MIQUEL PORTA PERALES

 

 

 

TOTALISMO

 

 

 

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ECONOMÍA DIGITAL, S. L.

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© Miquel Porta Perales

 

© de esta edición

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El hombre no es ni ángel ni bestia, y nuestra desgracia quiere que quien pretende hacer de ángel haga de bestia.

 

BLAISE PASCAL

 

 

¡A qué desvaríos se expone el intelectual cuando se convierte en el mensajero del absoluto, en el sustituto del predicador, en el hombre superior que se siente tocado por la gracia!

 

MAURICE BLANCHOT

 

CONTENIDO

 

1. El totalismo y la dictadura de la felicidad

2. El totalismo banal y la felicidad de todo a cien

3. El totalismo flácido y la felicidad gaseosa

4. El totalismo diferencialista y la felicidad por decreto

5. Seis totalismos españoles

6. El totalismo identitario y la felicidad prometida

7. El totalismo cotidiano y el menú de la felicidad

8. La felicidad no existe

 

 

El totalismo y la dictadura de la felicidad

 

 

Un fantasma recorre Europa: el fantasma del totalismo. Y a diferencia de lo que hicieron el papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes con el fantasma del comunismo en 1948, la vieja Europa contempla el espectáculo. Estulta Europa. Pero el fantasma del totalismo está ahí. A la luz del día y en la oscuridad de la noche. Con permiso de residencia. Y nos promete la felicidad.

El psiquiatra estadounidense Robert Jay Lifton, profesor e investigador en la Escuela de Psiquiatría de Washington, la Universidad de Harvard y la Universidad John Jay de Nueva York especializada en la justicia criminal y el estudio de la violencia humana, fue el primero en utilizar el término «totalismo» en su obraThought Reform and the Psychology of Totalism: A Study of «Brainwashing» in China (1961). El origen del término está en unas entrevistas que este psiquiatra mantuvo con exprisioneros de la Guerra de Corea y súbditos huidos de la República Popular China. Unos y otros habían sido sometidos a un proceso de adoctrinamiento que Lifton etiquetó como «reforma del pensamiento». Una reforma que conduce o se encarna en el totalismo entendido como «la conjunción de una ideología inmoderada con unos rasgos de carácter individual igualmente inmoderados, un terreno de reunión extremista entre la gente y las ideas». Dicho de otro modo: el totalismo modula y controla a la carta —esto es, en función de intereses u objetivos— la concepción del mundo, el pensamiento, la ideología y la acción de los individuos. Conviene no confundir totalismo con totalitarismo. La diferencia radica en que mientras totalitarismo —por sacar a colación la definición de la Real Academia Española— se aplica a la «doctrina y regímenes políticos, desarrollados durante el siglo xx, en los que el Estado concentra todos los poderes en un partido único y controla colectivamente las relaciones sociales bajo una sola ideología oficial», y proviene de la sociedad política, totalismo es una manifestación de la sociedad civil (aunque, bien es cierto que la sociedad política puede impulsar prácticas totalistas).

La cuestión. ¿Cómo conseguir la reforma del pensamiento que conduce, o se encarna, o adquiere carta de naturaleza —«permiso de residencia», decía al principio de estas líneas— en el totalismo? Lifton brinda, en tres de sus trabajos (el ya citado Thought Reform and the Psychology of Totalism, Cult Formation [1981] yThe Future of Immortality and Other Essays for a Nuclear Age [1987]), los criterios de un proceso que califica de «rito de iniciación», «coerción psicológica» o «persuasión coercitiva». Estos criterios son los siguientes:

 

1)Control del ambiente. El ser humano, cuya mente absorbe una gran cantidad de información de índole muy diversa, necesita ser «aislado» de las influencias externas a través de discursos, libros, seminarios, conferencias, encuentros o jornadas que demonicen a un adversario convertido de facto en enemigo. Lifton llega a hablar incluso de la construcción de una «personalidad duplicada».

