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San Benito y el Management

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Antonio Pascual

San Benito y el Management

Gestión empresarial con valores benedictinos

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Título original: San Benito y el Management

© Antonio Pascual Picarín, 2011

ISBN:

Registro: 1205011561680

Primera edición:

Impreso por: Bubok

Impreso en España

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Para Haidé, mis hijos, mis padres y para
aquellos, amigos y enemigos, que me he ido
encontrando a lo largo del camino de la vida y
me han enseñado a seguir avanzando hasta hoy.

Índice

Introducción

La Regla de San Benito

Planteamiento de la obra

Contenido de la Santa Regla

La Paz Interior

La Felicidad Plena

Ética

Por una ética profesional

Innovación

El paradigma Virgin

Seleccionar adeptos brillantes

Contrata personal mediocre y dispondrás de una organización mediocre

Marketing en los albores del primer milenio

Trabajo y oración

El tipo del otro lado del espejo

La Escuela

Cuando percibimos el camino demasiado angosto

El inmenso valor de nada

El principio de Peter

La Humildad

La escalera de Jacob

El primer escalón de la humildad

El segundo escalón de la humildad

El tercer escalón de la humildad

El cuarto escalón de la humildad

El quinto escalón de la humildad

El sexto escalón de la humildad

El séptimo escalón de la humildad

El octavo escalón de la humildad

El noveno escalón de la humildad

El décimo escalón de la humildad

El undécimo escalón de la humildad

El duodécimo escalón de la humildad

Cómo conseguir la humildad necesaria

Los clásicos y la humildad

La humildad en la empresa moderna

La Obediencia

La obediencia según la Santa Regla, en el mundo empresarial y sus excepciones

Observancia de la obediencia: virtud moral y habilidad moral

La obediencia y el liderazgo

La falacia de la obediencia debida

Tipologías de obediencia

Obediencia institucional

Obediencia castrense o militar

Obediencia social

Obediencia orgánica

Obediencia religiosa

Obediencia jurídica

Obediencia subordinada

La desobediencia

Dificultades de la obediencia

Autoridad, legitimidad y poder

Autoridad Teórica

Autoridades concurrentes

La autoridad teórica en el contexto religioso

La autoridad teórica en el contexto empresarial

Autoridad Práctica, Autoridad Formal y Autoridad Moral

Autoridad práctica

Autoridad formal

Autoridad moral

Autoridad referente

El poder

El poder deslegitimado

Oposición al poder o la revolución por omisión

El poder en la Santa Regla

Empowerment (Empoderamiento)

Estructura y organización directiva

Abad frente a director

¿De dónde nace la autoridad?

Actuar con el ejemplo

Los dos principios básicos que deben regir a cualquier líder

Principio de Igualdad

Excepciones al Principio de Igualdad

Principio de no agravio comparativo

De la gestión y el buen gobierno de los recursos humanos puestos a su disposición

De su propia responsabilidad

De su adaptabilidad

De la caridad con aquellos que tienen menos tino

De la corrección en el trato con las personas bajo su responsabilidad

De la autorreflexión a partir de los errores ajenos como método para nuestra mejora continua y una adecuada y ajustada corrección de los demás

Del estímulo a la participación

De una participación ordenada

De sus prerrogativas y otras obligaciones en virtud de su cargo

Decanos frente a ejecutivos

Mejor la delegación en muchos que en uno sólo

Del orgullo, la vanidad y la soberbia adoptada a causa del cargo

Prior frente a subdirector

De la unidad de criterios

De la tentación de socavar la autoridad

Cuando el superior es, además, una autoridad referencial o, incluso, teórica

Consejo de los hermanos

Administrador frente a director financiero

Puntualidad en el cumplimiento de las obligaciones

Responsabilidad social corporativa

De la subordinación de sus funciones al interés general

Saber ser, saber estar

Presbíteros frente a expertos

A mayor conocimiento, mayor responsabilidad

Promocionar preferentemente los recursos internos

El perfil

¿Aptitud o Actitud?

El que… procede honradamente

La honradez laboral cotidiana

La honradez profesional

El que… practica la justicia

El que… tiene intenciones leales

El que… no calumnia

El que… no hace mal a su prójimo

El que… no difama a su vecino

La selección

Los valores que deben primar en el equipo

Los valores de San Benito

En el incumplimiento de las normas establecidas y de los valores requeridos

No levantar falso testimonio

Respetar a todos los hombres

¿Qué es el respeto?

Lo que no quieras que te hagan, no se lo hagas a otros

La ira y la iracundia

Gestionar la ira

No ceder ni por un instante a la iracundia

No ser hipócrita, decir lo que se siente, decir la verdad

No decir cosas que no se sientan

Decir la verdad con el corazón y con los labios

Ser siempre caritativos

Del origen de la palabra Caridad

Del amor a la caridad en las tres virtudes teologales

No retornar mal por mal, no ofender a nadie, estimar a los enemigos, no devolver injuria por injuria

No ofender a nadie; y, si te ofenden, sufrirlo con paciencia

Estimar a los enemigos

No devolver injuria por injuria; saber decir siempre una palabra buena

No ser orgulloso

No darse al vino (y otras cosas)

No ser perezoso

La pereza bíblica

No murmurar, no criticar

No ser criticón

Tener presente todos los días que se ha de morir

Estar atento continuamente a la responsabilidad de las propias acciones

Guardarse de pronunciar palabras torpes y/o maliciosas

Procurar no hablar mucho

Evitar la risa frecuente y ruidosa

No querer que le tengan por santo, sino serlo antes, de veras, para que puedan decirlo de verdad

