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© Jesús Hernández, 2014

© Editorial Melusina, s.l.

www.melusina.com

Diseño de cubierta: Silvio García Aguirre

Corrección: Albert Fuentes

Reservados todos los derechos de esta edición

Primera edición: junio de 2014

Primera edición digital: julio de 2020

eisbn: 978-84-18403-02-6 

Contenido

Introducción

Capítulo I Hitler y la astrología

Capítulo II El trágico precedente de Erik Jan Hanussen

Capítulo III La astrología bajo el Tercer Reich

Capítulo IV Los magos de Göring

Capítulo V La Aktion Hess

Capítulo VI Karl Ernst Krafft: ¿El astrólogo de Hitler?

Capítulo VII Radiestesistas al rescate

Capítulo VIII Wilhelm Wulff: El mago de Himmler

Capítulo IX La última predicción

Epílogo

Bibliografía

A mi hijo Marcel

La superstition est à la religion ce que l’astrologie

est à l’astronomie; la fille très folle d’une mère très sage.

Voltaire (1694-1778)

Introducción

Durante sus doce años de existencia, el Tercer Reich acometió una persecución sistemática y organizada contra señalados grupos étnicos, religiosos y políticos. Con la llegada de Adolf Hitler al poder el 30 de enero de 1933, se inició el hostigamiento de todos aquellos que podían suponer un obstáculo para la consolidación del régimen.

Los primeros en recibir los embates del aparato represivo nazi serían los comunistas, que constituían la fuerza opositora más potente y organizada; éstos sufrieron una ola de detenciones tras el incendio del Reichstag, el 27 de febrero de 1933, y muchos de ellos acabarían en el campo de concentración de Dachau. Pero inmediatamente después comenzaría el acoso a los judíos, con el boicot a sus comercios y negocios que tuvo lugar el 1 de abril de ese mismo año, el Judenboykott. A partir de ahí, numerosos colectivos se verían progresivamente en el punto de mira de los nazis; desde los Testigos de Jehová a los homosexuales, pasando por los gitanos, los indigentes e incluso los jóvenes aficionados a la música norteamericana.

Tras la derrota de la Alemania nazi, se extendería el reconocimiento y el homenaje a todos aquellos que sufrieron la represión de aquel régimen criminal. Con el paso del tiempo se han ido conociendo las dramáticas historias que se dieron durante aquella negra etapa y se han tomado todo tipo de iniciativas para que esas tragedias personales no caigan en el olvido. El recuerdo de las víctimas del nazismo constituye así una indeleble lección para el futuro.

Sin embargo, existe un colectivo que no ha recibido esa consideración de víctima de la represión nazi, el de los astrólogos y videntes, a pesar de que ellos tuvieron también como destino los campos de concentración. Es cierto que ellos no sufrieron el terrible castigo que el régimen dispensó a los judíos o los gitanos, a quienes intentó exterminar masivamente, pero aun así se vieron arrojados al infierno que los nazis tenían reservado a los que consideraban enemigos del régimen.

adivinos en el punto de mira

El enigmático vuelo a Inglaterra del lugarteniente de Hitler, Rudolf Hess, el 10 de mayo de 1941, achacado por el Führer a la nefasta influencia del círculo de astrólogos que presuntamente rodeaba al histórico dirigente nazi, convirtió a todos aquellos que practicaban las artes adivinatorias en chivos expiatorios. Hitler, furioso, desató un mes más tarde contra ellos una amplia operación represiva que sería conocida como la Aktion Hess.

En el marco de esa acción punitiva, la mayor parte de los astrólogos y videntes alemanes, sobre todo los que eran conocidos por realizar esas prácticas públicamente, recibieron de madrugada la temible visita de la Gestapo (Geheime Staatspolizei o Policía Secreta del Estado), y fueron arrestados. Los más afortunados fueron liberados en las siguientes semanas o meses, pero otros fueron conducidos a los campos de concentración, en donde permanecerían recluidos hasta el final de la guerra, aunque hubo quienes perdieron allí la vida al no poder resistir las condiciones de su cautiverio.

La Aktion Hess constituyó el último episodio de una persecución que había comenzado ocho años atrás, con la llegada de Hitler al poder, pese a que nada apuntaba a que eso pudiera llegar a suceder. Así, en los primeros tiempos del partido nazi, sus principales ideólogos, como Anton Drexler o Dietrich Eckart, mostraron un gran interés por la astrología y la adivinación, un interés que compartirían posteriormente personajes tan influyentes en el movimiento nacionalsocialista como Rudolf Hess, Alfred Rosenberg o Julius Streicher. El jefe de las ss,1 Heinrich Himmler, se sintió igualmente atraído por las artes adivinatorias, a las que recurriría también cuando fueron proscritas e incluso, de manera desesperada, para tratar de encontrar su salvación mientras el régimen se estaba derrumbando alrededor suyo.

fascinados por la videncia

El origen de esa fascinación de los dirigentes nazis por la posibilidad de adivinar el futuro se encuentra en las propias bases del movimiento nacionalsocialista. Uno de los secretos del éxito del nazismo, que le permitiría hacerse con el poder absoluto en Alemania tras una trayectoria de apenas diez años, fue que nunca se consideró únicamente un movimiento político. Mientras los partidos tradicionales tenían como objetivo ejercer labores de gobierno, Hitler aspiraba a imponer una visión del mundo. Su meta no era ganarse la confianza de los electores para, unos años después, volver a pasar por el refrendo de las urnas. Su aspiración era sentar las bases de un Reich que debía durar mil años.

