JOSEP LÓPEZ DE LERMA

 

 

 

CUANDO PINTÁBAMOS ALGO EN MADRID

Breviario crítico de un diputado en la carrera de San Jerónimo


 

 

 

Publicado por

ECONOMÍA DIGITAL, S. L.

Rambla de Catalunya, 98, 7è, 1a

08008 barcelona

 

© Josep López de Lerma

 

© de esta edición

Economía Digital, S. L.

 

 

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A MI ESPOSA E HIJO

 


CONTENIDO

 

Nota del editor

Genealogía del pujolismo en cuatro actos

Aquí empieza todo

La Minoría Catalana salva España y el primer “no” a gobernarla

Tranquil, Jordi, tranquil

Pep, servidor, de Barcelona

¿Cuál es su currículum, joven?

La enmienda de oro

Banca Catalana y la Ley electoral

Poned vosotros la cordura

De la televisón antropológica a la televisión del Meteosat

Su aparato no le funciona, señor ministro

Roma paga a traidores

¡Carajo de himno!

La operación reformista

Las cartas sin rúbrica de Jordi Pujol

Se entreabren las puertas de los Leones

Cataluña y la devaluación de la peseta

Se vota la entrada de CiU en el Gobierno de España

Estivill, patada hacia arriba

Pon a Rodrigo Rato en la lista

Espiados, y asustados. El caso Roldán

Los fondos reservados de la Guardia Civil y el viaje de Roldán

Así no podemos seguir

Romper sin romper

Rigol y la presidencia del Senado

El encargo del Rey

El “pinyol” de CDC frustra el “cat” en las matrículas

Siempre faltará una galleta, incluso dos

No al retorno de la Guardia Civil

El Rey también se expresa con gestos

Una cacería me llevará a Roma

El nieto de Tutul Xiu reclama a la Corona

Irritando a la banca

¡Tenemos el dossier de la familia Pujol!

El Príncipe y la cesantía

El sainete del Palau

Cataluña en la Unesco

La extradición de etarras

Recortando y pegando enmiendas con Álvarez-Cascos

El baile de los 17.814 millones de pesetas

Tocado y hundido

De entrada no, en el futuro, quizá

¡Esto, Cristóbal, no me lo puedes hacer!

“Tites, tites, tites” de Pujol

En el PP no hay dinero negro

Todo Madrid

Mas apuesta por ERC

El retrato de los Reyes

El tripartito” está hecho

El cansancio del vigilante

A modo de despedida

 


NOTA DEL EDITOR

 

 

En general, una característica distintiva en el género de las memorias es su extensión larga. Recordemos la máxima de Giacomo Casanova en sus deliciosas memorias: "he vivido". Esta afirmación es la que lleva a los que las escriben a llenarla de datos y más datos que refuerzan esa idea: haber vivido. Extensión que tiene mucho de reencuentro del autor con su pasado. Las hay que narran, día a día la experiencia de lo doméstico y espiritual, como es el caso de la obra de Julien Green sus Journal realizada en 17 volúmenes. Una obra monumental. O las hay oceánicas, como las de Winston Churchill, que nos hacen revivir toda una época, evocando desde el ruido del sable hasta el ruido de las bombas que caen sobre Londres. Las hay reivindicativas con uno mismo, como las de Charles de Gaulle, o críticas con su tiempo, como las de Jean-François Revel. Las hay a modo de despedida, como las de Norberto Bobbio, en su obra Secnetud. Las hay edificadoras de todo un tiempo, como las de Chateaubriand en sus Memorias de Ultratumba. Pero también las hay, como en el caso del libro que van a leer, aquellas en que el autor busca no perder de vista la actualidad y, por lo tanto, sus memorias lo son en la medida que dialogan críticamente con lo que estamos viviendo. En definitiva, son memorias oportunas, y no oportunistas, para recordarnos que nuestro presente es el resultado, también, de nuestro pasado. Es el caso de las memorias del periodista Indro Montanelli recogidas en un diálogo con Tiziana Abate. En estas memorias, la actualidad avanza con el pasado y sitúa al espectador ante las disyuntivas de su presente. Esta es la técnica empleada por José López de Lerma para hablar de su tiempo. Son microrrelatos de memoria en los que el autor nos adentra en los entresijos de la política española, desde la Transición hasta la actualidad. El libro que tienen en sus manos son memorias breves y morales pensadas, no para combatir la nostalgia, sino para combatir el olvido. Por eso resulta tan interesante entrever las costuras del poder y sus rasgaduras. Esta es la razón por la que hemos apostado por publicarlas, pues son el resultado de una crítica, de una reflexión de gran interés político, al haber logrado sintetizar la buena y mala política en pequeñas anécdotas, algunas incluso pueden parecer irrelevantes y, sin embargo, revelan mucha verdad sobre cómo hemos construido y gestionado nuestra democracia.


