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 .nowevolution.

EDITORIAL

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Título:¿Sabes una cosa? Te quiero

 

© 2016Moruena Estríngana

© Diseño Gráfico:Nouty

Colección:Volution.

Director de colección:JJ Weber

Editora:Mónica Berciano

Corrección:Sergio R. Alarte

 

Primera Edición Febrero 2016

Derechos exclusivos de la edición.

©nowevolution2016

 

ISBN:978-84-944357-8-2

Edición digital Febrero 2016

 

Esta obra no podrá ser reproducida, ni total ni parcialmente en ningún medio o soporte, ya sea impreso o digital, sin la expresa notificación por escrito del editor. Todos los derechos reservados.

 

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Dedico esta novela a mi prometido.

Gracias por estar siempre a mi lado y por apoyarme en todo.

¿Sabes una cosa? Cada día te quiero más.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Prólogo

 

 

 

Lucinda Buchanan, a la que todos conocían por Lusy, llegaba tarde a su última prueba para entrar al prestigioso concurso de cocina. Solo una prueba más la separaba de poder lograrlo. De tener la posibilidad de una beca para cumplir su sueño de ser chef, de poder estudiar lo que le gustaba, el problema era que sus padres no la apoyaban en su cometido y les había tenido que prometer que si no lograba entrar en el programa, estudiaría una carrera elegida por ellos, una carrera donde sí veían un futuro más prometedor para su hija.

Hasta ahora las pruebas las había ido pasando, aunque aún tenía mucho que aprender, y ella era consciente de ello. Por eso estaba allí, aprender de los mejores no era algo fácil ni barato y ella lo sabía, entrar a formar parte de ese concurso era una gran oportunidad para lograrlo. A sus dieciocho años sabía que el camino que había elegido no era fácil. Necesitaba pasar y demostrar a sus padres y a sí misma que podía lograrlo. Le daba igual no ser nunca reconocida mundialmente, ella solo quería hacer lo que le gustaba y que los clientes volvieran a su restaurante deseando probar sus manjares porque su comida les hacía felices. El problema era que para esto necesitaba una formación, cursos, y no podía costeárselos. Hasta ya sabía dónde quería tener su restaurante, en una vieja casa del siglo XVIII medio destruida que había a las afueras de su pueblo. Lo tenía todo pensado y planificado en su carpeta de recetas y sabía dónde quería cada cosa, ya que junto con su mejor amigo, Loren, habían inspeccionado la zona desde que eran unos críos que no tenían miedo a una casa vieja. Su sueño era aprender y dar a las personas que se acercaran a su casa la mejor comida posible y una cocina casera con toques modernos, sin perder de vista los orígenes. Cuando fantaseaba se los imaginaba entrando a esa casa rehabilitada y cómo los olores a comida recién hecha les hacían la boca agua ante la inminente comilona que les esperaba. Solo una prueba más y entraría en el programa, luego se debería esforzar por llegar cuanto más lejos mejor y que algún ojeador le planteara la posibilidad de entrar en su restaurante a hacer prácticas y aprender de grandes cocineros. Le daba igual que no fueran remuneradas. El conocimiento no tiene precio.

Lusy corría por los pasillos del edificio que estaba cerca de los estudios de grabación, donde la habían convocado, mirando su reloj. Cinco minutos, solo quedaban cinco minutos. Estaba tan nerviosa que se había dormido tras apagar el despertador, por la mala noche que había pasado dando vueltas en la habitación de hotel que le habían costeado a regañadientes sus padres. El programa no se hacía cargo de los gastos que acarrearan los aspirantes a concursantes. Sus padres pensaban de verdad que no lo lograría, cumpliría su promesa y lo de la cocina se quedaría en el olvido para siempre. Tal vez el que ellos tuvieran una cafetería y no les gustara su negocio les hacía pensar así.

Dobló una esquina y vio el ascensor a punto de cerrarse con alguien dentro.

—¡Páralo! —Lusy gritó con la esperanza de que este no se cerrara y quien lo ocupaba pulsara para abrir las puertas—. Por favor —suplicó llegando hacia él.

De repente se abrieron las puertas y una mano salió de ellas. Lusy no lo pensó y se aferró a esa mano como si la vida le fuera en ello. El desconocido la ayudó para que entrara.

—Gracias… —Lusy empezó a hablar al tiempo que levantaba la mirada para saber quién era la persona que le había salvado de llegar tarde, quedándose sin palabras ante el joven que tenía delante.

Era el joven más guapo que había visto en toda su vida, debía de tener sobre los veintiún años y era muy alto. La miraba con una sonrisa que se dibujaba en sus bellos y gruesos labios. Se fijó en que con este gesto se le marcaba un juguetón hoyuelo, que seguro que usaba para la conquista de féminas. Tenía el pelo rubio, pero un rubio tirando a castaño o al color del trigo y los ojos más verdes e intensos que había visto en su vida, enmarcados por unas espesas pestañas negras. Era perfecto y alto, muy alto, y Lusy temía estar mirándolo como una boba. Bajó la mirada, sonrojada, cuando se percató de la forma tan descarada en que lo contemplaba y se sintió estúpida por la reacción que había tenido ante ese desconocido tan apuesto.

