Cuarenta cuentos de cuarentena

© Rómulo Franco Ruiz-Bravo, 2020

© Daniel Sacroisky, 2020

© Pesopluma, 2020

Ilustraciones: Rómulo Franco Ruiz-Bravo

Diseño y diagramación de interiores: James Hart

Conversión electrónica: Pintax.com

Editado por Pesopluma S.A.C.

Parque Francisco Graña 168, Magdalena del Mar, Lima, Perú

www.pesopluma.net | contacto@pesopluma.net

edición impresa: noviembre 2020

edición electrónica: febrero 2021

Este libro no podrá ser reproducido, total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito de la editorial. Reservados todos los derechos de esta edición.

ISBN: 978-612-4416-21-7

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú 2021-02430

Cuarenta

cuentos de

cuarentena

Rómulo Franco Ruiz-Bravo & Daniel Sacroisky

Batboy 7

Lichi jardinera 9

El búho de madera 11

Enrico rey 13

Niñas y niños 15

Mumi, la momia verde 17

Pepo y su cola 19

Onir y las nubes 21

Presidente Payaso 23

La tele enojada 25

Pedro caminante 27

Mara morena 29

La primera palabra de Luciana 31

El cumple de Tiago 33

Cleta, la bici quieta 35

El juego de Ruffo 37

Fito, el frijol aventurero 39

Lula y el tapabocas 41

Dad queen 43

Soldado Farfán 45

La Odisea de Victoria y Patricia 47

Papá Pirata 49

El puma sonriente 51

Las lágrimas de Rami 53

Globo y el miedo bobo 55

Paquita y Chansika 57

Daro y los edificios 59

Un tortugo con cara de pepino 61

Pandemia y Julián 64

Los peces miopes 67

Jacinto, el toro informado 69

Betty y papá 71

La pichanga de Rómulo y Remo 73

Camilo Cuaderno 75

¿Pizza o plastilina? 77

El vuelo de Ariadna 79

Fiorella y el clóset 81

Para Jacobo, de Uma 83

Concurso de Hechicería 87

Cuarenta cuentos de cuarentena 90

UNA VENTANA

Más que libro, esta es una ventana.

¿Y para qué sirve una ventana?

Para ver lo que pasa del otro lado.

En la calle y en las casas. Afuera y adentro.

La cuarentena impuesta en casi todo el mundo

–a raíz de la pandemia ocasionada por la COVID-19–

le dio a las ventanas un nuevo valor.

Fue a través de ellas que pudimos ver todo con nuevos ojos.

Si nosotros, siendo adultos, volvimos a ver las cosas

en estado de inocencia como en nuestra infancia…

¡imaginen cómo las habrán visto lxs niñxs!

Por eso, estas historias están protagonizadas por ellxs,

por su mirada del mundo, el año en que el mundo se detuvo.

Los invitamos a abrir este libro como si fuera una ventana,

para observar todo lo que nos pasó, y para que, de una vez,

entren los vientos de cambio que tanto necesitamos.

Bienvenidos a Cuarenta cuentos de cuarentena.

Rómulo Franco Ruiz-Bravo & Daniel Sacroisky

Lima, Perú, noviembre de 2020

Pericles era un fanático de los murciélagos. Adoraba a Batman, por supuesto, y por eso todos lo conocían como Batboy. Pero lo de Pericles iba mucho más allá del hombre encapuchado: ¡estaba obsesionado con los murciélagos! De hecho, «murciélago» había sido su primera palabra («muciégalo», según su mamá). Leía sobre murciélagos. Veía videos de murciélagos. Y lo más increíble: ¡podía dormir de cabeza como un murciélago!

Pero cuando el gran virus llegó y Pericles se enteró de que todo era culpa de sus adorados murciélagos, se volvió loco. ¡No lo podía creer! ¿Cómo podían hacerle esto al mundo, y en especial a él, que tanto los admiraba? Estaba indignado. De un día para otro, Pericles pidió que dejaran de llamarlo Batboy. Tiró todos sus juguetes, libros, pósters y disfraces de murciélago.

Y por supuesto, nunca más durmió de cabeza.

Pasaron muchos meses y los científicos, después de un arduo trabajo, encontraron la añorada vacuna contra el virus. En casa de Pericles celebraron con un gran almuerzo. La televisión estaba encendida y una científica decía:

–Gracias a los murciélagos y a las pruebas que les hicimos, encontramos la vacuna contra el virus.

Entonces, Pericles entendió que el problema no eran los murciélagos, sino la forma en que los humanos los habíamos tratado.

Esa noche, Batboy volvió a dormir de cabeza

Batboy

* La COVID-19 se originó en la ciudad de Wuhan, China. Algunas fuentes científicas aseguran que saltó de murciélagos a humanos que ingresaron en sus hábitats, aunque hasta el día de hoy no hay una certeza absoluta.

