La Montaña, Ediciones Socialistas publica este libro como parte de su colección Homenaje a la Revolución Rusa en el año de su centenario. Haber seleccionado estos textos, referidos a la Revolución de 1905 no es casualidad ni accidente; Lenin se refirió a esa revolución como un “ensayo general” de la revolución que tendría lugar en octubre de 1917.
Años después Trotsky completará: “La Revolución de 1905 no fue sólo el ensayo general de 1917 sino también el laboratorio del cual salieron todos los agrupamientos fundamentales del pensamiento político ruso, donde se conformaron o delinearon todas las tendencias y matices del marxismo ruso.”
Resultados y Perspectivas es sin duda uno de los trabajos más brillantes del fundador del Ejército Rojo. Fue escrito en 1906 en la cárcel de San Petersburgo, donde Trotsky se encontraba tras ser detenido junto con el resto de los dirigentes del Soviet, en diciembre de 1905. Allí no sólo traza un balance de la revolución que acaba de terminar, sino una certera previsión de la dinámica y las perspectivas históricas de la futura revolución rusa. Mediante una aplicación brillante del método marxista, Trotsky combate los análisis esquemáticos y antidialécticos del “marxismo oficial”.
Encontramos en este texto dos de los mejores aportes de Trotsky a la teoría marxista: la Ley del desarrollo desigual y combinado y su primera formulación de la Teoría de la Revolución Permanente.
El libro, publicado por primera vez en 1906, fue inmediatamente confiscado por la policía zarista, logrando salvarse unos pocos ejemplares. Será en 1919, tras el triunfo de la Revolución de octubre que volverá a publicarse. Para esa ocasión, Trotsky elaborará el Prefacio que incluimos en esta edición y en el que recapitula sobre el origen de la Teoría de la Revolución Permanente.
En Tres concepciones de la Revolución Rusa, pensado originalmente como un capítulo a la biografía de Lenin que nunca finalizó, Trotsky vuelve, muchos años después, sobre las diferencias en el marxismo ruso acerca de la revolución. Un brillante resumen de las concepciones de los mencheviques, la de Lenin y de la suya propia.
Esperamos contribuir con esto, a la formación de las nuevas generaciones que se acercan a la lucha por construir un mundo libre de las cadenas de la explotación capitalista.
Los editores
Septiembre de 2017
(Año del Centenario de la Revolución de Octubre)
1. [P. Miliukov: Esbozos para la historia de la civilización rusa, San Petersburgo, 1896].
La revolución en Rusia llegó inesperadamente para todos, excepto para la socialdemocracia. Hacía ya mucho tiempo que el marxismo había pronosticado la inevitabilidad de la revolución rusa, que tenía que estallar como consecuencia del conflicto entre las fuerzas del desarrollo capitalista y las del absolutismo burocrático. El marxismo había predicho el contenido social de la revolución venidera. Al considerarla una revolución burguesa, señaló que las tareas objetivas inmediatas de la revolución serían las de crear condiciones «normales» para el desarrollo de la sociedad burguesa en su totalidad.
El marxismo tenía razón; esto ya no necesita de ninguna discusión ni prueba. Los marxistas tienen hoy una tarea completamente distinta: reconocer, con ayuda del análisis de su mecanismo interno, las «posibilidades» de la revolución en desarrollo. Sería un grave error el equiparar simplemente nuestra revolución con los acontecimientos de los años 1789-1793 o del año 1848. Analogías históricas con las cuales el liberalismo se mantiene vivo no pueden reemplazar un análisis social.
La revolución rusa está caracterizada por particularidades que derivan de los rasgos muy especiales de nuestro desarrollo sociohistórico y que nos abren, por su parte, perspectivas históricas completamente nuevas.
Comparando el desarrollo social de Rusia con el de otros Estados europeos -resumiendo sus rasgos comunes y poniendo de relieve las diferencias entre su historia y la historia rusa- estamos en condiciones de decir que la característica esencial del desarrollo social ruso es su primitivismo y su lentitud.
No queremos ocuparnos aquí de las causas naturales de este primitivismo, pero el hecho en sí nos parece indudable: la sociedad rusa nació sobre una base económica más simple y más pobre.
El marxismo enseña que el desarrollo de las fuerzas productivas constituye la base del proceso sociohistórico. La formación de corporaciones y clases económicas solamente es posible cuando este desarrollo ha alcanzado un punto determinado. Es necesario, para la diversificación de capas y clases, que viene a su vez determinada por el desarrollo de la división del trabajo y la formación de funciones sociales especializadas, que la parte de la población que está ocupada directamente en la producción material produzca, por encima de su propio consumo, un plusproducto, un excedente: y solamente por apropiarse enajenadamente de este excedente pueden nacer y estructurarse las clases no productivas. La división del trabajo dentro de las mismas clases productivas únicamente es imaginable a partir de un cierto nivel de desarrollo en la agricultura, en el cual queda garantizado el abastecimiento de la población no campesina con artículos agrícolas. Estas condiciones previas para el desarrollo social ya han sido formuladas exactamente por Adam Smith.
