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A mis padres, Eugenio y María,

porque mi historia no hubiese sido la misma sin ellos.

Índice

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

 

Prólogo

Introducción

La historia de un arquetipo

Fuentes

Otras fuentes

Capítulo 1. El entorno político y social

El contexto histórico

Los orígenes familiares de Cayo Julio César

Los inicios de Cayo Julio César

Capítulo 2. Construyendo al líder

La cuestura

La edilidad

El pontificado máximo

La conjuración de Catilina

La pretura urbana y el escándalo de la Bona Dea

La propretura

Capítulo 3. Del triunvirato al consulado

El monstruo de las tres cabezas: el Primer Triunvirato

El consulado de Julio César

Capítulo 4. Concentrando el poder: la conquista de las Galias

Introducción

La primera amenaza: los helvecios

La ambición de Ariovisto

La beligerancia de los belgas

Las campañas navales contra los vénetos

El genocidio de usípetes y de téncteros

Un nuevo frente: Britania

La última venganza gala: Vercingétorix

Capítulo 5. La República agoniza

Introducción

Un agitador sin principios: Clodio

De la Conferencia de Luca al estallido de la crisis

Capítulo 6. Del Rubicón a Munda: la Guerra Civil

La marcha sobre Roma

La batalla de Ilerda y el dominio de la península ibérica

El encuentro de Pompeyo: de Dirraquio a Farsalia

De Alejandría a Zela

África

La resistencia continúa: de nuevo la península ibérica

Capítulo 7. La dictadura y el programa cesariano

Honores y medidas de un dictador

Colonización y municipalización cesariana: el caso de la península ibérica

Capítulo 8. Último acto. Los idus de marzo

La conjura y la dinámica del cesaricidio

La nueva Roma

Epílogo. La trascendencia de un hombre llamado Cayo Julio César

Anexo 1. Julio César escritor

Anexo 2. Julio César en el cine

Anexo 3. Genealogía

Anexo 4. Las mujeres en la vida de Julio César

Anexo 5. Cronología

Anexo 6. Glosario

Bibliografía

Webgrafía

Contracubierta

 

Prólogo

 

El tenso período final de la República romana (509-29 a. C.), abierto por los hermanos Tiberio Graco y Cayo Graco a finales del siglo II a. C., se concluyó cien años más tarde con el establecimiento de un nuevo régimen con el primer emperador Augusto, hijo adoptivo de Julio César, en el 29 a. C. La complejidad política de esa época viene siendo objeto de interpretaciones diversas ya desde los autores antiguos, cercanos a los acontecimientos que relataban. Fue un período durante el cual hubo que cambiar muchas formas de gobierno exprimiendo todas las posibilidades que daban las instituciones existentes.

Para ese difícil juego de cambios políticos, hubo que acudir al apoyo del ejército, de las capas populares de Roma y de la ayuda, siempre precisa, de las poblaciones de Italia y de las provincias, es decir, de poblaciones que no siempre tenían conocimientos sobre las claves centrales de aquello por lo que luchaban. No puede olvidarse que el Estado romano de esa época incluía ya, además de toda Italia y sus islas, la mayor parte de los territorios de la península ibérica, una parte de las Galias, todo el antiguo mundo griego, Asia Menor y gran parte de los territorios del norte de África. Y la política expansionista romana estaba orientándose a la sumisión de todas las Galias así como a la incorporación del reino de Egipto.

En ese complejo contexto político se fueron conformando en Roma dos marcadas tendencias políticas: la de los populares, que pretendía imponer la superioridad de las decisiones de las asambleas sobre el Senado, así como la defensa de los intereses de las capas populares; los optimates, en cambio, apoyaban y se amparaban de modo particular en el Senado, además de defender los privilegios de las capas superiores. Ahora bien, ninguna de las dos tendencias ofrecía las fórmulas perfectas para una correcta gestión política y administrativa sobre poblaciones de lenguas, culturas y tradiciones muy variadas. De ahí que, en el marco de ese aparente juego democrático de populares y optimates, comenzaran a surgir líderes que iban paulatinamente rompiendo los moldes del sistema político tradicional.

