EL AUTOR


Joan Simó es un artista único. En vías de extinción. Un pura sangre sin domar. Cafeinado y cargado, sin leche, no le van los sucedáneos. Sin concesiones. Un performer a la antigua usanza. Simó es un artista más propio del S.XIX, un ser extra-sensible, extra-terrestre, un perturbado mental, un desterrado, un poeta maldito, alguien que no es y que no quiere ser de esta sociedad. Eternamente enfadado con el mundo que le ha tocado vivir, se ha convertido en un artista auto-marginado de una sociedad que está demasiado adormecida y auto-anestesiada para entenderle o para admitir que le entiende o que le gusta su arte. Joan es un niño encerrado en un cuerpo de gigante. Un clown que no pretende hacer reír. Jean Simó tiene todo por decir a un público que no tiene nada que escuchar. Altamente recomendable. 

Kiku Mistu 



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Colección Ensayo


LO SEMEJANTE


JEAN SIMÓ





La equilibrista


© 2016, Jean Simó


© 2016, La Equilibrista


info@laequilibrista.es


www.laequilibrista.es


Primera edición: septiembre de 2016


Diseño y maquetación: La Equilibrista


Ilustración de cubierta: Jean Simó y estudio Marta Aymerich


Imprime: Ulzama Digital


ISBN: 978-84-945297-6-4


ISBN Ebook: 978-84-945297-7-1


Depósito legal: B 19598-2016


Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.


Dedico este libro a los insistentes diseñadores

de laberintos sin salida


I


REFLEXIÓN


Me encuentro entre dos abismos: uno, el heredado por una humanidad de mil y un caminos inacabados, interminables. El otro es un final de trayecto donde, con un solo paso, puedo desprenderme en un instante de lo que no quisimos encontrar en nuestros inventados laberintos.


La voluntad de adoptar un lastre nos limita y con ello formamos la duda que construye lugares inexistentes por los que nos proponemos peregrinar, jamás llegaremos, son nuestros destinos fantásticos resultado de nuestra voluntad.


Para no concluirlos, los manipulamos con la razón y así justificamos, indebidamente, que por causas superiores estos caminos eran erróneos. Una forma de no concluir los rumbos para así dirigirnos, de nuevo, hacia otro lugar perdido.


Hay una voluntad superior para autoentorpecerse, cuya intención es convertir lo absurdo en concepto, una lucha constante en la que la voluntad de adoptar la confusión mantiene en un limbo, a la espera de una nueva pasión que nos guíe hacia otro lugar.


Parece ser que a más de media humanidad le gusta justificar sus actos responsabilizando a los demás para asumir el papel de mártir. Una forma fácil de convertirse en víctima y así no tener remordimiento, culpabilizando a la mano ajena...


He escogido el fútbol como referente de la doble moral porque este se adapta perfectamente; a través de él, analizaremos e iremos desmenuzando el verdadero objetivo de este libro que es el comportamiento humano, o quizás deberíamos decir inhumano. El fútbol socializa una actitud que funciona aun siendo contraria a nuestras pretensiones de civilización. La voluntad de querer exterminar y esconder la doble moral hasta la fecha no ha variado, es impoluta desde su principio, quizás nos deberíamos plantear adoptar la xenofobia como símbolo supremo de civilización, no tiene sentido estar buscando durante milenios soluciones que nos lleven a la armonía y que estas se disuelvan.


Religiones, políticas, líderes, de todo ello no se desprende igualdad, sino la justificación del exterminio hacia lo semejante, es decir que algunos semejantes para convivir necesitan exterminar y justificar.


El fútbol es, hasta hoy, lo más representativo de la doble moral, es el logro de los adversos, puesto que la evolución forma parte de la civilización y, según este principio, debería tender a mejorar, es difícil soportar que media humanidad a estas alturas se estimule con el atrofio que genera ver un objeto parecido a nuestro planeta que se patalea. Por eso dedico este libro a los practicantes de doble moral, a los que se han paralizado por propia voluntad a través de una pelota. A los que impiden otra vía de civilización. En pocas palabras, a los que miran fútbol.


Como humano, tengo derecho a juzgar y, en este caso, puedo condenar sin duda ni remordimiento, ya que la sentencia va dirigida a quienes entorpecen la evolución.


Lo expuesto en los siguientes capítulos tiene sobrados motivos para condenar y ofreceré argumentos para reflexionar sobre ello. No propongo ningún nuevo camino, o invento, condeno una actitud humana todo ello sin cuestionar las ideologías y que, por sufrir sus consecuencias, como humano me siento en pleno derecho de ejecutar.


Es mi sentencia hacia el único camino que más de media humanidad da por concluido, el que busca el goce arbitrario e individual de la supremacía sin superación ni remordimiento alguno, simplemente para sentirse superior humillando lo semejante y representándolo a través de una pelota.


La condena se basa en los resultados de esta voluntad xenófoba, cuyo contenido es degradar a la propia especie humana usando como herramienta una pelota y la frase hijos de puta, argumentos con los que no se puede demostrar lo que representa el fútbol.


No se puede justificar un acto que humille, aunque lo practique una mayoría que en este caso es consciente de ello; la xenofobia del fútbol es injustificable, ya que sus seguidores no la saben ni siquiera razonar.


No quiero terminar como un loco o un inadaptado por condenar el fútbol, escojo volver atrás para asegurarme de que todos los caminos de las ideologías fueron inútiles, pues han concluido con el fútbol. Elijo mi destino hacia lo inverso y así descubrir en esta ruta el principio.


