jaz1531.jpg

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Patricia Knoll

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Matrimonio tardío, n.º 1531 - julio 2020

Título original: Resolution: Marriage

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-709-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

MARY JANE Kelleher se acercó al teléfono deseando no tener que hacer esa llamada. Sin embargo, sus hijas, Becca, Shannon y Brittnie, habían insistido en que era su deber.

El corazón le latía con fuerza. Pero no tenía otra alternativa, alguien debía llamar; y, dada la cobardía de sus vecinos, ella había sido la elegida.

Por décima vez leyó el número de teléfono que tenía apuntado en el papel que sostenía en la mano, aunque ya se lo sabía de memoria. Por fin, tras respirar profundamente, agarró el auricular y marcó el número.

–Empresas Blackhawk, buenos días –dijo una voz clara–. Soy Kay, ¿qué se le ofrece?

–¿Podría… podría hablar con Garrett Blackhawk, por favor?

–Lo siento, pero el señor Blackhawk está en una reunión. ¿Quiere dejarle un mensaje?

Mary Jane resistió el impulso de adoptar una salida fácil. Podía dejarle un mensaje diciéndole lo que necesitaba saber. Él ni siquiera tendría que devolverle la llamada.

–Se trata de un asunto realmente importante –dijo Mary Jane. ¿Hasta qué punto los empleados de Garrett estaban enterados de su situación familiar?–. Es algo personal y confidencial.

A continuación, Mary Jane dejó su nombre y su número de teléfono antes de añadir:

–Por favor, dígale que me llame lo antes posible y…

–Ah, señora, espere un momento –interrumpió la joven al otro lado de la línea–. La reunión acaba de finalizar. Iré a ver si el señor Blackhawk puede hablar con usted. Por favor, no cuelgue.

La recepcionista la dejó y Mary Jane, por el teléfono, escuchó la música de una emisora de radio de Albuquerque, donde Garrett vivía. Garrett era propietario de un enorme rancho en las afueras de la ciudad y tenía otros negocios en la mayor ciudad de Nuevo México. Era un hombre de éxito, el orgullo de su pequeña ciudad natal, Tarrant, en Colorado; pero apenas había vuelto en los veintiocho años transcurridos desde que acabó sus estudios en el instituto y se alistó en el ejército para ir a Vietnam. Al volver, había ido a la universidad y, después, había montado su propio negocio.

Mary Jane se alegraba por Garrett, se alegraba de que hubiera hecho lo que su padre consideraba imposible: tener éxito profesional sin la ayuda, la influencia ni el dinero de Gus.

Mary Jane había estado en Albuquerque en numerosas ocasiones, pero jamás se había tropezado con él. No había querido verlo en el pasado y tampoco quería en el presente. Lo único que tenía que hacer era darle el mensaje y eso sería todo…

–¿Mary Jane? –dijo, con incredulidad, una voz grave por el teléfono–. ¿Mary Jane Sills?

Mary Jane se llevó tal sobresalto que estuvo a punto de dejar caer el auricular. Lo agarró con fuerza y contestó sin respirar:

–Ahora es Mary Jane Kelleher, Garrett.

–Sí, perdona, lo sabía. Qué… sorpresa.

–Lo sé, Garrett. En realidad, te llamo por un asunto referente a tu padre.

Le oyó respirar profundamente.

–¿Qué ha hecho? ¿Os ha hecho daño a ti o a tu familia? Si es así, voy a…

–No, no, no es nada de eso –respondió Mary Jane–. Garrett, tu padre está muy enfermo. Lleva meses enfermo, pero no le ha permitido a la señora Chandliss que te llamara.

En realidad, el viejo Augustus Blackhawk había amenazado de muerte a Ruth Chandliss si se le ocurría llamar a Garrett; pero Mary Jane decidió que no era momento para decírselo a este.

–Creo que ha tenido un infarto por lo menos, pero se niega en redondo a ir al médico, por lo que no se sabe con seguridad.

