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La presente colección se enmarca en el trabajo desarrollado en la cátedra de investigación “Memoria, Literatura y Discurso”, la cual está alineada con los objetivos de la Maestría y el Doctorado en Estudios Humanísticos del Tecnológico de Monterrey. Ya sea a partir de textos antiguos o contemporáneos, el análisis del discurso y el análisis filológico para la interpretación son algunas de las herramientas que nuestros investigadores utilizan en sus estudios y que les permiten la realización de propuestas en distintas líneas, una de las cuales es discurso e identidad.

Asimismo, el acceso al acervo documental y bibliográfico de la Biblioteca Cervantina del Tecnológico de Monterrey, la cual resguarda una parte importante de la memoria cultural de nuestro país, posibilita la realización de investigaciones en las áreas de Literatura a partir del siglo XVI. Es por ello que en la Cátedra “Memoria, Literatura y Discurso” se han podido hacer valiosas aportaciones a las áreas de Literatura novohispana e Historia del libro, así como de la lectura, de lo cual se dará una muestra en las obras que forman esta colección.

Otros libros de esta colección

 

1. Memoria y resistencia: representaciones de la subjetividad en la novela latinoamericana de fin de siglo

Raúl Verduzco

 

2. La escritura y el camino.

El discurso de viajeros en el Nuevo Mundo

Blanca López

 

3. Memoria y escritura del cuerpo:

un estudio sobre sexualidad, maternidad y dolor

María de Alva

 

4. Libros y lectores en la gazeta de literatura de México (1788-1795) de José Antonio Alzate

Dalia Valdez

 

5. La construcción del imaginario femenino en el acto de enunciación del Semanario de las

Señoritas mexicanas

María Teresa Mijares

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Primera edición, noviembre 2014

De la presente edición:

D.R. 2014, Dalia Valdez Garza

 

© Bonilla Artigas Editores, S.A. de C.V., 2014

Cerro Tres Marías número 354

Col. Campestre Churubusco, C.P. 04200, México, D. F.

editorial@libreriabonilla.com.mx

www.libreriabonilla.com.mx

 

© Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey

Av. Eugenio Garza Sada Sur No. 2501, colonia Tecnológico de Monterrey, Nuevo León, C.P. 64849.

 

© Iberoamericana

Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid

Tel.:+34 91 429 35 22

Fax: +34 91 429 53 97

info@iberoamericanalibros.com

www.ibero-americana.net

 

Responsable de la colección: Nicolás Mutchinick

Cuidado de la edición: Benito Artigas/Andrea López

Diseño editorial: Saúl Marcos Castillejos

Imagen de portada: Facsímil de portada de Gazeta de Literatura de México núm. 2, “Historia de la nueva España”

Diseño de portada: Teresita Rodríguez Love

 

Los derechos exclusivos de la edición quedan reservados para todos los países de habla hispana. Prohibida la reproducción parcial o total, por cualquier medio conocido o por conocerse, sin el consentimiento por escrito de su legítimo titular de derechos.

 

ISBN 978-607-8348-41-4 (Bonilla Artigas editores)

ISBN 978-84-8489-863-4 (Iberoamericana)

ISBN edición ePub: 978-607-8348-50-3

 

Hecho en México

Índice

Reconocimientos

Introducción

Hacer la prensa literaria: el trayecto del autor al lector

Condiciones para el surgimiento de la prensa erudita

Bibliotecas novohispanas: un viraje en materias y formatos

Una práctica común de las naciones sabias

Tendencia del mercado editorial hacia la ciencia y la noticia

El proyecto de producir obras literarias periódicas

Aparición del diarismo crítico

La crítica sujeta a la censura

El circuito de comunicación del periódico-libro

Legislación de imprenta

Función, condición y oficio de autor

El autor-editor

Operarios, impresores y empresarios

Los lectores

La nación en el espejo: preceptos y efectos de la lectura

Sociabilidad y escritura pública en la comunidad letrada

La Gazeta, una tertulia permanente

Institucionalización de la sociabilidad

Redes sociales de Alzate

Espacios y formas de asociación

Comunidades de interpretación

Alzate lector y censor de obras

Legitimación de la crítica

La imagen de nosotros: apropiación interpretativa de América

El “viajero extranjero” en la mira:
epistemología patriótica y contestataria

La manía del siglo: los libros de viaje en la Gazeta de literatura

Lectura patriótica y argumentación precientífica
en dos críticas a compiladores de relatos de viajes

Conclusiones

Bibliografía

Anexo

Reflexionando el que [a] muchas personas pueden extrañar el que me introduzca a censor, me parece que si advierten lo que el derecho común concede a cada particular de poder impugnar las doctrinas mal fundadas, y de refutar los errores que por ignorancia o ilusión se introducen en las ciencias, quedarían convencidas de que no soy arrojado ni atrevido, aunque sea el primero que en esta América trabaja un diario crítico.

José Antonio Alzate. Diario literario de México,
núm. 1, México, 12 de marzo de 1768, p. [7]

No hay pensión más desgraciada que la de los escritores. Cada lector es un juez, y un juez tanto más temible cuanto que es muy raro el que en sus censuras proceda con aquella imparcialidad y rectitud que debe reinar siempre en los juicios de los hombres de bien.

