La criolla principal
ÍNES QUINTERO
@inesquinterom

Doce años después

Este libro lo terminé de escribir en el año 2003. En aquel momento, no sabía muy bien cuál sería el destino del manuscrito. Por primera vez escribía un libro de historia sin presiones de ningún tipo: no era un trabajo de ascenso para la universidad; tampoco era una tesis que tuviese que ser evaluada por un jurado y, por su extensión y características, no tenía destino en un medio académico formal.

Sin sacrificar ni desentenderme del rigor y las exigencias que demanda la investigación histórica, me había dispuesto a escribir como quien refiere una serie de hechos y trata de explicarlos conversando entre amigos, organizando las ideas, haciendo acotaciones, deteniéndose en los detalles más llamativos, recurriendo a la información recabada, profundizando en los aspectos menos conocidos, a fin de comprenderlos, compartirlos y despertar el mismo interés y curiosidad que estuvieron presentes en mi ánimo durante la investigación y mientras me sentaba a redactar cada capítulo.

Yo misma estaba sorprendida, no solamente por los hallazgos obtenidos, sino por el placer inmenso que representaba sentarse a escribir sobre una mujer que había sido protagonista de una historia tan complicada y particular en una época tan difícil y fundamental del proceso histórico venezolano: los años de la independencia. Una mujer que fue monárquica hasta los tuétanos, enemiga furibunda de la república, que se opuso de manera implacable a los designios de su hermano, que se vio obligada a vivir en el exilio y a quien, al concluir la guerra, no le quedó más remedio que regresar a Venezuela y construirse una nueva vida sobre la destrucción y los escombros de sus referentes más preciados.

Cuando le puse punto final a la primera versión, se la envié a Antonio López Ortega, gran amigo y exigente lector quien, para ese entonces, era el director de la Fundación Bigott. Mi propósito era consultarle si le parecía que podría publicarse en alguna de las colecciones de la Fundación. La respuesta fue inmediata y positiva, nunca se me olvidará. Estaba yo camino a San Juan de los Morros cuando recibí su llamada para decirme que estaba interesado en el libro y que podría formar parte de la Serie Historia en la Colección Bigotteca. Se trataba, sin duda, de una posibilidad extraordinaria, por la seriedad y trayectoria de la institución y por la calidad y excelente cuidado de la producción editorial de la Fundación Bigott. Muy rápidamente nos pusimos a trabajar en la edición.

Miriam Ardizzone, coordinadora de publicaciones de la Fundación, fue gran aliada en la empresa; la portada original con María Antonia atravesada sobre un estridente fondo turquesa fue una audaz y fabulosa creación de Waleska Belisario y Carolina Arnal, las chicas de ABV Diseños. La presentación se hizo en la Casa de la Fundación Bigott, en septiembre, en el centro histórico de Petare, con palabras de Ermila Troconis de Veracoechea y amplia concurrencia de familiares y amigos. A los pocos días me fui para Oxford, a la Cátedra Andrés Bello, con la finalidad de terminar mi tesis doctoral.

Ese mismo año, en diciembre, me llamó Valentina, mi hermana, para decirme lo siguiente: «Tu libro, hermanita, un éxito absoluto: la gente lo está leyendo en Playa El Agua, en Margarita. Ni te imaginas». El 28 de diciembre publicó Simón Alberto Consalvi una extensa y generosa nota en El Nacional, comentando el contenido y características de la obra. Según me comentó Antonio López Ortega, la calidad de la nota de Consalvi, aunada a su seriedad y prestigio, contribuyó de manera decisiva a que se agotara la primera edición.

Al comenzar el año se hizo la primera reimpresión. El libro continuó reimprimiéndose con sello editorial de la Bigott hasta el 2006.

En el 2008 se hizo una nueva edición, con Editorial Santillana, para Colombia y Venezuela, con una sola diferencia respecto a la versión original: en esta ocasión se incluyó un apéndice con las cartas de María Antonia Bolívar a su hermano. En el 2014, cuando la Editorial Santillana fue vendida a Ramdom House, recuperé los derechos de la obra. Ya no quedaban ejemplares impresos.

Fue entonces cuando se consideró la posibilidad de editarlo nuevamente. La proposición fue de Ulises Milla, el director de Alfa Editorial, gran amigo, excelente editor y aliado fundamental en los distintos proyectos que esta casa editorial ha cobijado y hecho suyos desde que publiqué mi primer libro, en 1989, cuando nuestro querido Leonardo Milla, su papá, era el capitán de la empresa. Una vez más, todo el equipo de Alfa ha puesto la mayor dedicación y empeño para que este nuevo libro llegue impecable y primoroso a manos de los lectores.

Transcurridos doce años de la primera edición, es mucho lo que ha pasado con La criolla principal. Entre las mayores satisfacciones ha sido, sin duda, saber que ha servido como material de apoyo en algunos cursos de Cátedra Bolivariana, en tercer año de bachillerato, y que ha despertado la curiosidad y el interés de los jóvenes. En todos estos años, muchos lectores me han transmitido por escrito y de palabra sus comentarios, observaciones e impresiones sobre el libro y el personaje: la sorpresa que les ocasionó saber que Bolívar tenía una hermana, por ejemplo; la beligerancia de la señora, su carácter e intemperancia; la posibilidad de acercarse a los años de la independencia desde una mirada más cotidiana y humana, menos épica y heroica; conocer de cerca las tensiones y trifulcas que generó la independencia en la familia Bolívar y entre la gente común; la manera diferente de narrar la historia; la diversidad y originalidad de la información que se ofrecía; la desmitificación de la época; la importancia de la presencia femenina en aquellos años, así como muchos otros comentarios sobre lo que representó, para cada quien, la lectura de este libro. A todos les agradezco el interés y la generosidad con la que recibieron y leyeron esta historia.