–¿Cuándo ha sido? –inquirió Garrett.

Mary Jane hizo una pausa para pensar.

–Creo que el pasado junio –respondió Mary Jane despacio–. Fue entonces cuando empezamos a notarle cambiado…

–¿Y nadie pudo molestarse en llamarme para decírmelo?

–Eh, Garrett, espera un momento. Todos nosotros…

–¿Todos vosotros?

La conversación no iba saliendo como Mary Jane había esperado.

–Los vecinos –dijo ella secamente–. Pensamos que, si lo que le ocurría era serio, sus empleados te llamarían para contártelo. Y también que tú volverías a casa para visitarlo…

–¿A mi casa? Tarrant no es mi casa desde hace veintiocho años.

Frustrada, Mary Jane se pasó una mano por la frente.

–Sabes perfectamente lo que he querido decir. Escucha, Garrett, no sé qué tipo de relación tienes con tu padre ahora y, francamente, tampoco me importa. Lo único que estoy haciendo es cumplir con mi deber de vecina, que es llamarte para decirte que está enfermo y que te necesita.

–Sí, pero con unos meses de retraso –contestó Garrett.

Mary Jane apretó los dientes.

–Igual que tus visitas a tu padre –le espetó ella–. Sin embargo, lo cierto es que acabo de enterarme hoy de lo preocupada que está Ruth Chandliss por su salud. Tu padre la amenazó con echarla, o algo peor, si se le ocurría llamarte.

Garrett lanzó un gruñido.

–No sé por qué Ruth no lo dejó hace años.

Mary Jane estaba de acuerdo con el comentario, pero no lo dijo.

–¿Por qué pensáis que se trata de un infarto? –continuó Garrett.

–Tiene muy mal color y muy mal aspecto. Tiene dificultades para hablar, su comportamiento es extraño y…

–Querrás decir que está más irascible que de costumbre, ¿no? –interrumpió Garrett.

–Sí, eso me temo. Ninguno de nosotros podemos hacer nada por él.

–No, por supuesto, es responsabilidad mía. Iré inmediatamente, en avión.

Mary Jane casi sonrió. Después de tomar una decisión, Garrett se movía con rapidez.

Siempre le había gustado la velocidad: coches rápidos, caballos veloces y aviones en lugar de transporte por tierra.

–¿Podría alguien ir a recogerme al aeródromo de las afueras de Tarrant? –preguntó Garrett.

–Sí –no había motivo por el que ella no pudiera ir a recogerlo, no sería propio de una buena vecina. Adoptó una actitud adulta–. Yo misma iré. Lo único que tienes que hacer es decirme a qué hora.

Era una estupidez ofrecerse para ir a recogerlo; pero antes de ver a su padre, Garrett debía estar enterado de ciertos factores referentes al estado de Gus Blackhawk. Además, a Garrett no le vendría mal enterarse de que la dulce y confiada joven del pasado se había convertido en una mujer madura que dirigía su propio negocio.

Garrett iba a llevarse una gran impresión cuando viera a su padre. A pesar de pensar que Garrett había descuidado al viejo Gus, ella podía suavizar la primera impresión.

–Te lo agradezco, Mary Jane –antes de colgar, su mal humor dio paso a una voz ronca y sincera–. Sé que mi padre siempre se ha portado mal contigo y con tu familia, MarJay, así que te agradezco mucho que, a pesar de ello, me hayas llamado.

Aquel cambio de actitud hizo que el corazón de Mary Jane empezara a palpitar con fuerza.

–Me parecía que te lo debía… por los viejos tiempos, Garrett.

–MarJay, tú a mí no me debes nada.

A continuación, Garrett se despidió apresuradamente y colgó el teléfono.

Mary Jane colgó también, cruzó la cocina con paso cansino y se dejó caer en una silla. MarJay. Garrett era la única persona que la había llamado así… cuando tenían diecisiete años y estaban desesperadamente enamorados. Pero ya no eran las mismas personas. Ambos tenían ya cuarenta y seis años y toda una vida a sus espaldas. Cuando se vieran, descubrirían grandes cambios el uno en el otro.

