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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Jennifer Taylor

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Miedo a soñar, n.º 1218- mayo 2020

Título original: A Very Special Child

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-180-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ME alegro de verte! ¡Toma!

La enfermera Laura Grady atrapó el delantal de plástico que le tiró su colega, Rachel Hart. Lo miró extrañada, pero antes de que tuviera oportunidad de decir nada, Rachel salió por la puerta de la oficina.

Laura sonrió mientras se ponía el delantal sobre su nuevo uniforme. No había cambiado nada, al parecer. Todavía seguía habiendo demasiado trabajo y poco personal para hacerlo, por lo que parecía.

Siguió a Rachel y se dio cuenta de que era un alivio el que algunas cosas siguieran siendo como lo habían sido siempre. Era su primer día de trabajo después de una ausencia de casi cinco años y había pasado una noche inquieta preguntándose cómo le iba a ir.

¿Le costaría mucho volver a la antigua rutina? ¿Podría arreglárselas con las exigencias de trabajar en un nuevo servicio? Había estado trabajando en maternidad antes de marcharse, así que la sección de pediatría era algo nuevo para ella.

—Está bien, pequeña. No llores. En seguida te limpiaremos.

La voz de Rachel interrumpió sus pensamientos. ¡Ese no era ni el momento ni el lugar para empezar a tener dudas!

El corazón le dolió cuando vio la expresión de la niña. No debía tener más de seis años y parecía no encontrarse muy bien.

Rachel se volvió hacia ella y sonrió:

—Esta es Katie Watson. Ha sido ingresada con una infección urinaria. Vamos a ver si tiene alguna anomalía renal y, como puedes ver, se siente muy mal.

—¡Perfecto! —respondió Laura sonriendo—. Hola, Katie. Me llamo Laura y te puedo asegurar que me sentiría muy mal si todo eso cubriera mi cama. Es terrible.

La colcha estaba estampada con una abigarrada escena de la selva. Katie sonrió débilmente.

—Yo tengo una más bonita en mi casa —susurró—. Tiene cachorritos.

—¡Vaya! Seguro que es realmente bonita. A mí me encantan los cachorros, ¿y a ti?

Mientras hablaba, Laura le quitó la mojada colcha. El teléfono de la oficina empezó a sonar y Rachel dijo que volvería en un momento. Laura le dedicó de nuevo toda su atención a Katie.

—¿Y tienes un perro en casa?

—Sí. Pero no es un cachorro. Tiene tres años y lo echo de menos.

—¿Tres años? Así que todavía es juguetón. Seguro que hace un montón de tonterías, ¿no? ¿A que se come tus zapatillas?

Katie agitó la cabeza.

—¡Sandy no hace eso! Es un buen perro. Duerme en mi cuarto cuando estoy en casa, en mi cama. Pero no se lo dirás a mi mamá, ¿verdad? Si lo descubre, lo hará dormir en el piso de abajo.

—No, no se lo contaré. Será nuestro secreto. Y ahora vamos a limpiarte, te haré la cama y te sentirás mejor.

Quitó el resto de la ropa de cama, llenó una palangana de agua caliente y le quitó el camisón a Katie. La niña estaba muy delgada y se le marcaban las costillas. Laura suspiró levemente mientras la limpiaba.

Cuando la pequeña estuvo seca y con un camisón limpio, le dijo:

—Así está mejor, ¿verdad? Ahora voy por ropa de cama limpia y me aseguraré de que sea más bonita que la otra. Te lo prometo.

Dejó a Katie sonriendo y fue a buscar las sábanas. Rachel no estaba a la vista y las otras dos enfermeras de por la mañana estaban ocupadas. Laura dudó si debía preguntarles a dónde ir a buscarla, pero le pareció una tontería. No podía ser tan difícil encontrar el cuarto de la ropa de cama.

