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Editado por Harlequin Ibérica.

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28001 Madrid

 

© 2000 Kay Thorpe

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amante y esposa, n.º 1142 - julio 2020

Título original: A Mistress Worth Marrying

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-727-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL AVIÓN había llegado con retraso y sería de noche cuando llegaran a Las Veridas, calculó Nicole, relajándose en el asiento de la limusina.

—Estoy deseando conocer al pequeño Luis.

—Fue una sorpresa para los dos —sonrió Eduardo—. Una sorpresa maravillosa. ¡A mi edad, nunca habría esperado tener un niño en los brazos otra vez!

—Yo no lo esperaba a ninguna edad —rio su mujer—. Tener un hijo a los treinta y cinco años no es ninguna fiesta, créeme. ¡Sigo intentando recuperar mi cintura!

—Estás más guapa ahora que el día que nos conocimos —la aseguró él con la galantería característica de los hispanos.

Si el amor no había sido lo más importante para Leonora al principio lo era en aquel momento, pensó Nicole, viendo la mirada que ella y su marido intercambiaban. Un año antes habría pensado que no había posibilidad, pero su madrastra había cambiado mucho desde entonces.

Ella misma había sido una persona diferente un año antes. Aunque Marcos no iba a ponérselo fácil. La reunión iba a ser muy difícil, pero tenía que asistir al bautizo.

—¿Quién cuida del niño? —preguntó.

—Tenemos una niñera estupenda —contestó Leonora—. Se llama Juanita y es venezolana, pero habla inglés perfectamente. Será interesante saber qué idioma aprende Luis primero.

—Mamá y papá se dice igual en los dos idiomas —dijo Eduardo, cambiando de carril para adelantar a un camión.

Pero «hermano» no se decía igual en los dos idiomas, reflexionó Nicole, imaginando cuál habría sido la reacción de Marcos al saber que iba a tener un hermanito. Imaginaba que no habría sido demasiado agradable. Una diferencia de edad de treinta y cuatro años no podía favorecer la relación entre dos personas.

Aceptar el segundo matrimonio de su padre había sido difícil para él y, al principio, había pensado que todo había sido una maniobra de Leonora. Y Nicole tenía que confesar que ella lo había pensado también.

Pero las cosas habían cambiado por completo en un año; el matrimonio de Eduardo y Leonora funcionaba a las mil maravillas.

Como esperaba, se había hecho de noche cuando salieron de la autopista principal de Caracas. Eduardo conocía bien la carretera rodeada de árboles que llevaba al valle de Las Veridas, su finca particular. Entre la casa sobre la colina y el pequeño pueblo, había tierras de cultivo tan ricas que permitían que el valle fuera prácticamente autosuficiente.

Pasado el pueblo, siguieron durante medio kilómetro antes de atravesar una verja de hierro. Nicole salió del coche y se quedó observando la hermosa mansión de los Peraza. Todo parecía seguir igual, pensaba. Un año no era suficiente para cambiar una residencia que llevaba muchas generaciones en pie.

El hombre que salió para ayudarlos con las maletas era un desconocido para ella, aunque no significaba que fuera nuevo en la casa; Nicole no había estado allí suficiente tiempo como para conocer a todo el personal de servicio.

Una sola semana. En una sola semana, su vida se había puesto patas arriba.

Pero era absurdo seguir pensando en ello porque era agua pasada. Y esperaba que Marcos también pensara de ese modo.

Los pulidos suelos de madera estaban cubiertos por hermosas alfombras persas. La escalera que partía del impresionante vestíbulo era de madera tallada, como las puertas que daban acceso a las habitaciones. En las paredes, retratos de varias generaciones de la familia Peraza, cuadros y múltiples objetos de plata sobre las mesas.

—Tu habitación es la de siempre —dijo Leonora—. Supongo que querrás subir a arreglarte antes de nada.

Si por «nada», Leonora se refería a encontrarse con Marcos, Nicole hubiera preferido que fuera lo más tarde posible. Necesitaba tiempo antes de enfrentarse con él.

—Me encantaría ver a Luis. ¿Estará despierto?

—Seguro que sí —suspiró Leonora—. Es un cielo, pero no me deja dormir. Menos mal que he contratado a Juanita.

Cuando abrieron la puerta de la habitación, Nicole vio al niño dormido en una preciosa cuna de madera labrada. Juanita, una joven de unos veinticinco años, estaba sentada en una mecedora, leyendo.

—Es precioso —sonrió Nicole, incapaz de contener una punzada de envidia—. Y muy morenito.

