ÍNDICE

PRIMERA PARTE

SEGUNDA PARTE

PRÓLOGO

Desde el año 1994 existe en la Universidad Complutense una Cátedra de Teología gracias al acuerdo firmado entre el Rectorado de dicha universidad y el Arzobispado de Madrid. En ella se ofrece a los estudiantes que lo deseen la posibilidad de cursar materias relacionadas con la historia y la teología cristianas. Una de ellas lleva por título Orígenes históricos del cristianismo y se imparte en la Facultad de Historia. Dado que no todos los alumnos que la eligen son de esta facultad, en la primera clase del curso suelo pedir a los alumnos que expresen sus ideas sobre algunos conceptos esenciales de la asignatura; entre ellos, como es lógico, siempre incluyo el objeto de nuestro estudio: el cristianismo.

Hay dos concepciones que se repiten en las respuestas. Algunos alumnos consideran el cristianismo una religión, un camino para relacionarse con Dios. A veces, incluso se detienen a especificar que es una más entre otras igualmente válidas: «El cristianismo es una religión monoteísta, como puede ser la judía o musulmana». Otros subrayan su dimensión ética: «El cristianismo se rige por una serie de normas que se reflejan en los mandamientos». Cuando detallan las normas éticas, suelen destacar solamente las sociales: «El cristianismo nos transmite un mensaje de contenido social que es ayudar a los que te rodean... Ante todo es amor al prójimo y ayuda al amigo, al que necesita ayuda y apoyo». Por su modo de expresarse, deduzco que estas dos concepciones son las más defendidas por los que provienen de una educación cristiana o practican dicha «religión».

Los críticos o aquellos que se confiesan explícitamente ateos o agnósticos, concibiendo el cristianismo de un modo muy similar a los creyentes, es decir, como una religión o una filosofía, expresan una sospecha o acusan abiertamente a la Iglesia de manipulación. He aquí algunas respuestas típicas de este grupo de alumnos: «Dudo si Jesús pretendió fundar una nueva religión. Más bien creo que fueron sus discípulos los que la crearon y difundieron hasta que Pablo de Tarso la dotó de toda una arquitectura: creencias, ritos, etc.» «El cristianismo tiene grandes dosis de corriente filosófica. Es una corriente ideada por Jesús. ¿Para la salvación de las almas? Puede ser, o puede que sea para rebelarse contra su época. Deberíamos preguntarnos: ¿tenía su creador conciencia de las dimensiones que alcanzaría su doctrina? Y lo que es más importante, ¿estaría de acuerdo con ello?» «Para mí el cristianismo es una de tantas religiones, innecesarias y perjudiciales para la sociedad. En nombre de ella se han destruido ciudades, ha muerto mucha gente y se ha justificado lo injustificable».

El presente libro intenta responder a la pregunta que todos los años planteo a mis alumnos: ¿Qué es el cristianismo? Lo he escrito pensando sobre todo en esos universitarios con los que me encuentro cada año en las clases. En él, por tanto, intento dar una respuesta que valga tanto para el cristiano como para el ateo o agnóstico. Para ello, estudio las fuentes paganas y judías, pero sobre todo las cristianas, que son las que ofrecen una información más extensa sobre el cristianismo y sus orígenes. Creo que es esencial partir de lo que el cristianismo dice de sí mismo y ser leales con lo expresado en los primitivos escritos cristianos. Luego, quizá, se rechace lo que pretendió y sigue pretendiendo ser, pero es fundamental comenzar midiéndose con el cristianismo real que se expresa en las fuentes, no con lo que suponen o imaginan algunos autores. La tarea no es fácil. No sólo por las peculiaridades de los escritos cristianos, sino sobre todo porque se cree conocer lo que es el cristianismo y pocos asumen el trabajo de confrontarse lealmente con los testimonios originarios; «nadie aprende aquello que cree ya saber».

Esta monografía no aborda todos los aspectos implicados en el nacimiento del cristianismo ni su existencia en los primeros siglos. Intenta responder a la pregunta sobre quién fue Jesús de Nazaret, conocer la primera difusión del cristianismo en Palestina y su posterior propagación inicial en Asia Menor y Europa, y describir brevemente su relación con el Imperio romano. Es decir, nuestro estudio no sobrepasa el siglo primero. La razón de esta limitación temporal se debe al contenido de la asignatura que imparto en la Universidad, pues en gran medida el libro depende de esas lecciones. Soy consciente de que la exposición, aunque se atenga a las fuentes y hallazgos arqueológicos, es hipotética y no definitiva. Es posible que nuevos descubrimientos y estudios ayuden a descubrir aspectos nuevos que exigirán una revisión de lo expuesto en este libro. No obstante, la reconstrucción histórica que ofrezco la considero definitiva en sus rasgos esenciales y fiel a los datos que nos han transmitido las fuentes.

Agradezco a José Miguel Oriol su lectura y corrección del original, junto a las útiles sugerencias que me ha propuesto para mejorar su contenido. De igual modo doy las gracias a María Vírseda por los diseños de los mapas y dibujos que han sido insertados en el libro.