—¿A qué piso vas?

—Al quinto. —Fue un alivio que su voz le saliera firme y segura.

—¿Vas a hacer la prueba de cocina? —le dijo el joven pulsando el piso quinto.

—Sí… si llego a tiempo.

—Ya somos dos y yo también voy algo justo de tiempo. ¿A qué sala vas? Lo mismo tenemos que enfrentarnos el uno al otro, cosa que no me gustaría.

—A la sala ocho.

—Yo a la cinco, espero entonces que nos veamos en el programa, eso querrá decir que ambos hemos llegado hasta el final.

—Espero… Pero lo veo complicado…

—Ningún sueño es fácil. —El ascensor se detuvo y el joven abrió la puerta para dejarla pasar con galantería—. Mucha suerte…

—Lusy, Lusy Buchanan.

—Mucha suerte, Lusy. —Le gustó cómo sonaba su nombre entre sus labios. No entendía qué le estaba pasando—. Yo soy Bryan O’Donnell. Mucha suerte y espero verte en la final en un cara a cara, y que gane el mejor.

—Lo mismo te deseo.

Se fueron cada uno hacia un lado. Lusy no pudo evitar darse la vuelta cuando habían dado unos pocos pasos. Él andaba con paso firme hacia su sala olvidando su encuentro. Su cara tenía pintada una sonrisa por lo que había sucedido, dándose cuenta de que mientras estaba a su lado los nervios de la prueba habían sido remplazados por otros muy distintos. Se giró antes de ver cómo Bryan se giraba para mirar una vez más a la joven de ojos violetas que había despertado algo en él. Sabía que no sería fácil olvidarse de esos ojos.

 

 

Lusy esperaba al lado de su novio, lo había conocido en las pruebas que llevaban realizando varios meses. Él se acercó a ella y Lusy se vio atraída por ese joven de pelo y ojos negros que le decía cosas tan bonitas, y más en el momento que se encontraba. Se sentía sola desde que lo dejó con su ex y mejor amigo de toda la vida, Loren. Lo que no entendía era por qué quería llevar lo suyo en secreto, aunque como era tan inocente y buena, pensaba que eso le daba más romanticismo a su relación. Lusy era una romántica empedernida, amante de las novelas y de las comedias románticas, esas que cuando acaban te hacen tener una tonta sonrisa en la cara. Era defensora del amor verdadero y sonreía cuando iba por la calle y veía a un par de ancianos de la mano, sabiendo que esa pareja, hasta llegar ahí, había tenido que pasar por mucho y, pese a eso, seguían juntos y cogidos de la mano como dos adolescentes, sin olvidar que el amor es lo único que con los años no solo no envejece, sino que se hace más fuerte.

Y era por ese intento de sentirse amada y querida por lo que se había dejado engatusar por los halagos y la palabrería fácil de Rodolfo, otro aspirante a concursante. Los dos habían pasado todas las pruebas y la mala suerte del destino había hecho que llegaran a la prueba final antes del programa los dos juntos, en la misma sala de donde solo pasaría uno. Había diez oponentes en total, los otros habían sido eliminados pero no así su novio, cuyo plato había gustado y estaba a la espera de que alguien lo superase, aunque de momento no había sido así. Solo faltaba probar el plato de Lusy.

Lusy dejó su plato ante los jueces y miro de reojo a Rodolfo, este le levantó los pulgares sin que nadie lo notara. Él no quería que su relación influyera en las decisiones del jurado. Le había contado que lo había dejado hacía poco con una chica; por respeto a ella no quería que nadie pensara que ya la había olvidado. Todo esto se lo dijo cuando, tras un arranque de emoción al pasar una de las pruebas, Lusy lo besó en público; por suerte nadie se percató de ello. Lusy pensaba que él era muy tierno y considerado por respetar así el recuerdo de su ex. Él sabía más de cocina que ella, ya que su tío era cocinero y tenía un afamado restaurante. Le había prometido a Lusy que si no pasaba, él se encargaría de que su tío le hiciera una prueba para entrar. Estaba emocionada ante la idea de que un día pudiera trabajar allí. Pensaba sacar tiempo de donde pudiera para trabajar como fuera en ese restaurante.

Lusy vio cómo el jurado probaba su plato y cómo seguidamente lo escupía. ¿Qué estaba pasando? Horrorizada Lusy miraba cómo el jurado la observaba con furia. Roja como un tomate y deseando que se la tragara la tierra esperó el veredicto, aunque no había que ser muy listo para saber que sería negativo.

—¡Es la peor comida que he probado en mi vida! —gritó uno mirándola con dureza, haciendo que Lusy no pudiera reprimir las lágrimas—. Y lo más triste es que teníamos muchas esperanzas contigo, pero este error es imperdonable…

—Está claro que hasta ahora solo has tenido un golpe de suerte. Cómo si no explicas que esto esté tan salado. —Lusy aguantó el chaparrón con las manos tras la espalda, asintiendo, sin verlos debido a las lágrimas que empañaban su visión.

