A través de nuestras publicaciones se ofrece un canal de difusión para las investigaciones que se elaboran al interior de las universidfades e instituciones públicas de educación superior del país, partiendo de la convicción de que dicho quehacer intelectual sólo está comnpleto y tiene razón de ser cuando se comparten sus resultados con la colectividad. El conocimiento como fin último no tiene sentido, su razón es hacer mejor la vida de las comunidades y del país en general, contribuyendo a que haya un intercambio de ideas que ayude a construir una sociedad informada y madura, mediante la discusión de las ideas en la que tengan cabida todos los ciudadanos, es decir utilizando los espacios públicos.

Con esta colección Pública Ensayo presentamos una serie de estudios y reflexiones de investigadores y académicos en torno a escritores fundamentales para la cultura hispanoamericana con las cuales se actualizan las obras de dichas autores y se ofrecen ideas inteligentes y novedosas para su interpretación y lectura.

Títulos de la colección

1. México heterodoxo. Diversidad religiosa en las letras del siglo XIX y comienzos del XX

José Ricardo Chaves

2. La historia y el laberinto. Hacia una estética del devenir en Octavio Paz

Javier Rico Moreno

3. La esfera de las rutas. El viaje poético de Pellicer

Álvaro Ruiz Abreu

4. Amigos de sor Juana. Sexteto biográfico

Guillermo Schmidhuber de la Mora

5. Los jeroglíficos de Fernán González Eslava

Édgar Valencia

6. México en la obra de Roberto Bolaño

Fernando Saucedo Lastra

7. Avatares editoriales de un “género”: tres décadas de la novela de la Revolución mexicana

Danaé Torres de la Rosa

8. Los hijos de los dioses. El Grupo filosófico Hiperión y la filosofía de lo mexicano

Ana Santos

9. Los dioses llegaron tarde a Filadelfia. Una dimensión mitohistórica de la soberanía

Ignacio Díaz de la Serna

Los derechos exclusivos de la edición quedan reservados para todos los países de habla hispana.

Prohibida la reproducción parcial o total, por cualquier medio conocido o por conocerse, sin el consentimiento por escrito de los legítimos titulares de los derechos.

Primera edición, 20 octubre de 2015

De la presente edición:

D.R. © 2015, Herederos de Ana Santos Ruiz

© Bonilla Artigas Editores, S.A. de C.V., 2015

Cerro Tres Marías número 354

Col. Campestre Churubusco, C.P. 04200

México, D. F.

editorial@libreriabonilla.com.mx

www.libreriabonilla.com.mx

ISBN 978-607-8348-98-5 (Bonilla Artigas Editores)

ISBN edición ePub: 978-607-8450-35-0

Cuidado de la edición: Bonilla Artigas Editores

Diseño editorial: Saúl Marcos Castillejos

Diseño de portada: Teresita Rodríguez Love

Ilustración de portada: “Fe en México”. Cartel para la campaña Recuperación Económica Nacional, El Universal, 13 de marzo de 1947.

Foto de solapa: Emiliano García Canal

Hecho en México

Contenido

Agradecimientos

Breves notas de historia intelectual

Ana Santos y los que miraron desde arriba

PRIMERA PARTE

El Grupo filosófico Hiperión y la filosofía de lo mexicano

Panorama del Hiperión

Conformación e intereses

Programa filosófico

Quehaceres e iniciativas

El fin de un proyecto y la dispersión del grupo

La filosofía de lo mexicano: carácter, raza e historia

El mexicano, un ser excepcional

El carácter del mexicano: un rompecabezas imposible

El factor racial en el ser del mexicano

La historia en la identidad nacional

Cuatro acercamientos a la filosofía de lo mexicano

La insuficiencia ontológica del mexicano

Relajados y apretados: la moral del mexicano

La perspectiva indigenista y los problemas del mestizaje

Del carácter negativo del mexicano a “lo mexicano” como categoría universal

SEGUNDA PARTE

Reconocimiento y proyección de un grupo académico

El Hiperión y la construcción de su liderazgo

Que la voz de los intelectuales cuente

El Hiperión en Mascarones

Del espacio académico a la palestra pública

El descobijo de la “familia académica”

