Primera edición ebook: octubre de 2016
© Micaela Serrano Quesada, 2014
© de esta edición, Parnass Ediciones, 2016
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Conversión ebook: Parnass Ediciones
ÁLEX ROVIRA
Hace bastantes años conocí a un profesional del tarot. Luego nos hicimos amigos y siempre me dijo que algún día tendría que escribir alguna de sus historias. En medio de este laberinto de vidas, he conocido a muchos maestros que me han transmitido algo de su sabiduría y he aprendido a caminar por la vida con más consciencia. A todos ellos les agradezco su labor: a través de las cartas, el Reiki, el yoga, la acupuntura o las Flores de Bach… Creo que estas terapias pueden ayudar a mucha gente siempre que se traten con total seriedad y se trabajen con el corazón.
Amanecí desnuda con la ropa hecha jirones. Tal vez tuve una pesadilla y en medio de la noche opté por arrancarme el pijama. No lo recuerdo. Sólo tengo en la memoria la locura de que iba a volar, de que tarde o temprano me iba a lanzar desde la terraza para extender mis alas sobre el cielo gris.
Debe ser esta depresión la que me hace jugar malas pasadas… El otro día soñaba que era una princesa y estaba en un inmenso parque, rodeada de mis sirvientes. Parecía feliz con mis vestidos brillantes de color verde turquesa y una pequeña pamela cubriendo los cabellos ondulados.
El médico me dijo hace unos meses que padecía principio de esquizofrenia y tenía que cuidarme mucho. También me aconsejó no dejar la medicación por mi cuenta hasta nuevas indicaciones y todo a consecuencia de aquel accidente ocurrido el 20 de julio de 1998. Aquel día me levanté como siempre, medio dormida. Caminaba distraída con las legañas aún pegadas y crucé Gran Vía con el semáforo en ámbar. Tenía que ir a la calle Pelayo, a la librería Happy Books, lugar dónde trabajo. A lo lejos vi un BMW, pero pensé que me daría tiempo de cruzar. De repente, perdí el conocimiento, lo vi todo negro y la siguiente escena que recuerdo fue el hospital de la Vall d´Hebron. Además de romperme una pierna y un brazo, recibí un fuerte golpe en el cráneo. A partir de aquel momento se desencadenó esta enfermedad, o al menos eso me dijeron. Igual ya estaba latente en mí porque siempre había sido una persona maniática. Por ejemplo a no querer ducharme, a comer poco, a pasar por algunas calles evitando otras, a tratar mal a algunas personas que no me caían bien, a pesar de que se comportaran correctamente conmigo… En fin, estaba un poquito loca, mas mi trabajo lo desempeñaba a la perfección y me relacionaba bastante bien con mis amigos y familiares.
Han pasado dos años del accidente y aún sigo viendo lucecitas en mi cabeza de vez en cuando y a menudo pienso en la idea del suicidio. Sí, quiero salir de este mundo. No me gusta la vida que llevo. Todo en Barcelona me agobia: ese ir y venir corriendo siempre, a veces a todos los sitios, otras a ningún lado. El ritmo frenético de los coches, el ruido, la contaminación, las caras largas y aburridas de los peatones, los jefes con maletines hablando con sus móviles de última generación, las ecuatorianas soportando el cansancio de largas horas de trabajo…En fin, estaba harta, muy harta de mi vida. Y solamente tomando los antidepresivos conseguía evadirme unos minutos del mundo que me rodeaba.
De repente un día me llamó una amiga para darme alientos y me habló de David, un experto tarotista que solía aconsejar muy bien a sus clientes.
Yo no era muy creyente en el tema del tarot. Todo lo contrario, más bien pensaba que todos los videntes engañaban a sus pobres víctimas, con astucia y mucha labia. De todas formas me picó la curiosidad y me animé a visitar a ese tal David.
El señor adivino resultó ser un tipo muy agradable, de unos cincuenta años, corpulento, con unos grandes ojos negros que analizaban el interior de las personas. Como ya imaginé, se notaba que había vivido intensamente y cualquier experiencia que pudieras contarle le podía resultar reconocible y hasta familiar.
Extendió las cartas sobre el tapete verde y en un minuto descubrió las miserias de mi vida. Me dijo que padecía una fuerte depresión y que necesitaba cambiar de aires antes de que mis instintos suicidas se pusieran en marcha. Me vaticinó un futuro estupendo: un trabajo relacionado con el diseño o la fotografía, un buen marido y dos hijos. Yo entonces tenía veinticinco años, así que tendría que correr mucho para que se cumplieran todos los pronósticos. De todas formas añadió que, en mis manos estaba la posibilidad de cambiar o de seguir en el mismo lugar. Con esfuerzo y paciencia saldría adelante.