—Está claro que la cocina no es lo tuyo, un buen cocinero nunca cometería un error de esta dimensión, y no nos daría esta comida, que debería haber probado previamente y saber que no es comestible. Nunca puedes dar a tus clientes un plato que ni tú te comerías. Que lo hayas hecho dice mucho de ti. Ahora mismo solo me arrepiento de que tu llegaras hasta aquí y otros perdieran esta oportunidad que es evidente que tú no has sabido valorar.

—Lo siento —dijo el director del programa, Honorato, que estaba presenciando el desenlace de las últimas pruebas para que todo saliera bien. En su miraba había pesar. Lusy agradeció el gesto y le sonrío con tristeza antes de ver cómo el jurado, queriendo dar más énfasis a sus palabras, cogió el plato y lo tiró a la basura. Lusy observó cómo su plato se hundía al igual que sus sueños. Asintió y tras mirar una última vez a su novio y darle la enhorabuena, se marchó de allí. Cuando salió del edificio esperaba que su novio la siguiera, que ella fuera más importante que el concurso. Así sucedía en las películas. Mas no fue así. Y no tardó en saber por qué y en darse cuenta de que la vida real no se parece en nada a las novelas que leía.

 

 

 

 

 

 

1

 

Capítulo

 

 

 

Cinco años más tarde

Lusy

 

—Eres preciosa. —Mi cita de esta noche me adula. Aunque lo cierto es que lleva así desde que nos sentamos a cenar. Cumplidos fáciles que no me llegan y no me trasmiten nada.

Que si tengo unos ojos preciosos, que si mis labios piden a gritos un beso… y no sé qué más cosas me dijo. La verdad es que debería sentirme emocionada o halagada y no siento nada. Solo un vacío en el pecho al ver cómo pasa el tiempo y nadie consigue que yo sienta algo más allá de la atracción. Siempre me pasa. No sé por qué sigo acudiendo a las citas sorpresa que Loren me planea. Él está empeñado en que cinco años de sequía es para preocuparse. Yo ya no sé qué pensar. El hombre que tengo delante tiene unos veintiséis años, es muy guapo, ojos negros, pelo rubio… adulador, demasiado, eso sí. No creo en los piropos regalados. Ya no. Y además de eso, tiene un negocio propio, tiene conversación y huele muy bien. La idea de acostarme con él y dejarme llevar no debería resultarme tan aburrida y poco atractiva. Creo que lo mejor es aceptar que soy asexual, frígida o alguna cosa así. Y punto.

—Y tú —respondo por obligación. Me acaricia la mano de manera sugerente por encima de la mesa. En sus ojos está claro qué busca de mí.

—¿Soy preciosa?

—No, quiero decir que no eres feo. O sea… —Se ríe y su risa me tranquiliza, pero solo lo justo para poder acabar la cena sin sentirme más incómoda de lo que estoy.

La cena termina y pedimos la cuenta. Me dice de llevarme a mi casa. Acepto pero en mi mente no entran los mismos planes que los suyos. En los míos ya me estoy imaginando con mi pijama en la cama viendo una serie en el ordenador. A poder ser romántica.

Llegamos a mi casa, abro la boca para decirle adiós y me encuentro con sus labios. Lo beso solo para ver si despierta algo en mí. Nada, lo aparto y le sonrío.

—Lo siento, yo no…

—Vamos, lo pasaremos muy bien. —Se acerca y me da un beso en el cuello, demasiado baboso…

Nada. Lo aparto.

—Lo siento.

—Vamos, no seas frígida. —Lo miro dolida, pues no es la primera vez que alguien me dice algo así.

El primero fue mi ex, Rodolfo. Lo vi acostándose con la que creía que era mi mejor amiga cuando, tonta de mí, fui a darle una sorpresa a su casa y la sorpresa me la llevé yo, al verlo en la cama con ella. Y lo peor es que más que arrepentidos, ambos se rieron de mí mientras Rodolfo me decía:

—¿De verdad esperabas que siguiera al lado de una tan frígida como tú? Yo necesito a alguien que sea menos sosa y pavita.

—¿A que jode, bonita? —me dijo Natalia, mi mejor amiga hasta ese momento, que se veía claramente triunfante.

Salí de allí dolida y no por perder a Rodolfo, sino por la humillación, el engaño y el darme cuenta de que solo estaba con él porque me sentía sola tras mi enfado con Loren y porque necesitaba sentirme deseaba.

Y esto solo fue el principio de una vida amorosa nula. Tener citas es para mí un castigo, ya que no suelo encontrar atractiva la idea de dejarme llevar y darme una alegría. Yo busco algo más. O tal vez lo que no busco es que me vuelvan a echar en cara lo mala que soy en la cama. O que me acueste con alguien y al día siguiente me diga que es gay. Como me pasó con Loren…

Mi vida amorosa se reduce a un ex que tras acostarse conmigo se dio cuenta de que no podía seguir fingiendo que no era gay y otro que me ponía los cuernos. Tras estos dos fracasos, las ganas de dejarme llevar y que me vuelvan a hacer sentir tan mal han crecido, y el tiempo pasa sin que te des cuenta.

