Primera edición: Mayo de 2015

© de las entrevistas: Juan Cruz Ruiz

© del prólogo: Mario Vargas Llosa

© de la edición: Círculo de Tiza

© de las fotografías: Véase Créditos fotográficos

Título: Toda la vida preguntando

Autor: Juan Cruz Ruiz

Selección y edición literaria: Ulises Ramos Cordero

Diseño gráfico: Marian Montesdeoca

ISBN: 978-84-945719-3-0

 

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia sin permiso previo del editor.

 

 

 

 

En pos de la verdad

 

 

 

 

Efectivamente, Juan Cruz lleva Toda la vida preguntando. Estoy seguro de que lo hace desde que era ese niño pequeño y enfermizo en su Tenerife natal para intentar descifrar y hacer suyo el mundo. Así debe haber sido como, a base de cuestionar constantemente el sentido de las cosas y de la vida, se fue desarrollando dentro suyo esa curiosidad rotunda como yo pocas veces he visto relucir en alguien. Una curiosidad y entusiasmo por la gente y sus lugares, por la literatura y el periodismo, oficio con el que sin duda se quedaría si tuviera que elegir entre todos sus quehaceres y vocaciones.

Dentro del periodismo, Juan ha ejercido casi todos los géneros, desde el artículo editorial, la columna de opinión o el comentario de actualidad, hasta el gran reportaje, pero es en la entrevista donde esa curiosidad infantil que nunca le ha abandonado se transforma en un don. Me han entrevistado muchas veces y en muchos países, pero creo que nadie lo ha hecho mejor que él. No solo es un magnífico periodista sino que tiene la cualidad de hacer sentir cómodas a las personas que entrevista, animándolas en un diálogo que es siempre cordial, respetuoso y sólidamente informado, a hablar sobre sí mismas y revelar sus ambiciones, sus éxitos y fracasos más secretos, como si lo hiciera en un diálogo con un amigo íntimo.

Juan Cruz está en las antípodas de ese periodista moderno tan frecuente que se vale de las personas a las que entrevista para edificarse a sí mismo un monumento vanidoso y exhibicionista, sacrificando muchas veces la objetividad y la verdad. Tiene la pasión del periodismo y entiende este oficio como una búsqueda intensa de la verdad y la autenticidad. Puede ser incisivo en sus preguntas, pero nunca agresivo ni frívolo. Por eso, suele conseguir que las personas más reservadas y hostiles a mostrar su intimidad vuelquen mucho de su mundo privado, esos fondos de la personalidad donde anidan las fuentes secretas de aquello que fabulan o inventan.

Una prueba de todo lo que yo digo en estas breves líneas está en estas entrevistas en las que, además de esa facultad de despertar la confianza y la elocuencia de sus entrevistados, destella su destreza profesional y su voluntad de jugar siempre limpio.

 

Mario Vargas Llosa

Madrid, 28 de febrero de 2015

 

 

 

Lo que hacía ese muchacho

 

 

 

 

La primera vez que hice una entrevista mi madre me compró un pantalón gris, una chaqueta blazer azul, una camisa azul de tono neutro y una corbata oscura. Yo tendría entonces dieciocho años y más o menos vivía en casa. Estudiaba Periodismo e Historia y no iba a clase. Desde que era un chiquillo de catorce años trabajaba en periódicos (Aire Libre, La Tarde, El Día) y alternaba todos los géneros, como sigo haciendo; ya entonces sentía que la entrevista era el más interesante de todos ellos, porque te permitía preguntar y escuchar. A los que padecemos horror vacui, y yo lo padezco, ese gesto de preguntar nos permite esperar sin hablar a que otros hablen; cuando no se da esa circunstancia, cuando uno habla y delante hay silencio, sufro mucho. Preguntar es aguardar el conocimiento ajeno, y por tanto esa simple expresión de la curiosidad te salva de muchos sufrimientos. A mí me salvó. Yo preguntaba siempre; mi madre, que fue la que me vistió para la primera entrevista periodística de mucha importancia —para mí, para ella—, me decía de chico: “Este se pasa la vida preguntando”. Así que no le extrañó que me dedicara al oficio, para el que me estimuló no sólo comprándome esa ropa tan formal con la que me fui a entrevistar a Julio Caro Baroja, que entonces me parecía un hombre mayor y que tenía exactamente doce años menos de los que yo tengo ahora. No me puedo olvidar de esa entrevista (que está en este libro) no sólo porque tiene aquel regalo de mi madre entre los recuerdos que la convocan, sino porque en su seno tenía la dimensión que luego habría de ser mi teoría personal de para qué sirve una entrevista: una entrevista sirve para seguir siendo discípulo, para aprender de otro, para considerar (antes que nada) que por mucho que sepas de un asunto o de alguien si no estás dispuesto a sentirte sorprendido tras una pregunta es que ni tienes curiosidad ni eres, por tanto, periodista. Aquella entrevista con Julio Caro tendrá, sin duda, los defectos de cualquier entrevista hecha por un primerizo, porque además, en puridad, todas las entrevistas las hace un primerizo; pero tiene dentro el único material que me parece imprescindible para preguntar: el respeto al otro, la ansiedad tranquila por saber más de quien tienes delante, de los saberes de quien está delante (que no enfrente) de ti.