Ese megalómano objetivo no podía afrontarse únicamente con la fuerza de un partido, sometido a los vaivenes de la política. Era necesario crear un movimiento destinado a perdurar en el tiempo, que proporcionase un conjunto de principios sólido e inatacable, resistente a los elementos como el granito, tan profusamente empleado en la arquitectura nazi. Del mismo modo que la fuerza de las religiones reside en la fe, lo que las blinda ante cualquier argumento racional, el nazismo construiría un edificio ideológico que apelaría igualmente a la fe para su sustentación. Aunque se trataría de dar un barniz científico y racional a esos principios, la fuerza del nazismo radicaba precisamente en su irracionalidad.

Hitler supo captar con gran clarividencia la importancia de esos elementos irracionales, que se dirigían a las capas más profundas de la psique humana. No fue una casualidad la importancia que los nazis confirieron a la simbología, a la puesta en escena, con la que esperaban apelar a las emociones y lograr así la adhesión incondicional de los alemanes a su proyecto totalitario.

La situación social y política de la Alemania de los años treinta era terreno abonado para la semilla nacionalsocialista. El fin de la primera guerra mundial se había llevado por adelante, además de tres imperios europeos, las férreas estructuras sociales heredadas del siglo xix. Había eclosionado la sociedad de masas y, con ella, una nueva etapa para la que no eran válidas las convicciones anteriores, que hasta ese momento parecían inamovibles. Esos vientos de cambio se tradujeron en el advenimiento de grandes utopías políticas como el fascismo o el comunismo. Las democracias parlamentarias eran percibidas por muchos como un instrumento caduco; el totalitarismo, del signo que fuera, representaba la modernidad.

Ese hacer tabula rasa del pasado fue asumido plenamente por el nacionalsocialismo. Los ideólogos nazis se aprestaron a reescribir prácticamente todos los campos del saber humano, según su propia Weltanschauung o visión del mundo. No parecía haber límites para ello; cualquier teoría, por disparatada que fuera, era susceptible de adquirir verosimilitud si servía para los propósitos nacionalsocialistas, especialmente en su política racial. Todo aquello que sirviese para demostrar la superioridad de la raza aria se compendiaba en una colección de grotescas teorías que, cuando los nazis alcanzasen el poder, pasaría a ser materia de estudio en las escuelas y universidades. Ese interés por las pseudociencias llevaría aparejado un interés por la astrología y la adivinación, compartido por la mayoría de los primeros dirigentes del partido nazi. De este modo, la atracción por las artes adivinatorias no sería una anécdota o una coincidencia, sino que formaba parte del sustrato en el que había surgido y crecido el movimiento nacionalsocialista.

influencia de los astrólogos

A pesar de esa fascinación que miembros destacados de la cúpula nazi sentían por las artes adivinatorias, cuando Hitler llegó a la Cancillería se consideró que tales prácticas eran perniciosas para la población.
A partir de entonces, se sometió a los astrólogos y videntes a un progresivo acoso que culminaría en junio de 1941 con la ola de detenciones que siguió a la desbandada de Rudolf Hess.

Desde la mentalidad actual, puede sorprender que un colectivo como éste pudiera acabar situado en el punto de mira del régimen nazi. Pero hay que tener presente que entonces, tanto en Alemania como en el resto de Europa, la astrología y la adivinación gozaban de cierta consideración en algunas capas de la sociedad, y la influencia que ejercían sus practicantes más destacados sobre estas personas no era desdeñable. Por ejemplo, a finales de año solían publicarse almanaques en los que los astrólogos más conocidos avanzaban los pronósticos para el año que estaba a punto de comenzar, unos vaticinios que podían alcanzar un gran eco. Asimismo, las revistas de astrología contaban con un público fiel, al igual que las publicaciones sensacionalistas que trataban de adivinación, espiritismo, clarividencia o telepatía; entre ellas destacó la que editaba el célebre mago Erik Jan Hanussen, cuyas predicciones tenían una enorme repercusión. Del mismo modo, en las ciudades germanas proliferaron los gabinetes astrológicos; se considera que, por entonces, Alemania tenía la proporción de astrólogos más alta de Europa.

Todo ello conformaba un sector que, por su propia naturaleza, escapaba al control que pretendían ejercer los nazis sobre todos los elementos de la sociedad germana. La de astrólogo no era una profesión regularizada que pudiera ser vigilada de cerca, como otras profesiones liberales que tuvieron que encuadrarse a la fuerza en el engranaje social de la nueva Alemania. Para los nazis, existía el riesgo de que los vaticinios astrológicos se pudieran convertir en un eficaz instrumento de oposición al régimen desde una cierta impunidad. Un astrólogo que quisiera hacer públicas sus críticas podría hacerlo disfrazándolas de pronósticos y, en el caso de tener que hacer frente a su responsabilidad, siempre podría eludirla remitiéndose a los cálculos astrológicos.

