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Crepúsculo de los dioses
sobre el “nuevo orden mundial”

Enero de 2004
Colectivo de Redacción REVOLUTIONÄRER WEG
(Organo teórico del Partido
Marxista-Leninista de Alemania [MLPD])
bajo la dirección de Stefan Engel,
Schmalhorststraße 1b, D-45899 Gelsenkirchen, Alemania

Stefan Engel

Crepúsculo de los dioses sobre el “nuevo orden mundial”

La nueva organización de la producción internacional

Verlag Neuer Weg

Indice
Crepúsculo de los dioses sobre el “nuevo orden mundial”

Prólogo

Introducción

Parte I: Cambios esenciales en la economía política del imperialismo

1. La formación de monopolios internacionales

2. La batalla de los monopolios internacionales por el mercado mundial

3. El desarrollo de la producción de comestibles bajo el dictado de los monopolios internacionales

4. La formación de un proletariado industrial internacional

5. Cambios en la estructura de clases como consecuencia de la internacionalización de la producción capitalista

6. Los grandes bancos internacionales como fuerza motriz de la internacionalización de la producción capitalista

7. El papel de la bolsa en el proceso de la internacionalización del capital

8. El dominio del capital financiero sobre la economía mundial

9. La República Popular China – un poder socialimperialista ascendente

Parte II: La nueva organización de la producción internacional introduce una nueva fase en el desarrollo del imperialismo

1. El derrumbe de la Unión Soviética bajo el trasfondo de la internacionalización de la producción capitalista

2. El quinto período de inversiones en el capitalismo monopolista de Estado de la RFA

3. La ofensiva de explotación como base de la nueva organización de la producción internacional

4. La nueva organización de la producción internacional

5. Los monopolios internacionales socavan el rol y la función de los Estados nacionales

6. Amplia privatización de las empresas e instituciones estatales

7. La crisis crónica de las finanzas estatales y la redistribución de la renta nacional

8. Cambios en la política de subvenciones estatales tomando como ejemplo al consorcio del carbón Ruhrkohle AG

9. La Unión Europea como instrumento de los monopolios internacionales

10. Las formas de organización internacional del capital financiero

11. Los efectos desastrosos del neoliberalismo en los países neocolonialmente dependientes

Parte III: La nueva organización de la producción internacional agudiza la crisis del sistema imperialista mundial

1. La crisis estructural internacional sobre la base de la nueva organización de la producción internacional

2. Nuevos fenómenos en la primera crisis económica mundial del nuevo milenio

3. Interacción entre la crisis de superproducción, crisis bursátil y bancaria

4. La crisis de la regulación estatal

5. La lucha competitiva internacional del capital financiero impide medidas eficaces contra la crisis ecológica global

6. La tendencia internacional a la disolución del orden familiar burgués

7. Una nueva fase en la lucha por el nuevo reparto del mundo

8. La crisis política crónica y la lucha contra el “terrorismo internacional”

9. La crisis de las teorías de globalización burguesas y pequeñoburguesas

Apéndice:

Bibliografía

Lista de las tablas

Lista de los cuadros

Prólogo

El autor Stefan Engel toma para el título de su libro una parábola de la mitología germana: En el crepúsculo de los dioses, el fin del mundo devora los dioses caducos de una época obsoleta, y de la conflagración mundial surge una nueva tierra hermosa, de paz y exuberante alegría de vivir. ¡La comparación con la decadencia de la actual capa dominante de la sociedad mundial y la preparación de un futuro nuevo y digno de vivir es deliberada! El libro arrebata esta visión de la mitología colocándola sobre un sólido fundamento científico.

En 1991 el presidente norteamericano George Bush anunció presumidamente un “nuevo orden mundial”. Sin embargo, detrás del pomposo anuncio se ocultaba solamente el abierto afán de hegemonía sobre el mundo entero por parte de los EE.UU., la única superpotencia restante.

El autor analiza en todos sus aspectos, cómo este “nuevo orden mundial” se ha vuelto un desorden mundial que ya no puede ser dominado por nadie. Con la nueva organización de la producción internacional, como núcleo económico de los cambios sociales, se han producido múltiples crisis, guerras y colapsos desastrosos. Las fuerzas productivas revolucionarias apremian por desplegarse mundialmente – y se están sofocando en el corsé de las anticuadas estructuras sociales del imperialismo. Dado que el sistema capitalista no puede resolver estos problemas, se acelera su decadencia. Pero, al mismo tiempo, en su seno madura toda la preparación material para un verdadero nuevo orden mundial: la superación revolucionaria del sistema imperialista mundial por una revolución socialista internacional y el surgimiento de los Estados socialistas unidos del mundo.

El libro convence no sólo por su refrescante cultura de disputa, sino también por el estricto método científico con que examina e interpreta una cantidad impresionante de hechos y materiales. Transmite una perspectiva a todos los que no quieren considerar el crepúsculo de los dioses del capital financiero mundial dominante como el fin de la historia, sino como punto de partida para una nueva época del desarrollo social de la humanidad – sin hambre, explotación y guerra.

Editorial Neuer WegEssen, 15 de marzo de 2003

Introducción

Desde la disolución de la Unión Soviética y de su imperio vivimos un vertiginoso proceso de nuevo ordenamiento económico y político del mundo. Bajo el término engañoso de “globalización”, aparece sobre este tema una montaña de publicaciones de economistas burgueses y pequeñoburgueses. Pero casi ninguna de ellas puede satisfacer una exigencia científica, mucho menos la de revelar las causas sociales de este desarrollo en todos sus aspectos.