PRIMERA PARTE

Capítulo I
LOS TESTIMONIOS PAGANOS Y JUDÍOS SOBRE EL CRISTIANISMO

1. Breves indicaciones introductorias

Las fuentes paganas y judías sobre el cristianismo de los dos primeros siglos son más bien escasas y breves. Esta peculiaridad se debe sobre todo al origen insignificante de la fe cristiana; aparece en el mundo como un hecho humano cualquiera, y además en Palestina, una región muy marginada de los centros de poder. Este desconocimiento y ausencia de interés entre los escritores no cristianos de la antigüedad va cambiando a medida que el cristianismo se difunde y adquiere protagonismo social.

Como afirma M.-J. Lagrange, «la historia no es otra cosa, por su propia naturaleza, que la comprobación del hecho humano por medio del testimonio»1. El documento histórico no nos pone en contacto con el hecho en sí, simplemente proporciona información sobre él. Por eso es tan importante saber si las fuentes son auténticas o no, si la información que nos transmiten está de acuerdo o no con los hechos. Pero incluso no todas las fuentes tienen idéntico valor e importancia; dependen de su antigüedad y fiabilidad. Ciertamente son más fidedignas aquellas más próximas a los hechos narrados. Este criterio lo expresaba con claridad uno de los pioneros de la crítica histórica de los evangelios, D.F. Strauss. En la introducción a su famosa Vida de Jesús examinada críticamente, escrita en 1835, afirmaba: «La historia evangélica sería inatacable si se probase que había sido escrita por testigos oculares o por lo menos por autores cercanos a los sucesos».

Respecto a las fuentes cristianas se ha difundido entre los estudiosos la sospecha de parcialidad. Se cuestiona su credibilidad al ser testimonios de cristianos para cristianos; es decir, por ser obras de testigos no neutrales. Si su sospecha está justificada, por el mismo motivo deberían sospechar de los datos biográficos de Sócrates transmitidos por sus discípulos Jenofonte y Platón, o de la veracidad de las hazañas de César narradas por él mismo, pues son informaciones que provienen de testigos parciales. Pero ningún estudioso serio ha cuestionado el valor de estas fuentes para la reconstrucción de tales sucesos históricos. En realidad, la duda sobre la fiabilidad de las fuentes cristianas se introduce porque se considera imposible lo que narran; es decir, lo que cuestiona su credibilidad no es tanto que sus autores sean cristianos, cuanto que su contenido es marcadamente sobrenatural. Semejante actitud implica la negación de la categoría de la posibilidad, y cierra la razón en el límite de lo cuantificable y mensurable, impidiéndole realizar un estudio objetivo de los datos históricos.

Por ser un hombre del pasado, el conocimiento histórico sobre Jesús de Nazaret se adquiere a través de las fuentes. Aunque no sólo por medio de ellas. La pretensión cristiana consiste justamente en afirmar que Jesús resucitó después de su muerte y está vivo; por tanto, se le puede encontrar hoy. En realidad el cristianismo es posible sólo si la presencia de Jesús permanece en la historia, pues fundamentalmente consiste en el encuentro y la adhesión personal a Jesús. La investigación histórica no puede concluir nada sobre la divinidad de Jesús, pero sí puede estudiar las huellas que este acontecimiento excepcional ha dejado en la historia y valorar cuál es la explicación más adecuada de este hecho histórico al que llamamos cristianismo.

2. Fuentes no cristianas

Los estudiosos distinguen tres grandes grupos de fuentes no cristianas: paganas grecorromanas, paganas siro-palestinenses y judías. No todas son de la misma época. Las grecorromanas son de comienzos del siglo II; las siro-palestinenses son del siglo I; los testimonios judíos proceden de los primeros siglos de nuestra era.

a) Paganas grecorromanas

Tácito (55-c.125), después de haber ejercido la carrera de abogado y una vida política activa como senador y procónsul, en los últimos años de su vida realizó una labor de historiador. Los Anales, escritos entre el 115117 d. de C., son, por tanto, una obra de madurez. En ellos narra la historia de Roma desde el año 14 al 68 d. de C., desde la muerte de Augusto hasta la muerte de Nerón. Para su redacción utilizó documentos de carácter oficial conservados en los archivos, memorias privadas de personajes significativos y fuentes historiográficas, es decir, obras de otros autores, la mayoría de las cuales se ha perdido. Su narración es de fuerte tendencia moralizante. Por desgracia, parte de esta obra de Tácito se ha extraviado. De las lagunas existentes, las que más afectan a nuestro estudio son la mayor parte del libro V y parte del VI, centrados en los acontecimientos de los años 29-31, y los libros VII al X, que abordaban los gobiernos de Calígula y Claudio hasta el 46. Al narrar el incendio de Roma alude al intento de Nerón de culpar a los cristianos en estos términos:

«Para acabar con los rumores, Nerón presentó como culpables y sometió a los más rebuscados tormentos a los que el vulgo llamaba cristianos, aborrecidos por sus ignominias. Aquel de quien tomaban nombre, Cristo, había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato; la execrable superstición, momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no sólo por Judea, origen del mal, sino también por la Ciudad, lugar en el que de todas partes confluyen y donde se celebran toda clase de atrocidades y vergüenzas» (Ann. XV,44,2-3)2.

