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Ser maestro

Raúl Bermejo

Plataforma Editorial

Índice

  1.  
    1. Agradecimientos
  2.  
    1. 1. Introducción
    2. 2. Viejos nuevos debates
    3. 3. Bases para una educación plena
    4. 4. Confiando en los alumnos
    5. 5. Recuerdos de infancia
    6. 6. «Locuras educativas» en lectoescritura
    7. 7. El juego caracteriza a la infancia
    8. 8. El patio: ¿espacio de recreo o espacio educativo?
    9. 9. Aprender creando
      1. El proyecto «Creatividad»
      2. Día de la Familia
    10. 10. El dibujo infantil
    11. 11. La diadema del dilema
    12. 12. Los niños son emociones
    13. 13. La importancia de la asamblea
      1. ¿Y si no quiere participar?
    14. 14. Deberes, un tema a debate
    15. 15. Salvemos el tejo
    16. 16. Distintas generaciones
      1. Julio, 73 años, padre
      2. Mónica, 34 años, madre
      3. Renata, 35 años, psicóloga, doctora en educación y madre
      4. Eva, 60 años, maestra jubilada y madre
      5. Rosa, 44 años, maestra, pedagoga y madre
    17. Conclusiones

Dedicado a todos los alumnos que he tenido a lo largo de estos años, especialmente a Los Zorritos y a Los Caballitos de Mar y a sus familias. Ellos han sido los que me han demostrado que otra educación es posible, con su alegría, sus ocasionales llantos, sus frustraciones y sus emociones.

Con su motivación y sus ganas de aprender.

Gracias por enseñarme a ver la educación desde vuestros ojos, llenos de inocencia y entusiasmo.

1. Introducción

En los últimos años la educación se ha convertido en un tema que hay que debatir no solo en España, sino en todas las partes del mundo, y si encima eres maestro, se convierte en una de tus mayores preocupaciones, y es que, a pesar de las múltiples reformas educativas, en todas partes los sistemas educativos están contaminados por la política y por intereses económicos. No somos conscientes de que la educación es lo que debe sustentar un país y formar grandes personas y profesionales para nuestro futuro. Leemos continuamente en prensa la comparación de los sistemas educativos de varios países, de tasas de suspensos y aprobados de los alumnos, informes de evaluación de los niños y niñas de cada lugar, pero ¿realmente para qué? Siempre digo, y creo que es muy importante, que la educación debería estar desligada de cuestiones políticas y que las leyes que se implanten para los procesos de enseñanza-aprendizaje deberían elaborarlas directamente un claustro de profesores y maestros que convivan con niños y niñas todos los días.

A veces miro a mi alrededor y me da por pensar que vivimos en una sociedad o en una época con falta de vocaciones, en la que parece que el principal objetivo de cada persona es buscar un trabajo para poder sobrevivir o para poder vivir dignamente, pero que en verdad no estamos dedicándonos a lo que realmente nos gusta (y no me incluyo en este saco, ya que en ese caso no estaría sentado aquí escribiendo este libro). ¿Por qué digo esto? Pues porque creo que una de las cualidades más importantes de ser maestro es saber motivar a tus alumnos y desarrollar el talento de cada uno de ellos para que el día de mañana el niño que quiera ser diseñador se sienta el mejor diseñador del mundo, la niña que quiera ser futbolista sea una futbolista llena de felicidad y el pequeño que quiera ser cocinero sea un chef de primera.

Por suerte, frente a esta situación, a lo largo de mis años en el mundo de la educación me he encontrado un gran número de maestros y maestras que se entregan por completo a su profesión, que la viven con tal emoción que cada día proponen actividades nuevas; son maestros que me han dicho frases como: «¡Mira, Raúl, he pensado en hacer esto! ¿Qué tal si hacemos esto otro para enseñar tal cosa?». Hasta que un día, una gran compañera, y a día de hoy una gran amiga, y yo nos preguntamos: «¿Qué te parece si preguntamos a los niños qué quieren hacer?». ¡Aquí está otra clave!

Lo principal para un maestro, lo más importante en cualquier colegio, centro educativo o escuela infantil, de hecho, en todos los centros en los que se trabaje con los que serán el futuro de un país, es formar a los niños y niñas en todos sus aspectos, en conocimientos, por supuesto (ya veremos de qué manera), pero sobre todo en valores, en emociones y creatividad, aspectos fundamentales en cualquier ser humano.

