El verano sin final


© Donacio Cejas. 2020
© Ediciones Hidroavión. 2020 


Textos y portada
Donacio Cejas Acosta

Editado por
Ediciones Hidroavión
www.edicioneshidroavion.com


ISBN: 978-84-122085-2-8
Depósito legal: A 204-2020

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Dedicado a Verónica, Jimmy y Nayra, por los días de alegría y las noches sin final. 

Soho


Decides deambular sin rumbo por las calles, pero primero necesitas apagar el rugido de tu estómago; compras un grasiento sausage roll y un breakfast tea en la estación y te acercas a la cercana esquina de Regent’s Park para desayunar.


El parque se despliega florido y espléndido bajo el sol del verano, con ese pintoresquismo bucólico de la jardinería inglesa que, en su intento por imitar a la naturaleza, acaba superándola. Te tumbas en una pradera de césped para disfrutar de tu desayuno, observando las graciosas terraced house que se adivinan más allá de los árboles, idénticas y pintadas de color crema como pastelillos de merengue, cuando un balonazo te arranca el vaso de la mano derramando su contenido por el césped y salpicando tus pantalones.


Sorry, mate!!, grita alguien en la distancia; tienes que girarte varias veces para localizar el origen de la voz, un muchacho en chándal tan verde que se camufla con el mismo césped. Es alto, pecoso y pelirrojo, y parece algo más joven que tú aunque no sabrías precisar su edad. 


So, sorry!!, repite mientras se acerca a recoger su balón a grandes zancadas mientras tú intentas limpiarte; el muchacho visiblemente azorado se acerca a disculparse e insiste en comprarte otra bebida a pesar de que tú le dices que no hace falta, que no pasa nada, pero el chico parece estar dispuesto a enmendar el estropicio.


I´ll be back in a minute, hold on...


Recoge su balón y se aleja de nuevo a grandes trancos, desapareciendo entre los arbustos. Dudas que realmente vaya a volver –qué sentido tendría después de todo, si eres solo un desconocido– y, sin embargo, pasados unos minutos aparece entre los setos de boj, con una sonrisa triunfal y un par de vasos de té.


Here you go!!, dice sentándose a tu lado, estirando mucho las piernas cubiertas de pecas y algo de vello rojizo, como se estiran los gatos bajo el sol, my name is Peter!, se presenta, tendiéndote la mano, really sorry about that, I was just playing all by myself. Con pelo revuelto y la cara llena de pecas parece salido de una película de animación. 


Te presentas tú también e intentas responder a la batería de preguntas con las que Peter te sorprende, teniendo en cuenta que sois perfectos desconocidos. Le explicas que eres de España, que estabas de viaje por Francia y que has venido a Londres a ver a un amigo.


And that friend of yours, is he a really good friend? Or a special friend?


Algo así, le respondes. Te resulta insólita su manera tan directa de preguntarte cosas que no son asunto suyo, pero no te molesta, al contrario, te hace gracia su franqueza algo torpe; tiene además unos ojos preciosos, verdes y expresivos como dos charcas de agua.


Te pregunta por cada detalle de tu viaje, y cuando sacas el móvil para enseñarle alguna de las fotos del verano, de París y otras ciudades que has recorrido, se pega mucho a ti y puedes notar el calor de su cuerpo y el olor a hojarasca de su pelo ensortijado. 


Después de un rato agradable, intentas terminar con la conversación y le dices que vas a caminar hacia SoHo para hacer tiempo mientras esperas a Maciek, lo cual parece decepcionarle, como si estuvieras chafando un juego muy divertido.


Do you need to leave already?


Lamentablemente, sí, le respondes, pero ha sido encantador conocerle y le deseas que pase un buen día; mientras recoges tu mochila del suelo y los restos del desayuno para tirarlos, Peter coge tu móvil del bolsillo y se lo guarda en el pantalón. 


¡Por supuesto era un ladronzuelo!, piensas maldiciendo tu ingenuidad. ¿Cómo no te has extrañado de su extraña amabilidad? ¡Era todo una artimaña para robarte!, y, sin embargo... ¡Peter no ha salido corriendo!, sigue sentado en el césped mirándote con una sonrisa traviesa y descarada. Le pides que te devuelva el teléfono, por favor pero Peter se echa a reír.


Subes un poco el tono porque no te hace gracia la bromita, si es que de eso se trata. No quieres ni pensar qué pasaría si te quedaras incomunicado en una ciudad donde no conoces a nadie... ¡y además estás esperando el mensaje de Maciek!