Así empecé, aunque ya hubiera empezado; aquel traje que mi madre compró a plazos sigue siendo mi vestimenta humilde de hoy: ella me compró esa ropa para escuchar y para preguntar, para preguntar y para escuchar. Aquel muchacho se ha pasado la vida preguntando; y este hombre de hoy, que ya tiene doce años más que los que tenía entonces Caro Baroja, es de alguna manera el muchacho que se pasa toda la vida preguntando.

 

Juan Cruz Ruiz

Madrid, 8 de abril de 2015

 

 

 

 

 

Julio Caro Baroja

Uno va creyendo en la maldad gratuita

12 de junio de 1968 El Día

 

 

 

 

Julio Caro Baroja está en Tenerife. El famoso etnólogo español nos visita para dar algunas conferencias en distintas sociedades culturales. Caro Baroja ha estado otras veces en esta misma isla. Es un hombre amable, sincero, un poco nostálgico y algo escéptico. Mirando al vacío, cuando nuestra amena conversación concluía, me ha dicho: “He estado esta mañana viendo los monos en el parque y he pensado que de ese estado que hemos sobrepasado a éste la diferencia es mínima. Los hombres se matan, los estadistas se creen supremos hacedores...”

 

Hace cincuenta y tres años que este hombre vestido con corbata de pajarita nació en una casa del norte de España, en la frontera con Francia, en Vera de Bidasoa. Allí pasó su infancia, allí vivió y allí transcurre ahora -según él mismo dice- lo más importante de su vida. Lo otro, afirma, son cosas sin trascendencia; a él lo que le importa es la Etnología.

Caro Baroja es nuestro mejor etnólogo. Sin embargo, desde hace tiempo ha abandonado esta actividad que le ha dado fama para dedicarse íntegramente a la Historia, a elaborar libros que tratan diversos temas históricos.

 

 

Juan Cruz. ¿Por qué no ha seguido cultivando la Etnología?

 

Julio Caro Baroja. Esencialmente, porque es una cosa que requiere su cultivación en contacto con la vida rural, y uno ha llegado a una edad en que le es imposible andar en el campo.

JC. ¿No hay jóvenes que le reemplacen en la tarea, que le aporten datos, que trabajen a su lado, que le sigan?

 

JCB. Mire, el problema es bastante grave. Se va a producir un vacío real en el campo, un vacío impresionante, y dentro de veinte o treinta años no habrá cultura tradicional. Se está produciendo un cambio social que no me interesa en función de la técnica moderna. Ese cambio social, que ha hecho posible el éxodo de la vida rural, ha traído aparejado la despreocupación por las costumbres campestres. Y en definitiva no hay jóvenes preparados para que esa vida rural sea estudiada en las costumbres que la tipifican.

 

JC. En sus manos ha estado el preparar a esos jóvenes. ¿Cómo, siendo nuestro mejor etnólogo, no ocupa las cátedras de la especialidad que permanecen vacantes en el país?

 

JCB. Nunca me gustó la vida de universidad, ni cuando era estudiante, naturalmente. Aparte de ello, la pedagogía no se me da nada bien.

 

JC. ¿Se estimula en algo el estudio de la Etnología, su práctica?

 

JCB. Yo que recuerde se distribuyen becas por parte de sociedades extranjeras que estimulan algo, sí. Y en España creo que el Instituto de Cultura Hispánica daba ayudas para cosas de Antropología. No le puedo dar datos concretos porque estoy muy desconectado de la que de alguna manera podríamos llamar vida universitaria.

 

JC. Mientras desempeñaba una función científica usted se encargó del estudio etnológico de algunas comunidades de África...

 

JCB. En efecto. Yo trabajé durante cinco años, más o menos, en unos estudios etnológicos sobre Marruecos y nuestro Sahara. Hice una monografía muy detallada aunque no sistemática que luego he visto que se ha utilizado por distintos investigadores extranjeros. También empecé unos trabajos en Ifni y en Rif, que no tuve tiempo de terminar porque vino la disolución del Protectorado. De acuerdo con los tratados, allí se pudo haber seguido investigando. Marruecos es un campo donde el español intelectual tiene mucho que hacer. Se da el caso de que cátedras de español en Marruecos están en manos de franceses. Es aquel un mundo un tanto despreciado. No se comprende, especialmente teniendo en cuenta que los españoles no estamos precisamente sobrados de colocaciones.