A veces he leído en prensa, o en algunos libros, que educar a los niños para ser buenas personas y felices no los lleva a ningún sitio, y que tampoco es bueno para el país, ya que tiene que haber personas competentes en cada área o ámbito que conforma una sociedad capitalista y consumista como en la que vivimos; estos planteamientos, a mi juicio, no tienen sentido. Antes bien, creo que desde pequeños hay que enseñarles a respetar a la persona que tienen al lado, a respetar las actividades de los compañeros y compañeras, a respetar a su familia, a ser solidarios con aquel que tiene menos que ellos y a no ser tan competitivos con los demás, sino consigo mismos para ser mejores personas y mejores en lo que a ellos les guste; eso se llama exigencia personal, no competitividad. Si el maestro da rienda suelta al talento y potencial de cada alumno, todos los que estén motivados por aprender lograrán ser grandes profesionales el día de mañana, y no serán productos homogéneos de fábrica que deben buscar un trabajo y decir a su jefe sí a todo sin saber qué están haciendo. No, señores, eso se terminó, la sociedad está cambiando y tiene que seguir evolucionando, aunque el problema es que no todos nadamos en la misma dirección.

«Siéntate», «En clase no se habla», «Hoy tenemos que completar cinco fichas porque si no, no nos dará tiempo a terminar», «No te muevas tanto», «Cállate»… ¿Realmente esto es ser maestro? ¿De verdad esto es lo que pide el sistema educativo? ¿Esto es lo que se quiere para un país? ¿O es algo que hemos impuesto como sociedad: para que el maestro demuestre que ha hecho su trabajo hay que terminar unos libros que han sido comprados por los padres a un precio de oro? ¿El trabajo de un maestro se basa únicamente en enseñar contenidos? ¿O hay que inculcar unos valores en la escuela y en la familia?

Hay una cosa que no debemos olvidar, y es que los maestros abrimos el mundo a los niños, ¡sí! Tenemos esa posibilidad, y es un regalo para nosotros, pero debemos abrirles los ojos y acercarlos a su entorno de la forma en que ellos quieran mirarlo, ya que cada niño es distinto, cada niño es único y diferente. Lo que me propuse cuando decidí ser maestro y comencé a ejercer como tal fue respeto hacia cada uno de ellos y su ritmo de aprendizaje.

Son los niños y las niñas quienes, desde bien pequeños, irán cambiando las cosas, los que transformarán el mundo a medida que vayan creciendo, evolucionando y aprendiendo, en definitiva, mientras vayan construyéndose como personas. Tenemos la posibilidad de guiar a cada uno de los pequeños con los que nos encontramos por el camino, de hacerlos huir del egocentrismo, del egoísmo y de convertirlos en seres sociales (independientemente de si uno es más tímido y el otro más extrovertido).

La realidad es que las reformas y los cambios en el sistema educativo siempre los hacen personas que están muy alejadas de la realidad de una escuela y, además, su propósito dista bastante de querer desarrollar las capacidades de cada niño, de tu hijo…

El objetivo que me propongo con este libro es reflejar algo positivo, un pequeño cambio, ofrecer mi pequeña aportación, mi experiencia, y plantear una educación que parta de los intereses de los niños, que los ayude en su proceso de enseñanza y los motive hacia ello.

Y también quiero intentar llegar a aquel maestro o maestra que piensa que sí se puede cambiar, para que se dé cuenta de que no está solo y se sienta comprendido, para que este libro sea para él un pequeño «empujón» y le dé la esperanza de que la educación está cambiando y de que somos nosotros, eres tú, soy yo, quien está construyendo ese cambio.

Asimismo, no solo me dirijo a los referentes o figuras de la educación, también a los padres. Si eres padre o madre y te preocupas por que tu hijo sea feliz en la escuela, si necesitas que aprenda a su ritmo, que sea buena persona, que se eduque en valores como el compañerismo, la cooperación y el respeto en el marco de unos contenidos y una forma de aprender que tenga en cuenta la motivación de los pequeños, tú también estás aportando tu granito de arena a este proceso educativo en el que nos encontramos.

En el mundo existen colegios grandes (y no me refiero a su tamaño), brillantes, que han roto con el concepto de escuela tradicional, hay profesores geniales, implicados e inspiradores, y tú, que tienes este libro en las manos, estoy seguro de que eres una persona que trabaja de la manera más creativa posible para ofrecer a tus alumnos una educación más personalizada, lo que sé que te supone un gran trabajo teniendo treinta niños en clase para ti solo (siéntete admirado y valorado), o de que eres ese padre o madre de familia que se preocupa por la educación de su hijo, que busca algo más que el simple aprendizaje de unos contenidos y que deja atrás la rivalidad con otros niños de su clase.

