Venezuela, el país que
siempre nace
 
Gisela Kozak Rovero
@giselakozak

A Elsa Bernal Potdevin, testigo de la escritura.

A mis colegas de la Escuela de Letras (UCV), por oírme mil veces estas ideas.

A Gisela Rovero, mi madre, quien piensa erróneamente que escribir es muy importante.

A Ana Teresa Torres, con admiración y agradecimiento.

Introducción

El pensamiento, la literatura y el arte en Venezuela forman parte de una irrenunciable herencia pero, para nuestro infortunio, se han prestado en demasiadas ocasiones para justificar la rebelión, el espíritu contrario a la institucionalidad, la violencia, el caudillismo o el rigor dictatorial como destino inevitable. El caso del muy talentoso Laureano Vallenilla Lanz y su Cesarismo democrático es uno de los más citados; no obstante, la hipocresía de la intelectualidad filo-izquierdista que ha predominado en las universidades e instituciones culturales venezolanas hace olvidar que, incluyéndome, muchos hombres y mujeres intelectuales hemos apoyado regímenes totalitarios y acciones violentas por amor a la justicia y a la igualdad. Pero no puede culparse exclusivamente a la intelectualidad de izquierda de este desprecio a la democracia, la reforma y la institucionalidad. También los llamados «notables» –Arturo Uslar Pietri, Juan Liscano y Ernesto Mayz Valenilla, entre otros–, arremetieron contra la democracia venezolana con una dureza sin atenuantes que dio paso a las soluciones desesperadas que se han hecho el pan nuestro de cada día en materia política, tal como lo demuestra la historia reciente desde el 27 de febrero de 1989, bautismo sangriento de la guerra en contra de la institucionalidad que ha consumido la vida nacional hasta el día de hoy.

Creo que esta guerra contra la institucionalidad y el ejercicio ponderado de la política de la intelectualidad y –hay que decirlo– de la sociedad venezolana, nos ha hecho perder o ignorar los instrumentos ganados a través de tantos años de historia: partidos políticos, tradición literaria y cultural, instituciones educativas, logros legales y constitucionales. No es casualidad entonces que la revolución bolivariana proponga cambios radicales pues contempla la sociedad e historia venezolanas como un solo y gigantesco error corregible por la voluntad suprema del soberano redimido por el caudillo Hugo Chávez, reencarnación de Bolívar y continuador de su obra inconclusa e interrumpida por ciento setenta años. La exclusión económica y social es el caldo de cultivo para que se imponga esta visión, negadora del más mínimo logro de la sociedad venezolana. Y este juicio lapidario nos convierte en una horda, que no en una sociedad, dispuesta a cualquier cambio incierto y a cualquier conjura. Esta es la desgracia de un país que siempre nace...

Por todas estas razones, estudiar la literatura y la cultura venezolana se ha convertido en un imperativo político, ético, estético y vital. He dedicado los últimos años a trabajar la literatura venezolana vista como uno de los logros culturales de nuestra sociedad, más allá de las valoraciones diversas y divergentes que convoca el tema, en especial cuando hablamos de la novelística[1]. Estoy convencida de que el rechazo o la indiferencia respecto a la literatura venezolana es una cara más de una actitud negadora y radical que menosprecia nuestros logros como sociedad en los más diversos terrenos de la vida nacional. Mi posición es que frente a las opiniones convertidas en verdades, se debe adelantar una sostenida reivindicación del estudio –no de la exaltación ni la celebración– de la literatura venezolana como el punto de partida para dialogar con otras literaturas y culturas y para ofrecer una mínima alternativa frente al olvido de todos nuestros logros pasados.