Te lanzas sobre Peter para quitarle tu teléfono pero es más rápido que tú y se levanta de un salto, alejándose unos metros.


Peter, really, this is not funny!


A cada paso que das para acercarte, Peter retrocede otro tanto pero sin salir huyendo, como si estuviera jugando al gato y al ratón contigo.


Do you want your phone back, Álex...?


¡Por supuesto que quieres tu teléfono! Intentas agarrarle pero es rápido y escurridizo como una sabandija y acabas dándote de bruces con el suelo, a sus pies.


...then give me a kiss!!


What?...? –preguntas sorprendido– No!!, of course not!! Are you out of your mind?

Kiss me Álex... and I´ll give you your phone!!


¿Pero qué locura es esta?, ¿qué se cree este chaval? Le dices que no piensas besarle y que se terminaron las bromas, que te devuelva tu teléfono o piensas avisar a la policía del parque.


Then goodbye, Álex...!!!, y veloz, como si volara sobre el césped, se lanza a la carrera y tú, como puedes, vas tras él, saltando parterres, esquivando setos y brincando sobre los manteles de las parejas que hacen picnic; corre más rápido que tú, pero se gira de vez en cuando para comprobar que le sigues, como si todo formara parte de un juego.


Le ves desaparecer de un salto tras unos altos arbustos, pero al seguirle tropiezas con algo, una raíz o una piedra, y caes rodando por una pequeña hondonada para detenerte casi junto a la orilla de un estanque tranquilo lleno de nenúfares. 


Desorientado, miras en todas direcciones intentando ubicarte, palpándote las piernas para comprobar que no te has roto nada, cuando alguien se tira sobre ti, sentándose sobre tu torso a horcajadas e inmovilizando tus brazos. 


Los inmensos ojos verdes de Peter miran dentro de los tuyos a centímetros de tu cara, y puedes sentir el peso de su cuerpo y la fuerza de sus manos agarrándote por las muñecas. 

Desde esa distancia su piel pecosa parece un lienzo abstracto, pintado por el capricho de algún artista y sus labios, tan carnosos, están calientes cuando se pegan a los tuyos, reclamando un beso al que, tras unos segundos, acabas entregándote. 


Besa con la torpeza del que lo hace por vez primera, abusando de lengua y de saliva, pero no por ello disfrutas menos; ya tienes ganas de más, de todo incluso, cuando Peter interrumpe el beso y guiñándote un ojo, desaparece entre los setos de un gran salto, dejándote tirado sin entender nada.


A tu lado, en el suelo, está tu teléfono.


Sacudiéndote la hierba y las hojitas que se han enredado en tu pelo y en tu ropa, sales de Regent’s Park con el sabor de su saliva aún fresco; deambulas por las calles, atestadas de gente que camina con prisa en todas direcciones como si llegaran tarde a una importante cita. 


Cuando llegas a Picadilly Circus, te sientas bajo la estatua e intentas trazar un plan; como no conoces a nadie en Londres ni tienes donde quedarte, decides buscar un hostal barato donde pasar la noche ante la perspectiva, cada vez más realista, de que Maciek no dará señales de vida.

Encuentras un bed&breakfast en el Soho y pides una cama individual en cualquiera de las
habitaciones compartidas. Nada ha salido como habías previsto, piensas mientras compruebas por enésima vez que Maciek ni ha visto ni ha respondido a tus mensajes. Estás de bajón, para qué engañarte.


U ok, hun?


Te pregunta el recepcionista, un negro muy gordo y con mucha pluma, mientras completa tu check-in. 


Are you spanish? Yo hablo mucho español mussho caliente chico latino, dice el recepcionista mientras brujulea con las manos en el aire como si bailara flamenco, con la obvia intención de hacerte reír, cosa que consigue de inmediato. 


El muchacho te pregunta por qué estás triste y tú le explicas que has venido a Londres siguiendo a un chico que te gusta pero que ha dejado tirado.


Ooh que romántico español!!, caliente caliente, corassson!! 


El recepcionista te explica que aprendió español trabajando en Torremolinos con un novio murciano que le rompió el corazón, pero que no le gusta verte triste, con lo cute que tú eres.


Gurl... look at you!! You are in London baby, have fun!! Be pretty!! Be fabulous!! 