2)Manipulación mística. Conjunto de movilizaciones, mítines, consignas, lemas, merchandising, mensajes o argumentarios que, repetidos sin solución de continuidad, estimulan mecánicamente una determinada respuesta espontánea que consolida la convicción inducida. Se terminan las dudas, y se reafirma la verdad. Se fortalece la idea de un destino grato que se halla a la vuelta de la esquina. El autor habla de «psicología del peón» o «especialización del peón» para referirse al método y sujeto paciente de la manipulación mística.

3)Demanda de pureza. La construcción de un «nosotros» enfrentado a un «ellos» que no admite una tercera vía alternativa y exige la apuesta decidida por el «nosotros». La pureza necesita de asociaciones que aglutinen ese «nosotros» que te convierte en miembro de un colectivo distinto y mejor. La pureza, valga la redundancia, implica purificación, segúnLifton.

4)Confesión. Se busca la expresión y manifestación espontánea de los miembros del grupo, que será clarificada o coordinada por los guías de la verdad establecida o de la causa que moviliza. Así se evitan errores o desviaciones. La confesión se entiende también como un ejercicio de autocríticasaludable.

5)Ciencia sagrada. Se imparte una doctrina (irrefutable por definición) en un contexto en que la duda es una forma de heterodoxia o rebeldía mal vista. Una manera de inhibir la individualidad y afirmar la verdad que todo lo explica y la causa que moviliza que todo lo justifica.

6)Carga de lenguaje. Se deifican personas, mitos, héroes, imágenes y palabras. Se diseña una neolengua que delimita un espacio, una concepción de la verdad y un programa concretos. Esa neolengua confiere un signo de distinción y un carnet de pertenencia.

7)La persona. El individuo se adapta al grupo creando lazos verticales, horizontales y transversales entre los miembros que asumen colectivamente las decisiones tomadas.

8)Dispensación de la existencia. Aceptada la verdad y la causa, el individuo existe en la medida que cree en una y en la otra. La redención solo es posible dentro del grupo. Quien da la espalda a la verdad o a la causa pasa a engrosar las filas del «ellos».

 

La filosofía del totalismo está contenida en los criterios que Lifton formuló hace más de medio siglo. En los capítulos que siguen dichos criterios servirán para dar cuenta y razónmejor dicho, cuenta y sinrazónde algunos de los totalismos cotidianos que se exhiben y desarrollan en la actualidad. El «fantasma del totalismo», decía líneas arriba. Pero antes de entrar propiamente en materia conviene señalar que desde que estepsiquiatra norteamericano formulara su tesis se han consolidado, en los ámbitos de la piscología, la sociología, la politología o la filosofía, una serie de teorías, discursos, prácticas y realidades que, en gran manera, son la condición de posibilidad —si se quiere, los facilitadoresde la teoría y práctica de ese método de adoctrinamiento que es el totalismo. Veamos pues.

 

La psicología social y la disonancia cognitiva

 

El psicólogo y consejero de salud mental estadounidense Steven Hassan, discípulo y colaborador de Lifton, publicó en 1987 Combatting Cult Mind Control (Cómo combatir las técnicas de control mental de las sectas, 1987). El libro, más allá de las desventuras sectarias del propio autor, tiene la virtud de poner a nuestro alcance, desde el punto de vista de teórico de la psicología social y la dinámica de grupos, una serie de ejemplos del «proceso de influencia» que condiciona, modifica o reforma el pensamiento y el comportamiento de los seres humanos. Y esto el autor lo cuenta en clave narrativa.

 

Un ejemplo:

 

Una clase de estudiantes de psicología «conspiró» para emplear las técnicas de modificación de comportamiento con su profesor. Mientras este les dictaba la clase, los estudiantes sonreían y se mostraban atentos cuando él se movía hacia la izquierda de la habitación. Cuando se movía hacia la derecha, adoptaban un aire de aburrimiento y de falta de atención. Al cabo de poco, el profesor comenzó a desplazarse siempre hacia la izquierda, y después de unas cuantas clases daba sus explicaciones apoyado en la pared izquierda.

 

El detalle:

 

Cuando los estudiantes hicieron partícipe de la broma al profesor, este insistió en que nada de esto había sucedido, que le estaban tomando el pelo. No le parecía extraño que se apoyara en la pared.

 

En definitiva, el sujeto asume e interioriza como propio, de forma inconsciente, un comportamiento inducido.