—Los genes de los Peraza son muy fuertes —dijo su madre, rubia y de ojos azules—. Yo esperaba que fuera una niña, pero la verdad es que ahora no lo cambiaría por nada del mundo —añadió, acariciando la carita del niño con ternura.

—Puedes volver a intentarlo.

—¡Ni loca! —exclamó Leonora con fingida indignación—. Si no me hubiera quedado sin pastillas en mi luna de miel, esto no habría pasado.

—¿Y no pudiste comprarlas en alguna parte?

—Las islas del Pacífico son preciosas, pero las farmacias dejan mucho que desear.

—Hay otros métodos —susurró Nicole, cuando Juanita salió un momento de la habitación.

—Según Eduardo, esos métodos solo los utilizan los que temen contagiarse de algo —explicó Leonora, encogiéndose de hombros—. La verdad es que no pensé que ocurriría nada por unos días.

—Bueno, en cualquier caso, el resultado es precioso —sonrió Nicole, mirando la carita del niño.

—Díselo a Marcos. Él cree que todo esto formaba parte de un plan para asegurar mi puesto en la familia Peraza.

—Yo no pienso decirle nada a Marcos. He venido para asistir al bautizo. Nada más.

—Ya imagino que será difícil para ti volver a verlo, pero has soportado cosas peores —dijo Leonora, tocando su brazo.

Y era cierto. La escena final, el día que se marchó de la casa, quedaría para siempre sellada en su mente. Si hubiera sido sincera con Marcos desde el principio, aquello no habría ocurrido. Pero si hubiera sido sincera con él, seguramente no habría habido nada entre ellos.

—No habría funcionado de todas formas —suspiró Nicole—. Bueno, voy a echarme un rato. Estoy agotada.

—Buena idea. No cenaremos hasta dentro de dos horas.

Cuando salieron al pasillo se encontraron con Marcos, que se dirigía a su habitación. Nicole tuvo que hacer un esfuerzo para aparentar calma. No estaba preparada para enfrentarse con él.

Estaba exactamente igual que la última vez que lo había visto; incluso tenía la misma expresión de dureza en el hermoso rostro aceitunado.

—Hola, Marcos —consiguió decir.

—Hola, Nicole —saludó él, con frialdad.

Ella había sido la cruz de los Peraza, una familia venerada en la zona. Lo que Nicole había hecho nunca sería perdonado ni olvidado.

Después de saludarla, Marcos siguió caminando hacia su habitación sin decir una palabra más.

—¡Los hombres y su precioso orgullo! —exclamó Leonora—. Ignóralo, cariño. Estás aquí porque Eduardo y yo te hemos invitado.

—¿Cuándo le habéis dicho que iba a venir?

—Esta mañana. Eduardo esperaba que se le hubiera pasado un poco, pero Marcos es aún más cabezota que su padre.

Nicole sonrió tristemente.

—Dudo que Eduardo te hubiera perdonado si tú le hubieras hecho quedar en ridículo delante de todo el mundo. No culpo a Marcos por su actitud, fue culpa mía.

—Si alguien tiene la culpa, soy yo por hacerle creer que eras libre como el aire —suspiró Leonora—. Tenía tantas ganas de casarte con un Peraza que no pensé en las complicaciones.

—Complicaciones que surgieron porque yo no le conté la verdad —insistió Nicole—. Pero será mejor olvidarlo. Lo que ahora mismo me interesa es darme una ducha.

—Muy bien. ¿Tomarás una copa con nosotros antes de la cena?

Nicole asintió, sin decir nada. Ver a Marcos había sido más duro de lo que pensaba y los recuerdos habían hecho que sus ojos se llenaran de lágrimas. Ningún otro hombre la había hecho sentir como la había hecho sentir Marcos Peraza. Mantener sus emociones bajo control durante aquellos días iba a ser una prueba difícil de superar.

Como había imaginado, alguien del servicio había abierto su maleta y colocado las cosas en el armario. De modo que tenía tiempo de ducharse y dormir un rato. En el fondo de su corazón, había esperado que Marcos siguiera sintiendo algo por ella, pero había sido una vana esperanza. Para Marcos Peraza, ella seguía siendo lo que había creído que era un año antes, el día que fue a buscarla al aeropuerto…

 

 

Nicole buscaba sin éxito una cara familiar entre la multitud que llenaba la terminal del aeropuerto, mientras empujaba el carro con las maletas. Leonora llegaba tarde como siempre.

—¿Señorita Hunt? —escuchó una voz masculina.

—¿Sí?

—Soy Marcos Peraza. Bienvenida a Venezuela —la saludó un hombre, sin mostrar ninguna alegría.