Después de un rato, lo encontró por fin y buscó algo que le sirviera. Por fin lo logró, un juego de cama estampado de cachorritos y que seguro que le encantaría a Katie.

Se subió en un taburete para llegar a la alta estantería donde estaba, pero aún así, no llegaba. Suspiró. No era la primera vez que su estatura le jugaba una mala pasada, ni sería la última, pero no se dio por vencida.

Se puso de puntillas y logró agarrar una sábana, pero entonces sintió que el taburete se movía bajo sus pies. Cerró los ojos cuando cayó hacia atrás, esperando que sucediera lo inevitable. Pero entonces se encontró con que unos fuertes brazos la sujetaban antes de que llegara al suelo y los abrió de nuevo.

—Vaya, así que mi horóscopo tenía razón después de todo.

—¿Perdón?

Laura se encontró mirando al más hermoso par de ojos grises que había visto en su vida. No le extrañó que le estuviera costando trabajo pensar.

—En el periódico de esta mañana. Todos los días leo mi horóscopo, pero no siempre me creo lo que dice —dijo el propietario de esos ojos—. Tiendo a ser objetivo, ¿me entiende? Pero esto me hace preguntarme si no debiera tomármelo más en serio cuando me sucede algo como esto.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Laura.

—Que mi horóscopo me ha dicho que no deje que se me escape hoy ninguna oportunidad —dijo él riendo.

Ella abrió la boca para pedirle que la dejara en el suelo, pero él se lo debió imaginar, porque lo hizo sin más y luego la recorrió con la mirada.

—De todas formas, ya basta de tonterías. ¿Está bien? ¿Se ha hecho daño?

—Estoy bien. Gracias —dijo apartando la mirada para que ese hombre no viera lo avergonzada que se sentía.

Entonces se percató de la ropa que llevaba, que no era mucha, precisamente.

Unos pantalones cortos y sudadera sin mangas de un color gris bastante gastado, no era la ropa que se podía esperar ver en un hospital. Pero tenía que admitir que le sentaba muy bien. Sabía que lo estaba mirando fijamente, pero no lo podía evitar, ya que sus ojos parecieron deleitarse en el físico de ese hombre. Estaba levemente bronceado y tenía un cuerpo que rayaba en la perfección. Tuvo que contenerse para no tocar esa piel y ver si era tan maravillosa como parecía.

Apartó la mirada y fue entonces cuando se percató de lo alto que era y del cabello castaño claro que le caía sobre la ancha frente.

Sus rasgos eran muy marcados, atractivos, muy masculinos, con una barbilla cuadrada, nariz recta y mejillas cinceladas.

—¿Seguro? Debe haberse llevado un buen susto —dijo él.

—Estoy bien, de verdad —respondió ella, sintiéndose incómoda por la forma en que estaba actuando.

Hacía mucho tiempo que no era tan consciente de un hombre y el que le pasara ahora la hacía sentirse culpable. Seguramente el hecho de que hubiera amado tanto a Ian debería haberla hecho inmune a la atracción de otro hombre, ¿no?

—Muchas gracias de nuevo —le dijo—. Me ha salvado de un buen golpe.

—De nada —respondió él devolviéndole la sonrisa.

A ella le pareció que se había dado cuenta de su vergüenza, lo que la incomodó más aún.

Antes de que pudiera decir nada, él extendió la mano y sacó las sábanas de la estantería de arriba.

—Creo que era esto lo que estaba buscando. Aquí tiene.

Luego le dedicó otra sonrisa y se marchó en dirección a los ascensores antes de que Laura le pudiera dar las gracias. Se quedó mirándolo por un momento y luego volvió a la sala donde la esperaba Katie.

La niña se mostró encantada con el dibujo de las sábanas y estuvieron charlando animadamente mientras le hacía la cama.

Una vez que la tuvo hecha, Laura arropó a la niña y se fue en busca de Rachel. Estaba en la oficina, ocupada con un montón de papeles.