Inspirándose en la teoría de la disonancia cognitiva («Si usted cambia el comportamiento de un individuo, sus pensamientos y sentimientos se modificarán para minimizar la disonancia») del psicólogo social estadounidense Leon Festinger, Hassan señala el mecanismo de la modificación o reforma del pensamiento.

Otro ejemplo aportado por Hassan que nos introduce en la disonancia cognitiva:

 

El líder de una sectaque creía en los platillos volantes y había predicho el fin del mundoafirmaba estar en contacto mental con alienígenas de otro planeta. Los seguidores vendieron sus casas y repartieron el dinero, y en la fecha señalada esperaron durante toda la noche, en la ladera de una montaña, la llegada de los platillos volantes que debían recogerles antes de que a la mañana siguiente un diluvio arrasara el mundo.

 

Prosigue:

 

Cuando llegó la mañana sin que los platillos volantes hubieran hecho acto de presencia, ni tampoco el diluvio, se podría suponer que los seguidores estarían desilusionados y enojados. Unos pocos reaccionaron así (miembros marginales que no llevaban mucho tiempo en la secta), pero la mayoría de los adeptos estaban más convencidos que nunca. El líder proclamó que los alienígenas habían sido testigos de su vigilia y su fe y habían decidido perdonar a la Tierra. Los miembros se sintieron más unidos con su líder después de realizar una dramática demostración pública, que acabó en humillación pública.

 

En definitiva, el individuo ha de mantener sus creencias para mantener el orden totalista en su vida.

 

 

El poder de los memes

 

A partir de las teorías del etológo británico Richard Dawkins, el filósofo Josep Sarret Grau («Los memes: ¿y si las ideas fuesen virus?», La Vanguardia, 22/12/2000) recuerda que del mismo modo que los genes se propagan por la biosfera pasando de un cuerpo a otro, los memes (unidad de información cultural que se transmite de individuo a individuo) se propagan también por la noosfera saltando de un cerebro a otro a través de soportes diversos como imágenes, discursos, textos o conductas. Si una idea cuaja en algunas mentes, podemos afirmar que se ha convertido en un meme que se replica.

 

 

Lo paranormal y lo parapsicológico

 

Los psicólogos neurocognitivos estadounidenses David A. Gallo y Stephen J. Gray (Paranormal psychic believers and skeptics: a large-scale test of the cognitive differences hypothesis, 2015), exploradores de la memoria y de la relación entre las creencias y el estilo de vida y el procesamiento de la información, han investigado por qué lo paranormal y la parapsicología generan creyentes y escépticos. En resumen, quienes creen en la parapsicología (lo extrasensorial o lo esotérico) tienen «recuerdos selectivos, muestran dificultades con el pensamiento analítico, confían en la intuición y no en la evidencia, son proclives a las ideas sobrenaturales y a la teoría de la conspiración, asocian la creencia con la felicidad». No hay engaño sin autoengaño. Y no se tratamatizan los autoresde una cuestión de inteligencia.

 

 

La conformidad con el grupo,

la espiral del silencio

y la ignorancia pluralista

 

A partir de los experimentos de los psicólogos sociales estadounidenses Solomon Asch y Stanley Milgram, ha tomado cuerpo la teoría de la espiral del silencio. Asch (1951) mostró que el individuo pone entre paréntesis su propia percepción de la realidad cuando las personas en las cuales confía responden equivocadamente a una cuestión. Milgram (1961) reveló el alto grado de la obediencia del individuo a la autoridad aunque ello implique causar daño o sufrimiento a otras personas.