 

 

 

ESTANDO EN EL PODER, UNO DEBERÍA SOSPECHAR DE SÍ MISMO PERMANENTEMENTE.

 

VÁCLAV HAVEL

 

 

 


GENEALOGÍA DEL PUJOLISMO EN CUATRO ACTOS

LA POLÍTICA RADICA NO SOLO EN LAS IDEAS SINO EN CÓMO ACTUAMOS

 

 

Acto I

 

El primer acto lo debemos situar en el acuerdo Convergencia Democràtica de Catalunya (CDC) y Esquerra Democràtica de Catalunya (EDC), alcanzado para concurrir juntos a las legislativas constituyentes, y corresponde a un diálogo entre Ramon Trías Fargas y Jordi Pujol, mantenido en la sede convergente de la calle Provenza de Barcelona.

–Mira, Jordi, tú y yo tenemos un problema de horizonte –dice Trías Fargas.

–¿Cuál? –pregunta Pujol.

–Que yo me he metido en política para servir un poco a Cataluña, pero tú has venido a salvarla –le responde.

Pujol calló.

 

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Acto II

 

El segundo acto se da en el seno de CDC, en pleno debate del proyecto de Constitución, también en el mismo lugar.

–Yo no estoy de acuerdo en que la Constitución hable de “nacionalidades” sin referirse para nada a Cataluña o al País Vasco, todavía menos respecto de su “unidad”, y que el vigilante sea el Ejército. Y solo entiendo eso de las competencias del Estado y de las Comunidades Autónomas como un lío tremendo que nos diluye y que nos remite a un arbitraje (el Tribunal Constitucional) que siempre será de ellos –dice el doctor Jaume Ciurana i Galceran, fundador de CDC, en plena celebración del Consejo Nacional de este partido que debe dar el visto bueno a la norma normarum de España.

–Sí, Jaume, de acuerdo –le responde Pujol–. No es la Constitución que nosotros querríamos, pero hoy por hoy es la única posible. Pero dijimos, ¿verdad?, que era el momento de pasar de fer país (hacer país) a fer política (hacer política). Pues bien, en política no es posible conseguirlo todo y además todo a la vez, y menos cuando acabamos de salir del franquismo y las estructuras del Estado siguen siendo las mismas que a la muerte de Franco. Te pido a ti y os pido a todos que empecemos a andar. Tiempo habrá para modificar el camino.

–Lo comprendo, Jordi, y no creas que mis palabras son de censura a todo cuanto habéis conseguido –responde Ciurana–, pues es mucho y positivo para Cataluña y la democracia. Pero, ¿sabes qué?, yo distingo entre “táctica” y “estrategia”. Hay que tener clara la estrategia (el objetivo último) para no errar en la táctica. Y para mí no hay otro objetivo que la independencia de Cataluña. ¿Tú, dónde te encuentras?

No hubo respuesta por parte de Pujol.