Salí de la consulta más animada. Quizá fuera cierto lo que me había contado o puede que un rollo barato, pero debía intentarlo.
Así que tomé una gran decisión. Aquel mismo viernes, al llegar a casa preparé las maletas, me despedí de mis padres rápidamente por teléfono, con la excusa de que iba a Francia a ver a una amiga y me dirigí al aeropuerto de El Prat. Carmen vivía a 10 km. de París. Había contactado con ella la semana anterior y me invitó a pasar unos días. La verdad es que hacía mucho tiempo que no nos habíamos visto y me daba un poco de vergüenza presentarme en su domicilio de repente, pero en aquellos días era mi última esperanza. Y así empezó mi aventura…
Soy un conocedor del alma humana. Me dedico a ayudar a las personas, les aconsejo en su camino, tendiéndoles una mano cuando lo necesitan. Hay mucha gente que no cree en mí, en nosotros, los videntes; pero yo me considero una persona honrada y me gano la vida con seriedad y total profesionalidad.
A diferencia de muchos colegas que cobran una exorbitante suma de dinero por cada visita, mi tarifa es de 30 euros, que considero un precio razonable.
Estudié tarot cuando tenía veinte años. Desde muy joven tuve afición para echar las cartas y leí bastantes libros por mi cuenta. Tenía un sexto sentido y sobre todo sabía entender a la gente. Mis amigos me contaban todo tipo de confidencias sabiendo que iban a permanecer conmigo como verdaderos secretos y a través de mi sentido común y mi intuición, empecé a ejercer el oficio de tarotista.
Más tarde realicé otros cursos de Reiki, acupuntura, zen… el tarot es lo que más me gustaba. Colgué el cartel en mi casa de “Videncia a través del tarot”. Mis vecinos se quedaron estupefactos. Algunos se partían de risa, comentando que menuda tontería estaba haciendo. Otros, me miraron de soslayo y tampoco me tomaron en serio. Tan sólo el vecino del tercero, Andrés, se pasó un día a verme. Tenía problemas en su oficina, llevaba más de veinte años ejerciendo de contable y estaban reduciendo puestos de trabajo. Vivía atemorizado y por eso vino a consultarme. Yo en aquel entonces, ya me consideraba bastante seguro de mí mismo y le dije de que no se preocupara, que seguiría ocupando el mismo lugar hasta su jubilación. Quedó agradecido y me confió a numerosos amigos.
Hay tanta gente infeliz... Cada día recibía a personas insatisfechas en sus matrimonios, apenadas por no tener nunca un duro, preocupadas por la salud, el trabajo, sus amantes, sus hijos… La vida se la gana uno a pulso, con esfuerzo, tesón y constancia. La mayoría piensa que el destino ya está escrito y que no tiene sentido luchar. ¿Para qué entonces levantarse cada maldita mañana si en cualquier momento se puede truncar nuestra vida? Este tipo de pensamiento acudía a la mente de ellos y me preguntaban una y otra vez qué solución había que buscar.
Y yo, pobre de mí, tampoco tenía la receta milagrosa. Podía ver cosas, intuir determinadas circunstancias que les podrían perjudicar o lastimar, y sobre todo aconsejarlas desde el corazón, con mucho respeto y amor; sin embargo no podía salvarles la vida, ni regalarles un sueldo de tres mil euros, ni enviarles un amante nuevo, como ellos acaso anhelaban.
Marcos era uno de mis clientes favoritos. Era un joven homosexual que todavía no había salido del armario y buscaba a sus amantes lejos de su ciudad. Era de Zamora y siendo un lugar tan provinciano, a menudo y por vergüenza se marchaba a Madrid, Barcelona, Londres o Berlín. Allí se sentía como pez en el agua y podía vivir sus aventuras sin miedo. Trabajaba como economista en una importante empresa zamorana y su inseguridad le llevaba a realizar consultas continuas relacionadas con negocios de importación. Trataba con empresarios alemanes y holandeses. Le costaba mucho cerrar acuerdos o firmar contratos. Bajo esos impolutos trajes de corte italiano se escondía un joven y guapo empresario, atormentado e inseguro que en más de una ocasión le salvé las espaldas. En el fondo me daba pena que alguien con tanto dinero, con un buen trabajo, teniendo el mundo a sus pies, fuera tan vulnerable y cobarde al mismo tiempo.
Amalia era otra de mis clientas a quién conocí en un bar cerca de casa. Hermosa mujer, casada y con tres hijos, estaba muerta en vida, por culpa de su amante. Conoció a Víctor hacía unos meses en una fiesta de cumpleaños y se enamoró como una colegiala, sin saber que era el típico tío que se acuesta con la primera que se le pone delante. Amalia se lió en la primera oportunidad que tuvo, mintiendo descaradamente a su marido Julián, abandonando prácticamente a sus hijos, alegando cada día que necesitaba más tiempo en el trabajo. Mentira tras mentira, problema tras problema. Al poco tiempo se quedó embarazada y nunca más se supo del famoso Víctor. Cuando llegó a mi consulta estaba destrozada por completo. En la tirada de cartas vi claramente la ruptura del matrimonio y una nueva vida. La verdad es que acabó separándose, abortó y se quedó más sola que la una. La alenté a que se divirtiera más y sobre todo que tuviera un poquito más de cabeza la próxima vez que se enamorara y no echara todo por la borda.
Roberto era infeliz en su trabajo. Quería dedicarse al teatro, pero trabajaba como abogado. Sí, es verdad que tenía un nivel de vida elevado y se permitía todos los caprichos que deseaba; no obstante, su auténtica vocación era ser actor. Ya había realizado varias performances en la juventud de las que había obtenido muy pocos resultados. En mi tirada de cartas pude ver que nunca llegaría a serlo si no lo dejaba todo y se dedicaba en cuerpo y alma. Tal vez, debería buscar otro trabajo que le permitiera tener más tiempo para él mismo y aprender a vivir de manera más sencilla.
Miguel vino a consultarme un día porque no encontraba al amor de su vida. Había tenido bastantes relaciones, todas calamitosas. En general se sentía bien consigo mismo y no entendía la razón por la que Rosa no se comprometía, Laura se marchó sin previo aviso, Azucena se largó con otro o María no acababa de entusiasmarle. Al final le comenté que el problema estaba en él: una persona poco flexible, egocéntrica y bastante independiente. Como no pusiera remedio, acabaría de flor en flor y nunca conseguiría su propósito.
Luego, estaba Carmen, que había perdido a su marido hacía ya tres años y no conseguía salir del pasado. Estaba anclada en su imagen, sus bellos recuerdos, su amor tan puro y desmedido. Para ella era imposible olvidarlo. No podía seguir adelante con su vida. Lloraba constantemente y padecía fuertes dolores de cabeza. Le aconsejé que buscara a un psicólogo, que necesitaba la ayuda de un especialista porque padecía una fuerte depresión. Al final no sé qué fue de ella.
Ojalá pudieran escucharme todas las personas a las que atiendo. A veces, creo que están tan ciegas, tan dormidas en sus propias vidas que no son capaces de darse cuenta de nada. Me siento fatal e impotente. Quiero darles luz, despertarles del sueño profundo en el que se encuentran inmersos, para que tomen conciencia frente a la vida y sus problemas. Y no puedo. Al cabo del tiempo recibo noticias y siguen igual, sin haber movido un solo dedo. Algunos me llaman y me cuentan que no acierto nada, que soy mentiroso y ladrón. Otros se quejan del destino y van de víctimas. Tan sólo un treinta por ciento de los clientes encuentran soluciones, reconocen mi ayuda y lo agradecen enormemente. Son personas inquietas que han despertado y han cambiado su forma de pensar y actuar. Quizá no han encontrado aún lo que buscan pero se sienten mucho más tranquilas y seguras.
Es el caso de Carlos que estaba preocupado por montar su propio negocio, una tienda de motos. Yo le alenté, que buscara apoyos financieros que lo conseguiría al final. Al cabo de un año, nos encontramos y me comentó que todo le iba fantástico. También está Julia, que deseaba marcharse a París con su novio y le aconsejé que se lo pensara, que le diera más tiempo a la relación, y no abandonara toda su vida. Parece ser que al final rompieron y menos mal que se quedó en España porque encontró un trabajo mejor.
En fin, creo que nos complicamos mucho en esta vida y queremos siempre lo que no tenemos. Yo me considero una persona afortunada. Vivo con mis dos gatos, tengo bastantes amigos, una amante fiel a la que veo cada cierto tiempo y un trabajo que me permite ayudar a la gente y por el que me siento realizado. Tampoco gano mucho dinero, pero sí lo suficiente para mí. A estas alturas ya no espero nada, vivo el día apreciando cada minuto, con sencillez y amor, agradeciendo todo lo que tengo. La soledad me acompaña muchas veces, a pesar de estar rodeado constantemente de gente. A veces es necesario vivir y aprender a estar solo, como “el hombre del baobab”, la novela de David Cantero que leí hace unos años, en la que el protagonista aprende a vivir en su propia piel y se alimenta únicamente en sus últimos días del baobab, árbol muy nutritivo que florece en África.
Esta ciudad en la que habitamos nos habla a cada instante. Nos remite a nuestro pasado y nos conduce a un futuro incierto y lleno de temores.
Miles de seres deambulan cada día por sus calles atrapando el silencio de los semáforos y respiran ansiedad, fuego o lujuria. Van a sus trabajos con desgana, dejándose llevar por el pulso de la rutina. Apenas han puesto un pie en el suelo, los problemas surgen de sus cabezas por doquier. Viven atrapados en un mundo insólito que no les permite sentirse libres. Son personas que se esconden tras una máscara, sufren y les cuesta relacionarse con los demás, casi no han vivido la vida, no han conocido el amor o han tenido una infancia turbulenta.
La ciudad es un escaparate de belleza sin igual: La Sagrada Familia, La Pedrera, El Tibidabo, La Casa Batlló, el barrio gótico, el Port Olímpic… Rebosa de restaurantes, hoteles, comercios y oficinas. Su luz atrapa al viajero para siempre.
Mientras Barcelona presume de su belleza y encanto, son otras almas las que se despistan en su devenir y van buscando un plan de vida diferente que no encuentran.
Amanece. El sol empieza a calentar el asfalto y los olores del café recién hecho y del croissant inspiran al que deambula adormecido por las calles.
Voy caminando por Rambla de Catalunya, con mi mochila. Cada día vengo desde Viladecans. Tan sólo nos separan unos veinte kilómetros. Es un camino corto que disfruto en el tren de cercanías, leyendo el periódico o charlando con mi compañero de asiento. ¡Qué poco se habla en el tren o en el bus cuando no se conoce a la persona de al lado! La mayoría giramos la cabeza hacia la ventana o hacia abajo intentando evitar la mirada de la persona que nos mira de frente. Algunos duermen, otros van con su MP3 escuchando música, otros leen… los hay que van enviando washapp o simplemente juegan con el móvil o el iPod…
Llego a mi panadería favorita, Boldú, en la calle Provença con Rambla de Catalunya. Tienen un café con leche excelente, variedad de tés, bocadillos pequeños o ensaimadas, pastel de manzana, o chocolate, cualquier delicia. A las nueve de la mañana el hambre ya es importante.
Trabajo en una tienda de electrodomésticos en la calle Valencia. Estoy casada con Fernando desde hace diez años. Formamos una pareja estable y somos la envidia de todos nuestros amigos que la mayoría están divorciados o sufriendo en silencio la agonía del desamor. Tenemos una buena convivencia, nos amamos de vez en cuando, mucho al principio, y menos después. No habíamos podido tener hijos y eso nos acabaría pasando factura. Fernando era estéril y yo no era partidaria de someterme a tratamientos caros y artificiales. Mi fe no me lo permitía. Si Dios no me había enviado hijos a este mundo, tal vez fuera cosa del destino, quizá porque no formaba parte del plan divino. Mis creencias religiosas no eran muy firmes, aunque tenía fe en Dios y escuchaba sus señales o las veía cuando las necesitaba. Un día supe, después de algunos años de estar casada con Fernando que nunca tendríamos hijos.
Mi marido lo llevó muy mal. Y peor cuando se enteró de que la fuente del problema estaba en él. Aún así, continuamos con nuestra vida y empezó la desidia entre nosotros, sin mirarnos con la misma ilusión que antaño. Nuestro amor iba languideciendo despacio, tal vez aletargándose como los animales cuando llegan las primeras nieves.
Me considero una buena observadora de la naturaleza humana. Tal vez por eso mi obsesión es la de atrapar las caras de las personas con las que me cruzo cada día y escribir sobre ellas. Hacía años había empezado a escribir una novela, quizá sin éxito, como todo lo que tenía escrito en el cajón.
Mi aventura como escritora había empezado hacía unos dos años, cuando Fernando empezó a encerrarse más en su mundo y me sentí como abandonada, desilusionada por el matrimonio y con ganas de realizarme como escritora. Hice mis pequeños pinitos en varios periódicos y había publicado un libro de cuentos del que tuvo cierto éxito Vidas encontradas. Ahora me proponía algo más grande, quizá un libro que exhibiera el alma de muchas personas rotas, con heridas por cicatrizar… Era el momento de desnudarme también y sacar esa pasión que llevaba escondida durante tantos años. Mi alma estaba sollozando y tenía que sacar a pasearla porque si no moriría para siempre en la peor agonía posible. El papel y el lápiz me gritaban desde la oscuridad. Tenía que escribir….