Los cuentos de

Juanita

Campana

Buitrago, Fanny, 1946-

Juanita campana / Fanny Buitrago ; ilustración Jaime Troncoso. -- Bogotá : Panamericana Editorial, 2018.

92 páginas : ilustraciones ; 21 cm.

ISBN 978-958-30-5766-3

1. Cuentos infantiles colombianos 2. Historias de aventuras - Cuentos infantiles. I. Troncoso, Jaime, ilustrador. II. Tít.

I863.6 cd 22 ed.

A1608705

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Los cuentos de

Juanita

Campana

Fanny Buitrago

Ilustraciones Jaime Troncoso

Para Isabel Lucía Bryon, Atanasio, Sonia,

Antonia y Silvana Obregón, Nicolás Tomé,

Martín y Lucía Zapata,

Iara Pachón, Nicolás y Sofía Parra.

Como siempre, a Mariana y Daniel Sánchez,

Laura y María Piñeros, Alejandro Villa.

Con amor y rosas azules.

Contenido

Te voy a contar9

Helado de moras para Juanita Campana17

Viva el gol… ¡El gooooollll!29

El pacto35

Un asunto terrorífico39

Juanita busca a Paco53

La puerta mágica61

La biblioteca de Simbad el Marino75

Juanita se disfraza de Juanita83

Te voy a contar

acerca de papá, mamá, Juanita y yo

Hace cuatro años que papá, mamá y yo vivimos en una casa nueva y en una calle bordeada de árboles, eucaliptos de jardín, rodamontes y siete colores. Hay un carbonero de flores rosadas, al que visitan los colibríes, dos frondosos magnolios y un cerezo.

Nuestra calle es la favorita de la lluvia, el arco iris y los copetones. En ella las personas adultas sa-len temprano y en automóvil a trabajar o llevar a sus niños al colegio, otros caminan deprisa a buscar transporte. A dos cuadras tenemos una avenida, con almacenes y supermercados, una fotocopiado-ra y un café Internet y una estación de autobuses.

Me gusta entrar al colegio de la mano de mamá. Allí me enseñan profesores que hablan despacio, no gritan y no pelan los dientes, me dejan dibu-jar en el tiempo libre. Cuando sea grande también

quiero ser joyero, igual que papá, hacer flores y tré-boles, pirámides y delfines de oro y de plata. Ante todo balsas de oro, como hacían los habitantes de la fabulosa ciudad de El Dorado.

Los sábados en la tarde voy al parque con mamá. Mientras ella lee en una banca, yo juego al fútbol con otros niños o hablo con Juanita, mi mejor ami-ga: ella tiene rizos castaños y brillantes, ojos color de moras bien maduras, nariz respingada. Es una niña que no vive a toda hora con la oreja prendida al teléfono celular, ni con los ojos en una pantalla: sea tableta, computador o TV, ella prefiere mirar el cielo, conocer el nombre de los árboles y de las es-trellas, descifrar el movimiento de las nubes, dibu-jar y colorear las montañas. Su voz y su risa son tan claras y alegres que a veces suenan en cosquillas y notas de piano o dulzaina, todos le decimos Juanita Campana.

Cuando Juanita cuenta sus historias me siento feliz, trato de no interrumpir, no digo ni fu ni fa ni jota. Todavía se me dificulta hablar con mis com-pañeros de clase, responder las preguntas del pro-fesor. Juanita dice que tengo que soltar la lengua, pues demasiado silencio es tan antipático como el exceso de ruido. Me dice ¡arriba y ánimo!, que pa-tatín y patatán. ¡Adelante, vamos bien!, hay que estudiar. También perderle el miedo a leer, a escri-bir, no todo es patear un balón o correr en patineta o mirar la televisión o chatear en el computador.

Antes, antes yo no tenía una mejor amiga. Vi-vía con otros niños en una casa grande con monto-nes de camas en el dormitorio y mesas largas, muy largas, en el comedor. Lo mejor era el desayuno, con pan y café, a veces huevo o mantequilla. Las señoras con caras y voces de mamás nos querían y cuidaban a todos por igual, pero no eran mi ma-de verdad-verdad. Una de ellas, que tenía rostro simpático y ojos sonrientes, lloraría y lloraría, pero también se alegraría muchísimo, cuando mis papás me eligieron, amaron y adoptaron, quisieron que yo fuera su hijo.

No llegué a mi casa de pañales, sino con zapa-tos y medias nuevos, cuando tenía unos dos años y medio, casi tres, y todos en la casa-hogar me decían por un nombre nada más, puesto que tenía un ape-llido prestado, como todos los demás.

En mi nueva casa, que es pequeña comparada con la otra, he crecido y voy a cumplir siete años. Ahora nadie me mira al pasar, como a un niño en fila con otros niños. Soy yo quien va de visita a la casa grande a regalar a otros pequeños muchos dul-ces, cariño y alegría.

Siento que a papá y a mamá los amo desde siempre, desde que vine al mundo.

Ahora tengo primos, tíos y abuelos, juego con los otros niños de la cuadra.

A menudo, en compañía de mamá y de Juanita, vamos en autobús a la gran biblioteca del centro de

la ciudad, que tiene el nombre de un gran señor, la Luis Ángel Arango, situada en ese barrio de casas pintadas de blanco, azul añil, rosado perla, ama-rillo, puertas y techos con otros colores brillantes. Se llama La Candelaria.

En la biblioteca me presento con mi propia tarje-ta. Juanita Campana, para quien lo mejor de la vida es leer, tiene la suya. Después de consultar compu-tadores en una sala gigantesca y llena de gente, ins-cribir nuestros nombres, escoger los libros y pedirlos prestados, salimos a tomar helados, a pasear junto a las cintas de agua del eje ambiental de nuestra capi-tal, que es la de Colombia y se llama Bogotá.

Juanita, además de narrar, es capaz de escuchar. Charlar y reír le gusta más que navegar por Internet y que los juegos de video. Así que, un día, le conté con puntos, comas y señales una historia: de cuan-do tuve una fiebre muy alta y me llevaron de urgen-cia a la clínica: mamá me regaló su sangre y la unió a la mía. Entre sueños escuchaba llorar y rogar a papá, sentía mis manos entre sus enormes manos, con mis labios hinchados le recibía agua fresca a cucharadas. También la voz de mi amiga Juanita, que rodaba por el aire contándome cuentos y cuen-tos. Cuando desperté, alegre en medio de la luz, y pasaron los días, me obsequiaron una bicicleta y a Juanita un oso casi tan alto como ella.

De nuevo en casa, en una tarde soleada, papá y mamá me invitaron a una fiesta sorpresa, con