Te anota en un papelito la dirección de un bar donde estará esa noche con unos amigos, muy cerca del hostal, por si no aparece tu chico y no sabes qué hacer o dónde ir, y unos vales descuento para el London Eye, honey, so you can just relax and forget about men they are all assholes!!, trust mama!! I know it for real!!


De camino a la noria, mientras cruzas el puente de Westminster, le escribes un par de mensajes a Oli diciéndole que todo ha salido mal, que Maciek ha pasado de ti y que intentarás comprarte un vuelo directo a Madrid al día siguiente; desde lo alto del London Eye, observando la extensión inmensa de la ciudad, te preguntas en qué lugar estará Maciek escondido.


Al menos tendrás una buena historia que contar cuando vuelvas a Madrid, piensas, ¡y todavía puedes pasártelo bien en Londres, aunque estés solo!


Te animas a ir al bar que te recomendó el recepcionista, que resulta ser un bar de travestis, con un escenario forrado de purpurina y un telón de flecos de plástico dorado, brillante como el papel de regalo, donde una drag queen gigantesca parece estar lanzando chistes groseros al respetable. Intentas encontrar al recepcionista y sus amigos entre el público pero...


Álex!! Honey...! Álex, sweetheart!!


Tu nombre sonando atronador por los altavoces te sorprende, y entonces te giras para comprobar que la gordísima travesti del escenario, ultraceñida de lentejuela roja y con una peluca de dimensiones cósmicas... ¡es el recepcionista en su alter ego femenino ChoCho Canelle! Durante media hora le observas atónito cantar canciones del peor pop británico y hacer chistes obscenos que hacen estallar al público en carcajadas. Cuando termina su show, baja a saludarte y te lleva con su grupo de amigos, tres osos en la cuarentena que no paran de invitarte a pintas de cerveza mientras les cuentas tu historia con Maciek. 


That is so romantic..., exclama el primero.


That is so cute sweetheart. Oh I really hope he will reply...!!, añade el segundo


I am sure he will reply, hun... concluye el tercero.


But now let mama take care of you, babe...


Arropado por tu nuevo grupo de amigos, descubres que te lo estás pasando muy bien; cuando cae la noche insisten en que les acompañes a una fiesta en un tugurio perdido en lo más profundo del este de Londres donde ChoCho Canelle ejercerá de anfitriona esa noche. 


El black cab os deja en la puerta de un edificio destartalado donde un grupo de gente, tal vez la más estrafalaria que hayas visto en tu vida, hace cola frente a una puertecilla azul.


ChoCho os cuela por la entrada VIP al interior de la sala, una especie de reliquia enmoquetada del peor interiorismo de los años setenta, como un viejo decorado de Vacaciones en el mar apolillado y presidido por un corazón gigante iluminado por bombillas que enmarca el escenario donde el drag queen hará su espectáculo.


We need to find tonight a boyfriend for my friend Álex, who came from Spain searching for love!, grita al micrófono ChoCho arrancando el aplauso del público que te arropa con entusiasmo.


Te sacan a bailar chicas andróginas como elfos, quizá chicos, diluyendo los géneros con su belleza fluida, chicas trans de pechos de acero y chicos trans viriles como camioneros, osos, modernas, colgados, artistas, drogatas, cyborgs, camellos, chaperos, modelos, todos libres y extraordinarios en la mejor fiesta de la ciudad. 


Sales a buscar un poco de aire fresco a la terraza de fumadores, porque adentro te falta el aliento y entonces... notas la vibración del teléfono en tu bolsillo.


Ey! Álex! Sorry, I had runned out of battery in my phone!! I just saw your messages!! Are you in London? Where are you now? I want to see you so much!!

Relees varias veces el mensaje de Maciek para comprobar que es real, con el corazón latiéndote a mil. Le respondes que estás en algún lugar entre Shoreditch y Whitechapel y después una foto, para que vea lo guapo que estás.


Wait there, Álex!! I am coming to get you!! I cannot wait to kiss you again!!


FIN

Paris-Austerlitz


Es el mejor verano de mi vida...