José Antonio Alzate. Gazeta de Literatura de México II,
núm. 33, México, 17 de enero de 1792, p. 260

 

Reconocimientos

En este libro se reúne parte del trabajo de investigación realizado para mi tesis doctoral en el campo de la historia de los lectores, el libro y la edición en México. Agradezco a mi directora de tesis, Blanca López, del Tecnológico de Monterrey, por su guía y comentarios al ser la primera lectora crítica de este texto. Su trabajo docente y de investigación será siempre inspirador para mí. De igual forma, a Daniel Sanabria, de Patrimonio Cultural del Tecnológico de Monterrey, por todas sus facilidades para acceder física y digitalmente a la primera edición de la Gazeta de literatura de México (1788-1795). Asimismo a Marina Garone, del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM, y a José Antonio Cervera del Colegio de México, por sus sugerencias como lectores de mi tesis y sinodales.

Debo especiales agradecimientos también a las personas que amablemente me apoyaron a lo largo de mi tesis con su orientación, desde distintos ángulos, ya sea en conversaciones o con bibliografía: primero, en el tema del novohispano José Antonio Alzate, a Iris Montero, Isabel Terán, Gabriel Torres y Fiona Clark; en el de la prensa temprana en el mundo atlántico, a Catherine Poupeney; en el de tipografía expresiva, a Jacob Melish; en el de bibliografía material, a Idalia García. Finalmente a familiares, amigos, colegas editores e investigadores que de una u otra forma contribuyeron en mi opción por el tema del libro y a que estas páginas pudieran imprimirse.

Monterrey, N. L., diciembre de 2013

 

Introducción

¿Cómo llegaron a producirse intelectual y materialmente las páginas de la prensa literaria, erudita o cultural1 en la Nueva España? ¿Qué dinámica pudo generar este tipo de publicaciones periódicas en la sociedad? En la última etapa del periodo colonial y de la imprenta manual en México se ubica la vida de José Antonio Alzate (Ozumba, Estado de México, 1737-ciudad de México, 1799),2 un hombre de letras cuyas obligaciones como clérigo lo mantuvieron al servicio del arzobispado de México y del régimen Borbón, y cuyos intereses científicos lo acercaron a los talleres tipográficos y al estudio de campo en el entorno natural novohispano. A pesar de que su condición de criollo lo desfavoreció en un momento en que las instituciones científico-culturales se confiaron mayormente a peninsulares, tuvo la fortuna de contar con una herencia que le permitió financiar la publicación de los escritos que, en su mayoría, destinó a sus “producciones literarias periódicas”, como él mismo las llamaba. De este modo, Alzate se convirtió en el único novohispano que pudo concretar, con varios títulos,3 un proyecto a largo plazo (entre 1768 y 1795) en la prensa literaria, erudita o cultural, sostenido dificultosamente pero que lo mantuvo ligado al ámbito tipográfico gran parte de su vida.

Las circunstancias en las que vivió Alzate lo colocaban en una posición social favorecida como criollo, clérigo e ilustrado, es decir, como parte de una élite en la que se ponían a disposición los recursos del poder, uno de ellos, la posibilidad de publicar. Para él sus escritos eran el medio por el que podía desplegar su poder de censura o aprobación de las ideas de otros en distintas materias, excepto en la política. Alfonso Reyes llama la atención en que durante la era crítica de las letras mexicanas (XVIII-XIX), cuando el interés social de la cultura se coloca por encima del interés poético (característico del siglo XVII), se acentuó el tono científico de las primeras gacetas, en tanto que todo lo que aspiraba a ser publicado estaba sometido a la censura civil y eclesiástica, y en realidad, para que la prensa periódica pudiera funcionar como instrumento político se requerían unas condiciones en que diera la libertad de pensamiento (387). Aun así, gracias a la riqueza en las formas de su escritura se reconoce a Alzate como precursor del ensayo en la Nueva España, una aportación importante en el campo de las letras (Flores, Precursores 133) teniendo en cuenta que “en la pobreza literaria del siglo XVIII novohispano sólo se salva lo que ahora parecería poco rigurosamente literario” como “las gacetas y diarios de divulgación científica” (Blanco 250) a los que él se dedicó.

El deseo de expresarse claramente y la utilidad material a la que aspiraban con sus escritos, son dos aspectos que distinguieron a los letrados relacionados con el movimiento de la Ilustración en la Nueva España (Blanco 250-251). Los autores y editores de la prensa periódica, particularmente de las dos gacetas novohispanas que surgieron a finales del siglo XVIII, coadyuvaron con los intereses de la Corona española y, aunque de distintas formas por sus distintas orientaciones (literaria e informativa respectivamente), respondieron al programa cultural con que los funcionarios del virreinato en el periodo borbón se proponían educar al pueblo e introducir la ciencia moderna. En ese sentido, estas publicaciones periódicas novohispanas funcionaron como instrumento político, y como queda claro, no de particulares con libertad de expresar lo que quisieran, sino aquello que se ajustaba a los planes de los gobernantes, bajo el riesgo de ser clausuradas. José Antonio Alzate y el editor de la otra gaceta del momento (Gazeta de México), Manuel Antonio Valdés, convirtieron sus productos en canales por los que se difundieron ideales de la ilustración como el de la utilidad, así como información con la que se reforzaba la idea de un orden social auspiciado por la monarquía (de ahí que a pesar de declarar que evitaría los temas políticos, no dejó de hacer sugerencias ocasionalmente al gobierno para la mejora de su nación, según su particular perspectiva).