 

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Acto III

 

El tercer acto ocurre en un despacho de CDC, ahora instalada en la calle Valencia, una vez empezado el Comité Ejecutivo Nacional, al que Pujol llega tarde, y además se trae algún quebradero de cabeza, pues tarda en situarse mentalmente. Corre el año 1989, por lo tanto, durante la segunda legislatura catalana, ahora con CiU disponiendo de mayoría absoluta. Como un autómata, Pujol pregunta por dónde vamos respecto del orden del día. –Pues, con lo ocurrido esta tarde en el Parlament –responde Miquel Roca.

–¿Qué ha ocurrido? –pregunta Pujol “aterrizando” de golpe y porrazo.

–Que en la Comisión de Cultura se ha aprobado que Cataluña no renuncia a la autodeterminación –sigue diciendo Roca.

–¿Cómo dices? ¿Con nuestro voto?

–Sí, claro, con el voto de Max Cahner a una propuesta de ERC.

Pujol queda descompuesto. Se levanta y se ausenta del Comité Ejecutivo. Pide que le pongan con su antiguo conseller. Le encuentran, y desde la sala se oye la bronca que le cae al bueno de Max.

 

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Acto IV

El cuarto acto lo protagonizó Trías Fargas cuando nos preparábamos para la primera campaña electoral de nuestra vida y disertaba Pujol, tratando de unificar el discurso. Él diferenciaba entre dos tipos de partidos políticos: los de gobierno y el resto.

–Debemos destacarlo –dijo Pujol–, porque nosotros pertenecemos al primero y hay que advertir a la gente. Debemos ser el voto útil puesto al servicio de Cataluña.

–Venga, Jordi, que no es así –le cortó Trías Fargas–. Todos los partidos, todos, sea cual sea su ideología, participan en unas elecciones democráticas con el fin de ser gobierno y modelar la sociedad de acuerdo con su ideario.

–No es así, Ramon.

–Pues dime un solo partido político que, pudiendo ser gobierno, haya renunciado a ello en aras a su ideal. Hasta los utópicos desean hacerse con el gobierno. Hay que estar allí donde se deciden las cosas, Jordi.

Pujol volvió a cerrar la conversación con un elocuente silencio.

Cataluña con Jordi Pujol nunca tendría ministros en el gobierno de España.

¡MEMORIA, VUELA!

 

 

 


AQUÍ EMPIEZA TODO

CÓMO NOS ALCANZA NUESTRO DESTINO

 

Se había aprobado el Estatuto de Autonomía de Cataluña y el mes de diciembre de 1979 acababa de comenzar. En el horizonte asomaban las primeras elecciones al Parlament de Cataluña, sede de la potestad legislativa e inviolable, según se leía en el artículo 29 de la norma institucional básica de la Generalitat.

Llego al número 88 del Paseo de Gracia de Barcelona con el capítulo anticipado por Miquel Roca en una conversación reciente, que habíamos mantenido de madrugada en la calle Provenza, después de un animado Consejo Nacional de CDC.

Traspaso el portal, algo majestuoso, subo al ascensor y le doy al botón 4.

Llego a la planta indicada, salgo del elevador, voy a la puerta que se halla a mi izquierda y pulso el timbre.

Me abren y al momento viene Carmen Alcoriza, la secretaria por excelencia de Jordi Pujol, y me dice que enseguida me recibirá.

Tomo asiento y, mientras espero, repaso los pros y los contras de la decisión que ya había tomado tras hablarlo con mi esposa.

No habían transcurrido un par de minutos cuando el entonces secretario general de CDC, Pujol, viene a buscarme y me lleva a su despacho. La misma estancia que había usado en tiempos de Banca Catalana.

Inicia la conversación de la misma manera que lo haría en otras mil que le seguirían: preguntando y preguntando, yendo de las preguntas genéricas a las concretas, para llegar a las personales.

De golpe, se levanta y me dice:

–Acompáñame, por favor.

