero, que se había cortado el pelo. Antes lo llevaba por la cintura, pero el nuevo corte le enmarcaba la cara y le agrandaba los ojos. En realidad, aquella mujer era tan impresionantemente guapa que podía afeitarse la cabeza si quería.
—¿Va muy lejos, Flora? —preguntó esperando que no fuera así porque media hora más con Liam en el coche y se volvería loco.
Flora vio con agrado cómo aquel hombre se cambiaba a su hijo de cadera y le daba un beso en la nariz. Estaba claro que no se había dado cuenta de que el niño se había limpiado las manos en su pelo. No pudo evitar compararlo con Paul, siempre obsesionado con la limpieza.
Había decidido no salir con hombres porque siempre daban problemas, pero no pudo evitar imaginar… lo miró. Aquel marido estaba estupendo y el niño le quedaba de maravilla. ¿Por qué nunca daba ella con alguien así? Bueno, no tenía porque ser tan guapo como aquel. En realidad, mejor que no lo fuera para que las demás mujeres no lo miraran. ¡Eso era precisamente lo que estaba haciendo ella, mirar al marido de otra!
—No, voy a casa de una amiga —contestó diciéndole el nombre de la población—. ¿Lo conoce? —el extraño asintió—. No está muy lejos, pero me gustaría cambiarme de ropa. ¿Le importaría vigilar por si viene alguien? No me gustaría que apareciera una familia de picnic y yo estuviera desnuda entre los árboles. Aunque, la verdad, no creo que venga nadie por aquí.
—Liam lleva toda la mañana metido en el coche y le vendrá bien estirar las piernas un poco. Si quiere, mientras, puede cambiarse.
—Muchas gracias…
Josh vigiló al niño, que estaba construyendo un castillo con piedras, con un ojo y con el otro observó por el retrovisor de su 4x4 cómo Flora se retorcía en el asiento trasero de su coche.
Tenía muy claro que Graham tenía que pagar lo que había hecho y lo que más le podía doler era que hicieran daño a su hija, a la que adoraba. Para convencerse de lo que estaba haciendo, recordó la cara de Bridie, dulce y radiante.
Le distrajo lo que vio. Flora no llevaba sujetador. Sus pechos eran más bien pequeños, duros y bien puestos. Vio cómo se movían mientras ella se ponía un polo de cachemira. Josh apartó la vista molesto consigo mismo.
Aquello no tenía nada que ver con la venganza, era puro voyerismo. ¡Lo peor era que no se conformaba con mirar!
Oyó las pisadas de Flora, que se acercaba al coche, pero no quiso mirar. Prefirió mirar a su hijo, que estaba destruyendo el castillo que había construido.
—A veces, me preocupan esos instintos agresivos.
—No pasa nada, es normal —contestó ella mirando al niño—. Seguro que usted hacía lo mismo.
—No, mi hermano Jake los construía y yo los destrozaba. Hoy en día, le pagan por construir casas, pero nadie se las tira.
—¿Es constructor?
—Arquitecto.
—¿Y usted a qué se dedica? Perdón, no tiene que contestar. Es que, cuando empiezo a preguntar, no paro —dijo avergonzada.
—¿Es usted policía o qué?
—No, abogado.
—Vaya, qué pena… Siempre me han gustado las mujeres de uniforme.
Flora sintió que se le aceleraba el corazón ante su sonrisa.
—¿Liam es hijo único? —preguntó cambiando de tema rápidamente.
—Sí —contestó él pausadamente. Flora pensó que estaba tenso de repente.
—Yo también —comentó ella.
—Eso hará que sea usted una joya para sus padres.
—Para mi padre, mi madre murió hace cinco años.
Él le tocó la mano y ella no la apartó. Siguió mirando al niño para disimular la excitación que le producía aquel hombre.
—Será mejor que me vaya —dijo ella—. Gracias por todo —dijo con una gran sonrisa. Decidió dejar de sonreír porque se iba a dar cuenta de que no quería irse. Qué absurdo.
Josh no estaba preparado para aquello. Se suponía que acostarse con Flora Graham no debía ser un placer. ¡Se suponía que formaba parte de sus planes de venganza, un puro trámite! Tenía que haber sido fácil vengarse de alguien que no tenía corazón ni sentimientos, pero aquella estúpida mujer los tenía y no se molestaba en ocultarlos.
Josh había pensado que era un blanco fácil. Estaba claro que había química entre ellos y, además, era vulnerable. Su padre había caído en desgracia, a ella la había dejado su novio, resultaría muy fácil seducirla. Y, luego, le diría la verdad, qué placer, solo tenía que hacerlo bien…
Todo el mundo sabía que su boca podía rendir a cualquiera a sus pies. Su lengua y sus labios se movían con maestría.
Flora dio un paso atrás cuando las manos que le habían agarrado la cara se separaron. Estaba temblando.
—¿Por qué ha hecho eso? —preguntó en un hilo de voz.
Flora pensó que no parecía que se sintiera especialmente afectado por el beso, ¡pero hubiera jurado que, mientras la besaba, le había gustado! Sintió la punta de los pezones contra el sujetador.
—¡Quería comprobar si es usted tan estúpida como parece! —le espetó.
—¿Y lo soy?
—Sí —rugió—. ¿Cómo se fía de mí? Podría haber sido Jack el destripador y usted mirándome como si… No debería fiarse de alguien solo porque le gusta físicamente —le advirtió sintiéndose estúpido por hacerlo.
«¿Se me notaba tanto?», se preguntó ella sonrojada.
—¿Qué le hace pensar que me gusta físicamente? —le increpó con frialdad.
—No le ha gustado nada el beso, ¿verdad? —dijo riéndose sarcásticamente—. Sí, ya me he dado cuenta.
Floras estaba roja como un tomate y se sentía mortificada ante su burla.
—Otros hombres no se quejarían —contestó reconociéndose a sí misma que le había encantado que la besara—, pero, claro, usted solo me ha besado para darme una lección, por bondad, para que no me fíe de los extraños… —dijo sarcástica.
—La he besado —contestó pasándose los dedos por el pelo— porque me apetecía.
—Ah —dijo ella. «¡Cualquiera lo diría viéndote la cara!»
Flora miró al niño y se recriminó a sí misma por haber olvidado el pequeño detalle de la alianza que llevaba. «Me han besado otras veces mejor y no me he quedado como tonta. Ya basta».
—¿Y sabe su mujer que va usted por ahí haciendo este tipo de cosas porque le apetece? —preguntó con frialdad—. ¡Es usted un hombre repugnante!
—Mi mujer está muerta —contestó él con dolor. Flora no supo qué decir—. Hacía mucho tiempo que no me apetecía besar a una mujer… —confesó involuntariamente.
Flora cerró los ojos y sintió unos terribles deseos de llorar. ¡Ojalá no le hubiera dicho eso! Había huido de la ciudad para descansar y encontrar un poco de paz, no para liarse con un hombre así, que tenía más angustia dentro que ella.
Le dolió verlos irse, pero no hizo nada para impedirlo.