No odiar a nadie

No sentir celos de nadie

No obrar por envidias

Agravios comparativos

Rehuir toda clase de disputas

El trabajo

La ociosidad

De la ayuda a los demás

El silencio

Fortalezas y debilidades

Todos podemos hacer de todo

Todos los trabajos son igual de importantes

Efectos de las relaciones

De la no interferencia

De la no intemperancia

Epílogo

Y una última consideración

Introducción

Hasta esta fecha nunca había sentido la necesidad de sentarme delante del ordenador a escribir, más bien recopilar y ordenar, ideas, conceptos y experiencias que, año tras año, voy explicando en mis clases a medianos y pequeños empresarios, nuevos emprendedores, ejecutivos, estudiantes e, incluso, personas que por diversas causas se encuentran desempleadas. Y no veía la utilidad de hacerlo por varias razones:

La primera y primordial, por el hecho en sí mismo de escribir un libro. Me resultaba una falta de humildad tratar de emular a pensadores que han sido capaces de redactar escritos magistrales sobre la materia que nos ocupa ahora mismo –el Management empresarial–, mucho más dignos de ser leídos que este estudio que he compuesto sólo para tratar de acercar mis enseñanzas a quienes acuden a mí, después de un curso, pidiéndome los apuntes y más información sobre el tema expuesto.

La segunda, que tiene mucho que ver con la anterior, es porque en las estanterías de las tiendas de libros compiten ejemplares de reputados autores mundiales, algunos pocos recomendados por mí, hay que decirlo, con sus portadas atractivas y relucientes en tanto sus lomos de papel acumulan polvo con el paso del tiempo mientras nadie los compra. Algunos interesados en la materia, menos de los deseados, acuden a recibir la información de primera mano en cualquier centro de formación empresarial. Se me antojan como aquellos que prefieren escuchar una interpretación musical en vivo en cualquier bar oscuro, con sabor a rancio y aroma a tabaco, antes que disfrutar de la comodidad que les ofrece un salón bien iluminado y con una atmósfera ajustada, en el que se escuche un CD que recopile la magistral interpretación de su propio autor. Valga aclarar que, de alguna manera, me identifico más con el intérprete del café que me atrevería a comparar con el autor consagrado. Otros, con mayor poder adquisitivo, optan por recurrir a prestigiosas escuelas de negocios en donde adquieren de primera mano la capacitación impartida por los grandes doctores del conocimiento empresarial.

Y la tercera, porque cuando el lector acabe con la última página de esta monografía, seguramente, mucho de lo explicado en ella habrá quedado obsoleto dada la velocidad a la que corre nuestro mundo. Como acostumbro a indicar a mis alumnos: disfruten del título obtenido hoy y, a continuación, ya pueden guardarlo a buen recaudo porque ese papel les garantiza el derecho a ejercer su profesión pero no les exime del deber de continuarse formando cada día, ya que los conocimientos adquiridos forman parte de su pasado y no de su presente, o lo que es lo mismo, ya puedes tirarlo a la papelera y ponte a estudiar donde lo dejaste.

Pero claro, la insistencia de los centros en los que he impartido la capacitación, para que les entregara un material adecuado, de una parte, y la vergüenza que me invade en muchas ocasiones al ofertarles solamente las transparencias que me sirven de base para impartirla, me ha llevado a decidirme a elaborar este estudio. Las transparencias están bien para cumplir su función pero no dejan de ser una herramienta recurrente para que los formadores como yo, limitados en memoria, sigamos un hilo argumental sin olvidar detalles que pudieran resultar de especial relevancia informativa. Más allá de eso, de bien poco ayudan a los alumnos.

No quieran ver, entonces, los que lean estas páginas, un tratado con afirmaciones y conceptos escritos sobre piedra, háganlo disfrutando de textos que se han redactado pensando que se escribían sobre la arena de una playa para facilitar las correcciones, los cambios. Tal vez, la única licencia que me haya permitido, fuera de la mayor de las ortodoxias ideológicas del Management, sea el anclaje que he buscado en la Orden Benedictina para explicar algunos aspectos de mi visión sobre este asunto tan apasionante. Confío en que los benedictinos, los expertos del Management y de la organización así como los profanos sean capaces de disculpar mi atrevimiento y se avengan a dirigirme sus escritos rectificando y aportando cuanto crean que de equivocado haya o falte, para que en próximas revisiones lo pueda mejorar y sirva, ciertamente, a los que comienzan a adentrarse en el mundo de la empresa igual que a aquellos que ya navegan por las difíciles aguas de los mercados globales.

La Regla de San Benito

¿Por qué la Regla de San Benito y no otra referencia? Estuve en la Abadía de Leyre una sola vez, también estuve en otros monasterios benedictinos con anterioridad, pero la sobriedad de las paredes de Leyre, el silencio de su entorno y su severa austeridad me cautivó. Tratando de que me permitieran acceder a su biblioteca –que no descarto conseguir algún día, con tiempo para deleitarme con sus incunables– encontré en la pequeña tienda del convento un pequeño libro de sencilla encuadernación: La Regla de San Benito, versionada por Dom Luis M. Pérez1. Tras la adquisición de esta humilde obra, que no llamaba mi atención más allá de la curiosidad por conocer cómo se hallaba reglamentada y organizada la propia orden antaño, vino su lectura.

San Benito de Nursia (Italia) vivió entre los años 480 y 547, dedicando el final de su vida a su obra magna: la consolidación y el desarrollo de monasterios (comunidades religiosas) autosuficientes, escribiendo entre el 537 y el 540 la Santa Regla, así conocida su exigente reglamentación monástica. Es importante destacar, más allá de la cantidad de órdenes religiosas que se dejaron inspirar por su obra, cómo consiguió establecer los pilares de una empresa innovadora en su época que ha pervivido hasta nuestros días, acumulando un sustancial patrimonio económico y que, además, ha sido capaz de hacerlo basándose en algo tan olvidado como son los valores individuales de cada uno de los componentes de su organización.