—Sí, soy una frígida y todo eso. Gracias por la cena.

Me mira atónito y más cuando me marcho, dejándolo plantado.

—¡No vas a encontrar a otro mejor que yo! —Escucho mientras subo las escaleras hasta mi casa.

Ahora sí que me alegro de no haberme acostado con ese idiota. Entro en mi casa, enciendo la luz y pronto veo la totalidad de la vivienda, ya que está todo en una sola sala menos el aseo. Dejo las llaves en la mesa redonda que tengo para separar la cocina del salón y bebo un poco de agua mientras pienso en esta cita.

El móvil me suena dentro del bolso avisándome de que tengo un mensaje. Lo saco y veo que es de Loren:

 

Cuando acabes me lo tienes que contar todo con pelos y señales.

 

Le respondo:

 

Hay poco que contar, cena, beso y poco más…

 

Veo que escribe y al poco me llega su mensaje:

 

Voy para tu casa.

 

Le respondo con un OK y me voy a cambiar de ropa. Me pongo un pijama de verano y abro la ventana para que entre algo de fresco. Enciendo la tele y voy al canal de cocina, a veces ponen reposiciones de programas a estas horas y tal vez tenga suerte y el programa repetido sea de Bryan O’Donnell, alguien que acaba de ser nombrado el cocinero más atractivo del mundo por una afamada revista. «Y no me extraña» pienso mirando dicha revista que no pude evitar comprar, pues es como si existiera una clase de imán en todo lo referente a Bryan que me hiciera seguir su carrera y sus logros. En la revista sale abrochándose la camisa como si lo hubieran pillado tras un momento íntimo. Una barba de varios días, que no suele llevar a menudo, perfila esa sonrisa tan natural que ha conquistado tantos corazones y que hace que sus ojos verdes brillen con más intensidad.

Aún hoy me parece increíble que coincidiéramos en un ascensor. Su carrera como cocinero fue mejor que la mía, que fue nula del todo. Entró en el programa y enseguida su forma de cocinar destacó entre sus compañeros. Rodolfo, que por aquel entonces aún era mi novio, era el único que le igualaba. Aunque la forma de cocinar de Bryan me atraía como no lo hacía la de Rodolfo, pese a que esto me hiciera sentir desleal. En la final Rodolfo y Bryan se jugaron el premio en un intenso cara a cara que ganó Bryan, y desde entonces su carrera ha subido como la espuma. Ya que aparte de cocinar muy bien, es muy guapo y tiene un carisma que atrae a la gente. Ha sacado un par de libros de cocina y abierto tres restaurantes aprovechando el tirón mediático. Lo sigo desde entonces y no me pierdo ni uno solo de sus programas. Él sí que hace que dentro de mí vibre algo especial y que sienta en secreto un ardiente deseo. Tal vez porque sé que nuestros caminos nunca se cruzarán de nuevo. Sea como sea, Bryan sí sabe cómo calentar mi sangre cuando escucho su voz aterciopelada o cuando sonríe. Y muchas veces me he preguntado por qué nadie que conozco me hace sentir una mínima parte de eso.

Dejan de emitir anuncios y aparece Bryan con esa sonrisa tan sensual suya, mientras nos explica cómo preparar un rosbif de carne. Suena el timbre y abro a Loren sin preguntar quién es. Son cerca de las doce de la noche y nadie viene a mi casa a estas horas salvo él. Regreso a mi pequeño y cómodo sofá para atender al programa de Bryan.

—Y cuéntame. ¿Qué le faltaba esta vez? O qué no tenía. —Entra y se sienta a mi lado en el sofá.

—Nada, aunque cuando le dije que no, salió a la luz su verdadera cara y me alegra no haberme ido a la cama con él.

—Te buscaré otra cita…

—No, estate ya quieto y déjame en paz. —Loren mira la tele.

—Bueno. Por el momento.

Siempre dice lo mismo. Lo miro de reojo. Es mucho más alto que yo. No muy musculado pero tampoco esquelético. Tiene una elegancia única y un estilo de vestir impecable. Nunca va demasiado recargado y sin embargo la gente que lo ve sabe que entiende de moda. Por eso su sueño es tener una boutique de moda y que sea la primera de muchas. Es rubio con los ojos marrones y somos amigos casi desde que nacimos, ya que nuestras madres son amigas. Hemos ido juntos a clase y hemos sido inseparables desde niños, y como todo el mundo esperaba acabamos siendo novios cuando teníamos dieciséis años. Todo iba bien salvo cuando nos enrollábamos, donde ambos nos quedábamos con la sensación de que estábamos forzando las cosas. Hasta que tras dos años de relación decidimos dar un paso más, acostarnos… y cometer un gran error. Loren ya no pudo seguir mintiéndose a sí mismo y admitió al fin la verdad: que le gustaban los hombres. El problema es que lo hizo tras acostarse conmigo, y la humillación para mí fue tan grande que dejé de hablarle.