El Hiperión: heredero y constructor de una tradición intelectual

El último eslabón de la cadena

Los orígenes: Antonio Caso y José Vasconcelos

El despertar al mundo:
Alfonso Reyes y la inteligencia americana

El autoconocimiento: el perfil de Samuel Ramos

Estar al día: José Gaos, los transterrados y su herencia

TERCERA PARTE

Entrecruzamientos: La doctrina de la mexicanidad y la filosofía de lo mexicano

El régimen de Miguel Alemán y la doctrina de la mexicanidad

De la Unidad Nacional a la mexicanidad

El partido oficial y la doctrina de la mexicanidad

“Ni extrema izquierda ni extrema derecha”

“Fe en México”, la clave para el progreso

Mexicanidad y moral cívica

La filosofía de lo mexicano como ideología de Estado

El carácter del mexicano y su responsabilidad en el atraso nacional

Un nuevo mexicano para una nueva nación

Lo propio versus lo exótico

Sistema político e identidad nacional

El discurso sobre la Revolución mexicana y el alemanismo

Conclusiones

Siglas

Fuentes consultadas

Hemerografía

Revistas

Publicaciones oficiales

Bibliografía

Páginas web

Índice onomástico

Sobre la autora

Agradecimientos

El presente libro es el resultado de múltiples esfuerzos que se han sabido conjuntar para darle forma a uno de los mayores deseos de Ana Santos: ver convertido en formato de libro su arduo trabajo de investigación sobre la filosofía de lo mexicano y su relación con la ideología del Estado mexicano en los años cincuenta.

La publicación de Los hijos de los Dioses. El Grupo filosófico Hiperión y la filosofía de lo mexicano se convirtió en mi proyecto personal por varias razones. Además de destacar la gran pasión y el inmenso amor que definió mi relación con la autora hasta su último día, creo que es importante señalar que el lector está ante una investigación clave para comprender las dinámicas intelectuales y las estrategias discursivas que definieron las prácticas intelectuales y sus efectos políticos a mediados del siglo XX en México. Si bien, el análisis histórico se centra en el Grupo filosófico Hiperión, el exhaustivo trabajo de archivo y de contextualización permite dar cuenta de múltiples disputas por la consolidación del campo académico y cultural y de su peso e influencia real sobre el campo político en aquellos años. Como el lector podrá constatar, la pregunta por lo mexicano y por la mexicanidad nunca fueron simples y menos inocentes.

Es muy grato y placentero poder ver materializado uno de los mayores anhelos de Ana. Los hijos de los Dioses definió, en gran medida, su trabajo intelectual de los últimos años. Es así que, aún cuando la autora no está con nosotros para ver terminado este largo proceso, es motivo de gran orgullo y alegría poder compartirlo con el público interesado en la historia cultural de México.

Expreso mi profundo agradecimiento a Martha Ruiz y a Hiram Torres por confiar y delegar en mí la responsabilidad que ha implicado esta publicación. También quiero agradecer de forma muy especial a la Dra. Beatriz Urías y al Dr. Ricardo Pérez Montfort por su incansable ayuda y presión para evitar que yo tirara la toalla. Asimismo, quiero reconocer la ayuda que recibí de María Inés García Canal y de Carlos Antonio de la Sierra, quienes con su aguda lectura contribuyeron a que este libro fuera posible. No puedo dejar de mencionar el apoyo que en todo momento he recibido, y que desde tiempo atrás recibió Ana, de Juan Bonilla y de Benito Artigas. Por último, y no por ello menos importante, quiero expresar cariño y agradecimiento a todos los amigos y familia que han acompañado de diversas maneras el proceso de gestación y publicación de este libro. A todos gracias.