Durante las primeras décadas de las tensiones políticas, entre las últimas décadas del siglo II a. C. y la dictadura de Lucio Cornelio Sila en el 80 a. C., los grandes personajes políticos siguieron la vía fácil de marginar o eliminar a los contrarios con el apoyo del ejército. Lo hizo primero Cayo Mario y, más tarde, Sila: ambos llegaron a entrar en Roma con el ejército, rompiendo así un viejo principio sagrado de reservar la ciudad para las contiendas políticas.

En un panorama marcado por las dificultades y las tensiones políticas, entran después en escena otros grandes líderes como Cneo Pompeyo, Marco Licinio Craso y Cayo Julio César, quienes decidieron llevar una política coordinada repartiéndose funciones pero agrupados bajo la forma del Primer Triunvirato, formado en el año 60 a. C. Tal fórmula tuvo una eficacia temporal. Tras la muerte de uno de ellos, de Craso, se demostró que era necesaria una nueva fórmula política que contemplara la hegemonía única de uno de los dos supervivientes. En ese contexto, Julio César jugó bien para hacerse con el mando único del ejército y con el sometimiento del Senado a sus órdenes. Tras su asesinato en los idus de marzo del 44 a. C., se volvió de nuevo a la fórmula triunviral, esta vez con Marco Antonio, Lépido y Octavio, hijo adoptivo de Julio César. La salida de este Segundo Triunvirato se resolvió con el triunfo de Octavio y con la creación del nuevo régimen político, el régimen imperial conocido inicialmente como Principado.

Una biografía sobre Julio César, como la presentada ahora por Miguel Ángel Novillo López, buen conocedor de esa época, es necesariamente un relato minucioso sobre uno de los períodos clave del pasado romano. Como se cuenta en esta obra, Julio César tuvo la genialidad del gran político: no le bastó con disponer de un proyecto político global, supo medir los tiempos, las formas y los recursos para llevarlo a cabo. Como defiende el autor, Julio César, al sumarse al Primer Triunvirato, comenzó a conquistar las voluntades políticas de una parte del Senado, pero también del apoyo de las capas populares a favor de las cuales fue tomando medidas que les favorecían. Con el encargo de completar la conquista de las Galias, tuvo la oportunidad de erigirse en un indiscutible líder militar. Fue demasiado tarde cuando un amplio sector conservador del Senado intentó relegarlo a la vida privada: Julio César cruzó el Rubicón, controló la ciudad de Roma, se hizo con un Senado fiel y todo ello manifestando una gran clemencia con sus antiguos enemigos. Su gran genialidad residía en haber sabido salvar lo básico de las viejas instituciones (Senado, consulado, magistraturas, asambleas), pero orientándolas para actuar e intervenir en el marco de la existencia de un poder superior unipersonal.