Me cuesta encontrar corporaciones empresariales actuales que lleguen a los doscientos años de historia, de hecho apenas existen. Reconocidas, unas setenta y cinco de las que treinta y ocho se agrupan alrededor del Club de los Hénokiens2. Catorce son italianas, diez francesas, cuatro alemanas, dos japonesas y, con una, las hay de origen holandés, irlandés y español. De ahí la gran importancia que tiene confrontar la existencia de organizaciones religiosas (empresas con finalidad social), cuyos orígenes se remontan a principios del 500, y organizaciones empresariales (con finalidad económica) que la más antigua –Hoshi3– data del 718, máxime cuando la vida media de una empresa no alcanza los cincuenta años de pervivencia de promedio. Además, no se hacen distinciones entre empresas familiares y no familiares. El 95% de las empresas familiares, que históricamente son las que más perviven, no logran superar la tercera generación4. De ahí a alcanzar las cuarenta y nueve generaciones a las que se remonta el spa japonés Hoshi, va todo un mundo.

Y ese fue el motivo principal que me llevó a fijarme en la orden benedictina como modelo a estudiar para encontrar aquellos detalles que nos permitieran vislumbrar qué la convirtió en diferente. Algunos podrán argumentar que no son comparables las órdenes religiosas, máxime cuando han hecho de la caridad una virtud y un elemento diferencial que les permite ingresar recursos económicos, con el mundo empresarial en el que hay que producir bienes y servicios que luego alguien ha de adquirir. Yo no lo veo así. Las órdenes religiosas utilizaron como fuente de ingresos, entre otras, la caridad pero fue precisamente San Benito el precursor de una tipología distinta de comunidad, orientada a la autosuficiencia a partir de la generación de sus propios recursos, así como a la obtención de contraprestaciones económicas percibidas a cambio de facilitar recursos espirituales (servicios) a feligreses y creyentes, algo que ahora no se está valorando en la misma medida que entonces y de la misma forma que hoy hemos generado unas necesidades que antes no existían. Por lo que a mí respecta, una comunidad religiosa como la benedictina, dispone de todos los ingredientes necesarios para ser comparada con cualquier entidad empresarial: cuenta con objetivos, dispone de recursos (humanos económicos, patrimoniales, etc.) y genera productos y servicios susceptibles de ser adquiridos por terceros. A partir de ahí no puedo interpretar ninguna otra diferencia sustancial que no permita prosperar este estudio.

Planteamiento de la obra

La dirección que le he querido dar a este trabajo se aleja de un enfoque estrictamente científico, tratando de centrarme principalmente en aquellos aspectos que más resaltan dentro de la Santa Regla, por el interés que hubieran despertado en mí para su aplicación al complejo mundo de las organizaciones modernas, empresariales o no.

Para ello, he extraído aquellos capítulos y aquellas frases, respetando siempre el contexto, que me han parecido más resaltables para el mundo del Management actual y cuya lectura puede ayudar a comprender las cosas en la actualidad, bajo una perspectiva diferente a la que venimos aplicando. Los textos seleccionados de la Santa Regla resaltan dentro del libro por haber utilizado una tipografía diferenciada del resto del texto y de otros que también han sido resaltados en cursiva.

Los he agrupado en capítulos, sin respetar el orden que estableció San Benito, para facilitar y ordenar el acceso a las grandes ideas que de su obra original destacan: la humildad, la obediencia, la autoridad, la organización y los valores.

Considero que una lectura directa, sin hurgar mucho en el pasado nos puede dejar un texto de relato histórico –con el interés que pueda tener la propia historia– frío, dogmático, exageradamente disciplinario, rayando en lo inhumano para nuestros tiempos, y acabaríamos corriendo el riesgo de no encontrar en él todo aquello que de valores organizativos y personales encierran sus páginas. Por eso, he recurrido en muchas ocasiones, espero que no más de lo debido, a rescatar la etimología de las palabras que utilizaba San Benito y que entiendo se prestan a confusión puestas, sin más, en el siglo XXI.

Dejando aparte las traducciones, interpretaciones y adaptaciones que se hayan hecho a lo largo de los siglos, a pesar de que hay constancia de un respeto muy ajustado a las ideas del fundador de la orden benedictina, existe una base etimológica fundamentada en las ideas que en aquellos tiempos regían a la sociedad. Las terminologías utilizadas en un entorno religioso cristiano eran imprecisas en la medida que sus orígenes se confundían entre las lenguas dominantes y de procedencia. Griego, latín, arameo, hebreo, entre otras, conformaban el origen de los términos utilizados por aquel entonces y si bien, muchos de ellos, disponían de relación directa entre las distintas lenguas, no siempre los significados utilizados en origen se podían ajustar completamente entre las mismas. Las palabras son símbolos que encierran conceptos y significados. A cada palabra le corresponde un significado (o varios) ligado a un concepto concreto, pero puede encerrar más objetos que se relacionen y mantengan conceptos diferentes. Se dan, incluso, palabras que mantienen sonidos y estructuras similares (cognados filológicos) a las utilizadas por los hebreos en otras lenguas, manteniendo semejanzas pero no significados exactamente iguales (cognados semánticos), son las llamadas palabras cognadas. Muchas traducciones se basaron en los cognados filológicos, poco fiables para esta tarea.

Entenderse, por aquel entonces, no resultaba nada fácil porque, igual que sucede con el chino o con el japonés, que han sido capaces de mantener sus orígenes con más virtuosismo que otras lenguas, nuestros antecesores impregnaban sus expresiones con sensaciones y emociones muy por encima de lo que hacemos hoy en nuestras escuelas, en las que la utilización de los términos lingüísticos no deja de ser un ejercicio como las matemáticas, frío, calculado y de resultados esperados. Son los narradores, los poetas y unos pocos escritores quienes son capaces de vestir las palabras que invaden las páginas de sus libros, de valores sensitivos que causen determinados efectos en el lector, transmitiendo aquello que sólo ellos son capaces de hacer: convertir una narración en literatura, es decir, añadirle sentimiento.