 

JC. Don Elías Serra, en su última lección de cátedra, habló de los molinos de viento, tan tradicionales en Canarias. Usted también los ha estudiado.

 

JCB. Sí, precisamente en una Historia de la Tecnología. No sólo hablé de los molinos de viento, sino también de otros aspectos de la citada historia, como los aparatos hidráulicos para la irrigación artificial. Respecto a los molinos de viento, he hecho un mapa de distribución de ellos en relación con sus distintas características, como la disposición del eje, de su interior... En cuanto a los de Canarias he de decir que he hallado muchas conexiones entre vuestros molinos y los de las islas del Mediterráneo. El asunto de los molinos de viento de Canarias exportados a América para la transformación en azúcar de la caña es un problema oscuro, difícil de tratar, aunque no imposible.

 

¿qué hace la academia de la historia?

 

JC. Un libro sobre los judíos le valió su pomposo título de Académico de la Historia. Aquel libro fue muy controvertido. ¿Qué pasó con él, don Julio?

 

JCB. Ese libro tuvo mucho éxito y al mismo tiempo ha despertado bastante inquietud. No ha sido un libro que haya gustado a todos. Algunos me han considerado intruso, pensando que me he inmiscuido en su “oficio”, como si lo intelectual fuera también una actividad gremial encasillable.

 

JC. Su último libro -El señor inquisidor- lleva un subtítulo que siempre despertó mi curiosidad: “Y... otras vidas por oficio”. ¿Qué es una vida “por oficio”?

 

JCB. Entre la vida del hombre tal como es y la vida que se le asigna como oficio habrá observado usted que hay una gran diferencia. En la vida del abogado, a éste “le toca” defender una causa “por oficio”. Esto es, la vida por oficio es la que se le quiere imponer a uno, no lo que uno quiere hacer.

 

[Decíamos que don Julio había abandonado la Etnología. Su paso al tratamiento exclusivo de la Historia viene condicionado primero por la comodidad que implica el estar en contacto con documentos cuya existencia no se tiene que descubrir después de pasar explorando todo un día en el campo. Además, según él, ha pasado la época para hacer Etnología en nuestro país.]

 

JC. Ahora, que forma parte de la Academia de Historia, los temas que se ofrecen a su estudio son más variados. Pero ¿qué órganos de expresión tiene la propia Academia? ¿Qué efectividad tiene?

 

JCB. La Academia lo que tiene en esencia es un archivo y una biblioteca de gran importancia. La colección Salazar y Castro está hasta ahora compuesta por cuarenta tomos, sólo de índices. Tiene cosas fabulosas. Claro, pero como toda cosa antigua, la Academia de la Historia carece de personal suficiente y de una ayuda necesaria. En la biblioteca, por ejemplo, hay cosas más o menos clasificadas, pero es preciso una clasificación científica. Y para eso hace falta gente. Y dinero.

 

JC. Los académicos de la Historia se reúnen todos los viernes de siete a ocho. Poco tiempo. Máxime si tenemos en cuenta las características de tales reuniones.

 

JCB. Nos reunimos para tratar cuestiones de trámite, como para tomar decisiones respecto a la petición hecha por alguien de destruir un palacio o una casa considerada histórica, para declarar aniversarios, centenarios o milenarios. No hay más remedio que trabajar un poco por oficio, ya ve usted, no porque le salga de dentro a nadie.

 

caro baroja, sobrino de don pío

 

[Junto a los títulos que se suelen situar al lado del nombre de don Julio Caro se acostumbra a situar un poco al desgaire el de ser sobrino de don Pío Baroja, el novelista de Las inquietudes de Shanti Andía y de tantas otras obras. Don Pío Baroja dejó a su sobrino una gran biblioteca.]

 

JCB. Es una biblioteca que ahora se compone de todas las cosas suyas aparte de las que yo he adquirido. Antes era fácil comprar en los mercados de viejo libros un poco raros que ahora son imposibles de conseguir. Mi tío Pío, desde el año 12 hasta la Guerra Civil, compró mucho libro extraño, curioso. Luego compró menos. Desde el año 45 hasta ahora yo he seguido su costumbre.

 

JC. ¿Qué libro es el más curioso de la biblioteca, ya sea comprado por usted, ya sea por su tío?

 

JCB. No se puede hablar de libros, sino de colecciones. Hay unas sobre magia y hechicería que son muy buenas, llenas de datos muy curiosos. También existe una colección de libros de viajes hechos a España por ingleses, de mucho interés para estudiar el siglo XVII, que es cuando se desarrollan tales viajes.

