Muñoz Ledo, Norma. Zorrillo – 1ª ed. – México: Ediciones SM, 2016

Formato digital – (El Barco de Vapor. Naranja)
ISBN: 978-607-24-2460-9

1. Literatura mexicana – Literatura infantil 2. Animales – Hábitos y conducta - Literatura Infantil
Dewey 863 M86

A Papina y a Felipe

ZORRILLO

YA ERA DE NOCHE. El camión avanzaba dando tumbos por un camino de terracería cuando el chofer anunció que faltaban diez minutos para llegar al campamento. Nadie contestó; la mayoría iban dormidos y los que estaban medio despiertos estaban ya hartos, acalorados y no querían saber nada de nada. Y es que, la verdad, había sido una tarde muy larga. El plan era llegar al campamento a las cinco y media de la tarde, con luz de día, para tener tiempo de distribuir a todo el mundo en las cabañas, preparar las camas y, sobre todo, revisar que no hubiese ningún bicho bajo los colchones. Según le habían contado a Gabriel, todos los años descubrían una viuda negra o un nido de alacranes debajo de una cama, por lo menos. Sin embargo, el camión se descompuso justo a la entrada de la carretera y tuvieron que esperar durante dos horas a que llegara la refacción, aguantando el sol quemante de septiembre. Agotados por el fastidio y el calor, casi todos se quedaron dormidos apenas arrancó el camión, una vez que quedó reparado.

Gabriel era de los pocos que permaneció despierto. Había hecho bola su sudadera para convertirla en almohada, pero no podía dormir. Tenía un mes de haber entrado a primero de secundaria en una escuela nueva. Gabriel pensaba mucho en su escuela anterior, extrañaba a sus amigos, todos se habían ido a secundarias diferentes. También extrañaba a Laura, su hermana, que iba en cuarto año y se había quedado en la escuela vieja. Era un colegio pequeño, solamente tenía primaria, por eso todos debían buscar escuela nueva al terminar sexto. Gabriel iba perdido en sus pensamientos cuando un tufo feroz, picante, fuerte y amargo lo trajo de golpe al presente y despertó a todos en el camión.

—¡Guácala!

—¡Huele horrible! —gritó una niña.

—¿Qué es eso? —preguntó alguien.

—Es pipí de zorrillo —contestó Gabriel con calma.

Todos se quedaron mudos. Las caras de asco no se hicieron esperar, unos se pellizcaron la nariz, otros se pusieron el suéter en la cara para no oler. La fama de los zorrillos es malísima, todos supieron inmediatamente que no había nada que hacer. Por más que se quejaron, la peste los acompañó varios kilómetros. Gabriel también terminó poniéndose su sudadera en la cara para no oler. Y allí oculto, en medio de los aspavientos de todo el mundo, sonrió. El olor de la pipí de zorrillo le hizo recordar algo que había sucedido tres años atrás, cuando iba en cuarto...

TÍO JAVIER Y SU ZORRILLO

ERA UNA TARDE muy tranquila de marzo. Gabriel estaba haciendo la tarea con prisa, había quedado en ir a jugar futbol más tarde con sus cuates de la cuadra. De pronto, se escuchó el ruido de un motor con el escape abierto que se detenía justo frente a su casa. Cuando Gabriel se asomó por la ventana vio a su tío Javier, el hermano de su papá, bajando de su camioneta. En la parte trasera llevaba una jaula ancha y bastante chaparra, de las que se usan para transportar animales. Javier era veterinario, vivía en el campo y casi siempre traía alguna de esas jaulas en su camioneta. En un dos por tres, Gabriel bajó las escaleras y abrió la puerta de la casa antes de que el tío tocara el timbre. Ahí estaba de pie, frotándose las manos nervioso. La jaula estaba a su lado. Gabriel la miró y después clavó sus ojos inquisidoramente en los del tío Javier.

—¡Hola, Gabriel! —saludó nervioso el tío—. Tu mamá no está, ¿verdad?

—No. Llevó a Laura a su clase de natación.

—Mmmh... ¿como cuánto tardará en llegar? —preguntó al tiempo que miraba hacia ambos lados de la calle. Gabriel miró su reloj.

—Una media hora —contestó.

—¡Perfecto! —dijo el tío dando un brinquito—. Mira, tengo que pedirte un favor, pero es un favor importantísimo y secreto, así que vamos a tu cuarto y te explico.

Cargó la jaula, pasó delante de Gabriel rápidamente, sin esperarlo, y se fue derechito al piso de arriba, subiendo los escalones de dos en dos. Una vez en el cuarto, puso la jaula en el suelo con cuidado, esperó a que Gabriel llegara y cerró la puerta. Se sentó en la cama y miró a su sobrino directamente a los ojos.

—¿Qué crees que traigo aquí?

—Ni idea.

—Un zorrillo.

—¿¡Qué!?

—Eso, un zorrillo. Mira, Gabriel, quiero pedirte un favor muy grande. Hace un mes salí en la noche a ver una vaca de un vecino porque su becerro estaba naciendo y tenían algunos problemas. Este zorrillo estaba en el camino y lo atropellé.

—¿Por qué?