Cuando nos enfrentamos a un diccionario ideológico pensamos que se trata de una herramienta para no tener que repetir en muchas ocasiones una determinada expresión dentro de un mismo texto, al que queremos revestir de una cierta elegancia literaria. Y, en muchas ocasiones, es cierto que lo utilizamos de esta forma pero no debería ser tanto así de no ser porque hemos acabado perdiendo, con el paso de los siglos, la aplicación correcta de la palabra más adecuada en cada momento. Esto hace que nos confundan cuando alguien nos habla de obedecer o de ser caritativos, por ejemplo, y acabamos creyendo que nos hablan de otra cosa bien distinta a lo que encierran las palabras transcritas por San Benito. De ahí esa reflexión continuada que haré a lo largo del trabajo, tratando de recuperar los sentidos originales de cada expresión que conlleven a caer en un error de apreciación.

Me parece importante que el lector, armado de paciencia y dispuesto a sumergirse en las páginas tratando de encontrar tesoros ocultos que le puedan resultar de utilidad en su devenir laboral cotidiano, interprete mis palabras más allá de lo que estrictamente puedan reflejar, porque posiblemente él sepa ver algo más que a mí se me haya podido escapar, entre otras cosas, por la necesidad de no extenderme más de lo que ya he hecho.

Sí quiero dejar muy claro que la distancia en el tiempo no es óbice para que el contenido de la Santa Regla no pudiera ser objeto de aplicación en cualquier organización moderna, es más, estoy convencido, después de haber acabado con el estudio, que ha merecido la pena el esfuerzo toda vez que en cada ocasión que releía sus páginas encontraba en la obra de San Benito nuevos aspectos ocultos que, entre todos, conformaban un manual de cómo deberíamos afrontar, en estos momentos de convulsión, el futuro empresarial de nuestras organizaciones para hacer frente a la crisis y a la desmedida e ilimitada ambición de aquellos pocos que copan la riqueza mundial. Si hacemos caso del Principio de Pareto5 según el cual el 20% de la población disponía del 80% de los recursos, y creo que hemos de hacerlo ya que se ha venido demostrando a lo largo de los años que en otros ámbitos (calidad, logística, economía y otros) ha sido tal cual, no se puede permitir en una civilización global que una parte significativa de esa población carezca de los medios necesarios para la subsistencia, tanto como que la sociedad mantenga a personas que se aprovechan del trabajo de los demás a través de los diferentes subsidios sin esfuerzo compensatorio.

San Benito pone la primera piedra de una organización orientada a los resultados a través de la autonomía gestionada de manera independiente, en la medida que se respeten una serie de normas fundamentadas sobre los valores personales de quienes componen la propia organización. Además, lo hace mirando hacia dentro, profundizando en todo ello, y no hacia fuera de manera competitiva. Él nos enseña a desarrollarnos interiormente a través del trabajo y del esfuerzo en busca de la felicidad, en la conformidad con lo que tenemos, siendo esto suficiente para nuestra subsistencia y sin necesidad de que tengamos que prescindir de nada necesario salvo lo que sea superfluo.

Esta obra no ha sido escrita para hacer planteamientos morales, ni aportar argumentos que orienten en una determinada dirección espiritual. No es más de lo que quiere ser y yo escribí. Un consecutivo de reflexiones que utilizan como excusa la obra de San Benito por cuanto ésta acoge en su seno prácticas y disposiciones que tienen una vigencia infinita y no constituyen ninguna moda. Han sido tendencia durante siglos y lo volverán a ser en los momentos convulsos que viven nuestra economía y nuestra sociedad. Son muchos los estudiosos, profesionales y doctos en la materia del Management que piensan que ha llegado el momento de replantearnos cuantos paradigmas empresariales hemos estado atendiendo, creyendo y difundiendo durante los últimos cincuenta años.

No hablamos de regresar al pasado, sólo de atender a los consejos que han servido durante siglos de guía para evolucionar, aprender, mejorar y alcanzar la excelencia, mantenida y continuada, que han seguido comunidades como la benedictina y otras que asumieron sus reglas y consejos.

Para finalizar esta exposición del planteamiento, me gustaría que tuvieran en cuenta, ante cualquier duda y cualquier discrepancia referente al contenido del texto, a mis opiniones e, incluso, a las frases extraídas de la Santa Regla, el consejo que ofrecía Buda a los Kalamas6, lleno de sabiduría y cordura:

—No aceptéis por tradición oral, no por linaje de la enseñanza, no por rumores, no por colección de escrituras, no a causa de la lógica, no a causa de la inferencia, no por consideración de causas, no por aceptación reflexiva de una idea, no por la competencia del maestro, no porque el asceta es vuestro maestro.

Pero, Kalamas, cuando vosotros comprendáis en vosotros mismos: estas cosas son sanas, estas cosas son irreprochables, estas cosas son elogiadas por los sabios, estas cosas, cuando aceptadas y practicadas, conducen a la felicidad y beneficio, entonces, Kalamas, vosotros, habiendo comprendido, deberíais morar en ellas.7

Lean atentamente las explicaciones, busquen, entiendan, comparen y, si las aceptan, encuentren la mejor forma de aplicarlas en su organización. Sin lugar a dudas mejoraran las actitudes y con ellas los resultados.

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1 Abad de Leyre.

2 http://www.henokiens.com

3 El hotel más antiguo del mundo de origen inspirado por la deidad de Hakusan en el maestro del budismo, Taicho Daishi, se estableció en Awazu, en Japón a modo de spa para aprovechar unas aguas calientes subterráneas de poderes curativos.

