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Labruna

El Técnico

Diego Borinsky

Labruna

El Técnico

El arte de llevar el espíritu ganador

al banco de suplentes

ZAPATERO A TUS ZAPATOS

“La verdad es que a mí nunca me gustó mucho ser técnico. Si me dediqué, es porque después de muchas cosas, de muchos fracasos comerciales, me di cuenta de que lo único que sé hacer bien es este asunto del fútbol, que ha sido el negocio de toda mi vida”.

La confesión de Angelito fue expresada en la revista River del 7 de enero de 1969, durante su segundo ciclo como director técnico de River, ya instalado definitivamente en el oficio. Por suerte no era bueno en el arte de comprar y vender. A fin de cuentas, el comercio perdió a un integrante más del ramo y el fútbol ganó a un entrenador, que no fue uno más, indudablemente.

Más allá de que no había sido su plan original, era casi imposible para Angelito construir una carrera como entrenador que se aproximara en resultados y trascendencia a la que había protagonizado como futbolista. Son muy escasos los hombres que, no solo en nuestro país sino en todo el mundo, edificaron trayectorias destacadísimas como jugadores y luego lograron replicarlas como entrenadores. Angelito fue uno de ellos.

Aquella cita del comienzo no fue la única declaración en la que Labruna admitió que su idea primitiva no era seguir ligado al fútbol al terminar su carrera. “Cuando dejé de jugar quise cambiar, pero me parece que era para engañarme a mí mismo —aseguró en El Gráfico del 7 de junio de 1983, tres meses antes de morir—. Primero puse un hotel en Mar del Plata y me fue mal, después un negocio de venta de autos usados y también la gomería en Libertador y Ugarte, que era para pucherear, no daba para dos socios. Y lo último, en el 65, cuando dirigía Defensores de Belgrano, como parte del pago me dieron el local y puse una pizzería, pero me di cuenta de que no había nacido para eso. La verdad es que me dije: ‘zapatero a tus zapatos’. Y me metí para siempre en el fútbol”.

Sabia decisión.

Haciendo un balance de su vida en la revista Goles (1975), Angelito agregaba un par de matices vinculados al dinero que había ganado en la profesión: “Mi vida como comerciante fue un verdadero fracaso. Nunca serví para hacer dinero con los negocios. Mis viejos, cuando todavía era un pibe, querían que estudiara para constructor. ¡Cuánto pensé en eso después de haber dejado de jugar al fútbol! Quizás me hubiera servido más en esos momentos en que arruinado, por no haberla pegado en el comercio, contemplaba una carrera plena de satisfacciones como deportista pero que económicamente distaba mucho de ser un éxito. Sí, aunque no lo crean, con el fútbol nunca me paré. Y tuve que volver a él como medio de vida. Volví a empezar otra vez, como director técnico, y alentándome siempre con esa ilusión de algún día poder dirigir a River, al que siempre estuve ligado porque todavía hoy sigo siendo socio, nunca dejaré de serlo”.

Hay que ubicarse en el tiempo, bastante diferente al actual. No existía la televisión ni los grandes sponsors que multiplicaran las ganancias del fútbol. Ni siquiera las camisetas llevaban publicidad. Todavía no era una industria. Sirve este testimonio de Angelito para comprender el contexto y la búsqueda posterior al retiro de muchos futbolistas. “Para nosotros era un gusto jugar, ni pensábamos en ser profesionales hasta que llegaba el momento —contaba en El Gráfico, en 1983—. Los muchachos de hoy son distintos, desde el principio piensan en el profesionalismo y también en invertir lo que ganan; en ese sentido son más inteligentes que los de mi época”. Se refería a la década del 80. ¿Qué hubiera pensado viendo lo que generan Messi y Cristiano, por ejemplo?

Seguía Angelito: “Eran otras costumbres, si uno no salía de noche quedaba como un estúpido, como un maricón o algo así. Nosotros pensábamos en el techo para regalarles a los viejos o para uno mismo, nada más. Yo tardé 14 años en juntar para mi casa… y por suerte, porque muchos de los jugadores de entonces se quedaron sin nada. Eran bohemios, la gente en general era así. En River nunca gané plata grande; cobraba puntualmente, sí, pero plata grande, no. Incluso en el 75 fui ganando menos de lo que ganaba en Talleres. En ese sentido nunca fui muy interesado y me desesperaba estar en River, entonces arreglaba por lo que me ofrecían. Hice 21 contratos como jugador de Primera y 10 más como técnico, y nunca tardé más de tres minutos para firmar”.

El propio Omar Labruna me lo confirmó en charlas para estos libros: “Como jugador, el Viejo no ponía trabas al firmar su contrato. Ganó muy bien, vivió muy bien, pero eran otras épocas. Antes, el premio de un partido era un cajón con seis botellas de vino o una caja con medias. Cuando volvió de un Panamericano, Perón le dio un Mercedes Benz, pero eso fue excepcional. El Viejo siempre dijo que ganó más dinero como entrenador que en los 21 años en la Primera de River, porque eran otras épocas. Nunca nos hizo faltar nada, siempre vivió bien y se dio sus gustos”.

En este segundo tomo de la trilogía detallaremos la carrera del Labruna entrenador, con opiniones del propio protagonista, con crónicas de diarios y revista de época y, mayoritariamente, con testimonios de futbolistas que fueron dirigidos por Ángel y lo recuerdan con mucha nostalgia y alegría al mismo tiempo.

Vamos a los datos. Labruna dejó de jugar en Rampla Juniors a fines de 1960 y en 1961 se estrenó en la profesión dirigiendo a Platense en la Primera B. Estuvo cerca del objetivo del ascenso, pero no lo consiguió: terminó 4°. Incluso, promediando esa campaña de 1961, se puso los cortos dos partidos y cumplió la doble función, como contamos en el libro anterior. Un revolucionario.