En esta investigación se han cubierto aspectos del contexto social en que se desarrolló la actividad de Alzate como escritor y editor, del proceso de producción de la Gazeta de literatura de México (1788-1795) con sus participantes, y de las sociabilidades que se desarrollaron en la Nueva España, para finalizar con el análisis de dos críticas a libros de viaje que implican, por parte de Alzate, un modo patriótico de interpretación. El enfoque en el estudio de las prácticas permitirá ahondar en los modos de lectura de esta época, en la apropiación material de las obras, así como en los medios que hicieron posible que dichos impresos llegaran a las manos del lector. Restituye al análisis del texto, el del lector como sujeto histórico, así afirma Chartier en una idea que complementa los planteamientos de McKenzie: “el significado de los textos depende de las capacidades, las convenciones y las prácticas de lectura propias de las comunidades que constituyen, en la sincronía o la diacronía, sus diferentes públicos” (Chartier, La historia... 55).

Por eso, si bien el título de este libro es Libros y lectores en la Gazeta de literatura de México (1788-1795) de José Antonio Alzate, sería posible entender el propósito de este trabajo haciendo un juego de palabras, y decir: Libros y lectores de José Antonio Alzate en la Gazeta de literatura de México (1788-1795). El sentido al decir “libros” es, efectivamente, ese conjunto de obras, los referentes intelectuales que el autor contemplaba y de los que es difícil sustraerse al momento de la escritura; pero también es la parte tangible, el conjunto de libros poseídos o prestados que pudieron haber ocupado un lugar en la biblioteca del autor y que serían, sin duda, una influencia a la hora de configurar materialmente sus obras; son a su vez los libros cuya identidad revela el autor a lo largo de sus escritos como referencias, mediante citas, o bien porque son objeto de su crítica, pero también los libros omitidos por temor a la censura.

En cuanto a los lectores, en la Gazeta de literatura son aquellos que pudieron leerla una sola vez y aquellos que volvieron una y otra vez a ella; cada lector con su apropiación singular de una obra que terminó por sumar diversificadas asignaciones de sentido. Es Alzate lector, pero también los lectores que comentan sobre algún libro o sobre algún texto de la misma gaceta, los lectores que leen y responden, que debaten. Finalmente, es el lector implícito en la escritura de cada texto por parte del autor Alzate, al que imagina y se dirige, a quien brinda información en lengua vulgar y no en latín, en quien desea despertar un interés por una ciencia moderna y por lo nacional, y con quien, además, desea entablar conversación; sin dejar la figura del lector explícito o histórico, para quien trabaja: el novohispano de carne y hueso, el que se convierte en potencial suscriptor, comprador, lector o incluso oidor de las gacetas, y a quien se dirige para disculparse por los retrasos, por una errata, o para avisarle del cierre o apertura de una suscripción.4

Al entrar en el estudio del siglo XVIII, época en que se desarrolló la vida y obra de Alzate, se requiere una posición en la que se tenga suficientes reservas con las posturas que relacionan la Ilustración con geografías y acontecimientos específicos –como Francia y la Revolución–, de tal forma que sea posible reconocer la singularidad del fenómeno de las Luces en territorios como la Nueva España donde particularmente el catolicismo se convierte en elemento propio de la identidad hispánica.5 En oposición al cuadro clásico de la Ilustración que la identifica con las ideas de los philosophes y con principios como la crítica a las autoridades, la tolerancia, o la seguridad que dan la observación y experimentación, Chartier lanza la pregunta siguiente:

La innovación del siglo, ¿no debe acaso leerse en otras cosas: en la multiplicidad de las prácticas a las que lleva el deseo de utilidad y de servicio, prácticas que apuntan a la administración de los espacios y de las poblaciones y cuyos mecanismos (intelectuales e institucionales) imponen una profunda reorganización de los sistemas de percepción y de ordenamiento del mundo social? (Chartier, Espacio público... 30).