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Lichi amaba las plantas y las flores. Su fascinación era tal que podía pasarse horas en el parque frente a su casa, observando trabajar a don Sósimo, el viejo jardinero. Justo por esos días, todos tuvieron que encerrarse en sus casas. Entonces Lichi debió resignarse a observar a don Sósimo desde su ventana porque, curiosamente, el jardinero seguía trabajando como si nada.

Intrigada, Lichi le preguntó a su papá por qué algunas personas seguían trabajando en cuarentena a pesar del peligro, y él respondió:

–Porque hay cosas en la vida que son esenciales, hijita, y no pueden detenerse…

No había dudas: don Sósimo, más que un héroe, ¡era un santo! Inspirada por él, Lichi decidió crear su propio jardín. Como si su ventana fuese un enorme tutorial de YouTube, observaba trabajar a don Sósimo y luego replicaba en su pequeño patio lo que él hacía: regó macetas, limpió flores e incluso enterró semillas con la esperanza de cosechar sus frutos.

Una mañana, en el desayuno, su papá le preguntó:

–Lichita, ¿qué te gustaría ser de grande?

¡Jardinera! –contestó ella sin dudar.

Su padre sonrió con ternura y una pizca de preocupación.

–Pero Lichi, esa no es una profesión, sino un pasatiempo. ¡Tú estás para mucho más! Debes volar alto y ser alguien importante en el mundo.

Entonces Lichi tomó la mano de su papá y lo llevó hasta la ventana, desde donde podían ver a don Sósimo que, embarrado y sudoroso, podaba las plantas del parque. Luego le dijo:

–Es que hay cosas en la vida que son esenciales, papi, y no pueden detenerse…

Lichi jardinera

* Durante la cuarentena, además de policías, militares, serenazgos, taxistas, doctorxs, enfermerxs, personal de limpieza y de supermercados, productores agrícolas y vendedores de tiendas y mercados, lxs jardinerxs tampoco dejaron de trabajar.

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Sarita no veía a su abuelo desde hacía meses y lo extrañaba muchísimo. Su mamá le decía que ella también lo extrañaba, pero que no podían verlo a causa del virus. Esa fue la primera vez que Sara escuchó esa palabra.

¿Vilus? ¿Pol qué el vilus me sepaló del papapa? ¡Odio el vilus!

Su mamá le explicó que a las personas mayores había que cuidarlas más que nunca, pero no había caso, Sarita estaba indignada. Las videollamadas con el abuelo la ponían peor: una pantalla no daba los abrazos de oso que él daba. Para consolarse, Sara dormía con el enorme peluche que su papapa le había regalado. ¡Pero no era lo mismo!

Así pasaron los meses, hasta que la cuarentena se levantó y Sarita pudo volver a ver al papapa. ¡Qué emoción! En el viaje a La Punta, Sara preguntaba cada treinta segundos: «¿Ya llegamos?, ¿ya estamos donde el papapa?».

Cuando estacionaron el carro frente al viejo caserón, el abuelo salió a recibirlos. Llevaba puesta una mascarilla. Sarita corrió hacia él, pero el papapa la abrazó con la cabeza hacia un costado. Fue un abrazo muy cortito. ¿Qué era eso? ¡Cualquier cosa menos un abrazo de oso! Desconsolada y sintiéndose rechazada, Sara comenzó a llorar. No había manera de calmarla. Ya en la sala, al papapa se le ocurrió algo: le mostró en YouTube el video de un búho.

–Mira, Sarita –le dijo–, el búho es mi ave favorita. ¿Sabes por qué? Porque además de tener unos ojos hermosos¡puede dar vuelta la cabeza por completo! ¿Has visto qué pájaro increíble? Por eso, en homenaje a él, te propongo que ahora nuestros abrazos sean de búho, y no de oso. ¿Qué dices?

Sarita, llena de lágrimas, se detuvo a ver ese bicho tan extraño. Seguía enojada, no quería abandonar los abrazos de siempre. Pero algo en los ojos del abuelo, una mezcla de miedo y ternura, le hizo pensar.

¿Es un trato? –preguntó el papapa, limpiando la carita de su nieta con un pañuelo.

Sarita aceptó, y ella misma inauguró el nuevo abrazo: cortito y con la cara tan al costado… ¡que casi parecía la cabeza de un búho! Ese domingo, el papapa, que era carpintero, le fabricó a Sara un búho de madera que la acompañaría durante toda su vida. Así, ya de grande, cada vez que extrañaba al papapa, recordaba sus abrazos de búho. Quizá no eran tan fuertes como los de un oso, pero estaban más llenos de amor que nunca

El búho de madera

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