De ello resulta -aunque el periodo de Novgorod en nuestra historia coincide con los comienzos de la Edad Media europea- que el lento desarrollo económico, debido a condiciones histórico-naturales (situación geográfica desfavorable, población escasa), obstaculizó el proceso de la formación de clases, dándole un carácter más primitivo.
Es muy difícil decir qué dirección habría tomado la historia de la sociedad rusa si hubiera transcurrido aisladamente y si hubiese sido influenciada sólo por sus tendencias internas propias. Basta mencionar que ése no ha sido el caso. La sociedad rusa que se formaba sobre una determinada base económica interior estaba siempre bajo el influjo, e incluso bajo la presión, del medio sociohistórico exterior.
En el proceso del enfrentamiento de esta ya formada organización socioestatal con las otras vecinas jugaron un papel decisivo, del lado de una el primitivismo de las circunstancias económicas y, del de las otras, su nivel de desarrollo relativamente alto.
El Estado ruso que se había formado sobre una base económica primitiva, entró en relación y llegó a tener conflictos con organizaciones estatales que se habían desarrollado sobre una base económica más alta y más estable. Aquí se planteaban entonces dos posibilidades: o bien el Estado ruso se hundiría en esta lucha, como se habían hundido la Horda de Oro en la lucha con el Estado de Moscú, o bien el Estado ruso tendría que adelantarse, en su desarrollo, a la evolución propia de las condiciones económicas y gastar muchas más energías vitales de las que hubiesen sido necesarias en el caso de un desarrollo aislado. Para la primera alternativa la economía rusa no era lo bastante primitiva. El Estado no se deshizo, sino que empezó a desenvolverse merced a un supremo esfuerzo de sus fuerzas económicas.
Lo esencial no es, por tanto, que Rusia estuviera rodeada de enemigos. Eso sólo no es suficiente. En principio eso vale para cualquier Estado europeo excepto quizás para Inglaterra; pero con la diferencia de que, en su lucha por la existencia, estos Estados se apoyaban en una base económica más o menos homogénea y, por esto mismo, el desarrollo de su estabilidad no estaba expuesta a una presión exterior tan fuerte.
La lucha contra los tártaros nogaicos y los de Crimea exigía el máximo de esfuerzo; pero desde luego no exigía más que la lucha secular de Francia contra Inglaterra. No fueron los tártaros los que obligaron a la vieja Rusia a introducir las armas de fuego y los regimientos permanentes de la guardia imperial; no fueron los tártaros los que la obligaron más tarde a crear la caballería y la infantería. Fue la presión por parte de Lituania, Polonia y Suecia.
Como consecuencia de esta presión ejercida desde Europa occidental, el Estado devoró una parte excesivamente grande de la plusvalía, o lo que es lo mismo, vivía a expensas de las clases privilegiadas que se acababan de formar, retardando así su -de todos modos- lento desarrollo. Pero esto no es todo. El Estado se lanzó sobre el «producto necesario» del campesino, le privó de sus medios de existencia, obligándole, con ello, a abandonar la tierra en la que acababa de establecerse y, de esta manera, obstaculizó el crecimiento de la población y frenó el desarrollo de las fuerzas productivas. Así es que, en la medida en la cual el Estado devoró una parte desproporcionada de la plusvalía, obstaculizó la diversificación, ya bastante lenta, de las capas sociales; y en la misma medida en que quitó una parte considerable del producto necesario, destruyó él mismo las primitivas bases de producción, que eran su apoyo.
Pero, sobre todo, para apropiarse de una parte del producto social, necesario para seguir existiendo y funcionando, el Estado necesitaba una organización jerárquico-clasista. Así, mientras minaba las bases económicas de su crecimiento, pretendía, al mismo tiempo, forzar su desarrollo mediante medidas estatales autoritarias e intentaba -como cualquier otro Estado- guiar a su gusto el proceso de formación de las capas sociales. En ello un historiador de la civilización rusa, Miliukov1, ve un contraste directo con la historia de occidente. Sin embargo, no hay aquí en verdad ningún contraste.
La monarquía clasista de la Edad Media, que más tarde evolucionó hacia un absolutismo burocrático, representaba una forma de Estado en la cual estaban arraigados determinados intereses y relaciones sociales. Pero esta forma de Estado, una vez formada y establecida, engendró intereses propios (dinásticos, cortesanos, burocráticos...) que entraron en conflicto no solamente con los intereses de las capas bajas sino incluso con los de las capas altas. Las clases dominantes, que formaban un «muro de separación» socialmente imprescindible entre las masas de la población y la organización estatal, presionaron sobre esta última y convirtieron sus propios intereses en el contenido de su praxis estatal. Pero la autoridad pública defendió, al mismo tiempo, su propio punto de vista, también frente a los intereses de las clases altas. Como tal poder independiente, ella desarrolló una política de oposición contra las aspiraciones de aquéllas e intentó subordinarlas. La historia efectiva de las relaciones entre Estado y clases transcurrió en el sentido de una resultante que estaba determinada por esta constelación de fuerzas. Un proceso, similar en su esencia, tuvo lugar también en la vieja Rusia.