Me sentía traicionada, engañada, utilizada, y en el fondo pensaba que era una novia tan horrible que había preferido ser gay a tener otra relación como la mía. Por eso cuando Rodolfo me vino con galanterías las creí todas, todas y cada una de ellas. Solo quería sentirme deseada y querida.

Al poco de romper con Rodolfo, vi a unos del pueblo meterse con Loren y me puse ante ellos para recibir un puñetazo que iba para mi amigo. Cogí la mano de Loren y grité que nadie se metía con mi mejor amigo. Tras eso hablamos y ambos comprendimos que tratamos de forzar algo inexistente, y que siempre habíamos sido y seremos los mejores amigos.

—Seguro que si te consiguiera una cita con Bryan no pondrías tantos reparos. Aunque no me extraña, está buenísimo y cada año lo está más.

Tiene razón, Bryan cada año que pasa está mucho más bueno. Y su belleza eclipsa a la cámara.

—No, no me quejaría… si no tuviera novia.

—La gente rumorea que tienen una relación abierta. Aunque no está probado.

—Me da igual, no creo que nuestros caminos se crucen.

—De nuevo.

—Solo fue una casualidad.

—Una maravillosa casualidad. Tal vez haya alguien por ahí como Bryan.

—Déjalo ya, Loren, acepta de una vez que soy frígida.

—Me cuesta aceptar que mi mejor amiga odia el sexo y las relaciones, entre otras cosas porque yo le jodí su primera experiencia sexual.

—No quiero hablar de eso. —Se hace el silencio entre los dos. Siempre he sabido que Loren espera que deje de ser como soy para no sentirse tan culpable. Él piensa que tengo tantos reparos a las relaciones porque las dos únicas que he tenido han sido horribles y él tiene parte de culpa.

Me agacho hacia su pecho y me abraza. Las cosas son muy fáciles con Loren. Lo quiero mucho y él a mí. No puedo culparlo por el miedo que siento ante una relación, porque no me arrepiento de tenerlo en mi vida pese a todo. Es el hermano que nunca he tenido y, aunque tarde, ambos supimos darnos el lugar que nos correspondía en la vida del otro y no tratar de forzar cosas inexistentes.

—Tiene que dar un gusto enorme que te toque con esas manos. A saber lo que sabe hacer con ellas.

—Eres un guarro —le digo entre risas mirando las manos morenas de Bryan.

La cámara enfoca entonces sus brillantes ojos verdes y sé que si encontrara a alguien que me hiciera sentir la mitad del deseo que siento por Bryan, mis miedos acabarían por irse solos. Es ridículo y un asco que la única persona que me parece tan deseable sea famoso, inalcanzable y encima tenga novia.

 

 

Sirvo los cafés para llevar y tras cobrar me dispongo a guardar el dinero en la caja registradora. Estoy trabajando en la cafetería de mis padres. Estamos en agosto y aprovechan que casi no entra nadie para irse de viaje un mes entero y dejarme a mí a cargo de su negocio, que está justo debajo de mi casa, ya que hace años la casa donde vivo era nuestra casa. Escucho cómo se cierra la puerta y subo un poco el aire, ya que está haciendo mucho calor. Aunque mis padres se hayan marchado y sepan que me gusta cocinar, han dejado las tartas que sirven congeladas para que no tuviera que cocinar nada. Mis padres me quieren y yo a ellos, el problema es que desde que nací he tenido que amoldarme a su vida y no ellos a su nueva vida como padres. Desde pequeña me ha tocado ser independiente y lo peor es mi intento, siempre frustrado, de tratar de hacer lo que desean para conseguir su aprobación. Y no, esto no ha cambiado con los años. Sigo siendo en muchos aspectos esa niña que espera que sus padres se sientan orgullosos de ella. Tras mi paso por el concurso he seguido cocinando, pero solo para Loren, que es el único que disfruta con mi comida y mis nuevas recetas. Ahora es más una afición que un sueño. Lo dejé aparcado y me centré de lleno en la carrera, pues una promesa es una promesa. A Loren y a mí nos está costando más de lo que esperábamos y hemos ido arrastrando algunas asignaturas, pero por suerte, si todo sale bien, este será nuestro último año de carrera, o eso espero. Mis padres eligieron la carrera que a mi padre le hubiera gustado estudiar, Contabilidad, alegando que tiene mucho más futuro que la cocina. Lo único bueno que tiene es que Loren la estudia conmigo y gracias a él la llevo mejor. A él sí le gusta, pero la estudia solo para beneficiarse él mismo. Estudia por las tardes cursos de diseño y moda, y quiere usar sus habilidades para la contabilidad para abrir una tienda de ropa de trajes de diseño. Hace muchos años a sus padres un contable les hizo perder su negocio por una mala gestión, y desde entonces Loren se juró a sí mismo que usaría sus dotes para los números para no dejar que nadie le engañara. Lo tiene todo bien estudiado y no me extrañaría que lo consiguiera, pues a ambición nadie le gana. A mí me gustaría poder hacer algún curso bueno de cocina, el problema es que mis padres no quieren que busque otro trabajo porque dicen que me necesitan para llevar el negocio familiar y ayudarles así con los gastos que genera mi carrera y que, además, no me cobran por la casa donde vivo. Cuando quieren, saben decir lo idóneo para que me sienta culpable y me amolde a las circunstancias. No negaré que lo sucedido en el programa hace que me dé más miedo intentarlo de nuevo. Y tal vez por eso lo voy aplazando. Lo gracioso es que aunque mis padres trabajen en una cafetería, no es por vocación. En este pueblo no había cafeterías y decidieron abrir una. Sus tartas se parecen más a bloques de yeso duro que a dulces, y cuando les propongo un cambio y ayudarles me dicen que no sin cuestionárselo siquiera.