También, durante todo este tiempo, he tenido ocasión de compartir las impresiones que ha dejado su lectura en los más diversos ambientes y auditorios, en conferencias, simposios, conversatorios y congresos en distintas partes del país y también fuera de Venezuela. Todos ellos profundamente enriquecedores.

Mención especial merece el encuentro con las amigas del grupo de lectoras Semana, de Maracaibo, quienes seleccionaron La criolla principal como el libro con el cual celebrarían su cuadragésimo aniversario; un hecho memorable, sin la menor duda, por la constancia y el tesón que representa reunirse durante cuatro décadas a fin de compartir las impresiones y las emociones que puede despertar el maravilloso placer de leer. Allá estuve intercambiando con ellas los más diversos pareceres sobre la vida y vicisitudes de María Antonia Bolívar. Un detalle singular de la reunión fue la marcada división de las asistentes entre quienes defendían a María Antonia sin cortapisas y quienes, por el contrario, se manifestaron como sus más fervientes detractoras. La verdad fue una experiencia maravillosa. Desde entonces soy seguidora e integrante de este extraordinario y consecuente grupo de lectoras que está cumpliendo ya 50 años.

Al momento de plantearme la reedición de La criolla principal me surgió la inquietud de si debía dejar el libro tal cual como lo escribí en su momento, o si debía hacerle algunos ajustes o correcciones: modificar las notas a pie de página incorporándolas al texto, eliminar algunas de ellas, añadir nueva información, trabajar algunos temas con más detalle o ampliarlo como hice con la biografía de Miranda para escribir un nuevo libro.

La decisión fue intervenir el texto lo menos posible y dejarlo lo más parecido a su versión original. Me limité solamente a incorporar algunos datos con el fin de actualizar la información que se ha modificado significativamente desde el 2003, como es el caso del Archivo del Libertador, que ya no se encuentra bajo custodia de la Academia Nacional de la Historia, sino en el Archivo General de la Nación. También me animé a realizar algunas correcciones puntuales sobre las casas de la familia Bolívar, siguiendo el comentario que gentilmente me hiciera Roldán Esteva Grillet. Igualmente me pareció oportuno añadir la mención que hace el coronel William Duane sobre la actitud de María Antonia en el viaje de regreso a Caracas en 1822, por atinada recomendación del amigo e historiador colombiano Daniel Gutiérrez Ardila. Resultó insoslayable hacer referencia directa a la aparición del expediente del robo de los 10 000 pesos denunciado por María Antonia y en el cual acusa a Ignacio Padrón de haber sido el ladrón, ya que fue ese hallazgo lo que me permitió escribir, años después, El fabricante de peinetas. Último romance de María Antonia Bolívar, un libro que bien puede leerse como la continuación de La criolla principal.

Otra acotación breve y necesaria incorporada a la presente edición está relacionada con el terremoto de 1812 y la famosa frase de Bolívar: «... si se opone la naturaleza, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca». Resulta que tengo la fortuna de compartir la existencia con Rogelio Altez, mi esposo, y por el contacto en vivo y directo con sus investigaciones sobre este tema consideré oportuno hacer referencia a las pertinentes puntualizaciones que ha hecho Rogelio sobre la manera como esta supuesta arenga de Bolívar se convirtió en referente mítico de la historia patria.

Releyendo el libro, reflexionando sobre su contenido, pensando en las emociones encontradas que ha despertado la vida de María Antonia y en las distintas valoraciones que ha suscitado la lectura de sus vivencias y experiencias, sigo pensando que la historia que se narra en La criolla principal es mucho más que la biografía y vicisitudes de María Antonia Bolívar. Se trata de una mirada cuya finalidad es acercarnos a la inmensa complejidad y a las profundas contradicciones que estuvieron presentes en el proceso de independencia, con el único objetivo de contribuir a despojarlo de la visión idealizada, mítica y heroica que todavía hoy, transcurridos más de 200 años, sigue nutriendo el discurso oficial y plasmándose sin variaciones en libros, textos y manuales de historia. Ese y no otro es el propósito de las páginas que siguen.

Introducción

Es poco lo que se conoce sobre la vida de María Antonia Bolívar. La referencia ineludible sobre su persona es aquella que nos remite al consejo que le diera a su hermano, Simón Bolívar, cuando le advirtió que no aceptase la oferta que le hacían quienes pretendían coronarlo y le manifestó que, por ningún motivo, renunciase a su título de Libertador.

Este episodio está presente en los escasos y breves escritos que dan cuenta de la vida de María Antonia. El padre Carlos Borges, en el acto inaugural de la Casa Natal del Libertador, al referirse al valor y trascendencia de este «histórico» consejo, comentó entusiasta en su discurso: «... ¡¿Dónde encontró esta sublime caraqueña la pluma de Plutarco?!».