4 Neauber y Lank, 1998.

5 Vilfredo Pareto, sociólogo, economista y filósofo italiano (1848-1923).

6 Habitantes de Kesaputta (actualmente Kesariya), en la India, próximo a la frontera con Nepal.

7 Recogido de El Kalama Sutta, texto adaptado de su traducción original más poética.

Capítulo primero

Contenido de la Santa Regla

No juzgues las cosas como lo hace el insolente o como quiere que lo hagas. Examínalas tal y como son. (Marco Aurelio)

La Regla de San Benito dista de ser un libro de cabecera habitual en los hogares modernos pero, al contrario de lo que acostumbra a suceder, no elegí yo el libro sino que él fue quien me eligió a mí. Su lectura, al principio fue rápida y distante, buscando la anécdota histórica y como tratando de comprender a las gentes de aquellas épocas. Luego, comenzó la recapacitación, las analogías, las coincidencias. Estaba ante una verdadera selección de normativas que buscaban reglamentar las actividades, sanciones incluidas, de los monjes que habitaban dentro de una de aquellas comunidades pero, de otro lado, también apreciaba la descripción de cómo debería ser, actuar y comportarse un individuo en un contexto profesional. De ahí a relacionarlo con la actividad que se desarrolla en cualquier organización actual sólo fue un paso. Después, capítulo a capítulo, reflexionando en cada uno de los apartados, las coincidencias surgían a borbotones, hasta que me decidí a redactar este manual sin mayor pretensión de que sirviera de guía para los alumnos de alguno de mis cursos, a los que trataré de acercar humildemente al buen saber hacer de San Benito y de su comunidad, para intentar recuperar parte de la ética cristiana y universal y alcanzar la paz (felicidad) interior que muy pocos sabemos encontrar en el quehacer cotidiano.

La Santa Regla no sólo se orienta a regir las costumbres, usos, deberes y obligaciones de quienes han decidido ajustarse a sus normas monacales, sino que persigue que cada uno de ellos alcance por sí mismo y en compañía de sus hermanos la paz interior que le lleve a la verdadera felicidad eterna. Conviene echar un vistazo al Prólogo de la Santa Regla y más concretamente cuando nos dice:

Y tratando el Señor de encontrar un empleado entre la multitud, dirigiéndose a ésta vuelve a gritar: ¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad? Y si tú al oírlo respondes: Yo; el Señor te responderá: Si quieres alcanzar una vida de verdad y para siempre, guarda tu lengua del mal y tus labios de la falsedad; apártate del mal y obra el bien; busca la paz y corre tras ella.

El texto, extraído de un contexto absolutamente religioso y orientado a un público conocedor de una dialéctica cristiana en los albores de la Edad Media, describe cuál es el camino para obtener la paz interior que equivaldría en nuestros tiempos a la felicidad plena muy alejada de otras descripciones de felicidad.

Ser feliz hoy tiene mucho que ver con disponer de todos los bienes, comodidades y lujos que se nos puedan antojar o así lo está asimilando una sociedad basada en el consumismo desesperado y desesperante en la que, incluso, hay grupos de personas dispuestas a pagar mucho más de su valor por ser los primeros en disfrutar de determinados artículos considerados la última novedad –desnatado o descremado del mercado en la terminología del marketing– o para permitir que nos convirtamos en referentes sociales por disponer de su propiedad, pero ¿cuántos hay que disponiendo de ellos siguen sin encontrarse realizados, no son felices y/o, acaso, su posesión ha generado su propia infelicidad al estar deseando ya la siguiente?

Aceptemos que describir la felicidad es algo complejo y difícil, suponiendo que ello fuera posible. De hecho, hoy sabemos que la felicidad tiene mucho que ver con nuestra fuerza de voluntad y el control de nuestros impulsos desde que éramos pequeños (Walter Mischel8) y que esto tiene una correlación directa, sólida, evolutiva y duradera en el futuro de las personas al hacerse éstas adultas. Ya expliqué que son muchos los que piensan que la felicidad la da el dinero, la posición social, etc. y es posible que sea cierto que, de alguna manera, ayuden a conseguir una felicidad efímera. En estudios recientes9, se contrasta que las personas más felices coinciden con las pertenecientes a una clase social media (económicamente estables), entre otras características consideradas en dichos análisis mercadotécnicos.

Se cree también que la felicidad estable tiende a desaparecer cuando crecen las pertenencias y el consecuente riesgo a su pérdida y es que nuestro mundo está conformado alrededor de una escasez de recursos que nos obliga a ser precavidos –procurando que nadie nos quite lo que ya nos pertenece– y competitivos para obtener algo más de lo que tenemos. Todo esto nos hace pensar que, la paz interior buscada y alcanzada, después de un período de adaptación de los monjes benedictinos de la época, tenía algo que ver con la consecución de garantizarse a través de la comunidad de una estabilidad básica (casa, alimentos y trabajo), la famosa pirámide10 de Abraham Maslow11, y con la certeza que les otorgaba su fe y su espiritualidad. A partir de aquí, dentro de un ambiente de religiosidad profunda, de hermandad familiar y reparto equitativo de los recursos, parece más fácil iniciar un camino que nos lleve a esa paz interior anhelada por los individuos.

Albert Camus12 se acercó a esta evidencia de la felicidad a través de una célebre frase: “Sólo hay un único problema serio y éste es... juzgar si la vida vale la pena o no de ser vivida”. Buscar la felicidad verdadera, plena y auténtica reside exactamente en vivir la vida. En el libro de Robert Ringer13, Prepárese para Triunfar, capítulo cuarto, se incluye una entrevista con un individuo, Dan, exitoso en su vida profesional del negocio bursátil que, tras abandonarlo todo y ponerse a trabajar como autónomo reparando y fabricando ventanas para los vecinos de su barrio, le explicaba:

—Recuerdo que vestía mis ropas de trabajo, había terminado mi faena del día y me sentaba en los escalones de la entrada de mi casa. Era primavera y una brisa cálida llegaba desde el océano. No puedo explicar exactamente lo que sentía, excepto que mi mente estaba totalmente relajada..., la única época de mi vida que recuerdo que me sucediera una cosa así.