Hay algunos datos sobresalientes que desvelan la gran capacidad política de Julio César. Así, supo eliminar la gran presión social y política de las amplias capas de la población de Roma: tras situar fuera de ella a una parte considerable de esa población asentándola en nuevas colonias, mayoritariamente en las provincias, tomó otra medida complementaria como la de obligar a que el Estado se comprometiera con ayudas económicas para el resto de la población necesitada de Roma. Añadiendo a ello la celebración de juegos y espectáculos gratuitos, desarmaba gran parte de las causas de las constantes protestas de esa población. Julio César les hacía saber además que esos pocos que quedaban en Roma no representaban los intereses de las capas populares de todo el Imperio y, por lo mismo, que las decisiones de sus asambleas no podían tener el valor que habían recibido en épocas anteriores. La vía para los juegos democráticos quedaba ahora en el ámbito de las ciudades de Italia y de las provincias, donde los magistrados eran elegidos anualmente y donde los ciudadanos podían ejercer todos los derechos de ciudadanos e incluso gozaban de la protección de la justicia local. Los gobernadores de las provincias eran nombrados por el propio Julio César y por el Senado tras el visto bueno del primero. Y la composición del Senado dejó de depender de cualquier veterano senador: Julio César siguió la vía abierta por Sila en virtud de la cual él o quien pudiera sucederle tenían la capacidad de revisar las listas del Senado. Así, a través de estas y otras medidas, como manifiesta el autor a lo largo de la presente obra, manteniendo las formas políticas antiguas, se había creado una nueva modalidad de poder y de gobierno en la que no cabían conflictos entre populares y optimates, y en la que los provinciales, muchos de ellos ya ciudadanos romanos o latinos, podían tener también su voz y su capacidad de intervención en los asuntos públicos. Ya no era posible hablar de una Italia de ciudadanos romanos y latinos que gobernaba y esquilmaba a provinciales de segunda categoría; el gobierno central supervisaba la buena gestión de los gobiernos provinciales y los miembros de esas provincias tenían el derecho de protestar ante cualquier tipo de abuso de los gobernadores.

Una biografía sobre Julio César como la que ahora tiene el lector ante sí recoge precisamente los componentes más significativos de lo que fue un cambio de modelo político. En consecuencia, este libro presenta una información actualizada, buscando siempre el modo más accesible de mostrar las teorías más recientes en torno a la vida y obra de Julio César. El primer emperador, Augusto, no tuvo más que consolidar y completar las grandes líneas de la trayectoria política cesariana. El Imperio, como dice el autor, fue un legado político de Julio César.

Julio Mangas

Catedrático de Historia Antigua

Universidad Complutense de Madrid

 

Introducción

 
 

LA HISTORIA DE UN ARQUETIPO

 

Varios de los protagonistas de la Antigüedad han sido tan trascendentales por su figura y obra que han sido objeto de estudio de muy diversos tipos hasta convertirse en iconos políticos o socioculturales con los que hombres de distintas épocas han tratado de identificarse para justificar sus fines. Si hubiera que identificar a la antigua Roma con uno de sus hombres más célebres, sin duda este sería Cayo Julio César, hombre cuyo carácter estuvo siempre marcado por sus logros, pero también por la codicia y la presunción, con quien Napoleón Bonaparte, Napoleón III, Mussolini, Stalin o Hitler han tratado de igualarse. De hecho el término Caesar es más que universal. Su hijo adoptivo, Cayo Julio César Octavio Augusto, se convirtió en el primer emperador de Roma adoptando el nombre de César en su nómina. El linaje familiar se extinguió con Nerón en el 68 d. C., aunque todos los emperadores posteriores siguieron adoptando el título de césar como un título que simbolizaba el poder supremo y legítimo sin necesidad de vínculos sanguíneos o de adopción. Pero no sólo fue adoptado en la nómina de los posteriores emperadores romanos, sino que de la propia raíz latina Caesar derivaron las palabras kaiser para designar a los dirigentes germanos o zar para hacer lo propio con los rusos o los búlgaros.

Julio César hallado en Tusculum, monte Túscolo, al noreste de Frascati, Italia.

Su carácter estuvo siempre marcado por sus logros pero también por la codicia y la presunción. Desde su muerte en los idus de marzo del 44 a. C., ha sido considerado como el gran líder popular y el político revolucionario que sentó las bases del futuro sistema imperial y de la cultura occidental erradicando el sistema republicano. A pesar de ello, no fue en ningún momento emperador, ya que el régimen imperial comenzó con su heredero en el poder. Igualmente, ha sido identificado como el paradigma del estadista y del correcto conquistador militar, como uno de los intelectuales más brillantes en lengua latina, como el jurista que promulgó las leyes sobre las que se sentó el posterior Derecho Romano y como un gran reformista jurídico-administrativo. En lo político fue pragmático y un hombre de Estado que terminó por adoptar el cargo supremo de la República romana, convirtiéndose en monarca de facto a pesar de no aceptar el calificativo de rey.