Anotas con satisfacción en tu cuaderno de viaje, entre cuyas páginas has ido guardando todos los recuerdos de tu ruta en tren por Europa con tu mejor amigo; billetes de metro o autobús de todas las ciudades donde habéis parado, recibos de consignas y hoteles de mala muerte, mapas de centros históricos acribillados a bolígrafo trazando recorridos, ubicando monumentos o restaurantes donde comer barato y zonas de ambiente donde zorrear, todo bien prieto y ordenadito entre anotaciones y bocetos de aquellos lugares que fueron llamando tu atención como ese pórtico de iglesia repleto de símbolos templarios en Lyon o aquella plazoleta en Burdeos donde os bebisteis a morro un par de botellas de ídem, por no olvidar aquel bareto gay tan hortera en Berna donde casi ligáis con unos italianos... ¿o fue en Basilea?... puede que fuese en Montecarlo, ¡en fin!, ¿quién se acuerda ahora, con tantos kilómetros cargados en la mochila? 


Aprovechas que Oli está aún dormido –ha demostrado ser un dormilón pertinaz al que no despiertan ni el traqueteo de los trenes ni los anuncios de estación– para rematar algunos dibujos que se quedaron a medias, fijando sobre el papel con trazos de tinta negra los recuerdos de este verano junto a tu mejor amigo, ese loco encantador al que conociste al comienzo del curso y sin el cual ya no concibes tu vida de estudiante en Madrid.


¡Álex, tú y yo ojalá irnos de vacaciones muchísimo!, aún recuerdas su expresión de júbilo cuando aceptaste su propuesta de escaparos juntos por Europa, en plan dos en la carretera, para olvidaros de los exámenes, de la dureza del primer curso y, sobre todo, para que pudieras olvidar a Miguel, tu primer novio y también tu primera ruptura tras unos meses de relación complicadita que te han dejado el corazón hecho trizas. Solo Oli sabe por lo que has pasado y por eso no ha dudado en arrastrarte por los pelos, si era necesario, por cada bar de maricones que haya en Europa, amiga, ¡una fantasía! cariño, ¡¡un sueño que va a ser todo!! 


Es así como habéis acabado canturreando el One Way Interrail de La Prohibida a puro grito y de madrugada en los antros mas sórdidos –y por lo tanto los más deseados– desde los muelles de Marsella hasta las callejuelas de Zurich, ejerciendo de intrépidos nocherniegos aunque, noblesse obligue, madrugando para visitar, aún con resaca, esas galerías de arte imprescindibles, esas arquitecturas modernas avant la lettre, con la inevitable peregrinación a alguna obra maestra de Le Corbusier para justificar el gasto del viaje.


Sois estudiantes de arquitectura, al fin y al cabo, y no podéis dejar de rendir tributo al gran maestro de la modernidad, aunque ¡para modernas nosotras cariño! como no para de repetir tu compañero de viaje a la menor ocasión, y sin darte mucha cuenta, kilómetro a kilómetro, estación tras estación has ido pensando cada vez menos en Miguel y su mundo de armarios cerrados y discreción tóxica. Solo de vez en cuando te asalta el recuerdo de sus ojos azules y esos labios carnosos que te hicieron asumir que nunca más volverías a tener novia.


Apartas esos recuerdos dolorosos de tu mente mientras te afanas por escribir en una suerte de tipografía art nouveau el nombre de la siguiente –y última– parada de vuestro viaje ferroviario por el corazón de Europa, el nombre que llevas varias semanas acariciando en tu imaginación y que al fin aparece en la pantalla de vuestro vagón...


Paris-Austerlitz


¡Despierta, maricón!, zarandeas con cariño a tu amigo y le susurras al oído que habéis llegado, y mientras Oli comienza a recoger sus bártulos aprovechas para recomponer el barullo de tu pelo –algo más largo que de costumbre tras las semanas de viaje– y te sorprende observar que así, con el flequillo revuelto, te das un aire a Thimotée Chalamet, pero con gafas.

Al bajar al andén el aire fresco y limpio de la mañana te acaricia las mejillas, y cruza tu mente el pensamiento trivial y algo cursi de que no cambiarías este instante por nada del mundo. Los tirones de Oli te sacan de tus elucubraciones, arrastrándote hasta el gran vestíbulo de la estación de pura impaciencia por salir a la ciudad mientras va gritando ¡Amiga estamos en París!, ¡en Pariiis! ¿Te imaginas que nos encontramos a Catherine Deneuve...? ¡Ay...!, ¡necesitamos unos cafés creme y unos croasanes! ¡Y el Paris Match!, y tú te ríes como siempre con sus ocurrencias y le sigues a la carrera hacia la cantina de la estación donde os abalanzáis como cachorros hambrientos sobre el mostrador para pedir, con vuestro francés rudimentario pero eficaz, varias piezas de bollería que devoráis sin demora para salir cuanto antes a la calle con las ganas locas de comeros, también la ciudad.