 

JC. ¿Qué ha significado don Pío en su vocación?

 

JCB. Todo. A él siempre le interesó el estudio de la Etnología. Cuando estuvo haciendo el doctorado de Medicina elaboró unos importantes trabajos de ese tipo. Luego los abandonó. Los continué yo con Aranzadi, primo de Unamuno, quien precisamente orientó a mi tío en el referido estudio.

 

JC. Se dice que don Pío se documentaba exhaustivamente para elaborar sus novelas.

 

JCB. Sí. No creo que ninguna universidad tenga una tan extensa documentación sobre el siglo XIX como la que él logró reunir. Él gustaba sobremanera de citar un detalle concreto sin darle más importancia. Cuando habla de una ventana que se cierra sucede que muy posiblemente en el siglo XIX, o en el momento histórico en que la acción tiene lugar, hubo una ventana que efectivamente se cerraba. Ese es un ejemplo de su detallismo.

JC. Entre las anécdotas que de su tío se citan figura una que hace alusión a la indiferencia que sobre las cuestiones gramaticales sentía. Concretamente hablo de la de “bajar en zapatillas, bajar de zapatillas, bajar con zapatillas”...

 

JCB. No, no era la gramática algo que le importase mucho a don Pío, no. Consideraba que el lenguaje gramaticalizado español era demasiado enfático y él quería de alguna forma destruir ese énfasis. Quiso darle un tono menor a nuestro lenguaje, en contra de lo altisonante que era la forma de decir de los Castelares o Zorrillas.

 

JC. Otra anécdota de su tío. Camilo José Cela le entregó en unos de los últimos “santos” que el seis de enero celebró, una enorme tarta. Don Pío luego comentó el hecho diciendo: “A estos principiantes no hay quien los entienda. Camilo José Cela me entregó hace unos días una tarta que por lo menos valía 12 pesetas”. ¿Estaba tan desfasado Baroja respecto al dinero?

 

JCB. Después de la guerra perdió idea del valor de las cosas. Ahora no comprendería nada de lo que sucede. Difícilmente se llega a los 80 años sin que las cosas molesten.

 

JC. Y a los 18, don Julio. Y a los 18. Hace cierto tiempo leímos un libro escrito por un señor por lo visto criado de su tío, en el que se hablaba de los “negros” que éste utilizaba...

 

JCB. Creo que fue un escritor andaluz. Lo escribió en unas circunstancias en las que mi tío ya estaba hundido. Si hubiera sido escrito en un momento de éxito, todavía se justificaba. Creo que este escritor fue instigado por alguien con interés en desacreditar a mi tío. Yo no creía en la maldad gratuita, pero a medida que se va pasando por la vida, uno va creyendo en ella.

 

JC. ¿Piensa seguir publicando manuscritos de su tío?

 

JCB. Hay muy pocos ya. Cuando estaba en sus últimos meses, arterioesclerótico, inutilizó muchos. Publicaré algunos, pocos, ya le digo.

 

caro baroja, científico

 

[En su libro Las brujas y su mundo Caro Baroja ofrece a la consideración del lector unas notas sobre las concomitancias existentes entre el mago y el político, muy interesantes.]

 

JCB. En el mundo de la magia y en el mundo de la política hay indudables concomitancias. El mago -o el político- cree de sí lo que puede hacer. Por otro lado, está lo que la gente cree que el mago -o el político- puede hacer. Tanto unos como otros están convencidos de que pueden dominar con sus cosas al mundo, y sin embargo no es verdad. La gente, en un momento determinado, se cansa tanto de los políticos como de los magos y los manda a paseo.

 

JC. Usted ha dedicado mucho tiempo a estudiar la Inquisición, abordándola especialmente por el lado de los movimientos espirituales menores.

 

JCB. El aspecto de la Inquisición en materia de costumbres juzgo que es muy interesante. Hay un mundo, el de las mujeres que hacen filtros, el de los que buscan tesoros, que es mucho más pasional que intelectual y que importa mucho más a un sociólogo o a un etnólogo que las ideas propiamente.

 

JC. Ya que usted cita el costumbrismo respecto de la Inquisición, podía plantearse esta cuestión: ¿los movimientos espirituales menores, magia, brujería, dominaron entre la gente de pueblo, inculta?

 

JCB. En gran parte, sí. La gente no muy culta para conseguir algo material recurre a estos métodos, pensando que es un poder hechiceril el que provoca la desgracia que les conturba. Unos piensan que la desgracia es un castigo de Dios, otros que le dan a la desgracia una justificación diabólica.

