Cover

 

Jaime Funes (Calatayud, 1947). Psicólogo, educador y periodista. Entre 2004 y 2007 fue defensor de los derechos de la infancia en la institución del Síndic de Greuges de Catalunya. Es autor de diversas obras que reflexionan sobre el mundo de la infancia y la adolescencia y la responsabilidad educativa de los adultos. Sus espacios de divulgación y debate en las redes pueden encontrarse en www.jaumefunes.com.

 

¿Qué sentido tienen les deberes escolares hoy en día? ¿Responden al aprendizaje que esperamos de nuestros hijos? ¿Es posible un modelo de escuela que prescinda de ellos?

En los últimos meses han surgido voces —así como los informes de la OCDE— que señalan que los deberes agravan las desigualdades sociales y las diferencias en los resultados entre alumnos porque hacen depender de la ayuda familiar, no siempre disponible, una parte del éxito académico. Además, corremos el riesgo de dejar a nuestros hijos sin infancia a causa de la sobreabundancia de tareas que les asignamos para hacer en casa.

Jaime Funes nos invita a reflexionar sobre ello y nos advierte: «Sólo se aprende después de haber sentido el deseo de saber y los deberes tienen que ser propuestas para que la vida sea aprendizaje y el aprendizaje tenga que ver con la vida.»

Hartos de
los deberes de
nuestros hijos

Nexos, 1

Hartos de los
deberes de
nuestros hijos

Queremos ayudarlos a aprender

illustration

Jaime Funes

Lectio Ediciones

© 2016, Jaime Funes Artiaga

© de la traducción: Carmen Romero

© de esta edición: Lectio Ediciones

C. Muntaner, 200, ático, 8ª

08036 Barcelona

lectio@lectio.es - www.lectio.es

Eumo Editorial

C. de Perot Rocaguinarda, 17. 08500 Vic

www.eumoeditorial.com - eumoeditorial@eumoeditorial.com

—Eumo es la editorial de la Universidad de Vic—

Primera edición: septiembre de 2016

Diseño de la cubierta: Control Z - Comunicació

Foto de la cubierta: © iStock.com/Halfpoint

Maquetación: ebc, serveis editorials

Producción del ebook: booqlab.com

ISBN digital: 978-84-16012-90-9

Queda rigurosamente prohibida sin autorización escrita del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que estará sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Todos los derechos reservados.

ÍNDICE

Los deberes, como la escuela del pasado, se resisten a desaparecer. Prólogo a la edición castellana

Un libro sobre los deberes, pensando en una escuela que no debería tenerlos

I      Dudas básicas y respuestas elementales sobre las familias, la escuela y la educación

1. ¿Qué quiere decir ser niño? La educación no es automática

2. ¿Qué los hace crecer? La escuela y el desarrollo infantil

3. ¡Qué complicado resulta hacer de madre o de padre!

4. En mi casa quieren que sepa las tablas de multiplicar

5. La escuela, un lugar para llegar a ser personas felices

6. Aprender a aprender. De los conocimientos a las competencias

7. Son diferentes, van a su ritmo y aprenden juntos

8. La escuela y la educación en el siglo XXI, en la sociedad de la información

II     Los deberes sí o no y cómo

1. Deberes, tareas de casa y otros encargos de la escuela

2. Los deberes de cada etapa

3. Para qué pueden servir y algunas reglas prácticas

4. Las dificultades escolares y el club de deberes

III    Aprender fuera de la escuela. Educar dentro de las aulas

1. Los otros tiempos educativos

2. Todos somos escuela

3. La escuela continúa siendo el elemento central de su vida

IV    Padres y madres que ayudan a enseñar y a aprender

1. La profesión de enseñar y el oficio de padre y madre

2. Resumen de propuestas para participar

Pero, ¿tienen que hacer deberes o no?

Los deberes, como la escuela del pasado, se resisten a desaparecer

Prólogo a la edición castellana

Cuando en la primavera de 2015 veía la luz la versión catalana de este libro, no imaginaba que nacía para zambullirse en una controversia renovada. Lo escribí pensando en aprovechar la tensión familiar por culpa de los deberes, para aportar algo de sensatez y provocación al imprescindible debate sobre la escuela que necesitamos hoy, algo que padres y madres solemos dejar a un lado. No esperaba mucha guerra, pero, al menos en los medios de comunicación, han sido meses de una discusión imprevista (de la cual me alegro), en los que con frecuencia el árbol de los deberes ocultaba la escuela de la que yo quería hablar.