Vicente Lecuna, estudioso de la obra del Libertador, no se quedó atrás y lo calificó como un «concepto soberbio» y como la más clara demostración de la «magnanimidad» y «grandeza moral» de María Antonia.

El mismo Lecuna, al referirse a la hermana mayor de los Bolívar Palacios, aun cuando afirma que en un comienzo no compartió los ideales de su hermano ya que fue partidaria del rey, señala que era una mujer de «ideas elevadas, un gran sentido político y acendrado amor patrio».[1]

Otro acucioso investigador de nuestro pasado, el señor Manuel Landaeta Rosales, también se animó a emitir su opinión sobre María Antonia: «... era una mujer altiva, inteligente y de gran patriotismo ».[2]

La Revista de la Sociedad Bolivariana, al cumplirse el primer centenario de la muerte de María Antonia, en 1942, le dedicó unas páginas y en ellas estampó el panegírico de la «hermana devota del Héroe», tributo de admiración «a la memoria de esta mujer ejemplar».[3]

Tres décadas más tarde, Irma De Sola Ricardo en su discurso de orden ante el Concejo Municipal del Distrito Federal, en ocasión de conmemorarse el Día Internacional de la Mujer, rindió homenaje a María Antonia Bolívar por la «indudable influencia que tuvo en la decisión más trascendental del Libertador», y la describió como una mujer de acendradas tradiciones religiosas, dedicada a su hogar y capaz de incursionar con resolución en la agricultura, en la administración de sus haciendas, en litigios judiciales y en la contienda pública. Era María Antonia, en palabras de la señora De Sola «... la heroína civil de las mil batallas cotidianas».[4]

En cada uno de los escritos mencionados, todos los autores destacan el enorme afecto que unía a los dos hermanos. Dice Lecuna: «... nunca dejaron de amarse como buenos hermanos». Afirma Landaeta: «Bolívar siempre la [...] ensalzó, admiró y colmó de elogios bien merecidos dándole el nombre de madre»; y refiere la señora De Sola el recíproco cariño que unía a ambos hermanos.

Hasta aquí no hay fisuras en la apreciación de esta pariente del Libertador; todos coinciden en que se trató de una mujer noble, patriota, devota de su hermano y quien supo encaminarlo y recomendarle lo que más le convenía.

Más allá de estos apologéticos comentarios, no hay mayores noticias sobre la vida de María Antonia Bolívar.

Otra obra sobre la misma dama nos da una versión totalmente opuesta. Se trata del libro de Paul Verna titulado María Antonia y las minas de Aroa. Pues resulta que el señor Verna discrepa por completo de las opiniones emitidas por el padre Borges, Vicente Lecuna, Manuel Landaeta Rosales y la señora Irma De Sola Ricardo.

Referido de manera exclusiva al tema de la administración de las minas de Aroa por parte de María Antonia como apoderada del Libertador, Verna no se inhibe a la hora de fustigar y criticar duramente a la hermana de Bolívar. En opinión de Verna, María Antonia era una mujer «díscola» que enredó intencionalmente el negocio de las minas para quedarse con ellas luego de la muerte del Libertador. Denuncia sus «turbios manejos», cuya única motivación era impedir la venta de la propiedad a los ingleses. La califica de testaruda, avara, torpe, codiciosa, embrollosa y considera que se ha pretendido erigir una versión idílica de esta mujer cuando, según Verna: «... la verdad, la pura verdad (sin quitarle los méritos o las cualidades que pudiera tener) es que María Antonia era una mujer interesada, una persona aprovechada, avara y egoísta que sabía esconder muy bien a los ojos de su hermano la inmensa codicia que la devoraba».[5]

Rechaza Verna la idea de su acendrado patriotismo. No fue nunca el tricolor glorioso la bandera de María Antonia. Por el contrario, su bandera será siempre «... la de sus intereses económicos, de la riqueza, del dinero. Su única bandera será la codicia y la codicia de María Antonia no tenía límites. De los tres colores del estandarte patrio, solo del primero que recordaba el oro, parecía haber hecho su símbolo».[6]

La obra de Verna no ofrece detalles biográficos; no nos dice cuáles eran sus virtudes, si las tenía, o dónde nació, si tuvo hijos, qué tipo de vicisitudes padeció, cómo se desenvolvió su existencia. El interés primordial del autor es convencer al lector de que María Antonia era una mujer perversa que se aprovechó de la confianza de su hermano para salirse con la suya en el caso de las minas de Aroa.

La existencia de esta mujer, en la obra de Verna, queda resumida en un párrafo que más que una descripción biográfica es una condena:

«... La vida de María Antonia será no solo la de una mujer de negocios, de una contadora que piensa y vive únicamente por aumentar las onzas de oro y los macuquinos de plata que duermen en su cofre, sino también la de una mujer desagradable e intrigante.»[7]

De acuerdo con la versión que nos brinda este autor, no hay nada rescatable en la biografía de la hermana del Libertador: no quería a su hermano, no fue patriota y solo la distinguían su avaricia y su mala intención.

Las numerosísimas biografías de Simón Bolívar no son de mucho auxilio a la hora de tratar de conocer mayores detalles sobre la vida de María Antonia; la mayoría ni siquiera la mencionan y, cuando lo hacen, es para referirnos el mismo episodio del consejo «histórico» sobre el tema de la corona, o cuando se ocupan de describirnos su cuadro familiar y mencionan que tuvo dos hermanas, María Antonia y Juana, y un hermano, Juan Vicente.