Lo hago y le sigo. Pasamos por el recibidor, luego por un estrecho pasillo, giramos hacia la izquierda y poco después hacia la derecha, y nos paramos ante una puerta, tras la cual se hallaba el cuarto de baño.

Se sitúa ante un mingitorio, se baja la cremallera y se pone a mear.

Y así, en esa postura y en ese quehacer, me pregunta:

–¿Te parece bien ir a Madrid de diputado?

Mientras se sacude la última gota, entra en materia.

Me dice cuanto Roca ya me había anticipado; es decir, que Ramon Sala dejaba el escaño para ir de candidato al Parlament y que la siguiente en la lista, Concepció Ferrer, en aquel entonces presidenta del Comité de Gobierno de UDC, renunciaba a reemplazarle, puesto que, por su cargo, iba a ir de número dos por Barcelona, detrás de Pujol.

Se lava las manos y regresamos a su despacho.

Me anima a darle un “sí” como respuesta, pues –me dice– CDC estaba sobrada de Pujols, Trías, Rocas, Fargas y Cullells y escasa de Pérez Hinojosas o López de Lermas. Que debíamos ser un solo y único país, una nación de mezcla y de cohesión social, y que un partido nacionalista como el nuestro no podía existir dando la espalda a la realidad.

Después fue al grano:

–Bien, ¿qué me dices? ¿Aceptas a ir a Madrid? ¿Te lo ha anticipado Roca? ¿Has hablado con tu mujer?

Le digo que sí, que acepto agradecido la propuesta y que solo debo pedir la preceptiva excedencia laboral como profesor.

–Pues, perfecto. Ahora bien –añade–, que te quede muy claro que no vas para quedarte. De esto hablaremos llegado el momento, al final de la actual legislatura.

Nunca más volvimos a tratar el asunto de mi presencia o ausencia de la candidatura electoral de CiU en Girona para el Congreso de los Diputados.

En esta institución permanecí casi veinticinco años seguidos. A medida que iba superando legislatura tras legislatura, me iba dando cuenta de que el sinónimo más adecuado para estar transitoriamente en un lugar era permanecer continuamente en el mismo. Que lo más cercano a la perpetuidad era la provisionalidad.

Como el mismo Pujol, sin ir más lejos.

VIAJE AL GOBIERNO DE ESPAÑA

 


La Minoría Catalana salva España y el primer “NO” a gobernarla

ESPAÑA SIEMPRE HA SIDO LA CUESTIÓN

 

En 1977, España había podido y sabido arrancar un proceso de democratización y llevarlo a buen puerto, con la elaboración de una Constitución apoyada casi unánimemente en las Cortes y refrendada por la ciudadanía con amplísima mayoría, y de manera singular en Cataluña que superó con creces a la media española.

Sin embargo, dicho proceso se inició en uno de los peores momentos de la economía española. La situación era explosiva: la inacción de los últimos gobiernos franquistas respecto del precio del petróleo, en un país en el que el 66 por ciento de la energía era importada, hizo que en doce meses la adquisición del barril de petróleo pasara de 1,63 a 14 dólares. Esto era excesivo para una economía cerrada como la española, pues las exportaciones solo cubrían el 45 por ciento de las importaciones.

Por carecer de recursos para mantener los intercambios con el exterior en un punto de equilibrio, España perdía cada día 100 millones de dólares de reservas exteriores y la deuda externa acumulada entre 1973 y 1977 llegó a ser de 14.000 millones, es decir, un importe superior al triple de las reservas de oro y divisas del Banco de España. Las empresas tenían deudas que se contaban por centenares de miles de millones de pesetas, lo que contribuía a que el paro se incrementara exponencialmente hasta alcanzar las 900.000 personas –subiría a 2.000.000 en 1998–, de las cuales tan solo un tercio percibía algún tipo de subsidio. Y, finalmente, la inflación pasó del 20 por ciento de 1976 al 44 por ciento en 1977, cuando la media de la OCDE era del 10 por ciento. Por si esto no fuera bastante, se detectaba una masiva fuga de capitales.