La puerta se abre y se cierra de golpe. Antes de levantar la cabeza ya sé que se trata de Loren, solo él es tan efusivo a la hora de entrar. Alzo la mirada y me cruzo con sus ojos brillantes marrones.

—¡La venden, Lusy!

—¿El qué?

Loren va a por mis llaves y tira de mí.

—¡Tu casa! ¡Tu sueño! —Me detengo y Loren tira de mí.

—No la pueden vender, hasta ahora nadie se ha interesado por ella.

—Pues he oído, y de muy buena fuente, que el trato está casi cerrado. Tenemos que ir a hablar con el panadero y pedirle tiempo.

—¿Tiempo para qué? ¡Si no tengo nada de dinero ahorrado!

—¿Y una vez más te vas a quedar de brazos cruzados viendo tu sueño marcharse? Eres una cobarde.

Me suelto, la sinceridad de Loren a veces hace mucho daño.

—Al menos yo soy realista. Y de los dos, yo sé que los sueños tienen un límite.

Loren me mira dolido y yo lo miro de la misma forma.

—¡Joder, Lusy! Es tu casa. ¿No vas a intentarlo?

—Loren, no tengo nada ahorrado, nada. Dime, ¿exactamente qué quieres que le diga al panadero para no venderla? En el fondo sabíamos que desde que empezaron a interesarse por este pueblo y a construir casas de lujo, era cuestión de tiempo que esto pudiera pasar. Que lo señalaran como ruta interesante y saliera en varias revistas ha hecho que este escondido pueblo sea de interés turístico nacional. Y más ahora que se ha puesto de moda el senderismo.

Loren poco a poco acepta que su plan es estúpido y se da por vencido.

—Lo sé… pero hasta ahora esa casa era lo único que te hacia soñar con lo que querías para ti. Te he visto ir a verla muchas veces y sé que has pasado alguna noche allí viendo las estrellas desde dentro de la casa. ¡Joder! Quiero que seas feliz.

—Soy feliz, deja de sentirte culpable por todo lo que me pasa. No tienes la culpa. —Loren también se culpa porque no pasara en el concurso, dice que si no hubiera estado saliendo con Rodolfo y lo tuviera a mi lado, hubiera estado centrada en lo que debía estarlo y no hubiera salado tanto la comida.

—¡Joder! —brama.

Loren se pasea por la cafetería vacía. Nadie me conoce como él, nadie me quiere como él.

—Está todo bien. —Loren viene hacia mí y me mira a los ojos—. En el fondo siempre supe que esa casa nunca seria mía. Jugar a que un día podría serlo ha sido más un entretenimiento que otra cosa.

—No es lo que dice tu mirada. —Me acaricia la cara—. Siento no poder ayudarte…

—Ya me ayudas estando a mi lado siempre. Solo espero que no la destruyan.

—Creo que no hay nadie tan loco como tú para restaurar esa casa vieja. Cuesta más restaurarla y mantener su fachada, que usar el terreno para alzar algo nuevo.

—Es importante no olvidar de dónde venimos. Y este pueblo está lleno de casas antiguas que dan más encanto a este valle.

—Nunca entendí por qué entre todas las que hay, tú siempre has sentido fijación por esa.

—No lo sé. Tal vez porque se la ve muy solitaria a las afueras.

—La casa que hay cerca es mucho más bonita y tiene unos jardines preciosos. Aunque esa sí tiene dueño. —Asiento.

Este pueblo en el siglo XVIII fue habitado por familias adineradas, que encontraron en este valle un gran encanto. Al final acabaron por irse y dejar el rastro de su presencia en forma de preciosas casas que se entremezclan con las de los lugareños, dándoles un encanto hasta ahora desconocido para el resto del mundo. Es increíble lo que hace que las personas indicadas hablen de uno y todo el mundo quiera ver con sus propios ojos esas bellezas ocultas, que tal vez no lo hubieran sido tanto de no haber sido recomendadas por dichas personas.