Hay dos clases de humanos, los que reciben la vida tal como es, y los que imponen su razón para sobreponerse a lo universal obsesionados en justificar los conflictos. Estos últimos, por propia voluntad, yerran hacia perdidos horizontes condicionando con su agresividad y clasismo a quienes no nos emocionamos viendo una pelota dentro de un estadio. Más de media especie es incapaz de existir sin aplicar la xenofobia, el problema de quienes la ejercen ha sido justificarla sin posteriores represalias o remordimientos.


El fútbol establece que la doble moral es humana y legal, por eso quienes necesitan la xenofobia hacen lo imposible para desvincularse de sus utopías, y encuentran en el fútbol una forma legal de identidad que justifica la supremacía sobre el resto de la especie. El fútbol proporciona a los xenófobos la herramienta legal para marginar.


Cuesta entender que sea motivo de satisfacción, en cualquier rincón del planeta, instalar sistemas de seguridad en los estadios para que los aficionados al deporte, el civismo y la vida sana no terminen descuartizándose por culpa de un fútbol.


Desprenderse del remordimiento es algo que se ha buscado insistentemente desde el principio de la civilización, desde el momento en que lo humano empezó a organizarse y, con el fútbol, la degradación humana se logró socializar sin remordimiento.


El fútbol es el mayor acto social que une nuestra especie, tiene las ventajas de representar lo que la mayoría proyecta, podría ser utilizado por cualquier creencia y condición, sin embargo, es lo que más se aleja de lo pretendido como civilización. Su desventaja es que este representa un logro universal, y con él nuestra raza se puede quedar en un atontamiento voluntario de forma indefinida.


A diferencia de las interpretaciones de supuestas divinidades en temas de religión o las interpretaciones de los auténticos derechos a través de la política, en el caso del fútbol nadie es capaz de razonar su porqué, es el colectivo más perfecto y sublime que hemos creado sin nada que lo interprete, paraliza todo lo que le ocurre a media humanidad. Qué interés tan ciego puede haber en concentrase viendo a unos individuos detrás de una esfera, para que a diferencia de dioses y política, del bien y el mal o de una guerra creada por ideales o por fe, estos intereses se vean superados por una pelota.


No por ser ajeno al fútbol me siento extraterrestre, soy consciente de que mi genética es semejante a la del resto de humanos, pero estoy seguro de que el resultado de mi estudio me hará sentir algo superior a la de los relacionados con él.


Dado que la democracia da el derecho a la igualdad y libertad de expresión, y que el libro no ofende a ningún ideal puesto que en el fútbol no existe tal, simplemente expongo lo que ocurre con una pelota.


Podré comprender la desesperación de los hinchas que con este libro darán fe de su falta de argumentación ante un contrario, porque todavía hay gente que repudia el fútbol y piensa que alejarse de él es amar la vida en una forma evolutiva y honesta.


II


LA PELOTA


Antes de empezar a interpretar cualquier tema, invento o ideología, se suele realizar un planteamiento de las posibles consecuencias que devengarán los resultados de ese propósito. No es así en el caso del fútbol, pues nadie quiere explicar su porqué. Por eso no puede haber un estudio que analice sus resultados, porque el resultado es la propia actividad, y su violento contenido se disimula aparentando una atrevida ignorancia.


En la actualidad, quien no se interesa por el fútbol es tachado de asocial. Más de media humanidad, por voluntad propia, se degrada a sí misma con este mecanismo que muchos denominan fenómeno. Digo mecanismo porque el fútbol es producto del resultado de miles de años de la humanidad, con él se ha logrado uno de los principales objetivos: juzgar gratuitamente. Permite de forma latente condenar o buscar un conflicto innecesario sin cargo de conciencia.


La intención de este estudio-sentencia es que los aficionados al fútbol queden declarados como seres inferiores por voluntad propia, por la forma en la que este se desarrolla, y desacreditar su epicentro erróneamente denominado colectivo.


Todo es individual, el fútbol es la prueba de ello, no es una ideología, no es un fenómeno, es un mecanismo cuyo resultado permite y expone la universalidad de lo que muchos buscan, da igual el lugar del mundo donde gire la pelotita, el fútbol es así.


Durante años, sobre los escenarios he intentado representar como cómicas y desajustadas las ideologías que condicionan a nuestra especie. En todas ellas hay interminables dudas y lagunas que no hacen más que desacreditar su contenido. El ser humano suele abrazarse, como quien se ahoga, a las ideologías. Sin sentido alguno, las conceptualiza basándose en lo inconcreto de estas. Cualquier ideología se practica con la finalidad de no alcanzarla, y si esto ocurriera, se cambiaría de ideología. Realizar al completo una ideología la destruiría, ya que se alimenta de la contradicción y de la razón y se mantiene por el estímulo que provoca vencer sus obstáculos. Abrazar una ideología es una interpretación falsa de la existencia, solo se puede interpretar la existencia con lo que la rodea, la ideología no tiene lugar en la existencia porque sus inconcluyentes planteamientos nunca le permitirán ser. Las ideologías se utilizan con el propósito de querer interpretarlas, no de ejecutarlas. Prueba de ello es que todos los pertenecientes a una ideología tienen una versión particular de ella y una contradicción. El predicador de una ideología jamás pasa a la acción, espera a quienes le obedezcan para ejecutarla y, con esta situación, mantiene una existencia desajustada amparada por la duda que se genera.


Para muchos, el fútbol es el fruto de todas las ideologías. Líder o masa he aquí la cuestión, el fútbol está por encima de cualquier fenómeno, no tiene ni líder, ni masa, ni leyes.