Entre los sucesos mediáticos de entonces, me gustaría destacar tres. Justo cuando llegó a las librerías, la OCDE hizo público uno de sus informes educativos según el cual España es uno de los países con más deberes. Señalaba, además, que los deberes agravaban las desigualdades sociales y las diferencias de resultados escolares, al hacer depender parte del éxito escolar de que dispongan de ayuda familiar positiva. Ante esos datos, algunas de las primeras reacciones con las que tuve que lidiar fueron las de familias «buenas» y los colegios «buenos» que acusaban a los «antideberes» de negarles el derecho a tenerlos. Al parecer, existe un sector significativo de las escuelas y las familias que consideran los deberes de siempre un buen indicador de calidad. Todavía recuerdo que el conductor de un programa de radio de gran audiencia me dijo que los deberes habían sido una tortura en su historia escolar, pero que, gracias a ellos, había llegado a ser un periodista importante.

Cuando se acababa el curso, comenzó a tener gran impacto —aún lo tiene— el video «Los deberes justos» (https://www.youtube.com/watch?v=sCsTirDBv7Y), impulsado por una madre, Eva Bailén, que refleja que la vida de un escolar puede llegar a no diferir demasiado de la de un alto ejecutivo explotado por su empresa. Cuando lo comenté, más de uno me contestó tachándolo de exageración demagógica. Creo que al menos ha servido para recordar que es muy posible que nuestras propuestas de aprendizaje estén dejando a los hijos sin infancia. Habíamos olvidado que los ciudadanos niños y niñas tienen tiempos y sus necesidades, diferentes de nuestras imposiciones y nuestros ritmos de vida.

Con el verano llegó otra experiencia viral. El profesor italiano Cesare Catá propuso a sus alumnos como deberes de verano mirar el mar, pasear, utilizar las palabras aprendidas en el curso, leer, escribir un diario, bailar a la salida del sol, ir al cine, soñar… También hube de responder a quien lo consideraba una propuesta cursi trasnochada o una poética de la educación para la tontería, pero sirvió para recordar que solo se aprende después de haber sentido el deseo de saber, que aprender tiene que ver también con soñar o con descubrir la felicidad y que los deberes no pueden ser otra cosa que propuestas para que la vida sea aprendizaje y el aprendizaje tenga que ver con la vida.

Espero que esta nueva versión (en la que he corregido errores y he ajustado matices del primer texto) siga sirviendo para alimentar el debate sobre la educación, la escuela, los padres y las madres y… los deberes.

Cornellà, enero de 2016

Un libro sobre los deberes, pensando
en una escuela que no debería
tenerlos

 

Marc Hortal, padre de adolescentes y profesor de secundaria, escribía en su blog (http://abandaibanda.blogspot.com.es/):

Justo cuando comenzó a ir al instituto, me he sorprendido a mi mismo ayudando a mi hijo a hacer deberes de lengua y yendo a buscar el libro de la conjugación de los verbos de Xuriguera. Me he sorprendido explicándole problemas de matemáticas o ayudándole a entender esquemas de naturales, poniéndole ejercicios de inglés, ayudándole a hacer el proyecto de tecnología, explicándole cómo se ha de estudiar para un examen y muchas otras cosas. Todo esto no debe ser nuevo para muchas familias, pero para nosotros que hemos tenido la suerte de hacer la primaria en una escuela innovadora, sin exámenes ni libros de texto y con pocos deberes tradicionales, ha sido todo un descubrimiento. (…) Que unos padres quieran ayudar a su hijo no tiene nada de malo, evidentemente. El problema es que este soporte se dé por descontado. El sistema ya cuenta con ello y quien no disponga de esta ayuda lo tiene mucho más difícil para salir adelante.

Buscando opiniones sobre los deberes, encuentro esta experiencia en una escuela:

Núria, que es tutora de tercero de primaria, ha decidido no poner demasiados deberes a sus alumnos, para que puedan jugar y realizar otras actividades con su familia. La gran sorpresa ha sido que la mayoría de los padres y las madres se han rebelado y le han pedido que les haga hacer más trabajo en casa, porque les parece que, si no, sus hijos e hijas no aprovechan bien el tiempo.

En el mes de abril de 2014, los diarios difundían nuevos datos a propósito del Programa para la Evaluación de los Estudiantes (PISA):

Puede parecer que los adolescentes de quince años se desenvuelven mejor en el mundo digital que en el papel, pero a la hora de examinarse en PISA han demostrado que no están tan avezados con el ordenador. En las pruebas de matemáticas y comprensión lectora, los estudiantes españoles han obtenido peor puntuación cuando han sido evaluados en forma digital que en lápiz y papel. Los resultados preocupan, sobre todo porque ha sido el último PISA que se realiza en los dos soportes. El próximo examen, el de 2015, solo será digital. El ciber PISA puede empeorar los ya mediocres resultados de España en la evaluación internacional.