Fue también un hombre que primó siempre la moralidad por encima de todas las cosas, aunque en probadas ocasiones siguió un comportamiento amoral y despiadado. Era orgulloso y vanidoso en cuanto a su apariencia hacia los demás, amigo del pueblo y clemente con sus enemigos y derrotados. Curiosamente, fue su comportamiento piadoso lo que lo condujo a morir asesinado por aquellos a quienes había perdonado.

Por tanto, son múltiples y excepcionales las cualidades que han permitido construir la leyenda de un hombre único que, a diferencia de otros, no alcanzó la gloria hasta la madurez, y cuya insólita y espléndida carrera ha causado siempre controversias.

El lector tiene ante sí una obra cuyo propósito principal consiste en el análisis, desde diversas ópticas y utilizando una gran diversidad de fuentes, de la figura y obra de Julio César en el contexto político, social, económico, cultural y jurídico-administrativo del siglo I a. C. Esta es una obra alternativa de síntesis y de carácter divulgativo, aunque no por ello falta de rigor científico y metodológico, cuya atención se centra en todo momento en el militar romano y, por lo tanto, no pretende aportar un relato íntegro y exhaustivo de la totalidad de los episodios ocurridos durante el siglo I a. C., si bien muchos de estos son comentados de forma sumaria y cuyo conocimiento el lector podrá ampliar con la bibliografía que se presenta al final. No obstante, se abordarán cuestiones poco tratadas hasta ahora como la presencia cesariana en la península ibérica, la importancia de Julio César como uno de los escritores más notables de la literatura latina, las relaciones clientelares y de amistad, los efectivos militares y su estrategia, el programa colonizador y municipalizador, las relaciones amorosas o el significado y repercusión de dicho personaje en la posteridad.

 

FUENTES

 

Tanto Julio César como su contexto ofrecen dificultades abrumadoras para cualquiera que se adentre en su conocimiento, y miles son los estudios y las investigaciones existentes. Tal volumen de títulos permitiría suponer que ya está dicho todo sobre él, pero, sin embargo, tan sólo existe una multiplicidad de visiones históricas que han configurado diversas interpretaciones de un mismo personaje.

La historiografía clásica

El siglo I a. C. es uno de los períodos que dispone de mayor volumen de documentación escrita aunque, paradójicamente, esta no siempre es pareja en todos los sucesos relatados y no siempre proporciona una información detallada. Los textos de los autores clásicos pueden ofrecer una imagen positiva o negativa de Julio César, por lo que la mayor parte de la documentación se ve soslayada por la posición política que sus autores tomaron en un momento o en otro. Era la enriquecida élite romana la que generalmente escribía. El progresivo ascenso de Julio César trajo consigo la reducción del poder de aquella, razón por la que muchos textos eran auténticas críticas y represalias contra su figura.

La mayoría de la información corresponde a la obra de autores que vivieron en épocas posteriores a los acontecimientos narrados, aunque también contamos con relatos escritos directamente o indirectamente por sus protagonistas.

Las fuentes escritas de mayor preeminencia son los Comentarios a la guerra de las Galias y los Comentarios a la Guerra Civil, ambos del propio Julio César que, escritos de forma simultánea a los hechos narrados, suponen escritos de justificación y propaganda de las acciones cesarianas en materia político-administrativa. Por otro lado, el Corpus caesarianum (Guerra de Alejandría, Guerra de África y Guerra de Hispania), cuya autoría se atribuye al oficial cesariano Hircio o incluso asimismo a Julio César, tuvo un fuerte raigambre propagandístico favorable a la figura de nuestro personaje.