Las degradaciones injustificadas del pasado han permanecido como una lacra en el remordimiento de la humanidad. Hasta que apareció lo peor de nuestra evolución, miles de años buscando la justificación de la agresión sin remordimiento, y esto por fin se socializa universalmente con el mecanismo fútbol.


La agresividad de otras ideologías es más débil porque es un fenómeno que sin el colectivo no existiría, no como en el fútbol, en el que se puede desarrollar desde cualquier situación en forma individual.


Para no incurrir en el remordimiento, se cede el uso de la última palabra, y así se deja en paz la conciencia y el entendimiento; este siempre ha sido el gran objetivo de la especie: condenar sin remordimiento. Por ello quiero adentrarme en el fútbol, un componente universal utilizado por más de media humanidad que carece de ideologías y planteamientos, y cuyos resultados funcionan en cualquier rincón del planeta y en el que, aquí sí, el colectivo esconde lo individual.


Es fácil cuestionar cualquier ideología (basta con compararla con otra y, partiendo de su inicio, analizar los resultados), ninguna ha triunfado honestamente. Es decir que los ideales colectivos solo nos mantienen en la postura mediocre de imponernos al resto de la especie por medio de una razón teórica, y ello solo crea rivalidades que se alejan de la existencia natural y de la propia ideología. Hay gente a la que se la denomina loca o que está fuera de la verdad por el simple hecho de estar en contra de una mayoría ideológica. Esta acusación, fruto de un clasismo infundado amparado por el colectivo, es una prueba más de que las ideologías, dada su composición, son excluyentes. La diferencia con el fútbol es que, en cualquier lugar civilizado del planeta, a los que no están en la mayoría del fútbol no solo se los excluye, sino que se los tacha de asociales. Estas acusaciones son tanto individuales como colectivas, y se recogen en todos los ámbitos.


El mecanismo que proporciona el fútbol es universal. Alguien de una remota tribu, que ve por primera vez fútbol y se interesa por él, utiliza la misma euforia xenófoba que el más veterano de los hinchas de un equipo de fútbol occidental. Ambos tendrán complicidad viendo una pelotita y, aunque no se conozcan, si están en el mismo bando, gritarán como locos «hijos de puta» a sus adversarios. Es decir que ciertos humanos que se repelen entre sí por sus diferencias de raza, cultura, ideología, con el fútbol se olvidan de sus confusas identidades, ya que este posee un mecanismo diferente y mejor para discriminarse: se puede alcanzar la xenofobia perfecta juzgando y degradando sin remordimiento.


Con este estudio intentaré desacreditar la actitud universal que se desarrolla en el fútbol, que es el fruto de milenios de civilización. Burlarse de una ideología puede ser peligroso pero también favorable, porque podría fomentar la creación de un nuevo liderazgo.


En mi insistencia por desacreditar las obsesiones ideológicas, me encontré que nadie se burla del fútbol, la burla es necesaria siempre que se aplique hacia los que practican la doble moral. La ideología sin la doble moral no existiría, por lo que reírse de ella sería introducirse en la contrariedad de la razón, de un nuevo peligro. El fútbol, aun no siendo un ideal, es el mayor ejemplo de doble moral; a diferencia de cualquier ideal en el que este es manipulado por el líder, en el fútbol, puesto que no hay líder, todo su entorno es partícipe de su falsedad. Por eso su universalidad triunfa sobreponiéndose a lo milenario, a lo integrista, a la vanguardia. El fútbol es un mecanismo individual que utiliza la mayoría de la especie y que contagia con su entorpecimiento el desarrollo. Burlarse del fútbol no debería ofender, ya que es burlarse de una pelota.


Pensé en cómo podría burlarme del fútbol si no es comparable a nada, no representa a nada y, sin embargo, sitúa en un segundo plano a otras ideologías y tradiciones; además, media humanidad precisa de él para identificarse como especie. Era imposible burlarse del fútbol aunque me sintiera con la fuerza de una hormiga capaz de levantar sin problemas siete veces su peso. Con esa fuerza me sentía ante el fútbol diminuto, como si esa hormiga quisiera intentar derribar una muralla de acero, como víctima de la coacción universal que este realiza hacia quienes no lo comparten. Necesitaba, como humano, desenmascararlo como falso pretendido símbolo social. Su zenit ha sido convertir la hipocresía en razón, es la expresión de la supremacía sin pasar por las ideologías.


Estas afirmaciones que ahora pueden parecerle al lector desproporcionadas las iré desarrollando a lo largo del libro, pues tras cada una de ellas hay una reflexión demostrable. Después de años con el deseo de este objetivo, me encontré cercado por su magnitud, pero al mismo tiempo fui entendiendo que en el fútbol nadie sabía de su porqué; me bastó analizar una tras otra las cientos de respuestas que representa la pelotita y pude comprobar que todas terminaban en la inconclusión, eran falsas, indemostrables o evasivas. Hoy día puedo decir que el contenido para desmitificar el fútbol es tan grande que lo he tenido que limitar. Cuanto más profundizaba en el tema, más negativo se tornaba hacia la especie humana.


Yo soy un asocial, según sus códigos pertenezco a una minoría rechazada por la mayoría social a la que pertenecen dada su magnitud, y ese hecho no se contempla como xenofobia, sino como parte de los mecanismos de la sociedad actual.


Hoy en día quien no mira fútbol es tachado de inferior; por ello, como ser universal que rechazo el fútbol, estoy en el derecho de responder y dedicarles la más profunda crítica por haber aceptado una forma de vida inferior a la que quiere promover nuestra especie. Es sorprendente ver la reacción de los aficionados al fútbol cuando dices que este tema no te interesa y que no tiene sentido ver a unos individuos detrás de la pelotita mientras un estadio lleno se vuelve loco por ello. Por eso, cuando le comentas lo absurdo del tema a un aficionado, se queda desposeído de la existencia, es como si le arrebataras lo que más aprecia en su vida. ¿Qué será de mí si no veo fútbol? ¿A quién le podré decir «hijo de puta»? Si no hay fútbol no hay nada, no existo. ¿Por qué?