El informe PISA ha puesto de manifiesto que el alumnado español está peor preparado para enfrentarse a la vida diaria de lo que revelan los pobres resultados en matemáticas, ciencias o capacidad lectora. Además, los tiempos requieren otras destrezas: «La economía mundial no se centra en lo que se sabe, sino en lo que se puede hacer con lo que se sabe», aseguró ayer el responsable de Educación de la OCDE, Andreas Schleicher, en la presentación de los resultados del informe. «El siglo XXI demanda un enfoque diferente de la enseñanza», advirtió.

Las páginas que siguen tienen un origen muy sencillo y, posiblemente, un resultado muy complicado. Surgen a partir de uno de los cíclicos debates en los medios de comunicación sobre los deberes escolares o las tareas escolares para hacer en casa. El autor (educador, pero también abuelo y, antes, padre) se encontró, una vez más, en la segunda década del siglo XXI, discutiendo sobre la conveniencia o no de hacerlos, su razón de ser, las bondades y maldades que comportan, exactamente igual que hacía tres décadas, en un mundo y una escuela que no se parecen demasiado (aparentemente) a las actuales.

Sin embargo, como nos recuerda Marc en su blog, en el medio del lío se sitúan los padres y las madres, unos progenitores condenados a hacer deberes o que han de obligar a sus hijos a hacerlos, unos deberes que no saben cómo hacer, que tienen una utilidad discutible, que entran en contradicción con otras finalidades educativas y que están a una distancia enorme de todo lo que parece interesar o atraer a unos hijos que pasan buena parte de la vida en la escuela, pero de la que con frecuencia se desconectan cuando salen (e incluso cuando están dentro). Además, los padres y las madres no siempre pueden estar presentes, no siempre pueden dar apoyo y no siempre saben de todo lo que la escuela dice que es importante hacer y aprender.

Hace décadas, el debate ya era radical y contrapuesto. Se discutía si se tenían que hacer deberes o no (en nuestro país estuvieron prohibidos o muy limitados por ley durante la dictadura y con la llegada de la democracia y todavía están limitados en muchas comunidades autónomas). Siempre fue una discusión que se producía en medio de reflexiones y prácticas pedagógicas destinadas a cambiar la escuela tradicional. De igual manera, en el nuevo siglo, buena parte de las discusiones siguen siendo las mismas, pero con el agravante de que casi todo ha cambiado de manera muy acelerada, tanto en la complejidad que debe asumir la escuela como en la realidad de la infancia y la adolescencia o en las formas razonables de enseñar y aprender.

Como mínimo, hoy parece existir una gran contradicción entre lo que han de aprender nuestros hijos y lo que necesitan para ser socialmente competentes, como recuerdan los datos de los informes que acabo de citar. Además, choca que una generación profundamente digital en cuanto a identidad, en las relaciones y en algunas estrategias vitales no acabe de tener éxito cuando ha de poner en relación la escuela con la vida. Como mínimo, se puede decir que no todos los chicos y las chicas aprenden de una manera que les permita prepararse para formar parte de unas generaciones obligadas a vivir en el aprendizaje permanente y que siempre deberán mantener activo el oficio de aprender.

Padres y madres quedamos desconcertados y atrapados. Algunos progenitores y algunos profesores sueñan con una escuela del pasado, inviable e inútil hoy día. Lo que sí es cierto es que, en la escuela que se necesita en la actualidad, los deberes, o al menos determinados deberes, son más un inconveniente que una ayuda educativa. En todo caso, no queda más remedio que intentar ver qué se puede hacer con ellos, suponiendo que sigan siendo de alguna utilidad.

Al recordar el juego, la convivencia o las diversas actividades familiares, Núria, la tutora de quien hemos hablado al principio, nos hace pensar que los hijos y los alumnos están en la infancia y tienen sus propias necesidades. La infancia de hoy es bastante diferente de la de antes; por lo tanto, la escuela que necesitamos no ha de parecerse demasiado a la que siempre ponía deberes. Y la familia (nosotros, los padres) tampoco es la que era. Tanto antes como ahora, la educación no solo es responsabilidad de la escuela. También parece razonable pensar que la escuela no tendría que ser un simple lugar de aprendizaje y que tendría que salir de las cuatro paredes que la limitan. Por la misma razón, los grupos familiares han de entrar en la escuela. ¡Tenemos, pues, muchas cuestiones en crisis que, con la excusa de los deberes, tendremos que abordar!

No he conocido a ningún padre ni madre que no quiera hacer bien su trabajo. Quienquiera que tenga hijos querrá ser un buen padre o una buena madre. Otra cosa, sin embargo, es conseguirlo, descubrir cómo ser realmente útiles en las vidas de tus hijos, aceptar permanentemente que nuestras existencias están vinculadas y encontrar la manera de estar disponibles para su educación.