En el momento “más fuerte y enfático de la modernidad”, correspondiente a “nuestra Ilustración” (Navarro 172), median prácticas simbólicamente vinculadas con el movimiento de las luces europeo, tal es el caso de la difusión de ideas a través de la prensa periódica y de formas de sociabilidad intelectual como las sociedades y academias, sin contar la idealizada República de las Letras. En este sentido, el propósito de los ilustrados, como Alzate, fue promover el debate en los lectores por medio de la crítica que en el siglo XVIII significaba “juzgar, analizar y emitir un juicio razonado de las obras escritas, bajo los fundamentos del ‘buen gusto’ ilustrado” (Flores, Precursores 133), de tal manera que los novohispanos se expusieran a una nueva forma de discusión en la que se presentaran pruebas y demostraciones para develar la verdad. Pero tampoco puede olvidarse el interés del ilustrado por legitimarse como hombre de letras ante la “aristocracia de la inteligencia” europea (Moreno, La filosofía 50) que además ponía en duda la capacidad intelectiva de los americanos. El ideal de la República de las Letras (con la que Alzate se identifica y alcanza un gran sentido de pertenencia), puede resumirse como:

una confraternidad de élite que distinguía por el mérito en literatura, erudición y ciencia; por casi una total libertad de expresión […] por la igualdad entre sus miembros desafiando rangos y orígenes; y por la tolerancia –tolerancia que era enfáticamente religiosa e incidentalmente nacional6 (Daston 374-375).

Es sólo circunscrito a la República de las Letras como se da para Alzate la posibilidad de vivir en igualdad de condiciones independientemente del origen, estatus social y creencias. Sacudido de cualquier sentido de autoridad tradicional, es decir, el de la monarquía o de la Iglesia, es en este espacio donde a pesar de las discrepancias, la igualdad se daba en términos de la validez de la opinión de todos simplemente por su calidad de hombres de letras. Alzate se vería involucrado en este ambiente intelectual a través de prácticas modernas de sociabilidad e intercambio de conocimiento, ya fuera en tertulias locales o buscando adherirse a sociedades científicas. Por eso no es extraño que Blanco lo defina como un intelectual moderno y democratizado, cuando el editor, cansado de hacer caravanas, argumenta en una carta al virrey Revillagigedo en un tono en el que hace recordar el de la respuesta de sor Juana al obispo de Puebla:7

para no ser prolijo, diré en dos palabras que los literatos, por una mutua convención, se han imaginado miembros de una República en donde sólo gobierna la razón y en donde todos los individuos sólo se consideran por la parte que tienen de literatos… (261).

Con todo y que Alzate reconoció ser un aficionado en algunas de las materias que trataba, expuso sus ideas amparándose en la legitimidad que le daba su pertenencia a la República de las Letras y la consecución del tan ilustrado objetivo de difundir conocimiento útil que llevado a la práctica elevaría a la sociedad a un nivel de bienestar generalizado. Igualmente, a la distancia, él sostiene un diálogo con americanos y europeos por igual, a partir de una red de contactos a la que accede por su pertenencia a sociedades científicas como la Real Academia de las Ciencias de París (1771) y el Real Jardín Botánico de Madrid, así como a la sociedad económica, la Real Sociedad Bascongada de Amigos del país (1773). A partir de prácticas basadas en la sociabilidad intelectual –como las que pueden rastrearse en la vida de los ilustrados en la Nueva España–, Chartier señala una forma de comprender el lugar de la cultura política en los modos de la cultura intelectual, la que identifica a las sociedades del siglo XVIII, en este caso, las sociedades literarias o científicas de la época de las Luces “con los lugares de elaboración y experimentación de una sociabilidad democrática” (Espacio público 28-29).

Se ha identificado, además, a la Ilustración europea, con un periodo de pujanza en el comercio del libro y papeles periódicos, producto de fenómenos como su distribución extensiva a sectores más diversificados de la población, la mercantilización de la literatura y la profesionalización del escritor, aspectos de la mayor relevancia para este estudio por el impacto de estas tendencias en América en donde, a diferencia de Europa, las condiciones para la impresión fueron menos favorables.8 Durante la Colonia es realmente improbable que un escritor llegara a vivir solamente de las ganancias de la venta de sus manuscritos. Incluso en Francia, donde se vivía un mayor dinamismo en la producción editorial durante el último cuarto del siglo XVIII, el grupo de escritores que carecía de títulos o de cargos en la función pública era minoritario; en cambio, más de la mitad ejercía profesiones diversas entre las que se cuenta la eclesiástica, y algunos más podían vivir de sus rentas (Bied 782). Según Chartier esta idea de sostenerse con la remuneración de la escritura surge apenas en el Antiguo Régimen cuando el escritor desea tener a la vez tanto libertad de ideas y de comercio, como la protección del rey (Libros 78-79). Es importante resaltar también que con la Ilustración se abriría la posibilidad de autentificarse como literato fuera de las instituciones oficiales que validaban el conocimiento y las artes, y que por lo tanto alguien sin títulos podía desarrollarse en el campo literario y aspirar a la publicación de sus escritos.

En Alzate se concilian diversas prácticas del escritor que permiten perfilarlo como un hombre de letras en su “sentido moderno”, según apunta Bied: “el de una condición en la sociedad, el de un oficio”9 (776). Dada su misión de distribuir por la letra impresa el conocimiento útil y su perseverante labor editorial, quizá él así se concebía, como portador de una misión espiritual siguiendo la idea de Bied, en una época en que la exaltación del prestigio de los intelectuales era ya un lugar común en el discurso académico (776). Este ilustrado novohispano intentaría abarcar –como D’Alembert lo hiciera con éxito en Francia–, dos áreas de interés para un intelectual de esta época;10 por una parte, su fracasado intento de practicar una ciencia profesionalizada en las instituciones nacionales, y por otra, su más promisoria incursión en el periodismo, como “intelectual publicista, heredero del free-thinker, capaz de proyectarse a través de los nuevos medios de opinión pública” (Mayos 55). A pesar de haberse desarrollado en un incipiente mercado cultural a nivel local, nuestro editor pudo presentar con orgullo, ante la República de las Letras, dignos ejemplares de gacetas novohispanas.