—Ah, hola. Lamento haberte dejado así, Laura, pero estamos escasos de personal, como ya te habrás imaginado. Pasa y siéntate mientras yo te cuento lo que hay que hacer por aquí. Mark no llegará hasta dentro de media hora, así que es mejor que te vayas haciendo a la idea de cómo son las cosas por aquí.

—¿Mark? —le preguntó Laura mientras se sentaba.

—Mark Dawson, nuestro pediatra. ¿No lo conoces?

—No. Era David White el que estaba aquí la última vez que vine.

—¿Cuando estuvo Robbie aquí como paciente? —dijo Rachel mientras servía dos tazas de café—. ¿Cómo está? ¡Seguro que metiéndose en toda clase de líos!

—¿Cómo lo has adivinado? —dijo Laura riendo y el rostro se le encendió al hablar de su hijo—. Ha empezado el colegio hace unos meses y le está dando bastante trabajo a los profesores.

—Es un verdadero encanto. Todos lo lamentamos cuando se fue y, créeme, ¡no puedo decir lo mismo de todos nuestros pacientes!

Rachel se volvió a sentar y frunció el ceño.

—Resulta difícil de creer que solo hayan pasado unos meses desde ese accidente de tren en que os visteis involucrados, ¿verdad?

—Diez meses, para ser precisos. Y me alegro mucho de que los dos saliéramos bien.

—Ya te puedes alegrar. Debió ser una experiencia horrible para ti.

—Sí que fue una experiencia horrible, sí. Pero de alguna manera, tuvo un efecto positivo, ya que cuando vinimos al hospital, me di cuenta de lo mucho que echaba de menos el trabajo. Fue lo que me hizo volver.

—¿De verdad? Bueno, es magnífico tenerte de vuelta, Laura. No sabes lo mucho que me agradó cuando supe que habías aceptado este puesto. Estábamos desesperados por cubrir la vacante y, conseguir a alguien con tu experiencia es un verdadero premio.

—Gracias.

Para ser sincera, ella no se había esperado encontrar un trabajo con un horario tan bueno. Laura le dio un sorbo a su café y añadió:

—Yo necesitaba trabajar, pero también estar aquí por Robbie. Cuando supe que el horario era de nueve a cinco fue lo que me decidió.

—Ya le puedes dar las gracias a Mark, ya que fue idea suya. Es muy dado a animar a las chicas que han sido enfermeras y que se han casado, a que vuelvan al trabajo. Su punto de vista es que, no solo es desperdiciar una preparación, sino también experiencia. Fue por eso por lo que sugirió que adaptáramos los horarios para que le viniera bien a alguien con compromisos familiares.

—Bueno, pues realmente me alegro de que haya pensado en ello. Me está empezando a gustar ese Mark, aún cuando todavía no lo conozco.

—Oh, dale un par de días y serás como el resto de nosotras. ¡Estarás completamente embelesada con él!

Rachel se rio cuando vio la expresión de Laura y añadió:

—Sinceramente, David era magnífico y todos lo sentimos cuando se fue a Glasgow, pero Mark… Bueno. Es algo especial. Todos lo queremos mucho. Si tuviera que hacer un resumen de cómo es, yo diría que es uno de los hombres más buenos y encantadores que he conocido.

Rachel se interrumpió y se echó a reír cuando miró hacia la puerta.

—Seguro que te zumbaban los oídos. Estábamos hablando de ti.

—Espero que bien.

Laura se estremeció cuando oyó esa voz ya conocida. Se volvió lentamente y abrió mucho los ojos cuando vio al hombre que había en la puerta. La última vez que lo había visto llevaba mucha menos ropa que ahora, pero el impacto que le causó fue el mismo.

—Antes no hemos podido presentarnos, ¿verdad? —dijo él al tiempo que se acercaba y le ofrecía la mano sonriendo—. Yo soy Mark Dawson y tú debes ser Laura Grady. Encantado de conocerte, Laura. Bienvenida al equipo.