Mientras intentaba con diversos emprendimientos comerciales, en 1962 volvió a River como asesor del entrenador, más precisamente como “espía de rivales”, a ver si la gente cree que antes se chupaban el dedo o no sabían nada del equipo que tenían enfrente. En 1963 dirigió a River como DT interino durante los últimos nueve partidos del campeonato debido a la renuncia de José María Minella. Terminó subcampeón, detrás de Independiente.

En 1964 no dirigió y en 1965 tomó a Defensores de Belgrano en la B. Estuvo tres años, mejorando paulatinamente cada campaña, hasta que en 1967 lo sacó campeón. No ascendió porque perdió esa chance en el Reclasificatorio con seis equipos de Primera.

En El Gráfico del 22 de noviembre de 1966, en una sección titulada “¿Qué hacen ahora?”, Labruna se mostraba en el restaurante ubicado al lado del estadio de Defensores. “Atiendo a la gente y a los amigos. Hago, lo que se dice ahora, relaciones públicas”, explicaba, con humor. En Defe arrancó definitivamente su carrera. Así lo detalló antes de fallecer en mayo de 2021 el querido colega Carlos Ferraro, autor del diccionario Olé del fútbol (obra de consulta permanente). Su tío, Natalio Russo, había sido prácticamente socio fundador de Defe. “Ángel atendía la caja, iban todos porque les daba charla, el boliche estaba siempre lleno, lo ponían por ser una figura emblemática —me contó Ferraro—. Iban los quinieleros, también, y Ángel era de jugar. Como los números no cerraban, en un momento le pidieron que agarrara el equipo, que no andaba bien. Lo fue mejorando y tres años después lo sacó campeón de la B, al mismo tiempo que hacía un campañón con Platense en Primera”.

Definitivamente se ponía en marcha el Labruna entrenador. A Platense lo tomó a comienzos de aquel 1967, después de su primer ciclo en 1961, y la rompió: lo clasificó a las semifinales, donde perdió un partido insólito que le ganaba 3-1 al Estudiantes de Zubeldía, que tres días después se transformaría en el primer equipo chico en salir campeón del fútbol argentino en el profesionalismo y que al año siguiente levantaría la Copa Libertadores y la Intercontinental. ¿De no haber desperdiciado aquella increíble semi, el Platense de Labruna habría llegado a Old Trafford como el Pincha? Nunca lo sabremos.

Tras ese gran 1967 dirigiendo en dúplex a Defensores en la B y Platense en la A, Labruna volvió a River para afrontar su segundo ciclo en el club. Lo dirigió dos años y medio. En total fueron cinco campeonatos locales y una Copa Libertadores. En cuatro de esas competencias terminó 2° y en las otras dos fue semifinalista. Cuando no lo perjudicaban los árbitros, se le escapaba un campeonato de todos contra todos por un gol de diferencia. Increíble.

Después de River tuvo una primera etapa en Argentinos Juniors en 1971, dirigiendo en paralelo a Excursionistas en Primera B, bajo el nombre de “Comisión de Fútbol”. A mediados de 1971 fue a Rosario Central y ganó su primer título en la máxima categoría: el Nacional 71 fue histórico para el Canalla, por tratarse del primero. También fue el primer título para un equipo del interior del país. Ninguno lo había logrado antes. Y encima, venciendo a Newell’s en las semifinales con la mítica palomita de Aldo Pedro Poy.

En 1972 dirigió a Lanús, en 1973 a Chacarita y a Racing, en todos los casos sin demasiada relevancia, y en 1974 deslumbró en las canchas de todo el país con el “boom Talleres”: una escuela de fútbol que explotó ese año con Amadeo Nuccetelli como presidente y Angelito como DT y que marcó el inicio de una era dorada en el club cordobés.

Semejante campaña le permitió volver a River, al que sacó campeón después de 18 años, para ganarse definitivamente el cielo. Cuando a cualquier hincha de River le preguntan por una imagen del Labruna entrenador, difícilmente exista alguno que no elija la de Angelito en andas de sus jugadores/hijos celebrando el Metropolitano 75 en el Monumental. Es una síntesis perfecta.

Labruna sumó como DT en el club de toda su vida seis títulos en seis años y medio, prácticamente uno por año, y se tuvo que ir porque lo traicionaron los dirigentes. Volvió a Talleres de Córdoba para llevarlo hasta las semifinales del Nacional 82, que perdió ante el Ferro de Griguol, y en 1983 regresó a Argentinos Juniors para construir los cimientos del equipazo que sería bicampeón local y campeón de América en 1984-85, según opinan los futbolistas de aquel Bicho consultados para esta obra. En casi todos los clubes en los que dirigió tuvo más de un ciclo. Ese dato resulta elocuente.

—Labruna, ¿usted se cree un genio del fútbol? —le preguntó Natalio Gorin, punzante, en La Hoja del Jueves del 11 de octubre de 1979.

—No sé si soy un genio —se defendía Angelito—. Lo único que puedo decirle es que le dediqué toda mi vida a esto. Fracasé como estudiante y como comerciante. Y en el fútbol gané siempre. Jugué 21 años en la Primera de River; le dije River, no Sportivo Caramelo. Jugué más de 40 partidos internacionales en todas las canchas del mundo. Y así como me ve, con este mondongo, todavía hoy, desde el córner, le pongo la pelota en el pecho a quien se me antoje. Cuando me traen un jugador para ver, lo primero que le pido es que patee; cuando traen un arquero, le pateo yo. La pelota, para mí, no tiene secretos. No sé si soy un genio. Por ahí otros tienen más linda cara o hablan mejor. Lo único que admito en fútbol es que algunos saben tanto como yo, pero más, nadie.

Además de sabiduría, Angelito tenía orgullo.

Un maestro.

Vamos a conocer y disfrutar ya mismo de su obra como entrenador.