También en el movimiento marxista-leninista y obrero internacional existen recién algunas observaciones importantes sobre algunos aspectos de este proceso. Sin embargo, todavía falta una acertada apreciación de conjunto y en todos los aspectos. Esto puede llevar a graves interpretaciones erróneas de los nuevos desarrollos sociales y a falsas conclusiones para la lucha contra el imperialismo y por el socialismo.

El presente libro subraya la validez universal de los análisis de Lenin sobre el imperialismo y de Willi Dickhut1 sobre el capitalismo monopolista de Estado en Alemania. Al mismo tiempo, fija toda su atención en los nuevos fenómenos, en los cambios esenciales en el sistema imperialista mundial. Se los resume como nueva organización de la producción capitalista internacional.

El punto de partida político para esta nueva organización fue el fin de la era de la Unión Soviética socialimperialista, el que fue sellado, en agosto de 1991, por el fracasado intento golpista de los militares soviéticos. La posterior existencia de la Unión Soviética y del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) como espacio económico relativamente aislado del resto del mundo no pudo mantenerse por más tiempo. El profundo cambio científico-tecnológico por medio de la microelectrónica y la automatización completa, así como la internacionalización de la producción capitalista, habían minado ampliamente la base económica y política de esta superpotencia, la Unión Soviética. La integración completa de las esferas de influencia soviética en un mercado mundial unitario y la equiparación relativa de sus relaciones de producción a las mucho más productivas del Occidente se habían vuelto una necesidad económica inmediata.

Sin embargo, los posteriores cambios profundos en Rusia y en los demás países de la anterior Unión Soviética y del anterior CAME no tenían, en general, un carácter transformador de la sociedad. Ya desde el XX Congreso del PCUS, en febrero de 1956, la Unión Soviética había perdido su carácter socialista. Con la toma del poder por una nueva burguesía surgida de la burocracia central del partido, de la economía y del Estado, la Unión Soviética degeneró en un capitalismo monopolista de Estado burocrático de nuevo tipo. Este tenía tan sólo de nombre todavía algo en común con el socialismo.

La propaganda sobre el “fin del socialismo”, o incluso sobre el “fin de la historia”, fue solamente el grito de triunfo de las potencias occidentales vencedoras que habían derrotado al rival socialimperialista en una implacable lucha competitiva. Esta servía, en primer lugar, a la manipulación de los oprimidos y explotados en todo el mundo los que, en su descontento creciente, buscan cada vez más una alternativa a la sociedad capitalista.

Con la disolución de la Unión Soviética no ha fracasado el socialismo, sino el revisionismo moderno de Jruschov, Brezhnev y Gorbachov. Este constituyó el fundamento ideológico para el dominio de la nueva burguesía en la Unión Soviética y de su afán de aventajar a su rival mortal, los EE.UU., para ascender ella misma a la posición de superpotencia imperialista líder a nivel mundial.

La bancarrota de la superpotencia socialimperialista Unión Soviética fue expresión de la putrefacción y descomposición del sistema imperialista mundial en general y del capitalismo monopolista de Estado burocrático de tipo soviético en particular. Este fracaso desencadenó una profunda crisis del revisionismo moderno y de los partidos unidos a él. Despejó el camino para que el movimiento marxista-leninista y obrero internacional procese y supere de manera fundamental este desarrollo negativo. En un largo proceso ideológico-político se deben esclarecer por completo las causas, condiciones y consecuencias de la degeneración revisionista y de la restauración del capitalismo que tuvo lugar en todos los países anteriormente socialistas sin excepción. Esto debe ir acompañado de la nueva formación de los marxistas-leninistas en todo el mundo, basada en conclusiones creadoras para el futuro de la lucha de liberación revolucionaria y un nuevo ascenso de la lucha internacional por el socialismo y el comunismo.

La nueva organización de la producción internacional es, momentáneamente, un punto culminante de la internacionalización del modo de producción capitalista. Ella introdujo una nueva fase del desarrollo del sistema imperialista mundial.

Debido a la eliminación de algunos obstáculos esenciales para el libre desenvolvimiento del mercado mundial se efectuó, a fines del siglo XX, un poderoso empuje en el desarrollo de las fuerzas productivas. Ningún país del mundo pudo y puede quedar excluido de sus efectos. Un proceso transnacional sin parangón de concentración y centralización se puso en marcha en la industria, la agricultura, el comercio y los bancos, transformando profundamente el panorama económico y político.

El nuevo mercado mundial unitario y con acceso relativamente libre para los monopolios internacionales coloca radicalmente en cuestión todas las estructuras de producción e intercambio tradicionales, todavía organizadas en primer lugar nacionalmente, así como a las formas de comunicación, de competencia y de cooperación correspondientes. Sin embargo, los dominantes no logran, ni siquiera aproximadamente, crear a escala internacional relaciones de producción y una superestructura política que funcione, las cuales correspondan a esta revolucionarización de las fuerzas productivas.