Así, es significativo que, desde el primer momento, se prohibiese confeccionar el horóscopo de Hitler y los principales dirigentes nazis, y, durante la guerra, se castigase duramente realizar cualquier vaticinio sobre el desenlace del conflicto. Por tanto, estaba claro que la astrología y las demás artes adivinatorias eran percibidas por el régimen nazi como una fuente de disidencia que éste no estaba dispuesto a tolerar.

el antiguo arte de la astrología

Hoy día, cuando la astrología es percibida mayoritariamente como un simple pasatiempo y los astrólogos carecen de la preeminencia que lograron tener durante la Alemania de entreguerras, se hace muy difícil entender esa posición beligerante que el régimen de Hitler mantuvo contra ella. El que un poder omnímodo como el que ostentaron los nazis dirigiese su atención hacia la astrología con el objetivo de controlarla y ponerla a su servicio no resultará comprensible para nosotros si creemos que la relevancia de ese método de adivinación era entonces la misma que posee ahora.

En la actualidad, la presencia pública de la astrología se limita a algunos programas marginales de televisión y a los horóscopos que se publican en diarios y revistas. El origen de estas columnas astrológicas se encuentra en la prensa francesa de principios del siglo xx, cuando el Journal de la Femme, Paris-Soir, Marie-Claire y, posteriormente, otras revistas dedicadas a desvelar escándalos de la vida social parisina empezaron a publicar horóscopos con ese tipo de augurios con los que cualquier persona podría sentirse identificada. Un siglo después, no hay periódico o revista que no publique los horóscopos correspondientes a los doce signos del zodiaco griego, vaticinando cada uno de ellos el futuro inmediato de la doceava parte de los seres del planeta, sin que semejante incongruencia suponga un impedimento para su publicación.2

Para apreciar en toda su amplitud el drama que vivieron los astrólogos bajo el Tercer Reich, hay que tener presente que ellos sí estaban convencidos de que la astrología podía y debía ocupar un lugar entre las demás ciencias, y muchos de ellos no ahorraron esfuerzos en conseguirlo. La actual visión lúdica de la astrología poco tiene que ver con la práctica que se lleva a cabo siguiendo los argumentos y datos propios de esta disciplina, a pesar de que la astrología no sea en absoluto una ciencia. Los astrólogos que protagonizan las historias recogidas en este libro creían honestamente que los astros tienen una influencia real sobre el destino de las personas y confiaban en la validez de sus métodos de adivinación, que se habían ido sistematizando a lo largo de los siglos.

A fin de comprender la naturaleza del trabajo llevado a cabo por aquellos hombres, se hace necesario aportar un breve recorrido histórico por esta creencia milenaria y proporcionar al lector algunos de sus conceptos básicos. Aunque la astrología presenta una base matemática, ésta no es más que un mero fundamento para el complicado castillo de naipes que se levanta sobre ella y que nada tiene que ver con el método científico. La astrología es un arte que se ha ido conformando con el paso de los siglos, en el que la intuición de quien la practica cuenta más que la deducción mediante datos y cálculos basados en métodos matemáticos y geométricos. Así pues, la astrología no es una materia susceptible de ser racionalizada, ya que se basa en la interpretación personal del astrólogo, quien elaborará un dictamen que siempre estará sujeto, como cualquier oráculo, a variaciones y matices.

Los primeros testimonios de la adivinación mediante la astrología aparecen en la Biblia referidos a la región de Caldea y Babilonia, hacia el año 605 a. C., aunque se cree que la práctica astrológica y su estudio existían en la región desde mucho antes. A partir de esa región se propagaron esos conocimientos a Egipto y Grecia. En el Imperio romano, nadie que se preciase de poseer un estatus social podía prescindir de un astrólogo a su servicio. Por entonces, astrología y astronomía se hallaban unidas; el más destacado astrónomo de la Antigüedad, Claudio Ptolomeo (90-168 d. C.) escribió un volumen dedicado exclusivamente a la astrología, en el que exponía con gran amplitud el influjo de los astros sobre los seres humanos. Durante la Edad Media, el cristianismo mostró su rechazo a la astrología, equiparándola a la magia, pero con el Renacimiento los propios papas se entregarían abiertamente al estudio astrológico. Durante todo ese tiempo, la frontera entre astronomía y astrología seguía sin estar definida; por ejemplo, destacados astrónomos como Tycho Brahe (1546-1601) y Johannes Kepler (1571-1630) acostumbraban a confeccionar horóscopos.

No sería hasta la irrupción de Isaac Newton (1642-1727), quien había estudiado astrología y alquimia en su juventud, que se produciría una auténtica divergencia entre los conocimientos astronómicos y los astrológicos. La enunciación de su teoría de la gravitación universal imprimió un giro decisivo a los postulados científicos; a partir de entonces, la astrología quedaría relegada a un mero conjunto de enseñanzas tradicionales.

A pesar de que el racionalismo cientificista del siglo xix acabó de dar el golpe de gracia a la astrología, los intentos de aplicar el método científico a la disciplina no cesarían, alcanzando su punto álgido en las décadas de los veinte y treinta del siglo xx, y especialmente en Alemania.