Ramon Trías Fargas, abogado y economista, catedrático de Economía Política de la Universidad de Valencia y posteriormente de la Universidad de Barcelona, formado en la Universidad de Chicago, en pleno exilio familiar, que en 1976 había ingresado en la Real Academia de Ciencias Económica y Financieras de España con el discurso “La crisis del petróleo” y que había dirigido los servicios de estudios del Banco Urquijo, fue quien alertó a Jordi Pujol de la peligrosa situación en la que se hallaba España. Coincidía plenamente con el diagnóstico que había realizado el vicepresidente económico del Gobierno de Adolfo Suárez, Enrique Fuentes Quintana: “O los demócratas acaban con la crisis económica española o la crisis acaba con la democracia”. Pujol y Trías Fargas, hombres plurilingües, estaban siempre atentos a lo que decía la prensa extranjera, por lo que se dieron cuenta de que el eje Londres-Berlín-París-Roma mostraba una preocupación extrema por las cuentas españolas y expresaba la urgente necesidad de aplicar de inmediato medidas de saneamiento.

Es aquí cuando, en medio de la redacción del proyecto de Constitución, el catalanismo político encarnado por CiU se inviste de fuerza política para ayudar a la gobernación del Estado. Pujol, Roca y Trías Fargas se ven con Suárez.

–Nuestros ocho votos –le dice Pujol al presidente del Gobierno– son tuyos a cambio de nada.

Eran los votos que precisaba Unión de Centro Democrático (UCD) para disponer de mayoría absoluta. Adolfo Suárez no se lo esperaba y menos aún del grupo parlamentario de la Minoría Catalana, como entonces se denominaba. Nadie, absolutamente nadie, ni siquiera el grupo de Manuel Fraga, que también disponía de ocho escaños, le había ofrecido ayuda para disponer de estabilidad parlamentaria a fin de gobernar con mayor tranquilidad y eficacia. Y eso que el propio presidente del Gobierno se había entrevistado con Felipe González y con Santiago Carrillo, nada más empezar la legislatura, para sondear la posibilidad de un acuerdo de legislatura. Pero no había obtenido una respuesta positiva y su Ejecutivo andaba como un pato cojo.

Suárez lo agradeció y les pidió que se viesen con Enrique Fuentes Quintana, pues tampoco la Unión General de Trabajadores (UGT) ni la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), así como parte de Comisiones Obreras (CCOO), se habían mostrado a favor de un acuerdo marco a suscribir con las patronales bajo arbitraje gubernamental, para reordenar el mercado laboral.

Así lo hicieron. El vicepresidente económico estaba informado de la conversación con Suárez y fue a su granero, la economía. Y del intercambio de puntos de vista surgió la necesidad de alcanzar un gran pacto entre todas las fuerzas políticas con representación parlamentaria, al que deberían dar su apoyo posterior tanto las centrales sindicales como las patronales.

Suárez, Fuentes Quintana, Calvo-Sotelo y otros miembros de UCD empiezan a sondear al Partido Socialista Obrero Español (PSOE), al Partido Comunista de España (PCE), al Partido Nacionalista Vasco (PNV) y a Coalición Democrática (CD), mientras que Pujol y Roca les anuncian a los colegas de la oposición su apoyo incondicional al Gobierno, principalmente para tomar medidas que atajaran la situación económica. Mientras tanto, el profesor y diputado Trías Fargas se va entrevistando con los portavoces económicos de todos los grupos parlamentarios, así como con los banqueros. También lo hace con los miembros de la gran patronal catalana, Fomento del Trabajo, que fue el trampolín para la creación en 1977, de la mano de Carlos Ferrer Salat, de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), en aquel entonces más bien poco estructurada y casi nada representativa.

