1 Samuel Taylor Coleridge (1772-1834), poeta y publicista inglés (ndt).

2 El Libro Verde, pp. 19, 20.

3 Ibíd., p. 53.

4 Samuel Johnson, Viaje a las Islas Orientales.

5 El preludio, viii, ll.549-559.

6 Famoso balneario de la costa británica (ndt).

7 El Libro Verde, pp. 53-55.

8 El libro de Orbilio, p. 5.

9 Job 34,19-25 (ndt).

10 Dos famosos conejos de un cuento para niños creado por Beethix Potter (ndt).

11 Orbilio es tan superior a Gayo y a Ticio que compara (pp. 19-22) un fragmento bien escrito sobre animales con el fragmento que condena. Desafortunadamente, sin embargo, la única superioridad que demuestra verdaderamente en el segundo extracto, es su superioridad como verdad fáctica. El problema específicamente literario (el uso y abuso de expresiones que son falsas secundum litteram) no es abordado. De hecho, Orbilio nos dice (p. 97) que debemos «aprender a distinguir entre proposiciones figurativas legítimas e ilegítimas», pero nos es de poca ayuda para que lo hagamos. Al mismo tiempo, es justo recordar mi opinión de que su trabajo está realmente a otro nivel que El Libro Verde.

12 Ibíd., p. 9.

13 Percy Bysshe Shelley (1792-1822), considerado el poeta más grande del romanticismo inglés (ndt).

14 Defensa de la Poesía.

15 Siglos de Meditaciones, i.12.

16 De Civ. Dei, xv.22. Cf. ibíd. ix.5, xi.28.

17 Eth. Nic. 1104 B.

18 Ibíd. 1095 B.

19 Leyes, 653.

20 República, 402 A.

21 A.B. Keith, s.v. «Rectitud (Hindú)», Encyclopedia of Religion and Ethics, vol. X.

22 Ibíd., vol. ii, p. 454 B; iv.12 B; ix.87 A.

23 Anales de Confucio, traducción de Arthur Waley, Londres, 1938, i.12.

24 Salmo cxix.151. La palabra es emeth, «verdad». Donde el Satya hindú enfatiza la verdad como «correspondencia», emeth (relacionada con un verbo que significa «resistir firme») enfatiza más bien la fiabilidad y fidelidad de la verdad. Confianza y permanencia son palabras propuestas por los estudiosos del Judaísmo como alternativas. Emeth es lo que no defrauda, lo que no «da», lo que no cambia, lo que no deja escapar el agua. (Ver T.K. Cheyne en la Enciclopedia Bíblica, 1914, s.v. «Verdad»).

25 República, 442 B, C.

26 Alanus ab Insulis, De Planctu Naturae Prosa, iii.

27 La verdadera (y quizás inconsciente) filosofía de Gayo y Ticio se clarifica si se observa la siguiente relación de tomas de posición (desaprobaciones y aprobaciones) respecto a ciertos problemas.

A) Desaprobaciones: Que una madre reclame a su hijo que sea audaz, no tiene sentido (El Libro Verde, p. 62). La referencia de la palabra «gentilhombre» es «extremadamente vaga» (ibíd.). «Llamar a un hombre cobarde no nos indica nada acerca de sus acciones» (p. 64). Los sentimientos relacionados con un país o con un Estado son sentimientos «que no hacen referencia a nada en concreto» (p. 77).

B) Aprobaciones: Los que prefieren el arte de la paz al arte de la guerra (sin mencionar en qué circunstancias) «deberían ser llamados hombres sabios» (p. 65). Se pretende que el alumno «crea en una vida comunitaria democrática» (p. 67). «Tomar contacto con las ideas de otros es, como sabemos, saludable» (p. 86). La razón por la que existen los baños («es más higiénico y grato encontrarse con alguien cuando está limpio») es «demasiado obvia para ser digna de mención» (p. 142). Se debe notar que el bienestar y la seguridad, como se observa en un barrio residencial de una ciudad en tiempo de paz, son los valores últimos: se ridiculiza todo lo que por sí mismo puede producir bienestar y seguridad para el espíritu. El hombre vive sólo de pan y la fuente última de ese pan es la furgoneta de reparto de pan: la paz importa más que el honor, y puede ser mantenida burlándose de los coroneles y leyendo los periódicos.