Una excepción es la obra Bolívar, de Salvador de Madariaga, quien insiste sobre el tema de las ideas políticas de María Antonia, refiere su rechazo a la Independencia y da cuenta de las profundas reservas que tenía respecto a la conducta política de su hermano menor. Inclusive, Madariaga incorpora en el apéndice documental de su obra las representaciones que dirige María Antonia a las autoridades españolas en las cuales deja clara su posición respecto a la Independencia y solicita al rey de España que le conceda una pensión. No obstante, la obra de Madariaga tiene como propósito narrarnos la vida de Simón Bolívar y no la de su hermana María Antonia, de forma tal que no se extiende sobre los trámites que ocupan a la dama en cuestión.

Es, pues, esta contradictoria percepción sobre María Antonia, así como la ausencia casi absoluta de información sobre su biografía, lo que me animó a escribir el presente libro.

Indagar cómo fue la vida de María Antonia Bolívar, cuándo se casó, cuántos hijos engendró, qué impacto tuvo sobre su existencia el estallido de la Independencia, cómo reaccionó frente a la guerra, qué tipo de iniciativas tomó, cuáles eran sus angustias, cuáles fueron sus padecimientos, cómo era la relación con su hermano, con sus hijos, con los otros miembros de la familia, cuáles eran sus opiniones políticas, su actitud frente a su propia circunstancia, sus temores, sus determinaciones. Reconstruir cómo se desenvolvió su existencia a su regreso del exilio, sus criterios y manejos a la hora de defender el patrimonio familiar, su labor como apoderada de su hermano, sus tormentos frente al desorden y la anarquía, sus preocupaciones. Averiguar qué pasó con María Antonia cuando se inició la reacción antibolivariana, cómo transcurrió su existencia después de la muerte de su hermano, cómo se manejó con el reparto de la herencia, cuál fue el desenlace de los pleitos entre los herederos, cómo fue su vejez, de qué manera afrontó la soledad y cómo le llegó la muerte.

Sin embargo, mi interés por escudriñar en la vida de María Antonia forma parte de un área de investigación más amplia. Desde hace más de una década me he interesado por el estudio de nuestro proceso de Independencia y uno de los aspectos que más me han llamado la atención es la enorme contradicción que representó para la élite criolla, promotora de la Independencia, romper de manera tan drástica con los valores y principios que había sostenido y defendido en los años precedentes.

En efecto, los criollos principales, instigadores fundamentales de la ruptura con la Madre Patria, hasta el año de 1810 no se animaron a cuestionar el vínculo que los unía con la Corona española; por el contrario, fueron muchas y representativas sus expresiones de lealtad a la monarquía y su inquebrantable determinación de impedir por diferentes medios el desmantelamiento del orden antiguo de la sociedad. Así lo hicieron cuando se negaron a admitir la Real Cédula de 1789 que regulaba el trato a los esclavos; cuando se opusieron a la aplicación de la Real Cédula de Gracias al Sacar en 1795; en ocasión de rechazar la conspiración de Gual y España en 1797; cuando condenaron la expedición de Miranda en 1806 y dos años más tarde, en 1808, cuando se apresuraron a constituir una junta para defender la integridad de la monarquía española en respuesta a la ocupación napoleónica de España y la destitución de los reyes borbones. Mi libro 1808. La conjura de los mantuanos. Último acto de fidelidad a la monarquía española (UCAB, 2002), da cuenta de este último episodio.

Revisando los documentos referidos a cada uno de estos temas y problemas, tuve ocasión de toparme con un material poco conocido y de especial interés: las representaciones escritas por María Antonia Bolívar a las autoridades españolas para dejarles saber su rechazo a la Independencia y su condena a la dirección política del movimiento por parte de su hermano. Igualmente, tuve oportunidad de revisar la correspondencia personal de María Antonia a Simón Bolívar, así como las respuestas de este a las misivas de su hermana.

Este material epistolar y documental me animó a considerar que quizá podía resultar llamativo recuperar y analizar el testimonio de una criolla principal sobre los hechos de la Independencia, máxime cuando se trataba de alguien como María Antonia Bolívar quien, además de oponerse a la Independencia, se encontraba directamente emparentada con el protagonista estelar del movimiento.

Fue así como surgió el proyecto de elaborar un trabajo breve sobre esta singular relación entre una mantuana, enemiga de la Independencia, y su hermano, el Libertador, figura emblemática de la ruptura con España.

La intención era redactar una introducción al material epistolar entre ambos hermanos. Sin embargo, a medida que fui recabando información, el proyecto original dejó de ser una introducción para un epistolario y se convirtió en una biografía de María Antonia Bolívar.

El presente libro forma parte, pues, de lo que ha sido y sigue siendo mi área de investigación y como tal es el resultado de una profusa y larga acumulación de lecturas y reflexiones sobre la complejidad de nuestra fundación como nación independiente. Sin embargo, el material documental que sostiene la investigación es, fundamentalmente, el escrito por María Antonia Bolívar.