AGRADECIMIENTOS

Como escribí en el tomo que inició esta trilogía (perdón, pero cometeré alguna repetición), el primer agradecimiento, y el más importante, es para Omar Labruna, por confiar en mí para escribir la historia de alguien tan querido como su padre.

A Patricio Nogueira, vicepresidente del Museo River y amigo, por facilitarme los ejemplares digitalizados de la revista River, El Gráfico y de cuanto diario de la época le solicitaba. A Rodrigo Daskal, su presidente, por brindarme generosamente todas las fotos. Y a Nicolás Mirelman, por la ayuda.

A todos los protagonistas (jugadores, entrenadores, dirigentes, periodistas e historiadores) que me brindaron su testimonio con entusiasmo y emoción para este segundo tomo de la trilogía con el objetivo de reconstruir la formidable carrera de Angelito como director técnico. Los nombro agrupados de acuerdo con las etapas que transitó en cada club.

A Jorge Busti, Ernesto Camino, Juan Carlos Marenda y Javier Bava (Defensores de Belgrano). A Néstor Subiat, Carlos Bulla, Alejandro Fabbri (Platense) y Alberto Poletti (Estudiantes, como rival). A José Pekerman, Javier Roimiser, José Antonio Castro, Adrián Domenech, Miguel Ángel Lemme, Pedro Pasculli, Mario Videla, al profe Jorge Fernández y al exdirigente Alberto Pérez (Argentinos Juniors). A Albino Valentini, Omar y Héctor Masciotra (Excursionistas). A José Aurelio Pascuttini, Carlos Aimar, Aldo Poy, Mario Killer, Ángel Landucci, Juan Carlos Milonguita Heredia, Héctor Hugo Cardozo, Juan Luis Berros y Carlos Fechembach (Rosario Central).

A José Luis Lodico y Néstor Bova (Lanús). A Carlos María García Cambón, Carlos Pandolfi, Daniel Carnevali, Carlos Piro y Daniel Mancini (Chacarita). A Francisco Rivadero, Mario Griguol, Carlos Ferraro (q.e.p.d.), Ricardo Troncone (Racing) y a Fernando Raimondo, por facilitarme ejemplares del archivo de la revista Racing. A Daniel Willington, Rafael Humberto Bravo, Victorio Ocaño, Luis Galván, Héctor Ártico, Héctor Baley, Roberto Marcos Saporiti, Omar Verzellini, Antonio Fauro, Oscar Ghezzi, Gustavo Coleoni, Antonio Coleoni, Gustavo Lawson, Gustavo Farías, Miguel Cavatorta y Andrés Fassi. Y a mis compañeros de Cadena 3 (Talleres).

A Daniel Onega, Chamaco Rodríguez, Zurdo Miguel Ángel López, César Laraignée, Norberto Alonso, Reinaldo Merlo, Pedro González, Carlos Manuel Morete, Leopoldo Jacinto Luque (q.e.p.d.), Ubaldo Matildo Fillol, el Gorrión Héctor López, Héctor Jairala, Emilio Commisso, Eduardo Saporiti, Jorge Ghiso, Héctor Bargas, Rubén Bruno, Rubén Horacio Galletti, Daniel Crespo, José Omar Reinaldi, Hugo Santilli, Alfredo Davicce, Osvaldo Riganti, Antonio y Enzo La Regina, Norberto Etchezuri, José Luis Barrio, Miguel Ángel Bertolotto, José Luis Ponsico, Carlos Ares, Alejandro Apo, Horacio Pagani y Fernando Bravo (River).

A César Luis Menotti, por el testimonio de aquel partido ante la Juventus en que se puso por única vez la camiseta de River y fue dirigido por Labruna.

Y a Ramón Bautista Ortega, más conocido como Palito, por los recuerdos de aquellas concentraciones de la década del 70.

En este tomo, como en el anterior, se utilizaron como fuentes las revistas El Gráfico, River, Racing, Goles y Estadio (Chile) y los diarios Clarín, Crónica, La Capital (Rosario), La Voz del Interior (Córdoba). Se citan pasajes de los libros Amadeo, los cielos abiertos, la biografía de Amadeo Nuccetelli escrita por Omar Verzellini; Anécdotas del superclásico, de Alfredo Luis Di Salvo; la enciclopedia del centenario de Talleres; Corazón pintado, un siglo de historias únicas y personajes inolvidables. Defensores de Belgrano, del periodista Martín Sánchez. Fueron de consulta permanente e imprescindible los tres tomos de La historia de River, el más grande, en anécdotas y estadísticas, escritos por el querido Marcelo Baffa (q.e.p.d.) junto con Gastón Milone y Marcelo Petrone (tienen todas las síntesis de los partidos disputados por River en su historia, oficiales y amistosos) y también la web historiaderiver.com de Sebastián Roldán. Me resultaron de mucha utilidad el libro River, el campeón del siglo, de Miguel Ángel Bertolotto; el libro Angelito, publicado por Olé en 2003 y el blog serderiver de Hugo Sciutto y también el blog casosycosasriverplatenses.

Un agradecimiento especial a Pancho de Antueno por la sugerencia clave y a Patricio Carballés, por la química instantánea y la confianza. Y a quienes trabajan en Editorial Galerna, por supuesto.