En el primer apartado del libro se exponen las condiciones que prepararon el terreno para el surgimiento de la prensa literaria en la Nueva España y su postura de lanzamiento como “diarismo crítico”. Posteriormente se parte de una propuesta de Robert Darnton: el “circuito de comunicación” que integra diversos elementos de la historia del libro para facilitar su estudio. Dicho diagrama refleja las interconexiones en el proceso de elaboración de un impreso, desde el autor hasta el lector. A partir de la idea original de este autor se presenta una adecuación del esquema al formato de una publicación periódica producido en el contexto de la sociedad novohispana a finales del siglo XVIII. Lo valioso de este modelo es que refleja el involucramiento de José Antonio Alzate en distintas partes del proceso, inicialmente como autor, luego como editor y finalmente como lector, así como su relación con el resto de los actores en el circuito. Con ello, se ha pasado de la figura del escritor que desempeña su función en la sociedad novohispana, al de los individuos que intervienen en este sistema para la elaboración de una obra periódica y que, en varios aspectos, se topan con una normativa que deben cumplir. Por ejemplo, la autoridad estatal podía imponer un formato específico para la publicación, y determinar un máximo de ejemplares a imprimir, sin contar con el proceso de trámites de censura previa, religiosa y gubernamental. Quienes participaron en estos procesos técnicos de reproducción de una obra, hacen la historia del libro en México, de la lectura y de los lectores, en la medida en que configuraron modos de representación de las ideas mediante la letra impresa.

La segunda sección corresponde al análisis hermenéutico enfocado en la ideología. Previamente se ubica a Alzate en su círculo social de relaciones, inmerso en la comunidad ilustrada y en la práctica de formas de sociabilidad propias de sus miembros, entre las que destacan las reuniones para la discusión sobre temas diversos y en las que se puede tramar la argumentación de una crítica que posteriormente pasará por medio de un escrito a la prensa periódica. La orientación a la polémica en esta época favorece la cultura literaria de los ilustrados, en un momento en que en la Nueva España se introduce el pensamiento moderno. En esta etapa racionalista que se identificó con el neoclasicismo en las bellas letras, abundó la sátira, de la que el discurso alzatiano es ejemplo. Se detecta una tendencia moralizadora en la crítica de la literatura, que Alzate alterna con una intención cognoscitiva, como en el caso del relato de viaje con su potencial para dar a conocer la naturaleza y las costumbres de los pueblos, pero que a la vez le merece comentarios negativos cuando el autor es extranjero y se denigra la religión católica. De ahí el sentido prenacionalista de sus escritos en los que no perdonará equívocos en los referentes americanos que hacen los autores de libros de viaje, pues aquello que los lectores deben saber sobre el Nuevo Mundo es sólo la verdad de quienes en carne propia han vivido la realidad americana, la observan, la experimentan y saben nombrarla, según los criterios de Alzate.

La licitud de la crítica entre los ilustrados se muestra como necesaria ante la necesidad de evidenciar el error del cúmulo de conocimientos apegados a la tradición filosófica anterior, basada solamente en la prueba argumentativa que brindaba el razonamiento lógico de las obras de autoridad clásicas. Era una ardua tarea la de los sabios con vocación para educar al público lector novohispano, como el caso de Alzate. Debía demostrarse cómo el método escolástico quedaba simplemente inutilizado ante la precisión del científico, pero también, cómo incluso teorías producto del rigor del nuevo método podían ser igualmente rebatidas cuando no se apegaban a los hechos o reflejaban una observación parcial (ideologizada) para el crítico.

Se concluye esta investigación con el estudio de la ideología en algunos textos de la Gazeta de Alzate en aprovechamiento de la reconstrucción de las condiciones sociohistóricas y los contextos de producción, circulación y recepción de las formas simbólicas que se exponen y que metodológicamente forman parte de la primera fase del enfoque hermenéutico profundo en la propuesta de Thompson (412). Para este autor, las formas simbólicas son “los productos de acciones situadas que aprovechan las reglas, los recursos, etcétera, que están a disposición del productor” (412), y en este sentido se puede hablar de dispositivos autorales y editoriales que su productor despliega en la creación de sus críticas, tanto a nivel discursivo como tipográfico. Es decir, las formas simbólicas son, como afirma Thompson, “productos contextualizados” pero también son “productos que, en virtud de sus rasgos estructurales, pueden decir algo acerca de algo” (413), y en el caso particular de la interpretación de la ideología, la interpretación de las formas simbólicas se convierte en una búsqueda por establecer “las interrelaciones de significado y poder” (423).