Pese a todos los cantos de alabanza burgueses a la supuestamente benéfica “globalización”, las relaciones de poder y de propiedad capitalistas, fundamento social de las transformaciones, de hecho no fueron tocadas. Al contrario, la capa del capital financiero internacional que actúa a escala mundial reveló su naturaleza rapaz e inhumana con una nitidez difícil de superar. Ella dicta más que nunca sus condiciones a cada una de las economías nacionales y a la burguesía no monopolista de todos los países.

Los Estados nacionales fueron obligados a abrir ampliamente sus fronteras y abandonar las medidas nacionales de protección contra la competencia internacional. Como si fueran enjambres de langostas los monopolios internacionales irrumpieron en las economías nacionales neocolonialmente dependientes de Asia, Africa y América Latina. En una rapiña sin par se apropiaron de su mano de obra, sus bases de materia prima, sus instituciones estatales, sus industrias lucrativas y subordinaron a sus mercados. Los EE.UU., como el mayor poder económico imperialista, pudo sacar el máximo provecho de esta rapiña neocolonialista.

En la mayoría de los casos los gobiernos reaccionarios de los países neocoloniales abrieron complacientemente las puertas al capital financiero imperialista. Esperaban sacar una parte adecuada del botín luego de la venta total de sus países. Sin embargo, en todas partes las industrias tradicionales tuvieron que hacer sitio a los sistemas de producción integrados a nivel internacional de la industria monopolista altamente productiva o a los baratos raudales de comercio de todo el mundo. Así, a menudo, a estos países les fue robado el último resto de independencia y autonomía económica.

Bajo la propaganda engañosa del “neoliberalismo” empezó un proceso mundial de privatización y monopolización de empresas e instituciones estatales. Este proceso está devorando despiadadamente las conquistas sociales, logradas muchas veces mediante duras luchas y que durante un largo tiempo parecían seguras.

Al mismo tiempo, el rol tradicional del Estado burgués, como regulador central de la economía nacional, cede cada vez más frente a un sistema de la competencia mundial entre los Estados nacionales por prestar los mejores servicios a los monopolios internacionales, para la óptima valorización de sus capitales y condiciones políticas favorables.

El núcleo de la nueva organización de la producción internacional es la tendencia a la disolución relativa de la organización estatal-nacional de las relaciones de producción y de intercambio. En su lugar se establece un entrelazamiento, que abarca a varios países, de los modos de producción y de intercambio más avanzados bajo el dominio del capital financiero internacional. Una oleada de fusiones y adquisiciones transfronterizas comenzó a reordenar el panorama empresarial. La lucha competitiva entre los monopolios internacionales adoptó el carácter de una batalla de aniquilamiento mutuo.

Al mismo tiempo surgió en los centros de producción de los monopolios internacionales, y en las zonas económicas francas que le corresponden, un proletariado industrial internacional, el cual está integrado en primer lugar en un sistema de producción global.

El desarrollo a saltos de la telecomunicación, en particular de la Internet, deparó al capital financiero internacional un crecimiento extraordinario en la segunda mitad de los años 1990. En las bolsas de comercio brotaban fabulosas ganancias especulativas. Esto marchó acompañado de saltos enormes en la productividad laboral de los dependientes de sueldos y salarios cuando se introdujo la “lean producción” en la industria y la administración y se impuso una amplia flexibilización de la jornada de trabajo. Esto llevó a una nueva dimensión la explotación capitalista de la fuerza de trabajo humana. El carrusel internacional de fusiones giró cada vez más rápido hasta que quedo atascado, a principios del nuevo milenio, en el pantano de una nueva crisis económica mundial.

La nueva organización de la producción internacional representa el vano intento de detener la desestabilización del sistema imperialista mundial sometiendo al mundo entero todavía más consecuentemente bajo el dictado del capital financiero internacional. Sin embargo, no ha podido resolver ni un solo problema del sistema imperialista. Al contrario, su tendencia inmanente hacia la crisis se ha agudizado y profundizado. Así se ha desplegado una nueva crisis estructural internacional la cual, a comienzos del tercer milenio, se ha convertido en la fuerza motriz de una crisis de superproducción mundial. El sistema del neocolonialismo se hundió todavía más profundamente en la crisis. La crisis del medio ambiente global se ha agudizado amenazadoramente. El creciente desempleo masivo, el subempleo y la pobreza, la masiva destrucción de las existencias del campesinado pequeño ponen en cuestión las condiciones de vida de las masas populares a nivel mundial. La crisis crónica del orden familiar burgués se ha vuelto un fenómeno internacional. Las más o menos pronunciadas conmociones económicas de las economías nacionales agudizan la crisis política latente en todos los países. Tampoco los hasta ahora relativamente estables Estados imperialistas permanecieron incólumes a ella. Puesto que el sistema imperialista mundial se desvencija crecientemente, los dominantes buscan cada vez más su salvación en la ampliación del aparato estatal represivo y en el desmontaje de los derechos y libertades democrático-burgueses.

El desarrollo desigual ha introducido una nueva fase en la lucha por el nuevo reparto del mundo entre los mas grandes monopolios internacionales y entre los mas grandes poderes imperialistas. La guerra y la reacción son el mensaje central de un sistema social caduco.

Lo anunciado antes presumidamente por George Bush, presidente de los EE.UU., como “nuevo orden mundial”, ha resultado ser un nuevo desorden político internacional. Este proceso destructivo y autodestructivo ha adquirido una dimensión inmensa, total. El anhelo natural por una solución fundamental, sin embargo, seguirá siendo necesariamente una ilusión irrealizable dentro de los límites estrechos del orden social capitalista. Una solución es, finalmente, solamente pensable a escala internacional y como cambio revolucionario hacia un sistema social socialista.