¡Tenéis tanto planeado para los próximos días! ¡Tantas ganas de todo! Siguiendo vuestro estricto y ambicioso plan que, en un rapto de inspiración, habéis llamado Plan Ebrias de Cultura, pensáis combinar la más alta cultura con lo más canalla del Paris la nuit, de las regias galerías del Louvre a los bares más horteras de Le Marais que a estas alturas del verano, estando tan próximo el Orgullo, esperáis encontrar a rebosar de chicos guapos.


Mientras recorréis a la carrera los bulevares que conducen al Sena, vais cantando el Arde Paris de Ana Belén a los transeúntes hasta alcanzar al fin la Île de la Cité y la silueta chamuscada, aunque soberbia, de Notre-Dame, que os da la bienvenida pero también una advertencia; que siempre se corre el riesgo de llegar a ciertos lugares demasiado tarde y por eso hay aprovechar cada ocasión para cumplir los sueños, porque ya nunca podrás comprobar si Víctor Hugo tenía razón o Disney mentía aunque eso ahora parezca que no importa.


Corriendo a lomos de vuestras zapatillas desgastadas de mochileros, cruzáis el Pont Alexandre III para al fin ver, apuñalando el azul del cielo, la torre Eiffel, y te sientes tan pletórico, tan joven y tan absurdo, que te entran unas ganas locas de saltar y bailar, levantando mucho los brazos como lo hacía Emmanuel Seigner en Frenético y luego llamar a Miguel, cantarle aquella de Jamais je ne t’ai dit que je t’aimerai toujours y luego colgarle para seguir bailando con tu amigo hasta la madrugada, hermosos y malditos borrachos de Pernod Ricard con hielo, y cantar a coro por las calles del Quartier Latin esa de se buscan dos maricas muertas congeladas vivas en París y dejar que algún marinero perdido de mirada turbia llamado Querelle te arrastre a un callejón oscuro para robarte un beso.


¡Amiga, selfie muchísimo! ¡Es necessssario!, te reclama Oli frente al objetivo de su smartphone y le abrazas por la espalda, haciendo el gesto de la victoria con la mano que te queda libre, y mientras la cámara va capturando en ráfaga vuestras sonrisas, tomas consciencia de que siempre recordarás este precioso instante donde fuisteis dos zangolotinos con cara de pillos y muy poca vergüenza, porque “para poca vergüenza... ¡ninguna!”, como habéis repetido a manera de mantra en esas primeras noches descubriendo Chueca y sus secretos, que son los tuyos, o al menos lo eran hasta que hace seis meses tuviste esa conversación con tus padres que lo cambia todo y para siempre, con la que te sentiste libre pero también vulnerable, como un insecto sin coraza.


Aprietas a Oli un poco más de lo necesario, porque te gusta sentirle muy cerca de ti, y te gustaría encontrar las palabras adecuadas para agradecerle tanto bien como ha traído a tu vida; tu beso en su frente queda inmortalizado en una de las muchas fotos que sacáis sin parar... ¡flash!, ¡flash!, ¡flash...! y ya está subida vuestra foto a internet #verano #amigas #París #Interrail mientras de una calle cercana llegan los acordes del Non, je ne regrette rien que un acordeonista callejero destroza para unos turistas, y tienes la certeza de que sí...

...que será el mejor verano de tu vida.

Sœur Citroën


¡Uy, qué monos! ¡Mira, mira!, exclama Oli mientras sus dedos brujulean a toda velocidad por el surtido de bellezas masculinas que se deslizan por la pantalla de su teléfono en una de las tantas aplicaciones de flirt que se ha descargado con la intención de descubrir Europa man by man como la canción de Liza, pero ni esa recua de torsos musculados y osos amorosos consigue que apartes tu mirada de las tranquilas aguas del Sena que reflejan como candilejas las fachadas iluminadas de la rive gauche, abarrotada a esta hora de sofisticados parigots entregados al hedonismo de beber, fumar y gozar de la mutua compañía en una noche tan linda como esta. 


El vino, de supermercado, pero francés amiga, como las grandes snobs, tiñe de carmín de borgoña tus labios mientras la noche cae sobre París, poblando el cielo de estrellas aunque la ola de calor, que tropicaliza la ciudad, sigue sin dar tregua y convierte las calles en un horno; si no fuera por pudor te quitarías la camiseta, como ha hecho el grupo de ingleses borrachos que canta algo ininteligible unos metros más allá. 


