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Índice

 

 

 

 

Portada

Introducción: El oficio que no cansa

Primera parte: Historias de la cultura

Un paseo por el Bucarest de Mircea Eliade

Lecciones y tragedia de los Donoso

Hablando de creatividad con Ferran Adrià

Museo Bodmer de Ginebra, el paraíso del bibliófilo

La americanización de la cultura española

Los gemelos prodigiosos

El conde de Miramar

Segunda parte: Barcelona ciudad abierta

¿Era culpable Ferrer Guardia?

El club de Isabel Llorach

Cenas, tertulias y conciertos

Cuando Tuset era una 'street'

El grupo literario que no llegó a existir

Míster Barcelona: un retrato de Lluís Permanyer

La ciudad de los libreros longevos

Apéndice

Agradecimientos

Procedencia de los textos

Sobre el autor

Créditos

Introducción

El oficio que no cansa

 

 

 

 

 

He tenido la inmensa suerte de poder dedicarme de forma continuada, desde hace treinta y seis años, al periodismo cultural. Haciendo información de calle, dedicado a la edición de mesa, o combinando ambas modalidades. Viajando a otros continentes, y también recibiendo a mis entrevistados en el hall de la redacción, para no perder tiempo –o no gastar dinero– en desplazamientos. Puntuando teletipos, cuando aún existían, y elaborando noticias breves, o coordinando suplementos literarios. En revistas ruinosas y solventes, en diarios pequeños y, desde hace ya un cuarto de siglo, en un rotativo de gran tirada. Nunca me he aburrido. Año tras año, no he dejado de aprender cosas, ni de conocer gente interesante. Francamente, nunca he echado de menos cultivar otras ramas del periodismo y, en cambio, a menudo pienso en todo lo que me queda por hacer en ésta. Soy consciente de que corren tiempos especialmente duros para la profesión, pero la noción de las posibilidades que sigue brindando, tanto en los contenidos como en los formatos, me supone un buen estímulo para seguir a pie de obra.

Hace casi diez años reuní, en un volumen que publicó Ediciones DeBolsillo, buena parte de mis Crónicas culturales aparecidas hasta entonces. Fue una antología extensa y disfruté elaborándola porque me permitió recapitular mi trabajo hasta el 2003 y, en buena medida, entenderlo yo mismo.

Una de las cosas que lamenté, al recapitular entonces, fue no haberme exigido más a menudo escribir –para prensa– textos sustancialmente largos, crónicas caudalosas, entrevistas dilatadas. No haber pergueñado un número más amplio de piezas de esas que requieren una buena exhalación de pulmón, y te dejan satisfecho porque no has dejado nada relevante en el tintero. Escritos que permiten –¡que exigen!– una estructuración similar a la que emplean los autores de relatos. Que te obligan a resolver cuestiones de ritmo, de personajes y de atmósfera, rozando la línea que analistas como Roberto Herrscher llaman del periodismo narrativo.

Tras la publicación de Crónicas culturales me prometí que intentaría abordar, al menos una vez al año, una crónica larga con estas características. Es un tipo de propuesta que por lo general resulta complicada de llevar a cabo dentro de las pautas de un diario, pero, afortunadamente, en La Vanguardia ha tenido cabida. Es más, autoobligarme de tanto en tanto a escribir largo para sus páginas ha constituido un buen contrapunto al trabajo de edición que conlleva el suplemento Cultura/s.

En este volumen he incluido las crónicas y los reportajes y perfiles biográficos amplios que prefiero de los publicados en los últimos años. Vinculados por el tono y la visión personal, cada uno intenta relatar una pequeña historia, sea con enfoque narrativo, panorámico o más bien sintético.

La primera parte recoge artículos de contexto internacional y español, de índole bastante heterogénea (literatura, pintura, gastronomía, televisión, mundo del libro, acción cultural en sentido amplio…). La segunda parte está centrada monográficamente en Barcelona, mi ciudad, que también es mi primera referencia de identidad (y supongo que mi auténtica patria). Incluye piezas a caballo entre la actualidad y la recuperación de momentos significativos y olvidados, y algunas presentan un deliberado tono coral con el que intento reflejar atmósferas de época, hasta cubrir de forma salteada la mayor parte del siglo XX. Cuando, de joven, estudiaba la carrera de Historia, siempre pensé que acabaría dedicándome a la historia cultural, y de una manera diferente a la que entonces imaginaba, creo que más o menos es lo que he acabado haciendo, buscando el punto en que periodismo e historia se tocan. En algunos casos estos textos conectan –y me temo que no por casualidad– con la base documental que utilicé para mis novelas Una heredera de Barcelona y Estaba en el aire. He procurado que en todos ellos hubiera alguna aportación informativa que justificara su selección, a excepción del dedicado a Ferrer Guardia, que es una reseña bibliográfica extensa.

En casi todas las crónicas recopiladas, el tema central es la forma en que se entrelazan la cultura y la vida, o puesto de otro modo, cómo el pasado bascula permanentemente sobre el presente y cómo, a través de la imaginación creadora (que diría José Antonio Marina) proyectamos nuevos futuros. He reelaborado o al menos retocado, respecto a su primera versión publicada, la mayoría de ellas. Las mejores son las que más se acercan al ideal de presentar equilibradamente la vivencia personal de una situación y los testimonios de personajes implicados, y a la vez sintetizar los conocimientos relacionados de una forma pasablemente amena. En ello radica para mí el súmmum del periodismo cultural. No es extraño por tanto que a menudo contengan elementos autobiográficos, o retraten ambientes en los que participé.

Hace poco el periodista argentino Leonardo Faccio me decía que sólo puede hacer buenos artículos a partir de obsesiones. Doy por hecho que no pocas de las mías aparecen plasmadas en estas páginas.

Primera parte

Historias de la cultura