El sistema imperialista mundial está caracterizado por una agudización universal de todas las contradicciones fundamentales y por una labilidad creciente. Esto da derecho a hablar, desde comienzos de los años 1990, de una nueva fase, la 5a fase de la crisis general del capitalismo.

Evidentemente el desarrollo de las fuerzas productivas ha iniciado una nueva fase de transformación histórica, la cual se expresa visiblemente en el desarrollo a niveles superiores de la lucha de clases internacional. Los explotados y oprimidos del mundo no quieren hundirse en la barbarie capitalista y buscan una solución social. En los centros imperialistas se ha despertado en amplia escala la conciencia de clase de la clase obrera después de largos años de calma relativa. En una serie de países explotados y oprimidos neocolonialmente por el imperialismo, en particular en América Latina, la desestabilización social llegó a tal punto que ha empezado un proceso de efervescencia revolucionaria que traspasa las fronteras nacionales. Un movimiento mundial “anti-globalización”, del medio ambiente y por la paz está en lucha contra las consecuencias inhumanas de la nueva organización de la producción internacional y el desorden político que la acompaña.

A comienzos de los años 1990 Willi Dickhut planteó la tesis previsora, que la respuesta a la internacionalización de la producción capitalista tiene que ser la revolución proletaria internacional. Como base de ésta, el proletariado internacional debe desempeñar su papel dirigente con respecto a las masas proletarias y no proletarias en la lucha contra el imperialismo.

Sigue siendo la tarea de los marxistas-leninistas analizar en todos sus aspectos los nuevos fenómenos del sistema imperialista mundial y dar respuestas a las cuestiones ideológicas, políticas y organizativas de la lucha de clases proletaria que surgen de ellos. Se trata, en particular, de encontrar aquellos factores del nuevo desarrollo social que son expresión de la preparación material acelerada para una nueva sociedad sin explotación ni opresión y que constituyen la base para un nuevo ascenso de la lucha por el socialismo y el comunismo.

Este libro debe contribuir a la discusión ideológico-política y a la unificación en el movimiento marxista-leninista y obrero internacional. Debe tomar partido y propagar el camino de la revolución proletaria internacional. Esto incluye la disputa ideológica con las principales teorías y prácticas reformistas, revisionistas o aventureras, que el proletariado internacional debe superar cumpliendo su tarea histórica. Sin una victoria en este combate preliminar, en el terreno ideológicopolítico, la revolución proletaria internacional tampoco vencerá en la práctica.

Enero de 2003Stefan Engel

1 Willi Dickhut (1904-1992), 1926-1966 cuadro del Partido Comunista de Alemania, KPD. Luego participó como miembro dirigente en la construcción del MLPD (Marxistisch-Leninistische Partei Deutschlands). Los números 1 al 24 del órgano teórico REVOLUTIONÄRER WEG, del MLPD, fueron elaborados bajo su dirección.

I. Cambios esenciales en la economía política del imperialismo

1. La formación de monopolios internacionales

Las bases de la formación de los monopolios internacionales

En su obra El Capital Carlos Marx analizó la concentración y centralización del capital calificándolas de leyes inherentes al modo de producción capitalista. Entendió por concentración en sentido estricto, el incremento del capital en el proceso de la reproducción en escala ampliada. Esto es limitado por “el grado de incremento de la riqueza social”, o sea por el incremento de los capitales en las empresas individuales. (C. Marx, El Capital, Siglo XXI Editores, tomo I, pág. 777). En el proceso de la centralización se trata de la “concentración de capitales ya formados, la abolición de su autonomía individual, la expropiación del capitalista por el capitalista, la transformación de muchos capitales menores en pocos capitales mayores.” (Ibíd. pág. 778). Esto se realiza por fusiones o compras de empresas. La centralización no crea nuevo capital, sino traslada solamente el poder de disposición sobre el capital ya existente entre los diferentes propietarios de capitales. Acelera el proceso de concentración general del capital más allá del grado de desarrollo de la riqueza social.

La concentración y centralización del capital constituyen la base para la formación y el desarrollo de los monopolios como “una ley general y fundamental de la fase actual de desarrollo del capitalismo”. (Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, pág. 18). En el libro El capitalismo monopolista de Estado en la RFA, de Willi Dickhut, se puede leer sobre el proceso de la formación de los monopolios:

“La concentración del capital había adquirido tal desarrollo en el último siglo que necesariamente llevó al monopolio. Este proceso tuvo lugar bajo el signo de grandes avances de la tecnología en el último tercio del siglo XIX, especialmente debido a la introducción de la energía eléctrica, la invención de la dínamo y el motor eléctrico, la turbina a vapor y el motor de combustión interna.” (Willi Dickhut, Der staatsmonopolistische Kapitalismus in der BRD [El capitalismo monopolista de Estado en la RFA], tomo I, pág. 6).

Amplios procesos de concentración y centralización están relacionados, por regla general, muy estrechamente con las transformaciones revolucionarias de las fuerzas productivas, los que a menudo posibilitan recién su realización. Las innovaciones técnicas, a la inversa, obligan naturalmente a la acumulación intensificada de nuevo capital lo que, a su vez, acelera el proceso de concentración.

Después de la crisis económica de 1900 a 1903 los monopolios se convirtieron en la base del conjunto de la vida económica. Lenin reconoció que la formación de monopolios dominantes significaba una fase superior de desarrollo del capitalismo:

“La competencia se convierte en monopolio. De aquí resulta un gigantesco progreso de la socialización de la producción. Se efectúa también, en particular, la socialización del proceso de inventos y perfeccionamientos técnicos.” (Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, pág. 25; el resaltado es de la Redacción RW).

La formación de monopolios no debe ser interpretada meramente como acumulación de capital. Significa más bien que desde entonces el mercado anteriormente libre, así como la libre competencia, fueron subordinados bajo el poder único de los monopolios. Lenin señaló este hecho:

“Las relaciones de dominación y de violencia –violencia que va ligada a dicha dominación–: he aquí lo típico en la «nueva fase del desarrollo del capitalismo», he aquí lo que inevitablemente tenía que derivarse y se ha derivado de la formación de los monopolios económicos todopoderosos.” (Ibíd., pág. 29).

La posición dominante de los monopolios transforma naturalmente las relaciones de producción capitalistas. Willi Dickhut explicó

“… que los monopolios dominan los puestos de mando de toda la economía de los países capitalistas avanzados. Todos los demás capitalistas de los sectores no monopolistas de la economía dependen de los monopolios, tanto directamente, como proveedores de componentes, o indirectamente, a través del dictado de los precios por los monopolios. Otros son acaparados por los monopolios y otros más son llevados a la quiebra. En el capitalismo monopolista ya no son los intereses del capitalismo en conjunto los que tienen una importancia decisiva sino los intereses del capital monopolista.” (Willi Dickhut, Der staatsmonopolistische Kapitalismus in der BRD, pág. 15).

Lenin definió acertadamente la nueva fase de desarrollo del capitalismo como imperialismo, con las siguientes características esenciales:

“El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en la cual ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, ha adquirido una importancia de primer orden la exportación de capital, ha empezado el reparto del mundo por los trusts internacionales y ha terminado el reparto de todo el territorio del mismo entre los países capitalistas más importantes.” (Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, pág. 113).

Desde un principio era inherente al capitalismo una tendencia hacia la internacionalización de la producción. En su obra El Capital Carlos Marx escribe al respecto:

“Paralelamente a esta centralización,1 o a la expropiación de muchos capitalistas por pocos, se desarrollan en escala cada vez más amplia la forma cooperativa del proceso laboral, la aplicación tecnológica consciente de la ciencia, la explotación colectiva planificada de la tierra, la transformación de los medios de trabajo en medios de trabajo que sólo son utilizables colectivamente, la economización de todos los medios de producción gracias a su uso como medios de producción colectivos del trabajo social combinado, la absorción de todos los países por la red del mercado mundial y, como consecuencia de esto, el carácter internacional del régimen capitalista.”2 (C. Marx, El Capital, Siglo XXI Editores, tomo I, pág. 953).

A pesar de todos los momentos destructores, Lenin consideró que este desarrollo basado en leyes inherentes mostró “la labor histórica progresiva del capitalismo, que destruye el viejo aislamiento y el carácter cerrado de los sistemas económicos (y, por consiguiente, la estrechez de la vida espiritual y política), que liga todos los países del mundo en un todo económico único.” (Lenin, El desarrollo del capitalismo en Rusia, en Obras Completas, tomo 3, pág. 57).

Con la formación del imperialismo esta “labor histórica del capitalismo” adquirió una nueva calidad. Lenin la describió en el Prefacio al folleto de N. Bujarin “La economía mundial y el imperialismo” de la manera siguiente:

“Y en un grado determinado de desarrollo del intercambio, en un grado determinado de crecimiento de la gran producción, es decir, en el grado que se alcanzó aproximadamente en el límite de los siglos XIX y XX, el intercambio internacionalizó tanto las relaciones económicas y el capital, y la gran producción aumentó hasta tal punto que el monopolio comenzó a reemplazar la libre competencia.” (Lenin, Obras Completas, tomo 27, pág. 100; el resaltado es de la Redacción RW).

Es decir, el imperialismo no sólo fue determinado por la transición de la libre competencia al monopolio, sino también por la internacionalización de las relaciones económicas y del capital.

Sobre esta base tomaron cuerpo carteles internacionales. Estos no sólo ocuparon una posición dominante en el mercado interior de un país, sino también en el mercado mundial. Lenin reconoció que la formación de tales carteles era un nuevo grado de la concentración mundial del capital y de la producción:

“El capitalismo ha creado desde hace ya mucho tiempo el mercado mundial. Y a medida que ha ido aumentando la exportación de capitales y se han ido ensanchando en todas las formas las relaciones con el extranjero y con las colonias y las «esferas de influencia» de las más grandes asociaciones monopolistas, la marcha «natural» de las cosas ha determinado el acuerdo internacional de los mismos, la constitución de cartels internacionales.

Es un nuevo grado de la concentración mundial del capital y de la producción, un grado incomparablemente más alto que los anteriores. Veamos cómo surge este supermonopolio.” (Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, pág. 84; el resaltado es de la Redacción RW).

De 1925 a 1928 el teórico económico marxista-leninista Eugen Varga se dedicó principalmente al análisis de la formación de los carteles internacionales y redactó artículos sobre esto en los informes trimestrales de la Internacional Comunista (Komintern) acerca de economía y política económica. En los años 1920 surgieron numerosos carteles internacionales en el sector de la explotación de materias primas y de la industria pesada. Pero muchos de ellos fracasaron a causa de insuperables contradicciones interimperialistas y se disolvieron después de poco tiempo. Por eso, la formación de monopolios internacionales antes de la Segunda Guerra Mundial todavía no fue un fenómeno general, permaneció mas bien como una particularidad del desarrollo económico. De ello Varga sacó la conclusión realista:

“Al examinar distintas formaciones de trusts internacionales, como por ejemplo el trust eléctrico internacional (Trufina), éstas parecen tener gran importancia: pero al comparar la cuantía numérica del capital administrado por cada burguesía particular con la parte entrelazada internacionalmente, entonces esta última todavía constituye una fracción diminuta.” (Internationale Pressekorrespondenz [Correspondencia de Prensa Internacional], No 12 de 1928, pág. 223).

Los consorcios multinacionales después de la Segunda Guerra Mundial

Durante la Segunda Guerra Mundial se impuso un nuevo nivel en la formación de los monopolios internacionales sobre la base de la formación completa del capitalismo monopolista de Estado. Los monopolios subordinaron completamente al aparato de Estado y sus órganos se fundieron con los órganos del Estado. Establecieron su dominio sobre la sociedad entera.

Durante el largo auge económico de 1952 a 1970 los monopolios adoptaron el carácter de consorcios multinacionales. Willi Dickhut resumió su carácter y su importancia de la manera siguiente:

“Consorcios multinacionales son empresas que por medio de la exportación de capitales (inversiones directas) han establecido filiales en varios países más allá del marco nacional de su país, donde éstas funcionan en calidad de centros productivos, fábricas de montaje o empresas distribuidoras según las instrucciones y el control de la sociedad matriz.

La selección de los países para establecerse depende de la situación del mercado, del bajo coste salarial, de la existencia de materias primas, de caminos de transporte cortos y baratos, de incentivos de inversión, tales como la cancelación o la reducción de impuestos, exención o reducción de los aranceles, bajos precios de los terrenos, etc., para lo cual el Estado propio asume la mayor parte del riesgo.” (Der staatsmonopolistische Kapitalismus in der BRD [El capitalismo monopolista de Estado en la RFA], tomo II, pág. 135).

Ya antes hubo algunos casos aislados de tales consorcios multinacionales. Sin embargo, después de la Segunda Guerra Mundial se convirtieron en el rasgo característico de la economía mundial. Ya en 1969 la ONU estimó su cifra en 7.300. Juntos con sus 27.300 filiales mantuvieron en aquel entonces, una participación de cerca de un 25 % en el comercio mundial y una participación de por lo menos el 10 % de la producción mundial. En 1979 Willi Dickhut resumió este nuevo desarrollo así:

“La internacionalización de la producción significa una nueva fase en el capitalismo monopolista de Estado, una extensión y al mismo tiempo una concentración más fuerte de los monopolios.” (Ibíd., pág. 144; el resaltado es de la Redacción RW).

Debido a la acumulación acelerada de capital en manos de los monopolios, y de un estancamiento crónico de las tasas de crecimiento en los mercados interiores, el apremio por exportar capitales se volvió cada vez más grande. Por consiguiente, la internacionalización de la producción capitalista se aceleró enormemente en los años 1970 y 1980. Willi Dickhut escribió sobre este proceso:

“La concentración del capital adquiere dimensiones gigantescas, internacionales; las actividades comerciales de los consorcios multinacionales se orientan por criterios internacionales. Se realizan acuerdos entre los carteles, participaciones o incluso fusiones de los consorcios internacionales, que reparten los mercados entre ellos con el fin de dominar mejor el mercado mundial.” (Ibíd., pág. 135; el resaltado es de la Redacción RW).

En los años 1990 pasó al primer plano la fusión de consorcios internacionales hasta convertirse en supermonopolios que dominan el mercado mundial. El mercado global para fusiones y absorciones experimentó un auge sin par. Si bien el volumen mundial de todas las fusiones nacionales e internacionales de las empresas ascendió en su conjunto a 2.763 mil millones de dólares estadounidenses en el lapso de seis años, entre 1987 y 1992, esta suma creció en el lapso de 1993 a 2000 a un promedio de 1.768 mil millones de dólares por año. En el año 2000 alcanzó una suma récord de casi 37.000 fusiones y absorciones con un valor total de 3.498 mil millones de dólares. El núcleo de esto constituyó el incremento vertiginoso de grandes fusiones transfronterizas con un volumen de más de mil millones de dólares cada una. Sólo en el año 2000 esas fusiones abarcaron 866.200 millones de dólares.

En el 2001 la organización de la ONU, UNCTAD, reportó ya sobre 65.000 consorcios multinacionales con 850.000 filiales. El número de los consorcios matrices ha crecido a saltos desde 1969 hasta llegar a ser nueve veces más; el número de las filiales aumentó incluso 31 veces más. Hasta el año 2000 los consorcios multinacionales mantuvieron el 70 % del comercio mundial y el 80 % de las inversiones a escala mundial. Ya en 1997 habían aumentado su participación en la producción mundial a más de 25 %. Así como Lenin reveló en los monopolios el “tránsito del capitalismo a un régimen superior” (Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, pág. 112), así también el dominio de supermonopolios internacionales sobre la producción capitalista mundial llevó a un nuevo régimen superior. Se produjo una amplia nueva organización de la producción capitalista internacional.