La «Representación a la Real Audiencia de Caracas» escrita desde Curazao el 28 de agosto de 1816 y la «Información promovida por María Antonia Bolívar sobre acreditar su conducta en los calamitosos días que turbaron la tranquilidad de la provincia de Caracas» fueron tomadas del Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, n.º 131, tomo XXXIII, julio-septiembre, 1950. La mayor parte de la correspondencia de María Antonia a su hermano está reproducida en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, n.º 62, 1933, pp. 265-298, Y en la obra preparada por Vicente Lecuna, Papeles de Bolívar, Caracas, Litografía del Comercio, 1917.

La correspondencia del Libertador a María Antonia se tomó de las Obras Completas de Simón Bolívar, La Habana, Editorial Lex, 3 tomos, 1950, y de la compilación de toda su correspondencia preparada por Vicente Lecuna, Cartas del Libertador corregidas conforme a los originales, Caracas, Litografía del Comercio, 1929- 1930, 10 vols. Otros documentos fueron tomados del apéndice documental que incluye Salvador de Madariaga en su Bolívar, tomo II, pp. 646-652.

Para la reconstrucción del ambiente familiar, de la infancia y adolescencia de María Antonia, los datos de su linaje y prosapia, fueron de especial utilidad los mismos trabajos de Lecuna sobre la familia del Libertador en la obra ya referida Papeles de Bolívar y en el completo estudio titulado Catálogo de errores y calumnias en la historia de Bolívar, Nueva York, The Colonial Press Inc., 1956. Sobre el linaje de las familias Bolívar y Palacios fue de especial utilidad la obra de Rafael Fuentes Carballo, Estudios sobre la genealogía del Libertador, Caracas, Publicaciones de la Primera Entidad de Ahorro y Préstamo de Caracas, 1975; el libro de Luis Alberto Sucre, Historial genealógico del Libertador, Caracas, 1930, y también un largo ensayo de Felipe Francia sobre «La familia Palacios», publicado en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, enero-marzo de 1946, n.º 113, pp. 61-90.

La recreación de la época de la Independencia y los sucesos que rodean los primeros años de la guerra resultó más sencilla, ya que se trata de fuentes documentales, testimoniales y hemerográficas que he tenido ocasión de trabajar con anterioridad. Son, pues, de primera importancia los volúmenes de la Gaceta de Caracas, primer periódico editado en Caracas desde el año de 1808; la obra de José Félix Blanco y Ramón Azpúrua, Colección de documentos para la historia de la vida pública del Libertador, Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, 1979, XV volúmenes; el testimonio de José Domingo Díaz, criollo activista del partido del rey, Recuerdos sobre la rebelión de Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1961; la ineludible obra de Caracciolo Parra Pérez, Historia de la Primera República, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1959, 2 tomos; la clásica Historia constitucional de Venezuela de José Gil Fortoul, Caracas, Editorial Las Novedades, 1962, 3 tomos; el detallado Resumen de la historia de Venezuela de Rafael María Baralt, Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, 1983, tres volúmenes; y como obra auxiliar para la reconstrucción del año 1814, el breve estudio de Juan Úslar Pietri. Historia de la rebelión popular de 1814, Madrid, Caracas, Editorial Mediterráneo, 1972.

Para los años posteriores al regreso de María Antonia, además de sus cartas, fueron de interés las obras ya citadas de José Gil Fortoul y Rafael María Baralt, la Autobiografía de José Antonio Páez, Caracas, Academia Nacional de la Historia, dos tomos; los libros de los colombianos José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia, Medellín, Editorial Bedout, 1969, 5 tomos y José Manuel Groot, Historia eclesiástica y civil de la Nueva Granada, Bogotá, Editorial Cromos, 1956, y el interesante y acucioso testimonio de sir Robert Ker Porter, Diario de un diplomático británico en Venezuela 18251842, Caracas, Fundación Polar, 1997.

El tema de la reacción contra Simón Bolívar fue investigado con el auxilio de la obra de Emilio Rodríguez Demorizzi, Poetas contra Bolívar, Madrid, Gráficas Reunidas, 1966, en la cual reproduce muchos de los textos elaborados por quienes rechazaban la hegemonía política del Libertador.

En la reconstrucción de los sucesos venezolanos a partir del año de 1830, resulta imprescindible la consulta de la obra de Francisco González Guinán, Historia contemporánea de Venezuela, Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, 1954, 15 tomos, y la Colección pensamiento político venezolano del siglo XIX, Ediciones de la Presidencia de la República, Caracas, 1961.

