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Edición en formato digital: noviembre de 2014

Título original: Über die Verbesserung der guten Nachricht. Nietzsches fünftes »Evangelium«. Rede zum 100. Todestag von Friedrich Nietzsche, gehalten in Weimar am 25. August 2000

Colección dirigida por Ignacio Gómez de Liaño

© Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main 2001

© De la traducción, Germán Cano, 2005

© Ediciones Siruela, S. A., 2005, 2014

c/ Almagro 25, ppal. dcha.

28010 Madrid

Diseño de cubierta: Ediciones Siruela

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN: 978-84-16280-27-8

Conversión a formato digital: www.elpoetaediciondigital.com

www.siruela.com

Índice

SOBRE LA MEJORA DE LA BUENA NUEVA

I. Redacciones evangélicas

II. «El quinto»

III. Esponsorización total

IV. De soles y hombres

Notas

Notas

IV

De soles y hombres

Cuando hoy, cien años después de la muerte de Nietzsche, regresamos a este autor para autores y no-autores y tratamos de comprender su situación dentro de su tiempo, no tardamos en darnos cuenta de que Nietzsche –a pesar de todas sus pretensiones de originalidad, a pesar de su orgullo de ser un pionero en las cosas realmente esenciales– también ha sido en no pocos aspectos un médium privilegiado para desarrollar y ejecutar unas tendencias que, sin su persona, de una manera u otra, se habrían abierto camino igualmente. En realidad, su contribución consiste en que él supo transformar ese momento azaroso llamado Friedrich Nietzsche en un acontecimiento de igual nombre, entendiendo por «acontecimiento» la potenciación de lo azaroso y fortuito al rango de destino. Cabe hablar de «destino» cuando lo que ha de irrumpir de todos modos es acelerado por un creador, que a la vez se apropia de ello y lo liga a su propio nombre. En este sentido puede decirse que Nietzsche es un destino o, como hoy se diría, un diseñador de tendencias. La tendencia que él encarnó y dio forma no es otra que la corriente individualista, que desde las revoluciones industriales y sus proyecciones culturales en el Romanticismo penetró irresistiblemente en su día en la sociedad civil y desde entonces no ha cesado de penetrarla. Hablamos aquí de individualismo no en el sentido de una corriente fortuita o meramente contingente dentro del ámbito de la historia de las mentalidades, sino más bien de un corte antropológico a la luz del cual sólo puede nacer un tipo humano inmerso en los medios de comunicación y de descarga suficientes como para individualizarse frente a sus «condicionamientos sociales». En el individualismo se pone de manifiesto la tercera insularización poshistórica del «hombre» (después de que la primera, la prehistórica, hubiera conducido a su emancipación de la Naturaleza y de que la segunda desembocara en el «dominio del hombre por el hombre»)36. De hecho, el individualismo no cesa de establecer alianzas inestables y cambiantes con todo lo que conforma el mundo moderno: con el progreso y la reacción, con los programas políticos de la izquierda y la derecha, con las motivaciones y principios nacionales y transnacionales, con proyectos masculinos, femeninos e infantiles, con sensibilidades tecnocráticas o tecnofóbicas, con morales ascéticas o hedonistas, con teorías y conceptos artísticos vanguardistas o conservadores, con terapias analíticas o catárticas, con estilos de vida deportivos o sedentarios, con tendencias activas a la producción o contrarias al desarrollo económico desenfrenado, con la fe en el éxito y con la incredulidad ante él, con formas de vida todavía cristianas o ya no cristianas, con ampliaciones ecuménicas o clausuras localistas, con éticas humanistas o poshumanistas, con ese Yo [Ich] que ha de acompañar a todas mis representaciones o con esa identidad disuelta que sólo existe ya como sala de espejos de sus propias máscaras. El individualismo tiene la capacidad de trabar vínculos con todo tipo de posiciones, y Nietzsche es su diseñador, su profeta.