Para el final, las gracias a Vero, Cami y Luli, mis tres mujeres de la casa; a mi vieja y hermanos, a mi familia en general, que me banca este tipo de locuras, y a muchos amigos, lectores y seguidores que, al enterarse del personaje que estaba diseccionando, me contagiaron su entusiasmo y me impulsaron a hacerlo. Y a mi viejo, por transmitirme su amor por el fútbol y por River. Y por llevarme al Monumental desde muy chico, que a fin de cuentas es el puntapié inicial de esta trilogía

REGRESO A RIVER (1962-63)

“Labruna se incorporó nuevamente a River”, informó la revista River del 31 de julio de 1962, y de este modo se cumplió el presagio que la propia publicación había expresado en los primeros días de 1960, tras la marcha de Angelito del club al que había llegado siendo un niño. “No sabemos si pronto —en los próximos días, o próximos meses— o más adelante, pero estamos persuadidos de que este circunstancial desencuentro que separa los caminos de River Plate y Ángel Labruna quedará superado y volverán a unirse para seguir marchando juntos como lo hicieron a lo largo de más de 30 años. No sabemos en qué condiciones, pero creemos que así tendrá que suceder, tarde o temprano, porque ambos han nacido para andar juntos”, auguraba entonces la revista partidaria con indudable conocimiento de causa. La tenían clara: Labruna se fue de River el 31 de diciembre de 1959, en 1960 jugó en Rangers (Chile) y en Rampla Juniors (Uruguay), durante 1961 dirigió a Platense en la Primera B (y jugó dos partidos, por ese motivo incluimos dicha etapa en el libro anterior) y a los pocos meses de empezar 1962 ya estaba otra vez en su casa.

“Está prestando valiosos servicios a la institución como asesor-veedor del Departamento de Fútbol, en función que lo mantiene muy cerca de nuestro director técnico, Néstor Rossi —especificaba la revista River—. Su trabajo consiste en observar, analizar y extraer conclusiones de los desempeños de los equipos que iremos enfrentando en el campeonato oficial, para luego, en base a su informe y a las sugerencias que haga, tratar de explotar al máximo las debilidades que tengan y conjurar en lo posible sus puntos fuertes. Es el llamado a juzgar también las condiciones de valores individuales, tanto en nuestro ámbito como en el interior, que por una u otra razón pueden llegar a interesar, habiendo realizado ya algunos viajes a la provincia en cumplimiento de esas tareas. Aproximadamente, desde principios del campeonato Labruna viene llevando su cometido, habiéndose oficializado su cargo en fecha reciente, con lo que el club sigue contando con el aporte técnico del gran insider de tantos años, presente, como siempre, en la familia riverplatense”. En síntesis: Angelito oficiaba de espía de rivales de Pipo Rossi y también de captador de talentos para el semillero del club. Lo curioso, tratándose de una figura tan emblemática, es que se informara que ya llevaba unos meses trabajando en el club, aunque su vínculo recién se oficializara en ese momento (julio).

—¿Qué pasaba con los apuntes de Ángel, cuando las oficiaba de espía? —preguntaba el periodista de El Gráfico, unos años después, a los dos protagonistas, buscando la respuesta de uno y la complicidad del otro.

—Ahhh, ustedes se ríen. ¡Vaya a saber lo que les contó el Flaco! —respondía Labruna en la nota compartida con Pipo Rossi (El Flaco), en octubre de 1966, recordando aquellos días. El rumor era que Angelito se iba a las carreras de caballos en vez de ver los partidos de los rivales y luego armaba sus apuntes en base a las crónicas de los diarios.

“Para mí, eso es necesario y se hizo toda la vida —razonaba Labruna—. Lo que pasa es que ahora se designa a una persona en forma oficial. Pero yo, en el año 40, sabía cómo jugaban los contrarios. Me interesaba saberlo. Tenía amigos que me informaban y me llenaban de datos. Había que saber cómo marcaba Zubieta, o el fullback. Para mí es grupo eso de que no interesa saber cómo juega el contrario. ¡Porque ahora hay directores técnicos que dicen que no les interesa! Eso debe ser para hacer ver que las saben todas, pero no. Y al jugador de hoy claro que le interesa; le tiene que interesar”.

Breve stop. A Labruna siempre le interesó el rival, incluso desde su etapa de futbolista, como se desprende de este testimonio. No con la obsesión ni el grado de detalle de otros entrenadores que estaban en escuelas opuestas, como Osvaldo Zubeldía o Juan Carlos Lorenzo. Pero no comía vidrio.

Seguimos. Angelito volvió a River, entonces, al comenzar el campeonato de 1962. El técnico era Pipo Rossi. Fue el año en que el campeonato se definió en la Bombonera con el fatídico penal que Roma le atajó a Delem. River sumaba su quinto año sin poder gritar “campeón”, récord en el profesionalismo para el club, que nunca había estado más de cuatro años sin dar una vuelta olímpica.

A comienzos de 1963, Pipo Rossi renunció y firmó para Racing y José María Minella, adiestrador multicampeón en la década del 50 con La Maquinita, volvió a ser el entrenador de River. Labruna se mantuvo como espía. Aun sin brillar, River realizaba una muy buena campaña en el campeonato más corto del fútbol argentino hasta ese momento (14 equipos, 26 fechas), incluso iba puntero tras empatar 0-0 con Estudiantes en la fecha 17. Sin embargo, al enterarse de que la directiva se había reunido con Osvaldo Zubeldía, Minella presentó la renuncia. Y el que pasó a ocupar su lugar para afrontar las nueve fechas que faltaban no era otro que el espía. Comenzó así el primero de los tres ciclos de Angelito como DT de River. El más efímero de los tres.

“¿Por qué agarró? Es simple… ¡muy simple! La importancia de ser Labruna”, titulaba El Gráfico del 2 de octubre de 1963, y desarrollaba la charla con el entrenador que debutaba como DT en Primera División (a Platense lo había dirigido en la B).

—River Plate me ha dado la oportunidad de entrar de lleno como director técnico. Hice un ensayo en Platense y personalmente quedé conforme, aunque otros no lo entendieran así. Ahora es distinto, ¡la posibilidad es enorme!

—¿Por qué aceptó?