La heterogénea producción literaria de Marco Tulio Cicerón (106-43 a. C.) aporta indirectamente gran cantidad de información relativa a la política, la sociedad, la cultura, la jurisprudencia o la economía, aunque en realidad nos informa muy de pasada de las condiciones y aspiraciones de las clases más desfavorecidas. El compendio de los discursos y de las cartas ciceronianas representa una fuente de primer orden para el conocimiento de los hechos, aunque el concepto que guarda de los protagonistas del período evoluciona o se deforma en función del propio devenir de los acontecimientos.

Contemporáneo de Julio César fue Salustio (86-34 a. C.), y son La conjuración de Catilina e Historia las obras que, aunque incompletas, más relación guardan con aquel. Salustio escribió con el beneficio de la visión retrospectiva, y su posición hacia el militar romano registró distintas variaciones a lo largo de su obra.

Varios pasajes de la obra del geógrafo griego Estrabón (64 a. C.-24 d. C.), Geografía, hacen alusión a la condición jurídica de varias ciudades afectadas por el programa administrativo cesariano y a momentos puntuales de la guerra civil.

Asinio Polión (75-4 a. C.) se declaró partidario acérrimo de Julio César y combatió en las campañas italianas y africanas esperando participar del botín. Sin embargo, no hubo tal y al verse defraudado juró venganza. Una vez muerto el dirigente romano, dedicó su venganza a escribir contra él criticando todas sus gestiones y elogiando las de su sobrino-nieto Octavio. Esta tendencia fue heredada en cierto modo por Suetonio (70-140), cuya obra tuvo un carácter esencialmente anecdótico donde no dudó en criticarlo como tirano y monarca. Aunque muchísimo más moderada, esta directriz fue adoptada por Apiano (95 - siglo II) en su Historia, por Nicolás de Damasco (siglo I) en Vida de Augusto, por Veleyo Patérculo (19 a. C. - 31 d. C) en Historia romana, o por Valerio Máximo (siglo I a. C. - siglo I d. C.) en Hechos y dichos memorables.

Pese a las buenas relaciones que mantenía con César, Marco Tulio Cicerón, el mayor de los oradores de Roma, se enfrentó al programa cesariano defendiendo los tradicionales valores republicanos. Busto de Marco Tulio Cicerón en mármol.Museos Capitolinos, Roma.

Aunque fragmentarios, los resúmenes de Tito Livio (64 a. C. - 17 d. C.), Periocas, o de Eutropio (?-399) con su Breviario permiten completar algunos detalles desconocidos sobre las actuaciones cesarianas.

La actividad de Julio César se conoce al detalle gracias al legado de obras poéticas como la Farsalia de Lucano (39-65), donde no se le concibe como un héroe pero tampoco como un villano, describiéndolo como un hombre dotado de cualidades especiales y sobrehumanas, y desacreditándolo por su comportamiento sangriento y despiadado.

La obra de Plinio (23-79), la Historia natural, como posteriormente la Chorographia de Pomponio Mela (siglo I) representan la fuente esencial para conocer la condición jurídico-administrativa de las comunidades afectadas por la administración cesariana.

Fuente de primer orden es también la biografía escrita por Plutarco (46-120), cuya obra ha de concebirse como una descripción moralizante del contexto histórico en el que se deben encuadrar los comienzos de la carrera política de Julio César.

Finalmente, Dión Casio ofrece en su Historia la versión oficial de los hechos con el contraste de los intereses políticos que estaban en la base de los conflictos políticos y sociales.

La historiografía posterior

La historiografía posterior a la época romana ha sido unánime al destacar el papel tan decisivo que Julio César tuvo en el devenir histórico. Igualmente, no sólo ha sido el paradigma de historiadores y biógrafos clásicos y modernos, sino que su obra y su personalidad han sido también objeto de investigación por parte de filósofos, filólogos, epigrafistas, arqueólogos, escritores, sociólogos o artistas que han dedicado sus investigaciones a tratar de despejar de una forma clara y concisa los distintos aspectos de su vida y obra.