Voy tras la barra y preparo a Loren un café como sé que le gusta. Al poco entran clientes y les preparo cafés granizados para llevar. Antes de cerrar, Loren se va, ha quedado con unos amigos y, aunque ha insistido, me he negado a ir.

Cierro la cafetería y subo a mi casa usando la puerta que comunica el pequeño portal con la cocina de la cafetería. Hace unos dos años pedí a mis padres que me dejaran habilitar la vivienda. Tras convencerlos me dejaron hacerlo y desde entonces vivo sola tras acondicionarla y tirar paredes. La casa era de tan solo dos cuartos. Ahora es un espacio abierto donde la cocina se une al salón mediante una isla, y la cama de matrimonio está tras el sofá. Está decorada con muebles antiguos y nuevos que me donaron mis vecinos y que con la ayuda de Loren colocamos. A mí me encanta.

Entro en la casa y dejo las llaves sobre la isla de la cocina. Busco qué hacerme de cena y acabo por picar algo. Tengo la mente en otra parte y no me centro en lo que debería. Ceno mirando cómo cae la noche sobre el pueblo, y cuando el pueblo se ha tornado oscuro cojo una sencilla chaqueta y mis llaves para ir a un sitio.

No tardo en llegar a la casa vieja. Está a las afueras del pueblo, y desde sus tierras se ve todo el pueblo y el hermoso valle que tiene a su derecha. Ahora mismo no se ven las verdes aguas del lago, ni los frondosos árboles, pero me los sé de memoria. Respiro el aire puro y usando la linterna que llevo colgada de las llaves voy hacia la puerta de la casa.

No me puedo creer que la vayan a vender. Pensaba que nadie la querría, o que primero se venderían las otras viejas casas que se pueden usar como casas rurales. Que después de tantos años sería mía aunque nunca lo pusiera en un contrato. Hasta se me pasó por la cabeza la idea de que me tocara la lotería y pudiera comprarla. El único problema en esta ecuación es que no juego. Sé que si me duele tanto, es porque en el fondo siento que he abandonado mi sueño del todo y esta casa me hacía seguir creyendo en que no todo estaba perdido, que con veintitrés años aún tengo tiempo para que la vida de nuevo me lleve por el camino que ya tracé hace años.

Tomo aire y acaricio sus frías paredes mientras recuerdo mis bocetos y la cantidad de ideas que tenía para este lugar. Si cierro los ojos puedo ver cómo cobran vida en mi mente llena de luz y color. Casi puedo oler la comida recién hecha, salir de la cocina al fondo y oír los murmullos de la gente mientras esperan un delicioso manjar. Yo soy de las personas que recuerdan los lugares en los que están por la comida que comen; si como bien, ese lugar siempre lo recordaré con cariño, si como mal, parece como que al perfecto entorno le falta la guinda. Yo quería que mi amado pueblo tuviera la guinda perfecta para los visitantes. Ahora todo se ha quedado en unos tontos bocetos hechos sin idea de nada en una carpeta azul.

Entro y me siento donde siempre. Lo que antiguamente fue un espacioso salón y ahora solo es un montón de escombros y rocas. Miro hacia la noche estrellada aceptando poco a poco que es posible que quien compre esta bella casa la tire abajo. Cosa que no me extrañaría, pues estas tierras están en muy buena zona. A solo un paso del pueblo, ya que no muy lejos se puede ver la otra casa del siglo XVIII que da más encanto a la zona. Pero al estar al principio del todo la gente puede dejar el coche y comer al irse, o venir tan solo para comer y luego regresar al camino que lleva a la autovía y seguir su rumbo. El pueblo está cerca de varias ciudades, lo que hace que esté en un punto estratégico hasta ahora solo conocido por unos pocos. Me pregunto cuándo cambiará el pueblo con esto, y si esto le hará crecer sin perder su belleza o lo acabará por perder del todo. Respiro y cierro los ojos fusionándome con esta calma. Con el aire que acaricia las viejas paredes, testigos de tantas cosas que me encantaría que pudieran contar. Cuando era niña me imaginaba miles de historias sobre los antiguos dueños de esta casa. A veces Loren y yo jugábamos a que él era el dueño y yo la joven de la que se enamoraba. Poníamos música y bailamos en este salón imaginario. Es increíble de lo que es capaz la imaginación de un niño, puede dar vida a algo imposible y hacerle de verdad creer que está bailando en un salón de baile. Y que cuando echas la vista atrás, en tus recuerdos no aparezcan solo estas ruinas, sino retazos de lo que imaginaste y sentiste mientras te dejabas llevar por algo tan mágico como es el poder la imaginación.

Escucho unos pasos. Abro los ojos y una luz me deslumbra.

—Sabía que te encontraría aquí. —Loren deja de apuntarme con la linterna de su móvil y viene hacia donde estoy para sentarse a mi lado y abrazarme.

—No quiero que la destruyan.

—Tal vez no lo hagan.

—¿Y si nos encadenamos hasta que prometan que no lo harán? —Loren se ríe por mi absurdez.

—Yo te sigo al fin del mundo, ya lo sabes. Pero tengo un plan mejor. Podemos irnos a tomar algo y aceptar los dos que esta casa va a ser vendida.