Finalmente, es preciso comentar una fuente de enorme relevancia: el Archivo del Libertador, el cual reúne el más importante acopio documental sobre Simón Bolívar que, por decreto presidencial del 13 de enero de 1999, quedó bajo custodia de la Academia Nacional de la Historia y el cual podía ser consultado en la sede oficial del Archivo ubicada en la avenida Universidad, esquina de Traposos, lugar acondicionado especialmente para la conservación y resguardo de este importante fondo documental, gracias al apoyo económico del Banco Venezolano de Crédito. El 13 de abril de 2010, por decreto presidencial n.º 7375, se ordenó el traslado de la totalidad del archivo a la sede del Archivo General de la Nación, junto con el Archivo de Francisco de Miranda, el cual, desde 1926, se encontraba bajo custodia de la Academia Nacional de la Historia. Según estableció el decreto del 2010, la decisión de trasladar ambos archivos a la sede del AGN se justificó argumentando que, tanto el pensamiento de Bolívar como el de Miranda y, en consecuencia, sus archivos, constituyen la «base ideológica de la Revolución Bolivariana» y el «legado revolucionario y liberador para los pueblos de América y del Mundo». En atención a ello, debían ser resguardados en «... instituciones del Estado que desarrollen sus funciones con el objeto de rescatar la memoria histórica de las luchas de liberación del pueblo venezolano, las cuales han sido ocultadas por factores públicos contrarios al proceso revolucionario». Tales argumentos generaron una fuerte polémica pública entre quienes manifestaron su abierto respaldo a la iniciativa del gobierno al considerar que de esta manera esta documentación se ponía al alcance y al servicio del pueblo y quienes, por el contrario, expresaron su abierto rechazo a la condición «revolucionaria» que se les otorgó a los documentos como soporte de la resolución que ordenó su traslado; denunciando, al mismo tiempo, el claro tinte político que determinó la decisión del Ejecutivo. Un completo índice de las declaraciones, artículos y consideraciones que se hicieron al respecto, así como de los documentos relativos a la decisión y al traslado de ambos archivos, se encuentra reproducido en el Boletín de la Academia Nacional de la Historia n.º 372 (octubre-diciembre 2010).

Una parte significativa del Archivo del Libertador ha sido publicada en diferentes obras que, desde el siglo XIX, se han ocupado de reproducir la correspondencia, proclamas, decretos, discursos y los más disímiles materiales relativos a la independencia y al Libertador. Sin embargo, de este mismo archivo también forma parte una variedad de documentos relacionados directamente con la familia de Bolívar, de los cuales es muy poco lo que se ha publicado. Fue, pues, de este copioso acervo documental no publicado de donde pudimos obtener la mayor parte de la información relacionada con la herencia del Libertador y todos aquellos documentos que dan cuenta de las discordias y litigios que dividieron los pareceres de sus herederos.

La consulta se hizo en las copias microfilmadas del Archivo que se encuentran en la Academia Nacional de la Historia y en el Bolivarium, en la Universidad Simón Bolívar. Se trata de la reproducción que se hizo de los originales el año de 1961 con el auspicio de las fundaciones Creole, Shell, Eugenio Mendoza y John Boulton y cuyo índice puede consultarse bajo el título Archivo del Libertador, Casa Natal-Caracas, Caracas, 1961.

Esta copia microfilmada fue sometida a un proceso de digitalización y automatización, durante el año 2011, por la Academia Nacional de la Historia y el Bolivarium de la usb a fin de que pudiese ser consultada libremente por investigadores y estudiosos en las páginas web de ambas instituciones: www. anh.org y www.bolivarium.usb.ve.

En el trabajo de recuperar las fuentes y de procesar el material microfilmado y de archivo colaboró conmigo en calidad de asistente el entonces bachiller Ángel Almarza, quien paciente y eficientemente puso sus ojos y su interés al servicio de esta investigación. Sin su auxilio la redacción de este libro seguramente me hubiese llevado más tiempo.

El Instituto de Estudios Hispanoamericanos de la Universidad Central de Venezuela, mi base de operaciones académicas, me brindó todas las facilidades para que pudiese adelantar la investigación como lo ha hecho durante más de dos décadas.

Debo reconocer también el apoyo prestado por el personal de la Biblioteca Nacional, en especial por las amigas de la sala de préstamos especiales Nancy Fernández y Rosario D’Arthenay, así como por la señora Irma Pérez de Reyes, siempre atentas y dispuestas a colaborar conmigo en la búsqueda y localización del material bibliográfico.

Igual mención merece la Academia Nacional de la Historia, en particular la doctora Ermila Troconis de Veracoechea y la licenciada Antonieta de Rogatis, quienes me ofrecieron todo su apoyo a la hora de consultar el archivo de Manuel Landaeta Rosales y los rollos de microfilm del Archivo de la Casa Natal del Libertador.

Otro centro en el cual fui recibida con la mayor hospitalidad fue el Bolivarium, el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Simón Bolívar. Allí completamos la consulta de los microfilms del Archivo de la Casa Natal en medio de la tranquilidad que ofrece el valle de Sartenejas y con la esmerada atención de Adriana Hernández, colega de la Escuela de Historia de la ucv.

Este libro tuvo dos lectoras preliminares, Ana Carlota Montiel de Quintero, mi mamá, y Valentina Quintero, mi hermana. Sus comentarios y recomendaciones me permitieron hacerle mejoras al original. El entusiasmo que despertó en ellas la historia de María Antonia fue el mejor estímulo para ponerle fin a la investigación.

Mis dos hijos, Alejandro y Luis, son seguramente los dos jóvenes venezolanos que más detalles conocen sobre la biografía de María Antonia Bolívar: durante varios meses tuvieron que escuchar cada uno de los hallazgos y cada una de las historias de María Antonia; debo agradecerles la paciencia y la solidaridad con las que me acompañaron durante los meses en que mi tema preferido de conversación fue la vida de esta «criolla principal».

El libro que se ofrece al lector trata sobre una mujer que vivió intensa y apasionadamente la Independencia –el más crucial de los episodios de nuestra historia– quien estuvo vinculada de manera estrecha y familiar con Simón Bolívar, sin duda, el personaje más importante de la historia de Venezuela.