Los ensayos compilados en este libro se ordenaron de acuerdo a su fecha de escritura (desde el 2003 hasta el 2007). El hilo conductor que los reúne consiste en el extraordinario peso que la política, la historia y el Estado han tenido en la vida intelectual y literaria venezolana y cómo ésta prefiguraba el advenimiento de un movimiento caudillesco y populista, la revolución bolivariana, convertida ahora en el socialismo del siglo XXI. El primer ensayo de este libro, «¿Lee usted literatura venezolana?», es una exploración de las razones históricas, políticas, sociales, institucionales y culturales que existen detrás de la recepción de la literatura venezolana en las últimas décadas. Intento aquí deslindarme de la desvalorización o la celebración de nuestra literatura para ofrecer una reflexión sobre su circulación entre los lectores, circulación que por cierto ha aumentado a partir del año 2004 puesto que somos testigos de una variada oferta literaria propiciada por editoriales privadas y públicas. El segundo ensayo, «Memoria, subjetividad y nación en El round del olvido, de Eduardo Liendo», y el tercer ensayo «De Eisenstein a Fassbinder, de la revolución a la desesperación: Los últimos espectadores del acorazado Potemkin, de Ana Teresa Torres», analizan la relación entre literatura, memoria, realidad y relatos de nación en dos novelas venezolanas recientes. El cuarto ensayo se denomina «¿Nostalgia, frustración o percepción?: novelística, poder y revolución». Aquí se parte de la ya conocida caracterización de la novelística venezolana como un discurso marcado por la crítica de poder político, pero haciéndose énfasis en que los años sesenta significan una inflexión fundamental en esta crítica, hasta el punto de que nuestra narrativa vuelve obsesivamente a esa época, a la figura de la izquierda redentora y fracasada. Mi hipótesis en este ensayo es que esa vuelta obsesiva –mucho más evidente en Venezuela que en otros países de América Latina– no obedece a una suerte de pasión nostálgica de escritores (ex)izquierdistas sino a una poderosa y colectiva percepción estética de una corriente histórica que se consideraba cancelada pero solo estaba sumergida y ha salido a la luz con la revolución bolivariana. Los últimos espectadores del acorazado Potemkin (Ana Teresa Torres), El round del olvido (Eduardo Liendo), La flor escrita (Carlos Noguera) y El diario íntimo de Francisca Malabar (Milagros Mata Gil) sirvieron de punto de partida para esta reflexión. A partir de este tema analizo cómo en la historia intelectual, literaria y política venezolana siempre se ha intentado excluir aquellos asuntos ajenos a la construcción del Estado, el destino de la nación, la noción de pueblo como una entidad homogénea y la violencia reinante en el país, exclusión en la que coinciden por cierto el gobierno revolucionario y los gobiernos anteriores. El ensayo de cierre, «Nuestra herencia intelectual y el triunfo de la revolución bolivariana», trata de cómo la herencia intelectual venezolana colaboró en el resquebrajamiento del concepto mismo de democracia en el país.

Para cerrar esta introducción, diré una obviedad: no escogí un momento idílico, tranquilo o simplemente gris para estudiar la literatura venezolana. Pero si en algún momento he sentido que mi trabajo tiene justificación y verdadero norte ha sido pensando en mi país desde una preocupación y desde un compromiso entrañable que jamás había experimentado en trabajos anteriores sobre otros asuntos. No reniego de mis lecturas, de mis investigaciones latinoamericanistas o de mi formación; simplemente me inscribo en una tradición venezolana en la que el ensayo, la reflexión y la investigación, el imperativo de entender y transformar la realidad, el sentido de la responsabilidad intelectual frente a los retos colectivos, constituyen el marco ideal para mis preocupaciones sociales y políticas de mujer venezolana que vive su contingencia histórica y el carácter complejo y múltiple de su identidad.

Marzo 2007

Memoria, subjetividad y nación en El round del olvido, de Eduardo Liendo

Contrapunto, historia e intrahistoria

El round del olvido[2], de Eduardo Liendo (Venezuela, 1941), se propone como una novela de espléndida sencillez narrativa. Pero esa sencillez, vista como logro literario, se hizo posible a través del uso de una compleja técnica de composición musical como es el contrapunto. Así lo confiesa Noelia Santana, personaje protagónico y autora ficcionalizada de la larga historia que entrelaza su vida de mujer periodista y escritora con las vidas del boxeador Teo Camacho y del revolucionario, poeta y músico Olivier Alcalá. Se trata de tres existencias enlazadas por la infancia, la amistad, la admiración y el amor, por un triángulo amoroso entre trágico y perfectamente comprensible, que se despliegan simultáneamente a lo largo de medio siglo de la historia venezolana. Este medio siglo transcurre desde la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, pasando por los afanes revolucionarios de los sesenta, las decepciones de los setenta, los grises y desengañados años ochenta, hasta llegar a la última década del siglo XX, cuyo hito en la novela es la caída del socialismo en Europa oriental. Teo, Noelia y Olivier se acercan y se alejan, cual líneas melódicas que divergen y convergen tal como corresponde al contrapunto, y podemos así valorar por contraste sus procesos subjetivos individuales relacionados con sus perspectivas políticas, sus vocaciones, los eventos de su infancia que los marcaron de modo indeleble, las maneras de relacionarse afectivamente entre ellos y con el mundo. Este contrapunto novelesco implica una visión fragmentada, incompleta y reconocida abiertamente como sesgada por el personaje Noelia Santana, quien escribe la historia en diferentes etapas de su vida y en distintas ciudades (Caracas, Florencia, Praga...), razón por la cual su mirada sobre esa historia va transformándose con los años. Tal transformación se conecta con los artificios, invenciones, contradicciones, lagunas, mentiras y líneas de fuga de la memoria como mediación entre el sujeto y la experiencia vivida, entre la historia, la vida y la literatura.