 

[La Inquisición no es sólo peninsular. Una estudiosa de la materia ha venido a Canarias y ha hecho un descubrimiento de cierto recetario mágico y de otros aspectos que dieron lugar a que interviniese la Inquisición. Es posible que las prácticas de brujería fueran introducidas en Canarias por algún portugués de los que pasaban por aquí camino de América. Había recetas para volar, para hacerse invisibles. Canarias, en este aspecto de la hechicería, es un campo casi inexplotado. A fines de siglo un inglés robó ciertos documentos relacionados con la Inquisición, documentos que luego han sido vendidos a sus propios dueños por la familia de aquel inglés.

Hay gente, según don Julio, que se esfuerza en no creer en la hechicería. Pero sucede que dominan quienes, aun esforzándose, en su fuero interno están condicionados por la creencia. Hace unos años a quien suscribe lo llevaron a una señora que tenía fama de hacer milagros. Esa señora le rogó a uno que dijera 33.]

 

JC. ¿Qué significa?

 

JCB. Puede estar relacionado el método de curación con la edad de Cristo. No sé.

 

JC. El éxodo rural ha hecho que las brujas no tengan nada que hacer en el campo. ¿Cómo se han “urbanizado”?

 

JCB. Hay el tipo de hechiceras de las grandes ciudades que trabajan para los hombres preeminentes, que se gastan los cuartos en la consulta.

 

JC. ¿En qué lugar de España continúa existiendo una mayor propensión a la hechicería?

 

JCB. En Galicia existe más declaradamente. En otros lugares se da de una manera más larvada, oculta. En los pueblos sigue teniendo cierta fuerza. El minifundio gallego se presta más a la acción hechiceril. Aunque en las grandes ciudades sigue habiendo quirománticos, astrólogos...

 

JC. ¿Es constante el fenómeno?

 

JCB. No. Se recrudece en las épocas malas, de angustia colectiva.

 

JC. Usted ha sido quien más profundamente ha estudiado el tema de la brujería. ¿Le han seguido?

 

JCB. Sí. Hay un español y un danés enfrascados en el estudio de la materia, especialmente relacionada con Galicia.

 

[Don Julio me mira. Dice: “Está usted escribiendo más que el tostao”. El tostao fue un obispo de hace siglos. Escribió mucho el buen señor. Sólo quedan algunas cosas.]

 

JC. ¿Cuál es el origen del español?

 

JCB. Mire usted. Yo creo en la existencia de castellanos, gallegos, canarios o catalanes. Eso de los españoles no lo veo muy claro.

 

JC. Una pregunta un poco en broma: ¿qué opina del Amor brujo, de Falla?

 

JCB. No me llena.

 

JC. Esta entrevista supongo que no me la habrá concedido “de oficio”...

 

JCB. No, hombre. En principio, porque no soy ni hombre público, ni hombre oficial.

 

[Caro Baroja dice que su máxima ilusión es la de pasar por la vida sin que le asignen un cargo de estos rimbombantes. Desmerece un poco de su condición de español. ¿O es un vasco-italo-andaluz? Más posiblemente lo sea.

Dice también don Julio que su tío era más que nada un humorista. Ocurre que, según él, los críticos no se han dado cuenta.

Él también, fuera de la propia entrevista, dentro de su nostalgia, me ha parecido un notable humorista.]

 

 

 

 

Pablo Neruda

No puedo decir nada de la poesía

27 de junio de 1970 El Día

 

 

 

 

Puedo escribir la entrevista más entrañable esta noche. Escribir, por ejemplo, que aquí ha estado Neruda. Pablo Neruda, el autor de Canto general, Residencia en la tierra, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Tercera residencia, Crepusculario, Odas elementales, Plenos poderes, Navegaciones y regresos, quizá el poeta más importante de la actualidad, un chileno de voz suave y mirada perdida, estuvo anoche en Tenerife, a bordo del Verdi.

Dos horas en la isla, dos horas de conversación interminable, imperfecta e informal. Le acompañaban su esposa, Matilde Urrutia, y el escritor Hernán Valdés, también chileno. Neruda viaja en primera clase. Con sus sesenta y seis años y su pipa olorosa en la boca nos recibe en la sala de estar del Verdi.

 

 

Juan Cruz. ¿Usted es Neruda, verdad?

 

Pablo Neruda. Sí, yo soy.

 

JC. Yo soy del periódico El Día.

 

PN. ¿El Día de Bogotá?

 

JC. No. El Día de Tenerife.

[Tiene una gorra verde, de visera; unos ojos como soñolientos. Luego, al sonreír, los achica, los pone juntos y extiende las comisuras de los labios. Sobre todo, une sus manos y las pone sobre su estómago. Cuando le hacía cualquier pregunta miraba a otro lado, a donde estaba su esposa, precisamente. Matilde escuchaba. Pablo Neruda mira fundamentalmente hacia abajo y habla con la misma cadencia que recita. Cita los nombres de los lugares que ha visitado últimamente y parece que está elaborando un poema.]