Emiliano García Canal

México D. F., 22 de septiembre de 2015

Breves notas
de historia intelectual

El libro que el lector tiene entre sus manos es producto de una larga investigación, a lo largo de la cual Ana Santos recorrió un conjunto de temas y problemas que rebasaron por mucho los límites de una tesis de maestría en historia. Las preguntas formuladas por Ana giraron en torno a los intelectuales, a la formación de redes de poder intelectual y a las formas de relación entre estas redes y los mecanismos de dominación en el México posrevolucionario: ¿de qué manera las redes de poder intelectual habían contribuido a la configuración de un sistema político autoritario?, ¿cuál fue el papel de la reflexión acerca de la “mexicanidad” en el contexto de la modernización promovida por el alemanismo?, ¿qué tipo de vínculo existió entre el anti-comunismo derivado de la Guerra Fría y una propuesta ideológica –la doctrina de la “mexicanidad”– que reformulaba la primera versión del esencialismo nacionalista posrevolucionario? A lo largo de la investigación sobre la red intelectual tejida por los hiperiones a mediados del siglo XX, Ana se acercaría a estas interrogantes a través del término de “discurso hegemónico”, más que el de “ideología”, apegándose fundamentalmente a la interpretación de Foucault. Su intención era seguir interrogándose acerca de estos dos conceptos clave en una tesis de doctorado acerca del suplemento cultural México en la cultura (1949-1961), dirigido por Fernando Benítez.

Su pasión por los temas de la historia intelectual y política a mediados del siglo XX, se alimentó de otra pasión: la reflexión política acerca del presente. Es decir, la historia que le interesaba escribir, y leer, estaba atravesada por una percepción crítica del México contemporáneo que compartía con su círculo de amigos más queridos y cercanos. Ana Santos formaba parte de un grupo de discusión, a la vez política e intelectual, integrado por Emiliano García Canal, Carlos Antonio de la Sierra, Miguel Orduña, Alejandro de la Torre, Álvaro Alcántara y Emiliano Zolla. En paralelo, María Inés García Canal se convirtió en una figura determinante para ella, tanto afectivamente, como porque la puso en contacto con un nuevo círculo intelectual ligado a la filosofía y al arte. Entabló una amistad fructífera con Aurelia Valero, historiadora intelectual formada dentro de la filosofía. A lo largo de muchos años, dos investigadores que inicialmente habían sido sus maestros de la licenciatura en Historia en la UNAM, marcaron su trayectoria: Marialba Pastor y Ricardo Pérez Montfort. Con ambos tejió vínculos de afecto, discusión crítica y amistad.

Ana trabajaba de manera sistemática y perseverante, a la vez que extremadamente flexible. Era capaz de “peinar” incontables números de revistas y periódicos –no siempre apasionantes– en la Biblioteca Lerdo, sin perder de vista que el trabajo sobre estos materiales podía ser la clave para desentrañar problemas de fondo. Así, admitía que la lectura de la obra de los hiperiones le representaba una tarea engorrosa no sólo porque sus contenidos estaban plagados de prejuicios y lugares comunes, sino porque eran obras construidas a través de una retórica filosófica hermética investida de un falso rigor argumentativo. La elaboración de la tesis representó un esfuerzo sostenido por ir más allá de los prejuicios y descifrar lo que había detrás de este hermetismo filosófico. Fue una labor ardua, cuyo resultado final es este excelente estudio.

Al definirse cada vez más como una historiadora crítica orientada hacia el estudio de intelectuales integrados en redes de poder que alimentaron un discurso hegemónico –quedaba abierta la discusión acerca de si se trataba de “intelectuales orgánicos”–, Ana Santos corresponde a la figura de la “intelectual comprometida”. Es decir, la intelectual concernida por los problemas de su tiempo y decidida a incidir sobre ellos. Esta es una razón, entre otras muchas, por la que su presencia continuará haciéndonos tanta falta.