Por su modo de escribir de los cristianos, Tácito debió utilizar una fuente de información hostil al cristianismo, quizá los archivos romanos. Este pasaje es el testimonio más completo sobre Jesús entre los autores romanos. Tres son las afirmaciones importantes que hace Tácito: Jesús murió bajo el reinado de Tiberio (14-37) y la prefectura de Pilato (26-36); el modo de ejecución romano, parece referirse a la crucifixión; supone una difusión rápida del cristianismo por todo el Imperio. De hecho, reconoce la existencia en Roma de una comunidad cristiana numerosa en los años del gobierno de Nerón. Por otra parte, es el único historiador romano que menciona a Pilato. Tenemos otras referencias a este prefecto romano en las fuentes cristianas y judías, además de una inscripción hallada en 1961 en Cesarea Marítima3.

Plinio el Joven (Cayo Plinio Segundo, 61-113) es un escritor romano conocido por su intensa correspondencia: 12 libros de cartas4. En septiembre del 111 fue nombrado legado imperial para la provincia de Bitinia (Asia Menor noroeste). Durante su cargo mantuvo una correspondencia con el emperador Trajano (98-117) en la que le hacía todo tipo de consultas. Una de ellas se centra en la persecución cristiana que, por su cargo, debía llevar a cabo. Estamos, pues, ante un documento oficial:

«Es mi costumbre, oh señor, referirte todo aquello de lo que tengo duda: ¿quién mejor que tú puede sostener mi incertidumbre o iluminar mi ignorancia? Jamás he participado en investigaciones sobre los cristianos; por tanto, no sé por qué motivo o en qué medida haya que castigarlos o buscarlos. He dudado mucho si hacer alguna discriminación por motivo de edad o si tratar del mismo modo a jóvenes y adultos; si quien se arrepiente merece indulgencia o si a uno que ha sido cristiano le sea de alguna utilidad el haber abandonado el cristianismo; si se debe castigar el nombre en ausencia de delitos o sólo los delitos (flagitia) conectados con ese nombre. Hasta ahora éste ha sido mi modo de proceder cuando me traían personas acusadas de ser cristianas. Les preguntaba a ellos mismos si eran cristianos. A quienes respondían afirmativamente les repetía dos o tres veces la pregunta bajo amenaza de suplicio; si perseveraban, les hacía matar. Porque no dudaba, fuera lo que fuese lo que confesaban, que tal persistencia e inflexible obstinación debía ser castigada [...].

»Me llegó una relación anónima que contenía el nombre de muchas personas; aquellos que negaban ser o haber sido cristianos, si invocaban a los dioses según mi ejemplo y hacían acto de súplica con incienso y vino ante tu imagen, que a tal efecto hice erigir con las estatuas de los dioses, y además maldecían a Cristo —acciones todas que, según se dice, es imposible conseguir de quienes son verdaderamente cristianos— consideré que debían ser liberados. Otros, cuyo nombre había sido denunciado, dijeron ser cristianos, pero lo negaron poco después. Lo habían sido, pero habían dejado de serlo, algunos hacía tres años, otros más, otros incluso veinte años. También todos estos han adorado tu imagen y la estatua de los dioses y han maldecido a Cristo.

»No obstante, ellos afirmaban que el culmen de su culpa y error consistía en reunirse en un día fijo antes del alba y cantar a coros un himno a Cristo como a un dios, obligándose recíprocamente bajo juramento no ya para fines delictivos, sino a no cometer hurtos, latrocinios, adulterios, a no faltar a la fe, a no rechazar, si lo piden, la restitución de un préstamo. Después de esto tienen por costumbre el separarse y volverse a reunir para tomar alimento, de género común e inocente [...].

»El asunto me ha perecido digno de consulta, dado el número de personas juzgadas; de todas las edades, clases sociales, también de ambos sexos, los que están en peligro o han de estar. Y no sólo las ciudades, también las aldeas y los campos están infectados por el contagio de semejante superstición; que parece pueda contenerse y corregirse. Consta con certeza que los templos, casi desiertos, comienzan a ser frecuentados, y que las ceremonias rituales hace tiempo interrumpidas, vuelven a ser oficiadas, de modo que se vende por doquier la carne de las víctimas, que hasta ahora hallaba escasos compradores. De ello es fácil deducir qué muchedumbre de hombres puede recuperarse, si se le ofrece la posibilidad de arrepentimiento» (Epist. X,96).

El emperador Trajano contestó a esta misiva en los siguientes términos:

«Caro Segundo, has seguido acendrado proceder en el examen de las causas de quienes te fueron denunciados como cristianos. No se puede instituir una regla general, es cierto, que tenga, por así decir, valor de norma fija. No deben ser perseguidos de oficio. Si han sido denunciados y han confesado, han de ser condenados, pero del siguiente modo: quien niegue ser cristiano y haya dado prueba manifiesta de ello, a saber, sacrificando a nuestros dioses, aun cuando sea sospechoso respecto al pasado, ha de perdonársele por su arrepentimiento. En cuanto a las denuncias anónimas, no han de tener valor en ninguna acusación, pues constituyen un ejemplo detestable y no son dignas de nuestro tiempo»5.