 

JC. ¿Qué tal París? -le pregunté, recordando su intervención en la Sorbona.

 

PN. Bien. París, bien. Pero he estado en otros lugares; he estado en Londres, en Moscú, en Milán, en Roma y ahora, por último, en Barcelona.

 

españa en el corazón

 

[Neruda en España. Pablo Neruda vivió en España cuando este país se encontraba en guerra civil.]

 

PN. España sigue aquí, en mi corazón. No, no es la primera vez que vengo a España desde que la abandoné. Pero nunca ha pasado mi estancia de ser un mero atravesar por los puertos, como ahora.

 

[Son las diez de la noche. Neruda está joven, si así pueden decirse estas cosas. Viste una corbata roja, muy moderna. Su chaqueta, su “saco”, es azul marino. Sonríe. Con nosotros, en el banco, escritores y compañeros del periódico. Luego:]

 

PN. Yo quiero ir a un café donde se esté al aire libre; aquí hace demasiado calor.

[En un bar cercano al muelle se incorporan al grupo Eduardo Westerdahl, Domingo Pérez Minik y Ernesto Salcedo.]

 

PN. Recuerdo, ahora que estoy en Tenerife -nos decía a bordo del barco- que de aquí salió Gaceta de Arte, la revista más avanzada de su época.

[Neruda más tarde abrazó a los dos representantes de la Gaceta, como él la llama, y recibió de manos de Westerdahl el número treinta y ocho, el último de la más vanguardista de las revistas de arte españolas.

Es difícil hablar con Neruda sin sentir una íntima emoción que va cortando las palabras a medida que salen; se quedan como en la punta de la lengua. En el Verdi, uno de nosotros se decide: “Pablo, es muy importante para nosotros que usted esté hoy aquí. Es importante y nos resulta extraño estar con usted, estrechar su mano, escucharle. En fin, gracias”. Neruda sonríe como incrédulo, mostrando sus dientes un poco gastados.

La noche. Esta noche Neruda no podrá escribir que el cielo está estrellado. Ni seguramente podrá escribir los versos más tristes. Nosotros ya estamos hablando demasiado.]

 

PN. En Barcelona estuve durante todo el día con Gabriel García Márquez. Lo conocí un mes antes en Perpiñán. Naturalmente, es un gran novelista. Es el mejor con el que ahora cuenta Hispanoamérica. Lo dicen sus propios compañeros. Oí decir hace poco a Vargas Llosa y a Carlos Fuentes que lo mejor que se ha escrito tras El Quijote es Cien años de soledad.

 

[Neruda, al principio, se extrañó de que habláramos con un acento próximo al suyo. “Fíjate, Valdés, cómo hablan... Igual que nosotros.”]

 

PN. En Gaceta de Arte se publicaron las cosas más importantes de la vanguardia española. Llamó la atención en todas partes. Poesía, escultura, pintura.

Sí, cuando viví en España pensé que me quedaba para siempre. Mi casa pasó de estar en un lado y otro, cuando la guerra. Como estaban tan cerca los soldados utilizaban unas máscaras de Polinesia que yo había traído de Bali. Disparaban desde las ventanas. Mi casa se llamaba “La casa de las flores”. Hay un poema sobre ella. Quedó bastante destrozada. “La casa de las flores”.

 

JC. Neruda, vamos a comenzar por el principio. ¿Quién es usted?

 

PN. Soy cualquier persona. Un pasajero del Verdi, en tránsito hacia Valparaíso.

 

JC. Bien. Se va usted a América, con todo lo que eso significa.

 

PN. En efecto. Hay elecciones en mi país. Estaré allí un mes y medio antes de que se celebren. Nosotros estamos muy deseosos de que ganen los partidos populares. Hay tres candidatos, únicamente. Uno de la extrema derecha, otro del centro. Finalmente, uno que representa a las fuerzas populares. La mayoritaria, dentro de esas fuerzas, es la comunista. Yo fui candidato del partido hasta hace tres meses, en que renuncié a mi candidatura para que se eligiera un solo representante. Ahora se aglutina alrededor de un único candidato toda la fuerza, toda la considerable fuerza obrera chilena, que es de gran importancia. Tal vez no haya en otro país una central obrera como la de Chile.

 

un hombre político

 

JC. ¿Qué ha significado para su país la experiencia de la Democracia Cristiana?