Beatriz Urías Horcasitas

México D.F., 15 de septiembre de 2015

Ana Santos y los que miraron desde arriba

En alguna de las últimas reuniones que tuve con Ana Santos, poco antes de que concluyera su tesis de maestría a principios de 2012, y mientras revisábamos la introducción de su trabajo realizado a lo largo de unos cuatro o cinco años, recuerdo que le comenté que tratara de evitar referirse demasiado a sí misma. –Es poco elegante– le dije, –mejor empieza por lo que te parezca más importante sobre la relación entre el Hiperión y “la doctrina de la mexicanidad”–.

Y es que, en efecto, aquella introducción era una especie de historia personal de cómo Ana había llegado al tema cuyo estudio ahora cerraba. Inteligentemente reconocía que había sido porque le molestaba la arrogancia con que algunos intelectuales de fines de los años cuarenta del siglo XX habían reflexionado acerca de los mexicanos y “la mexicanidad”. Decía que le producía bastante malestar que un grupo de jóvenes filósofos de aquellos años, desde las aulas, los escritorios y las tribunas, además de pretender “dictaminar la esencia del mexicano –como si además este sujeto existiera–”, se abrogaran el derecho de “hablar en nombre de él, adjudicarle ciertas formas de comportamiento, ciertos anhelos, aspiraciones, pensamientos y necesidades, ciertos complejos y taras morales […]”. Pero lo que más le generaba antipatía era que durante aquel proceso, dicho grupo había logrado “ofrecer una imagen negativa y denigrante de los sectores populares de la población, una imagen elaborada desde arriba que no escondía su mirada clasista y racista, como tampoco escondía su intención moralizadora ni la visión redentora que las élites habían forjado de sí mismas…”.

La incomodidad de Ana Santos ante lo que derivó de esta situación llegaba a la indignación, sobre todo si a través de estas arrogancias se justificaban las injusticias o las estupideces nacionales contemporáneas, recurriendo a los estereotipos creados por dichas élites con el fin de reducir a los mexicanos a la indolencia, la simulación o al determinismo social. El sentido de su estudio radicaba entonces no sólo en sus intereses como estudiante de historia de las ideas y de las redes de poder en el México de mediados del siglo XX, sino sobre todo en su compromiso con la crítica a estas estructuras intelectuales y a las posturas ideológicas de las élites que hasta el día de hoy pueden leerse y escucharse en la mayoría de los medios de comunicación masiva de este país. El objetivo de este estudio fue entonces, como ella mismo lo dijo en aquel borrador de su introducción: Hacer “una historia que preste atención a la creación de redes de poder con gran influencia en la vida social y con capacidad para difundir determinadas ideologías o concepciones culturales fundamentales para el sostenimiento de las relaciones de dominación…”.

Si bien el tema neurálgico de su trabajo fue la “construcción de las múltiples referencias identitarias mexicanistas” y sus interpretaciones por parte de este grupo surgido en las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM durante los últimos años de la década de los cuarenta, también lo conformaron otros aspectos de dichas andanzas. Para entender la forma en que tales referencias se identificaron y repensaron fue imprescindible la disección del contexto sociopolítico mexicano de aquel tiempo en que empezaba la llamada Guerra Fría. Lo mismo que la reconstrucción de las redes y las genealogías creadas entre intelectuales, instituciones académicas y políticas, poderes y medios.

La dicotomía entre las definiciones y las dominaciones, la reivindicación de la autenticidad y la denigración de la simulación, la búsqueda del origen del resentimiento y la zozobra del “mexicano”, todas ellas envueltas en el pretexto del “estudio del hombre y el ser” en este territorio de América fueron puestas a prueba por estos petulantes “hijos de los dioses” en medio del tránsito hacia la industrialización y a la norteamericanización de la sociedad mexicana del medio siglo.