Dan, experimentó en realidad algo que pocos valoramos y que sólo lo hacemos después de haberlo perdido muchas veces: la Paz Interior y, quién sabe si, la Felicidad Plena.

La felicidad expresada por Ringer, a través de Dan, es la de las pequeñas cosas cotidianas, no la de los grandes viajes; la de una cena a la luz de las velas acompañado de tu familia o de tus amigos, no la de aquel restaurante de precios caros y platos breves de diseño; la de la sonrisa de un niño en lugar de la mirada envidiosa o estupefacta por aquel objeto que exhibimos (coche, casa, ropa, reloj o cualquier otro) y que provocamos. Él supo valorar una brisa que azotaba su cara mientras descansaba sentado en los escalones de su casa. De esto se trata precisamente, buscar la felicidad a través de las pequeñas cosas de la vida.

San Benito nos recuerda: “Y tratando el Señor de encontrar un empleado entre la multitud, dirigiéndose a ésta vuelve a gritar: ¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad?” Y, a continuación, nos da la respuesta haciéndonos una serie de recomendaciones que acaban con “…busca la paz y corre tras ella”. Ese es el camino que nos marca y el más lógico y fácil de seguir. Veámoslo.

La Paz Interior

No quisiera explayarme más de lo necesario en conceptos ya conocidos por todos, pero es importante determinar con exactitud y de manera inequívoca las expresiones que interrelacionan el universo benedictino y el espacio empresarial actual y que afectan directamente a la finalidad y los objetivos personales de todos y cada uno de los individuos que lo componen.

La búsqueda de la paz –shalom (paz completa, entera)– es una expresión recogida en el Antiguo Testamento cuyo significado no es la paz tal y como la entendemos nosotros y la entendían los griegos14, sino que habla de una obra terminada, una armonía perfecta que ya nadie puede mejorar (Levítico 3:3), no como contraposición a la guerra, sino como un deseo espiritual.

Los hebreos convierten shalom en saludo, Shalom Aleichem o Evenu Shalom Alejem (la paz sea contigo). A nosotros nos llega de la mano de los primeros cristianos durante la celebración de la Santa Misa (a la afirmación: la paz sea con vosotros, se responde con: y con tu espíritu). Por su parte, los árabes cuentan con otra expresión muy parecida y también utilizada como saludo con idéntico significado: Salam Aleikum (la paz sea contigo). Todas entroncan con el deseo de bienestar espiritual (Paz Interior) hacia los demás y hacia uno mismo.

En el fondo, tal vez sin saberlo y sin quererlo, todos buscamos esa paz personal a la que sólo podemos llegar desde nuestro propio interior. Fue Empédocles15 quien sentenció, culpando al hombre de sus desdichas, con: “Queremos tener paz interior y no miramos hacia dentro”. Y, como él mismo dijo, nos mostramos obstinados al no querer malgastar nuestro precioso tiempo en intentar, tan siquiera, conocernos y aceptarnos como somos.

Es pues, la Paz Interior, un objetivo de los seres humanos al que tendemos, sin aceptar la necesidad de escudriñar previamente en nuestro yo interno que, a lo mejor, nos gusta menos de lo que desearíamos y preferimos dejarlo siempre para más adelante de una manera absolutamente irracional, en la que la postergación de los asuntos espirituales es habitual ya que no cotizan en bolsa. Contra ello, San Benito nos ofrece tres normas transversales para alcanzar nuestra plenitud:

1)   no mentir y cuidar la palabra

2)   obrar bien

3)   correr en busca de la paz

Nos está indicando que no dejemos para mañana lo que debería guiarnos desde el primer momento y que él experimentó en sus tiempos de ermitaño en una cueva de Subiaco16. Y es que, para encontrar la plena satisfacción interior del hombre, nada mejor que hacer un viaje de inmersión espiritual en el que aprendamos a conocernos, aunque para ello tampoco sea preciso recluirnos en ninguna cueva durante tres años.

Pero la Paz Interior es mucho más. Gracias a recientes investigaciones realizadas sobre el cerebro humano y el control que éste puede ejercer sobre nuestro cuerpo, ahora sabemos que esta Paz Interior que anhelamos no es otra cosa que el equilibrio natural o bioquímico que nos exige nuestro propio organismo. Dicho de otra manera, que no se trata tanto de lo que nosotros podemos llegar a entender como estado óptimo, sino lo que entiende por tal nuestro cerebro y así se lo exige a nuestro cuerpo. De hecho, dentro de nosotros, coexisten dos realidades paralelas, una subconsciente y bioquímica, que responde a las necesidades creadas y desarrolladas por nuestro organismo desde el momento de nuestra concepción, que arrastra en su ADN un porcentaje importante de factores hereditarios, más o menos próximos en la composición de nuestro árbol genealógico (padres, abuelos, bisabuelos, etc.) y que ha ido aprendiendo a lo largo de los años en los que hemos acumulado experiencias que transmitiremos a futuras generaciones; y la otra realidad, nuestro propio yo consciente, que es la que puede tomar decisiones que acaben variando, o no, esas tendencias subconscientes sometidas a los sentimientos que conforman nuestra personalidad.

Explicado de manera muy simplista, lo que cada uno entiende por Paz Interior no viene determinado precisamente por los pensamientos que cada cual genere en su lóbulo frontal, allí en donde el ser humano genera sus ideas, proyectos, etc., sino en su zona límbica donde anidan los sentimientos, comportamientos, sensaciones y deseos subconscientes. ¿Podemos, entonces, influir sobre nuestro subconsciente? Sí, es posible. Podemos modificarlo a partir de trabajar nuestro yo personal, en el lóbulo frontal, hasta conseguir variar el concepto íntimo y heredado, en gran medida, sobre lo que entendemos, cada uno, como Paz Interior y llegar a alcanzar un modelo que se ajuste a lo que, de manera racional, pensamos que debería de ser ésta.