—Porque no lo vi. Eran las dos de la mañana y yo iba muy adormilado. Me detuve y lo recogí, tenía una pata trasera rota. Me sentí muy mal cuando vi que era un zorrillo joven. Lo he cuidado desde entonces, pero todavía no está muy bien y... la verdad es que me he encariñado con él y no quisiera dejarlo solo.

—¿Dejarlo solo? ¿Por qué? —preguntó Gabriel con el ceño fruncido. Empezó a oler por dónde iba la cosa y no le gustaba nada.

—Es que... hoy en la noche tengo que salir a ver unos caballos enfermos en un rancho en la costa. No me lo puedo llevar. Quiero pedirte que lo cuides dos días. El miércoles en la noche vendré por él.

Gabriel abrió la boca para hablar pero durante algunos segundos no pudo decir nada.

—¿Dos días con un zorrillo en la casa? —gritó al fin—. ¿Y mi mamá, qué?

—¡Por favor, ayúdame! —suplicó el tío Javier—. Solo a ti te puedo pedir esto.

—Pero... tú tienes un ayudante, ¿no?

—Justamente, él tiene que ayudarme y va a venir conmigo. Nadie puede quedarse con Zorrillo y hay que cuidarlo. Míralo, todavía es muy chico, ni siquiera es un zorrillo adulto.

Y diciendo esto, abrió la jaula. En el fondo dormía, hecho un ovillo y respirando rápidamente, un pequeño bulto de pelo negro con una tenue raya blanca que comenzaba un poco arriba de la nariz y seguía por toda su espalda. La pata trasera del lado derecho estaba vendada. La jaula era bastante grande para él y por todos lados había arena para gato mezclada con aserrín. La jaula olía raro, pero no tan feo.

—Ya está mucho mejor —continuó explicando Javier mientras veía con inmensa ternura a la bola de pelos esa—. Solo hay que darle comida para gatos, zanahorias y una que otra lechuga. La jaula trae mucha arena de la que también usan los gatos, está limpia, se la acabo de poner y el aserrín...

—¡Espérame! —intervino Gabriel—. Yo no he dicho que sí. ¿Cómo crees que se va a poner mi mamá cuando se entere? Ya sabes que... le gusta todo muy limpio.

—Tu mamá no se va a enterar.

—¿No? ¡Ja! Tiene mejor nariz que un sabueso, me huele a tres cuadras cuando juego futbol en la escuela y, apenas llego, me está esperando en la puerta para que le dé los tenis y no ensucie el pasillo y me manda a bañar inmediatamente. Si tú crees que no va a oler a este zorrillo, no conoces a tu cuñada.

—Para eso le puse la arena para gatos y el aserrín, no me dejaste terminar. El aserrín es muy bueno para absorber olores y además...

—¡Sí! ¡Seguramente puede quitarle lo apestoso a la pipí de zorrillo!

—Es muy efectivo —repuso el tío muy serio—. Yo ya lo he usado.

—¿Tú?

—Con el zorrillo, claro. Y además, hay algo muy importante que tienes que saber —dijo, levantando una ceja y también el dedo índice de su mano derecha—: la pipí del zorrillo huele feo, nadie dice que no, pero eso no es lo que huele peor.

—¿Qué?

—En serio, el olor insoportable es el de una sustancia que arrojan para defenderse cuando los molestan. Propongo que lo dejemos abajo de tu cama, ahí en un rinconcito, nadie va a verlo, nadie va a molestarlo... y no va a pasar nada.

—A ver, a ver... si no huele tan feo y no es ningún problema tenerlo, ¿por qué no le pides tú a mi mamá que lo cuide?

—Ya sabes que no soy la ilusión de tu mamá —repuso el tío meneando la cabeza—. Siempre que me ve, se pone de malas.

—Bueno, si descubre que yo te estoy cuidando un zorrillo, se va a poner muy de malas conmigo. Y últimamente... Bueno, hemos tenido algunos problemas, me prohibieron jugar futbol por un mes. Apenas hoy se levantaba el castigo y podía ir a jugar al rato.

—¿Te castigaron un mes sin futbol? ¿Qué habrás hecho?

—Nada... —contestó Gabriel con aire distraído—. De veras me metes en problemas, tío. ¿Tú crees que en dos días mi mamá no va a entrar a mi cuarto?

—Estoy seguro de que te las puedes ingeniar para que nadie entre —dijo guiñando un ojo y usando la voz más convincente que Gabriel le había oído.

—Bueno, pero... ¿y el ruido? ¿Qué? ¿No hace ruido?

—Solo hace un poco de ruido en la noche, cuando está despierto, en el día duerme como tronco. Entonces, ¿qué dices?¿Sí?

Gabriel no quería. Ahí había algo muy apestoso, además del zorrillo. Se sentía en la orilla de un acantilado. Si decía que sí, era como echarse de cabeza al vacío. ¿Cómo iba a ser posible que el zorrillo no oliera tan feo, que no hiciera ruido, que se estuviera muy quieto? Ni que estuviera disecado. Pero la cara del tío Javier lo conmovió. Se veía muy preocupado por su zorrillo. Ni modo. Dijo que sí.

—¡Gracias, Gabriel! —dijo Javier emocionado—. ¡Te debo una, en serio! —En eso, miró su reloj y pegó un brinco—. ¡Ya va a llegar tu mamá! Ven, acompáñame al coche, traigo más arena para gato, aserrín y la comida de Zorrillo.