—No era un extraño. Informaba a Minella sobre la última actuación del rival inmediato. No tenía contacto directo con el plantel, pero estaba vinculado. Solo había visto jugar a River un solo partido, ante Independiente, y ese déficit aparente se contrarrestaba porque sabía cómo se movían todos los rivales. El último match que vi antes de ser designado fue Racing-Independiente y me convencí de que se le podía ganar a Racing. ¿Por qué no iba a aceptar? Era el asesor de la dirección técnica de River Plate. No era un hombre que llegaba de otro mundo. No me importa lo que puedan decir. Otros se negaron y la responsabilidad era grande. Siempre se me identificó como hombre de River. ¿Cómo podía rechazar una oferta de River? El mismo viernes que me nombraron me reuní con los jugadores. Charlamos dos horas. Les dije mi verdad, mi convicción de que constituyen el plantel más completo de nuestro fútbol, que no era imposible ganar en Avellaneda, ¡que iban a ganar el partido! Charlamos y cambiamos impresiones. Hicimos un plan y lo cumplimos. Lo fundamental: ensuciar las camisetas, correr… A Delem, por ejemplo, le dije del orgullo que había sentido yo al vestir esa blusa con el 10 en la espalda, de mi seguridad de que es un jugador excepcional. Todos comprendieron la responsabilidad del partido, todos me ayudaron. En la cancha se cumplió lo planificado en la concentración. El sábado a la noche les pedí que soñaran con el triunfo ante Racing. La fe del plantel era enorme al bajar a la cancha. Cuando llegó el silbato final me abracé con Delem… con todos. Viví con ellos, gracias a su esfuerzo, una de las satisfacciones más grandes de mi vida. No le exagero nada… pocas veces me emocioné tanto.

El debut como DT de River al que se refiere Angelito fue el 22 de septiembre ante Racing en Avellaneda y River se impuso por 2-1 con dos goles de Luis Artime, que estaba en llamas: venía de ser el goleador del campeonato en 1962 y repetiría en 1963.

“Aquí estoy, no me fui nunca”, fue la frase de Labruna con que la revista River tituló su edición del 3 de octubre. “Hoy nuevamente Labruna está en River. Para muchos llegó en un momento difícil. No importa, o por lo menos a nosotros no nos importa, lo que interesa es que está. Dijo sí: se jugó en cuanto River necesitó de sus servicios”, arrancaba la postura editorial, dando un panorama. Y luego Labruna respondía las preguntas.

—Esta vuelta mía fue una de las alegrías más grandes de mi vida. Usted lo comprende, ¿no es cierto? Una vida entera dejando el alma, poniendo todo, sufriendo, penando y alegrándome con River. Terminé mi carrera profesional fuera del club. Fue cuando sentí lo que dejaba. Sí, ya sé, el jugador profesional es eso, jugador profesional. Pero mi caso es distinto… eran muchos años con la banda.

—¿Sintió el cambio cuando se fue de River?

—Bárbaramente. A mí me pagaban. Además, tenía un prestigio, un nombre y una trayectoria que defender. Ponía todo de mí para hacer las cosas bien. Pero me faltaba algo, me faltaba River.

—¿Cómo encontró el equipo?

—Bueno… mire, la cosa era entrarles fácil a los jugadores. Logré que ellos se sinceraran conmigo. En la primera reunión que tuvimos les pedí que hablaran claro, sin miedo, que fueran sinceros con ellos mismos. Era la única manera. Lo hicieron. Fueron aclarándome los problemas que tenían.

—¿Y usted cómo los enfocó?

—Me di cuenta de inmediato de que había que levantarles la moral. Lo primero que procuré fue quitarles de la cabeza que Racing era un “cuco”. Yo lo había visto con Independiente, y sabía que eso era una aureola creada por el cuatro a cero. Más, les dije que el mejor colaborador que Racing tuvo para ganar ese partido fue el mismo Independiente.

—¿Cómo reaccionaron los jugadores ante esta afirmación?

—Como esperaba: ganaron en confianza enormemente. Ya estaba el primer paso dado. El sábado en la concentración hablamos cerca de dos horas del partido. Pedí que salieran a trabajar firme, quería que se le taparan todos los espacios a Racing.

—¿Salir de lo que venía haciendo últimamente?

—Mire, yo a River lo vi poco este año. Pero pienso que, en cualquier circunstancia, con cualquier equipo, además de jugar hay que luchar. Hoy, principalmente, transpirar la camiseta. Apretar los dientes y no entregarse nunca, hacer sentir al rival la pierna nuestra, nuestra fuerza.

—¿Las cosas salieron como usted esperaba?

—Exacto. Los muchachos pelearon con todo, lucharon todo el partido. Hay una cosa lógica, si usted tiene calidad y anda mal, luche, luche siempre, pelee y entonces las cosas le van a salir bien.

—¿Cómo ve el futuro de River?

—Siguiendo en la línea impuesta frente a Racing, óptimo. Yo quiero fundamentalmente un patrón de juego. Sin eso no hay equipo. Se trabajará con planes, se hablará, se discutirá, iremos a la pizarra para analizar los partidos cuantas veces sea preciso, pero también el jugador tendrá que poner lo suyo. El hombre dentro de la cancha debe resolver por su cuenta, utilizar su criterio. Todos estamos en esta empresa, dirigentes, técnicos, jugadores, simpatizantes, hinchas, y la revista River.

En sus palabras iniciales como entrenador, iba delineándose el perfil de Angelito. Destacaba la importancia de que el jugador hablara de frente, se mostraba como un gran irradiador de confianza, pedía entrega a sus hombres, nombraba la palabra “pizarra” y le pedía a la Revista que se subiera al bondi. La comprometía a que tirara para adelante junto al resto de los integrantes de la comunidad riverplatense.

Frustración

Tras el debut triunfal ante Racing, se sucedieron dos empates con sabor amargo: 2-2 contra Atlanta, en el Monumental, luego de ir ganando 2-0 y 1-1 con Huracán en Parque Patricios, también luego de ir ganando 1-0, y sufriendo la igualdad a cinco minutos del final. Así se expresaba el DT en la revista River del 17 de octubre, luego de esos dos empates, admitiendo cierta preocupación por la ansiedad que notaba en el plantel… que apenas iba por cinco años sin títulos. Ya sabemos que la cuenta no paró hasta llegar a 18.