Hacer de padre o de madre es asumir que podemos influir de manera positiva en el desarrollo de los hijos, incluso antes de que dejen de formar parte de nuestro núcleo familiar y también cuando, siendo adolescentes, comiencen la lucha por separarse de nosotros. Es decir, que normalmente estamos preocupados por su educación, sabemos que no se educan solos y que es inevitable dedicarse a educar.

También sabemos que, además de nosotros, intervendrán otras personas e instituciones. Una de ellas, especialmente significativa, será la escuela, con la que tendremos que llegar, de alguna manera, a algún tipo de pacto sobre los objetivos comunes y el resultado educativo que pretendemos las dos partes.

Este libro es, pues, en primer lugar, una propuesta a favor de la educación (los niños no se educan solos) y de la educación como música coral, hecha con muchas manos, voces e instrumentos (también escolares, pero no solo de la escuela).

La escuela sigue estando en el núcleo de las vidas infantiles y adolescentes. Especialmente en las etapas evolutivas centrales, buena parte de su infancia se define a partir de su condición de escolares. De la misma manera, desde nuestra perspectiva familiar, sería muy difícil imaginar cómo conseguir un buen desarrollo y educación de los hijos y las hijas sin la posibilidad de recurrir a la escuela.

En cualquier caso, hacer de madre o de padre va siempre acompañado de una incertidumbre profunda: ¿cómo se educa hoy? ¿Cómo se educa en unas sociedades complejas, cambiantes, mestizas e interdependientes? Solo tenemos claro que no sirve hacerlo a partir de un manual, transmitiendo herencias, ni reproduciendo de manera simple como padres lo que nosotros vivimos en su día como hijos. Por eso, ni la escuela ni la educación familiar de antes sirven para ser reproducidas mecánicamente.

Sí, este libro habla de deberes, suponiendo que tengan algún sentido en las formas de enseñar, aprender y educar. En todo caso, deberíamos pararnos a pensar sobre el tipo de deberes, su finalidad, la relación que tienen con lo que se ha de aprender y con lo que la familia sabe y puede aportar. Hay que aclarar qué parte de los deberes pone la escuela para que hagan los padres y las madres y qué hemos de hacer nosotros, los padres, con los deberes escolares.

He dividido este texto en cuatro partes que no es necesario leer de manera consecutiva, aunque unas dan sentido a las otras. Muchas ideas, sin embargo, se repiten y, a lo largo de diversos capítulos, constituyen una especie de urdimbre que da consistencia a reflexiones que se prolongan y recuperan en diferentes momentos. La primera parte agrupa las dudas, las reflexiones y las propuestas sobre lo que significa educar y aprender hoy, en el siglo XXI, y en la sociedad global de la información. Propone llegar a un acuerdo sobre cómo entendemos la infancia, en qué consiste el oficio de hacer de padre o madre y el contenido de la profesión de estudiante, así como las primeras propuestas de acuerdo sobre si lo que necesitan es saber las tablas de multiplicar o aprender a ser felices.

La segunda parte está dedicada a las tareas escolares, a todos los deberes que con frecuencia han de realizar los alumnos fuera del aula. Como ya he comentado, trata de desmontar el viejo sentido que tenían los deberes y de construir una forma más útil de ayudar en casa a la hora de hacerlos. Si la escuela es —o conseguimos que sea— diferente, la presencia y el sentido de los deberes también llegarán a ser otros. Sin embargo, mientras llegue ese momento, no queda más remedio que intentar trabajar para que sean razonablemente útiles para el desarrollo de nuestros hijos.

La tercera parte trata de aportar criterios para romper las dicotomías entre escuela y casa, entre estudiar y hacer deberes, entre estudiar y vivir y de explicar dónde toca hacer cada cosa. Pongo un solo ejemplo: justo cuando escribo estas páginas, empieza a tener cierta relevancia lo que se llama «la clase inversa»: el estudiante de secundaria adquiere en casa los conocimientos de manera orientada y hace los deberes, los ejercicios aplicados, en la clase, en grupo y con una supervisión personalizada, justo al revés de lo que mayoritariamente sucede hoy. Esta parte está destinada a hacernos pensar en cómo se hace la escuela fuera de la escuela, cómo se aprende en casa, cómo educa la escuela y cómo enseña la familia, sin olvidar cómo hemos de situar la escuela, los aprendizajes y la educación del entorno. Dicho de otra forma: cómo tendrían que ser las tareas que nuestros hijos e hijas deberían hacer fuera de la escuela, si la escuela fuera diferente.