Pero, al mismo tiempo, pone al descubierto los pareceres, consideraciones y resquemores de quien, muy probablemente, fue la única criolla principal que dejó testimonio escrito sobre el difícil y contradictorio proceso que se inició con el desmantelamiento del orden monárquico y finalizó con la disolución de Colombia y la creación de la República de Venezuela.

Las páginas que siguen no persiguen otro objetivo que discurrir sobre la complejidad de nuestro surgimiento como nación independiente de la mano de una protagonista de excepción: María Antonia Bolívar, criolla principal y hermana del Libertador.

Parte I.
Monárquica

Una funesta revolución

Desde el momento mismo en que estalló el movimiento de Independencia, María Antonia Bolívar fue una enemiga ferviente de la república y una entusiasta defensora de los principios monárquicos.

En ninguna ocasión manifestó simpatía por la causa emancipadora; nunca apoyó la determinación de aquellos que se aventuraron a romper con la monarquía española; mucho menos secundó a su hermano menor en sus «alucinaciones», «imprudencias» e «incautas obstinaciones».

Se mantuvo impertérrita y firme como leal vasalla del rey de España, fiel a sus convicciones y apegada a las enseñanzas de sus mayores. No había nada que le inspirase confianza en el discurso disolvente de la igualdad; no podía sentir atracción por la promoción del desorden; veía con absoluto disgusto el desacato de las jerarquías y la llenaba de espanto la figuración prominente del populacho entre los insurgentes.

Era, a todas luces, una criolla que rechazaba de manera categórica las novedades que pretendían instaurarse en la provincia y así se lo hizo saber a la Real Audiencia de Caracas, máxima instancia de administración de justicia en la provincia de Venezuela.

El 28 de agosto de 1816, desde la isla de Curazao, le dirigió una larga representación a la Real Audiencia de Caracas. La comunicación perseguía dos propósitos: uno, que se les restituyesen sus bienes, embargados desde el año de 1814; y dos, que se le diese autorización para regresar a Caracas, ciudad que se vio obligada a abandonar en 1814.

Ambas peticiones estaban sostenidas sobre un hecho fácilmente verificable: su visible y tajante repudio a la causa republicana.

«Cuando los reformadores de Venezuela empezaron sus movimientos para cambiar la faz del Gobierno, no pude manifestar de otra suerte mi disgusto y oposición a aquellas novedades que abandonando la capital y retirándome al pueblo de Macarao, donde una pequeña hacienda de mi propiedad, un vecindario corto e inocente y una vida absolutamente privada, me brindaban el desahogo y desprendimiento que apetecía.

»Desde aquel retiro vi sucederse las vicisitudes y progresivos horrores de tan funesta revolución con el dolor propio de una mujer reflexiva y de una tierna madre que veía desaparecer a pasos precipitados la tranquilidad general del territorio, que observaba el incremento que tomaban las divisiones intestinas, el espíritu de la discordia, el fanatismo de la igualdad y otros monstruos desoladores de los pueblos; y que por todos estos antecedentes calculaba que muy distante de hallar la felicidad de sus hijos en tal sistema, tendría que llorar algún día su desgracia, y tal vez la ruina del país.

»Bajo de esta ominosa perspectiva me representaron continuamente mis presentimientos la transformación política de Venezuela con algunos otros males, que se han asomado bastante, y que, realizados una vez por la imprudente e incauta obstinación del partido revolucionario, poniendo en manos de los originarios de África el cuchillo con que han de ser sacrificados los españoles de uno y otro lado del hemisferio.

»Demasiado apegada a mis principios no pude ocultar estos temores a aquellas pocas personas a quienes se había limitado mi trato y comunicación y ante las cuales declamé muchas veces contra la falsa filosofía que nos arrebataba el estado de orden para hacemos sucumbir en el desorden y en la anarquía y en el piélago insondable de males y peligros que nos circundaban por todas partes.»[8]

No resulta descabellado, pues, que para alguien como María Antonia Bolívar Palacios y Blanco, perteneciente a una de las principales familias de la sociedad provincial, todo lo ocurrido estuviese en absoluta contradicción con los principios y valores que le habían inculcado desde su más tierna infancia.

De reconocida prosapia y fidelidad irreprochable

María Antonia era la hija mayor de don Juan Vicente Bolívar y doña Concepción Palacios y Blanco, reputados mantuanos y vecinos principales de la provincia; vino al mundo en Caracas el 1 de noviembre de 1777; dos años más tarde nació su hermana Juana y, con la misma regularidad bienal, ingresaron al cuadro familiar los dos varones de la casa: Juan Vicente en 1781 y Simón Antonio en 1783.

Desde que tenía memoria conocía las historias que conservaba la tradición familiar. Sabía perfectamente que pertenecía a una estirpe de larga data en la provincia. Entre sus ancestros había, por lo menos, catorce conquistadores de Venezuela. El primero de los Bolívar en pisar estas tierras fue Simón de Bolívar, quien se dispuso a cruzar el Atlántico para probar fortuna en el Nuevo Mundo entre los años 1557 y 1559. Inicialmente, se estableció en La Española, hoy Santo Domingo; treinta años más tarde pasó a Venezuela.