Esos intentos se extenderían hasta los años setenta del pasado siglo, cuando los franceses Michel y Françoise Gauquelin estudiaron la incidencia de las posiciones de los astros sobre las personas; para ello realizaron numerosos estudios estadísticos encaminados a lograr una base racional que sustentase las tesis en las que se cimienta la astrología. Como respuesta a estos esfuerzos, en 1975, la revista norteamericana Humanist publicó un manifiesto en el que 136 científicos, entre los que había dieciocho premios Nobel, prevenían al mundo en contra de la aceptación de la astrología.

En la actualidad, la pretensión de incluir la astrología en el terreno de la ciencia sería un disparate, pero en el momento histórico en el que se desarrollaron los hechos descritos en estas páginas ese objetivo parecía estar al alcance de la mano.

campaña de desprestigio

Situar la astrología al mismo nivel que las ciencias, y alejarla así de la magia y la superstición, fue el gran objetivo, si no obsesión, de los astrólogos que se verían perseguidos por el régimen de Hitler. Para ellos, la proliferación de adivinos que se dedicaban a la confección de horóscopos fraudulentos, pasando por alto el laborioso procedimiento que ello requiere, suponía un gran obstáculo para la deseada aceptación de los astrólogos en la comunidad científica. El desprecio hacia esos «charlatanes» —tal y como ellos les denominaban— era común a todo el colectivo de astrólogos y les aglutinó cuando, bajo el nazismo, se verían obligados a pasar por una dura prueba.

Así, mientras en Berlín y su región circundante las prácticas astrológicas eran estrictamente prohibidas, en el resto de Alemania cundió el miedo entre los que acudían a consultar a los astrólogos, pues se corría el riesgo de atraer la atención de la temida Gestapo. Los nazis no sólo prohibieron de facto la astrología en todo el país, sino que lanzaron una campaña de desprestigio contra estas prácticas, desbaratando la referida pretensión de los astrólogos de aplicar criterios científicos a sus conocimientos, en una época en la que parecía que eso iba a ser posible.

La astrología fue así equiparada a otras doctrinas esotéricas, de las que los astrólogos pretendían distanciarse. Con todo, los astrólogos tratarían de mantener la cabeza fuera del agua en los momentos en los que el régimen se mostraba menos beligerante contra ellos e incluso intentaron crear una asociación de astrólogos imbuida de los principios nazis, una iniciativa a la que habían tenido que recurrir otros colectivos para garantizar su supervivencia, pero el régimen no se lo permitió.

Aunque parecía que los nazis estaban dispuestos a erradicar las prácticas astrológicas del suelo alemán, su actitud revelaría una desconcertante paradoja. A pesar de la citada campaña pública de desprestigio, estas prácticas adivinatorias se seguirían llevando a cabo de forma controlada y secreta en las altas esferas del régimen. Igualmente, a pesar de la presión, los astrólogos seguían desempeñando su trabajo como antes de la llegada de los nazis al poder, si bien procuraban actuar con discreción. Pero, tal y como se ha apuntado, todo cambiaría tras el vuelo de Hess a Inglaterra. El 24 de junio de 1941, las artes adivinatorias fueron vetadas en toda Alemania, quedando estrictamente prohibidos los estudios astrológicos que vaticinaran el resultado de la guerra.

El régimen se empleó con dureza contra adivinos y videntes en el marco de la Aktion Hess. Pero, aunque resulte sorprendente, unos meses después los propios dirigentes nazis acudieron a esos mismos adivinos, reclamando su ayuda para ganar la guerra. Aunque seguían siendo prisioneros, debían colaborar con sus captores, ya fuera para localizar barcos en alta mar o elaborar los perfiles astrológicos de políticos y militares enemigos. Incluso hubo destacados líderes nazis, como Himmler, que los utilizaron obsesivamente como instrumento de sus ambiciones personales.

reprimidos y utilizados

En estas páginas, el lector podrá conocer la insólita historia de esos hombres que trataron de hacer fortuna, o únicamente sobrevivir, en ese peligroso entorno, en el que un día podían ser agasajados por un jerarca nazi ávido de conocer su futuro personal o el del régimen al que servía, para al día siguiente ser detenidos por la Gestapo y enviados a un campo de concentración. Su dramática historia se vino a sumar a las de muchos otros que, sin haber cometido ningún crimen, se vieron arrojados a la máquina represora puesta en marcha por los nazis nada más llegar al poder. Al igual que los otros colectivos que fueron apuntados en la lista negra del régimen, los astrólogos y videntes fueron sometidos a una terrible injusticia que, sin embargo, a diferencia de aquellos otros, el tiempo no se ha encargado de reparar.

Probablemente, la razón por la que aquel drama humano es ignorado sea que la bibliografía académica sobre el Tercer Reich y la segunda guerra mundial ha evitado referirse a él. Esa incomparecencia de los historiadores en un aspecto de la Alemania nazi que, aunque menor, merece ser ponderado, ha entregado ese campo a la especulación de autores que no se sienten comprometidos con la verdad histórica, lo que ha desprestigiado su estudio y ha alejado a su vez a los historiadores, en una especie de círculo vicioso.