Cómo se educa y se aprende hoy, cómo se ayuda mientras la escuela no cambie y cómo trabajamos para que la escuela que necesitan los niños de hoy sea diferente exige hablar de cómo han de ser las relaciones entre las familias y la escuela. No podemos olvidar que si, por ejemplo, compartimos un rato de clase para enseñar lo que sabemos será mucho más fácil resolver juntos en casa un problema que el hijo explica. A eso he destinado la última parte del libro: a los deberes en un sistema coherente de relación entre padres y maestros, entre grupos familiares y escolares.

En las páginas que siguen, el lector o lectora encontrará fundamentalmente argumentos derivados de una larga trayectoria educativa que el autor ha compartido con muchos maestros, profesores, madres y padres y también una síntesis de lecturas e investigaciones, de resultados y datos que justifican una opción u otra para organizar la escuela. No están citadas y puede ser que estén interpretadas a partir de mi experiencia. Lo que sugiero o propongo no dejan de ser opciones educativas que, razonablemente, no todo el mundo compartirá, pero siempre tienen detrás experiencias y argumentos relacionados con las prácticas de las madres y de los padres, en el día a día de las aulas. Tienen detrás la pretensión de descubrir, siempre y en primer lugar, la perspectiva de los niños y las niñas.

Al final del libro del pedagogo Philippe Meireieu Los deberes en casa, publicado por primera vez en 1987, que ha resultado un clásico sobre el tema, su mujer comenta: «Me parece que este texto se dirige a un adulto ideal, en todo momento disponible y sereno, que puede resolver siempre las dificultades. (…) Pero sabemos muy bien, el uno y el otro, que ser padres no es nada fácil.» Muchos años después, esta dificultad para acabar siendo padres positivos que ayudan a aprender no ha disminuido. Más bien puede que se haya complicado.

Por descontado, con este libro no tengo la menor intención de hacer sentir mal al padre o a la madre que lo lea y descubra lo que podía hacer y no hace, o que reconozca sus manías sobre lo que han de aprender sus hijos que hoy están fuera de lugar. Sí que pretendo, sin embargo, estimular a los padres y las madres a pensar, junto con los otros educadores y educadoras de sus hijos, cómo educar y cómo enseñar, en casa y en la escuela, de manera diferente.

No lo haremos muy bien, si no tenemos la más mínima idea de lo que nuestro hijo descubre cada día en la escuela. No van a una escuela muy adecuada, si la maestra no sabe descubrir por qué un día nuestra hija sonríe de una manera especial después de muchos días de tristeza. Pero lo hemos hecho perfectamente bien cuando, siempre que podemos, demostrando que nos importan, somos capaces de poner nuestro granito de arena para ayudar a hijos e hijas a entender el mundo en el que viven.

Duda sobre duda, ha salido este libro que tiene que ver con las madres y los padres que ayudan de maneras muy diversas a que sus hijos e hijas aprendan. Un libro que revisa cómo educa hoy la escuela a nuestros hijos, una propuesta de lectura que, inevitablemente, obliga a las dos partes a pensar qué diantre significa educar en el mundo actual, qué significa cuando están dentro del aula y cuando salen de ella, un libro que sugiere algunas formas de compartir estos significados y hacer posible que, con las aportaciones familiares y escolares, acaben siendo ciudadanos y ciudadanas felices y cultos.

I

Dudas básicas y respuestas elementales sobre las familias, la escuela y la educación

 

 

Estamos de acuerdo en que la mayoría de las madres y los padres desean educar bien, poner al servicio de su hijo o hija todo aquello que le sea realmente necesario y útil para llegar a ser una buena persona, conseguir tener una vida independiente y, a la vez, estar capacitado para convivir con los demás. Sin embargo, cuando a las ocho de la noche de un día cualquiera, entre los líos del baño y la cena, uno de los hijos nos recuerda que tiene que hacer deberes y, además, a pesar de tener solo diez años, son sobre un tema del que nosotros no tenemos demasiada idea, nuestra buena voluntad está a punto de saltar por los aires.

¿Realmente tiene que aprender eso y lo tiene que hacer a estas horas? Hace un momento, acaba de dejar una tableta que le hemos permitido usar porque quería encontrar en qué punto del planeta quedan todavía osos pardos, motivado por una discusión que ha tenido con un amigo al salir de la escuela. ¿Es ahora el momento de coger un libro y contestar a preguntas sobre la polinización y los nombres de las partes de las flores? No parece que él tenga muchas ganas y nosotros dudamos si conviene provocar el conflicto obligándolo, cuando lo que deseamos es que llegue la hora de estar tranquilos (con el hijo en la cama). La práctica de hacer de madre o de padre parece ahora compleja y pesada, muy alejada de consejos y teorías.