Esta correspondencia ofrece varias informaciones interesantes. En primer lugar, Plinio habla de tener que ver con procedimientos contra cristianos como tarea de gobierno; por tanto, la persecución contra los cristianos estaba ya en marcha antes de su llegada. Por otra parte, también es fácil deducir de su escrito la existencia de una presencia notable de cristianos en Bitinia y el Ponto; habían llegado a ser tantos que los templos paganos estaban descuidados y la carne de los sacrificios no se compraba. Respecto a las reuniones de los cristianos señala que éstos se juntaban en dos ocasiones: muy temprano en la mañana del domingo para cantar himnos a Cristo y por la tarde para celebrar el ágape o comida fraternal. Y especifica que el alimento que comían en sus reuniones era «común e inocente»; quizá haya en esta anotación un intento de aclarar la imputación de canibalismo que el vulgo solía atribuir a los cristianos. Interesante la información que ofrece acerca del compromiso que adquirían los cristianos en esos encuentros: rechazar todas las acciones viciosas o criminales. Sus reuniones, pues, no connotaban ningún peligro para el orden social. Seguramente por ello, Trajano no prohíbe estas reuniones en su respuesta; algo verdaderamente llamativo si se tiene en cuenta su rechazo visceral a todo tipo de agrupaciones y sociedades. Recuérdese que en el segundo año de su gobierno puso de nuevo en vigor la ley contra las asociaciones no autorizadas. «Pienso —sostiene M. Sordi— que el silencio con el que Trajano acoge las informaciones de Plinio sobre las reuniones de los cristianos, así como su consejo de que no se ocupe de las mismas y que no busque a éstos, y la consideración por tanto de que la culpa del cristianismo es una culpa individual de carácter estrictamente religioso, a perseguir sólo bajo iniciativa privada, son sumamente elocuentes: demuestran que Trajano, con independencia de las informaciones de Plinio, tiene un convencimiento tan profundo de la ausencia de cualquier peligro político en el cristianismo como para hacer en cierto modo una excepción en el riguroso principio de prohibición de toda forma de vida asociativa en Bitinia a favor de los cristianos»6.

La descripción del proceder de los cristianos respecto al culto oficial del Imperio que refleja la carta de Plinio es la misma que ofrecen habitualmente otras fuentes: se niegan a venerar las imágenes de las divinidades paganas y a dar culto al emperador; a causa de esto se les consideraba ateos. Por ello, el modo de verificar si los acusados eran o no cristianos consistía en exigirles sacrificar u ofrecer incienso a los dioses o a alguna imagen del emperador. Aunque suele considerarse este proceder como delictivo, sorprendentemente Trajano no cita ningún código o ley contra este proceder de los cristianos. Quizá hasta ese momento el cristianismo no había sido definido explícitamente como reato en el código romano. Las indicaciones de Trajano no dejan de ser contradictorias. Por una parte, los cristianos no deben ser buscados, lo que significa que el ser cristiano no constituía por sí mismo un delito; por otra, se les debía ajusticiar si, después de ser acusados, se probara que eran cristianos; bastaba su obstinación en rechazar ciertas normas del Estado, como sacrificar a los dioses, para que cayese sobre ellos el ius coercitionis.

Suetonio (69-c.140), escritor romano contemporáneo de Tácito. Perteneció al orden ecuestre y tuvo tres cargos al servicio del emperador: secretario a studiis, responsable de las bibliotecas imperiales y secretario para la correspondencia imperial. En la redacción de sus escritos utilizó los archivos imperiales. Hacia el 120 d. de C. escribió las biografías de los primeros emperadores romanos, desde Augusto hasta Domiciano, precedidas por la de Julio César. En su libro De Vita Caesarum se lee:

«Expulsó de Roma a los judíos, que provocaban alborotos continuamente a instigación de Cresto» (Divus Claudius 25,4)7.

No tenemos información puntual acerca de la población judía en Roma durante el reinado de Claudio, pero algunos estudiosos calculan que estaría integrada por cerca de 20.000 judíos. Si es exacto este cálculo, resulta bastante sorprendente que una decisión contraria a una comunidad judía tan significativa numéricamente no haya sido anotada por el historiador Flavio Josefo en ninguna de sus obras. Los estudiosos discuten sobre el año en que tuvo lugar esta expulsión. Según Pablo Orosio, historiador cristiano del siglo V, este suceso tuvo lugar en el 49 d. de C.; pero estudios recientes lo sitúan en el 41-428. La noticia que ofrece Hch 18,2 apoya la primera posibilidad9.