Siento vergüenza al ver la ocupación masiva de bares y lugares públicos, las emisoras de radio y televisión incesantes durante los partidos, el modo en que invaden al resto de la sociedad cuando bloquean una nación para ir a ver una final de fútbol en lugar de preocuparse del bienestar. No me queda más remedio que martirizarme psicológicamente aguantando la apropiación de los hinchas de todo el planeta y, en este martirio impuesto, expongo mi repudio hacia el fútbol. Su resultado supera la razón contradictoria de cualquier ideología.


No importa cuál sea el orden de sus factores, el fútbol es un mecanismo que, de una forma compleja y controlada por el consciente, convierte al individuo alejándolo de la espiritualidad, la naturaleza, lo universal, ¿cómo serían los hinchas sin su fútbol?


Pero comencemos a desarrollar razonamientos que den soporte a esta indignación; como ya he dicho, basaré mi rechazo en pruebas y no en insultos sin base.


A lo largo de nuestra historia, se ha buscado incesantemente cualquier sistema de exhibición gratuita de supremacía hacia lo semejante.


Nada como el fútbol ha unido tanto a la humanidad hacia la humillación. Este hace olvidar a los filósofos su explicación sobre la existencia; a los intelectuales, sus ideas sobre la igualdad; a los integristas, su particular terrorismo; a los políticos, sus particulares democracias; a los antropólogos, su empeño por el estudio humano; a los religiosos, su fe invisible; a los invasores, sus ansias de poder; a los ignorantes, su ignorancia; el fútbol lo paraliza todo, ¿por qué?


El fútbol demuestra que todo lo que ha formado parte del desarrollo humano no ha avanzado porque sin la doble moral no podría existir. Convivimos repetidamente con los avances que queremos denominar como progreso pero que son los mismos desde que existe la interpretación de nuestros mecanismos.


A medida que avanzamos, solo cambiamos el orden de las cosas. El mejor ejemplo lo encontramos en la informática. Hace unas décadas, la tecnología vendía que sus efectos nos permitirían acortar el tiempo de trabajo, dinero electrónico inviolable, se podrían hacer videoconferencias con el otro lado del mundo a través de un móvil. Todos esperábamos el futuro anunciado, por fin dispondríamos de algo existente y no como las leyes, profecías y milagros, que solo son goces de la imaginación. El futuro, hace unas décadas, era esta tecnología que nos traería el cambio más integral de la humanidad... Ahora nos encontramos con que a más tecnología menos tiempo se tiene, y los robos de antaño son calderillas comparados con los producidos a través de las redes, eso sí, siempre está la esperanza de que la informática funcione legalmente y sin fallos.


La humanidad jamás ha estado tan comunicada y jamás ha habido tan poca comunicación; la Revolución francesa se sirvió de unas decenas de pergaminos, la del Mayo del 68, de unas miles de fotocopias que se hacían a golpe de manivela, y ahora que todo el planeta está conectado en directo ¿qué hemos resuelto?


En los últimos años hemos acelerado la aparición de infinitos fenómenos sociales, esto ha provocado una disminución del estímulo.


Vivimos en una repetición de liderazgos, de libertades diferentes que nos saturan a fuerza de comparaciones. A diferencia de antaño, cuando un cambio social tardaba varias generaciones en suceder o desaparecer, actualmente todos los cambios tienen como finalidad vivir mejor, y cuando los alcanzamos, nos encaminamos desesperadamente en busca de otro.


Con el tiempo, nos encontramos con que todos los mecanismos sociales van acercándose más. Las comparaciones cada vez son menos distantes. En la situación actual, el hecho de ir reduciendo las diferencias nos ha ido llevando a comprender mejor quiénes somos. Hoy en día, a pesar de sentirnos más parecidos, existe la cognición de que la humanidad es un laberinto de posibilidades inconclusas. La pluralidad de opiniones acertadas nos impide ponernos de acuerdo. La rivalidad ha crecido y con ello sus conceptos. Un rival de guerra en Occidente hasta hace unas décadas se podía exterminar con el todo vale sin remordimiento, porque los resultados de los actos con muerte se juzgaban como amigo o enemigo de un sistema, lo que autorizaba a rematar a un desconocido usando la fuerza de la rabia; el odio de antaño para matar era una ilusión inconcreta utilizada por los nefastos que la interpretaban como justa, es la misma que en la actualidad utiliza la filosofía hincha. Pero para ejercer el auténtico odio, se ha de estar en semejanza de condiciones y jamás ha existido un acuerdo previo antes de un conflicto con una igualdad aceptada por dos o más partes. Nos encontramos con lo mismo en la política, la democracia es el peor acuerdo que ha hecho la civilización, su resultado es no estar de acuerdo nunca.