Se miró las manos, ya no eran las manos tiernas y suaves de una adolescente. Eran unas manos endurecidas por el trabajo en el rancho.

Mary Jane se levantó y se acercó al pequeño espejo que colgaba de la puerta trasera de entrada a la casa.

Sus ojos grises eran claros y francos. Sus facciones se habían suavizado con el tiempo y con los cinco kilos que había engordado con el paso de los años debido a la maternidad, al trabajo en el rancho y a haber aprendido a cocinar. Su pelo corto y rubio no mostraba canas, ya se encargaba ella de que no las hubiera con la ayuda de unos botes de tinte. Tenía unas pequeñas arrugas alrededor de los ojos, por lo que Mary Jane no veía motivo para dejar que las canas anunciaran su edad.

Sus hijas se encargaban de ello.

Mary Jane se fijó en la camisa a cuadros y en los vaqueros que llevaba puestos y decidió cambiarse de ropa, aunque asegurándose a sí misma que no era por vanidad.

En realidad, tenía tiempo para darse una ducha, arreglarse el pelo, maquillarse y planchar el vestido pantalón color azul que Becca le había regalado por su cumpleaños.

Pero no lo hacía por vanidad, se repitió a sí misma.

 

 

Garrett Blackhawk estaba sentado detrás de su escritorio, en el que tenía el trabajo que debía acabar antes de ir a Tarrant. Pero ni se le ocurrió pensar en ello.

Mary Jane Sills. Saboreó el nombre antes de corregirse. Mary Jane Kelleher. Sabía que se había quedado viuda hacía cuatro años. En realidad, sabía muchas cosas de ella porque estaba subscrito al Tarrant Times. Conocía los detalles más importantes de su vida: los fechas en que habían nacido sus hijas, las veces que ella y Hal habían comprado y vendido una propiedad, y la muerte de Hal.

Prácticamente, lo único que el Tarrant Times no había dicho sobre Mary Jane era por qué se había casado con Hal.

¡Maldición! ¿Por qué le había hablado como lo había hecho, culpándola de no haberlo informado de la enfermedad de Gus? No era culpa de ella, no era culpa de nadie. Si alguien tenía la culpa, era él mismo por no ser capaz de estar cinco minutos con su padre sin tener una pelea. Garrett llamaba por teléfono una vez al mes y hablaba con Ruth; sin embargo, lo más probable era que Gus hubiera amenazado a su ama de llaves, ordenándole no hablarle a nadie de su salud.

Dejando de lado el trabajo, Garrett se levantó de su sillón y se acercó a un mueble en el que su secretaria, Jill, había dejado una cafetera con café recién hecho.

Con una taza en la mano en la que estaba escrito El Jefe en grandes letras rojas, Garrett se acercó a la ventana. La taza era una broma entre los dos. Jill le había dicho que era el jefe más duro que había tenido en su vida, pero también el más justo, aunque esto último se debía a que ella lo mantenía a raya. Jill tenía razón. Garrett jamás le discutía nada al diminuto y maternal torbellino que le llevaba el despacho. Además, había interpretado el mensaje de la taza como un halago. No le importaba ser duro, siempre y cuando no fuera una persona insoportable como Gus.

Garrett miró al patio interior del edificio Blackhawk y se sintió satisfecho con lo que vio. La fuente, en el centro, brillaba bajo el sol de septiembre. Algunos empleados cruzaban la plaza a distinto paso, dependiendo de la prisa que tuvieran.

Las diferentes secciones del edificio de tres pisos albergaban distintas ramas de la empresa. Una estaba dedicada a agricultura y ganadería, otra al desarrollo, y otra era el departamento de finanzas.

Estaba orgulloso de lo que había logrado, a pesar de admitir que lo que le motivó al principio fue demostrar que su padre se había equivocado al decir que él jamás lograría llegar a nada sin su dinero o su influencia.