Se desconoce la fuente de información que utilizó Suetonio para redactar esta noticia. Sea por una información errónea o por un convencimiento personal equivocado, Suetonio consideraba presente en Roma al tal Cresto como jefe de la revuelta. En realidad, se trataba solamente del motivo de la disputa, pues muy probablemente se alude aquí a Cristo y la predicación cristiana. Téngase en cuenta que Χρηστός, cuyo significado es «benigno, agradable», es un nombre pagano. La forma «Cresto» referida a Jesús se debe seguramente a una deformación de aquella época. Dos datos importantes apoyan esta posibilidad: el hecho de que el nombre «cristianos» aparece escrito en algunas obras romanas «chrestianos» y la ausencia del nombre de Cresto en los epitafios de las tumbas judías del primer siglo.

Probablemente alude Suetonio a los comienzos del cristianismo en Roma y a las discusiones que suscitó su llegada entre los judíos. Puesto que no existen noticias de que en las anteriores expulsiones de los años 139 a. de C. y 19 d. de C. se obligara a los judíos a dejar Roma por motivos políticos, se debe suponer que también en esta ocasión el tumulto fuera de naturaleza religiosa. Dión Casio, en su Historia Romana, ofrece una noticia posiblemente relacionada con ésta de Suetonio, que dice así: «En cuanto a los judíos, los cuales se habían vuelto a multiplicar en tan gran número que, por motivo de su multitud, a duras penas se les podía echar de la ciudad sin provocar un tumulto, él (= Claudio) no les expulsó, pero les ordenó que no celebraran reuniones aunque podían continuar con su tradicional estilo de vida. Disolvió también las asociaciones restablecidas por Cayo (Calígula)» (60,6,6). Sin embargo, en ella no se habla de expulsión, sino de la prohibición imperial de realizar reuniones y el mandato de disolver las asociaciones judías. Dión Casio sitúa este edicto en el año 41.

Marco Cornelio Frontón (100-168). Célebre orador romano. Maestro de retórica del emperador Marco Aurelio. Fue senador y cónsul en el año 143. Escribió una Oración contra los cristianos, que pronunció posiblemente en el Senado con ocasión de una restauración religiosa promovida por la autoridad imperial. Se desconoce la fecha exacta en que Marco Cornelio Frontón pronunció este discurso; se ha sugerido algún año entre 162 y 166. De esta Oración han llegado solamente algunas referencias en la apología de Minucio Felix, Octavius10. Los pasajes más interesantes son éstos:

«Los cristianos, reclutando desde los lugares más bajos hombres ignorantes y mujeres crédulas que se dejan llevar por la debilidad de su sexo, han constituido un conjunto de conjurados impíos, que, en medio de reuniones nocturnas, ayunos periódicos y alimentos indignos del hombre, han sellado su alianza, no con una ceremonia sagrada, sino con un sacrilegio [...]. Se reconocen por señales y marcas ocultas y se aman entre ellos, por así decir, antes de conocerse [...]. Tengo entendido que ellos, no sé por qué estúpida creencia, adoran, después de haberla consagrado, una cabeza de asno [...]. Y quien dice que un hombre castigado por un delito con la pena suprema y el leño de una cruz constituyen la lúgubre sustancia de su liturgia, no hace sino atribuir a estos bribones sin ley el ritual que mejor les pega, es decir, indica como objeto de su adoración justo lo que ellos merecerían».

Como se aprecia con facilidad, la descripción utiliza testimonios de conversaciones de la gente; es decir, se trata de material de segunda mano. Son acusaciones groseras y confusas, sin gran valor. No obstante, esta noticia es útil como testimonio de la muerte de Jesús en cruz y la rápida difusión del cristianismo.

Luciano de Samosata (120-190). Escritor satírico, de talante escéptico e irónico. En el libro Sobre la muerte de Peregrino hace mención a los cristianos (c.11-16). El argumento de la obra es la historia de un sinvergüenza (Proteo), que vive engañando y aprovechándose de la gente. También de los cristianos, a quienes describe como gente ingenua y bobalicona. He aquí algunos párrafos de esta obra, en los que alude además a su fundador, Jesús de Nazaret:

«Fue entonces cuando (Proteo) conoció la admirable doctrina de los cristianos, al encontrarse en Palestina con sus sacerdotes y escribas. Y ¿qué creéis que pasó? En poco tiempo los hizo parecer como niños descubriendo que él era únicamente el profeta, maestro del culto, conductor de sus reuniones, todo en suma [... ] y le daban el título de jefe. Después, por cierto, de aquel hombre a quien siguen adorando, que fue crucificado en Palestina por haber introducido esta nueva religión en la vida de los hombres [...]. Su primer legislador les convenció de que todos eran hermanos y así, tan pronto como incurren en este delito, reniegan de los dioses griegos y en cambio adoran a aquel sofista crucificado y viven de acuerdo con sus preceptos. Por ello desprecian igual todos los bienes, que consideran de la comunidad».

La información que ofrecen estos capítulos de la obra de Luciano es bastante pobre: sitúa el origen del cristianismo en Palestina, afirma que Jesús fue crucificado por los romanos y hace una descripción irónica del amor mutuo que se tenían los cristianos.