A partir de las conversaciones mantenidas, UCD y CiU entienden que la fruta está lo suficientemente madura como para que el propio presidente del Gobierno hiciera una convocatoria en forma. Suárez así lo hace y reúne en La Moncloa a Felipe González (PSOE), Santiago Carrillo (PCE), Enrique Tierno Galván (Partido Socialista Popular, PSP), Joan Raventós (Convergència Socialista de Catalunya, CSC), Juan Ajuriaguerra (PNV), Miquel Roca (CiU), Manuel Fraga (CD) y Leopoldo Calvo-Sotelo (UCD). Se pone encima de la mesa un documento de partida elaborado por el Gobierno, se comprometen a estudiarlo el fin de semana del 8 y 9 de octubre de 1977, en los días siguientes se desarrolla dicho documento en comisiones especializadas y el día 25 del mismo mes se firman dos acuerdos. El primero, Acuerdo para el programa de saneamiento y reforma de la economía, es suscrito por todos. El segundo, Acuerdo sobre el programa de actuación jurídica y política, recibe la abstención de Fraga Iribarne. Ambos fueron ratificados posteriormente por el Congreso de los Diputados y por el Senado.

La gran patronal se adhirió a los ya denominados Pactos de La Moncloa, pues con este nombre pasarían a la historia; también lo hizo CCOO, pero no la UGT ni la CNT. Los ugetistas jugaron al gato y al ratón debido a una especie de “síndrome de la oposición”, pero al final también los suscribieron. La CNT pasó a mejor vida, quizá porque su anarquismo ya no tenía espacio en la nueva sociedad española.

A lo largo de esa legislatura, Suárez ofreció a CiU dos ministerios en las personas de Ramon Trías Fargas y Miquel Roca. Esta oferta tuvo lugar justo antes de la remodelación del Gobierno tras la dimisión irrevocable presentada por Enrique Fuentes Quintana. Había sido el gran cerebro de los Pactos de la Moncloa y el artífice de una política económica que frenó la expansión de la masa monetaria, de una política presupuestaria que redujo el déficit público, de la fijación del cambio realista de la peseta que redujo la deuda exterior, de medidas contra el desempleo con la introducción del contrato temporal para jóvenes en paro y de medidas laborales como la obligación de incrementar los salarios en base a la inflación prevista y no a la sufrida. Además, Fuentes Quintana había puesto las bases para una reforma fiscal y de la administración tributaria, para la aplicación de un control real respecto de la liquidez y solvencia de bancos y cajas de ahorro, y para la reforma de flexibilización del mercado laboral, excesivamente rígido.

Pero Pujol dijo “No”.

Fue la primera de una serie de ofertas recibidas para incorporar el catalanismo moderado, reformista y renovador al Gobierno de España.

Pujol dijo siempre “No”.

Aún hoy le debe a la sociedad catalana una explicación, pues vaya usted a saber si de aquellas negativas llegaron los lodos que hoy embarrancan la política catalana. El tactismo por el tactismo no es otra cosa que un gran vacío de estrategia de conjunto, como dijo el doctor Jaume Ciurana.

Lo único que consta en acta es que hasta en seis ocasiones, como mínimo, Jordi Pujol le dio con la puerta en las narices al inquilino de turno de La Moncloa, el que fuere, cuando este le ofreció entrar en el gobierno de España.

TRANQUIL, JORDI, TRANQUIL

CUANDO EL GOLPISMO ESPAÑOL GOBIERNA EN ESPAÑA

 

Nunca se sabrá la verdad, toda la verdad y solamente la verdad del 23-F. Hubo demasiado en juego como para que todo fuera puesto en manos de la Justicia, militar por supuesto. Se nos ofreció una verdad, ¿pero fue la verdad? Sigue pareciéndome que no. Hubo demasiados cabos sueltos, mucho pacto, como el del “capó”, indultos a manta e incluso un general, Carlos Alvarado, se atrevió a confesar que él también había formado parte del golpe, una vez prescritos los delitos. A mi juicio, hubo razones de Estado para no ir más allá.