Vayamos a los experimentos tal y como los relata la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann en La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social (1995). En el llamado «experimento de conformidad con el grupo» de Asch,

 

a los sujetos del experimento se les presentaban tres líneas y debían decir cuál de ellas tenía una longitud más parecida a la de una cuarta línea Una de las tres era siempre exactamente igual que la cuarta. A primera vista la tarea parecía fácil. La correspondencia correcta era muy evidente y todos los sujetos acertaban con facilidad. En cada sesión experimental participaban entre ocho y diez personas. La línea de referencia y las tres líneas de comparación se colocaban en un lugar en el que todos pudieran verlas. Después todos los sujetos, empezando por la izquierda, decían cuál les parecía la línea de longitud más semejante a la de la cuarta. Este procedimiento se repetía doce veces en cada sesión. Sin embargo, después de dos rondas en las que todos los participantes se mostraban inequívocamente de acuerdo sobre la línea correcta, la situación cambiaba repentinamente. Todos los ayudantes del experimentador, de siete a nueve personas que estaban al corriente del experimento, decían que la línea correcta era una claramente demasiado corta. El único sujeto no avisado del grupo, el único que no estaba al corriente, se encontraba sentado al final de la fila. Lo que se investigaba era lo que sucedía con su conducta bajo la presión de una opinión unánime contraria a la evidencia de sus sentidos.

 

El resultado:

 

Dos de cada diez sujetos no avisados se aferraron firmemente a su propia percepción. Dos de los ocho restantes se mostraron de acuerdo con el grupo en solo una o dos de las diez rondas críticas del experimento. Los otros seis expresaron más frecuentemente como su propia opinión la obviamente falsa enunciada por la mayoría.

 

En suma, la mayoría de los individuos aceptan la opinión mayoritaria, aunque ello implique ir contra su percepción personal de la realidad. La socióloga germana extrae conclusiones citando a Alexis de Tocqueville: «Temiendo el aislamiento más que el error, aseguraban compartir las opiniones de la mayoría».

El experimento de Asch, llevado a cabo en Estados Unidos, fue completado con el que Milgram realizó en Francia y Noruega. En Francia, por considerar que la población era de carácter fundamentalmente individualista; y en Noruega, por estimar que en general la ciudadanía era solidaria y estaba cohesionada. En el experimento de Milgram, a diferencia del de Asch, «los sujetos oían en lugar de ver a la mayoría equivocada», lo que bastaba para «causar la impresión de que se encontraban solos en su experiencia perceptiva». El resultado del experimento: el 80 por ciento de los noruegos y el 60 por ciento de los franceses «con frecuencia o casi siempre se unían a la opinión de la mayoría». Conclusiones de Noelle-Neumann:

 

para no encontrarse aislado, un individuo puede renunciar a su propio juicio ... el temor al aislamiento de los individuos normales pone en marcha la espiral del silencio y el experimento de Asch demuestra que este miedo puede ser considerable ... [los grupos sociales hegemónicos pueden] castigarlo [al disidente] por no haber sabido adaptarse ... [cosa] especialmenteimportante cuando, en una situación de inestabilidad, el individuo es testigo de una lucha entre posiciones opuestas y debe tomar partido. Puede estar de acuerdo con el punto de vista dominante, lo cual refuerza su confianza en sí mismo y le permite expresarse sin reticencias y sin correr el riesgo de quedar aislado frente a los que sostienen puntos de vista diferentes. Por el contrario, puede advertir que sus convicciones pierden terreno; cuanto más suceda esto, menos seguro estará de sí y menos propenso estará a expresar sus opiniones ...la tendencia a expresarse en un caso, y a guardar silencio en el otro, engendra un proceso en espiral que en forma gradual va instalando una opinión dominante ...si [el individuo] está convencido de que la tendencia de la opinión va en su misma dirección, el riesgo de aislamiento es mínimo ... podemos concluir que una minoría convencida de su predominio futuro y, por consiguiente, dispuesta a expresarse, verá hacerse dominante su opinión.

 

De una claridad meridiana.

Un apunte más: en 1932, Floyd H. Allport, psicólogo social experimental estadounidense, pionero en el asunto que nos ocupa, elaboró la «curva J», que relaciona la presión sobre el individuo y su respuesta, y acuñó términos como «influencia social», «conformidad», «producción de tendencia» e «ignorancia pluralista», para describir el comportamiento de quienes, aun no estando de acuerdo con la opinión mayoritaria del grupo, deciden guardar silencio.

La espiral del silencio y la ignorancia pluralista. Ese no expresar lo que uno piensa cuando va a contracorriente de lo publicado y publicitado; ese no significarse por miedo a lo que puedan pensar los otros o por temor a poner en peligro los intereses particulares, sociales o profesionales. A ello, añadamos el mimetismo de las masas y el oportunismo de quien sube al carro del caballo que cree ganador. Así se constituye una opinión totalista que condiciona, que presiona y abruma, que favorece la autocensura, que da carta de naturaleza a determinadas ideas inconsistentes y socialmente discutibles.

 

 

La Iglesia de Google

 

Pocas dudas al respecto. Giovanni Sartori: «La televisión modifica radicalmente y empobrece el aparato cognoscitivo del homo sapiens ... Todo el saber del homo sapiens se desarrolla en la esfera de un mundus intelligibilis que no es en modo alguno el mundus sensibilis, el mundo percibido por nuestros sentidos ... La televisión produce imágenes y anula los conceptos, y de este modo atrofia nuestra capacidad de abstracción y con ella toda nuestra capacidad de entender» (Homo Videns. La sociedad teledirigida, 1998). Milad Doueihi: «La cultura digital impregna, e incluso define, una nueva vida cotidiana, marcada por nuevos principios activos, que gestionan nuestra presencia, nuestras comunicaciones, nuestra manera de percibir y de representarnos tanto a nosotros mismos como a los demás» (La gran conversión digital, 2010). Nicholas Carr: «Durante los últimos años he tenido la sensación incómoda de que alguien, o algo, ha estado trasteando en mi cerebro, rediseñando el circuito neuronal, reprogramando la memoria. Mi mente no se está yendo, pero está cambiando. No pienso de la forma que solía pensar ... Cuando un obrero que se dedica a cavar zanjas cambia su pala por una excavadora, los músculos de su brazo se debilitan, por más que él multiplique su eficiencia. Un intercambio muy similar podría estar llevándose a cabo cuando automatizamos el trabajo de la mente ...La Iglesia de Google» (Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, 2011). Jeffrey D. Sachs: «Los efectos de la televisión en la salud mental podrían ser aún más profundos que una adicción ... Quizá la televisión esté volviendo a cablear los cerebros de los telespectadores asiduos y dañando sus capacidades cognitivas» (Un país de vidiotas, 2011). El totalismo lo sabe. Y saca provecho.

 

 

La sociedad del espectáculo, el mundo encantado y la cultura del todo a cien

 

Ya en 1967 Guy Debord hablaba de una sociedad del espectáculo (imagen, apariencia, seducción, mercantilización, falsificación) en la que «todo se aleja en una representación». Años más tarde (Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, 1988), este intelectual francés concluía que dicha sociedad había «educado a una generación sometida a sus leyes». Y en eso estamos. Una sociedad «espectacular», en la cual los vendedores de felicidad y bienestar low cost poseen una importante cuota de mercado. A la manera de los cuentos de hadas —vean el género subliterario de la autoayuda y sus sucedáneos o manifestaciones post—, siempre hay quien dice poder dar satisfacción a los sueños y deseos de un ciudadano dispuesto a comprar cualquier placebo convenientemente empaquetado y publicitado. Así se compensan las insatisfacciones, fatalidades y frustraciones de una existencia cotidiana frecuentemente dolorosa. En suma: una concepción del mundo y una cultura de todo a cien —los placebos hay que comprarlos a precio de mercado— que incluye «oportunidades de vida» y «estilos de vida», y satisface el «queremos ser felices porque tenemos derecho a ello» y ansiamos «construir una vida nueva para todo el mundo y con todo el mundo». Todo eso, y más, cuando la utopía ha mostrado y demostrado ser el peor de los mundos posibles y las autodenominadas ideologías emancipatorias han quebrado. Ludwig Feuerbach: «El ser humano prefiere la representación a la realidad».

 

 

El mundo encantado

 

El mundo como revelación laica que excluye toda refutación y distingue el Bien del Mal y el Nosotros del Ellos. Una suerte de «fatal arrogancia» (Friedrich Hayek) que abre el camino que conduce al despotismo de alta o baja intensidad con la excusa de la promesa de un mundo mejor. Y el caso es que un número indeterminados de personas compra la mercancía averiada. ¿Por qué? En El declive del imperio americano (película dirigida por Denys Arcand en 1986) hay una escena cuyo texto merece la pena reproducir: «Una vez esfumado el sueño marxista-leninista no queda ningún otro modelo de sociedad del cual se pueda decir: así nos gustaría vivir». A partir de esa valoración errónea —no es cierto que no exista ningún modelo de sociedad digno de ser vivido—, surgen alternativas dispuestas a ocupar el «vacío». Aparecen charlatanes y predicadores que afirman que la salvación está en la potenciación de las emociones, en las nuevas formas de espiritualidad y religiosidad, en la tecnología de última generación, en el cultivo del cuerpo, en una dieta saludable, en el buenismo y el juvenismo, en la defensa de lo propio, en el ultranacionalismo, en el multicultaralismo y lo que se quiera añadir. En definitiva, una vía abierta a las diversas manifestaciones del totalismo.

 

 

La posmodernidad y sus pequeñas divinidades

 

La quiebra o deterioro de la modernidad —para entendernos: razón, libertad, autonomía, democracia, sociedad reconciliada, progreso, ciencia— se ha traducido en la emergencia de una posmodernidad relativista, narcisista y hedonista. Todo vale, decían los dadaístas. O casi todo vale, si se quiere. Y la «muerte» de Dios —la modernidad también contribuyó en la tarea— ha generado pequeñas divinidades, al tiempo que la frustración del hombre nuevo ilustrado ha dado lugar a un hombre proteico variable y vacilante que, a ciencia cierta, no sabe dónde está ni qué es lo que quiere. De ahí, la aparición de los charlatanes y predicadores a los que aludía antes. Una vía abierta al totalismo que ni cumple ni transgrede las normas. Está más allá, o más acá, de las mismas. Diríase que el sujeto está en su mundo y va su aire. Un totalismo que, por su propia naturaleza iluminada, no acepta la reprobación de la cual pueda ser objeto, porque considera que no ha incumplido o transgredido norma alguna al no considerarla o aceptarla como tal.

 

 

El populismo rampante

 

El populismo que aparece aquí y allá. El populismo, carente de ideología pero sobrado de olfato, diseña un discurso demagógico a la carta que remueve y promueve los sentimientos, las emociones, los temores, los odios, las esperanzas y los deseos del pueblo con el objeto de alcanzar y conservar el poder. O de tener audiencia y propagar las virtudes de la Causa o la Idea o el Movimiento. Ese populismo (Causa, Idea, Movimiento) que reduce la infinita complejidad del presente a la simpleza de sus consignas. Y que está convencido del papel anticipador (predestinación) que le ha reservado la Historia. El título de la célebre novela del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos (una reflexión sobre el poder y la condición humana) le viene que ni pintado al populista y al populismo: Yo el Supremo. ¿El populismo? Aquí está: exaltación de la pasión, la emoción y lo auténtico; contacto directo con el pueblo; el uso, abuso y secuestro de la palabra; la invención de la verdad; la credulidad y la obediencia como virtudes; el «nosotros» virtuoso frente al «ellos» vicioso; la lucha del Bien contra el Mal; el realismo mágico que deslumbra; el mesianismo y caudillismo de alta o baja intensidad que anuncia la llegada inminente del Milagro o la Buena Nueva que redimirán las frustraciones de este mundo; la movilización social permanente; la fustigación sistemática del enemigo. El populismo es —también— una herramienta al servicio del totalismo.

 

 

Enfoque de los problemas sociales y construcción social de la realidad

 

La teoría del enfoque de los problemas sociales (Herbert Blumer, Social Problems as Collective Behavior, 1971) sostiene que el problema social surge y se consolida en cinco etapas: emergencia del problema, legitimación del problema, movilización con respecto al problema, formulación de un plan de acción e implementación de dicho plan. El problema social remite a «intereses, intenciones y fines» y a la «interacción» entre dichos elementos. A lo que hay que añadir la «creación de nuevas organizaciones» y el «reclutamiento de nuevos agentes» para hacer frente al problema. El detalle: Blumer afirma que las «condiciones objetivas» que explican el origen del problema (por ejemplo: opiniones, hechos o estadísticas) no constituyen datos pertinentes o apropiados para dar cuenta y razón del mismo. A partir de esta consideración, sociólogos como John Kitsuse y Malcolm Spector (Social Problems: A-Reformulation, 1973) concluyen que un problema existe cuando es vivido como tal por los individuos. El problema es construido, sentido y representado por las personas. Y son también los individuos quienes se implican y comprometen en y con el mismo. La subjetividad es fundamental en la imaginación, diseño, construcción, surgimiento y consolidación de problemas. En este sentido, la filosofía del totalismo encuentra un punto de apoyo en una teoría sociológica constructivista que subraya el hiato existente entre realidad y deseo o esperanza o fantasía. En otros términos, la reforma totalista del pensamiento es posible (así como las cinco etapas de Blumer que lo implementan) si consigue crear una subjetividad favorable.

 

 

El poder del relato

 

El storytelling o la narración de historias que educan o inculcan. Que persuaden y manipulan con todas las artes posibles. Que diluyen la personalidad del individuo. Que fabrican comunidades de creyentes. Que modifican nuestra percepción de lo real. Que construyen ficciones y sueños en que instalarse lo más cómodamente posible. Que empaquetan emociones, pasiones, experiencias y promesas de un futuro feliz en un mundo feliz. Que ocultan la realidad a mayor gloria de determinadas ideas, obsesiones e intereses. Que formatean a placer la consciencia y el pensamiento de los individuos. Que infantilizan a la sociedad. Que fabrican y venden lo que convenga —las historias que convengan— en un mundo convertido en una suerte de Gran Bazar en donde se almacenan placebos y abalorios. La gran mentira. El gran engaño. Marketing. Así se domestica el individuo y su pensamiento. ¿Qué es el totalismo sino un storytelling?

 

 

La estupidez

 

Sostiene el filósofo francés André Glucksmann (La estupidez, 1988) que la estupidez es la clave de la historia. Ni la lucha de clases, ni el desarrollo económico, ni la expansión de las artes y las letras, ni el crecimiento demográfico parecen tener el secreto del llamado «motor» de la historia. La estupidez sí parece ser, parafraseando a Marx, la partera de la historia. Nada nuevo, si tenemos en cuenta que, hace casi un par de siglos, Gustave Flaubert ya advirtió que el «estupidismo» era una de las etapas —la nuestra, advertía— de la historia de la civilización occidental. Por su parte, el historiador económico italiano Carlo M. Cipolla, en su ensayo Las leyes fundamentales de la estupidez humana (1988), con el objeto de «conocer y neutralizar una de las más poderosas y oscuras fuerzas que impiden el crecimiento del bienestar y de la felicidad humana», señala algunas claves del asunto:

 

1) Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo;

2) La posibilidad de que una persona determinada sea una estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma;

3) Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error.

 

El corolario: «El estúpido es más peligroso que el malvado». El colmo de la estupidez: aquellas personas estúpidas que «ocasionan pérdidas a otras personas sin obtener ningún beneficio para ellas mismas».

El problema del estúpido —elija usted el sinónimo más adecuado según la circunstancia: necio, ignorante, pesado, presumido, vanidoso, presuntuoso, jactancioso— es que siempre está dispuesto a entremeterse, subsanar, enderezar o auxiliar con el objeto de marcar la línea correcta que hay que seguir —lean ustedes cómo hemos de ser y comportarnos— bajo amenaza de exclusión social, política, cultural o ideológica. En este sentido, la estupidez del totalismo no tiene límites.

La persuasión y coacción totalistas, esto es, el adoctrinamiento a través de la reforma del pensamiento, difícilmente se hubiera consolidado sin el concurso de esos facilitadores que son la psicología social, los memes, lo paranormal y la parapsicología, la espiral del silencio, la Iglesia de Google, la sociedad del espectáculo, la posmodernidad, el populismo, la teoría del enfoque de los problemas sociales, el storytelling y la estupidez como fenómeno social. Sin todo ello, la dictadura de la felicidad propiciada por la filosofía totalista probablemente no existiría. Una dictadura de la felicidad que se ha instalado ya en nuestra sociedad. Y, ¿acaso no se corre el riesgo de obrar como el ciego y moribundo Fausto que, creyendo dirigir grandes obras destinadas al bienestar de la humanidad, no estaba sino cavando un agujero apropiado a sus dimensiones?

 

***

 

Siglo xxi. La concepción mágica del mundo sigue ahí. Y a la manera de los Campos Elíseos de la mitología griega (ese submundo en donde los espectros de los hombres virtuosos y los guerreros heroicos vivían plácidamente), existe hoy en la Tierra un submundo en el cual nuestros contemporáneos virtuosos, así como los guías que los conducen a la virtud, disfrutan de las mieles de la dictadura de felicidad. Píndaro: «Y aquellos que mantengan tres veces su juramento,/ manteniendo sus almas limpias y puras,/ jamás dejarán que su corazones/ sean manchados por el mal, la injusticia y la venalidad brutal./ Ellos serán dirigidos por Zeus hasta el final: al palacio de Cronos». Pero, Cronos, el primero de los titanes divinos, como muestra el dibujo del naturalista francés Aubin-Louis Millin de Grandmaison, se representa con la guadaña que utilizó para castrar y destronar a su padre. Y a Saturno, el correspondiente Cronos de la mitología romana, Francisco de Goya lo representó devorando a un hijo. ¿La virtud y la felicidad en el palacio de Cronos?

Y el caso es que veintiséis siglos después, el Mito desafía al Logos. La fábula desafía a la razón. Las ideas engañosas, las deducciones falaces y las quimeras desafían a la prudencia, la mesura, la observación y el sentido común. Por decirlo a la manera del sociólogo británico Damian Thompson (Los nuevos charlatanes, 2008), estamos ante una «pandemia de la credulidad». ¿Ejemplos? La teoría conspirativa de la historia que atribuye los atentados del 11-S o el Sida al Gobierno norteamericano o a la CIA, la vacuna triple vírica como supuesta causa del autismo, el nutricionismo y las terapias alternativas como panacea universal frente a la enfermedad, la vuelta de la botica de la abuela con sus remedios mágicos, la descalificación apriorística de los transgénicos, el retorno del curandero, el regreso de las artes adivinatorias, la autoayuda como alternativa al pensamiento reflexivo, el buenismo y el multiculturalismo como método para alcanzar la reconciliación humana, la «verdadera democracia» y el «principio democrático» como instrumentos de pacificación mundial, la Red como lugar de encuentro y realización. Y un largo etcétera de recetas para hacernos felices. A la fuerza. La dictadura de la felicidad, decía. Vivimos tiempos en que los charlatanes y los predicadores están en auge y la superstición, que se presenta como científica, alcanza y afecta a personas informadas y cultas, se propaga por la Red a gran velocidad y funciona como un virus.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Hipótesis que se complementan: 1) la hegemonía de la subjetividad en detrimento de la objetividad (característica del «yo» moderno) posibilita que el sujeto elija en qué creer y qué estilo de vida ha de llevar; 2) la persistencia de una concepción mágica de la realidad abona la idea de un saber original que capacita al hombre para desvelar lo oculto; 3) la institucionalización y comercialización de un pensamiento low cost —el pensamiento deviene una mercancía perfectamente empaquetada y distribuida— brinda una respuesta fácil, satisfactoria y económica para todo. A esto, hay que añadir una concepción grosera de la tolerancia que conduce al relativismo, así como la falta de sentido del límite que expande ilusoriamente el campo de lo (im)posible. En este contexto, el totalismo juega sus cartas. Esa reforma del pensamiento, ese adoctrinamiento más o menos sutil, que, como decía antes, diluye la personalidad del individuo, modifica la percepción de lo real, construye ficciones y sueños, formatea la consciencia. La gran mentira. El gran engaño.

De las variantes de ese totalismo se hablará en los siguientes capítulos.

 

El totalismo banal y la felicidad de todo a cien

 

CHARLATANES, CRÉDULOS Y VIDIÓPATAS

 

 

El retorno de los charlatanes y la pandemia de la credulidad favorecen la implementación del totalismo. La hegemonía de la subjetividad, la concepción mágica de la realidad, el pensamiento low cost