En este apartado la vía es el análisis formal o discursivo (en sus modalidades sintáctica y argumentativa), inscrito siempre en el análisis sociohistórico que se enfoca en las relaciones de dominación propias de los campos de interacción y de las instituciones sociales, específicamente en los casos en que para Alzate se pone en juego la imagen de la nación española, la nación hispanoamericana y la nación mexicana (tres nociones a las que el autor hace referencia y cuya connotación se aclarará en este trabajo). Al recuperar las críticas a relatos de viaje se da una nueva revisión al tema de lo nacional a partir de una metodología que permite destacar los modos de operación ideológica en el discurso. La asignación de lo que estudiosos de Alzate han coincidido en llamar, en términos generales, como “nacionalismo”, ha sido un tópico recurrente en los estudios sobre los escritos de Alzate. No obstante, interpretaciones más recientes han tendido a la matización de este aspecto y a tomar en consideración la importancia que para este autor tenía su integración a sociedades científicas europeas y su participación en la República de las Letras.11

También se incorporan en esta última parte las aportaciones de Alfonso Mendiola que al analizar los sistemas de comunicación de la sociedad europea del siglo XVI (45) a partir de la teoría de la recepción, plantea lo siguiente: el “lector proyectado por el escritor es construido desde las convenciones semánticas y literarias que él conoce” (40). En su análisis de algunas crónicas de conquista se pregunta sobre el modo en que la sociedad española del siglo XVI construye la realidad cuando todo tipo de comunicación en este tiempo se estructura a partir de una retórica (42) no sólo normativa, es decir, como reglas para la producción de discursos al socializar, sino como visión del mundo, tal como en el siglo XVIII correspondería a la científica –con la diferencia de que la primera dominaba en realidad todos los ámbitos comunicativos, mientras que la segunda es restringida (37-38)–. Lo importante a resaltar es que mientras en la España del siglo XVI que estudia Mendiola la “aceptabilidad” de la comunicación se daba en la medida en que se adaptaba a una moral cristiana, la sociedad moderna desplaza el criterio moral para dar pie a la “verdad” en la comunicación científica.

Mendiola deja ver cómo en el plano extralingüístico operan normas ajenas a las reglas gramaticales que a través de las instituciones se imponen a los individuos en una sociedad jerarquizada (88). En el siglo XVI se consideraba dentro de la norma que el escritor (cronista) impugnara al monarca porque, moralmente, la obligación del primero era indicarle al segundo lo necesario para guiar responsablemente a su pueblo (88). En el siglo XVIII, es al científico moderno quien la misma monarquía le concede esta autoridad de aconsejarlo en asuntos administrativos, con proyectos que impulsaran el progreso económico. Así, mientras que con una finalidad didáctico-moral, la crónica de conquista en la que “se alaba al bueno (al cristiano) y se vitupera al malo (el idólatra)” (89), ocupó durante el siglo XVI el lugar del discurso dirigido al monarca, se podría decir que en algunos escritos del siglo XVIII se escribe sobre cuestiones científicas en las que se elogia al que se apega a lo verdadero (el moderno), y se censura al que presenta información falsa (el escolástico o apegado a la tradición), en beneficio del nuevo conocimiento cuya efectividad práctica está basada en el método científico.

Es este un momento en el que la “verdad” comienza a constituirse en un medio simbólico a partir del sistema de comunicación científico. Desde un análisis ideológico puede verse cómo a través del lenguaje periodístico y científico, como el de la Gazeta de literatura, se introducen nuevas formas de legitimación en el discurso. Particularmente en el tema de la defensa de lo americano con el que Alzate está muy comprometido, es pertinente la aplicación del modelo de los modos de operación de la ideología en las formas de construcción simbólica que operan en su discurso como los de legitimación, unificación y fragmentación que propone John B. Thompson. Dado que ante estos planteamientos queda asimismo en evidencia la estructuración retórica de un discurso con el que se pretende persuadir, el análisis ideológico llevará su vez a identificar los recursos complementarios a los que el autor recurre en la búsqueda de hacer más efectivo su mensaje y que se relacionan con la ortografía y la tipografía.

El estudio de la ideología adquiere relevancia porque además de los cambios en las formas de pensamiento, en géneros de escritura como el relato de viajes, en las prácticas de escritura, editoriales y de lectura a finales del siglo XVIII, el desarrollo de los medios impresos de comunicación permitió que las formas simbólicas circularan a mayor escala y llegaran a públicos distantes en el espacio, con lo cual, los fenómenos ideológicos, aunque fuera de manera incipiente, comenzaron a convertirse en fenómenos de masas (Thompson 386). Es cierto que la circulación de las formas simbólicas a través de medios impresos estaba muy ligada todavía a “redes específicas de individuos” (386) en la sociedad novohispana, pero a la vez las virtudes de estos medios de impresión hacían posible su recepción en foros públicos distintos a los que frecuentaban las élites cultas o incluso más allá de las fronteras americanas; igualmente, la formación de la opinión ya no se limitaría a la discusión cara a cara o bien, el diálogo podía ser sólo una experiencia previa a una respuesta dada por el mismo medio impreso con relación a un tema puesto a debate, como sucede en las gacetas novohispanas. Como explica Thompson, el carácter de “público” sufre una modificación a partir del desarrollo de los medios impresos de comunicación masiva, en un proceso por el cual deja atrás poco a poco su naturaleza espacial y dialógica para distinguirse cada vez más por el criterio de “visibilidad” característico de una nueva forma de recepción de los mensajes que se hacen accesibles a una cantidad indefinida de individuos ubicados en espacios privados (357-358).