Otras brevísimas referencias tenemos en dos filósofos estoicos: Epicteto (55-135), y Marco Aurelio (121-180; emperador del 161-180). En ellas, se considera a los cristianos como gente irracional y testaruda. En sus Diatribas, Epicteto parece referirse a casos de persecución y considera el comportamiento paciente de los cristianos, a los que llama «galileos», una costumbre: «Luego por pasión de ánimo uno es capaz de comportarse así frente a tales cosas, y por hábito los galileos» (4,7,6). También Marco Aurelio en Meditaciones 11,3 desprecia la decisión de los cristianos de afrontar el martirio antes que abjurar de su fe: «¡Qué índole la del alma dispuesta tanto a separarse, si es preciso, del cuerpo, como a extinguirse o a disiparse o a persistir! Pero que este estar dispuesto proceda de la propia decisión, no de la mera terquedad como en el caso de los cristianos, de un modo reflexivo y digno, que convenga a los demás, sin teatralismo trágico».

b) Paganas siro-palestinenses

Mara bar Serapión es el nombre de una persona que escribió una carta a su hijo para animarle a buscar siempre la sabiduría. Dicha carta está recogida en un manuscrito siriaco del siglo VII, que se encuentra en el British Museum de Londres. La misiva, no obstante, se considera escrita a principios del siglo II o incluso al final del siglo I. Muy probablemente sea algo posterior al año 73, ya que contiene la noticia de la fuga de unos ciudadanos de Samosata, entre los que se halla el propio escriba, y refleja la esperanza de que los romanos les permitan volver. Las circunstancias históricas a las que se alude encajarían bien con la anexión del reino de Commágenes, cuya capital era Samosata, a la provincia de Siria, ocurrida entre los años 72-73. El texto que nos interesa es el siguiente:

«¿Qué ventaja obtuvieron los atenienses cuando mataron a Sócrates? Carestía y destrucción les cayeron encima como un juicio por su crimen. ¿Qué ventaja obtuvieron los hombres de Samo cuando quemaron vivo a Pitágoras? En un instante su tierra fue cubierta por la arena. ¿Qué ventaja obtuvieron los judíos cuando condenaron a muerte a su rey sabio? Después de aquel hecho su reino fue abolido. Justamente Dios vengó a aquellos tres hombres sabios: los atenienses murieron de hambre; los habitantes de Samo fueron arrollados por el mar; los judíos, destruidos y expulsados de su país, viven en la dispersión total. Pero Sócrates no murió definitivamente: continuó viviendo en la enseñanza de Platón. Pitágoras no murió: continuó viviendo en la estatua de Hera. Ni tampoco el rey sabio murió verdaderamente: continuó viviendo en la enseñanza que había dado» (Syriac MS. Additional 14.658)11.

No parece que el escritor sea cristiano; de otro modo no habría hablado de la pervivencia de Cristo en estos términos ni hubiera situado en el mismo plano a Cristo y a los filósofos griegos. Importante la información que ofrece acerca de los causantes de la muerte de Jesús, pues atribuye su condena a los judíos y no a los romanos.

c) Judías

El filósofo de la religión judía P. Lapide, gran promotor del diálogo judeocristiano, escribió una obra en la que aborda la figura de Jesús en el judaísmo actual. Al inicio del capítulo dedicado a las opiniones de rabinos acerca de Jesús afirma: «Es verdaderamente sorprendente que el hijo más famoso de Israel, aquel a quien Occidente ha convertido en su Dios, haya dejado en los anales religiosos del judaísmo escasas, oscuras y, a menudo, negativas huellas. En los escritos talmúdicos, que se extienden a lo largo de más de 15.000 páginas, sólo se habla de Jesús, del judío creyente Jesús, en unas 15»12. Si ya son pocas las veces que aparece, según este estudioso judío, otros autores quieren reducir aún más el número, pues acerca de estas noticias sobre Jesús de Nazaret las opiniones de los estudiosos están muy encontradas. Algunos niegan cualquier referencia a Jesús en los textos rabínicos; por ejemplo, J. Maier. Otros reconocen que los materiales rabínicos tempranos y la Mishná no hablan de Jesús, aunque sí hay alusiones en los escritos tardíos, a los que no conceden valor histórico; por ejemplo, J.P. Meier. Un tercer grupo reconoce que los escritos rabínicos reflejan el enfrentamiento con el cristianismo y el rechazo frontal de Jesús; en ellos se pueden rastrear breves alusiones de poco valor histórico. Ejemplo de esta postura son las palabras de J. Klausner, famoso sabio judío, que concede poca importancia a las exiguas referencias del Talmud identificadas por él, «dado que tienen más carácter de vituperio y polémica contra el fundador de una facción odiada que de información objetiva y de valor histórico»13. Ciertamente la información es pobre, pues Jesús y sus seguidores eran considerados herejes, cuyos nombres debían ser borrados de la faz de la tierra. Estudiaremos brevemente las noticias reconocidas auténticas por la mayoría de los estudiosos.