Además, a la hora de la cena se supone que hemos de intentar averiguar cómo le ha ido el día y descubrir si el balance que hacen es una sonrisa, una cara triste o una indiferencia acumulada. No todas las personas adultas lo ven así, pero nosotros pensamos que vivir la infancia, hacer de niños y niñas, es muy importante. A veces, encontramos padres y madres de compañeros de nuestros hijos que tan solo hablan de las notas que sacan (incluso dicen: «mi hija me ha sacado un diez»). También hay quien envía a la escuela a las criaturas para que se las cuiden y les parece que vuelven a casa demasiado pronto. ¿A cuál de estas pretensiones ha de servir la escuela?

No puede ser que acabemos los lunes y los martes y … con tantas dudas, pero ciertamente hacer de padres significa hacerse preguntas educativas. Es más, está claro que, tratándose de la infancia, la educación y la escuela, no sirve cualquier respuesta a nuestras incógnitas.

Como el libro tiene que ver con las madres y los padres que ayudan a los hijos e hijas de maneras muy diversas para que aprendan, con auténtica voluntad de educarlos, deberemos comenzar por tratar de definir las principales dudas y tratar de poner orden en las respuestas. Manos a la obra.

1

¿Qué quiere decir ser niño? La educación no es automática

COSAS QUE PASAN

1.   No es extraño oír en el parque una conversación entre dos madres jóvenes mientras pasean a su bebé sobre lo que harán cuando acaben la baja por maternidad. Una insiste en que será la abuela quien irá a su casa a cuidar al niño las horas que la pareja no pueda combinar los horarios. La otra planifica su futuro y retrasa todo lo que puede la incorporación al trabajo, para llevarlo después a una guardería infantil cercana y de buena fama. Los desacuerdos giran en torno a qué es más adecuado para el bebé y la manera de educarlo desde el principio.

2.   De tanto en tanto se puede leer en los diarios o en un suplemento educativo de las revistas la reivindicación de algunos padres de no tener que llevar obligatoriamente a sus hijos e hijas a la escuela o, al menos, de retrasar la entrada todo lo posible. Algunas de estas familias se agrupan y organizan una especie de escuela alternativa en casa. Al parecer, su oposición puede estar relacionada con la reivindicación de aspectos importantes de la infancia que consideran que la escuela anula y también con la posibilidad de poner en práctica otras formas de enseñar y aprender.

3.   Una vez estaba trabajando con una tutora de la ESO en una escuela con alumnado de familias de cierta élite económica cuando recibió la llamada del padre de un alumno en respuesta a una llamada anterior de la profesora en la que lo invitaba a una reunión para hablar sobre diversos incidentes educativos protagonizados por su hijo adolescente. Al otro lado del teléfono se podía oír como el padre se quejaba del tiempo que le hacía perder, porque, según él, eran los profesores (que él pagaba) quienes debían saber lo que convenía hacer.

4.   El director de un instituto considerado de excelencia decía en una carta a los padres de los adolescentes que hicieran el favor de insistir a sus hijos para que esperaran a acabar los años de escuela para enamorarse, evitando de esa manera distracciones realmente importantes.

Hace tiempo —o puede que no tanto— hemos tenido un hijo o una hija. Es posible que hayamos llegado a ser padres de muy diversas maneras. Lo cierto, en cualquier caso, es que desde el primer momento nuestras vidas adultas están ligadas a otras vidas y que de lo que se trata es de garantizar que tengan infancia, que sean educados y que haremos todo lo posible para que tengan un presente y un futuro.

La infancia siempre es el resultado de las oportunidades que crean los adultos

Pero, ¿qué es la infancia? ¿Qué es ser niño o niña? La definición más simple, subyacente en todas las imágenes que tenemos los adultos, es la de una persona (una personita) que todavía no es adulta. También predomina la idea de un sujeto que todavía es menor y ha de ser protegido. Con frecuencia se lo considera una especie de recipiente vacío que ha de ser llenado por la familia o la escuela. Tampoco es extraño pensar en la figura de alguien que ha de ser domesticado pronto, para que pueda llegar a formar parte del mundo civilizado adulto, alguien que vive momentos de ignorancia, errores y confusiones. Sin embargo, estas y otras visiones similares no son muy respetuosas con la infancia tal como la entendemos hoy y, lo más importante, no ayudan demasiado a aclarar qué debemos hacer y cómo lo debemos hacer para garantizar a niños y niñas la educación o para definir cómo ha de ser y para qué ha de servir su paso por la escuela.