Y Ana Santos recorrió este proceso con ellos, a través de su propia mirada histórica. Lejos de posicionarse arriba o abajo, lo hizo de manera muy horizontal. Por eso en este estudio Emilio Uranga, Luis Villoro, Jorge Portilla, Ricardo Guerra y Joaquín Sánchez Macgrégor, comandados por Leopoldo Zea y consentidos por José Gaos recorren las aulas, las páginas y las discusiones sobre “lo mexicano”, como si fueran pares y no tanto maestros o autoridades. Al pretender “observar la realidad” para tratar de encontrar soluciones y acciones con el fin de responder sobre su condición moral y filosófica, estos jóvenes hiperiones observados por Ana Santos se hicieron acompañar por Fausto Vega y Salvador Reyes Nevares, en una tarea que de entrada resultaba un tanto vana, por no decir presuntuosa.

¿Qué es el mexicano? se preguntaron públicamente a finales de 1949. Y una especie de “moda” intelectual surgió efervescente y los transportó por rumbos que pronto se agotaron o, si se quiere, se psicologizaron, para caer en el “pintoresquismo y la vulgaridad”, según testimonió uno de sus protagonistas. Coincidentemente aparecieron otros preocupados por esas mismas aproximaciones con el fin de tratar de definir lo que hace mexicanos a los mexicanos. Tal vez el más destacado en este sentido fue Octavio Paz, quien sin pertenecer al grupo, tuvo mucho que decir sobre aquellos valores que no tardaron en volverse lugares comunes enredados en su Laberinto de la soledad. La historia, el carácter, los orígenes raciales o lo escindido de su ser, preocuparon a estos intelectuales de la mexicanidad, que igualmente recurrieron a las mitologías y a los estereotipos para tratar de entender aquella época en la que la Revolución mexicana iba quedando atrás. Decían que dicha revolución se encontraba, al mediar el siglo, en una etapa constructiva y la mayoría no quiso ponerse al margen.

El contexto de la posguerra y de lo que se identificaría como las “rectificaciones políticas y económicas al cardenismo”, los hiperiones parecieron contribuir a la muy reaccionaria “doctrina de la mexicanidad” que el partido oficial enarboló como recurso para golpear a las izquierdas y a lo que quedaba apenas vigente del espíritu revolucionario de las décadas anteriores. Como a muchos otros mexicanos el final del sexenio alemanista también los sedujo y sus inquietudes fueron aprovechadas por la transición ruiz cortinista. Sus reflexiones resultaron muy acordes con el oportunismo y las alianzas políticas del momento. Algunos no sólo se vincularon al priismo, sino que vieron en el régimen entrante la posibilidad de ser incluidos en el grupo de privilegiados que se protegía bajo la sombrilla de lo que empezaba a llamarse la Revolución Mexicana Institucionalizada. Sólo uno, Joaquín Sánchez Macgrégor, sí renegó del grupo declarándose abiertamente marxista. Otros decidieron salir del país, mientras los que se quedaron navegaron en el río revuelto del vedetismo docto y el agotamiento discursivo. Con ello se demostró no sólo la fragilidad de sus propuestas filosóficas originales, sino también la debilidad con la que se enfrentaban a las ya de por sí bastante débiles instituciones nacionales y sus afanes seudodemocráticos.

Es cierto que unos hicieron críticas más serias que otros, y que entre retóricas y reflexiones, los más perspicaces vieron cómo el sistema mexicano se aprovechaba de aquella moda rayana en el intelectualismo orgánico y la prosa inclusiva capaz de convertir a cualquier lector en cómplice. Llama la atención que casi todos se dedicaron a la docencia y recurrieron al periodismo para mantener un lugar en el debate público. En otras palabras: siguieron mirando desde arriba. Algunos continuaron escribiendo en las trincheras del suplemento México en la cultura, en la Revista de la Universidad, en Cuadernos Americanos o en los periódicos El Excélsior, Novedades y El Nacional. Finalmente se refugiaron en las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras o en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, en El Colegio de México o en el Instituto Nacional de Bellas Artes.

