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MAMUT

Omar Argentino

portada en grises

Diseño de portada: Fernanda Enriquez

Para vos, amigo Alejandro Acobino,

que gustabas de este irregular bestiario.

En tu memoria.

… La Prehistoria

Vamos a hablar de mamuts: como ustedes saben un mamut es hombre o mujer / macho o hembra / pero sobre todo es un objeto / el clásico objeto de deseo / poco más que carne... Para que los vayamos ubicando los mamuts venden jabones aromáticos / cursan carreras relacionadas con la botánica / fatigan danza contemporánea o practican teatro experimental / nada que interese a nadie medianamente sensato... Un mamut para ser mamut / debe ir a la cama en la primera cita / eso es un mamut. Lo que uno se pregunta en estos casos es: ¿vale la pena escuchar tanta nada para descargar el resentimiento en polvos? / Cada quien lo sabrá. Lo cierto es que estar con un mamut es pura masturbación / masturbación asistida… o poco más que eso... ¿Queda claro lo que es un mamut?

Con este lenguaje salvaje y tierno Omar Argentino Galván traza la silueta de un cazador experto, de un predador nómada que, alejado de las costumbres de la tribu sedentaria en la que se educó, sale por las noches a buscar carne fresca. Se escuchan lejanos los ecos de una civilización que tampoco está contenta con su bienestar social. Hay confusión, ganas de arrancarse la piel y salir volando como un vampiro. Pero sólo algunos sacan el instinto a recorrer la media noche.

¿Qué es esto que se despliega ante nuestros ojos: poema, cuento, diario hiperrealista? La delimitación genérica se pone a discusión; digamos que es historia surgida de la pluma de un poeta repentista, trazo de una voz acostumbrada a propagarse en el espacio. En lo personal, desde la primera lectura lo escuché y lo imaginé. Por esa razón polemizo sosteniendo que se trata de un spoken word, poesía performática que invita a desdoblarse sobre el escenario.

Cada quien lo leerá como quiera. Después de todo, quién es su autor sino un rapsoda que vive a tope su propia tour, un observador del mundo bien atento para procesar esos instantes de realidad de los que –no sabemos qué creer–, pudiera ser eventual protagonista. Por eso, habitantes del orbe, sugerimos repelente de mosquitos y que vengan sin cenar; la temporada de cacería se abre para todos.

Luis Mario Moncada

QUIETO, CASI QUIETO

También por esos días cogía con una estúpida

que se creía vampiro.

Realmente vampiro:

Drácula y esas cosas.

No lo hacía mal,

deliciosas mamada con mordidas.

Me gustaba

asustaba un poco, sí,

se tomaba realmente en serio el asunto de los murciélagos

del ajo, de los espejos delatores, las cruces y el agua bendita.

Una imbécil que me llegó a sacar sangre

de los labios una vez,

de los hombros otra.

Toda una imbécil que se creía vampiro,

pero ponía saliva

clavaba dientes y mirada,

mojaba, lamía mirando a los ojos.

No salíamos de día.

Yo porque no tenía necesidad

aún conservaba parte del dinero,

ella, por aquello de los vampiros y el sol.

Estúpida.

En ocasiones no lograba endurecerme,

entonces

solo,

aseguraba a la puerta del baño

para masturbarme, tibio

interrumpiendo el trabajo manual

para enfriarme unos segundos

apoyándola contra los azulejos helados.

Así volvía al dormitorio

como si nada

la insultaba al oído,

retomábamos el clima

y entonces sí

embestía

Embestía.

Por lo demás, ella no montaba mal,

nada mal

pero comenzaba a detestarla

y era verano

un pegajoso verano de mil novecientos nosecuántos.

Quizá ella lo sabía,

lo del baño digo.

Ocho meses duró aquello.

O diez.

Se fue.

La eché.

Ya se iba cuando la estaba echando.

Discutimos sobre quién dejaba a quién.

Eso tenía su importancia.

Llegamos a un acuerdo esa noche,

bebimos,

hubo golpes y vidrios.

También vecinos llamando a la puerta.

Cogimos con rabia

ya no quedaba nada

luego se duchó,

oí el agua

supuse el vapor

la imaginé lavándose allí.

Los moretones.

Cincuenta minutos de ducha.

Se quedó con algunos discos míos

a la mierda

que se los lleve

pero que se vaya

que se vaya de inmediato por favor.

Yo aún no tenía la pistola,

una suerte.

No tenía la pistola pero sí un resto del dinero aquél

como para sobrevivir otros meses

tirado,

pensando

tocándome

colchón

techo

dedos en la nariz

manos en el cuerpo

olores en las sábanas tiesas

tal vez resúmenes deportivos

o películas apestadas de comerciales

la televisión, que de nada sirve,

ayuda a veces.

Eran tiempos de incompletud

y no es que ahora haya cambiado,

no.

Pero por entonces no había orden,

un mínimo orden.

Un poco patético

o triste.

Lo sé.

Hasta vergonzoso quizá,

pero no podría asegurar que jamás

volveré a caer al techo, al colchón,

a llamar a esa o a otra imbécil.

Sobran.

Por otro lado

mi esposa.

A ella le va bien, era de esperar.

Mi mujer.

Mi ex mujer, quiero decir.

Tomás nunca le va a decir papá a ese tipo.

Ella no lo permitiría tampoco.

No.

Eso espero.

He conseguido un empleo

media jornada

y un jefe muy contento consigo

además de compañeros tan apáticos con sus vidas

como yo con lo que ha quedado de la mía.

La paga es óptima,

cumplo mis deberes con pulcritud,

ya no quiero problemas,

sé que no reparan en mí

alguien callado

eso soy, sí.

Me agradan el olor a tinta y el ruido del ventilador,

un trabajo cómodo

papeles y direcciones,

no mucho más.

Un contacto que le debo a la Vampiro,

intuyo con cuál se acostó.

Él me mira como si a mí me interesara

a mí no me molesta eso, no,

sí la forma esa que tiene de escrutarme,

entiendes lo que digo.

Se lo nota buen tipo

y la murciélago pudo resultar una aventura temeraria

para esta ciudad pequeña.

Si yo hablara con su mujer.

Pero yo no hablo

yo pregunto,

me pregunto cómo alguien puede hacerlo con un tipo con esa piel

tan pálida,

esa tez que se sonroja en partes absurdas,

transparentando venitas violáceas

manchitas moradas que aparecen y desaparecen

Blanco,

lampiño

como un bebé blanco

como un reptil blanco, un geco

un bebé adulto que escupe al hablar,

incolora lengua de reptil albino

buena gente.

Con el geco o con el barbudo

sí, con el de barba.

Ella opinaba que era inteligente,

o con ambos

incluso con el de barba luego de irse de mi casa,

por el placer de lo sucio

por la manía animal de orinar terreno ajeno.

No.

No lo creo.

Malgastamos horas conjeturando irrelevancias.

Pero el amorfo balbuceante me mira distinto...

tanto, por una de las que la chupan en la primera noche

y que puede pasar la vida leyendo revistas de moda,

o teorizando sobre bajorrelieves crípticos escondidos en catedrales

góticas,

¡Sabía nombres y conjuros en latín!

Imbécil,

una gorda imbécil

mansa, fofa, compañera, callada

sobre todo: imbécil

creerse vampiro...

La rutina es mecánica.

Papeles y direcciones por una suma quincenal.

Si ahorro, quizá viaje

una semana

subir montañas

respirar

cuatro días al menos.

Difícil,

las cuentas, la casa

ocho horas de autobús para tres días allí.

Sea donde sea allí.

No, no lo sé.

Recursos para viajar.

Horas de respiro.

Pero también hubo tiempos mejores,

tenía una mujer y un equilibrio

cálculos meticulosos, hoteles modestos y océano anual

cervezas con papas fritas frente al mar,

licuados en anchas copas,

peces en el suelo

peces en la mesa.

Se sentía la piel

la piel cambiando de color, la piel molestando,

la piel curtida en la brisa, en las olas, en la sal,

la piel brillando o cayendo,

la piel ardiendo en la noche,

uno sentía la piel.

Eso ayuda: Sentir la piel.

Después volver

y la asfixia de la carretera

en un coche sin ventilación,

con el sol adentro.

Entrar en el cemento,

llegar a la casa

abrir.

Las paredes esperando

oliendo nuestro,

oliendo a vida propia.

El agua caliente,

el sopor de la ruta despegándose de la cabeza y el cuerpo

las toallas

y ella sacando la ropa de cama de bolsas de nylon.

Pero es pasado

ahora viene un fin de semana largo.

No lo sé.

Cuentas, cuentas.

Igual debería salir de esta casa, por salud.

Fototropismo positivo.

Si me quedo encerrado

ya no volveré al trabajo

me conozco, lo sé