La pretensión nietzscheana de ser un artista y mucho más que un artista tiene su razón de ser en su concepto radicalmente moderno de éxito: en él no trata sólo de lanzar sus obras al mercado de la actualidad, sino, antes bien, de crearse él mismo una especie de corriente de mercado que, en virtud de un desplazamiento, termine conduciendo esa obra al éxito. A raíz de este movimiento, Nietzsche desbroza el camino a todas esas estrategias de la vanguardia que tan bien ha sabido describir Boris Groys en su obra ya clásica Gesamtkunstwerk Stalin [Stalin como obra de arte total]. Quien aspira a convertirse en el líder conductor del mercado, tiene necesariamente antes que confirmarse como un creador de mercado, y si quiere alcanzar el éxito en la creación de este mercado, tiene que anticipar e incentivar lo que las mayorías elegirán cuando se den cuenta de que pueden querer. Nietzsche había comprendido que el irresistible fenómeno dominante que iba a surgir en la inminente cultura del mañana sería la necesidad de distinguirse de la masa. No tardó mucho tiempo en darse cuenta de que la materia con la que se forjaría el futuro habría que encontrarla en la exigencia individualista de ser distinto y mejor que los demás... precisamente como todos los demás. Si observamos este asunto desde el punto de vista de la teoría de los sistemas y de la psicología, podemos decir que el asunto del siglo XX es la autorreferencialidad. Sólo que los sistemas autorreferenciales son también sistemas autológicos y autoeulógicos. En virtud de este conocimiento el autor Nietzsche sigue siendo el precursor de la teoría contemporánea. A partir de esta comprensión o, mejor dicho, a partir de esta intuición, él pudo crear en el transcurso de su propia vida las condiciones de su doble éxito póstumo: él inscribió su nombre en la lista de los autores clásicos que toda cultura iba a transmitir como puntos de referencia de consenso y crítica; esto es precisamente lo que él mismo describía como su necesidad saciada de inmortalidad; pero, paralelamente, sobre todo a través del rodeo de sus primeros intérpretes e intermediarios, él impuso su nombre como etiqueta de un producto espiritual exitoso, de una droga literaria lifestyle o way oflife superior, el diseño nietzscheano del individualismo: «¡Nosotros, los espíritus libres!», «¡nosotros, los que vivimos peligrosamente!». Cuando el autor se identifica como un autor, no tarda en surgir la melodía autoeulógica; cuando el creador de mercado lanza una marca, no tarda en surgir el anuncio publicitario. Nietzsche ha liberado el lenguaje moderno al fusionar la eulógica con la publicidad. Sólo necio, sólo poeta..., sólo publicista. Únicamente a través de esta conexión puede comprenderse cómo fue posible que el defensor más firme de la alta cultura influyera tanto en el ámbito de la cultura de masas. No puede dudarse de que el segundo éxito de Nietzsche, su poderosa seducción como marca o como ethos o actitud en el terreno individualista, constituye de lejos su efecto más poderoso y encierra también sus posibilidades de futuro más relevantes. Y es precisamente porque la marca literaria life style nietzscheana, antes incluso que el nombre del autor, sigue suscitando aún un poder de atracción casi irresistible, por lo que pudo en el último tercio del siglo XX, cuando irrumpió la coyuntura ilustrativamente individualista posterior al mayo del 68, reponerse de los asaltos sufridos por las copias textuales realizadas por sus intérpretes fascistas. Resulta evidente que el autor Nietzsche, incluso en la triste situación en la que se encontraba la edición de su obra en esa época, era un fenómeno del todo inservible para el colectivismo nacionalsocialista, y que sólo la marca Nietzsche –y únicamente en casos muy raros y particulares– podía ofrecerse para sus múltiples reproducciones en las culturas pop nacionales. Para comprender este aspecto, hay que tener en cuenta que el modo de proceder fascista no es otra cosa que la introducción de los mecanismos «pop» y kitsch en el ámbito de la política. Como Clement Greenberg ya mostró en el año 1939 –a la vista de la situación crítica emergente–, el kitsch es el lenguaje universal de la cultura de masas triunfante; se apoya en la reproducción mecánica del éxito. El pop y el kitsch son, tanto desde un punto de vista cultural como político, comportamientos y mecanismos que buscan reducir todos los posibles caminos al gusto manifestado por las masas. De este modo se dan por satisfechos con copiar los éxitos para volver a triunfar una vez más con las copias de lo que ha logrado tener éxito. El éxito de la estrategia de Hitler como político pop y kitsch reside justamente en el hecho de que fue capaz de fusionar un nacionalismo-pop con un militarismo basado en el modelo del acontecimiento, canalizando así el narcisismo de las masas hacia la descarga más simple e inmediata. Aquí, las técnicas organizativas y sintéticas de la radiofonía y las liturgias paramilitares desempeñaron una función clave a cielo descubierto. Tanto en un caso como en el otro la población aprende que ha de convertirse en una nación y que debe escuchar la voz convenientemente azuzada de su yo proyectado. En este sentido cabe afirmar que todo fascismo es un efecto de redacción; es de antemano un fenómeno deutero-fascista, pues carece de un original; si lo secundario puede llegar a ser insurgente, es precisamente por la rebelión de la tijera: ella sabe siempre qué, para qué y cómo tiene que cortar. Desde un punto de vista energéticoready-madekitsch37ouvrehooliganismo–––38obligado39