 

PN. La Democracia Cristiana entró en el poder con un programa bastante ambicioso y con muchos pronunciamientos de izquierda. Algunos de estos pronunciamientos se han cumplido en parte. Se empezó a hacer una reforma agraria que significaría algo en el país. [La señora, Matilde Urrutia, de ojos chispeantes, boca grande, pelo rubio, sonrisa silenciosa, compra periódicos. “Tráeme The Guardian Times”, le dice Pablo, que más tarde se preocuparía por lo que ella debía tomar. “Yo quiero una cerveza. ¿Qué cerveza tomo?”]

Pero, en general, ha defraudado la Democracia Cristiana en Chile hasta a sus propios electores o partidarios. Se ha desgastado enormemente en el Gobierno, perdiendo mucho prestigio. [No sé qué me molestó el gerundio de Neruda. Luego me di cuenta: “Yo no tengo por qué escribir siempre bien. Es más, nadie me ha impuesto que yo deba escribir bien. Yo tomo un papel y escribo. No sé más”.]

No activó la independencia respecto a Estados Unidos, el gran problema de América Latina, a pesar de que prometió una serie de medidas importantes en ese sentido. No ha condenado -al revés, la ha seguido- la política de aislamiento que aquel país ha practicado criminalmente contra el pueblo de Cuba, cercando por hambre a esta isla. Otro problema nacional que no ha sido resuelto es el de la nacionalización del cobre. La crisis económica es absoluta. La inflación ha alcanzado índices fabulosos. [¿Cómo lo llaman sus amigos: Pablo o Neftalí? “No, mi nombre legal es Pablo.”]

Prácticamente, la independencia de América de comienzos de siglo se hizo sobre las bases de la Revolución francesa. Libertad, fraternidad e igualdad. Ahora no hay igualdad en América. La libertad es muy escasa y la fraternidad también lo es. Cuba es la única nación continuadora de la línea que produjo la independencia de nuestro continente. A pesar del boicot, Cuba ha elevado su producción y ha llevado su educación a un alto nivel.

 

guevara

 

JC. ¿Qué significó para usted saber que Ernesto Guevara murió con un ejemplar del Canto general en el bolsillo?

 

PN. Bueno, Ernesto Guevara ha entrado en una escala especial de los héroes. Es un héroe homérico y naturalmente fue muy emocionante para mí el saber aquello. Ya él mismo me había dicho que en Sierra Maestra leía a los soldados algunos poemas míos. Conocer lo que ahora he conocido a través de Regis Debray, significa para mí la recepción de una condecoración muy importante...

 

[Se habla de Cuba como ejemplo, de un paradigma. Neruda tiene su personal posición, que aclarará muchas dudas acerca de su actual pensamiento.]

 

PN. Cada país americano buscará su solución. Los pueblos no tienen por qué copiarse los unos de los otros. Los pueblos han de buscar sus caminos por sí mismos.

 

[Neruda se refiere ahora a la revolución de octubre y al movimiento de Castro como dos fechas muy importantes para entender la marcha de la humanidad.]

PN. A propósito de Gaceta de Arte, y cambiando de tema, sé que ahora se acaba de hacer en Madrid una exposición de un escultor, Alberto. Alberto fue muy desconocido en España. La primera vez que se habló de él fue precisamente en Gaceta de Arte. Tenía un españolismo muy grande, era un profundo abstracto, castellanísimo, de Toledo, panadero. Yo estoy muy contento de haberlo tenido como gran amigo. Él conoció a Picasso cuando los dos coincidieron en una exposición realizada en París. Picasso presentaba su impresionante Guernica.

 

[Neruda sigue recordando. Vuelve al tiempo pasado. “Recordar, sí, qué remedio”, nos dice entre la nostalgia y la felicidad, sin arrepentimientos por medio.]

 

PN. Yo he visto terminar Guernica. Alberto siguió trabajando en la URSS. Murió hace dos años. Ahora estoy contento de que haya regresado la obra de Alberto a España, que es su sitio. Nunca aprendió más de cuatro palabras en ruso.

 

[Siempre con la mirada en España. Con nosotros hay un poeta, uno de los más importantes poetas del mundo. ¿El más importante poeta del mundo? De momento, nosotros que no debíamos estar diciendo nada en esta noche gris de verano, digamos que Neruda es el poeta más controvertido de su tiempo. “Soy de la generación de Alberti. Alberti, Lorca. Llamarlos genios, claro.”]

 

no puedo decir nada de la poesía

 

PN. No. Yo no puedo decir nada de la poesía. Nada, absolutamente nada. Sobre todo, no puedo decir nada de mi poesía. Esto les corresponde a ustedes decirlo. Yo conozco muy poco la materia. Francamente, tengo muy poco sentido crítico. No puedo hablar de la poesía ni de los demás.