El Estado intentaba aprovecharse de los grupos económicos en desarrollo y subordinarlos a sus intereses financieros y militares específicos. Los nacientes grupos económicos dominantes intentaron servirse del Estado para asegurarse sus privilegios en forma de privilegios de clase. En este juego de fuerzas sociales, el poder del Estado tuvo una importancia mucho más grande que en la historia de la Europa occidental.
Este intercambio de ayudas mutuas entre el Estado y los grupos sociales superiores, que se expresa en la distribución, de mutuo acuerdo, de derechos y obligaciones, de cargas y privilegios, se realiza a expensas del pueblo trabajador.
En Rusia, el intercambio era menos ventajoso para la aristocracia y el clero que en las monarquías clasistas medievales de Europa occidental. Eso es indiscutible. Y, sin embargo, decir que en Rusia la autoridad pública hubiese creado, de por sí, las clases, por su propio interés, mientras que en el occidente, en la misma época, las clases crearon el Estado, es una increíble exageración, una absoluta falta de perspectiva (Miliukov).
No se pueden crear clases por un procedimiento, por un mero expediente jurídico estatal. Antes de que este o aquel grupo social pueda, con ayuda de la autoridad pública, devenir una clase privilegiada, tiene de manera previa que haberse formado económicamente, y, por añadidura, con todas sus prerrogativas sociales. No se pueden fabricar clases según una jerarquía preconcebida o según el modelo de la Legión de Honor. La autoridad pública únicamente puede depositar todo el peso de su ayuda para favorecer este proceso económico elemental, del cual se derivan más tarde las formaciones económicas superiores. Como hemos mostrado, el Estado ruso gastó relativamente muchas fuerzas y obstaculizó el proceso de cristalización social, pese a que él mismo lo necesitaba. Es por tanto natural que, por su parte, intentara forzar, bajo la influencia y la presión del mundo occidental socialmente más configurado (una presión que fue proporcionada mediante la organización militar estatal), la diversificación social sobre una base económica primitiva. Además: como la necesidad de acelerar este proceso había surgido de la debilidad del desarrollo socio-económico, es natural que el Estado, en sus esfuerzos previsores, aspirara a aprovechar su preponderancia de poder para dirigir, según su propio criterio, precisamente este desarrollo de las clases altas. Pero cuando el Estado quiso obtener éxitos mayores en este sentido tropezó, ante todo, con su propia debilidad, con el carácter primitivo de su propia organización; y éste estaba, como ya sabemos, determinado por el primitivismo de la estructura social.
Así fue impulsado el Estado ruso, construido sobre la base de la economía rusa, por la presión amistosa y, más aún, por la presión rival de las organizaciones estatales vecinas que se habían formado sobre una base económica más desarrollada. A partir de un momento determinado -en especial desde finales del siglo XVII- el Estado aspiró a acelerar artificialmente con un esfuerzo supremo, el desarrollo económico natural. Nuevos ramos de oficios, máquinas e industrias, producción en gran escala y capital parecen, por decirlo así, servir como injertos en el tronco económico natural. El capitalismo aparece como un hijo del Estado. Desde este punto de vista también se podría decir que toda la ciencia rusa es un producto artificial de los esfuerzos estatales, puesta artificialmente sobre el tronco natural de la ignorancia nacional2.
El pensamiento ruso se desarrolló, como la economía rusa, bajo la presión directa del pensamiento y de la economía -más avanzados- de occidente. Como a consecuencia del carácter económico natural de la economía, es decir como a consecuencia del comercio exterior muy poco desarrollado, las relaciones con los otros países tenían un carácter principalmente estatal, la influencia que Rusia debía sentir de estos países, antes de poder adoptar la forma de competencia económica directa, se manifestó más bien como una lucha encarnizada por la existencia estatal misma. La economía occidental influenció sobre la rusa por mediación del Estado. Para poder sobrevivir mejor en medio de Estados enemigos y mejor armados, Rusia estaba obligada a introducir fábricas, escuelas de navegación, libros instructivos sobre la construcción de instalaciones de fortificación, etc. Pero si el movimiento general de la economía interior no se hubiera dirigido en este sentido, si la evolución de esta economía no hubiese creado una necesidad de aplicación y generalización de los conocimientos, entonces todos los esfuerzos del Estado hubieran sido infructuosos: la economía nacional, que evolucionaba de una manera normal de la forma de economía natural a la forma de economía dinero-mercancías, solamente reaccionó a las medidas del gobierno que se correspondían con esta evolución, y solamente en la medida en que estaban de acuerdo con ella. La historia de la fábrica rusa, del sistema monetario ruso y del crédito estatal es una prueba contundente de esta interpretación de los hechos que acabamos de exponer.