 

 

—Así que esto nos lleva a Katie Watson. ¿Cómo ha ido hoy?

Mark se acomodó en su sillón y dejó las gafas de montura metálica sobre la mesa. Se había pasado la última media hora repasando los historiales de todos los niños ingresados y Laura tenía que admitir que la había dejado impresionada. A pesar de que tenía sus notas delante, las había mirado solo brevemente, ya que estaba claro que se acordaba de todo lo que se refería a esos niños.

Entonces recordó lo que Rachel le había dicho antes de que él era el hombre más encantador que había conocido y estuvo de acuerdo. No era necesario ser un genio para darse cuenta de que Mark Dawson estaba profundamente comprometido con el bienestar de sus pacientes.

Le dedicó su atención a lo que estaba diciendo Rachel, ya que sabía que no podía permitir que su mente vagabundeara. Una de las razones por las que Mark le había pedido que asistiera a esa reunión era porque ella conocía el historial de todos los pacientes de la sala y tenía que admitir que eso había sido de gran ayuda. No quería que él fuera a pensar que no se estaba aprovechando por completo de esa oportunidad o de que no estaba tan dedicada a su trabajo como lo estaba él.

Frunció el ceño cuando se preguntó por qué le resultaba tan importante que él pensara bien de ella.

—¿Cómo estaba cuando te marchaste, Laura?

—Bien. Me estaba contando más cosas de su perro y eso parecía animarla y hacerle olvidar que había estado tan mal, la pobre.

Mark sonrió.

—¡Bueno, eso es más de lo que hemos logrado los demás hasta ahora!

Entonces se rio cuando vio la confusión de ella.

—Katie ha estado muy estresada desde que fue admitida hace un par de días —le explicó Mark—. Todos hemos tratado de animarla, pero sin mucho éxito. Evidentemente tú has encontrado algo que ha despertado su interés. ¡Bien hecho!

Laura no pudo evitar sonreír ante el verdadero placer que notó en su voz.

—Ha sido más por suerte que por cualquier otra cosa, supongo. Le pregunté si tenía un perro y eso fue. ¿Está triste por estar en el hospital?

—Por eso y porque su madre aún no la ha venido a visitar. La madre de Katie, Lisa, tiene un nuevo novio, al parecer. Eso le hace no tener tiempo para visitar a su hija.

—¡Pobre niña! —exclamó Laura—. No entiendo como una madre puede poner sus propias necesidades por delante de las de su hija.

—No, supongo que no puedes entenderlo —dijo Mark mirándola por un momento a los ojos antes de dirigirse de nuevo a Rachel—. ¿Ha habido suerte con el padre de Katie?

—No. El número que tenemos ha sido desconectado y, como Lisa no ha venido todavía, no sabemos cómo ponernos en contacto con él.

Rachel añadió entonces para Laura:

—Esta no es la primera vez que hemos tenido que admitir a Katie con una infección de este tipo. La primera vez sus padres estaban todavía juntos y, desde que rompieron, las cosas han ido a peor.

—¿De qué manera?

Mark se sentó de nuevo y fue el que respondió.

—Lisa no se preocupa de darle la medicación a la niña.

—Ya veo. ¿Necesitó una intervención quirúrgica?

—Por suerte, no. Cuando estaba su padre no había problemas porque él se aseguraba de que tomaba su medicación. Pero desde que desapareció todo ha ido de mal en peor.

—¿Y Katie no tiene ningún contacto con él en la actualidad?

—No, por lo que nos ha dicho su médico, que fue el que nos llamó para que la ingresáramos en cuando la madre se la llevó a su consulta. Y me alegro de que lo hiciera. La pobre niña ha perdido mucho peso en el par de meses que ha pasado desde la última vez que la vi. De todas formas, no tenemos forma de saber lo que está pasando hasta que no tengamos los resultados de los escáneres y radiografías, o al final de la semana.