Cuando Ana Santos emprendió el estudio de este grupo por ahí del 2004 o 2005, poco se hablaba ya sobre el mismo, y sólo unos cuantos textos específicos y varios generales lo ubicaban como una colectividad filosófica de jóvenes impetuosos que desde el edificio de Mascarones empezaron a preocuparse por la “observación de la realidad” mexicana. Poco se reflexionaba entonces que los hiperiones parecieron rivalizar con otro grupo de la Facultad de Derecho que sería identificado como la generación de Medio Siglo en honor a la revista que llevó ese mismo nombre y que publicó su primer número en 1952. Siguiendo la iniciativa del director de aquella Facultad, Mario de la Cueva, los jóvenes Carlos Fuentes, Víctor Flores Olea, Sergio Pitol, Porfirio Muñoz Ledo, Arturo González Cosío, Genaro Vázquez Colmenares, Carlos Monsiváis, Sergio García Ramírez, Juan Bañuelos, Salvador Elizondo y Javier Wimer animaron aquel grupo, que en parte compartía preocupaciones con los filósofos, pero que también tenía sus propias inquietudes. Su importancia quedaría manifiesta no sólo por lo que cada uno de ellos hizo en tiempos venideros, sino porque mostró que había otros propósitos en el mundo juvenil, además de la reflexión sobre la mexicanidad. Si bien no escondían su inclinación por la preocupaciones ontológicas de Octavio Paz y los hiperiones, justo es decir que además fueron lectores del un tanto proscrito José Revueltas, siguieron impulsos antimperialistas, se mostraron particularmente críticos con los gobiernos militares de América Latina y sobre todo fueron muy escépticos ante el evidente deterioro simbólico la Revolución mexicana. Inmersos en la Guerra Fría, se manifestaron en contra de la corrupción imperante en el sistema político mexicano comprometiéndose con la cultura universitaria. Más que preocupados por Jean-Paul Sartre o por José Ortega y Gasset, analizaban a James Joyce, a Thomas Mann y a André Malraux al mismo tiempo que discutían sobre pintura y música, sobre literatura policiaca, sobre el cuento mexicano contemporáneo y sobre la poesía hispanoamericana en general. Repasando las páginas de su publicación, más que desde arriba los jóvenes de la generación del medio siglo parecieron ejercer una mirada mucho más horizontal y desde luego bastante más crítica a lo que estaba pasando en México al final del alemanismo.

No es aquí en donde compete hacer una comparación entre ambos grupos, pero justo es decir que Medio Siglo espera todavía un trabajo como el que Ana Santos hizo sobre el Hiperión, y que ahora el lector tiene en sus manos. En todo caso tanto el primero como el segundo son muestra clara de que al mediar el siglo XX una juventud mexicana se comprometió con su tiempo y su contexto, aunque no siempre con la mirada puesta en objetivos semejantes y plausibles. Tal vez allí se sembró la semilla de aquella otra juventud que supo manifestarse contundentemente contra la podredumbre del sistema político mexicano durante el trágico y emblemático año de 1968.

Me atrevería a decir que ese compromiso original con la crítica y la cultura contestataria lo compartieron aquellos jóvenes de entonces con algunos miembros de la generación de Ana Santos. Un compromiso que ahora parece brillar por su ausencia. Duele reconocer que la gran mayoría de la juventud mexicana que estudia en nuestras instituciones de educación media y superior vive mediatizada y adormecida por el oportunismo que campea en los ambientes políticos y académicos contemporáneos, impulsado por los inmundos medios de comunicación masiva de este malogrado país. Pero lo que más duele es que Ana Santos ya no esté aquí para señalarlo y empujarnos a hacer algo para mejorarlo, tal como ella lo hizo.

Este estudio sobre El Grupo filosófico Hiperión y el Estado mexicano es el testimonio de una extraordinaria mujer joven y su paso por el mundo del conocimiento histórico, la crítica y el compromiso. La conocí trabajando y contribuyendo con su granito de sal a que este fuera un mejor país. Y aunque carezca de elegancia debo decir que me causa una enorme pena que ya no esté entre nosotros.

Ricardo Pérez Montfort

Tepoztlán, Morelos, julio de 2015