No obstante, aquí haré una recomendación a los lectores para que puedan profundizar más alrededor de esta cuestión y consiste en invitarles a leer el libro Desarrolla tu Cerebro, de Joe Dispenza17, donde el acreditado estudioso expone cómo los pensamientos provocan reacciones químicas que nos llevan a la adicción de comportamientos y sensaciones, incluidos los que causan el sentimiento de la infelicidad. Cuando aprendamos el proceso de creación de estos malos hábitos, no sólo podremos romperlos, sino también reprogramar y desarrollar nuestro cerebro para que aparezcan en nuestra vida comportamientos nuevos y creativos. El apoyo de psicólogos y profesionales a modo de guías también puede resultar de gran ayuda en este camino.

Y, recuerden, la Paz Interior también conocida como Paz Espiritual, equivale a estar en equilibrio con uno mismo y con su entorno; a no deber y no depender; a querer y sentirse amado; a perdonar; a amar la vida y respetar el entorno; a disfrutar con lo que hacemos, vemos y vivimos; a conseguir un todo armónico en nuestra vida, antesala de Felicidad Plena.

La Felicidad Plena

La Felicidad Plena responde a un concepto mucho más oriental de la espiritualidad humana y, como veremos, tiene un gran parecido, suponiendo que no sean la misma cosa o consecuencia de la misma expresada de distinta manera, con la Paz Interior.

Ya he expresado que la felicidad, contrariamente a todo lo que se piensa, no tiene posiblemente nada que ver con la propiedad de objetos, la apariencia física o el poder. De hecho, todo eso, una vez alcanzado, no nos permite mantener una felicidad estable. Es posible que exista una felicidad de mínimos, entendiendo por tal aquella que se consigue a partir de haber cubierto una serie de necesidades básicas (volvemos a la pirámide de Maslow), pero la que verdaderamente nos interesa a nosotros es la Felicidad Plena. ¿En qué consiste? ¿Cómo se consigue? ¿Tiene algo que ver con la Paz Interior de la que nos habla San Benito?

Creo que hablar de Paz Interior o de Felicidad Plena, a día de hoy, a muchos ejecutivos de empresas y corporaciones, equivale a insultarles en esperanto, dado que esto se aleja mucho de los valores que en una sociedad competitiva, agresiva y capitalista, como la que disfrutamos y padecemos a partes iguales, se vienen manejando.

La Felicidad Plena o de máximos, es un sentimiento que se genera en nuestro cerebro a partir de haber alcanzado lo que entendemos como Paz Interior y que se conforma a partir de la adecuada combinación de emociones18. Viene producida por una suma de sensaciones, mantenidas en el tiempo e inducidas por circunstancias tales como la satisfacción de un trabajo bien hecho; el levantarnos cada día para ir a trabajar; ir a una cena con los amigos; un paseo con nuestra pareja o cualquier otra razón que nos recuerde que merece la pena seguir viviendo cada día y disfrutando de nuestro paso por lo que llamamos vida y que, tal vez, sea lo único que haya. O no, depende de las creencias de cada cual y sobre eso no debatiremos.

Aristóteles19 le dedica espacios importantes a la Felicidad Plena. Utiliza una palabra de origen griego, eudaimonía, interpretada como felicidad de esta manera: “El fin o bien último que persigue el hombre es la eudaimonía o sea, felicidad, entendida como plenitud de ser”. A partir de aquí elabora su teoría, recogida en Ética Nicomáquea, en la que sostiene, al igual que Sócrates20 y Platón21, que la virtud nos ayuda a buscar la felicidad pero que, al contrario de lo que piensan los dos últimos, ésta no se adquiere a través del conocimiento sino que precisa del hábito para alcanzarla. En cierto modo, esto nos lleva a considerar la felicidad no tanto un estado de ánimo, tal y como tendemos a pensar, sino como una actitud emocional del individuo.

Muy cierto y oportuno es lo apuntado por Aristóteles, a pesar de que en su época se desconocían las investigaciones que ahora pueden darse gracias a los medios tecnológicos de los que disponen nuestros científicos, al comentar que la felicidad no se adquiere a través del conocimiento, sino que es preciso el hábito, la aplicación real y efectiva. Ahora sabemos que ninguna información que recibamos acaba de generar completamente una red neural que permita asentar en nuestro cerebro, en nuestra mente, la memoria a la que hace referencia dicha información. Cuando nos llega una información nueva al cerebro, sólo disponemos del conocimiento de una experiencia ajena, vivida por otros. A partir de ahí, sólo puede llegar a convertirse en un recuerdo a largo plazo en la medida que lo podamos asociar a una experiencia personal en la que se puedan implicar el máximo número de nuestros sentidos.

Explicado con un ejemplo muy simple. Si queremos aprender a elaborar magdalenas, probablemente y suponiendo que tengamos unos mínimos conceptos de elaboración culinaria, lo que no es mi caso pero les recomiendo encarecidamente las que hace mi esposa, acudiremos a la estantería en la que se alojan los libros de cocina para buscar alguna receta que nos permita partir de algún concepto o lo haremos a través de Internet, introduciendo ‘magdalenas’ y ‘receta’ en Google22. El resultado, de una forma o de la otra, será muy similar: dispondremos de un conocimiento básico que hace referencia a los componentes que se pueden usar para cocinar unas excelentes magdalenas así como el proceso, más o menos resumido. Podría ser que, además, captáramos nuevas ideas para diferenciarlas de aquellas que se pueden adquirir en bolsas en cualquier gran supermercado. De forma inconsciente, según vayamos leyendo esas recetas, nuestro cerebro pondrá en funcionamiento a todas las neuronas que se relacionan con nuestras experiencias pasadas dentro del ámbito ‘cocina’ y nos hará imaginarnos cómo deberemos elaborarlas y que posibilidades se extienden ante nosotros. Digamos que estamos enfrascados en una nueva aventura o proyecto que nos produce una sensación muy agradable, próxima a una Paz Interior, resultado de aplicarnos en una tarea que nos entusiasma, nos relaja y nos permite avanzar en nuestro desarrollo neuronal acostumbrado a hacer siempre las mismas cosas y a las mismas horas. Las magdalenas habrán constituido un extraordinario kit kat23 (ruptura), en nuestra rutina cotidiana.