Piensas que son unos ordinarios, aunque, para qué engañarte, hay uno o dos que están bastante buenos y a los que no te importaría llevar a algún rincón oscuro bajo el Pont Neuf.


Unas pizpiretas francesas se acercan a pediros algo que no alcanzas a entender si es vino o hielo –quizá fuego para encender sus gauloises– así que te dedicas a sonreír de forma bobalicona mientras Oli, menos cortado que tú para comunicarse con desconocidos, te aclara que no quieren nada, que nos están preguntando si somos novios... ¡No, cariño, no!, ¡somos amigas! We are like sisters!... ¿cómo es que se dice hermana en francés...? ¡ah! ¡Sœurs...! ¡Somos sœurs!, ¡como Sœur Citroën! ¿Me entiendes...? 


Y tú te quieres morir de la risa mientras una de las chicas saca su teléfono para sacarse una foto con vosotros porque dice que sois muy cute como pareja aunque tú piensas que de ninguna manera podríais Oli y tú ser nada de eso porque, como dice tu amigo, sois como dos hermanas separadas al nacer y además, en cuanto a gusto por los chulos, no podéis ser más distintos como descubristeis en vuestras primeras escapadas por Chueca al poco de haceros amigos cuando os lanzasteis a descubrir –tímidamente al principio, luego más lanzados– esa variada fauna nocturna de osos, nutrias, musculosos y travestidos con la que solo podías soñar en tu pequeña ciudad de provincias, o al menos fue así hasta que apareció Miguel con sus ojos azules como canicas, su acento seco castellano y su jersey rojo que destacaba tanto en esa página de perfiles con su descripción de chico serio, discreto, no plumas, no ambiente con el que quedaste, al borde de un ataque de nervios, tras varias semanas chateando.


El mismo Miguel que tras varias cervezas te invitó a su casa una noche de extranjis para ver no-se-qué peli francesa que por supuesto no visteis porque había otros laberintos más interesantes entre sus sábanas donde perderse y descubrir los recovecos de otro cuerpo tan parecido al tuyo, aunque tan distinto; pero también el Miguel de los mensajes sin responder de madrugada, reacio a presentarte a sus amigos o reconocer que sí, que había algo entre vosotros y que no solo eras un colega, Miguel para el que la palabra discreción implicaba secreto, ocultación, silencio. Miguel que negaría vuestro amor para salvar su dignidad... Miguel lo prohibido.


Sin embargo hoy su memoria queda lejana, y no piensas arruinar esta preciosa noche estrellada pensando en su fantasma, así que ultimando vuestra botella de vino tinto buscas la manera más corta de llegar al distrito de Le Marais para dejarte llevar por la noche –has comprobado en las últimas semanas cuán generosa es cuando depositas en ella tu confianza– porque siempre hay algún bar con música tonta de verano para dejarte flotar en la mirada de los otros chicos que seguro se preguntan de dónde han salido este par de barbilindos que beben y bailan como si nada más importase.


Paris, la nuit! Folies Bergére! Bataclan!, gritáis a coro imitando al eximio Fabio McNamara dejando alucinados a un par de musculocas que os miran con deseo y pasmo en la pista de baile de un club al que habéis entrado siguiendo la promesa de un par de chupitos gratis de la peor calidad y máxima graduación alcohólica. 


Te gusta levantar los brazos al bailar, como si quisieras atrapar la luz de los focos de colores que giran sin parar, y dar vueltas perdiendo la noción del tiempo y del espacio, canturreando por encima el estribillo tonto de algún éxito pop de hace un par de años al que nunca has prestado la suficiente atención como para saber qué dice, ni falta que hace; de tanto en cuanto le sostienes la mirada a un chico con bigote que te mira desde la barra, rodeado por su grupo de amigos que tampoco bailan. 


Un par de fogonazos estridentes y una melodía infantil anuncian la llegada de la hora de cierre del local, un poco temprana para lo que estás acostumbrado en España, pero tal vez prudente teniendo en cuenta el plan de visitas culturales que tenéis pensado para el día siguiente. Al pisar la calle, aún con el sudor resbalando por la espalda, sientes un rugido en tu estómago –apenas habéis cenado un paquete de patatas fritas– y estás por sugerirle a Oli que busquéis algún mal kebab de madrugada cuando ves que se ha puesto a hablar con un grupo de muchachos que, maldita casualidad, es el mismo de tu crush bigotudo.