En aquella larga tarde y noche del secuestro del Congreso de los Diputados, el president Jordi Pujol se destacó. Firme en sus convicciones democráticas, situado en el otro extremo de la huida del lehendakari Carlos Garaikoetxea, no le temblaron las piernas para decidir. Ordenó al alcalde Narcís Serra que se apostaran coches patrulla de la policía municipal en sitios estratégicos de Barcelona, se enfrentó al alocado José Luis López Bulla (CCOO), que llamaba a una huelga general, coordinó con Joan Raventós (PSC) una vigilancia en paralelo a cargo de militantes convergentes y socialistas en toda Cataluña, llamó mil veces al capitán general y a los gobernadores civiles para tomarles el pulso, y dio orden de disparar a los pocos mossos de esquadra que custodiaban el Palau de la Generalitat a todo aquel que quisiera hacerse con el edificio, excepción hecha de militares, a los cuales recibiría en su despacho, llegado el caso.

Aprovechando el desconcierto y usando de la libertad total que aún había en Barcelona en contraposición a Madrid, Pujol se dirigió a todos los españoles desde los micrófonos de Radio Nacional de España en Barcelona para trasladarles un mensaje de tranquilidad y confianza. Lo hizo después de hablar con el Rey, pero lo hizo de espaldas al Rey. No hubo encargo alguno; hubo olfato, evaluación y decisión. Todo en un minuto y a pesar de existir un escenario de pesadumbre y de cuasi rendición moral ante la fatalidad de un nuevo golpe de Estado en España. En la capital del Reino, únicamente El País tuvo la osadía de sacar una edición especial defendiendo la democracia y la Constitución.

Pero, ¿en verdad pronunció esa frase el Rey dirigiéndose al president por teléfono? Pues no, es rotundamente falso. El Rey nunca le dijo tal cosa, como el propio Pujol reconoció a Jordi Basté en RAC1 el 23 de febrero de 2011. Había tardado treinta años para desmentirlo. Se lo había inventado.

Efectivamente, el Rey nunca le dijo tal cosa al president de la Generalitat, por la simple razón de que fue él quien se lo dijo al Monarca, cuando este todavía no controlaba la situación y se encontraba en trance de saber que su protegido, el general Alfonso Armada, era en verdad el “elefante blanco” del golpe militar.

El presidente Suárez le había advertido muchas veces al jefe del Estado que Armada no le era leal y hasta había impedido su ascenso a jefe del Estado Mayor del Ejército (JEME). El Rey no hizo caso a su presidente de Gobierno y optó por apoyar a su antiguo preceptor. Es más, en ocasiones “borboneaba” respecto a cómo gobernaba (mal) Súarez. Eso dio alas a unos cuantos generales y oficiales. Sin embargo, el presidente del Gobierno también había llamado a Pujol para decirle que estuviera atento a los movimientos del entonces gobernador militar de Lleida. Y este se lo tomó al pie de la letra. En una cena celebrada en la Casa dels Canonges, Armada, ante una pregunta de la esposa del president respecto de Calvo-Sotelo, le contestó “O no”, refiriéndose a su investidura. Pujol cogió la respuesta al vuelo y se la trasladó a Suárez de inmediato.

En la corta conversación de Pujol con el Rey, el primero no estuvo solo, sino acompañado, como mínimo, por el conseller de Presidencia, Miquel Coll i Alentorn, y por su secretario general, Lluís Prenafeta. Hubo también un tercero. ¿Fueron estas mis fuentes? Uno nunca las revela, pero sí supe en relativamente poco tiempo que la frase había sido “tranquilo, Majestad, tranquilo”, una locución muy catalana y poco española. El Monarca no se las tenía todas consigo, especialmente cuando Pujol le llamó por primera vez. Sus comentarios ofensivos hacia Suárez habían puesto gasolina al malestar imperante en algunos cuarteles y su protegido, el general Armada, aparecía como el gran timonel.