—Gracias. ¿Leonora no ha venido con usted?

—Su madrastra está con mi padre. Me han pedido que viniera a buscarla —contestó él, tomando el carro para dirigirse al aparcamiento.

Nicole se sentía desorientada. Leonora le había hecho creer que sus futuros hijastros estaban deseando conocerla, pero no parecía ser cierto. Marcos debía ser el mayor, el de treinta y tres años, imaginaba por su aspecto.

Cuando observó su atractivo perfil, sintió que algo se encogía en su interior. Era un hombre de gran sensualidad, un hombre apasionado, de eso estaba segura. Y también un hombre peligroso.

—Supongo que sería una sorpresa para usted cuando su padre llegó a casa con Leonora —dijo Nicole entonces, intentando entablar conversación—. Sé lo que es que alguien suplante a tu madre porque a mí no me hizo ninguna gracia cuando mi padre se casó con Leonora, especialmente porque tenía solo diez años menos que yo. Pero la verdad es que fueron muy felices.

—Sería aconsejable que dejáramos esta conversación para cuando estemos en el coche, lejos de la gente —dijo él, sin mirarla.

Nicole pensó que era imposible que alguien escuchara su conversación en medio de aquel barullo, pero contuvo su lengua. Aunque aquella no era la bienvenida que había esperado, no pensaba volver a su casa porque Marcos Peraza fuera un antipático. Leonora iba a casarse con Eduardo, no con su hijo.

—¿Cómo me ha reconocido? —preguntó entonces para cambiar de conversación.

Aquella vez, él sí la miró. De arriba abajo. Marcos Peraza deslizó los ojos por su larga melena pelirroja con reflejos dorados, sus delicadas facciones y su estilizada figura.

—Su madrastra la describió —fue su única respuesta.

«Muy bien», pensó Nicole. Ella también podía jugar a aquel juego. Desde aquel momento, sus labios estaban sellados.

Aparcada en zona prohibida, aunque el policía había hecho la vista gorda, la enorme limusina plateada la dejó sorprendida. Y, sin embargo, era de esperar en una familia tan rica y poderosa como los Peraza. Como que el propio policía tomara su maleta y la guardase en el maletero.

Marcos Peraza llevaba unos pantalones de color crema y una camisa de seda azul, un atuendo elegante que resaltaba la anchura de sus hombros, su estrecha cintura y sus largas y fuertes piernas. Tenía la piel aceitunada y su cabello negro era suave y brillante.

Él pareció darse cuenta de que lo estaba observando porque se volvió hacia Nicole con expresión irónica.

—Entre —dijo, abriendo la puerta.

Nicole se sentó en el lujoso asiento de cuero, sujetándose la falda en un movimiento automático para que no resbalara hacia arriba. Antes de sentarse frente al volante, Marcos se acercó al policía para darle una propina.

—¿No hay chófer? —preguntó Nicole, olvidando su promesa de no dirigirle la palabra.

—No confío en nadie más que en mí mismo frente a un volante.

—A mí me pasa igual.

Él no contestó, pero aquella expresión antipática estaba empezando a ponerla furiosa. Quizá hacer aquel viaje había sido un error.

Estaba claro que Marcos Peraza no era partidario de que su padre contrajera matrimonio con Leonora. Su madrastra había conocido a Eduardo en un crucero por el Caribe y la noticia de que iban a casarse había pillado a todo el mundo por sorpresa. Nicole era el único pariente de Leonora y, aunque ni siquiera ella misma estaba muy convencida de que aquel fuera un matrimonio por amor, no podía negarse a acudir a la boda.

—Trabaja en una agencia de viajes, ¿no? —preguntó Marcos entonces, interrumpiendo sus pensamientos.

—Es una multinacional con oficinas en todo el mundo. Aquí en Caracas hay una sucursal.

—¿Piensa ir a la visitarla?

—Espero tener tiempo para hacerlo. Suelo hablar por teléfono con una empleada de esa sucursal y me gustaría saludarla —contestó Nicole—. Señor Peraza, yo…

—Creo que, dadas las circunstancias, es mejor que nos tuteemos —la interrumpió él bruscamente.

Nicole tuvo que hacer un esfuerzo para disimular su irritación.

—Muy bien. Yo me llamo Nicole.

—Lo sé. Y también sé que tienes veinticuatro años y estás soltera por decisión propia. Tu madrastra no se ha ahorrado ningún detalle.

—También será «tu madrastra» dentro de poco —replicó ella, molesta.

Marcos no apartó los ojos de la carretera, pero Nicole se dio cuenta de que apretaba los dientes.