Entonces sonó el teléfono y Mark dijo:

—Es para mí.

Descolgó y Laura se levantó para marcharse detrás de Rachel. Estaba claro que la reunión había terminado. Ahora sabía que sus miedos anteriores acerca de si podría volver a trabajar como antes se habían disipado, así que no pudo evitar sonreír.

—¿A qué viene esa sonrisa? Aunque no es que me oponga a ella, por supuesto. Una sonrisa como esa puede iluminar un día aburrido —dijo Mark en tono de broma cuando colgó.

—Solo estaba pensando que, después de todo, tal vez me las pueda arreglar bien con el trabajo —dijo.

Entonces Mark frunció el ceño y ella deseó habérselo pensado mejor antes de decir eso. Después de todo, no quería que él tuviera dudas acerca de su capacidad.

—¡Por supuesto que te las puedes arreglar! ¿Y por qué lo dudabas? —le preguntó él cruzándose de brazos.

—Oh, bueno, me preocupaba no encajar aquí.

Mark se rio escépticamente.

—Si no supiera que no es así, diría que estabas buscando cumplidos, Laura.

Luego se adelantó y le tomó la mano, estrechándosela con un fuerte apretón.

—¡Vas a encajar aquí perfectamente! Te lo puedo garantizar.

—¿De verdad? Quiero decir… Le agradezco su confianza, doctor Dawson.

—Llámame Mark y no me tienes que agradecer nada. En cuanto leí tu currículum supe que eras la persona adecuada para el puesto. Y me alegro de que lo hayas aceptado, Laura. El hospital Dalverston General necesita enfermeras de tu categoría.

Luego le dedicó una última y cálida sonrisa antes de marcharse. Laura se quedó muy quieta donde estaba antes de darse cuenta de que Rachel estaría preguntándose dónde se habría metido. El que Mark creyera en ella era algo que tenía toda la intención de merecerse. ¡Desde ese mismo momento!

Luego, mientras Rachel le presentaba al resto del personal, tuvo que reprenderse a sí misma porque, sin saber por qué, no podía dejar de pensar en Mark Dawson y eso no podía ser.

Ella era Laura Grady, viuda y con un hijo de cuatro años con el síndrome de Down. Por muy amable que fuera Mark Dawson con ella, eso no lo cambiaría ni tampoco ella quería que lo hiciera.

Lo único que quería ahora de la vida era la posibilidad de criar a su hijo. No necesitaba nada más porque ya lo había tenido. Un matrimonio maravilloso con un hombre al que había amado. El recuerdo de ese amor que habían compartido Ian y ella le resultaba más que suficiente para enfrentarse a los años que vinieran.

¿O no?

Lo que más la preocupó de todo fue ese último pensamiento que se deslizó en su mente antes de que pudiera evitarlo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

FUE un día ajetreado, pero según pasaba el tiempo, Laura supo que había tenido acertado en aceptar el trabajo. Disfrutó de cada momento y encontró más fácil de lo que se había imaginado adaptarse a la rutina.

Rachel le había explicado que la continuidad de los cuidados era el criterio básico con los niños y que seguían un sistema según el cual, a cada enfermera se le asignaban ciertos niños de los que se tenía que ocupar directamente. Como no eran muchos, eso ayudaba a crear un vínculo entre ellos y también significaba que cada una de las enfermeras se involucraba más en la forma en que era cuidado cada niño, además de que se las animaba a hacer sugerencias.

Laura se quedó encantada cuando vio que le habían asignado a Katie. Conocer todo lo que tenían acerca del entorno de la niña, la hizo estar más decidida a hacer todo lo que estuviera en su mano por la pequeña y se pasó a hablar con ella siempre que tuvo la oportunidad de hacerlo durante ese día.

Daniel Glover salió del quirófano y ella habló con su madre para reconfortarla cuando vio lo ansiosa que estaba.