En Occidente el tiempo ha eliminado lo bélico en el cara a cara, se van haciendo pactos internacionales, más vale sobrevivir que quedar herido, una forma de huir de la desastrosa guerra. Tal resultado nos lleva a las crisis económicas. Los enfrentamientos cuerpo a cuerpo desaparecen y los traidores de la especie o hinchas buscan una situación en la que dar rienda suelta al odio que permita el enfrentamiento gratuito. En este punto, llegamos de nuevo a la doble moral del fútbol. Un encuentro en el que existe un acuerdo de igualdad previo al enfrentamiento y en el que esa inexistente pretendida igualdad (no significa armonía) se ha buscado para crear el deseo de ganar aparentando igualdad de condiciones para, con ese resultado, utilizar la supremacía o el todo vale como respuesta a lo interpretado, para poder interpretar ese acto de igualdad como injusto por una de las partes. El fútbol demuestra esta necesidad de buscar un rival desconocido y ganarlo con doble moral; esta es su supremacía, un resultado que no se relaciona con la superación, sino con el ansia de derrota. La auténtica igualdad ha de estar exenta de doble moral, que es lo que ignora el fútbol al tiempo que pretende ser lo más social que ha hecho la humanidad, aceptando un pacto de igualdad por ambas partes antes de cada encuentro. Todo individuo participante se encuentra en él por voluntad propia y de forma independiente. Los participantes, sin conocerse, tienen la predisposición de enfrentamiento necesario hacia otro semejante con la finalidad de odiarlo por ser humano de distinta «camiseta». A partir de su llegada, mostrarán una cordialidad fingida que, según los acontecimientos, se transformará en un claro enfrentamiento a campo abierto en el que cada ser podrá dar vía libre a sus instintos de forma individual y sin restricciones, justificando a modo individual la humillación, los ataques verbales y físicos; allí no hay ley, y si en algún momento la hubiera, el sistema socio-futbolístico se encargará de protegerlos.


El fútbol, a diferencia de cualquier ideología, como se explicará a lo largo de este libro, contiene unos factores oscuros y únicos que lo ensalzan como puro. Los hinchas no forman parte de un colectivo como, por ejemplo, una religión, en la que quienes la practican se sienten elegidos bajo un acto de fe, o una política en la que el tema igualdad solo está en la palabra de sus mítines, o una idea filosófica que nos lleva a una razón imaginada por lo contemplativo. Los hinchas forman parte de un sistema exento de remordimientos cuyo lema es así es el fútbol, en el que la supremacía sobre lo semejante es gratuita bajo la bandera de la voluntad hacia el conflicto. Que un jugador profesional, con disimulo, le dé una patada a su contrincante, más la vista gorda del árbitro y más una pelota, todo ello se traduce en que cientos de policías tengan que vigilar un estadio para que los hinchas no se maten entre sí.


Después de probar mil y un sistemas en la sociedad, algo no funciona cuando calificamos el fútbol como deporte. Es un concepto que refleja lo que no queremos alcanzar, la conclusión de que no evolucionamos, quizás el único final de trayecto concluido por la humanidad. Es lo que nos puede llevar a decidir una nueva interpretación de la vida o quedarnos en la más primaria de nuestras virtudes. Hasta la fecha, el fútbol es el único acuerdo en el que no existen diferencias en lo pactado, no existen porque está la posibilidad de que la otra parte las ignore: esto es la doble moral. En este acuerdo de igualdad, se puede llegar a expresar el odio integral que jamás habíamos expuesto como humanos, el fútbol demuestra que ha superado todos los fenómenos e ideologías al convertirse en un mecanismo.


La pelota produce un efecto milagroso: hace aflorar las ganas de atacar al que no es ni amigo ni enemigo; al mismo tiempo, se desea ganar para demostrar que legalmente se es mejor, pero en el triunfo solo se busca la soledad absoluta que identifique al hincha ante la situación de su existencia, es una forma de expresar que en el resultado final queremos huir del colectivo.


III


GOL


A lo largo de nuestras experiencias, nos hemos enfrentado o resignado a la contrariedad de una discusión; la tesis de la razón se pierde para no llegar a la agresividad que podría provocar un enfrentamiento inexplicable; humillarse antes de la pelea nos conduce a la curiosidad eterna de la reflexión que busca la verdad.


Se huye a la hora de profundizar estos temas en público, autocensuramos y boicoteamos los argumentos que pudieran llevarnos a la solución y, si esta aparece, la llamamos políticamente incorrecta o radical: todo lo que nos rodea está cuestionado por nosotros mismos.


El conjunto de ideas religiosas y políticas se mantiene no por su realidad, sino por su contrariedad, y en ello se genera un retorcimiento que se vuelve inagotable y que muta, pero en el fondo su base genética es la misma, es decir que nadie puede demostrar una evolución coherente de la humanidad desde que existe la civilización. Jamás ha habido en nuestra eterna búsqueda de la igualdad algo que funcione correctamente, sí que han existido errores, líderes y masas que, por la comodidad de dejarse llevar, han cambiado el idioma de sus discursos.


Tal como vivimos, cualquier mecanismo de desarrollo no es más que cambios en el orden de los factores en nuestras vidas. No podemos seguir interpretando lo que tenemos y añadirle un cambio, porque entonces nos quedamos con lo mismo.


A los de avanzada edad se les considera torpes y a los jóvenes inteligentes porque hacen un sinfín de cosas. El resultado termina estadísticamente haciendo cola en la lista del paro. Individuos con preparación profesional para destacar esperan que, con suerte, los llamen para un trabajo con un salario base. El anciano antes era necesario por su herencia profesional y para ello había un aprendizaje; nos hemos querido alejar de este modelo y dirigirnos hacia una nueva eficacia en la que se desprecia la vejez en un afán de demostrar que lo haremos mejor, resultados repetitivos que buscan la vía del liderazgo y la fortuna.


La comunicación global del planeta nos convierte en una especie de conquistador al estilo Pizarro, creyendo que iremos con nuestras cualidades cortando en línea recta todo lo que se cruce por el camino. Aceptar la contrariedad de otra reflexión como derrota, deambular contradiciendo al otro, intentar inculcar cualquier divagación de lo que denominamos verdad o creatividad... Todo son útiles mecanismos de nuestra mente que solo buscan nuestra continuidad sin importar el resultado.