“Les creó a todos los hombres la necesidad de ganar, la desesperación de ganar —analizaba Angelito—, y esa misma desesperación les hace fallar en lo que generalmente no fallarían. Artime erró el otro día un gol imposible por el mismo deseo enorme de hacerlo. Otro día, sin esa desesperación, la parará, la pisará, amagará a un costado, y la colocará en otro. Delem, que el año pasado hacía goles todos los domingos, este año no podía colocar una pelota en el arco. Sobre eso conversamos con él. ‘¿Sabe cuántas veces me ha pasado lo mismo en toda mi carrera?’, le dije. Infinidad de veces en los 22 años de Primera. Cuando me ocurría y no podía meter una pelota donde yo quería, entonces veía el arco, apuntaba a la panza del arquero y tiraba con todo… al bulto. La metía en los ángulos. Después, recuperada la confianza, seguía como antes. Usted tiene que hacer lo mismo’. Y el domingo hizo un golazo, dándole con todo”.

La entrevista se realizó en la parte alta de su gomería. Labruna todavía no se había desprendido de los negocios, mientras intentaba certificar su verdadera vocación.

—Para distraerlos, para sacarles esa desesperación de ganar, les hablé los otros días, cambié la costumbre del miércoles de fútbol, en el entrenamiento. Ese día les pregunté: “Usted, Varacka, ¿de qué quiere jugar? ¿De wing?”. Y se fue de wing izquierdo. “¿Usted, Delem? ¿De cinco?”. Jugó de cinco. Así todos. Onega de back, Carrizo adelante, en fin, como quisieron. Se movieron todos en muy buena forma, liberados, sueltos, cómodos. Jugaron con la Tercera y creo que Carrizo hizo tres goles. Lo importante era sacarlos de lo de siempre y de ese clima que les señalo. Ganaron en confianza y en optimismo, y en ese terreno creo que hemos mejorado mucho. Las palabras del presidente en la comida de la otra noche ayudaron también, porque el señor Liberti les habló muy bien, dándoles un voto amplio de confianza.

—En otro orden de cosas, Ángel, ¿cómo te sentís como director técnico? ¿Hubo problemas de autoridad?

—Ningún problema. Todo va sobre rieles. Conversamos, cambiamos ideas y trabajamos. Mis órdenes se cumplen, y así lo adelanté de entrada: mientras se sigan mis instrucciones, el único responsable soy yo. Cuando alguien no la siga, el responsable en la parte que le toca será él, y deberá aguantar lo que venga. Por otro lado, yo no entiendo la autoridad del DT como algo cerrado, que le impide hablar con nadie, y creyendo que su palabra es ley, es la única verdad. Se tiene que conversar, con jugadores, con dirigentes… Claro que yo llevo mi propia convicción, pero escucho. Así concibo la autoridad del director técnico.

Esa impronta dialoguista con el jugador sería un sello distintivo en la carrera de Labruna como DT. En esa misma nota, en un recuadro titulado “Como en 1939”, Angelito comparaba la dificultad del desafío asumido hacía un par de semanas con el que le había tocado afrontar cuando debió reemplazar a José Manuel Moreno en la Primera de River: “Me llamaron y me dijeron que sería el director técnico en reemplazo de Minella, y con Zubeldía como asesor y Geronazzo de veedor. Al día siguiente Zubeldía dijo que lo había pensado bien y que no podía aceptar. Quedé yo solo. Me preguntaron si quería hacerme cargo en esas condiciones y contesté: ‘Por supuesto’. ¿Cómo no iba a aceptar? Me gusta jugarme. Me gustan las bravas. Este era un fierro caliente. Pero así me gustan. Claro que prefiero las fáciles, pero no les escapo a las otras. Acepté. Y todo fue como en 1939, cuando me dijeron que tenía que reemplazar a Moreno en la Primera. ¡Nada menos que a Moreno! La historia se repitió, con la única diferencia de que en 1939 aquella noche no dormí. Y esta vez sí. Hay más experiencia. Pero también me jugué, como en 1939”.

El periodista cerró la apreciación de Labruna con el uso de un vocabulario que se adelantó en el tiempo, cuando nadie sabía que 40 años después asomaría su silueta un tal Caruso Lombardi. “No hay alarde en sus palabras —interpretaba el periodista de la revista River—. No hay ínfulas. Lo dice con naturalidad, con sencillez, con espíritu de evocación. No hay humo”. Genial. Década del 60. Está todo inventado.

¿Cómo terminó aquel campeonato de 1963? Ya sabemos que River no lo ganó. Contamos que el debut había sido con victoria por 2-1 sobre Racing y luego se sucedieron los empates 2-2 con Atlanta y 1-1 con Huracán. Continuó con un 0-0 ante Vélez en Núñez (con arbitraje de Nai Foino, el que no penó el adelantamiento de Roma con Delem, y que en esta ocasión expulsó a Ramos Delgado a los 60 minutos), 1-0 a Banfield en el sur (gol de Artime), 3-0 a Gimnasia en el Monumental (dos de Artime) y el 10 de noviembre en Avellaneda se produjo una acción clave. River visitaba a Independiente, escolta a dos puntos. El empate mantenía a River con dos puntos de ventaja y dos fechas por jugarse. Pero Mario Rodríguez puso en ventaja al Rojo a los 65’, dos minutos después se retiró lesionado Artime con fractura de tobillo (Hacha Brava Navarro no tenía el apodo puesto en vano), enseguida empató Ermindo Onega y a los 73’ otra vez Mario Rodríguez convirtió para establecer el 2-1 definitivo. Conclusión: el Rojo alcanzó a River en la punta y Labruna perdió a su goleador infalible para las dos fechas finales del campeonato.

