Sandoval, Jaime Alfonso. Unidad Lupita; Ilustraciones de Natalia Gurovich – 1ª ed. – México: Ediciones SM, 2016

Formato digital – (El Barco de Vapor, Azul)
ISBN: 978-607-24-2449-4

1. Literatura mexicana - Literatura infantil 2. Cuentos mexicanos – Literatura infantil 3. Participación comunitaria – Literatura infantil 4. Humor – Literatura infantil
Dewey M863 S36

Pelos verdes

LOS grandes problemas suelen venir en empaques pequeños. Y nuestro problema comenzó de la manera más diminuta que alguien se pueda imaginar. En la casa apareció un pelo en la sopa. El problema tomó otra dimensión cuando descubrimos que ese pelo era verde y pertenecía a la cabeza de mi hermano Rodrigo.

Una tarde, a la hora de la comida, mi hermano entró en la casa y se sentó a la mesa; parecía muy quitado de la pena, sobre todo si tomamos en cuenta que estaba estrenando cabellera pintada de tono pistache. Para ser sinceros, el color era bonito (por lo menos se vería bien en una alfombra o incluso para pintar un coche), pero a mi mamá, que siempre peca de franca, no le pareció muy agradable ver a su hijo con ese color tan ecológico.

—¿Qué te hiciste? Pareces marciano —preguntó sorprendida.

—Así se usa —respondió mi hermano como si nada—. Además, a mí me gusta.

—Pero, Rodrigo, ¿cómo se te ocurrió hacerte eso? —gimió mi madre y puso los ojos en blanco.

Era evidente que para ella tener un hijo adolescente era como tener un alienígena en casa.

—Además, ya conoces a tu padre —recordó—: no le gusta que hagas esas cosas.

Mi hermano Rodrigo tenía una debilidad especial por “esas cosas”, es decir, por la extravagancia. Ya una vez había llegado con un piercing en la ceja, y para mi padre fue como ver a su hijo convertido en miembro de una pandilla de ciudad Neza, listo para ingresar a prisión.

—Eso es cosa de vándalos —le dijo en aquel momento—. ¿Quieres ser como todos esos malvivientes que andan sueltos por aquí?

Mi padre se refería a los chavos de la unidad habitacional que se reúnen en grupos a tomar cerveza en las canchas. No hacen nada más; bueno, sí hacen muchas cosas, pero no precisamente para ganar una medalla. Les gusta romper focos de los pasillos, hacer marcas en las paredes y pegarles un susto a todos los que se atraviesen frente a ellos. Yo supuse que mi hermano quería impresionarlos con su piercing.

El discurso de mi padre sobre los peligros de las malas compañías en la unidad duró lo mismo que un informe presidencial, y, claro, al final mi hermano se tuvo que quitar el piercing (aunque no lo hizo del todo: se lo cambió a la lengua, para que nadie lo viera, y santo remedio).

Pero ahora el pelo estaba ahí, como una hoguera verdosa que se pudiera ver a doscientos kilómetros a la redonda.

Definitivamente no le iba a gustar a mi padre, pues para él la moda se detuvo hace muchos años. Él cree que luce impecable y moderno con su bigotito, y así sería, siempre y cuando viviéramos en el siglo pasado.

Cuando llegó a la casa, nuestro papá se quedó boquiabierto al ver la cabellera verde de mi hermano Rodrigo. Tardó un rato en reaccionar; luego entró en el cuarto, y cuando salió tenía una navaja en la mano. El filo brillaba igualito que en las películas de terror.

—¡Por favor, Rigoberto! —exclamó mi madre—. No cometas una locura, no es para tanto...

—No seas ridícula, mujer, solo voy a rasurarle la cabeza.

Mi hermano saltó asustado.

—¿Pero por qué? Es mi pelo y puedo hacer con él lo que quiera. Tengo dieciséis años: ya no soy un niño.

—Mientras te siga manteniendo harás lo que yo diga. Por algo soy tu padre.