Situada esta investigación en el campo de la cultura escrita, se ha decidido darle un enfoque flexible e interdisciplinario que abarque el estudio de lectores, libros, y relaciones intra y extra literarias en la Gazeta de literatura. Este ámbito de estudios se caracteriza actualmente por una “hibridación disciplinaria y una hibridación de tradiciones nacionales” entre las que se encuentran la bibliografía anglosajona, la historia de la escritura italiana, la sociología cultural de tradición francesa y corrientes de crítica literaria provenientes de la teoría de la recepción alemana o del new historicism estadounidense (Chartier, “Las ciencias sociales” 177).

La idea de las estructuras de poder que emanan de las instituciones en la conformación de lo escrito, así como la ideología productora y reproductora de modos de significación específicos, en este caso, la ilustrada, forman parte de una posición crítica desde el nuevo historicismo que aquí se pretende tomar. Esta corriente se presenta como una alternativa en apoyo a disciplinas como la teoría literaria y la historia de la literatura, pero más aún, para su renovación. El punto de vista del nuevo historicismo obligó “a los historiadores de la literatura a ‘salir’ de los textos para ir al encuentro del mundo social en que fueron escritos, transmitidos y recibidos” (Chartier, El juego 202), de la misma forma que la bibliografía, al definirse como sociología de los textos, dejó de excluir las que por mucho tiempo consideró como “perturbadoras complejidades de la interpretación lingüística y de la explicación histórica”, en la creencia de que sólo podía mantener el estatus de “científica” si se limitaba a las evidencias materiales para su trabajo (McKenzie 32-33). Este entrecruce de perspectivas resulta aquí valioso por ser un caso en que las prácticas editoriales (con su canon tipográfico) inciden en la transformación del canon literario a través de un tipo de crítica que aporta su significado, tanto por su discurso mismo, como por su forma de disponer el texto en la página impresa.

La evolución de la definición de la literatura en un contexto de prácticas cambiantes –tanto más aún a partir de su difusión por medio de la imprenta–, así como sus metodologías de comprensión y acción, generan la necesidad de delinear nuevos límites en la disciplina literaria. En la era de los postestructuralismos se ha logrado anclar de nuevo el texto literario al contexto de emisión o producción, trascendiendo en los estudios literarios “la oposición entre formalismo e historicismo mediante una nueva forma de práctica crítica textualista y materialista” (Montrose 184).

Una vez reconocida la dependencia en la actividad literaria de fuerzas sociales que posibilitan o imponen la realización de una obra, cabe recordar que en cada época la definición de lo literario está en relación con las características de otro tipo de discursos, también sociales, y que sin un análisis contrastivo sería imposible definir el estatuto de lo propiamente literario. En el siglo XVIII novohispano el fenómeno del periodismo ilustrado genera una dinámica en la comunidad cultural de interpretación y de lectores cuyo análisis se plantea como una aportación enriquecedora para la historia de la literatura.12 El conocimiento de las competencias lectoras de los novohispanos, de sus formas de producción de escritos y formas de apropiación lectora, contribuyen a un “proyecto de una nueva crítica social e histórica en el campo de los estudios literarios” orientado a “analizar la interacción de prácticas discursivas específicamente culturales, incluidas las que forman y reforman los cánones culturales” (189).

1) Categorías que propone Urzainqui en su estudio sobre la prensa española (peninsular) y que aquí se recuperan por su pertinencia para el caso novohispano. Ver la sección “Aparición del diarismo crítico” de este libro.

2) Para la revisión de los aspectos biográficos de la vida de José Antonio Alzate remito a los siguientes autores incluidos en la bibliografía de esta investigación: la obra en general de Roberto Moreno de los Arcos, Rafael Moreno y Alberto Saladino, y los estudios específicos de Juan Hernández Luna y Agustín Aragón Leiva. A la información más elemental sobre nuestro personaje como la fecha y lugar de nacimiento proporcionados al principio de la “Introducción” se añade que su padre fue Juan Felipe de Alzate Garro y su madre María Josefa Ramírez de Santillana Pérez. En 1747 sus padres pasaron de Ozumba a la ciudad de México, en donde Alzate ingresó al Colegio de San Ildefonso y a los trece años a la Real y Pontificia Universidad de México. El 12 de enero de 1753 obtuvo el grado de bachiller en Artes y el 30 de abril de 1756 el bachillerato en Teología.

3) Diario literario de México (1768), Asuntos varios sobre ciencias y artes (1772), Observaciones sobre la física, historia natural y artes útiles (1787) y Gazeta de literatura de México (1788-1795).