—Invitas tú.

—Hummm… Vale, pero solo a la primera ronda.

Asiento y me levanto. Empezamos a salir y antes de irnos miro otra vez la casa iluminada por la luna. Solo espero que, si la van a destruir, esta no sea la última vez que la vea.

 

 

—¿Y te acuerdas cuando se nos cayó el techo encima y no nos mató de milagro? —me dice Loren entre risas tras un par de cervezas.

Me río al recordar cómo con tan solo diez años nos libramos de milagro, pero ni eso nos desalentó para seguir yendo a esa casa. Lo bueno era que todo el techo ya estaba prácticamente en el suelo y no se nos vendría abajo de nuevo.

—¿Y cuando robamos la botella de coñac a tu padre y nos pillamos nuestra primera borrachera? —Se ríe al recordar lo pedo que acabamos con tan solo unos tragos. Yo me río con él y más al recordar la bronca que nos cayó al día siguiente y cómo nos dolía la cabeza por la resaca.

—¿O cuando perdimos la virginidad? —Lo miro seria.

—Eso prefiero no recordarlo.

—Mejor conmigo que no con el capullo de Rodolfo.

Me acuerdo de Rodolfo mientras pego un trago a mi amarga cerveza. Mientras estaba en el concurso solo podía llamarle y enviarle mensajes. Él no me mandaba mensajes, solo me llamaba desde un teléfono público y me contaba lo que hacían allí. Lo cierto es que cuando no me llamaba no le echaba de menos, pero si echaba de menos el tener a alguien. Luego salió del programa y verlo era más complicado. De vez en cuando me decía de quedar, y sinceramente, la idea de acostarme con él no me atraía. Las pocas veces que lo habíamos hecho, lejos de disfrutar, solo me había hecho daño. Momentos fríos y besos tras el sexo, con la pregunta de “¿He estado bien?” y yo asentir porque no sabía cómo explicar que tras acostarme con alguien que me gustaba, me sentía tan vacía y tan rara. No entendía por qué aquello que me hacía en la cama era capaz de nublar la mente de otras personas, cuando a mí me parecía doloroso y poco atractivo.

Cuando Rodolfo se asentó y se puso a trabajar, fui un día a darle una sorpresa al piso que compartía con un compañero de trabajo. Me dejó pasar su compañero con una mirada triste, como si él supiera lo que me estaba haciendo y prefiriera que lo viera a decírmelo. Entré como una tonta en el cuarto de Rodolfo, decidida a hacer las cosas bien y a intentar que aquello funcionara, cuando unos ruidos inequívocos me hicieron abrir la puerta y encontrarme a Natalia, mi mejor amiga hasta ese día, encima de Rodolfo. A quien hace poco le había confesado quién era mi novio misterioso. Ambos me miraron y para mi sorpresa se rieron de mí. Aún hoy sus risas me persiguen. Salí de allí dolida y humillada como nunca. Una vez más me eché la culpa de todo, como hice con Loren, y creo que aunque pienso que lo he superado, una parte de mí sigue temiendo el estar con alguien.

Ahora que echo la vista atrás pienso que, como dice Loren, es mejor que al menos mi primera vez fuera con alguien a quien quiero y que, aunque fue un desastre y no hubiera amor romántico, al menos nos quisiéramos, y nos queremos.

—Mi vida amorosa ha sido una mierda —digo antes de terminarme de un trago la cerveza—. Y sí, mejor contigo, pero eso no cambia nada.

—Y tu vida sexual no digamos —añade sincero Loren—, aunque yo estuve bien. —Lo miro dejando claro lo que pienso—. No, no lo estuve. Por eso creo que deberías perder el miedo que tienes de estar con alguien y dejarte llevar.

—Y que salga tan mal como mi última cita. De momento paso.

—De momento. Te he visto mirar a Bryan cuando cocina en su programa y te pone. Estoy buscándote una cita con alguien que sea como él.

—Mira, si consigues eso tal vez te diga que sí. —Doy un trago a mi cerveza que con este calor se ha calentado y ya no me gusta tanto.

—Eso es cierto, pero ahí tienes la prueba de que no eres frígida.

—Creo que llevamos demasiadas cervezas encima si estamos hablando de esto en el bar del pueblo. —Miro a mi alrededor, no hay nadie.

—Dos cervezas no es mucho. Bueno, para ti que no bebes apenas, sí. —Se ríe—. Sale muy barato el emborracharte.

Me río con él. Pagamos y nos vamos hacia mi casa abrazados como si fuéramos novios, cada uno sumido en nuestros pensamientos. Llegamos a mi casa y Loren me da un abrazo antes de irse hacia la casa de sus padres, donde vive en su guardilla, tiene entrada propia y le da intimidad, y a la vez está junto a su familia.

Subo a mi casa y tras ponerme un pijama fresco y asearme me dejo caer en la cama, deseando que el sueño me atrape y no me haga recordar dolorosos momentos de mi pasado.