En la jornada siguiente, River cayó 1-0 en el Monumental con Boca (gol de Sanfilippo), en un partido que le dejaría una gran enseñanza a Labruna de cara al futuro (lo contamos enseguida) y el Rojo se impuso por 3-0 a Argentinos Juniors y se escapó dos puntos. Y aunque en el cierre River le ganó 3-2 al Bicho no fue suficiente porque el Rojo ¡venció 9-1 a San Lorenzo! Sí: 9 a 1. Se trató de un partido con condimentos únicos y que ocupa un lugar de privilegio en la galería de sucesos bochornosos de nuestro fútbol: San Lorenzo ganaba 1-0, los rudos defensores del Rojo mandaron al Bambino Veira a la enfermería con sus patadas, luego al Oveja Telch, y ante otras injusticias del árbitro Manuel Velarde, los hombres del Ciclón hicieron huelga de piernas caídas. Es decir: se dejaron golear y hasta se metieron un gol en contra desde mitad de cancha. Independiente fue el campeón, River terminó 2°, a dos puntos del Rojo. Y Artime, que fue privado de jugar los dos últimos partidos y medio, terminó como goleador del torneo con 25 goles en 23 presentaciones.

Para Angelito fue la primera gran frustración como DT en el equipo que tanto amaba. Todavía viviría varias más antes de ponerle fin a la noche interminable, pero antes de cerrar este capítulo vale detenerse en dos hechos más ocurridos en este breve ciclo de 1963. El primero está relacionado con aquel superclásico perdido ante Boca por 1-0. Luego de caer en Avellaneda, la Comisión Directiva presionó al DT para que sacara del equipo a Martín Pando y a Delem… y Angelito accedió. Los reemplazó con Pedro Roberto Ornad y con Galdino Luraschi. Fue un error que lo marcó. Lo confesó él mismo unos años después en charla con el Veco, en la edición de El Gráfico del 11 de febrero de 1969. “Allá en el 63 pagué derecho de piso. No acepto que se meta nadie, porque quiero triunfar o perder con la mía, para no tener remordimiento”, enunciaba Labruna, para luego entrar en detalles sobre aquel partido con Boca: “Yo sostenía que jugaran Pando y Delem, pero me hablaron tanto que aflojé. La insistencia me doblegó en el viaje hasta el estadio y acepté que jugaran Ornad y Luraschi. ¿Qué pasó? Que nos ganó Boca 1 a 0 y me dieron puerta libre a las pocas semanas. Una tarde le pedí a mi señora que me diera una trompada bien fuerte en la cara, porque me merecía el golpe, porque había perdido sin jugarme la mía, lo que yo sentía, y juré que nunca más me iba a pasar. Empecé de vuelta en Defensores de Belgrano y más tarde en Platense, con aquella condición fundamental que había tirado a la marchanta en River: el equipo lo hago yo. Cuando Tamborini vino a verme el año pasado para que volviera al club le aclaré bien el punto: no acepto ninguna sugerencia en cuanto a la formación del equipo y seré el único responsable. Me dieron los nombres de dos preparadores físicos y los rechacé, señalando que si no trabajaba con Torrecillas se buscaran otro director técnico. Salí con la mía, me jugué la mía”. En el cierre, Angelito se refería a las condiciones que puso para su segundo ciclo como DT de River (1968-70) que estaba atravesando en ese momento.

Dirigir a Menotti

El campeonato finalizó el 24 de noviembre, pero a River le quedaban por disputar tres amistosos antes de bajarle el telón al año. Y en los tres, el que se sentó en el banco fue Labruna. De atrás para adelante: el 18 de diciembre perdió 1-0 con Nacional en el estadio Centenario de Montevideo, el 15 de diciembre igualó 4-4 con Belgrano en Córdoba y el plato fuerte se dio el 27 de noviembre: del otro lado lo esperaba la poderosa Juventus en el Estadio Olímpico de Turín, en un amistoso para recaudar fondos por los damnificados en la inundación del Valle del Piave. Para ese partido, River contó con dos refuerzos provenientes de Rosario Central: César Luis Menotti y Enrique “Nene” Fernández. Para la Juve jugó Enrique Omar Sívori, crack del semillero riverplatense y excompañero de Angelito. River formó así: Amadeo Carrizo; Echegaray y Ramos Delgado; Sainz, Cap (Eladio Rojas), Varacka; Ermindo Onega (Juárez), Enrique Fernández (Ornad), Menotti, Delem y Roberto. Menotti abrió la cuenta para River de tiro libre a los 12 minutos y la Juve lo dio vuelta en el segundo tiempo con goles de Del Sol y Nené.

“River tenía lesionados a un par de jugadores, creo que a Pando y Artime, así que se comunicaron con la gente de Central para ver si podíamos ir el Nene Fernández y yo, y a mí también me llamó Labruna a Rosario para preguntarme si tenía ganas de ir. Nunca había charlado con Ángel. Sí lo había visto jugar en la cancha de Central, en los equipazos que tenía River en la década del 50. Eran una maravilla”, recuerda Menotti hoy, a los 83 años. El Flaco había convertido el único gol con que Central le ganó 1-0 a River el 1° de septiembre de ese año, dos fechas antes de que Labruna tomara las riendas del equipo por la renuncia de Minella.

“Hicimos un par de prácticas en la cancha de River, yo tenía buena relación con los muchachos —continúa Menotti—. En esas prácticas, Ángel me llamó para patear penales, y era una cosa impresionante cómo el tipo le pegaba con las dos piernas, como si tuviera 20 años, con borde externo, para adentro… le pegaba como los dioses. No me acuerdo si usaba botines o zapatillas, pero sí que todas las pelotas iban a 10 centímetros del palo, a 10 centímetros del lado de adentro. Amadeo no llegaba ni a moverse y nosotros lo cargábamos”.