Todo lo que hacemos es pura supervivencia y en ello el todo vale es la única ley universal que funciona, ser bueno o malo solo son interpretaciones arbitrarias con las que se busca la desconexión de nuestro pasado para llegar a algo nuevo; hasta que no se encuentre, la humanidad seguirá siendo la de todos los tiempos. Es imposible unir religiones, políticas e ideales para llegar a un solo destino e igualdad, pero más por mala voluntad que por diferencias. Llevar la contraria, la fuerza que empleamos tanto en decir la verdad como en contradecirla con el único resultado de pasar el tiempo en estado de contradicción. Llegar a dar la vida por una causa, provocar una masacre por una causa, martirizarse o manifestarse por una causa, perdernos para no interpretar nuestra propia razón.


Es mejor desaparecer con un juego de playa; mientras se ve cómo corren detrás de una pelota, en ese mismo instante nadie tiene que explicar por qué se olvida la fe, la política, la propiedad, los seres queridos, el vicio, la civilización. De repente, sin causa ni lógica, ver por dónde va la pelotita convierte al hincha, le produce un efecto mágico que le da ganas de exterminar al que no es ni amigo ni enemigo; al mismo tiempo el hincha desea ganar para demostrar que legalmente es superior gracias a la prueba del fútbol. Pero en el triunfo, según el concepto de fútbol, sus miembros solo buscan la soledad absoluta que les dé identidad ante su existencia. Es una forma de expresar que en el resultado final quieren huir del colectivo. Los hinchas viven el fútbol como un mar de contrariedades que representan y sintetizan a la sociedad, pero en realidad no es ni un escape de la mente ni una evasión.


A diferencia de todo lo que nos mueve socialmente, sin tener argumento alguno es capaz de superar la más extendida de todas las causas, nada en la humanidad ha provocado sin doctrinas, votos democráticos o leyes un movimiento de esta envergadura, con el fútbol se demuestra que las culturas, tradiciones milenarias, fe política, civismo no son más que una avería del cerebro. A través de las masas y de forma universal, la hipocresía del fútbol socializa este camuflaje, y el hincha, para no admitir la contrariedad y lo absurdo de su imagen mirando una pelota, busca con ansiedad que todo el mundo mire fútbol para así tener el apoyo democrático de la simulación. A pesar de que más de media humanidad se interese por ello, su contenido no es una sentencia, sino un reflejo de lo que somos, de la diferencia existente entre ser o no ser hincha, no serlo es incluso marginal democráticamente, pero demuestra con más firmeza el deseo de estar en este lugar por lo que somos y no por lo que se quiere simular.


El fútbol es lo más grande y peor que ha creado la humanidad, convierte por propia voluntad al ser en inferior, repudiarlo solo está al alcance de quienes son creativos, buscan la superación y sienten la vida como una aventura evolutiva.


Los valores son inculcados desde el nacimiento, influye en ello el núcleo donde nacemos y posteriormente las circunstancias que nos brinda la vida, como la casualidad de haber nacido en un ambiente de equipo o bien crecer sin esa necesidad. Solo la razón nos dará la capacidad para entender o alcanzar un camino u otro. Pero la razón también es un gran estímulo que huye de la realidad, una forma de mantener la existencia sin nada concreto con el resultado de sobreponerse a lo establecido.


El problema surgirá cuando la pasión conduzca a realizar una actividad con supremacía hacia el resto de humanos, porque toda forma de interpretar nuestra actitud lleva la carga del remordimiento. Por eso hay una eterna búsqueda de la razón. Es decir que los sistemas y las ideologías se mantienen por el uso de una razón. Quienes menos disfrutan de esta cualidad son los que deambulan, es decir la mayoría de la humanidad.


Hasta hace unas décadas, las guerras occidentales dejaban caer al azar sus consecuencias sobre los ajenos a estas. En cualquier momento de una guerra, manipulada por un sistema y obedecida ciegamente por los que menos estaban involucrados en el conflicto, les caía una bomba y les destrozaba el fruto de sus individuales estímulos con el resultado de la muerte, lesiones irreversibles o la ruina.


Estas consecuencias no las sufrían los lobbies, ya que estos, aprovechándose de su colectivismo, se escapaban de los conflictos hacía el exilio, por ejemplo. Con estas conclusiones no generalizo, pero sí que expongo lo que ocurre con la mayoría.


En la actualidad ya no existe tal cargo de conciencia, los bombardeos son económicos, el resultado de la crisis ya no crea remordimiento, si un ajeno a los conflictos económicos se suicida porque se ha arruinado a causa de la competencia desleal que genera lo ilegal o lo consentido por los lobbies y sistemas, nadie será responsable de esa muerte. Es decir que en Occidente es más rentable el caos económico que un bombardeo. Las víctimas de la guerra económica, al igual que las guerras de antaño, tienden a estimularse, creen que van a vencer y triunfar dignamente sobre el resto porque, según ellos, no se merecían haber tenido esa vida injusta.


De estos resultados se da a entender que la suerte es como un estímulo, como la esperanza, una forma de imaginarse que estamos a merced de lo desconocido. Sí que es cierto que la mala suerte sorprende a inocentes en el caos económico y mantiene a raya a los que trafican, pero no por ello se pierde la expectativa, pues siempre habrá quien se beneficie aunque no pertenezca a ningún lobby. Al final todo sigue igual, unos caen y otros ocupan el vacío mientras, de lejos, otros ven con morbo toda esta parafernalia.