—Todo ha ido muy bien, señora Glover —le aseguró mientras tapaba al pequeño, aún adormilado por la anestesia—. Le sorprendería la cantidad de niños a los que hay que operar del oído como ha habido que hacer con Daniel.

—El doctor Dawson me dijo eso mismo, pero una no puede dejar de preocuparse, ¿verdad? Me gustaría haber descubierto antes el problema, pero él nunca actuó como si no me pudiera oír.

—Muchos niños se adaptan a sus problemas de oído, así que no debe culparse. No tiene que preocuparse, Daniel ha quedado perfectamente y la vida le va a resultar mucho más fácil ahora que puede oír lo que pasa a su alrededor.

La señora Glover pareció mucho más contenta y se sentó junto a su hijo. Laura siguió con su trabajo y, antes de que se diera cuenta, ya eran las cinco de la tarde. Fue a charlar un momento con Katie antes de marcharse.

—Me voy a casa, muchachita. ¿Quieres que te traiga algo antes de irme? ¿Un zumo? —dijo acariciándole el cabello.

Muchos padres habían pasado por allí ese día, pero la madre de Katie no había aparecido. A Laura se le encogía el corazón cuando la niña se volvía para mirar cada vez que se abrían las puertas y la decepción que se leía en su rostro cuando veía que no se trataba de su madre.

—No, gracias. No tengo sed —dijo la niña sonriendo débilmente y miró la colcha—. Me gustan estos cachorros, Laura. Me gustaría poder enseñárselos a mi papá.

—Tal vez tu mamá lo llame y le diga que te venga a visitar. Así los podrá ver.

Katie se encogió de hombros.

—Mamá y papá ya no se quieren. Ella no le habla cuando llama.

A Laura le pareció muy injusto que esa pobre niña tuviera que sufrir por la separación de sus padres. Pero ella no podía hacer nada más que ofrecerle otra sonrisa a la pequeña.

—Bueno, te veré mañana. ¡Sé buena!

Una vez fuera del hospital, la recibió un viento helado. Era finales de marzo y aún hacía bastante frío. Esa parte del norte de Lancashire era muy bonita, pero con un tiempo no muy predecible. De todas formas, aun ella, que estaba acostumbrada a ese tiempo caprichoso, se sorprendió cuando empezó a nevar de repente. ¡Ciertamente no se había esperado eso!

Se subió las solapas del abrigo y corrió hacia la parada del autobús. Pero se detuvo al oír la bocina de un coche. Tardó un segundo en reconocer al conductor. Era Mark, que se colocó a su lado y bajó la ventanilla.

—Entra y te llevaré a tu casa.

—Gracias, te lo agradezco —dijo cuando se sentó en el coche.

—No hay problema —respondió él sonriendo.

Mark centró su atención en la carretera mientras se dirigían al centro de la ciudad.

—Bueno, ¿a dónde vamos? Me temo que no recuerdo dónde vives aunque lo haya visto en tu solicitud.

—Seguro que no puedes. No me esperaría que lo hicieras.

—¿No?

—No —dijo ella—. Estoy segura de que debes haber leído docenas de solicitudes, así que, ¿por qué ibas a recordar los detalles de la mía?

—Hum, además, eres modesta, Laura. Me pregunto si tus virtudes tendrán fin.

Mark se rio para demostrarle que estaba bromeando, pero había un extraño brillo en sus ojos cuando la miró.

—Eso me lo tomaré con una pizca de sal, doctor Dawson —respondió ella devolviéndole la broma.

—Ah, vaya, ya veo que no voy a poder darle coba, enfermera Grady. Lo cierto es que resulta que recuerdo mucho de lo que pusiste en tu solicitud. ¿Quieres que te lo demuestre?

—Como quieras —respondió Laura encogiéndose de hombros, haciendo como si no le importara.

Pero no pudo ocultar su sorpresa cuando él empezó a recitar de memoria: