JUAN DAVID GARCÍA BACCA
Primera edición (COLMEX), 1944
Segunda edición (FCE), 1979
Undécima reimpresión conmemorativa
del 50 aniversario de Colección Popular, 2009
Primera edición electrónica, 2012
Traducción y notas de
JUAN DAVID GARCÍA BACCA
D. R. © 1979, Fondo de Cultura Económica
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ISBN 978-607-16-1153-6
Hecho en México - Made in Mexico
Prólogo
Advertencias
Poema de Jenófanes
Parodia
Panegírico de la sabiduría
Poema de Parménides
Proemio
Poema ontológico
Poema fenomenológico
Poema de Empédocles
Proemio
Parte primera
Parte segunda
Parte tercera
Refranero clásico griego
Sentencias de los Siete Sabios
Advertencia
Cleóbulo
Solón
Quilón
Tales
Pitaco
Bías
Periandro
Fragmentos filosóficos de Heráclito
Fragmentos filosóficos de Alcmeón
Fragmentos filosóficos de Zenón
Fragmentos filosóficos de Meliso
Fragmentos filosóficos de Filolao
Fragmentos filosóficos de Anaxágoras
Fragmentos filosóficos de Diógenes de Apolonia
Fragmentos filosóficos de Leucipo
Fragmentos filosóficos de Metrodoro de Kío
Fragmentos filosóficos de Demócrito
Sobre la ética
Sobre física
Sobre música
Fragmentos auténticos de obras no determinadas
Pensamientos de Demócrates
Notas
EN EL comienzo del diálogo platónico Sofista —y después de una presentación, estilo filosófico, del extranjero eleata, compañero de Parménides y Zenón— convienen Teodoro y Sócrates en que “todo filósofo no es, ciertamente, un dios; mas es divino” (Sofista, 216 c).
Teodoro, don de Dios, lo afirma resueltamente, y hasta se encuentra dispuesto a sostenerlo en pública plaza, en el ágora.
Sócrates le responde que le parece, por cierto, muy bella tal afirmación; pero que la raza de los filósofos, al igual que la de Dios, no resulta fácil de explicar y discernir.
“Porque —dice Sócrates— estos varones, los filósofos, se aparecen a los ojos ignorantes de la gente, cuyas ciudades recorren, bajo todas las formas fantasmagóricas —se entiende no de los filósofos de pega, sino de los filósofos de verdad, de los que miran desde arriba la vida de los de abajo—. A tales filósofos de verdad tiénenlos unos por nada; mientras que otros los juzgan dignos de todo. Toman unas veces la forma apariencial de políticos; otras, la de sofistas; y no faltan ocasiones en que dan que pensar si estarán locos de remate” (Sofista, 216, c-d).
Parménides, Jenófanes y Empédocles se dedicaron también, durante una época de su vida, a dar vueltas (ἐπιστϱοφω̃σι Sofista, loc. cit.) por las ciudades de Grecia, de la Grecia madre y de la Grecia colonial, dando recitales de filosofía, cantados según el ritmo, acentuación y melodía de hexámetros, y, probablemente, según un compás o sistema de pasos de baile, a imitación de los rapsodas épicos.
Así iban por el mundo nuestros antepasados en la filosofía.
Y cantaban y bailaban sus poemas, las gestas de los Dioses y de los hombres, del Ente y del mundo, ante los ojos atónitos de la gente, durante el breve espacio entre el desconcierto inicial del auditorio y la carcajada final por las locuras de tales “locos de remate” (παντὰπασι μανιϰω̃ς).
El gentil compás de pies de nuestros gloriosos antepasados en la filosofía debió cambiarse, más de una vez, en descompasada huida o en aquellos descompasados insultos —valientes, cordiales, en sarta—, que todos los filósofos-recitadores nos han conservado en sus poemas:
“sordos, ciegos, estupefactos, bicéfalos, raza demente...” (Parménides, I.3); y los términos “imbéciles, los muy necios, miserables...” repetidos frecuentemente y dedicados a “los mortales, a los humanos, a los Muchos...” sin ambigüedad ni circunloquios.
Más de uno de tales recitales filosóficos pudo terminar en pedradas, si los oyentes se dieron por enterados y aludidos; cosa más que probable, pues la Gente, Don Anónimo, Don Nadie, tiene los sentimientos bajo forma de re-sentimiento, y el resentimiento todo lo vive bajo el aspecto de insulto y a todo responde con “voces, gritos, confusiones, cuchilladas, mojicones, palos, coces y efusión de sangre”.
A los nobles intentos de nuestros gloriosos antepasados en la filosofía tal vez respondió la Gente de entonces como los galeotes a Don Quijote: a pedradas.
Y, por ciertas sentencias de los Poemas que a continuación traduzco, se puede fundadamente conjeturar que Jenófanes, Parménides y Empédocles debieron retirarse más de una vez de sus públicos recitales “mohinísimos de verse tan malparados por los mismos a quien tanto bien habían hecho”.
No faltan, por desgracia de nuestros malhadados tiempos, lugares y aun naciones enteras donde ciertos recitales de ciertas filosofías terminarían en pedradas y en la cárcel. Por ejemplo, si en cierta nación de cuyo nombre me duele en el alma acordarme se diera un filósofo suficientemente valeroso para decir cara a cara a ciertas personillas aquellos versos del Panegírico de la Sabiduría de Jenófanes:
Aunque arrebatare la victoria
—o por los pies veloces
o en los quíntuples juegos, como atleta,
los de a la vera del agua del Pisas,
allá en la región olímpica,
junto al templo de Júpiter,
o en luchas mano a mano
o en el tanto rudo afán del pugilato—;
aunque gane la victoria
en el combate pavoroso
que combate se llama de combates
y por estos motivos
sea en el parecer de sus conciudadanos
más admirable que ellos...
[...]
aunque de una vez alcance todo esto
su dignidad no es pareja a la mía;
que es mi sabiduría más excelsa
que vigor de hombres,
que de caballos fuerza.
O si en otros lugares, asientos y cátedras de infalibilidad —política, social, económica, religiosa.—, apareciese un loco de remate, un filósofo, que recitase aquellas otras palabras del mismo Jenófanes:
Jamás nació ni nacerá varón alguno
que conozca de vista cierta lo que yo digo
sobre los dioses y sobre las cosas todas;
porque, aunque acierte a declarar las cosas
de la más perfecta manera,
él, en verdad, nada sabe de vista [cierta].
La apariencia más propia del filósofo genuino, tal vez sea, ante y respecto de la Gente y de Don Nadie, la de “loco de remate”.
Pero, ¿será posible en nuestra época filosófica, preguntaré con Unamuno, “desencadenar un delirio, un vértigo, una locura” filosófica?
“No se comprende ya ni la locura. Hasta el loco, creen y dicen que lo será por tenerle su cuenta y razón. Lo de la razón de la sinrazón es ya un hecho...” y un axioma en ciertas, en casi todas las filosofías donde todo lo racional es real y todo lo real es racional, donde el orden de las cosas es el mismo que el orden de las ideas... (cf. Unamuno, Vida de Don Quijote y Sancho, parte primera).
Como locos de atar pasaron nuestros gloriosos antepasados en la filosofía; y como locos de remate parecían, en especial, los filósofos helénicos primitivos. Tales eran: Dioses con apariencias de locos, varones divinos bajo el disfraz de mente-catos, de captos-mente, de capturados y posesos en sus mentes por la divinidad misma.
No sé si será ya posible en nuestra época filosófica desencadenar la locura filosófica y que los filósofos pongamos a la Gente en el aprieto —pongamos en tal aprieto inclusive a nuestros amigos— de tener que decidir si somos locos o dioses, mentecatos o varones divinos.
Lo menos que en mi sentir he creído debía hacer es traducir los Poemas de aquellos locos divinos que se llamaron Jenófanes, Parménides y Empédocles.
Universidad de Morelia,
23 de septiembre de 1942
1) Esta obra ofrece al lector tres poemas filosóficos:
a) El primero pertenece a Jenófanes. La fecha de su nacimiento parece caer hacia el 570 a.C. En 545 abandonó su patria, Colofón, en el Asia Menor, y se retiró al sur de Italia, a Elea. El motivo fue la invasión de los persas sobre los jonios. A ella se refieren los últimos versos de la Parodia que hallará el lector entre los fragmentos traducidos. Comenzó sus peregrinaciones filosóficas por Héllada a los 25 años, y duraron unos 67, muriendo al menos de 92, tal vez de 100, como afirma Censorino. Ganó su vida, así lo dice la tradición y se colige de los fragmentos conocidos, dando recitales de filosofía, con intermedios de Elegías, Parodias, Panegíricos... De tales formas literarias hallará aquí el lector algunos modelos.
b) El segundo poema es el de Parménides de Elea. Su nacimiento se fija entre el 515 y el 510 antes de nuestra era, de modo que su juventud debió coincidir con la edad avanzada de Jenófanes. Sin entrar en las disquisiciones de los historiadores de la filosofía, parece cierto que Parménides fue discípulo de Jenófanes. Así lo testifica Aristóteles (Metafísicos, 1,5).
El Poema de Parménides parece datar del 470 a.C.
c) El tercer poema tiene como autor a Empédocles de Agrigento. Nació hacia el 490 a.C. Su familia pertenecía al partido democrático de Agrigento, y por él trabajó larga y fervorosamente Empédocles mismo. Se cuenta que le ofrecieron la realeza, mas la rechazó. Y se dedicó a largas peregrinaciones por las ciudades griegas de Sicilia e Italia, siendo por todas partes venerado como médico, como sacerdote, como orador y como milagrero. Él mismo se atribuía poderes mágicos. Parece que murió en el Peloponeso, huido de su patria y en disfavor popular. Sobre su muerte circularon las más fantásticas leyendas; entre ellas, la de que después de un sacrificio había desaparecido de misteriosa manera.
2) A la exposición y comentarios del Poema de Parménides he dedicado otra obra muy extensa (El Poema de Parménides, publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México, 1943, 242 pp.). La presente no intenta valorar estos tres poemas desde el punto de vista filosófico, sino ofrecer sencillamente al lector los poemas, dejando que susciten en él impresiones directas, lejos de toda interpretación técnica, cual la impresión de un paisaje natural, sin secretas intenciones mineras, geológicas o botánicas.
Es claro que, siendo mi profesión la de filósofo, no habré podido evitar una interpretación filosófica en la elección misma de los términos y frases. Ojalá algún literato acometa la faena complementaria de traducir y valorar —de interpretar también— estos poemas desde su punto de vista, que será, inevitablemente, “otro” punto de vista, pero no menos necesario e interesante que el de la presente traducción.
3) Los tres poemas no se nos han conservado cual otras obras unitarias, sino por citas sueltas de diversos autores antiguos. Resulta, pues, faena algún tanto arbitraria reducir las citas y fragmentos a una unidad sistemática. En la traducción presente se han elegido los que para el intento de esta obra parecían más interesantes y sugestivos. Cuando dos fragmentos seguidos en el texto de esta traducción no presentan un cierto mínimo de unidad —mínimo sujeto al criterio del traductor o compilador—, se hallarán separados por una serie de puntos. Y cuando un verso o varios aparezcan, según las citas conservadas, como truncados, irán precedidos o seguidos de tres puntos.
Por estos motivos, se hallará, por ejemplo, que el orden de los fragmentos y estrofas de la traducción presente no coincide a veces con el orden de la edición de Diels-Krantz, y coincide con otra menos “filológica” y más “filosófica”.
4) A cada poema dedico una serie de notas aclaratorias. Téngase, empero, presente que no son comentarios filosóficos ni filológicos, sino brevísimas ilustraciones del sentido más inmediato, sin pretensiones algunas ni científicas ni literarias.
5) He extremado la fidelidad en la traducción del original griego, empleando aquellas palabras castellanas que conservan la raíz griega, cuando todavía se empleen en un sentido igual o aproximado. Y cuando alguna palabra deba entenderse en su fuerza etimológica primitiva, se la hallará descompuesta por un guión o entre comillas.
6) La forma literaria de la presente traducción no es, aunque lo parezca a ratos, el verso.
Se asemeja, más bien, a un “recitado”; es decir, a una sucesión uniforme y acentuada, con ciertas cadencias finales sumamente sencillas y elementales. Casi una salmodia estilo gregoriano.
Las principales diferencias con la prosa corriente son éstas:
1) una lectura acentuada, dentro de una sucesión de sílabas todas a una misma altura tonal, sucesión más o menos larga según los casos;
2) cadencias finales, parecidas a la asonancia o consonancia clásicas. Además, como se trata de poemas filosóficos o interpretados filosóficamente, la traducción hace resaltar determinadas sentencias, engastándolas cual diamantes y haciéndolas destacarse del conjunto. Tales diamantes conceptuales rompen ciertamente la unidad del texto melódico, pero como su presencia y forma caracterizan un poema como “filosófico”, no he creído poder evitar tales tropiezos literarios.
Frases cual las de Parménides: “del Ente es propio ser”, “del Ente no es propio no ser”... nada tienen, por cierto, ni de sonoras ni de poéticas, tal como suelen entenderse estos términos y cualidades. Pero constituyen ellas precisamente los diamantes conceptuales cristalizados a lo largo del río de hexámetros del poema, mientras que en el río de hexámetros de un poema homérico no se presentan tales fenómenos de cristalización en “proposiciones”; casi no aparecen ni el verbo “es” ni la forma de proposición atómica “A es B”. Toda proposición, en su forma técnica y estricta, rompe la continuidad del río de palabras —armoniosas y continuas— que es todo poema no filosófico.
Pero saber inventar un con-texto bien tejido de palabras que se deslice en música de hexámetros y dentro del cual surjan y cristalicen “proposiciones” —inmutables, eternas, bien cinceladas, de radiante y cortante perfil—, constituye la originalidad de un poema filosófico.
Saber “afirmar”, afirmándose en la no firme corriente de un río de hexámetros, saltando de proposición a proposición cual de isla a isla en una corriente de palabras musicales, hacer surgir “paréntesis ideales” en el periodo de una corriente verbal: tal es la invención y en ello se cifra la originalidad de un poema filosófico.
La disposición de las palabras dentro de cada estrofa de la traducción se regula por el concepto de “estrofa filosófica”: conjunto de palabras centrado o cristalizado alrededor de una idea. Por este motivo las estrofas adoptan a veces formas raras. Tales formas se hallan guiadas por una secreta intención ideológica: colocar bajo una palabra o frase otras complementarias de ella, inversas o deducidas... Se ordena, pues, y se subordina la disposición verbal a la comprensión ideológica, a una escenificación, en el escenario plano del papel, de la idea por medio de los personajes negros de la palabra impresa.
Y jugando con la significación etimológica de las palabras griegas, diría que cada página debiera resultar “teatro” (ϑέατϱον), lugar de contemplación (ϑεὰ) y exhibición de una idea, de lo visible (εΐδος, ἰδει̃ν, videre) por antonomasia.
Página como teatro ideológico.
Página como partitura de música ideológica.
Dos planes de exhibición de las ideas. El primer plan, helénico, por visual y por contemplativo-estático. El segundo, de Mallarmé, en su Un coup de dés jamais n’abolira le Hasard.
La traducción presente, por desgracia para el traductor y los lectores, ha dejado en planes tales planes, en planes para otros más afortunados y mejor dotados.
7) Advierto al lector que el texto traducido atiende de vez al contenido filosófico y a la forma literaria, mientras que las notas se fijan sobre todo en el aspecto filosófico. Por esto, al citar el texto en las notas, lo hacemos con ligeras variantes que hagan resaltar más el sentido filosófico.
Aprovecho estas últimas líneas para agradecer a mis distinguidos amigos José Carner y Alfonso Reyes sutiles advertencias que, sobre la forma literaria de los poemas, han tenido la amabilidad de hacerme.
*
Entre los Dioses
hay un Dios máximo;
y es máximo también entre los hombres.
No es por su traza ni su pensamiento
a los mortales semejante.
Todo Él ve; todo Él piensa; todo Él oye.
Con su mente,
del pensamiento sin trabajo alguno,
todas las cosas mueve.
Con preeminencia claro
es que en lo mismo permanece siempre
sin en nada moverse,
sin trasladarse nunca
en los diversos tiempos a las diversas partes.
Mas los mortales piensan
que, cual ellos, los dioses se engendraron;
que los dioses, cual ellos, voz y traza y sentidos poseen.
Pero si bueyes o leones
manos tuvieran
y el pintar con ellas,
y hacer las obras que los hombres hacen,
caballos a caballos, bueyes a bueyes,
pintaran parecidas ideas de los dioses;
y darían a cuerpos de dioses formas tales
que a las de ellos cobraran semejanza.
Homero, Hesíodo
atribuyeron a los dioses
todo lo que entre humanos
es reprensible y sin decoro;
y contaron sus lances nefarios infinitos:
robar, adulterar y el recíproco engaño.
**
De Agua nos engendraron a todos, y de Tierra.
Y Tierra y Agua son todas las cosas que nacen
y se engendran.
El límite superno de la Tierra
—el que ante el pie se extiende—,
se ve inmediato al Éter;
mas de la Tierra alcanzan las partes inferiores
al Infinito.
Lo que se llama Iris
no es más que una neblina;
a la que acontece idearse
como amarilla y como púrpura,
como la púrpura fenicia.
Jamás nació ni nacerá varón alguno
que conozca de vista cierta lo que yo digo
sobre los dioses y sobre las cosas todas;
porque, aunque acierte a declarar las cosas
de la más perfecta manera,
él, en verdad, nada sabe de vista.
Todas las cosas ya por el contrario
con Opinión están prendidas.
No enseñaron los dioses al mortal
todas las cosas ya desde el principio;
mas si se dan en la búsqueda tiempo
cosas mejores cada vez irán hallando.
Es esto lo que ser me ha parecido
mas vero-símil con lo verdadero.
En el tiempo invernal
así al Fuego hay que hablar
—estándose uno bien echado
en lecho blando,
en buena hartura,
bebiendo dulce vino,
comiendo sus garbanzos—:
Tú, ¿de qué raza de varones eres?,
¿cuál es ya el cuento de tus años, Fuerte?
¿cuántos tenías cuando nos invadía el Medo?
Aunque arrebatare la victoria
—o por los pies veloces
o en los quíntuples juegos, como atleta,
los de a la vera del agua del Pisas,
allá en la región olímpica,
junto al templo de Júpiter,
o en luchas mano a mano
o en el tanto rudo afán del pugilato—;
aunque gane la victoria
en el combate pavoroso
que combate se llama de combates,
y por estos motivos
sea en el parecer de sus conciudadanos
más admirable que ellos
y para él se levante en los combates
asiento más subido,
y aunque por el erario de la ciudad se viera sustentado
y aun le dieran el don por que más encareciera
y aunque en carreras de caballos venza...
aunque de una vez alcance todo esto
su dignidad no es pareja a la mía;
que es mi sabiduría más excelsa
que vigor de hombres,
que de caballos fuerza.
Ya siete más sesenta
son los años que traen mi mente de acá para allá
por las tierras helenas;
¡y ya tenía entonces mis veinte de nacido!
Mas, aun con tantos años,
¿decir podría con verdad que de estas cosas algo sepa?
Que aun yo mismo no tuve más remedio,
viendo por ambos lados cada cosa,
que una vez, otra y otras muchas
cual flecha disparar el pensamiento.
Mas ahora,
ya viejo,
no cazador, por cierto, de toda sutileza,
por camino doloso engañado me encuentro;
porque hállese mi pensamiento donde se halle
se me des-hace este Todo hacia Uno;
aunque, por otra parte,
todos y cada uno de los seres,
siempre y sólo arrastrados,
a una naturaleza tendiendo están
y en naturaleza homogénea encuentran su reposo.
Los caballos que me llevan
—y que, tan lejos cuanto el ánimo puede llegar,
me condujeron—,
apenas pusieron los pasos certeros
de la Demonio en el camino renombrado
que, en todo, por sí misma
guía al mortal vidente,
por tal camino me llevaban;
que tan resabidos caballos por él me llevaron,
tendido el carro en su tensión tirante.
Doncellas,
doncellas solares,
abandonados de la Noche los palacios,
con sus manos el velo a sus cabezas hurtando,
mostraban el camino hacia la Luz.
Chirría el eje
de sus cubos en los cojinetes;
y apenas se lo incita a apresurarse,
arde;
que lo avivan un par de ruedas,
ruedas-remolino,
cada rueda en cada parte.
Están allí las puertas de la Noche;
allí también las puertas de las sendas del Día;
y, enmarcándolas,
pétreo dintel, pétreo umbral;
y se cierran, etéreas, con las ingentes hojas;
sólo la Justicia,
la de los múltiples castigos,
guarda las llaves de uso ambiguo.
Con blandas palabras
dirigiéndose a ella las doncellas
la persuadieron con sabiduría
de que, para ellas, apartase de las puertas,
volando,
de férrea piña el travesaño.
Ábrenlas ellas entonces
y, haciendo revolver sobre sus quicios
ejes multibroncíneos,
ambiguos,
de bisagras labrados y de pernos,
en fauces inmensas trocaron las puertas
y a través de ellas,
veloz y holgadamente,
carro y caballos las doncellas dirigieron.
Recibióme la Diosa propicia;
y con su diestra mano
tomando la mía,
a mí se dirigió y habló de esta manera:
Doncel,
de guías inmortales compañero,
que, por tales caballos conducido,
a nuestro propio alcázar llegas,
¡Salve!
que mal hado no ha sido
quien a seguir te indujo este camino
tan otro de las sendas trilladas donde pasan los mortales.
La Firmeza fue más bien, y la Justicia.
Preciso es, pues, ahora
que conozcas todas las cosas:
de la Verdad, tan bellamente circular, la inconmovible
entraña
tanto como opiniones de mortales
en quien fe verdadera no descansa.
Has de aprender, con todo, aun éstas,
porque el que todo debe investigar
y de toda manera
preciso es que conozca aun la propia apariencia
en pareceres.
Atención, pues;
que Yo seré quien hable;
Pon atención tú, por tu parte, en escuchar el mito:
cuáles serán las únicas sendas investigables del Pensar.
Ésta:
del Ente es ser; del Ente no es no ser.
Es senda de confianza,
pues la Verdad la sigue.
Estotra:
del Ente no es ser; y del Ente es no ser, por necesidad,
te he de decir que es senda impracticable
y del todo insegura,
porque ni el propiamente no-ente conocieras,
que a él no hay cosa que tienda,
ni nada de él dirías;
que es una misma cosa el Pensar con el Ser.
Así que no me importa por qué lugar comience,
ya que una vez y otra
deberé arribar a lo mismo.
Menester es
al Decir, y al Pensar, y al Ente ser;
porque del Ente es ser,
y no ser del no-ente.
Y todas estas cosas
en ti te mando descoger.
Ante todo:
al Pensamiento fuerza a que por tal camino no investigue;
pero, después,
le forzarás también a que se aleje, en su investigación,
de aquel otro camino por donde los mortales
de nada sabidores,
bicéfalos,
yerran perdidos;
que el desconcierto en sus pechos dirige la mente
erradiza
mientras que ellos,
sordos, ciegos, estupefactos,
raza demente,
son de acá para allá llevados.
Para ellos,
la misma cosa y no la misma cosa parece el ser y el no ser.
Mas éste es, entre todos los senderos,
como ninguno retorcido y revertiente.
Nunca jamás en esto domarás al no-ente: a ser.
Fuerza más bien al pensamiento
a que por tal camino no investigue;
ni te fuerce a seguirlo
la costumbre hartas veces intentada
y a mover los ojos sin tino
y a tener en mil ecos resonantes
lengua y oídos.
Discierne, al contrario, con inteligencia
la argucia que propongo, múltiplemente discutible.
Un solo mito queda cual camino: el Ente es.
Y en este camino,
hay muchos, múltiples indicios
de que es el Ente ingénito y es imperecedero,
de la raza de los “todo y solo”,
imperturbable e infinito;
ni fue ni será
que de vez es ahora todo, uno y continuo.
Porque, ¿qué génesis le buscarías?
¿cómo o de dónde lo acrecieras?
que del no-ente acrecerlo o engendrarlo
no admito que lo pienses o lo digas,
que no es decible ni pensable
del ente una manera
que ya el ente no sea.
¿Por qué necesidad,
ya que no tiene el Ente naturaleza ni principio,
arrancarse a acrecerse o a nacer
antes y no después?
Así que al Ente es necesario
o bien ser de todo en todo, o de todo en todo no ser.
Ni fe robusta ha de decir jamás
que de ente se engendrare otra cosa que ente.
Y así no deja la Justicia
que el Ente se engendre o perezca,
relajando los vínculos:
antes queda en sus vínculos el Ente.
Pero sobre estos puntos se discierne
con sólo es o no es.
Mas fue ya discernido dejar, cual precisaba,
uno de los caminos
—el impensable, el indecible,
pues no es camino verdadero—,
y de modo que el otro impela
y el verídico sea.
Y ¿de qué suerte, a qué otra cosa cabe impeler al Ente?
y ¿cómo a serlo llegaría?
Que si lo “llegare a ser”
no lo “es”;
que si “de serlo al borde está”,
no lo “es” tampoco.
Y de esta manera
toda génesis queda extinguida,
toda pérdida queda extinguida por no creedera.
Ni es el Ente divisible,
porque es todo él homogéneo;
ni es más ente en algún punto,
que esto le violentara en su continuidad;
ni en algún punto lo es menos,
que está todo lleno de ente.
Es, pues, todo el Ente continuo,
porque prójimo es ente con ente.
Está, además, el Ente inmoble
en los límites de vínculos potentes
sin final y sin inicio;
génesis, destrucción
lejos, muy lejos yerran,
que Fe-en-verdad las repelió.
El mismo es, en lo mismo permanece
y por sí mismo el Ente se sustenta;
de esta manera
firme en sí se mantiene,
que la Necesidad forzuda no lo suelta
y en vínculos de límite
lo guarda circundándolo.
Por lo cual no es al Ente permitido
ser indefinido;
que no es de algo indigente,
que si de algo lo fuera
de todo careciera.
Mira, pues,
cómo las cosas aus-entes
están, para el Pensar, con más firmeza pres-entes;
que tanto el pensamiento no acierta a dividir
que ente con ente no se continúe;
ni está disuelto el ente dondequiera
y de todas maneras por el mundo
ni en sólo un punto condensado.
Lo mismo es el pensar y aquello por lo que “es” el
pensamiento;
que sin el ente en quien se expresa
no hallarás el Pensar;
que cosa alguna es algo o lo será
a no ser que ente sea.
Tal vino el Hado a encadenar las cosas;
así es posible al Ente ser inmoble;
así que para todo
es ente nombre propio;
para todo lo que los mortales, convencidos, fijaron ser
verdadero:
para nacer y perecer
y para cambiar de lugar,
para el color aparente mudar;
para todo: “ser y no ser”.
Mas porque el límite del Ente es un confín perfecto
es el Ente del todo semejante a esfera bellamente circular
hacia todo lugar,
desde el centro, en alto equilibrio;
y ello porque en el Ente precisa que ni en una parte ni en
otra
algo sea mayor en algo,
algo sea en algo menor.
Ni hay manera
cómo el Ente, en algún cariz, más que ente sea,
y, en otro, menos que ente;
que lo del Ente es, todo, asilo,
que simultáneamente, por doquiera
lo igual en esos límites impera.
Ni se da el no-ser;
que el no-ser fuera
quien a homogeneidad el paso le impidiera.
Y ya con esto cierro para ti
estos, acerca de la Verdad, leales dichos y pensamientos;
mas aprende, desde ellos, cada opinión de los mortales,
escuchando
de mis palabras el falaz ornato.
A dar se decidieron los mortales
nombre de formas de conocimiento
a dos
—que con una no basta
(que en esto se extraviaron
los que pusieron una sola)—;
opuestamente construidas las juzgaron
y atribuyeron signos a las dos
en cada cual diversos.
La una:
Fuego es, etéreo de llama,
ente benigno,
sutil en grado sumo,
por todo modo idéntico consigo;
con la otra, por ninguno.
La otra, por el contrario,
es, como tal, lo opuesto:
Noche oscura,
pesada y densa contextura.
De su desarrollo ordenado
te diré todas las apariciones;
así de los mortales ningún conocimiento
te pasará de largo.
Pues que todas las cosas
Noche y Luz cual con nombre se apellidan,
y ya que todo lo de todas ellas
de ambas potencias se hace a la medida,
todo, de vez, está de Luz colmado
y no luciente Noche,
que ninguna otra cosa
entre ambas, Luz y Noche, se interpone.
Orbes más condensados
están hechos de fuego menos puro;
de Noche, los que están más encimados;
mas a través de todos vuela
su partija de fuego;
y, en medio de todo,
la Demonio que todo gobierna.
Que en todas partes vige
el principio de parto terrible, el principio de mezcla;
a lo varón este principio mueve a mezclarse con lo hembra
y de nuevo, en contrario sentido,
lo hembra impele
con lo varón a mezcla.
.............................
Lo primerísimo,
de entre todos los dioses el primero,
al Amor se formó.
.............................
Y sabrás de la etérea natura
como de todos los signos que llenan el éter;
y cuántas obras ocultas
y cómo surgieron
de la faz pura de solar Lumbrera.
De la naturaleza sabrás y de las obras
de esta merodeadora, la Luna, de circular pupila.
Conocerás el Cielo, el omnicircundante,
y de dónde nació
y cuál lo encadenó.
Necesidad rectora,
a fin de que los astros guardara en sus linderos.
Y de qué modo
Tierra, Sol, Luna,
común Éter, galácteo Cielo, Olimpo supremo
y de los astros la ardorosa mente
moviéronse a engendrarse.
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La luz ajena,
nocturno y luminoso ambiente de la Tierra.
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Siempre y de todas partes mirando está del Sol hacia los
rayos.
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Pero tal como fuere en cada uno
la mezcla dominante de las partes
multiflexibles,
tal es la mente
que a los hombres adviene;
que en cualquier hombre y en los hombres todos
lo que de las partes naciere
conoce;
que es lo pleno
pensamiento.
Según, pues, la opinión
estas cosas así fueron y así son;
pero, inmediatamente,
de lo que son partiendo y a madurez llegadas,
tocará perecer a las presentes;
empero a todas ellas, a cada una,
nombre,
como insignia
impusieron los hombres.
Es cosa de Necesidad,
y determinación antigua, eterna de los Dioses,
con amplios juramentos re-sellada,
que si alguno tal vez de los Demonios
a quienes cayó en suerte vida larga,
por sí y ante sí profanare
con criminoso asesinato
amables miembros,
o, si hubiere faltado en algo,
aun además jurare en falso,
errático ande el tal Demonio
por triples diez mil años
distante de lugar de Bienaventurados;
y que naciendo vaya tal Demonio
bajo todas las formas variadas de Mortales,
de cabo a cabo de los tiempos,
a lo largo
de tornadizas sendas molestas de la vida.
Como Yo voy ahora vagabundo
y prófugo del cielo,
obedeciente a la maniática Discordia.
Que ya Yo mismo
doncella y doncel fui una vez,
ave y arbusto,
y en el Salado fui pez mudo.
¡Ay de mí!, porque a tiempo
no me deshizo el Día despiadado,
aun antes que en mis labios intentara
de la voracidad los gestos posesores.
De tal holgada beatitud y de tal honra
—¡desdichado de mí!—
al prado me volví de los mortales.
Lloré y me lamenté
porque en lugar extraño me veía;
lugar, y no de agrado,
en que el Asesinato
y Rabia y la ralea entera de los Hados,
y las Enfermedades
secas, las contagiosas, las de fluyentes obras
de Desvarío por el prado
vagan y por la sombra.
Aquí se hallaban
Chtonia,
y la de vista de largo alcance, Heliopea;
Pelea, la sanguinaria,
Armonía, la de ojos sosegados;
Fealdad y Belleza;
Retardación y Prisa;
Sinceridad, la amable,
y Disimulación, la de negras pupilas;
Nacimiento y Perecimiento;
Dulce Sueño y Vigilia;
y la Inmovilidad y Movimiento;
Miseria y multicoronada Grandeza;
Celeste Voz y divino Silencio.
Con ellos llegué a esta caverna bien cubierta.
¡Ay de ayes!
¡oh progenie de los mortales,
despavorida y malafortunada!
¡de qué discordia fuiste y en qué apreturas engendrada!
Que etérea Fuerza
hasta el Mar va acosando a los mortales;
pero el Mar de sí los escupe
hacia la firme Tierra;
la Tierra a su vez los expone
del Sol a los fulgores incansables,
mas el Sol los embala
en remolinos de Aire.
Que, así, uno de otro los recibe
mas todos los maldicen.
Planes
de estrechas miras
van esparcidos por los miembros de los mortales;
y los asaltan de repente
mil temerosos males
embotadores de la mente.
Mas, al considerar la breve parte de la invivible vida
—oh en breve morideros—,
que, semejante al humo,
se levanta y se vuela,
persuadidos de este único sesgo
cada cual procura lo suyo,
todos, de todas las maneras,
convulsos e impelidos.
En cuanto al Todo, cada cual se congratula
de haberlo comprendido;
cuando parejas cosas no son para varones
ni visibles ni audibles
ni por entendimiento comprendibles.
Mas Tú,
puesto que aquí te retiraste,
persuádete
de que no has de ver más de lo que ve mente
perecedera.
Y vosotros, Dioses,
apartad de la lengua
un maniático hablar de tales cosas;
haced brotar, más bien, la fuente pura de los labios
santificados.
Y a ti, Musa,
virgen de múltiple memoria y blancos brazos,
suplícote, si es lícito
en estas cosas oír a los mortales,
que a las riendas me envíes dócil carro
por Piedad conducido.
Que no me forzarán a decir más de aquello
a que la reverencia me obligare
las flores del honor,
de ese honor de buena opinión
que de mortales se consigue.
Osa, pues,
y, en atrevimiento,
a la cima de la sabiduría
asciende apresurado;
y, entonces, mirarás con todo empeño
qué es, en cada cosa, lo manifiesto;
y ni aun teniendo vista
la creas más que a las pupilas;
y ni aun oyendo ruidos extremados
los creas más que a claros sonidos de la lengua.
Y donde el pensar esté presto
de las demás cosas ninguna creas;
vuelve la espalda a la fe de los miembros;
más bien piensa
qué es, en cada cosa, lo manifiesto.
Primero, escucha
que de todas las cosas cuatro son las raíces:
Fuego, Agua y Tierra
y la altura inmensa del Éter.
Todas las cosas de tales raíces surgieron:
las que serán y las que son y las que fueron.
Dicho dual:
a veces,
Uno se crecía y acrecía tanto a costa de Muchos
que llegó a ser solo;
a veces, empero,
por des-nacimiento, muchos surgen de Uno.
Dual es la génesis de lo mortal;
y su destrucción, dual también;
porque la transeúnte coincidencia de todas las cosas
engendra las mortales
y las destruye también;
mas, de nuevo, la Destrucción
alimentada por las cosas desnacidas
se volatiliza a sí misma.
Y, alternándose estos procesos,
nunca descansan de repetir sus intentos:
que, unas veces,
por Amistad con-vergen en Uno todas las cosas;
mientras que, otras veces,
por odio de Discordia cada una di-verge de todas.
De esta manera
en cuanto que Uno aprendiera a engendrarse de muchos,
y en cuanto que, de nuevo, fueron surgiendo muchos
des-engendrándose Uno,
por esto se engendran las cosas,
mas ninguna en lo eterno apoyará sus pies.
Mas en cuanto cambiándose unas en otras ninguna reposa,
por tal causa, según círculo inmoble, muévense todas.
Pero aún más:
escucha el mito,
que mi enseñanza acrecerá tu mente.
Como dije al principio,
los mitos capitales declarando,
dual es el dicho:
“a veces,
Uno se crecía y acrecía tanto a costa de Muchos
que llegó a ser solo;
a veces empero
por des-nacimiento, Muchos surgen de Uno”.
“Fuego, Tierra, Agua
y la mansa altura del Éter.”
Y, aparte de estas cosas,
en contrabalanza de todas,
Discordia, la destructora;
mas, entre ellas,
Amistad,
como ellas ancha, como ellas larga.
Mírala con tu pensamiento,
pero que estupefactos tus ojos no se queden;
innata en sus arterias los mortales la creen;
por Ella conciben lo amable,
obras amables a término llevan por Ella;
y, dándole nombres,
Gozo la llaman y Afrodita;
empero varón mortal alguno aprendió todavía
que es de todo hélice implícita.
Escucha, tú, por el contrario,
de mis palabras
la no falaz misiva:
iguales son y en nacimiento coetáneas
todas estas cuatro Cosas;
cada Una ocúpase de su dignidad propia,
de la de las Otras distinta;
y cada cual tiene costumbres propias.
Según su turno dominan, ya circunnavegando
el Círculo;
Unas hacia las Otras se destruyen,
Unas hacia las Otras se acrecientan
según el turno que la Parca concierta.
Y, a no ser hacia éstas,
hacia ninguna otra las cosas se engendran
ni hay cómo perezcan;
porque
o en ininterrumpido modo perecerían
y entonces no ser-hían...
... y esto en algo al Universo acreciera;
mas ¿de dónde este algo vendría?
O ¿cómo algo se destruyera,
no habiendo cosa alguna que esté vacía de Ellas?
Mas de nuevo, una vez, otra vez y otras muchas
no hay más que estas cuatro cosas;
ahora que Unas con Otras confluyendo,
de todas a través las Unas y Otras deslizándose,
aquí y allá se engendran cual diversas;
mas, con todo,
Ellas siempre las mismas se quedan.
Otra cosa aún voy a decirte:
ninguna de las cosas mortales ha tenido nacimiento,
como no es la muerte más terrible
de especie acabamiento;
que nacimiento y muerte son nada más discernimiento
y mezcla de cosas mezcladas;
aunque, además de esto,
reciban de los hombres de nacimiento el nombre.
Que no hay artificio para
engendrar de lo-que-no-es;
y que lo-que-es perezca
es no hacedera y descarriada empresa;
porque, apóyese uno en lo que se apoyare,
todo andará siempre dentro
de lo-que-es en la esfera.
Mas a los perversos tienta
sobremanera desconfiar de razones poderosas;
tú, por el contrario,
reconócelas, como las fieles razones de nuestra Musa lo
mandan,
dividiendo bien el Logos,
dis-tribuyéndolo bien
por tus entrañas.
Que los otros,
cualquier cosa que a luz del Éter venga
—ya según lo humano mezclada,
ya según la especie de las agrestes fieras,
de los arbustos o de los pájaros—,
de tal cosa dicen seguros
que ha nacido de veras;
y cuando la tal se disgrega
llámanlo los muy necios
suerte diablesca.
—Y según sus normas
hablo yo ahora—.
Imbéciles,
que no son por cierto de alcance largo sus mentes;
pues esperan confiados
que se engendre lo que antes no era,
o que algo muera y del todo perezca.
Varón sabio
ni tales cosas en su mente adivinara:
que, mientras él y los mortales viven
lo que ellos todos nombran vida,
“sean” mientras tanto de veras,
y les “acaezcan” mientras tanto
cosas malas y cosas buenas;
y que, por el contrario,
antes de estar compactos, como después de des-atados
ya de veras no fueron, ya de veras no sean.
Pero aún más:
por si algo en esos dichos anteriores
es de floja madera,
de tales anteriores y conjugados dichos
adicionales testimonios considera:
por “una” parte
al “Sol”,
que arde por todos lados
deslumbrante para la vista;
por la “segunda”
cuantas “Cosas” hay “inmortales”,
en radiante esplendor sumidas;
por la “tercera”
la “Humedad”,
del todo oscura, enteramente fría;
por la “cuarta”
la “Tierra”,
de la que fluyen
cosas espesas, cosas densas.
Y considera
que, por Discordia,
todas se truecan en deformes
y divididas;
mas que, por Amistad,
se desean unas a otras
y van unidas.
Y de todo esto
todas las cosas provinieron;
las que detrás serán, las que son, las que fueron.
Ellas brotan en árboles,
en varones y en hembras,
en aves y en fieras,