Las Dieciocho bendiciones
Un texto a tener en cuenta es la duodécima bendición de la famosa plegaria de las Dieciocho bendiciones (Semoné esre) que se rezaba en las sinagogas. Dice así:

«No haya esperanza para los apóstatas. Y destruye pronto el reino del orgullo en nuestros días; y perezcan los nazarenos y los herejes en un instante. Sean borrados del libro de la vida y no queden inscritos con los justos. Bendito seas, Yhwh, que doblegas a los soberbios».

El mismo Talmud de Babilonia (Ber 28b-29a) atestigua que esta plegaria fue adaptada en Jamnia contra los cristianos en tiempo del rabí Gamaliel II, durante los años 80. Ecos de ella encontramos en Justino, Diálogo con Trifón 96,2: «Vosotros en vuestras sinagogas maldecís a los que se han hecho cristianos». Su existencia se puede fechar con certeza a finales del siglo I.

Tratado bSanhedrin 43a
Una baraitha del siglo II conservada en el tratado Sanhedrin del Talmud de Babilonia dice así:

«Fue transmitido: Jesús el nazareno fue colgado la vigilia de la Pascua. Cuarenta días antes el heraldo había gritado: ‘Se le está conduciendo fuera para que sea lapidado, porque ha practicado la hechicería y conducido a Israel fuera del camino llevándolo a la apostasía. Quien tenga algo que decir, venga y lo declare’. Dado que nada fue presentado en su defensa, fue colgado la vigilia de Pascua. Ulla decía: ‘¿Crees que él hubiera merecido una defensa? Fue un mesît (= inductor a la idolatría) y el Misericordioso ha dicho: ¡No debes tener misericordia de él ni encubrir su culpa!’. Con Jesús fue diferente, porque él estaba próximo al reino».

Algunos estudiosos han rechazado la identificación de este reo con Jesús sosteniendo que el apelativo «el nazareno» es un añadido posterior. A su entender, aquí se alude a un tal Jesu, discípulo de un rabino del 100 a. de C., que es nombrado en Sanh 107b, al que se atribuye el ejercicio de la magia y la incitación de Israel a pecar. Pero el apelativo «el nazareno» está muy bien atestiguado. Por otra parte, parece muy probable que el nombre del tal Jesu no figurara originalmente en el pasaje de bSanh 107b, ya que la misma noticia aparece sin ningún nombre en otros dos lugares14. Incluso, dado que ese tal Jesu había residido temporalmente en Egipto y fue considerado apóstata, algunos rabinos amoraim, de una época bastante posterior, le identificaron con Jesús de Nazaret. Por lo demás, iguales acusaciones contra Jesús aparecen en el Nuevo Testamento (Mt 12,24; Lc 23,2). La mención del heraldo y los cuarenta días parece una justificación apologética contra la acusación cristiana de que el juicio fue hecho con prisa y sin dar atención a los testigos a favor de Jesús. La acción de ser colgado seguramente hay que interpretarla referida a la crucifixión, pues era algo de sobra conocido. Es muy improbable que este término designe aquí una exposición del cadáver después de la lapidación. De hecho el texto no dice nada sobre la ejecución de la lapidación, lo que resulta sorprendente en caso de que tal hubiera sido el tipo de ejecución. Resulta llamativa la coincidencia que hay respecto al día de la muerte de Jesús en este texto rabínico y el evangelio de Juan (cf. 19,14).

Tratado pTa‘anit 65b
Otra posible referencia tenemos en el tratado sobre el ayuno, que dice:

«Habla el rabino Abbahú: Si un hombre te dice ‘yo soy Dios’ miente; ‘yo soy hijo del hombre’, se ha de arrepentir al final; ‘yo subiré al cielo’, lo dice y no puede realizarlo».

Aquí podría haber una polémica contra lo afirmado por Jesús en el juicio ante el sanhedrín, según refiere Mc 14,62: «Yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo». Ahora bien, teniendo en cuenta la información ofrecida por Celso acerca de que los falsos profetas usaban expresiones semejantes, el texto podría también aludir a esos falsos profetas y mesías.

Tratado b‘Aboda zara 16b
Tenemos una última referencia en la literatura rabínica, concretamente en el tratado dedicado a la idolatría y los ídolos del Talmud de Babilonia. Dice así:

«Rabí Eliezer decía: paseando en cierta ocasión por el mercado superior de Séforis topé con uno de los discípulos de Jesús el Nazareno, llamado Jacob, del poblado de Sekhnaya. Él me dijo: ‘En vuestra Torah está escrito: No llevarás dinero de prostituta a la casa del Señor (Dt 23,19). ¿Cómo? ¿No se puede construir con él una letrina para el sumo sacerdote?’. Yo no le respondí. Y él me dijo: ‘Así me enseñó Jesús el Nazareno: Fue recogido a precio de prostitutas y a precio de prostitutas volverá (Miq 1,7); de un lugar de sordidez ha venido y a un lugar de sordidez irá’. La palabra me agradó; por ello yo fui arrestado a título de herejía».

Este rabino parece que fue excomulgado temporalmente. Quizá por su simpatía hacia el cristianismo. No obstante es uno de los maestros más citados en la tradición rabínica. El texto refleja más bien la convivencia cristiano-judía en Palestina, no tanto un dicho auténtico de Jesús. Según varios estudiosos, las versiones más antiguas del relato hablaban de un dicho herético atribuido a este discípulo de Jesús sin especificar su contenido; posteriormente se inventó el dicho para satisfacer la curiosidad de los lectores y desacreditar a Jesús15.