Por eso, y quizá por algo más, el representante ordinario del Estado en Cataluña y presidente de una autonomía histórica quiso espolear al Rey poniendo un gran contrafuego. Pujol le reemplazó de facto y su decisión de dirigirse a toda España mediante la emisora en Barcelona de RNE solo dista un segundo respecto de su capacidad de análisis: si enviaba este mensaje, no habría más vacilaciones en la Zarzuela y, además, las capitanías generales sí que iban a dudar y mucho respecto de su adhesión o no al golpe. Se la jugó, porque el Rey no le había encargado tal cosa, pero hizo un gran favor al conjunto de los españoles y a la joven democracia. Ante el prologando silencio real, el president Pujol les envió un mensaje de tranquilidad. De control, respecto de lo que estaba ocurriendo.

PEP, SERVIDOR, DE BARCELONA

LA ESPAÑA AUTORITARIA SIEMPRE PREGUNTA QUÉ IDEAS DEFENDEMOS

 

Una de les anécdotas más divertidas de la funesta noche del golpe de Estado del 23-F la protagonizó el diputado Josep Pi-Sunyer i Coberta, único parlamentario de ERC y miembro del grupo Mixto.

Pi-Sunyer, como el propio apellido compuesto indica, era hijo de Carles Pi i Sunyer, antiguo alcalde de Barcelona, ministro, diputado a Cortes, diputado al Parlament de Cataluña y conseller del gobierno de la Generalitat durante la Segunda República. Murió en el exilio, en Caracas, donde fue profesor de la Universidad Central de Venezuela. Un hombre reconocido y venerado dentro del catalanismo político moderado, que dejó como testimonio numerosos libros y múltiples artículos.

El diputado Josep Pi-Sunyer, Pep para los amigos, había sustituido a Heribert Barrera cuando este abandonó el Congreso de los Diputados para encabezar la candidatura republicana en las primeras elecciones al Parlamento catalán. Hombre algo ya mayor, llegado años atrás del exilio, tomó posesión del escaño en febrero de 1980. De trato sencillo y afable, pronto se ganó el respeto y hasta la simpatía de sus nuevos colegas. Especialmente, cuando interviniendo desde el púlpito, como Gregorio Peces-Barba, “El Vaticanista”, llamaba a la tribuna de oradores, se le cayeron los papeles, se hizo un lío con los mismos al recogerlos y dijo aquello que provocó una gran carcajada en el hemiciclo, de la que no pudo escaparse ni la propia “Esfinge”, como habían bautizado a Landelino Lavilla, quien presidía la sesión.

–Disculpe, señor Presidente, pero se me ha encendido el “colorado” –por “rojo”, indicativo de que el tiempo máximo para el discurso se había terminado–, y ya no sé por dónde iba. Así que, mejor dejarlo aquí. Gracias.

Y se bajó del estrado.

Cuando Antonio Tejero y sus locos tomaron el Congreso de los Diputados, a las pocas horas se pudo comprobar que todo ser vivo tiene sus necesidades. Ni el hombre ni la mujer se escapan. Quizá por eso se pasó del bosque al cuarto de baño a medida que los genios iban inventado para un mejor y más cómodo hacer y depositar.

Así que, en la tarde y noche del 23-F, como si de una clase de párvulos se tratase, levantábamos el brazo cada vez que la fisiología nos apretaba. Era la señal convenida, mejor dicho, impuesta, para que una pareja de guardias civiles, con uniforme, tricornio y armamento, vinieran a preguntarnos qué queríamos.

–Pues ir al cuarto de baño –decíamos.

–Vale –nos contestaban.

Así que nos levantábamos del escaño y, cual presos, nos dirigíamos al baño más próximo, siempre detrás del hemiciclo.