Respecto al partido con la Juve, Menotti mantiene un recuerdo claro: “Tuvo una gran repercusión en Argentina y Europa, porque el rival era Juventus, y porque estaba Sívori, que era como Maradona, una figura impresionante ya en esos años. Y porque se enfrentaban los dos equipos en los que había jugado el Cabezón. El partido lo ganábamos 1-0, y en un momento Sívori se puso a gritarle al entrenador que hiciera entrar a Del Sol. El Cabezón no quería perder y terminaron dándolo vuelta. De mi gol me acuerdo como si lo hubiese metido ayer: un tiro libre a un metro de la medialuna, estaba lloviendo, hice una montañita, Delem me miraba y me preguntó si quería que la tocara. Le contesté que no, habían puesto a solo dos en la barrera y terminó adentro. Después del partido, Liberti me dijo que me iban a comprar, que me quedara tranquilo. Al final no se dio, el que pasó a River fue el Nene Fernández y yo terminé firmando para Racing”.

¿Cómo era Labruna? ¿Qué retrato puede hacernos el DT campeón del mundo en 1978? “Ángel era una persona cálida, sencilla en el trato —grafica Menotti—. Era atorrante, tenía calle, barrio, se crio con La Máquina de River, con todos esos monstruos, y esas son experiencias fuertes. Después, cuando yo fui entrenador de la selección y él dirigía a River, mantuvimos una relación cordial, incluso lo invité a comer a la concentración de José C. Paz. Ángel tenía una picardía bárbara. Nunca lo vi entrenar, salvo para aquel partido con la Juventus, pero era inteligente, sabía elegir jugadores. Tenía muy buen ojo, elegía a los que jugaban bien. Y a donde fue, sus equipos jugaron bien. Armó equipos, les dio coraje. Tenía muy buena relación con los futbolistas. Y cuando vino la época de inventar cualquier cosa y subirse la montaña, priorizó siempre los buenos jugadores. Si era de gran técnica y jugaba bien al fútbol, por lo general a Labruna no se le escapaba. Siempre apostaba a su juego. Y por supuesto viví con toda la alegría del mundo el título que le dio a Central en el 71, el primero de la historia, porque yo nací ahí y soy hincha de Central”.

Aprendizaje

Al finalizar aquel 1963, se terminó también esta primera etapa de Labruna como DT de River. Lo sucedió Renato Cesarini. Esta experiencia fue el bautismo de Angelito como entrenador en la categoría superior. Y le dejó enseñanzas. Alguna, como “morir” con la propia sin dejarse influir por los dirigentes, ya fue expresada. Los años le terminaron de sedimentar conclusiones de aquella vivencia. “No haber salido campeones me dolió mucho, pero yo había agarrado un equipo con la moral por el suelo y no me dieron tiempo para trabajar. Me consuela saber que no estuve errado. Los técnicos que me sucedieron tampoco lograron el título”, señalaba Angelito en noviembre de 1966 en El Gráfico.

“Cuando River me reemplazó por Cesarini, la razón que me dieron fue ridícula. Me explicaron que yo no podía ser DT porque algunos jugadores del plantel habían sido compañeros míos. Yo sé que para mucha gente habré dejado una sensación de fracaso, pero créame que para mí no es así. Yo me hice cargo cuando River era un fierro caliente que nadie quería agarrar”, se descargaba el 25 de abril de 1967, en El Gráfico, como DT de Platense en la A. Y agregaba la decepción que sintió al ser cesado: “Le confieso que no imaginaba ser relevado. Tan es así que ya pensaba en el equipo del 64. Hasta confeccioné un informe donde puntualizaba las fallas, las zonas débiles y la nómina de los jugadores que debían quedarse y los que necesitaban ser reemplazados. Pero tuve que irme a trabajar a Defensores de Belgrano como un fracasado. ¿Y qué pasó después? Lo mismo de antes. Otros dos campeonatos perdidos a causa de los mismos males de entonces. Los mismos que yo había señalado en el informe”.

Algo similar había manifestado en El Gráfico, en la nota compartida con Pipo Rossi en el restaurante de Defensores unos meses antes, en octubre de 1966.

—Ángel, ¿y ese campeonato del 63?

—¡Qué amargura fue esa! Me daba la cabeza contra la pared de mi casa. Pero el tiempo me dio la razón. Toda la culpa cayó sobre mí y salí de la institución. Yo cambié esos jugadores contra Boca, está bien, me hago responsable. Pero de ahí a perder el campeonato… noooo. Antes hacía varios años que no se salía campeón. Y después de eso pasó el 64, el 65 y lo que va del 66. ¿Y? No pasó nada. Entonces, ¿por qué todos esos agravios contra mí? ¡Todos los trastornos que sufrí! No tengo que hablar porque no estoy en el club y me mantengo al margen. Ahora lo reconozco: pagué el derecho de piso. Yo agarré un fierro caliente, quemaba por todos lados, nadie lo quería agarrar. No era el dueño absoluto del plantel.

—¿Y cómo sos absoluto?

—Ahhhh, ¿sabés cómo sos el dueño absoluto? Tal vez no cobrando nada. Ningún sueldo. O no necesitando. Entonces, cuando te quieren manosear, decís: “¡Adiós, señores, que les vaya bien!”. Ahora soy el dueño absoluto de Defensores. Y entonces, a veces, me parece que tengo que agradecer los malos momentos pasados, porque son experiencia. ¡Hay casa cosa! Un club va bien y no aparece un director técnico ni para ver los partidos. Pero en cuanto va mal, aparecen los tipos haciendo cola. Lo vi en AFA, Flaco, es vergonzoso. Todos los días siete u ocho tipos haciendo antesala ahí. Lo mismo ahora, la Asociación de técnicos, con la designación del que va a dirigir al seleccionado. Yo me enteré por los diarios. Porque no cursaron ninguna invitación… y yo hace dos años que estoy actuando y soy socio.

Se ve que ya era usual en esos tiempos que los entrenadores se serrucharan el piso unos a otros. Y está claro, por esta declaración de principios, que Angelito comprendía cómo se movía el mundo del fútbol y comenzaba a generar sus propios anticuerpos.