La consecuencia de todo ello es que desconocemos la influencia real que alcanzaron estas prácticas en el devenir de los acontecimientos que tuvieron lugar durante el Tercer Reich, así como ignoramos el destino de aquellos que se dedicaban a vaticinar el futuro, especialmente de los que tuvieron que hacerlo por encargo de los jerarcas nazis. En vista de que hay constancia de la importancia que tuvieron las artes adivinatorias para personajes clave del régimen como Himmler o Hess, es injustificable que se haya prescindido de dicho elemento para tratar de entender lo que ocurrió durante ese controvertido período histórico.

Aquí se expondrán las singulares trayectorias vitales de algunas de esas personas que los nazis reprimieron, torturaron y asesinaron, pero que también utilizaron en su beneficio. El precedente más significativo de esa contradictoria actitud sería el caso del célebre mago Erik Jan Hanussen, a quien los nazis mimaron y protegieron hasta que consideraron que ya no podía servir a sus intereses.

A partir de ahí, fueron muchos los astrólogos y videntes que cayeron víctimas de esa misma paradoja. Entre ellos destacan dos figuras, la del suizo Karl Ernst Krafft, de quien se decía que era «el astrólogo de Hitler», y la del alemán Wilhelm Wulff, quien sería testigo de excepción de la obsesión de Himmler por conocer el futuro. Junto a ellos, otros muchos adivinos y videntes no tuvieron más opción que colaborar con sus captores, poniendo sus habilidades y conocimientos al servicio del Tercer Reich.

Esta es la historia de unos hombres que, a pesar de vislumbrar el abismo al que se encaminaba Alemania, no fueron capaces de adivinar su propio futuro, viéndose atrapados en la telaraña del aparato represor nazi, una trampa de la que muy pocos lograrían salir. Ellos fueron los magos de Hitler.

1. Las ss (Schutztaffeln o Escuadra de Protección) eran una selecta organización del partido nazi cuyo objetivo primero fue procurar protección física a los dirigentes del partido en general, y a Hitler en particular. Fueron creadas en 1925, al mando de Julius Schreck. Con Heinrich Himmler al frente desde el 6 de enero de 1929, aumentaría espectacularmente su número de miembros y acabarían convirtiéndose en una organización independiente dentro del partido, acumulando cada vez más poderes y funciones.

2. Es muy probable que los que suelen consultar su horóscopo diario desconozcan que las alteraciones en el plano de rotación terrestre han hecho que cambie la constelación que se encuentra detrás del sol, un fenómeno conocido como precesión de los equinoccios, produciéndose un desplazamiento de los signos desde que éstos fueran establecidos arbitrariamente hace dos mil años. Así pues, cuando según nuestro calendario nos encontramos bajo un determinado signo zodiacal, en realidad el sol se halla en el signo que le precede, por lo que habría que consultar el signo anterior.

Capítulo I
Hitler y la astrología

La actitud que el régimen nazi mantuvo con aquellos que se dedicaban a la adivinación es inextricable de la propia actitud que mostró Hitler hacia todo lo que tenía que ver con este campo. El líder nazi mostraba un cierto interés, pero lejos de la fascinación u obsesión que llegó a despertar en algunos de sus correligionarios. Todo indica que ese interés estuvo además motivado por la simple curiosidad, pero aun así se construiría un mito que todavía perdura en algunos círculos según el cual Hitler actuaba al dictado de sus astrólogos.

Este asunto ha sido objeto de numerosos estudios, casi todos ellos sensacionalistas y carentes de cualquier metodología histórica. En dichos trabajos se pueden encontrar aseveraciones repetidas una y otra vez, que citan referencias bibliográficas que acaban remontándose en todos los casos a alguna fuente original de dudoso crédito. Tras la segunda guerra mundial, sobre todo en las décadas de 1960 y 1970 y especialmente en Francia, aparició un buen número de obras que pretendían explorar los supuestos aspectos mágicos y enigmáticos del nazismo, entre los que no podía faltar la creencia de Hitler en la astrología. Nada podía frenar la imaginación de estos autores, que presentaban como historia lo que apenas era ficción. Sin embargo, esos relatos carentes de base histórica serían tomados por otros autores como hechos reales, contribuyendo a extender una serie de mitos que harían fortuna.

Adolf Hitler apenas sentía un interés anecdótico por la astrología y, desmintiendo el mito que circularía sobre él, no consultaba sus decisiones con ningún equipo de Führerastrologen.

La suposición de que Hitler creía en la astrología y recurría a los astrólogos antes de tomar decisiones comenzó a extenderse por Alemania a partir de su ascenso al poder en 1933. Para muchos, eso ayudaba a explicar sus éxitos políticos, ya que Hitler parecía siempre escoger el mejor momento para llevar a cabo sus golpes. Tanto en la política interior como en la internacional, Hitler sabía aprovechar los momentos de debilidad de sus adversarios para emprender acciones arriesgadas, que siempre se saldaban con éxito. Así, aquellos que se sentían atraídos por las artes adivinatorias creían ver en estas prácticas la brújula que orientaba sus actos.

rumores publicados

Las historias sobre el supuesto asesoramiento astrológico de Hitler comenzarían a circular fuera de Alemania a partir de 1938. Al parecer, tuvieron su origen en un informe del embajador rumano en Berlín, Raoul Bossy, en el que se aseguraba que Hitler contaba con un astrólogo personal, dando por ciertos los rumores que circulaban al respecto, a pesar de que no tenían ninguna base. Ese informe se propagó de forma confidencial por las cancillerías europeas, hasta que acabó en manos de la prensa. Según el investigador Ellic Howe, que rastreó la primera referencia pública a esa información, ésta se produjo el 30 de enero de 1939, en el rotativo londinense Daily Mail. A partir del momento en que el informe del diplomático apareció en la prensa británica, el rumor tomó ya carta de naturaleza.