28 Más amor ningún hombre sintió; se ha conservado esta cita en su idioma original, a pesar de coincidir con la lengua en que se ha escrito esta obra, respetando la línea seguida por el autor de mantener las citas en cursiva en la lengua original de las mismas (ndt).

29 El esfuerzo más denodado que conozco para construir una teoría de valor sobre la base de la «satisfacción de los impulsos» es el del Dr. I.A. Richards (Principios de Crítica Literaria, 1924). La antigua objeción para definir el valor como satisfacción es el juicio de valor universal de que «vale más ser un Sócrates insatisfecho que un cerdo satisfecho». Los esfuerzos del Dr. Richards están encaminados a demostrar que nuestros impulsos pueden ordenarse en una jerarquía, y que es posible preferir ciertas satisfacciones a otras sin hacer referencia a ningún otro criterio que la satisfacción; él hace esto por la teoría de que algunos impulsos son más «importantes» que otros; un impulso importante sería aquel cuya frustración implique la frustración de otros impulsos. Una buena sistematización (i.e. la buena vida) consistirá en satisfacer tantos impulsos como sea posible, lo que supone satisfacer el impulso «importante» en perjuicio del «desdeñable». Las objeciones a este esquema me parecen dos:

1) Sin una teoría sobre la inmortalidad, no se deja espacio para el valor de una muerte noble. Se podría, por supuesto, aducir que un hombre que haya salvado su vida mediante la traición sufrirá una frustración durante el resto de sus días. ¿No será, ciertamente, una frustración de todos sus impulsos? Mientras que el hombre muerto no tendrá satisfacción alguna. ¿O se sostiene que en la medida en que no tiene impulsos insatisfechos mejor es que esté fuera de escena que el desgraciado hombre vivo? De aquí se desprende la segunda objeción.

2) ¿Se puede enjuiciar el valor de una sistematización por la presencia de satisfacciones o la ausencia de insatisfacciones? El caso extremo es el del hombre muerto, para el que satisfacciones e insatisfacciones (según la visión moderna) son ambas iguales a cero, frente al del traidor agraciado que aún puede comer, beber, dormir, rascarse y copular, aunque no pueda gozar de la amistad, del amor o de la dignidad. Pero se llega aún más lejos: supongamos que A tiene sólo 500 impulsos y que todos están satisfechos, y que B tiene 1.200 impulsos, de los que 700 están satisfechos y 500 no: ¿quién sistematiza más claramente? No cabe duda de lo que el Dr. Richards prefiere verdaderamente; ¡incluso es capaz de alabar el arte desde el punto de vista de que nos hace estar descontentos «ante la dureza de la vida cotidiana»! (op. cit., p. 230). El único rastro que encuentro de fundamento filosófico a esta preferencia es la afirmación de que «cuanto más compleja es una actividad, más consciente es» (p. 109). Pero si la satisfacción es el único valor, ¿por qué debería ser bueno el crecimiento de la conciencia (puesto que la conciencia es la condición de todas las insatisfacciones y también de todas las satisfacciones)? El sistema del Dr. Richards no confirma su (y nuestra) preferencia de la vida civil sobre lo salvaje, y de lo humano sobre lo animal, o incluso de la vida sobre la muerte.