La producción internacional en el centro de la política monopolista

En una conversación, en 1991, Willi Dickhut expresó su evaluación de que “hoy el carácter principal del imperialismo ha cambiado de la producción nacional hacia la producción y política internacionales. El aspecto nacional del imperialismo está decreciendo frente al aspecto internacional.” (Nota de conversación del 7 de octubre de 1991; el resaltado es de la Redacción RW).

En cambio Winfried Wolf, ex diputado del PDS1 en el Bundestag (parlamento de Alemania) y dirigente trotskista alemán afirmó, en su libro Fusionsfieber oder: Das grosse Fressen [Fiebre fusionista o la gran comilona], de que “la parte que las multinacionales producen fuera de sus mercados domésticos, comparada con el volumen total de sus ventas” sigue siendo “todavía modesta”. (Winfried Wolf, Fusionsfieber oder: Das grosse Fressen [Fiebre fusionista o la gran comilona], págs. 110-111).

Por supuesto que necesariamente el quedó debiendo un análisis y argumento concretos para esta tesis completamente irreal. De hecho, en el año 2000 el volumen de las inversiones directas alemanas en el extranjero ya alcanzó 572 mil millones de euros. Consorcios multinacionales alemanes participaron en 31.722 empresas en el extranjero realizando un volumen de ventas de 1.253 mil millones de euros. Esto fue más que el doble de la exportación alemana de ese año. En 1999, la cuota de las exportaciones en el volumen total de ventas de Alemania alcanzó de todos modos el 34,2 %.

Si no fue a través de los hechos, Wolf impresionó por lo menos mediante una ignorancia obstinada:

“Los grandes consorcios que dominan el mundo son de hecho «transnacionales» en la medida en que hacen producir en todos los países del mundo, en que sus jefes atraviesan las fronteras, «armados» a menudo de varios pasaportes y en calidad de «compañeros sin patria», organizan sus negocios de reducción del personal, de la intensificación del trabajo, del «outsourcing»1, de la privatización, –es decir de la maximización de las ganancias– en gran parte abarcando varios Estados, pasando por alto las barreras lingüísticas y las diferencias nacionales. Esto, sin embargo, no es un fenómeno nuevo.” (Ibíd., págs. 109-110).

Por supuesto que no fue nuevo para los monopolios hacer “producir en todos los países del mundo”. Esto fue desde su surgimiento un momento esencial de su desarrollo. Pero el hecho de que estas actividades se volvieron el aspecto principal, que la producción internacional y el mercado mundial determinan de manera decisiva el desarrollo de cada país y que la economía mundial hoy en día es dominada por los supermonopolios internacionales, significa un cambio cualitativo en el desarrollo social.

El desarrollo de las actividades extranjeras de algunos monopolios internacionales líderes de Alemania muestra claramente cómo prevalece hoy la producción internacional.

Los monopolios de punta de la industria química, BASF, Bayer y Hoechst se han convertido relativamente temprano en monopolios internacionales operando principalmente en el mercado mundial. Hoechst se fusionó en 1999 con Rhône Poulenc para formar Aventis con sede en Estrasburgo (Francia).

Ya en 1980 la cuota extranjera en el volumen de ventas de la BASF fue de un 53,3 % y de la Bayer de un 72,9 %. En este año, la BASF alcanzó el 46 % de este volumen de ventas por medio de la producción en el extranjero; y Bayer con el 71,7 %. Hasta el 2000, el volumen de ventas en el extranjero de la BASF casi se cuadruplicó hasta alcanzar 28.049 millones de euros y la cuota de la producción extranjera en el volumen de ventas en el extranjero subió a un 76 %.

Cuadro 1:
Volumen de ventas y producción de la BASF en Alemania y en el extranjero de 1980 a 2000 (en millones de euros)

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Asimismo, de 1980 a 2000, la producción extranjera de la Bayer creció hasta casi triplicarse e hizo en el año 2000 ya más del 80 % del volumen de ventas en el extranjero y el 69 % de la producción total. Para Bayer trabajó, con un 55 % del personal, la mayoría en las empresas extranjeras; la BASF tuvo una cuota de 47,4 %. Así, la BASF y la Bayer producen, entretanto, principalmente en sus lugares de producción internacionales.

Cuadro 2:
Volumen de ventas y producción de la Bayer en Alemania y en el extranjero de 1980 a 2000 (en millones de euros)

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En la industria electrónica este desarrollo recién se puso drásticamente de relieve entre 1990 y 2000, en el proceso de la nueva organización de la producción internacional.

Por cierto que Siemens ya tenía un volumen de ventas en el extranjero del 54,1 % en 1980, que creció en el año 2000 al 75,6 %; pero ello se consiguió en primera línea a través de las exportaciones. En 1980 la producción extranjera de Siemens sólo alcanzó el 21,8 %. Esto cambió decisivamente en los años 1990 cuando la cuota de la producción extranjera aumentó al 64,3 %, hacia el año 2000, representando así el 85,1 % del volumen de ventas en el extranjero. En el año 2000 ya el 57,6 % de las inversiones de Siemens se dirigieron al extranjero. En el mismo año el 59,8 % de todos los ocupados por la empresa trabajaron en los lugares extranjeros de la producción; en 1980 fue sólo un 31,7 %.