Es muy difícil saber lo verdaderamente correcto, por eso nos perdemos con la razón, en el fondo todos sabemos que lo justo crea dudas. Querer justificar la vida con los mecanismos que siempre nos han rodeado es aceptar el todo vale no para sobrevivir, sino para ahogarse en la mediocridad. Nuestra cultura utiliza el todo vale y después juzga y deja caer ciegamente el peso de la condena. Es decir que al criminal más considerado se le condena con dudas, ello ocurre porque la propia justicia no se puede desprender de la razón, por eso se pretende que esta sea ciega, pero detrás está la supremacía que no se concluye por el remordimiento. Cualquier sistema judicial es confuso por voluntad, todo depende del momento y la manera como se desarrolle el caso. El mejor ejemplo nos lo encontramos con Cristo, pues a través de un voto democrático provocado por funcionarios, se decidió que lo condenaran a él en lugar de a un delincuente que fue absuelto. En realidad eso fue un asesinato, pues Cristo no estaba acusado de nada, ese remordimiento ha sido uno de los mecanismos del cristianismo por el simple hecho de quitar la vida en colectivo a alguien que ni siquiera estaba acusado.


En el fondo sabemos que esto ocurre, es una pelea con nosotros mismos, quizás el eslabón perdido seamos nosotros. Pero parece ser que la existencia, para los hinchas, ha encontrado algo capaz de funcionar sin ideología ni razón, algo capaz de juntar los lobbies con la miseria, de unir cultura e ignorancia.


De repente todo se detiene, las cabezas, como los girasoles, al mismo tiempo se encaran buscando la luz hacia un agujero negro, esperan que aparezca aquello y se dicen a sí mismas: «¡Atención, una pelota acaba de entrar en un campo de fútbol!», y me digo, si no sé nada: «¿Cómo es que soy capaz de identificarme con el fútbol?», y si pienso: «¿Entonces, para qué sirve el fútbol?». ¡Simplemente para degradar con dignidad! Más de media humanidad se estimula viendo fútbol, una auténtica actitud xenófoba.


Es inadmisible que sus adictos justifiquen su existencia, porque se parte del concepto yo solo sé, que no sé nada, una forma de justificar la ley del mínimo esfuerzo y poder así utilizar al libre albedrío, el todo vale. Este posee la forma de justificar que los hinchas o media humanidad se han quedado dentro de esta miseria filosofal; un efecto que ha expuesto no un resultado, sino una tapadera que va como anillo al dedo a quienes desean estancar la humanidad.


EL REMORDIMIENTO


A lo largo de la historia, se han buscado miles de mecanismos para justificar la supremacía sin remordimiento, ya sean guerras, políticas, ejecuciones, condenas, etc. Parece ser que lo más cercano a esta lacra no se ha descubierto en un lugar de investigación, sino en un espacio donde unos individuos escupen su lugar de trabajo mientras van detrás de una pelota.


Con el fútbol la mala voluntad de la filosofía se evidencia, todos los futboleros y todas las ideologías están de acuerdo en justificar la supremacía sobre su semejante, el único problema universal ha sido lo menguado de sus aplicaciones. Por fin se dispone de un único mecanismo que no genera duda a la hora de aplicar la supremacía, es algo que legaliza el delito, es un juego de pelota y que supera la guerra y lo mítico, ahora solo queda esperar cuánto aguantarán los hinchas diciendo «hijo de puta» a todo lo que les dé la gana.


Ya que somos humanos, es fácil que nos preguntemos el porqué de algo; aunque nos resignemos cuando no apliquemos la verdad de un hecho, luego conviviremos con ello. Luchamos eternamente afirmando la verdad, cuando en realidad nos da pánico y en lugar de buscar una nueva vía se simulan las situaciones. La forma de interpretar la justicia se ha ido ajustando a lo que parece justo, pero la justicia es el resultado de un razonamiento y no de una verdad, por lo que sus resultados son susceptibles de provocar remordimiento. Los mecanismos sociales han ido buscando una vía que universalice la razón sin remordimiento para, con ese resultado, impregnar al resto de la sociedad, y ello por fin se ha logrado con el fútbol, un acto democrático con características universales para sus xenófobos seguidores que permite, por voluntad del individuo, condenar lo semejante aplicando la doble moral, todo ello con la carta bajo la manga para, en un momento dado, decir lo del refranero griego: «Yo solo sé que no sé nada».


Ya que el fútbol es el mayor acto socializado que se ha creado y que demuestra que la mayoría de la humanidad es tramposa en potencia aunque aparenta lo contrario, cuando un jugador comete el delito intencionado de pegar una patada para romper la pierna de su adversario y no se pita penalti y se marca gol, esto se admite con la ruin frase de «el fútbol es así». Y en versión más moderna: «Si hago trampa y no se dan cuenta, existo», ello hace que todos sus partícipes se identifiquen con el delito de este fenómeno, todos sus miembros, por voluntad propia, se saltan las reglas del juego con el amparo del fútbol para justificar y legalizar lo que pretende ser correcto. Unidos de manera universal, delegan el remordimiento al árbitro o a cualquier otra infundada razón.


Se observa en el universo que todo tiende a ordenarse o destruirse para cambiar excepto lo humano, que simula seguir un objetivo inalcanzable, pues si se alcanza, se destruye para inventar otro, es decir que por naturaleza sabemos más que Sócrates, sabemos algo: que destruimos voluntariamente.