El 5 de abril de 1939, la Gazette de Lausanne fue un poco más lejos y comenzó a proporcionar datos que aparentemente probaban que el dictador germano actuaba asesorado por astrólogos: «Nadie cree en la astrología más que herr Hitler. Los mejores clientes del Instituto Internacional en Londres son los astrólogos privados de Berchtesgaden (la localidad en la que se encontraba la residencia alpina de Hitler); cada mes, solicitan nuevos datos astrológicos. Esto demuestra que herr Hitler cree en la astrología. Y no es por casualidad que sus coups los lleve a cabo en el mes de marzo.1 Antes de golpear, escoge el momento más adecuado, indicado por las estrellas. Y marzo es el mejor mes... Tanto si uno cree o no cree en la astrología, lo importante es que Hitler cree en ella».

El artículo del diario suizo denotaba grandes dosis de imaginación, comenzando con el inexistente «Instituto Internacional» londinense y siguiendo con los «astrólogos privados» que nunca fueron vistos en Berchtesgaden. Sin embargo, sirvió para asentar la idea de que el secreto del éxito de Hitler residía en que actuaba en los momentos en que los astros le eran más propicios.

A partir de ahí, la existencia de esos supuestos Führerastrologen parecía fuera de toda duda. Por ejemplo, el 12 de julio de 1939, el británico Daily Mail ampliaba la información revelada en enero, dando la palabra a Nicholas Murray, presidente de la universidad neoyorquina de Columbia, quien concretaba que Hitler contaba con un equipo de cinco astrólogos. No obstante, ese equipo se vería ampliado un mes después del comienzo de la segunda guerra mundial con un nuevo miembro, según la información que publicaría el 5 de octubre de 1939 otro diario británico, el London Evening Standard.

Durante la guerra, las informaciones relativas a los supuestos astrólogos de Hitler irían apareciendo regularmente en la prensa. Una de ellas, por ejemplo, hacía referencia a Elsbeth Ebertin, una famosa astróloga alemana cuyas predicciones anuales gozaban de gran popularidad desde hacía dos décadas. Según el corresponsal de la agencia Havas en Zúrich, Ebertin tenía un gran ascendiente sobre Hitler y era depositaria de un secreto conocido por muy pocas personas: la hora exacta de su nacimiento. El diario británico Daily Telegraph reproduciría esta información, añadiendo de su propia cosecha que Hitler había recompensado a Ebertin por sus servicios concediéndole el monopolio de las publicaciones astrológicas en Alemania.

Pero los rumores de que Hitler no actuaba sin conocer la posición de los astros también circularían en las altas esferas del Reich. Esta cuestión ocupó, por ejemplo, a Hans Bernd Gisevius, un funcionario de la policía de Berlín, que tenía acceso a información confidencial y secreta. Gisevius, que tras la guerra se convertiría en biógrafo de Hitler, llevó a cabo junto al jefe de la Kripo (Kriminalpolizei o Policía Criminal), Arthur Nebe, una discreta investigación sobre este asunto en 1934, pero no obtuvieron resultados concluyentes. Incluso siete años después, cuando la Aktion Hess les facilitó más oportunidades para comprobar la veracidad de esos rumores, les resultó imposible obtener una respuesta definitiva sobre la cuestión.

Alguien tan bien informado de las interioridades del Tercer Reich como el jefe del contraespionaje nazi, el Brigadeführer de las ss Walter Schellenberg, estaba convencido de que Hitler creía en la astrología, tal y como lo reflejaría en sus memorias, publicadas en alemán con el título Die Memorien des letzen Geheimdienstchefs unter Hitler (Memorias del último jefe de inteligencia de Hitler). Según Schellenberg, después del viaje de Hess a Inglaterra, «el gran interés que Hitler había mostrado previamente en la astrología se transformó en una antipatía total». Sin embargo, Schellenberg no pertenecía al círculo más próximo al Führer, por lo que cabe la posibilidad de que con esa afirmación se limitase a recoger los rumores que existían al respecto.

Louis de Wohl, un astrólogo berlinés de origen húngaro que se pondría al servicio de los Aliados, acabaría de consolidar la idea de que Hitler tenía en cuenta la influencia de los astros en su toma de decisiones. El astuto Wohl logró convencer a los británicos de que Hitler seguía los consejos de su astrólogo personal, Karl Ernst Krafft, y él se ofreció para tratar de averiguar sus predicciones astrológicas y adelantarse así a las decisiones de Hitler. La propuesta del astrólogo fue aceptada y Wohl comenzó a trabajar en el departamento de guerra psicológica, una labor que será descrita en el capítulo correspondiente al astrólogo suizo. Aunque la información proporcionada por Wohl no sería de ninguna utilidad para los Aliados, su particular duelo contra el astrólogo de Hitler —que tan sólo existió en su calenturienta imaginación— serviría para fijar definitivamente ese mito en el imaginario de la segunda guerra mundial.

la realidad tras el mito

Contrariamente a lo afirmado por Louis de Wohl, Hitler no contaba con ningún astrólogo particular —de hecho, nunca llegó a tener un encuentro personal con Karl Ernst Krafft— y mucho menos contaba con un equipo de Führerastrologen.