30 El expediente desesperado que se le puede abrir a un hombre si atenta contra el fundamento del valor en los hechos está bien ilustrado por el destino del Dr. C.H. Waddington en su obra Ciencia y Ética. El Dr. Waddington explica en ella que «la existencia es su propia justificación» (p. 14) y escribe: «Una existencia esencialmente evolutiva es en sí misma la justificación de la evolución hacia una existencia más comprensiva» (p. 17). No creo que el Dr. Waddington se encuentre cómodo con esta visión, puesto que nos recomienda observar el curso de la evolución bajo tres perspectivas distintas a la simple casualidad: a) Que los estadios posteriores incluyen o «comprenden» a los anteriores. b) Que la visión de la evolución que tiene T.H. Huxley no nos repugnaría si se contemplara desde una perspectiva «actuarial». c) Que, de todos modos, después de todo, este planteamiento no es ni la mitad de malo de lo que la gente se imagina («no es tan moralmente ofensivo como para que no podamos aceptarlo», p. 18). Estos tres paliativos son más encomiables para el corazón del Dr. Waddington que para su cabeza y a mí me parece que ceden ante la posición principal. Si se elogia la evolución (o al menos, se hace apología de ella) sobre la base de ciertas propiedades que muestra, entonces estamos usando un corsé externo, y el intento de hacer de la existencia su propia justificación se debe desechar. Pues si tal intento se mantiene, ¿por qué se centra el Dr. Waddington en la evolución, es decir, en una fase temporal de la existencia orgánica en un planeta? Esto es «geocéntrico». Si el Bien = «lo que la naturaleza se encuentra haciendo», entonces, ciertamente, nos damos cuenta de que la naturaleza actúa como un agujero; y que la Naturaleza actúe como un agujero entiendo que quiere decir que trabaja sin pausa e irreversiblemente hacia la extinción final de todo tipo de vida en todo lugar del universo, de modo que la ética del Dr. Waddington, desposeída de su extraña tendencia hacia un asunto tan particular como es la biología telúrica, nos dejaría como único deber el asesinato y el suicidio. E incluso confieso que esto me resulta menos objeción que la discrepancia entre el primer principio del Dr. Waddington y los juicios de valor que los hombres dan en realidad. Valorar algo simplemente porque ocurre, es estar, de hecho, dando culto al éxito, como hacían Quislings o los hombres de Vichy. Se puede imaginar a otros filósofos con peor intención, pero a ninguno más vulgar. Y estoy lejos de sugerir que el Dr. Waddington esté sujeto en su vida real a una postración más rastrera previa al fait accompli. Esperemos que Rasselas, en su capítulo 22, nos dé la imagen correcta del valor de su filosofía en acción. («El filósofo, supuesto vencido el resto, se levantó y se marchó con un aire de hombre que había cooperado con el presente sistema»).

31 Ver el Apéndice.

32 Anales de Confucio, xv.39.

33 Eth. Nic. 1095 B, 1140 B, 1141 A.

34 Juan 7,49. El que hablaba lo hacía con malicia, pero con más verdad de la que pretendía. Cf. Juan 8,51.

35 Marcos 16,6.

36 República, 402 A.

37 Flp 3,6.

38 El Libro llamado del Gobierno, I.iv: «Todo hombre, salvo los especialistas físicos, debe ser apartado y alejado del cuidado de los niños». I.vi: «Después de que un chico alcance la edad de siete años [...] lo más aconsejable es desligarlo de toda compañía femenina».

39 Algunas reflexiones sobre la Educación, 7: «También recomiendo que se lave los pies con agua fría todos los días, y que lleve zapatos tan finos que se humedezcan y hagan agua con sólo pasar cerca de ella». 174: «Lo último en el mundo que un padre podría desear es que su hijo tuviera inspiración poética; y debería sufrir si ésta fuera respetada y persistiera. Creo que los padres deben empeñarse en reprimirla y suprimirla en la medida en que les sea posible». Ya se ve que Locke es uno de nuestros educadores con mayor sensibilidad.

40 Dr. Faustus, 77-90.

41 Avance de la Educación, libro 1 (p. 60 en Ellis y Spedding, 1905; p. 35 en Everyman Edition).

42 Filum Labyrinthi, i.

43 Sarmiento japonés o vid japonesa (ndt).

C. S. Lewis

La abolición del hombre

Título original: The Abolition of Man

© C.S. Lewis Pte Ltd. 1944. Primera edición de Oxford University Press en 1944. Publicado por Collins en 1978

© 2016, 6.a edición, Ediciones Encuentro, S.A., Madrid, bajo licencia de The CS Lewis Company Ltd

Traducción: Javier Ortega

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Colección 100XUNO, nº 15

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

ISBN: 978-84-9055-819-5