Las grandes ideologías no son más que una torre de Babel que logran erradicarse con el Dios Fútbol. A lo largo de la historia han sido incontables los líderes de todo tipo que han sido asesinados por cambiar algo a destiempo, por buscar una igualdad, nadie ha podido disfrutar de los cambios prometidos por esa gente que, como mucho, cambiaron solo las cosas de posición; en este aspecto, lo humano es inagotable y repetitivo. Precisamente una de nuestras particularidades son los mártires, a través de sus muertes se ha podido idolatrar lo que ellos no lograron alcanzar, en realidad el resultado del martirio es una contradicción a la existencia, que se toma como ejemplo para perderse en otra trayectoria. Por eso hay líderes, mártires e intermediarios de nuestra existencia, todos se convierten en representantes y no practicantes de lo pretendido. No tengo la menor duda de que sabían que ponerse en contra de un sistema complejo significaba buscar una muerte segura, ello se hace inconscientemente para desaparecer de forma noble. La supervivencia utilizará el legado del mártir como nueva inexistencia de nuestra trayectoria, es lo que nos encontramos con todas las religiones y políticas del planeta, sus pilares están hechos con la sangre de los mártires que se negaron a seguir otra razón. Solo el fútbol ha conseguido, sin la necesidad de estos pilares, representar este fenómeno, mantener a sus seguidores en la mediocridad y falta de principios para manipular a su antojo. Y a los que pudieran ver como desproporcionada la comparación del fútbol con la religión o las guerras y demás... aclararé que procede hacerlo como colectivo pues ¿qué otro movimiento ha contado con más de media humanidad participante?


El fútbol arrastra a más de media población del planeta. Si este fuera noble y se siguieran al pie de la letra sus normas, podría extrapolar su modelo de comportamiento y cambiar a la sociedad más que en toda su historia. Y así lo está haciendo pero sin nobleza. De momento se desaprovecha la oportunidad universal de este fenómeno extrapolando todo lo contrario a medio planeta, todo se limita a mirar una pelota gritando «hijo puta», sus seguidores son peligrosamente agresivos, se saltan todas las normas y muchas veces gana el más tramposo.


Rodeado de una aureola de coches de lujo y mujeres de portada de revista, muestra al mundo una mentira que mantiene viva la llama de la insatisfacción en un grito de desahogo que termina en la agresividad. Un magnífico ejemplo para la descendencia que, no habiendo conocido otra alternativa, seguirá sus pasos. En consecuencia, los ajenos al fútbol se ven amenazados a causa del comportamiento hincha.


Cuando se desmorona un sistema, la agresividad puede ser letal, no fundamentada. A diferencia de la supervivencia animal, que solo la utiliza para la continuidad de la especie, los humanos la utilizamos en diferentes formas según el grupo con el que nos identifiquemos. Ello significa que cualquier sistema de sociedad es algo parecido a un mensaje dentro una botella perdida por el universo, y no por incapacidad, sino por voluntad. No mencionaré los nombres de los grupos que divagan, desvían, y que identifican gran parte de la sociedad, pero estar al corriente de que existen tantos mensajes por la deriva me hace sentir más racionalista que racional.


Si el fútbol, entre otras cosas, identifica a más de media humanidad por todos sus lugares y ridiculizarlo a nivel de conciencia no supone el peligro de burlarse de otras ideologías, qué razón podría haber para que cualquier mortal me condene por desmitificar una pelotita que convierte en inferiores a quienes la miran.


El término jugar al fútbol define esto como una diversión. Es sorprendente que algo que en su base no es un tema que socialmente fuera concebido para cambiarnos la vida (a saber, el juego de la pelota) haya derivado en un poder para hacer dinero, controlar y manipular. Mientras existan conceptos de sociedad como los desarrollados en el fútbol, que acapara a más de media humanidad, nos mantendremos estancados como en el origen inconcreto de nuestra convivencia.


Jamás había visto un partido de fútbol al completo, ello hacía que me sintiera democráticamente incómodo, aun siendo este el acto social más perfecto y macabro que ha creado la humanidad. Es decir, que con tanta mayoría que mira el fútbol, me he convertido en un marginado por este fenómeno democrático simplemente por ir en sentido contrario a la mayoría. Dado que esta actitud humana está tan extendida dentro y fuera de los estadios, no tardé en tener suficiente información a partir de los informativos o entrando en un bar para tomar algo, y de refilón ver los rostros atontados de los aficionados viendo un partido y escuchar, inevitablemente, a los endiosados hinchas hablar sobre entrenadores y jugadores con sus teorías totalmente absurdas.


VISITANDO BARES CON FÚTBOL


Mi labor se convirtió en analizar a qué nivel se es capaz de colocar la mente para concebir una conversación sobre unos individuos que van detrás de una pelota, transformarlo en emociones y encontrar razones concluyentes que justifiquen esa desconexión de la evolución en las mentes.


Lo curioso de las tesis de futboleros es la facilidad con que se escapan para no profundizar en lo que inician como tema. Lo mismo ocurre con los diputados, jamás llegan al final, una prueba absoluta de querer atrofiarse por propia voluntad.


Si, por ejemplo, unos hinchas empiezan una verborrea sobre un entrenador, aun siendo este de su equipo, enseguida alguien lo contradice y se pone a dar una versión diferente, otro interrumpe como si su intervención sobrepasase lo filosofal, como si este supiera la auténtica verdad de la improvisada disputa.


Todas las conversaciones se van ramificando para después perderse.


Algo parecido ocurre cuando hablamos sobre la existencia un sábado por la noche en una cena de amigos mientras aguantamos el sueño por culpa de los más insistentes, y de pronto uno dice: «Es tarde y yo me voy a casa», los invitados se derrumban como si fueran las cartas de un castillo de naipes y aprovechan para terminar la velada, olvidándose de la interesante e inconclusa tertulia del universo.