De entrada, debemos ponernos de acuerdo en que la infancia y la adolescencia de cada chico y chica siempre son, fundamentalmente, el resultado de lo que los adultos hacen en su vida. La infancia es el resultado de las oportunidades, los estímulos y las experiencias que construyen las personas que los rodean. Son en la medida en la que hacemos posible que sean, en la medida en la que les dejamos hacer. Pueden ser niños y niñas si les garantizamos un tiempo para serlo, si reconocemos que son en buena parte un producto nuestro. Tienen derecho a la educación, porque, si no, no tendrían infancia. Tenemos la obligación de ocuparnos de ellos, porque, sin la seguridad de sentir que importan a alguien, no podrían desarrollar su propia persona. Buena parte de las oportunidades pasan por poder acceder y gozar de la escuela adecuada.

Por eso, con independencia de la fórmula educativa que resulte más práctica para cada familia, hay que considerar siempre dos aspectos: por un lado, no convertir la primera separación educativa en una ruptura emocional (en las escuelas maternales que funcionan adecuadamente lo que más se tiene en cuenta es cómo hacer sentir al pequeño que la madre que tanto lo quiere ha pasado ese cariño por unas horas a la educadora); por otro lado, poner al alcance del niño o la niña oportunidades (estímulos, vivencias, relaciones) que pocas veces puede ofrecerle la familia por sí sola, los abuelos o los cuidadores en los que deleguemos.

No se trata de esperar a que crezcan

Los bebés crecen, pero nunca son adultos en miniatura. La infancia se divide en una serie de etapas (como veremos después, la escuela se organiza por ciclos, porque ser niño supone pasar por etapas vitales diferentes). Igualmente, que tengan que madurar y cambiar no significa de ninguna manera que podamos considerar la infancia como un tiempo de eterna provisionalidad, de espera permanente. Los niños y niñas son niños y niñas (adolescentes, cuando llegue la hora); no son personajes a medio hacer, ni son proyectos de nada (y menos aún nuestro proyecto). No viven a la espera de, ni tienen menos capacidades de las que tendrán más adelante. Es absurdo pensar, por ejemplo, que en primaria no han de hacer deberes, porque todavía son pequeños. Como veremos después, en todo caso, la discusión sería si es esta la principal actividad que tienen que hacer cuando salen de la escuela y, también, cómo han de ser las actividades fuera del tiempo escolar más adecuadas para cada etapa de la infancia.

Un niño o una niña es una persona que vive de manera activa y singular un tiempo diferente y diferenciado de su vida. Por tal motivo, no podemos olvidar que, en primer lugar, educar es hacer posible que tengan infancia, que puedan vivir de manera especial cada una de estas etapas.

En el año 1989, las Naciones Unidas aprobaron la Convención sobre los Derechos de la Infancia. Desde entonces se considera niño o niña a «todo ser humano menor de dieciocho años». Esta definición, que puede parecer elemental, es muy significativa, ya que las personas adultas asumimos el compromiso de prestar atención y dar respuestas a la infancia, sus necesidades y sus derechos, diferenciándolos de los de los adultos. Entre los primeros meses de vida y los dieciocho años tienen una condición personal y social diferente de la adulta, en la que están presentes derechos y responsabilidades singulares. Se trata de un periodo de la vida en el que estamos obligados a considerar siempre en primer lugar sus intereses y sus necesidades. Un tiempo vital socialmente definido y reconocido, que no podemos modificar por razones culturales o morales, por nuestras necesidades económicas ni por las dificultades para encontrar las respuestas educativas adecuadas a los nuevos retos de la sociedad.

Tenemos la obligación de dejarles vivir la infancia y las diferentes etapas que la forman. No se la podemos malograr por culpa de nuestras hipotecas adultas (nuestras ambiciones de realización personal o nuestras dificultades por vivir el día a día), ni podemos presionarlos para que maduren aceleradamente. Por eso mismo, tampoco podemos convertir su infancia en una simple etapa de escolarización y menos todavía en una categoría de marketing, con las diferentes etapas bien definidas y marcadas, según cómo han de vestir, lo que han de consumir o de quién han de ser fans.

Buena parte de las personas que se oponen a la escolarización de sus hijos pretenden evitar que su desarrollo quede reducido a las experiencias escolares, ya que la escuela actual no siempre tiene en cuenta determinados estímulos afectivos y creativos. Seguramente, algunas de estas familias tienen, no obstante, cierta idea de propiedad de sus hijos y, al retrasar la escolarización, los privan de la diversidad de oportunidades y estímulos, como si quisieran evitar contaminaciones educativas. No podemos olvidar que los niños y las niñas son escolarizados para que puedan tener cerca otras miradas y otras maneras de entender la vida, unas herramientas rigurosas para comprender el mundo. La escuela es, con frecuencia, una ventana abierta al mundo que las familias no pueden proporcionar, como tampoco podemos hacer lo contrario, como hace el padre importante que se encara con la tutora de la ESO. No podemos delegar en la escuela el cuidado, la preocupación, la educación y el control de nuestros hijos y menos aún cuando se vuelven complicados y nos cuesta comprenderlos.