Durante dos siglos y medio, los Bolívar ocuparon los más diversos cargos políticos y administrativos de la provincia: Simón Bolívar «el viejo» y pariente más lejano, fue procurador general ante la Corte, primer regidor perpetuo del Cabildo de Caracas y comisionado por esta entidad para adelantar gestiones ante el rey Felipe II. Fue también contador general de la Real Hacienda. Su hijo, llamado Simón Bolívar «el mozo», lo acompañó en su viaje a Venezuela y allí se casó con Beatriz Díaz Moreno de Rojas, hija del conquistador de Valencia Alonso Díaz de Moreno, ocupó el mismo cargo que su padre como contador general de la Real Hacienda y al enviudar ingresó al estado eclesiástico. Fue comisario del Santo Oficio en Valencia y visitador general de este obispado.

Antonio de Bolívar, hijo de Simón «el mozo» y tatarabuelo de María Antonia, fue capitán del ejército del rey, alcalde de la Santa Hermandad y corregidor y justicia mayor de Turmero. El bisabuelo de los Bolívar Palacios, el capitán Luis de Bolívar, ocupó el cargo de alcalde ordinario de Caracas; y el abuelo, don Juan de Bolívar y Villegas, fundó el señorío de la Villa de San Luis de Cura, hereditario por dos generaciones, según establecía la Real Cédula de creación. Fue corregidor de San Mateo y de Cagua y justicia mayor de todos los valles de Aragua. El padre de los Bolívar, Juan Vicente Bolívar y Ponte, fue designado procurador general de Caracas, luego administrador de la Real Hacienda y finalmente teniente de gobernador, juez de comisos, corregidor y cabo de guerra en La Victoria y San Mateo, este último lugar asiento de la encomienda que el rey otorgó al primer Bolívar al momento de instalarse en la provincia en el siglo XVI.[9]

Transcurridos más de dos siglos de la llegada de Bolívar «el viejo», fundador de la estirpe y a quien se le conocía como «el vizcaíno», los Bolívar se habían constituido, sin duda, en una de las más sólidas y poderosas familias de la provincia.

Durante todo ese tiempo los ascendientes de María Antonia se habían distinguido por sus vínculos de lealtad con la Corona española. Participaron en la fundación de ciudades, colaboraron con sus recursos para que se construyera la fortificación de La Guaira; el más viejo de la estirpe obtuvo de la Corona el escudo de armas con el simbólico león que distinguía –y todavía hoy distingue– a la ciudad de Caracas; su abuelo, don Juan de Bolívar y Martínez de Villegas, fue uno de los pocos criollos en ocupar de manera interina el cargo de gobernador y capitán general de la Provincia de Venezuela; su propio padre como oficial del ejército del rey defendió los puertos de Venezuela contra los ataques de los corsarios ingleses y tuvo el privilegio de viajar a España como representante de la provincia y establecer contactos en la Corte.

Por el lado de su mamá, las referencias también eran impecables. Su abuela materna, doña Francisca Blanco Infante y Herrera, era descendiente directa de Francisco Infante, uno de los hombres que acompañó a Diego de Losada en la fundación de Caracas; su bisabuelo, don Feliciano Palacios Sojo y Xedler fue síndico procurador, alcalde ordinario y regidor perpetuo del Cabildo de Caracas; su abuelo materno, don Feliciano Palacios Sojo y Gil de Arratia, fue hasta su muerte alférez mayor del Cabildo de Caracas, una de cuyas funciones era presidir y dirigir el acto de juramentación del monarca en la provincia; esta distinguida prerrogativa la obtuvo la familia por primera vez en el siglo XVII y, don Pedro Palacios Sojo y Gil de Arratia, hermano de su abuelo, había sido el fundador de la primera academia de música de la provincia.

No había mención alguna de discordias con la Corona, jamás habían pasado ningún tipo de penalidad; poseían esclavos, haciendas, privilegios, cuantiosas rentas y estaban emparentados con las mejores familias. Vivían a una cuadra de la plaza principal, una numerosa servidumbre se encargaba de atender todas sus necesidades domésticas, cuando iban a la iglesia ocupaban lugar preeminente, incluso las damas de la familia podían utilizar alfombra y asistir a misa acompañadas de su séquito de esclavas. Además, todos sus muertos se encontraban sepultados en lugar privilegiado en la mismísima Catedral de Caracas en la capilla de la Santísima Trinidad, patrona de la familia.

Huérfana y acaudalada

María Antonia tenía ocho años cuando perdió a su papá; su mamá se encontraba embarazada y no llegaba a la treintena, se había casado a los quince y su marido le llevaba 31 años.

La madre de María Antonia, acompañada de sus cuatro hijos, presidió la ceremonia luctuosa, todos de negro cerrado. Los funerales se realizaron con toda pompa y vistosidad, tal como correspondía a un difunto de la mayor calidad.

El cuerpo amortajado de su padre con sus insignias militares fue transportado el 19 de enero de 1786 a la catedral acompañado de la santa cruz, el sacristán de la catedral, 20 clérigos y 20 religiosos de cada uno de los conventos de la ciudad y la tropa militar del batallón de milicias de la capital; se celebró misa cantada de cuerpo presente con diácono, subdiácono, vigilia y responso con todas las ceremonias del caso. Al tiempo de su vigilia se celebraron doce misas rezadas de ocho reales cada una por la salvación de su alma, todo lo cual estaba dispuesto en el testamento y fue pagado escrupulosamente de los bienes del difunto. Al día siguiente se le hicieron honras en la misma catedral, con la mayor solemnidad y se le dio sepultura en la bóveda de la Santísima Trinidad.