En este sentido, los primeros estudios no se centraban en la interpretación de los hechos, sino en cuestiones de carácter secundario. Ya en el siglo XIV, el poeta italiano Dante (1265-1321) comenzó a sacralizar su figura, mientras que el humanista, también italiano, Petrarca (1304-1374) lo presentó como un tirano dignificado. En 1599, Shakespeare (1564-1616) lo mostró en la obra teatral Julio César no como un tirano sino como un magnífico hombre y político que con su muerte debía hacer frente a su propia historia.

La imagen positiva dominó durante la Edad Media. Durante esta época fue interpretado como el primer emperador y gran artífice militar, visión que se acentuó aún más en el Renacimiento italiano o en la Francia imperial de comienzos del siglo XIX.

A partir de la Ilustración y de la Revolución francesa se registró otra imagen dominada por el llamado pesimismo republicano.

Entre los defensores de sus gestiones, Leopold von Ranke (Historia universal, 1881) lo definió como un semidiós capaz de construir desde la legalidad un nuevo régimen casi perfecto. Pero sin duda, Theodor Mommsen (Historia romana, 1856) fue el primer gran defensor de la obra de Julio César, definiéndolo como el salvador de un régimen republicano sumido en la corrupción, la demagogia, la manipulación y la facción, viendo un paralelismo entre la Roma del siglo I a. C. y la Prusia que a él le tocó vivir. Lo consideró un hombre adelantado a su tiempo, social, mediador, correctísimo estratega y magnífico político. Para Mommsen, el militar romano estimuló la transición de República a Imperio mediterráneo, considerándolo como un legislador heroico.

En el lado opuesto destacan historiadores como Edgard Meyer o Mathias Gelzer. En la obra del primero (La monarquía de César y el principado de Pompeyo, 1918), influenciada por las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, se ve a un Julio César que no tuvo ideales y que luchó únicamente para consolidarse en el poder. Por su parte, Gelzer (César. El político y el hombre de Estado, 1921) lo presenta como un hombre que quebrantó la estabilidad del régimen vigente hasta entonces, reconociendo su gran capacidad como estadista y como gran hombre de Estado.

A comienzos del siglo XX, Hermann Strassburger (César y la historia, 1935) lo presenta como el último republicano y, al mismo tiempo, como el fundador del sistema imperial.

Una imagen más positiva es la aportada en la década de los ochenta del siglo XX por Christian Meier (César, 1989), quien considera que la crisis vivida por nuestro personaje fue una crisis sin alternativa en la que la aristocracia manipulaba a la plebe en su propio beneficio.

Dentro de la producción historiográfica francesa, Jérôme Carcopino (Julio César, 1935) lo presenta como el hombre que iba a poner fin a las corruptelas y a la crisis dando lugar al nuevo Imperio. También destaca la obra de Yann Le Bohec (César: jefe de la guerra, 2001), para quien el buen uso de la estrategia fue lo que le permitió a Julio César alzarse con el poder.

Theodor Mommsen utilizó como método de estudio la crítica filológica y la arqueología convirtiéndose en el primer gran defensor de la gestión cesariana. Retrato realizado por Ludwig Knaus en 1881.

La historiografía británica al respecto arranca a mediados del siglo XVIII con la obra del ilustrado Edward Gibbon (El declive y la caída del Imperio romano, 1772-1789), en la que señala que la esclavitud fue un factor principal que condujo a la crisis, y que ésta no dependió tanto de las actuaciones de personajes como Julio César sino más bien de la degradación que estaba experimentando el orden senatorial.