Cuadro 3:
Volumen de ventas y producción de Siemens en Alemania y en el extranjero de 1980 a 2000 (en millones de euros)

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También la empresa Bosch aumentó en 72 % su volumen de ventas en el extranjero hasta el 2000; y también aquí, entre 1990 y 2000, se realizó el salto decisivo respecto de la producción extranjera y del número de la mano de obra extranjera. En el año 2000 el 53,8 % del personal de Bosch trabajó en el extranjero.

Los grandes monopolios automotrices experimentaron también cambios decisivos.

DaimlerChrysler, y correspondientemente su antecesor Daimler-Benz, tuvo ya en 1980 el 55,4 % del volumen de ventas en el extranjero, pero en los años 1990 la aumentó hasta alcanzar el 84 % en el año 2000. La producción extranjera aumentó aún más claramente. Si bien, en 1980, todavía representó el 14,7 % de la producción total, en el año 2000 ya fue el 68,9 %.

Cuadro 4:
Volumen de ventas y producción de DaimlerChrysler en Alemania y en el extranjero de 1980 a 2000 (en millones de euros)

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La Volkswagen (VW) tuvo ya una facturación extranjera del 64,4 % en 1980 y hasta el 2000 sólo la aumentó lentamente a un 70,6 %.

Cuadro 5:
Volumen de ventas y producción de VW en Alemania y en el extranjero de 1980 a 2000 (en millones de euros) Formación de monopolios internacionales

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Las actividades en el extranjero de la industria del acero no fueron antes tan considerables. En 1980 el volumen de ventas en el extranjero de Thyssen/Krupp (en aquel entonces sólo Thyssen) ya era de un 43 % y luego aumentó del 47,2 %, en 1990, al 65 % del volumen total de ventas en el año 2000. También en este sector el desarrollo de la producción extranjera fue el factor decisivo. En 1980 todavía fue de un 14,7 %, pero en el año 2000 alcanzó el 46,1 % contribuyendo así en más de dos tercios al volumen de ventas en el extranjero.

Cuadro 6:
Volumen de ventas y producción de ThyssenKrupp en Alemania y en el extranjero de 1980 a 2000 (en millones de euros)

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La compañía telefónica alemana Deutsche Telekom y la compañía alemana de correos Deutsche Post fueron privatizadas en el curso de los años 1990, cuando sólo habían comenzado desde hace algunos años con amplias actividades en el extranjero. Hasta el año 2000 la Telekom ya alcanzó un volumen de ventas en el extranjero del 19 %, realizada completamente por la producción en el extranjero. El 29,4 % de los empleados trabajaron en el extranjero, frente al 8,5 % en el año 1996, cuando la Telekom entró en la bolsa.

Cuadro 7:
Desarrollo del volumen de ventas en el extranjero de la Telekom de 1996 a 2000 (en millones de euros)

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En el año 2000, la Deutsche Post ya tuvo un volumen de ventas en el extranjero del 29,2 % y con ello 21,8 puntos porcentuales más que en 1990; las inversiones con una cuota extranjera de 57,4 % se orientaron claramente hacia una ulterior expansión internacional.

Entre 1996 y el 2000, el gigante mercantil Metro casi triplicó su facturación extranjera de 7.107 a 19.789 millones de euros.

Cuadro 8:
Desarrollo del volumen de ventas en el extranjero de la Metro de 1996 a 2000 (en millones de euros)

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Estos ejemplos muestran, en resumen, cómo una serie de monopolios alemanes líderes se convirtieron en monopolios internacionales cuya primera máxima es el dominio del mercado mundial. Tal desarrollo se puede observar en todos los países imperialistas. Esto tuvo, por supuesto, graves consecuencias en el proceso de la producción y reproducción, que hoy fundamentalmente ya no tiene lugar en el marco de compañías organizadas a nivel estatal-nacional, sino que funciona en primera línea rebasando las fronteras nacionales.

Tales nuevos desarrollos, sin embargo, no están previstos en la economía política de Winfried Wolf y, según su parecer, nunca pueden ocurrir por el solo hecho de que “el capital necesita un Estado tanto como el pez el agua – sea un Estado mundial o un Estado UE único. Puesto que no existe ni el uno, ni el otro, sino hasta ahora sólo existen Estados nacionales, los consorcios mundiales son simplemente consorcios nacionales.” (Winfried Wolf, Fusionsfieber oder: Das grosse Fressen, pág. 119).

Esta “argumentación” pone directamente de cabeza a la economía política del marxismo: puesto que el capital necesita un Estado, pero en la era del capitalismo sólo existen y sólo pueden existir Estados nacionales, por tanto, según la lógica de Wolf, también sólo pueden haber consorcios nacionales. Es una verdad de Perogrullo que el dominio del capitalismo está ligado a Estados nacionales. Pero el carácter revolucionario de las fuerzas productivas analizado por Marx consiste justamente en el hecho de que éstas no pueden aceptar las estrechas cadenas de las relaciones de producción capitalistas (a las cuales pertenece decisivamente la organización estatalnacional del capital) y que tiene que ponerlas en cuestión cada vez de nuevo.

Stalin advirtió que los cambios de las relaciones de producción sujeción a estosen consonancia con ellos (Stalin, págs. 141-142).