Flavio Josefo (37/38-h.100 d. de C.)
Una mención aparte entre las fuentes judías merece Flavio Josefo. En su obra Antigüedades Judías leemos una información sobre Jesús, que se conoce como el Testimonio Flaviano. Desde hace siglos se discute sobre su autenticidad, pues en él hallamos expresiones típicas de Josefo, pero también se leen algunas frases claramente cristianas, que en modo alguno pueden atribuirse a Josefo, ya que murió siendo judío. Al citar el pasaje destacamos en cursiva las expresiones típicas de Josefo acompañadas del original griego y subrayamos las de carácter cristiano.

«Por este tiempo vivió Jesús, un hombre sabio (σοφὸς ἀνήρ), si se le puede llamar hombre. Fue autor de obras increíbles (παραδόξων ἔργων) y el maestro de todos los hombres que acogen la verdad con placer (ἡδονῇ τἀληθῆ δεχομένων). Atrajo a muchos judíos y también a muchos paganos (καὶ πολλοὺς μὲν’Ιουδαίους, πολλοὺς δὲ καὶ τοῦ ‘Ελληνικοῦ) ἐπηγάγετο). Era el Cristo. Y aunque Pilato lo condenó a morir en cruz por instigación de las autoridades de nuestro pueblo (καὶ αὐτòν ἐνδείξει τῶν πρῶτων ανδρῶν παρ’ ἡμῖν σταυρῷ ἐπιτετιμηκότος Πιλάτου), sus anteriores adeptos no le fueron desleales. Porque al tercer día se les apareció vivo, como habían vaticinado profetas enviados por Dios, que anunciaron muchas otras cosas maravillosas de él. Y hasta el día de hoy existe el linaje (φῦλον) de los cristianos, que se denominan así en referencia a él» (18,63s).

Existen varias hipótesis para explicar la presencia de las afirmaciones cristianas en este texto. Algunos autores consideran el pasaje auténtico en lo esencial. Partidarios de esta posición son, entre otros muchos, dos grandes historiadores: L. von Ranke y A. von Harnack. El mismo Josefo ofrece un dato decisivo para esta valoración. Al relatar la muerte de Santiago, el obispo de Jerusalén, lo relaciona con Jesús utilizando esta fórmula: «el hermano de Jesús, llamado Cristo» (Ant 20,200). Ciertamente todos los estudiosos consideran auténtico el relato del martirio de Santiago y, por tanto, también la referencia a Jesús, pues no es el modo cristiano de aludir a él16. Ahora bien, el hecho de que no se detenga a especificar quién es este Jesús, obliga a suponer que lo ha hecho en otro pasaje anterior; el único que puede ser identificado es el denominado Testimonio flaviano. Otros estudiosos, sin embargo, prefieren considerar todo el pasaje una interpolación de un copista cristiano. En apoyo de esta hipótesis está el hecho de que ningún apologeta cristiano de los siglos II/III, aun cuando utilice los textos de Josefo como autoridad para sus argumentos, alude a este testimonio. Bien es cierto que el carácter más o menos ambiguo del texto reconstruido, después de eliminar las expresiones añadidas, pudo llevar a los apologetas cristianos a prescindir de él. Por último, dado que es innegable que hay interpolaciones cristianas, bastantes historiadores consideran que el texto fue retocado por copistas cristianos durante el proceso de transmisión. Aunque hay que reconocer que estas glosas cristianas son muy antiguas, pues Eusebio de Cesarea transmite la versión griega citada17. En cualquier caso, los estudiosos se han esforzado en reconstruir la descripción original ofrecida por Josefo eliminando las interpolaciones. El resultado es este texto, de carácter bastante neutro:

«Por este tiempo vivió Jesús, un hombre sabio. Fue autor de obras increíbles y el maestro de todos los hombres que acogen la verdad con placer. Atrajo a muchos judíos y también a muchos paganos. Y aunque Pilato lo condenó a morir en cruz a causa de una acusación de los hombres principales entre nosotros, sus anteriores adeptos no le fueron desleales. Y hasta el día de hoy existe el linaje de los cristianos, que se denominan así en referencia a él»18.

Esta tercera hipótesis parece la más probable por tres razones. Ante todo el texto, con diferentes retoques, aparece en todos los manuscritos griegos, árabes y siriacos. En segundo lugar, el estilo y lenguaje del pasaje, eliminadas las claras interpolaciones cristianas, es típico de Flavio Josefo. Por último, la concepción de Cristo que transmite no es cristiana, pues lo considera como un sabio, un predicador de cierto éxito. La información de Flavio Josefo coincide con algunos de los datos que ya habíamos encontrado en los textos anteriormente estudiados. Así, por ejemplo, la capacidad de Jesús de realizar milagros, la responsabilidad de las autoridades judías en su muerte y la rápida difusión del cristianismo19.

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