Antes que hijos nuestros son niños

Detrás de buena parte de nuestras maneras de entender la infancia y de las dificultades para ponernos de acuerdo sobre lo que hay que hacer están las diferentes maneras en las que los hijos llegaron a formar parte de la familia. Hoy día tenemos pocos hijos, muchos nacen cuando los padres y las madres tienen ya cierta edad, muchos son fruto de reproducciones asistidas o de procesos adoptivos, algunos viven en grupos familiares reconstruidos o en la soledad de la ruptura, etc. Muchas veces nos deberíamos preguntar por qué queremos ser padres. Olvidamos que siempre ha de haber una conexión fija entre ellos y nosotros, que ser padre o madre es vincular vidas.

A menudo pesan demasiado el deseo de los padres y sus proyectos. El hijo llega a ser una especie de objeto valioso y escaso que pasa a ser propiedad de los padres y ha de cumplir con sus expectativas. Por eso necesitamos recordar que antes que hijos nuestros son niños o adolescentes, que no se educan solos, que estamos a su lado para facilitarles oportunidades, seguridades y estímulos y que las vidas adultas han de cambiar cuando aparece un hijo.

¿Educamos pensando en el futuro o considerando el presente? Es muy habitual que nuestros deseos educativos, o las pretensiones de la escuela acaben resumidos en una especie de imagen final en la que vemos a nuestro hijo o hija con una carrera académica brillante y un éxito social razonable. ¿Debemos poner toda la preocupación educativa al servicio de un final como este? Algunos padres y madres piensan que los hijos han de sacrificarlo todo para obtener el gran éxito final. A veces piensan que tiene razón el director del que hablábamos cuando considera secundario enamorarse e insiste en que lo que tiene que hacer un adolescente es estudiar y dejar de lado las emociones que lo invaden. Prefieren olvidar que son esas emociones las que lo hacen sentirse feliz o desgraciado y dan sentido al tiempo que está viviendo, incluido el que pasa estudiando.

Son niños, adolecentes. Antes de convertirse en escolares son niños y niñas que viven diferentes etapas de su vida, cada una con su propio sentido. Con frecuencia, el recorrido educativo o el currículo escolar parece estar solo al servicio de unas metas finales y no de lo que es esencial en el momento que viven. No todo el mundo acepta que con cuatro años de edad el objetivo educativo ha de ser expresarse y crear y no saber juntar vocales y consonantes para aprender a leer ya, de forma que los padres puedan presumir de las habilidades del hijo ante sus vecinos.

Un par de apuntes más. Tener en cuenta la infancia de nuestros hijos significa tener presente sus miradas, intentar ver el mundo con sus ojos, tener en cuenta que pueden tener otras perspectivas y recordar también que para cualquier niño aprender es una necesidad. Confían en quienes les quieren enseñar. Son sujetos curiosos por naturaleza y tienen una mente que absorbe todo lo que viven.

EN RESUMEN

La infancia es una etapa (un conjunto de etapas) de la vida humana que tiene sentido en sí misma y que no se ha de interpretar según los criterios adultos.

La infancia está condicionada por los estímulos y las experiencias; necesita contextos, entornos educativos. La escuela es uno de los más importantes.

La infancia es un tiempo para ser ciudadano niño o niña, adolescente, y que se ha de vivir activamente para que pueda ser el autor de su propia vida.

Las personas adultas no podemos secuestrar ni anular la infancia, hacerle perder las aventuras, los sueños secretos, el caos vital, las emociones, la soledad ni el aburrimiento.

2

¿Qué les hace crecer?
La escuela y el desarrollo infantil

COSAS QUE PASAN

1.   No es infrecuente que cuando los hijos empiezan a ir al instituto algunos padres y madres hagan comentarios del tipo: «No sé qué le pasa. Desde que va a esta escuela ha cambiado mucho. Ya no es tan buen estudiante como antes.»

2.   Muchos chicos y chicas han nacido en los últimos meses del año. A veces, especialmente en los primeros cursos de primaria, se los ve aparentemente más inmaduros que el resto de sus compañeros. Los maestros, y nosotros mismos, pensamos que tal vez sería más positivo para ellos repitir el curso.

3.   Hace poco que nuestro pequeño va al colegio infantil. Hoy hemos descubierto que el ratón del que hablaba no es un juguete ni un animal. Se trata del ratón del ordenador que hay en uno de los rincones experimentales del aula.

Cualquier padre o madre constata a menudo dos hechos: a) los hijos crecen y b)