A pesar del testimonio de Schellenberg, todos los indicios apuntan a que el dictador germano no creía en la astrología. Así, su secretaria privada, Christa Schröder, aseguraría en sus memorias, publicadas originalmente en francés con el título Douze ans auprès d‘Hitler. La sécrétaire privée d‘Hitler témoigne: «Había un rumor muy extendido de que Hitler se dejaba guiar por los astrólogos antes de tomar una decisión importante. Pero debo confesar que nunca se mencionó nada sobre este asunto en ninguna conversación. Hitler rechazaba de forma tajante la idea de que personas nacidas el mismo día, en el mismo lugar y a la misma hora pudieran compartir el mismo destino. Desde ese punto de vista, él consideraba que los gemelos eran la mejor evidencia. Siempre rechazó vigorosamente esa idea de que el destino de los individuos dependiera de las estrellas y las constelaciones».

Tras dejar claro en sus memorias que Hitler descartaba por completo cualquier influencia de los astros sobre las personas, Schröder haría referencia a un episodio que, según ella, «dejó a Hitler fuertemente impresionado», ocurrido al principio de su carrera política, y que está relatado por John Toland en su libro Adolf Hitler: The definitive biography.

Según explica Toland, el 30 de septiembre de 1923, Hitler recibió una carta inquietante de Maria Heiden, una seguidora que se presentaba como «un miembro antiguo y fanático de su movimiento». En la misiva, Heiden llamaba su atención sobre una alarmante predicción del anuario de la citada astróloga Elsbeth Ebertin. La predicción decía: «Un hombre de acción nacido el 20 de abril de 1889 puede exponerse a riesgos personales por actos excesivamente imprudentes, y con toda probabilidad desencadenar una crisis». Según la astróloga, las estrellas indicaban que a ese hombre «había que tomárselo muy en serio; está destinado a asumir el liderazgo en futuras batallas». Frau Ebertin concluía asegurando que la persona a la que hacía referencia su predicción había nacido para «sacrificarse por la nación alemana».

Aunque la astróloga no mencionaba el nombre, aparentemente se refería a Hitler, y si bien no especificaba la fecha en la que cometería esos «actos imprudentes», aseguraba que por actuar precipitadamente pondría su vida en peligro en un futuro cercano. A pesar de que ese vaticinio le concernía de manera tan directa, el comentario de Hitler sobre la predicción no pudo ser más despectivo: «¿Qué demonios tienen que ver conmigo las mujeres y las estrellas?».

En sus memorias, la secretaria de Hitler aseguraría que, a pesar de haber quedado impresionado por esa certera predicción, «sólo hablaba irónicamente sobre esa coincidencia y consideraba todo el asunto como una anécdota». Sin embargo, según lo expresado por el fotógrafo personal de Hitler, Heinrich Hoffmann, en sus memorias, publicadas con el desacomplejado título de Ich bin ein Freund von Hitler gewesen (Yo fui amigo de Hitler), el desconcertante episodio supuso para él algo más que una simple anécdota: «En 1922, hizo el hallazgo en un calendario astrológico de una predicción que anunciaba el Putsch de noviembre de 1923. Después, durante años enteros, recordó aquella coincidencia que produjo sobre él, sin que quisiera admitirlo, una profunda impresión». Sin duda, Hoffmann se refiere al mismo pronóstico que Maria Heiden señaló a Hitler en su carta.

Igualmente, el fotógrafo explica en sus memorias que «Hitler tenía una biblioteca de astrología y de ciencias ocultas», pero también asegura que «no toleró nunca la presencia de un astrólogo a su lado». La relación de Hoffmann con Hitler fue siempre muy estrecha, por lo que no hay que dudar de que fuera así.

astrología y superstición

Hitler estaba convencido de que era su propio destino el que lo conduciría finalmente al éxito y entendía como un signo de flaqueza considerar la posibilidad de que los astros pudiesen tener alguna influencia sobre él. Pero la relación de Hitler con las artes adivinatorias sería ambigua, cuando no contradictoria, como lo demuestra el hecho señalado de haber reunido una biblioteca sobre el tema. Esa ambigüedad queda plasmada en la afirmación de Hoffmann de que «en principio Hitler no creía en la astrología, aunque admitía que la posición de las estrellas podía tener una influencia sobre el destino humano», lo que se contradice con lo señalado por Christa Schröder.