Y lo había logrado. Había tenido éxito en los negocios y era un hombre rico. Pero no se había casado, no tenía familia y, cuando Gus muriera, no tendría a nadie.

Mary Jane no era rica, pero tenía una familia y el tipo de relaciones de las que él carecía.

Mary Jane le había dicho que su padre había sufrido un infarto, quizá más de uno, pero que se había negado a ir al médico. Bien, eso cambiaría en el momento en que él llegara a Tarrant.

Garrett se volvió hacia el escritorio. Antes, tenía que hacer algo con el trabajo que no podía esperar.

 

 

La avioneta lanzó destellos plateados bajo el sol del mediodía mientras sobrevolaba el aeródromo de Tarrant. Mary Jane lo vio aproximarse y, al girar, pudo leer en el lateral las palabras Blackhawk Entreprises. Fue entonces cuando divisó a Garrett pilotándolo.

Garrett tenía un avión, pensó Mary Jane con sorpresa. Debía de tener mucho dinero.

De pie al lado de su camioneta blanca, sacudió la cabeza e intentó relajarse, teniendo cuidado de no acercarse al guardabarros para que no se le manchara el traje. Por supuesto, debía haberse puesto encima algo de abrigo, pero el abultado anorak no iba bien con el traje.

Vanidad.

Unos momentos después de que la avioneta aterrizara, la portezuela se abrió, apareció una escalera y, al cabo de unos instantes, Garrett. Parecía llenar el umbral de la puerta. En una mano llevaba una bolsa y un portafolios. Miró a su alrededor, la vio, levantó la mano que tenía libre para saludarla y empezó a bajar la escalerilla.

Se lo quedó mirando, como en un sueño. No recordaba que fuera tan alto, ¿había seguido creciendo desde que se marchó de Tarrant? Paseó la mirada por su cuerpo, fijándose en los detalles. Tenía los hombros más anchos y el torso más musculoso.

Ya no era un muchacho, sino un hombre. De repente, los ojos de Mary Jane se llenaron de lágrimas. Le llevó varios segundos darse cuenta de que eran lágrimas de pesar y de tristeza. En el pasado, Garrett había significado mucho para ella; en aquel instante, eran dos desconocidos.

Sintió alivio al verlo dirigirse a la oficina del encargado del aeródromo, Red Adkins. Eso le daba unos momentos para recuperar la compostura. No había esperado emocionarse tanto al verlo. Debía aprender a controlar mejor sus emociones.

Al cabo de cinco minutos, Garrett salió de la oficina y, con paso seguro, empezó a caminar hacia ella. En un abrir y cerrar de ojos, lo tuvo delante. Garrett le tomó una mano y la miró a los ojos.

–Hola, Mary Jane –dijo él con una voz profunda.

El rostro también le había cambiado, madurado. Su barbilla era un contrapunto para los pronunciados pómulos y los ojos hundidos. Cuando sonrió, unas arrugas aparecieron en las comisuras de sus labios. Los ojos seguían siendo azules, de un azul oscuro que Mary Jane no había visto en otros ojos.

Mary Jane tragó saliva para deshacer el nudo que se le había formado en la garganta.

–Hola, Garrett. Me alegra volverte a ver.

–Yo también me alegro de volverte a ver, Mary Jane. Ha pasado mucho tiempo, ¿verdad?

Él pareció examinarla tan fijamente como ella lo había mirado a él, pero Mary Jane no parecía tan cómoda con la inspección como Garrett. Apartó la mirada.

–¿Es el único equipaje que llevas? –preguntó.

Garrett asintió antes de colocar el portafolios y la bolsa en el portaequipajes abierto de la camioneta. Después, se acercó a la puerta del conductor y la abrió, sujetándola para que Mary Jane se subiera a la camioneta.

Mary Jane, acostumbrada a hacer todo sola, dio un paso atrás antes de, avergonzada, lanzar una queda carcajada.

–Perdona –murmuró ella al tiempo que se subía al vehículo.