4) Según los postulados de la estética de la recepción, para Jauss debe darse primacía a una hermenéutica del lector implícito, sobre la del explícito, con el fin de derivar con mayor precisión los aspectos de un primer código que sería el de la “función del lector prescrita literariamente”, del segundo código correspondiente a “un tipo de lector determinado histórica y socialmente” (Jauss 78) en el que subyacen estructuras de comprensión previas y proyecciones ideológicas (79).

5) Así lo apunta Guerra en relación con el aspecto religioso, pero se extiende también en otros como las circunstancias políticas en la sección “Francia y el mundo hispánico: semejanzas y diferencias”, del primer capítulo de su obra.

6) “an elite confraternity distinguished by merit in literature, scholarship, and science; by near total freedom of expression […] by equality among members, in defiance of rank and birth; and by tolerance –tolerance that was emphatically religious and incidentally national” (traducción de la autora).

7) Sor Juana en su “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz” (1691) da a entender, como Alzate, que la jerarquía en la cultura la dan los conocimientos y la inteligencia.

8) En el capítulo sobre la “Ilustración católica” de su tesis sobre Alzate, Temple destaca que en un escenario novohispano de condiciones adversas para la publicación (censura, altos costos de producción y limitadas circulación y crítica), a los periodistas que surgieron en esta época se les puede considerar como benefactores del bien público (15).

9) “celui d’un état dans la société, celui d’un métier”.

10) Para más información de este tema véase Mayos 53-75.

11) Según Clark, la pertenencia a sociedades científicas europeas era estratégica para Alzate en la medida en que carecía de una posición institucional que validara su conocimiento científico: “Despite his links with governmental and ecclesiastical authorities in Mexico, Alzate did not hold a position of power within the local established institutions of knowledge. Although he had trained in Theology at the Pontifical University his background in the sciences came as a result of personal study and interest and, as such, lacked the official seal of approval. As a result, and perhaps in response to this situation, his links with European societies and institutions were the key to recognition on both an international and a local level and the foundation from which to launch his arguments. His access to the European publications linked to these same institutions was a further step toward claiming their literary authority and verifying his opinions...” (“Lost” 155). En otro ejemplo, los conceptos de “esfera pública” de Jürgen Habbermas y de “comunidades imaginadas” de Benedict Anderson le sirven a Montero para analizar la Gazeta de Alzate como un documento de la vida nacional (“Constructing” 45) y reconocer algunos elementos clave presentes en sus textos que servirían para hacer surgir una afinidad intelectual entre el autor y los lectores (44), lo que a su vez podría haber dado pie al surgimiento de un patriotismo criollo y de una conciencia histórica: el orgullo por su tierra, la revaloración del pasado y conocimiento indígenas, su defensa de América y de su gente y su constante promoción del conocimiento útil para la mejora del modo de vida en la Nueva España (47). Finalmente la posición de Hébert en su tesis de maestría es más contundente respecto a la necesidad de superar las interpretaciones de clave nacionalista que se han hecho de los escritos de Alzate (27), e invita a ubicar el trabajo del novohispano en un contexto histórico más universal (30) para lo cual retoma los planteamientos de Fiona Clark aquí expuestos, y añade que la propia acción de incursionar en la prensa periódica en la época era un signo del deseo de un miembro de la República de las Letras de contribuir en el progreso de las ciencias (32); de ahí que Hébert considere la tarea de Alzate como “una empresa periodística sabia”, propia de una comunidad erudita internacional como la República de las Letras. Para esta investigación han sido fundamentales las ideas sobre la República de las Letras de Álvarez y de Goodman, por la influencia que tienen en Alzate los literatos españoles y franceses, específicamente sus prácticas como escritores y periodistas en el contexto ilustrado.

12) En la década de los ochenta surgió un proyecto para la creación de una obra que sirviera tanto al especialista como al “gran público” y que vinculara “la literatura con la historia, especialmente en sus aspectos sociales y culturales”, a partir de un vacío detectado respecto a la existencia de una historia de la literatura mexicana con una perspectiva crítica (Garza, “Historia” 555). Más allá, se detectó la necesidad de abarcar en estas publicaciones “todo aquello que enriquezca la relación entre la literatura y el contexto social”, por lo que se planteó la inclusión de temas que vinculan el fenómeno literario con la prensa (periódicos y revistas), además de literatura popular y escritos científicos y filosóficos (555). En este sentido se da un reconocimiento de la literatura como un fenómeno que por una parte se nutre para su conformación de otros relacionados con la difusión de ideas, como el periodismo, y por otra enriquece el ámbito relacionado con la cultura escrita a partir de las prácticas que genera. El proyecto de una nueva historia de la literatura mexicana permite asimismo enlazar, desde una perspectiva crítica, dicha área con los estudios de la historia del libro. Es así como en su primer tomo aparece el artículo “El desarrollo de la imprenta”, de Ana Carolina Ibarra, quien de manera definitiva ancla el enfoque de la cultura escrita al de la historia de la literatura mexicana. Véase Garza y Baudot para el volumen 1, Chang-Rodríguez para el 2, y Vogeley y Ramos para el 3.