Cuando la primera hornada de magdalenas aparece humeante y desprendiendo un encendido aroma característico, que nos permite rememorar momentos pasados de nuestra infancia entrando a comprar en la panadería una barra de pan, con aquel inconfundible aroma que lo invadía todo y nos hacía desear comernos un par de ellas allí mismo, todo el trabajo que vamos realizando comienza a tener un sentido y nos permite sentir una incipiente felicidad. Una vez extraída la primera hornada, no podemos dejar de probar, es nuestra obligación y derecho, la primera de ellas, la del extremo inferior derecho. La tomamos entre nuestros dedos, separamos el papel que la contiene y la llevamos hasta la boca. Mordemos brevemente, nada más un trozo para saborearla en todas su intensidad y dejarnos llevar por las sensaciones que nos produce su esponjosa textura que se deshace en el paladar. El aroma invade, simultáneamente, nuestra pituitaria más excitada que nunca, en tanto las papilas gustativas envían incesantes descargas a nuestro cerebro para que podamos asociar el sabor a nuestros recuerdos más profundos.

El resultado ha sido inmejorable. Son fantásticas, mejoran con mucho a cualquiera de las que se puedan comprar en el mercado o en la panadería. Además, no tienen componentes químicos de ningún tipo, ni estabilizantes, ni conservantes. Son caseras, naturales. ¡Y las he hecho yo! Ahora estamos disfrutando de lo más parecido a la Felicidad Plena, coyuntural si se quiere, pero muy necesaria para el ser humano y tanto o más válida que cualquiera que nos pueda producir la satisfacción del consumo desenfrenado. Nuestro cerebro está regando todo nuestro cuerpo de péptidos que nos permiten sentir algo muy especial y diferente a cualquier otro estado, producto de cualquier otro sentimiento experimentado.

Bueno, estéticamente tal vez dejen algo o mucho que desear, pero lo más difícil se logró: el sabor y el olor. La irregularidad les confiere un aire artesano imprescindible. Esta satisfacción tendrá una duración prolongada en el tiempo en la medida que sigamos produciendo nuevas hornadas que llenen de sonrisas las caras de quienes las disfrutarán más, aquellos que se le acabarán comiendo a hurtadillas, y en la medida en que seamos capaces de mejorarlas hasta llegar a especializarnos y, quien sabe, convertirlo en una nueva fuente de ingresos, que no sería tampoco ni la primera ni la última vez que algo así llegara a ocurrir.

Y no quiero profundizar en lo que, en términos de comercio, se conoce como el refuerzo cognitivo. Aquel momento de la noche en el que, al llegar a casa, los demás te preguntan: ¿Qué has estado cocinando? ¿A qué huele la casa? Y tú muestras el resultado de tu experiencia dándoles a probar una de tus magdalenas. Cualquier mueca de la cara, expresión, sonrisa o gemido placentero te va a llevar al éxtasis de la Felicidad Plena. Ya no eres tú quien piensa que ha hecho un excelente trabajo, los demás te lo reconocen (refuerzo cognitivo) y se muestran completamente felices por contar a su lado con alguien tan especial, capaz de hacer algo tan inimaginable como unas excelentes magdalenas.

Esto nos lleva a poder considerar la Felicidad Plena como el resultado de unas emociones que sentimos a través de la realización de las actividades más adecuadas para cada uno y cuando éstas se llevan a cabo de una manera “excelente”. De ahí que aquellos que trabajan en lo que les gusta se sientan más felices que los demás que no lo pueden hacer.

En resumen Aristóteles, acepta la necesidad de bienes exteriores tanto como de los afectos humanos para alcanzar la felicidad; considera que la Felicidad Plena nos llega a través de la excelencia del carácter y del desarrollo de las facultades intelectivas y que todo ello se consigue a través del hábito.

La Paz Interior, por su parte, es un estado mental que nos permite desarrollar actividades orientadas a conseguir alcanzar la Felicidad Plena (otro estado del ánimo), y ambas se orientan hacia el mismo objetivo: la Plenitud del Ser Humano. Veámoslo mejor con un ejemplo, si les parece. Nuestro cuerpo puede ser atlético (Paz Interior), pero nosotros no hemos de ser necesariamente deportistas, aunque practiquemos el deporte como aficionados o esporádicamente. En el supuesto de que lo ejercitemos y lo entrenemos adecuadamente llegando a resultar competitivos, incrementaremos nuestra sensación de satisfacción personal, siempre y cuando esa actividad coincida con nuestros deseos (Felicidad en ese aspecto de nuestras vidas). Esta circunstancia y los resultados alcanzados después de un tiempo dedicados al entreno profesional, nos llevan al autoconvencimiento de que podemos ganarnos la vida practicando aquello que más nos gusta, por lo que damos el paso definitivo y comenzamos a vivir de este esfuerzo (Plenitud como deportistas).

Y es que, la Felicidad Plena acaba teniendo mucho que ver con lo que cada uno de nosotros hacemos con nuestras vidas pero, sobre todo, con aquello a lo que nos dedicamos intelectual o manualmente y hemos convertido en el leitmotiv de nuestra existencia. Muchos infelices lo son, no tanto por no ponerse a hornear magdalenas, como por ser incapaces de decidir que van a hacer en las próximas dos horas y, como su mente no está ocupada, los deseos de adquirir objetos, estar presentes en eventos, prácticas esnobistas, fiestas, murmurar, criticar y cualquier otro motivo que les sirva de distracción, se convierten en un antídoto efímero al aburrimiento de sus vidas.