Siempre se ha dicho que «los chicos listos van a la universidad», por lo menos mis abuelas lo decían. Lo que a veces no se entiende o no se quiere entender es que en nuestra sociedad necesitamos albañiles, fontaneros, panaderos, carpinteros, pescaderos, carniceros, fruteros, maestros, ingenieros, electricistas… Según su profesión, necesitarán o no una titulación universitaria, pero todos serán figuras fundamentales para que tengamos una buena calidad de vida. Estoy completamente seguro de que muchos de ellos disfrutarán con su trabajo. Por el contrario, en los centros educativos siempre se fomentan los estudios superiores, sin tener en cuenta las capacidades de cada individuo y rebajando así algunas profesiones a segunda categoría o a alternativas para quienes no quieran estudiar. En cierto modo, es el propio sistema educativo el que genera esa competición y rivalidad en las personas, algo que debería dejar de existir, porque nadie es mejor que nadie, sino que hay personas buenas en su trabajo. Un albañil puede ser el mejor albañil del mundo y un médico puede ser el mejor médico del mundo, porque ambos disfrutan con su trabajo.

A lo largo de mi vida académica me he ido dando cuenta de que continuamente estamos «preparando para el futuro» a los niños y de que hay un afán por enseñar los contenidos cada vez más rápido y cuanto antes mejor, y así, hay maestros que dicen: «Tienes que estar preparado para el curso siguiente», porque se da por supuesto que el siguiente será mucho más difícil que el actual. Es decir, si estás en cuarto de Primaria, te preparan para quinto de Primaria; una vez que llegas a cuarto de la ESO, te preparan para Bachillerato, y cuando logras aprobar 1º de Bachillerato, ya te están hablando de una tal «Selectividad», que es un examen que debes aprobar para acceder a la universidad, puesto que si no, no sabrás qué hacer con tu vida. Por mi parte, yo no estoy de acuerdo con este planteamiento, y creo que no debería ser así; al contrario, hay que fomentar las capacidades de cada uno desde que es pequeño, sus cualidades y sus gustos, de tal forma que a medida que crezca cada uno sea quien quiera ser, pero sea, eso sí, alguien bueno y responsable en su trabajo, intentando superarse a sí mismo cada día y no poniendo zancadillas a los demás.

De pequeño siempre tuve claro que quería ser maestro. Uno de mis juegos simbólicos preferidos era ese. Yo era el maestro que explicaba las cosas a todos los personajes imaginarios que me inventaba, y lo mejor de todo es que a medida que fueron pasando los años trasladé esos personajes imaginarios a pequeños cuentos e historias que me inventaba; a mi manera y de alguna forma, les daba vida.

Casi siempre fui un chico responsable, y digo «casi siempre» pensando en ese adulto que cree que los niños no tienen por qué hacer trastadas. Pasaba las tardes haciendo los pocos deberes que me mandaban en el colegio, alguna extraescolar por voluntad propia y el tiempo libre era mío, solo mío, mis momentos de ser yo y de hacer lo que más me gustaba. Recuerdo esas tardes en las que los niños del barrio nos lanzábamos a la calle a jugar al pillapilla, al escondite y a tirarnos piñas; éramos niños. Y me pregunto: ¿sigue pasando esto hoy en día…?

Ya en Secundaria, las materias que mejor se me daban eran las matemáticas y la física, y aunque no era de notas bajas (casi nunca suspendía), tampoco eran excesivamente altas, así que obtenía buenas medias. En Bachiller algunos profesores empezaron a decirme que tenía que decantarme por la rama de ingeniería, arquitectura…, carreras universitarias que hace diez años tenían muchas salidas laborales. Pero yo seguía teniendo en mi cabeza que quería «ser maestro»; era algo que sentía, que formaba parte de mí. Sin embargo, la desmotivación se apoderó de mí debido a que los comentarios que recibía eran: «Es una carrera con mucha demanda», «No tiene salida, es muy difícil trabajar de maestro» y, por supuesto, la palabra oposición era algo que estaba presente. Creo que la gente lo ve fácil: maestro, una carrera en la que piden una nota baja y que está desprestigiada por la sociedad en muchos aspectos, puesto que los maestros somos culpables de muchas cosas y el término vacaciones es algo que llevamos en la espalda. Pero la realidad no es así, es mucho más complicado de lo que parece.

Finalmente, realicé estudios de Ingeniería de Telecomunicaciones durante dos cursos, pero mi desmotivación fue en aumento, ya que no hacía lo que me gustaba y, en definitiva, no era feliz. A la vez, trabajaba en la educación no formal para pagarme mis estudios (a lo que también me ayudaban mis padres, como a la gran mayoría de los estudiantes), y esas clases se convirtieron en mi pequeño refugio, ahí me sentía cómodo, en un entorno en el que enseñaba pequeñas cosas a unos niños de corta edad; eran mis mejores momentos de la semana, hasta que decidí cambiar de rumbo. Tal como le dije a mi familia en ese momento: «¡Quiero ser feliz, quiero ser maestro!». Y así lo hice, y así sigo, hasta el día de hoy, mientras escribo este libro, otro pequeño tesoro de mi vida profesional.