La obra de Ronald Syme (La Revolución romana, 1939) supuso una revolución al presentar una imagen que rebate las tesis de Carcopino, pues sostiene que todo el mérito de sanear la administración de Roma no fue tanto obra de Julio César, al que en ocasiones tilda de oportunista, sino de Octavio. Para él, Julio César se valió de la distribución de la ciudadanía para conseguir los apoyos oportunos, llegando incluso a considerarle un auténtico demagogo.

Los estudios italianos vienen influenciados por las investigaciones de Arnaldo Momigliano (Contribución a la historia de los estudios clásicos, 1979), para quien la crisis era consecuencia de una lucha social entre clases identificando el cesarismo como un régimen basado en la demagogia. Igualmente, también destacan los estudios de Luciano Canfora (Julio César: el dictador democrático, 1999), autor de raigambre marxista, que define positivamente la gestión cesariana a través de las fuentes clásicas.

Aunque la historiografía española no presenta un volumen tan amplio como la alemana o la británica, destacan ante todo los estudios de Manuel Ferreiro (César en Hispania, 1986).

En el panorama historiográfico pocos personajes han desatado tantas y tan diversas opiniones como Julio César. Así pues, los estudios dignos de mención o bien son antiguos y no comprenden la totalidad de los avances de las variadas fuentes de información o, los más modernos, responden a aspectos parciales y prestan una atención primordial a las noticias de los autores antiguos. Por consiguiente, ante tal diversidad de interpretaciones, se trata en suma de un personaje que ha de ser estudiado con todo detalle y cautela desde una gran variedad de ópticas.

 

OTRAS FUENTES

 

Son múltiples los obstáculos que el historiador ha de superar para reconstruir fidedignamente la vida y obra de un personaje tan singular como Julio César. En este sentido, es necesario apuntar que uno de los mayores problemas con los que se topa cualquier investigador es poder determinar las fechas exactas de los acontecimientos, y más cuando se trata de los referidos al siglo I a. C., debido a que en la mayoría de los casos las fuentes de que se dispone no aportan fechas concretas y detalladas.

Hay muchas más fuentes de información que las puramente literarias. No sólo son las fuentes escritas las únicas que nos aportan información sobre Julio César, ya que para poder alcanzar la reconstrucción más completa y fidedigna sobre su persona se hace necesario recurrir a otras fuentes de muy diversa índole:

•Legislativas: de vital importancia es la información jurídica presente en el Digesto del emperador bizantino Justiniano (533); la Tabula Heraclensis, que posiblemente forma parte de una Lex Iulia municipalis promovida por Julio César en el 45 a. C. para ordenar la administración municipal; la Lex Rubria de Gallia Cisalpina, datable entre el 48 y el 41 a. C., que sistematizaba la promoción jurídica de la Galia Cisalpina; o la Lex Colonia Genetivae Ursonensis, ley que regulaba jurídica y administrativamente las ciudades hispanas tras el cesaricidio.

•Arqueológicas: aunque es poco probable que las investigaciones arqueológicas alteren lo conocido sobre Julio César, pues estas vienen confirmando lo transmitido por los textos, los datos aportados por la arqueología nos permiten identificar determinadas ciudades indígenas y romanas de las que hablan las fuentes clásicas.

•Toponímicas y topográficas: la toponimia y la topografía permiten identificar territorios que se vieron afectados por la administración cesariana o que fueron escenario de batallas u otros sucesos.

•Numismáticas: las leyendas monetales y de los diferentes cuños y motivos iconográficos nos proveen datos del programa propagandístico, ideológico y jurídico-administrativo cesariano.

•Epigráficas: la información recogida en las inscripciones permite esclarecer los ritmos de monumen–talización de las ciudades, concretar cuestiones relativas al estatuto jurídico, conocer el programa político-administrativo cesariano o conocer el lugar exacto donde tuvieron lugar determinados episodios.

•Prosopográficas: los datos prosopográficos, es decir, los datos de carácter biográfico, son cruciales para el estudio del plano social al tener por fin el análisis de los nombres y personajes de la época.

 

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El entorno político y social