La postura de Hitler ante la adivinación se mantendría en esa ambivalencia que, como veremos, se transmitiría también al régimen surgido bajo su liderazgo. Incidiendo en ese contraste, Hitler tenía una confianza ilimitada en la ciencia, pero a la vez se mostraba como un hombre supersticioso. Así, según refiere Hoffmann en sus memorias, Hitler «se consideraba como un exégeta de las ciencias exactas, lo cual no le impedía ser con frecuencia juguete de sus supersticiones. Cuando titubeaba ante una decisión que adoptar, lanzaba al aire una moneda, a cara o cruz, burlándose de su estupidez; pero, detalle curioso, se alegraba si la moneda caía conforme a sus deseos».

En sus conversaciones de sobremesa, anotadas por un taquígrafo por orden de su secretario personal Martin Bormann y recogidas en el libro Adolf Hitler: Monologe im Führerhauptquartier, Hitler dio algunas pistas sobre su actitud hacia la astrología. Así, Hitler comentó en una de esas charlas informales: «Creo que la superstición es un factor que uno debe tener en cuenta al evaluar la conducta humana, incluso cuando uno considere que está por encima de ello y se lo tome a broma». Hitler proseguiría su disertación refiriéndose en concreto a la astrología: «El horóscopo, en el que los anglosajones tienen una gran fe, es otro fraude, aunque su importancia no puede ser desestimada». Hitler ponía un ejemplo: «Sólo hay que ver los problemas que ha creado al gobierno británico la publicación de un conocido astrólogo vaticinando la victoria final de Alemania en esta guerra».

Por tanto, según Hitler, la astrología compartía con la superstición su cualidad de «fraude», pero al mismo tiempo eran herramientas que podían resultar útiles, por lo que no había que desdeñarlas, sino aprender a utilizarlas. Esa filosofía es la que seguiría al respecto su ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, quien no creía en las virtudes proféticas de la astrología y la videncia, pero no dudaría en utilizarlas como arma psicológica una vez comenzada la guerra.

Pese a su pretendido racionalismo, que le hacía rechazar los principios en los que se basaba la astrología, Hitler creía, según asegura Hoffmann en sus memorias, «en la repetición cronológica, en el retorno de ciertos hechos históricos. Para él, por ejemplo, noviembre era el mes de la revolución; mayo el más propicio a las empresas y creía corroborarlo hasta cuando un éxito dudoso se manifestaba tardíamente».

Así, a pesar de su escepticismo, a Hitler le atraía todo lo que hiciera referencia a la predicción del futuro. Según relata Hoffmann, tras su ascenso al poder, Hitler comenzó a hablar con él de las profecías del visionario francés Michel de Nôtre-Dame, Nostradamus (1503-1566). «Hitler, muy interesado», explica Hoffmann, «pidió a Esser que sacase el libro de la Biblioteca del Estado, sin decir que era para él. Esser tuvo que depositar tres mil marcos para que la mencionada biblioteca permitiese el préstamo de la obra de Nostradamus. Hitler se consagró a su lectura; descubrió esa profecía que describe una elevada montaña sobre la cual vuela un águila inmensa; comparó la montaña con Alemania y al águila con él mismo».

Esa atracción o curiosidad que sentía por las artes adivinatorias queda acreditada con el examen de parte de su biblioteca personal, que se conserva en la Biblioteca del Congreso en Washington. Entre los mil doscientos volúmenes que allí se conservan —de los más de dieciséis mil que componían, según se cree, su biblioteca privada—, pueden encontrarse títulos como Magia: Historia, teoría y práctica, en el que Hitler subrayó, por ejemplo, esta inquietante afirmación: «Aquel que no alberga en su interior estados diabólicos, jamás dará a luz un nuevo mundo». Ese interés por lo esotérico quedaría demostrado por el hecho de que entre los títulos que se llevó consigo al búnker en el que acabaría suicidándose se encontraban Las profecías de Nostradamus y ¡Los muertos viven! Pruebas irrefutables.

Pero, aunque Hitler mostraba una inconfesada curiosidad por la astrología y la videncia, estaba muy lejos de llegar al extremo de contar con un astrólogo personal que le orientase sobre el momento más propicio para tomar una determinada decisión. Hoffmann, en sus memorias, descarta por completo esa posibilidad: «He oído contar, después de 1945, con los detalles más precisos la historia de su astrólogo personal y no puedo por menos que felicitar a ese ‘‘testigo’’ por su exuberante imaginación».

Así pues, no existe constancia de que Hitler llegase a contar en algún momento con un astrólogo o vidente personal que le orientase en su toma de decisiones, aunque tampoco consta que mostrase su oposición a que se utilizasen adivinos para el esfuerzo de guerra, incluso después de que él mismo decretase la Aktion Hess. No obstante, si hubo un mago del que existe la posibilidad de que hubiera podido llegar a tener algún ascendiente sobre él, ese candidato sería un enigmático personaje que sufrió también la contradictoria actitud de los nazis hacia los adivinos: Erik Jan Hanussen, el protagonista del siguiente capítulo.

1. Los tres grandes golpes de efecto ideados por Hitler antes de la segunda guerra mundial fueron llevados a cabo, efectivamente, en el mes de marzo: La remilitarización del Sarre (7 de marzo de 1936), la anexión de Austria (12 de marzo de 1938) y la ocupación completa de Che-coslovaquia (15 de marzo de 1939).

Capítulo II
El trágico precedente de Erik Jan Hanussen