 

[Westerdahl, Neruda, Minik. Los tres recuerdan. El recuerdo es la constante de esta noche. Inevitable. Nos conocemos todos desde hace bastante tiempo.]

JC. Pablo, ¿por qué, para qué la poesía?

 

PN. Esas preguntas son de las más difíciles de contestar. El primer ser humano que vio un espectáculo, que sintió el amor o la religión, ese ser humano hizo poesía. ¿Por qué ha continuado haciéndose poesía? Eso nadie lo sabe. El hombre se ha metido en todas las aventuras. Se muere todos los años y resucita puntualmente. Cuando parecen agotados todos los caminos aparecen nuevas posibilidades.

 

JC. Usted es un pasajero del Verdi. Luego estará en Valparaíso. ¿Qué hará allí? ¿Qué hace usted todos los días?

 

PN. Hago versos, soy poeta. Es lo que he hecho desde siempre. No sé hacer otra cosa. Contestando más concretamente a tu pregunta, debo decir que ahora voy a trabajar de inmediato en favor de nuestro candidato, de cara a las elecciones presidenciales de Chile.

 

JC. ¿Qué piensa usted de la poesía española actual? A nuestro lado, un representante, Fernando G. Delgado, que se ha sentado junto a Neruda.

 

PN. Hay una gran cantidad de jóvenes poetas, hay como un gran ardor. Una especie de fertilidad. La novela española también está dando muchos frutos.

 

[Pérez Minik pregunta por la poesía hispanoamericana.]

 

PN. La poesía hispanoamericana estaba en un nivel muy alto. Tenía grandes figuras. Ahora hay una nueva generación. Esperemos. ¿Novela? Sin duda, sí. García Márquez es el mejor.

 

[Neruda atrapa las cosas fundamentales. Lástima que sea tan corto el tiempo. Corto para hablar y corto para escribir esta noche.]

 

PN. Ya no puedo ni pensar si podría vivir en España. Yo elegí a Madrid para vivir en aquellos tiempos de mi vida aquí. Ahora es imposible que vivamos en otra parte que en Chile. Precisamente España fue la tierra que me enseñó lo que es el patriotismo. Desde entonces me siento más ligado a Chile.

 

[Ahora se comenta la poesía cubana. “No estoy muy al tanto” -dice Neruda-. “Por otro lado -continúa- no puede decirse que allí se haya producido una literatura nueva todavía.”]

 

JC. Pablo, ¿no es usted un gran burgués, como dice la reacción?

 

PN. Yo vivo en Chile. Yo no sé lo que significa ser un gran burgués. Yo tengo mis derechos de autor, que a veces no me alcanzan hasta final de mes. Tenía dos casas que regalé a mis correligionarios. Si a eso se le llama ser un gran burgués... Tengo una casa que se ha ido agrandando junto al mar. La compré hace treinta y dos años, cuando no había ni agua ni luz. Ahora sigue estando aislada. Es lo único que tengo.

 

JC. ¿Qué piensa de usted la juventud actual?

 

PN. Al único joven que conozco más es a mí mismo. Pero, bien, una respuesta: ¿por qué pedirle a la juventud un criterio unánime, por qué cortarle el camino a los irreconciliables, por qué pedir acuerdo general?

 

[Celaya. “Conocí a Celaya de paso; se inauguraba un monumento a Lorca en Sao Paulo, Brasil. Era un monumento muy bonito. Ahora mismo lo acaban de destrozar los reaccionarios brasileros.”]

 

JC. Los académicos, dicho sea esto con sentido peyorativo, dicen que en usted hay dos. El poeta de verdad y el poeta panfletario.

 

PN. Nadie me ha impuesto la obligación de escribir bien durante toda la vida. Si he escrito panfletos, si escribo panfletos es porque necesito hacerlos. Este problema es el gran problema político. Se han hecho muchos panfletos y nunca le han parecido bien a aquellos contra quienes iban dirigidos.

Cuando Miguel Hernández... Bien, yo tuve mucha responsabilidad en el cambio operado en Miguel. Él tenía una vida muy limitada. Ramón Sijé, su gran amigo, estaba convencido de unas posiciones que luego Miguel abandonó, causándole un disgusto a Ramón. Miguel era, claro, un campesino. Tenía una gran educación, digamos, autodidacta. Había leído en la biblioteca del canónigo de Orihuela. En Madrid cambió poética y cívicamente, después de determinado suceso que causó una gran impresión en él.

 

[“Mándame la entrevista a Isla Negra, en Chile. Ahora se va el barco dentro de un momento. Ya seguiremos en otro tiempo.” Siempre, Neruda, siempre. Alguien despidió a Neruda agradeciéndole nuevamente su presencia. Podemos escribir acerca de los recuerdos más entrañables de esta noche. Fin de una entrevista inacabada.]