Desde esta perspectiva, las aventuras de un boxeador, una periodista y escritora y un revolucionario-poeta-músico poseen una dimensión particularmente atractiva porque se trata de personajes cuyas vidas son contadas desde la intrahistoria, es decir, desde una mirada alternativa que privilegia la vida cotidiana e íntima en su entretejerse con la historia nacional. En Venezuela ha sido la novela la encargada de abrir este espacio. Como dice la narradora Ana Teresa Torres:

«(...) mi memoria no distingue entre lo personal y lo colectivo como un par de opuestos. La barrera entre uno y otro terreno es una disociación de las representaciones entre lo público/privado; doméstico/social; hegemónico/subalterno, etc. Todo lo personal ocurre en la historia colectiva, y en ella se configura lo personal. La Historia incluye la vida cotidiana aun cuando en Venezuela esa visión sea todavía minoritaria, y en consecuencia la mayoría de nuestros textos historiográficos revelan la pasión por el poder –desde un vértice– o lo economicista –desde otro– pero, en general, el tejido social, el diálogo de los actores no protagónicos de las gestas y revoluciones, la esfera privada, el estudio de las mentalidades, han resultado un tanto subvalorados (Torres: 15).»

Noelia, Teo y Olivier representan a estos actores no protagónicos. Sus vidas, no completamente anónimas pero sí de proyección social limitada, nos hablan de una Venezuela que vivió hace décadas «(...) un tiempo que parecía cargado de expectativas de transformación, pero también preñado de incertidumbre» (p. 55), como dice Noelia. Posteriormente, según se plantea en la novela sin formularlo explícitamente, esta misma nación sumergió en el olvido, por décadas, sus ensoñaciones de país lanzado al futuro[3]. En las vidas de Teo, Noelia y Olivier, en sus subjetividades en permanente construcción, en su búsqueda de identidad frente a las oscilaciones políticas, la sexualidad, el género, el amor, el dinero, las diferencias sociales, la cultura, la familia, se reconoce esta Venezuela en un momento estelar de la modernización urbana del siglo XX: crecimiento económico, transformaciones democráticas, vida plenamente urbana, masificación de la educación. En El round del olvido los personajes son la cristalización cotidiana de esta historia no explicitada, lo cual se evidencia en su carácter profundamente contradictorio, ambiguo y complejo. No es casualidad entonces que sean dibujados a partir de duplicidades –Noelia-zorra, Teo-tigre, Olivier-cuervo– pues debajo de sus apariencias inofensivas se esconden pasiones, impulsos, miedos que los colocan en el centro mismo de las contradicciones de su época: feminismo y cultura patriarcal, revolución y democracia, pobreza y ascenso social, voluntad individual y determinaciones sociales y familiares.

Dentro de este marco, Noelia Santana nos cuenta su historia con el boxeador Teo Camacho y el poeta-músico-revolucionario Olivier Alcalá, además de relatarnos la historia individual de cada uno. Permanentemente Noelia reconoce la fragilidad de su memoria, las triquiñuelas con las que intenta justificar su conducta y la manera en que ha ido transformando y decantando su pasado común con Teo y Olivier. Y es que la memoria del pasado se transforma con el sujeto; la Noelia que amó a dos hombres al mismo tiempo no es la Noelia que rememora y escribe esos hechos. La Noelia que escribe y rememora es la viuda de Teo, la viuda de Olivier, la mujer que piensa en comenzar una nueva vida, con un tercer hombre llamado Rolando, en su madurez. Noelia percibe que su situación de infidelidad y su alma escindida es una expresión dolorosa de una condición femenina en pleno conflicto con el mundo, conflicto que, ciertamente, se manifiesta desde su juventud. Noelia enfrenta las presiones de su familia para que acepte su destino de virgen, esposa y madre (en este orden), destino que ella no está dispuesta a aceptar como propio pues quiere hacerse periodista y escritora, conocer otros países, vivir varias relaciones amorosas, estar en conexión permanente con los cambios e incitaciones de su época. Efectivamente lo logra, pero a costa de un largo y espinoso forcejeo. La condición del sujeto femenino es, pues, la de la negociación permanente en el contexto de la vida pública y privada: Noelia, en este sentido, vive a plenitud su condición de mujer en una época de transición entre los conservadores cincuenta, los transformadores sesenta y las décadas posteriores.

Teo Camacho también enfrentó sus propias restricciones. Si la lucha de Noelia indica las contradicciones y padecimientos de la construcción de la subjetividad femenina en un momento de transición histórica, la del boxeador Teo es la lucha del sujeto masculino, sirviéndose de la violencia, contra los límites que su origen social le impuso. Durante su infancia vivió con su madre en un túnel en Caño Amarillo, lugar emblemático dentro de las barriadas populares de Caracas, muy cerca del Parque El Calvario. La imagen del túnel lo perseguirá toda su vida como metáfora de la miseria, el desamparo y el anonimato. Veamos este fragmento en el que se describe una pesadilla de Teo luego de perder el título pluma y de la muerte de su madre: