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Ocho pasos para una vida excepcional

© 2015 por Stephen Arterburn y John Shore

 

Publicado por Editorial Patmos,

Miami, FL. 33169

 

Todos los derechos reservados.

 

Publicado originalmente en inglés por Bethany House Publishers, 11400 Hampshire Avenue South, Bloomington, Minnesota 55438, con el título The Exceptional Life.

 

© 2011 por Stephen Arterburn y John Shore

 

A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas se toman de la versión Reina-Valera ©1960, Sociedades Bíblicas Unidas.

 

Traducción: Adriana Powell

Edición: Guillermo Powell

Diseño de Portada: Luiz Felipe Kessler

 

ISBN 13: 978-1-58-802744-3

 

Categoría: Vida Cristiana

 

Impreso en Brasil

Printed in Brazil

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Para Kenny. Tú lo viviste.

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CONTENIDO

Introducción

1. Abandone la culpa y la vergüenza; recupere la esperanza

2. Abandone el resentimiento; recupere el amor

3. Abandone el temor; recupere la confianza

4. Abandone la ira; recupere el perdón

5. Abandone la gratificación instantánea; recupere la paciencia

6. Abandone la impotencia aprendida; recupere el poder

7. Abandone el aislamiento; recupere la conexión y la comunidad

8. Abandone la adicción; recupere la libertad

Conclusión

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RECONOCIMIENTOS

Mis agradecimientos a Kyle Duncan y Christopher Soderstrom por su trabajo excepcional.

John Shore, mi compañero de redacción, es un genio. Si lee algo en este libro que es bueno o muy bueno, proviene de mí. Si lee algo que es genial, proviene de John. Este libro es mi cuarta obra que contiene un implante de su cerebro. Los libros son mucho mejores gracias a John, y yo soy una persona mucho mejor debido a su influencia. Gracias, John Shore.

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INTRODUCCIÓN

El otro día en el grupo casero del que soy parte, me hicieron una pregunta muy personal. Todos estaban invitados a responder; no era solo para mí. La pregunta fue: “¿Qué lo hace llorar?”.

Hay muchas cosas que me hacen llorar, y con mayor frecuencia es por gozo más que tristeza. Por lo tanto hablé acerca de mi tendencia a llorar, así como espontáneamente lo hacía mi padre también.

No es algo de lo que estoy particularmente orgulloso de admitir, pero la verdad es que soy una persona bastante emocional. No que me pongo a llorar mirando novelas en la televisión, como lo hacía mi abuelo. Ciertas canciones me hacen brotar lágrimas cada vez que las escucho. Tengo la tendencia a pensar acerca de mis propios sentimientos, y los sentimientos de otras personas mucho más de lo que pienso acerca de las clases de cosas que tal vez otras personas piensan, que no piensan acerca de los sentimientos: Ecuaciones lineales, o ideas de negocios o eventos deportivos.

Lo que me importa, personalmente, lo que se queda conmigo, lo que noto más, a lo que me estoy volviendo más sensible, son los sentimientos. Las emociones. Las pasiones. Los dolores. Las necesidades. El amor. Toda mi vida está centrada alrededor de relacionarme y tratar con personas y sus sentimientos. Además, yo también he tenido que luchar para vencer algunos sentimientos bastante fuertes.

Ahora que soy más mayor, lo que escucho, en realidad, son los corazones. Estoy más interesado en asuntos del corazón que en cualquier otra cosa. Además es muy bueno que sea de esa manera. Porque mientras mi corazón está ocupado absorbiendo y procesando toda clase de información, mi mente está hiperactiva. Si mi corazón fuera tan rápido a olvidarse de una cosa como lo es mi mente, estaría en un serio problema.

A veces me pasa que me olvido de un compromiso o me encuentro parado en medio de una tienda preguntándome que se supone que estoy comprando. Tal vez me olvide donde puse las llaves de mi auto (o, como pasó hace poco, mi auto); tal vez no me ate los cordones de los zapatos; tal vez incluso suba a un avión que pensaba que se dirigía hacia un lugar, solamente para terminar arribando en otro diferente. Honestamente, cosas como esas me pasan muchas veces. Eso es justamente la vida con TDAH (trastorno por déficit de atención por hiperactividad).

La semana pasada, cuando mi esposa Misty y yo regresábamos de la reunión de nuestro grupo casero, Mary Kaye estaba en la casa cuidando a nuestros niños. Alguien golpeó la puerta; era un miembro del grupo que traía mi Biblia, que me había olvidado. Misty le dijo a Mary Kaye: “Hace esta clase de cosas todo el tiempo”.

Diez minutos más tarde alguien más tocó la puerta. Era el líder del grupo quien traía la cartera de mi esposa, que ella había olvidado. ¡Fue un gran momento para mí!

De todas maneras, no tengo ningún problema de prestar atención cuando una persona me está contando algo que realmente le importa. En ese caso estoy 100 por ciento allí.

Si alguien me comparte su problema, un conflicto reciente que le molesta, luchas y fracasos con una adicción, o cualquier cosa que le cause problemas emocionales específicos o generales, me pongo en sintonía como un radioaficionado al lado de una torre de transmisión de 10.000 vatios. (No se trata de que sepa algo acerca de asuntos técnicos. Sin duda, no tengo ni idea de lo que es una torre de transmisión y, no sabría diferenciar una radio amateur de un deportista amateur. Sin embargo hablé como si supiera lo que estaba diciendo, ¿verdad? Eso es aproximadamente la mitad de la batalla ganada allí mismo).

Lo bueno es que mi profesión se adecua perfectamente a mi naturaleza. En mi programa de radio y televisión, New Life Live [Nueva Vida en Vivo], paso horas escuchando a las personas compartir sus problemas más profundos y personales. Y eso ocurre simplemente cuando estamos haciendo el programa. Además doy seminarios y conferencias y me involucro en los retiros de fines de semanas de New Life [Nueva Vida] para sanar a los que luchan contra la depresión, la ira, la adicción, los problemas de relaciones y cualquier clase de cosas que pueda imaginarse que impidan que una persona experimente lo mejor de Dios.

Me encanta escuchar a las personas. Escucho sus corazones con el mío.

Sin embargo, ¿sabe qué? Sucede que todos estos años mi mente, ha estado prestando atención a lo que mi corazón estaba haciendo. Mientras que mi corazón ha estado enfocándose intensamente en los problemas, las preocupaciones y los desafíos de miles o cientos de miles de personas, mi mente, con TDAH y todo, estuvo observando y siguiendo todo lo que estaba sucediendo entre mi corazón y cada una de esas personas.

La razón por la que sé esto, es que hace aproximadamente un año, mi mente comenzó a inquietarme para que escribiera una nota o dos acerca de algo que estaba tratando de decirme. Por lo tanto comencé a asegurarme (siempre que me fuera posible) de salir con mi anotador y lapicera.

Esto es lo que descubrí: Luego de años de estar íntimamente expuesto al sufrimiento de los demás, mi mente había discernido patrones sobre por qué y cómo las personas tendían a volverse disfuncionales, en diferentes grados. Lentamente pero con seguridad llegué a darme cuenta que sin importar cuáles fueran los problemas manifiestos de un individuo en particular, la raíz de su problema casi siempre se encontraba en la misma cosa: Se estaban aferrando a algo que necesitaban dejar ir, o algo se aferraba a ellos de lo cual debían desprenderse.

Permítame decirlo de nuevo: Aferrándose a algo que necesitaban dejar ir.

En casi cada una de las personas que alguna vez aconsejé, algo a lo que se aferraban evitaba que lograran algo mucho mejor.

En otras palabras, había algo que necesitaban abandonar, a cambio de lo cual recibirían más de lo que alguna vez podrían haber soñado.

“¡Buen trabajo, mente!” dije. (Debido a que estaba en el café del barrio en ese momento, lo dije para mí mismo. Al menos, espero haberlo hecho). “¡Lo hiciste. Redujiste a ocho las cosas a las cuales las personas se aferran, las cosas que necesitan abandonar para que puedan recibir algo mucho mejor! Estoy tan orgulloso de ti. Ahora te perdono oficialmente por todas las veces que manejaste el auto con la manguera de combustible aún adherida al vehículo y me hiciste pagar por los daños”.

Ocho cosas. Creo que si fuera a tomar el problema principal de la vida de alguien, sin importar cuál fuera, sin importar cuán severamente estuviera interfiriendo con su propio bienestar o del de quienes lo rodean, podría reducirlo al hecho que debe soltar una de ocho cosas para poder obtener para sí mismo las cualidades beneficiosas que no pueden poseer por aferrarse a esa cosa.

 

1.    Cualquier persona puede abandonar la culpa y la vergüenza, para recuperar la esperanza.

2.    Cualquier persona puede abandonar el resenti-miento, para recuperar el amor.

3.    Cualquier persona puede abandonar el temor, para recuperar la confianza.

4.    Cualquier persona puede abandonar la ira, para recuperar el perdón.

5.    Cualquier persona puede abandonar la gratifica-ción instantánea, para recuperar la paciencia.

6.    Cualquier persona puede abandonar la desespe-ranza aprendida, para recuperar el poder.

7.    Cualquier persona puede abandonar el aislamien-to, para recuperar la conexión y la comunidad.

8.    Cualquier persona puede abandonar la adicción, para recuperar la libertad.

 

Así es, abandonar una cosa mala para obtener una cosa muy, muy buena. De eso se trata este libro. Podría decir que se trata de promocionar su vida de rutinaria a excepcional.

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Cada capítulo de Ocho pasos para una vida excepcional trata sobre cada una de estas relaciones, arriba enumeradas, abandonar para obtener. En cada capítulo encontrará cinco secciones.

La primera sección trata de asegurarse de entender perfectamente la naturaleza de la cualidad negativa, que es precisamente lo que debe abandonar. Identificaremos la cualidad que debe irse, aislaremos sus características, delinearemos su naturaleza, hablaremos acerca de su origen.

La segunda sección observará los impactos negativos de esa cualidad, y como la posesión de esa cosa socava completamente todo lo que es positivo y saludable para su vida.

La tercera sección le ofrecerá consejos prácticos, psicológicos y espirituales basados en la Biblia sobre cómo abandonar definitivamente la cualidad negativa.

La cuarta sección presentará una discusión sobre el positivismo saludable centrado en Dios que sin duda obtendrá como resultado de erradicar lo que estaba evitando que lo lograra.

La quinta sección presentará lo que hará por usted el descubrimiento y la posesión de esta nueva piedad. Aquí hablaremos en forma concreta sobre cómo puede estar seguro que, de allí en adelante, su vida mejorará de manera que no hubiera pensado era probable.

Finalmente, concluiremos con varias preguntas para estimular la discusión en grupo acerca del contenido del capítulo.

En resumen, cada capítulo se divide en

 

1.    lo que se necesita abandonar;

2.    por qué debe abandonarse;

3.    cómo lograr abandonarlo;

4.    qué obtendrá de parte de Dios por abandonarlo; y

5.    lo que será capaz de hacer y ser una vez que lo haya abandonado (además algunos temas de discusión importantes).

 

Entonces, eso es todo.

¿Quiere ascender a la vida excepcional?

Comencemos.

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Capítulo 1
ABANDONE LA CULPA Y LA VERGÜENZA; RECUPERE LA ESPERANZA

(1) ¿Qué son la culpa y la vergüenza?

Caídos y humanos

Adán y Eva estaban viviendo la vida excepcional. Literalmente, era todo bueno. Pero así como hoy en día, para tantos que tienen tanto, no fue suficiente.

 

Y vio la mujer vio que el fruto del árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos y árbol codiciable para alcanzar; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera y se hicieron delantales….

Más Jehová Dios llamó al hombre y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y el hombre respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo porque estoy desnudo; y me escondí.

—Génesis 3:6–7, 9–10

 

Es muy fácil olvidar que la vergüenza y la culpa ahora forman parte de la condición humana. Y cada una tiene su propia razón particular para existir. Sin embargo, no es la intención de Dios que estemos atrapados en un mundo interior que solamente nos tira hacia abajo o nos empuja hacia atrás. En lugar de eso, lo que Dios quiere de su rebaño caído es “un dolor piadoso”.

El dolor piadoso lleva al arrepentimiento, al cambio, al accionar bondadoso. El dolor piadoso es la clave de la transformación. Es una gran parte del plan de Dios para nosotros.

Todos sabemos lo que le pasa a la persona que comienza a creer que es tan buena como Dios, que es tan pura, recta y capaz. Esas son las cosas más letales que una persona puede comenzar a pensar sobre sí misma. Por lo tanto, Dios ha construido en el centro mismo de nuestros caracteres el que no nos sintamos de esta manera.

En este sentido, lo que sentimos cuando pecamos, el dolor piadoso que es parte del plan redentor de Dios para la humanidad, es una experiencia que nos protege del daño del orgullo. No queremos tener una clase de orgullo equivocado en nosotros mismos; eso sin duda es el comienzo de una larga caída que nos llevará de nuevo al punto donde recordaremos que Dios, después de todo, está a cargo de todo.

Y debemos recordar esto. Debemos recordar que, este es el mundo de Dios; somos hijos de Dios; nuestro destino y bienestar, en realidad no solamente de nuestras vidas sino de las vidas de todos los demás y del mundo mismo, están en las manos de Dios.

Comencemos con las razones por las cuales probablemente se siente culpable. En realidad, solamente hay dos.

Primero, si se siente culpable, entonces está involucrado en un pecado, repitiendo un pecado o escogiendo pecar. (Ver también “segundo” inmediatamente abajo).

Si todo lo que siente es culpa, entonces todo lo que siente es malo, y el sentirse mal no lo ayuda a cambiar su comportamiento. De hecho, una manera de sentirse mejor, aunque no es efectiva y es solamente temporal, consiste en repetir el pecado que le gusta y experimentar la gratificación inmediata que proviene de este.

Todos pecamos. Todos somos imperfectos. Pero algunos estamos tan atrapados en un pecado que se podría decir que el pecado nos posee y nos controla, nos destruye rompiendo nuestra conexión con Dios y con los que nos aman.

Segundo, la otra razón para sentir culpa: Tal vez, luego de hacer algo incorrecto, por ejemplo, se arrepiente, se aparta del mal (cambia), y le pide a Dios que lo perdone… pero la culpa aún lo inquieta. Si ese es el caso, al menos respecto a su propio pecado personal, o no cree plenamente, o no aceptó, o incluso rechazó el perdón de Dios, el perdón divino completo hecho posible a través de la sangre que Jesucristo derramó para redimirlo.

Cuando estaba en la universidad, pagué por un aborto. Sin duda sentí culpa una vez que me di cuenta de lo que había hecho. Sin embargo, seguí adelante y viví en silencio sin que nadie supiera acerca de mi pecado. La culpa no me motivó a cambiar, simplemente me aisló del resto del mundo.

Era cristiano, y pensaba que había ido demasiado lejos, cometido un pecado demasiado grande como para ser perdonado. Por lo tanto quedé atrapado en mi propia obsesión, la cual no le hizo bien a nadie. Necesité de la verdad y el amor y la gracia para salir de la culpa e introducirme en el dolor piadoso. Fue entonces que mi vida se encaminó hacia una dirección totalmente diferente.

La culpa era una señal de que algo estaba muy mal en mi vida. Su culpa es como una bandera roja de alerta que le indica ya sea de aceptar lo que Cristo ha hecho por usted o dejar el pecado que está cometiendo.

La vergüenza es diferente. La vergüenza es una identidad. La vergüenza se apodera de cada aspecto y dimensión de una persona, le succiona la vida, y le impulsa a continuar como alguien “inferior” o “menos que” los demás.

Es trágico que muchas personas lleven una carga antinatural de vergüenza que debería ser de alguien más. Conocí cientos de víctimas de abuso que sienten vergüenza por lo que sus abusadores les hicieron. El abusador le transfiere de una forma violenta su vergüenza a la víctima.

La vida bendita, la vida abundante, comienza cuando dejamos la vergüenza no justificada y logramos una nueva identidad con una nueva dirección.

La vergüenza, por ejemplo, que obtuvo porque sus padres le decían que era malo. O la vergüenza que deriva del conocimiento secreto de las cosas terribles que hizo, lo cual provoca que viva en el dolor del pasado. Esa vergüenza es innecesaria; es corrosiva para su vida.

Esa es la vergüenza de la cual necesitamos ser liberados. Y podemos serlo.

La culpa y la vergüenza no tienen lugar en su vida, y si está reteniendo alguna de ellas, tiene trabajo para hacer, algunas elecciones para realizar que lo liberarán y le permitirán vivir vibrantemente en la gracia, la misericordia y el amor de Dios.

Se daña a usted mismo

Si separamos la culpa que simplemente viene del hecho de ser parte de ese estado o condición humana que la Biblia llama “caída”, lo que queda es la clase de culpa que no se conecta con Dios de ninguna manera. Donde no hay dolor piadoso, el sentido de error de la persona no tiene propósito. Por ejemplo, en algunas personas, llamadas sociópatas, no hay experiencia suficiente de lo erróneo. En los casos en que la mayoría de nosotros nos sentiríamos culpables, el sociópata con frecuencia se siente justificado.

Por lo tanto, la primera clase de culpa, la clase que proviene de la manera en que Dios nos designó, es buena si podemos sentirla y luego dejar de hacer lo que estábamos haciendo (o comenzar a hacer lo que deberíamos estar haciendo). La segunda clase, la que es causada por algo con lo cual aún no estamos involucrados, no es buena. Es completamente equivocada. Nos roba la esperanza, y necesitamos deshacernos de ella (en lugar de ignorarla o rechazarla).

Cada vez que miente, hace trampa, o pone sus deseos egoístas por encima de los demás, está creando para sí mismo lo que llamo culpa estancada. Y aunque podría emplear muchas palabras para hablar acerca de las clases de cosas que las personas hacen para producir (y mantenerse atrapadas en) esta clase de culpa que les roba el corazón y les satura la mente, me metería en un laberinto y supongo que no necesito hacerlo. Voy a suponer que usted está tan familiarizado con lo que hace, lo cual provoca que viva en la culpa estancada, como lo está con cualquier otro tema o asunto de su vida.

Todos somos de la misma manera. Todos sabemos cuáles son las clases de cosas que hacemos que nos provocan sentimientos profundos de arrepentimiento. Engañamos. Robamos. Somos infieles. Ponemos el egoísmo pasajero por encima de las necesidades reales de los demás. Una y otra vez actuamos de maneras que sabemos que son equivocadas, que sabemos que son dañinas para nosotros y para los demás, que sabemos que no le agradan a Dios.

De nuevo, me refiero a las elecciones y acciones autodestructivas y compulsivas que hacemos debido a que no estamos en contacto con nosotros mismos ni con Dios, lo cual nos hace sentir incapaces de detenernos y cambiar. Me refiero a los pecados que nos poseen, nos controlan y nos destruyen.

¿Qué sucede cuando los escogemos y los cometemos? Una vez más, no solamente dañamos a los otros; me daño a mí mismo, y usted se daña así mismo.

De hecho, mis errores casi siempre me dañan más de lo que dañan a la persona que ofendí. Probablemente, superará, y bastante rápido, lo que sea que le haya hecho. Probablemente dirá: “Finalmente me doy cuenta que Steve Arterburn es un cretino desconsiderado con la mente cerrada. Es bueno saberlo. Es tiempo de borrarlo de mis contactos, de quitarlo de mi Facebook, de dejar de seguirlo en el Twitter.”

Sin embargo, lo que sin duda permanecerá es la culpa que siento por haber hecho lo que hice. Me carcomerá. Me deprimirá y me hará volverme a mí mismo de todas las maneras posibles, lo cual solamente servirá para debilitar mi resolución de cambiar. Al final, la culpa que echo sobre mí y luego arrastro por todos lados me privará de mi esperanza.

Se juzga a usted mismo

Es algo gracioso. Bueno, en realidad no es gracioso de ninguna manera. Pero es verdad que cuando las personas hacen algo equivocado, generalmente empeoran las cosas, al menos, para sí mismos, para luego juzgarse duramente por hacerlo.

Digamos que estaba en el comedor en nuestras oficinas de New Life [Nueva Vida]. (Y deseo enfatizar, este ejemplo fabricado nunca sucedió en realidad). Digamos que me di cuenta que había sobre el mostrador una caja de dulces que alguien tuvo la crueldad de traer. Además digamos que, con una curiosidad indolente, levanté la tapa. Y digamos que adentro de la caja vi el único dulce que quedaba. Y supongamos que me encantan tanto los dulces que prácticamente atropellaría a un buen amigo para conseguir uno.

Luego, digamos que mientras yo estaba contemplando este tesoro deseable, escuché a alguien que venía por el pasillo. Imagínese viéndome cerrar la tapa, darme vuelta, y apoyar mi espalda contra el mostrador escondiendo la caja detrás de mí, para que no la vieran.

“¿Quedan algunos dulces?” Dice la mujer mientras cruza la puerta. Sin poder evitarlo, digo bruscamente: “No queda ninguno. Qué lástima, ¿no le parece?”.

Ella se va. Agarro el dulce, lo envuelvo en una toalla de papel, lo escondo en medio de un diario, regreso a mi cubículo, me siento en mi escritorio, abro el “paquete”, y lo disfruto como si fuera el último dulce del mundo.

Honestamente, no hice esto. Pero pensé en hacerlo. Y si alguna vez lo hubiera hecho, ¿sabe lo que me hubiera dolido mucho más que las calorías superfluas, o el conocimiento de que le habría privado a alguien de un placer pasajero?

La autoincriminación. Eso es lo que hubiera continuado carcomiéndome por dentro mucho después de que hubiera terminado el dulce. Además, no me hubiera disculpado con la persona a la que habría engañado, porque entonces tendría temor de lo que pensaría acerca de mí. ¿Cómo o por qué confiaría de nuevo en mí si supiera que le mentí solamente para conseguir una basura de comida? El problema hubiera empeorado cada vez más dentro de mi cabeza hasta que básicamente me hubiera paralizado.

Pensamos que somos buenos, o naturalmente adeptos, para discernir los motivos e identificar la esencia del éxito o del fracaso en los demás. La mayoría de nosotros lo somos. Pero en lo que la mayoría de nosotros somos realmente buenos es en juzgarnos a nosotros mismos.

Tendemos a no tenernos ni siquiera la mitad de la consideración que les tenemos a los demás. Sin lugar a dudas, somos nuestros jueces más duros. Nos decimos cosas que nunca le diríamos a un amigo, o posiblemente, a nadie.

Ese es el problema. No solamente debemos dejar de hacer las cosas que mantienen en nuestras vidas la culpa (estancada) que disuelve la esperanza, también necesitamos dejar de empeorar el error cargándonos con auto-juicios que superan (o que no coinciden) con la severidad del daño que hicimos.

Con frecuencia, todo lo que necesitamos para comenzar a caminar en el camino de la libertad, de regreso a la esperanza, es darnos una carta de “libertad”. Esa carta es una combinación de la gracia de Dios y de nuestro comportamiento responsable.

(2) Lo que la culpa/vergüenza le hace a su vida

Envenena su fuente

Todos hemos escuchado que una manzana podrida puede contaminar a todas las demás en la caja. Aunque creo que esto es verdad, no puedo certificarlo, debido a que no compro manzanas por “cantidad”; por lo general compro una bolsa con cuatro o cinco.

Sin embargo, sé con seguridad, en base a mi experiencia personal, que una frutilla podrida finalmente arruinará a todas las otras que están en la caja. Solamente hace falta que una frutilla decida dejarse la barba para que todas las otras frutillas se sientan inspiradas a hacer lo mismo. Antes que se dé cuenta, la deliciosa fruta que esperaba disfrutar con helado de vainilla se parece a un pequeño roedor rabioso que lo haría huir dando gritos si lo viera acercarse a usted en la vereda.

Es así como son las frutillas. Una se echa a perder, y esa una puede arruinar toda la caja.

¿Por qué menciono esto? Debido a que la culpa y la vergüenza son la frutilla en mal estado en la caja que es su vida. Arruinan todo. Y tampoco necesitan mucho tiempo para hacerlo.

Traje a nuestra casa una caja de frutillas hermosas y perfectas, las puse sobre la mesa, fui al buzón y volví, guardé mis cosas, escuché mis mensajes, y cuando volví a la cocina, ya me encontré con mis frutas transformadas en una cancha de fútbol. Así de simple, lo que podría haber sido un agasajo refrescante y maravilloso se convirtió en Cuando peludo conoció a frutilla.

La culpa y la vergüenza envenenan la manera en que percibe y responde, tanto a su propia persona como a los demás y a las cosas. Componen un equipo sin misericordia, que corrompen la integridad de todo lo que infiltran.

La culpa y la vergüenza son como los anteojos de sol muy oscuros que tiene la tentación de ponerse cada vez que se siente particularmente culpable y avergonzado. No oscurecen algunas de las cosas que ve mientras que le permiten ver a las otras con su luz natural. Oscurecen todo.

Nada se ve bien cuando ve las cosas a través de la culpa y la vergüenza. Nada se ve normal. Nada se ve saludable. Todas las personas y todas las cosas tienen sombras y oscuridad.

Una persona plagada por la culpa o la vergüenza tiene una dificultad genuina para participar en la vida y disfrutarla. No puede involucrarse completamente con los otros debido a que siente como si tuviera un yugo alrededor de su cuello, bloques de cemento alrededor de sus pies, una pesada carga sobre su espalda. Donde otros ven sonrisas, esta persona ve gestos de dolor. Donde otros experimentan risas o carcajadas, esta persona experimenta felicidad falsa o forzada. Donde otros sienten gozo, esta persona se siente vacía. Y simplemente no puede sacudir el peso que la tiene clavada al piso para embarcarse en lo que podría ser el mejor vuelo de su vida.

Lo hace sentir indigno del amor

Como hice alusión anteriormente, hubo un episodio vergonzoso en mi pasado, uno sobre el cual escribí y hablé cientos de veces. Cuando estaba en la universidad, dejé embarazada a mi novia. Cuando me enteré que estaba embarazada, la presioné para que hiciera algo que ahora me parece repugnante, la persuadí para que abortara el bebé.

Una cosa acerca de ese tiempo horrible, algo sobre lo cual no escribí demasiado, fue cómo la culpa y la vergüenza me hicieron sentir completamente indigno de amor. El hacer algo contra el mismo orden de la naturaleza arruina la habilidad de pensar que uno es digno de que alguien lo ame alguna vez. Siente que cada vez que alguien lo mira, todo lo que puede ver es lo que ve cuando se mira en el espejo: Su vergüenza.

Recuerdo, inmediatamente después de lo que hice, que caminaba por el predio de nuestra escuela y veía en todos lados, jóvenes de mi edad, que estaban pasando un tiempo lindo. Algunos jugaban juntos sobre el césped, otros sentados en grupos charlando. Las parejas caminaban tomadas de la mano; los compañeros se empujaban y hacían bromas. Todos parecían estar en armonía con los demás. Yo me sentía como si tuviera una enfermedad, que si alguien me tocaba su brazo se caería. O que si alguien me miraba huiría dando alaridos, como si hubiera visto a un monstruo.

Sentía que nunca más volvería a ser parte de una relación amorosa. Permití que la culpa y la vergüenza me hicieran creer que nunca más experimentaría el amor, la compasión de los demás, para siempre incapacitado para todo sentimiento o afecto.

¿Cómo podría alguien amarme ahora? Nadie podría. No lo harían. Estaría solo siempre.

Estoy agradecido que no resultó de esa manera. Jesús me mostró que incluso un pecador miserable como yo podía recibir su amor y aceptar su sacrificio que limpia todos los pecados. Lentamente, pero con seguridad comencé a salir del pozo profundo en el cual mis pensamientos y acciones me habían enterrado; con la ayuda de Jesús, y con el proceso doloroso de hacer enmiendas y restituciones, pude apropiarme del sentido que yo, también, tenía un lugar debajo del sol.

Finalmente, tomé mi lugar entre los vivos nuevamente. Y puedo decirle, que estoy agradecido de haber vuelto a involucrarme en las actividades de la buena vida cada momento que estoy en ella.

Pero nunca olvidé lo que significó estar fuera de la vida, tan consumido y cubierto por la culpa y la vergüenza que a veces parecía que apenas podía continuar existiendo. Si está lleno de culpa y/o vergüenza al punto que a veces se siente de la misma manera, espere. Tome mi ejemplo: Si está dispuesto, Jesús se encargará de que no se sienta de esa manera para siempre.

Lo tiene atrapado en el pasado

Una vez conocí a un anciano a quien llamaré Tom. Cuando Tom tenía aproximadamente setenta años, “Joan”, su esposa por cuarenta años, falleció.

Los había conocido por años antes de la muerte de Joan. Cuando estaban juntos, Tom no era alguien a quien se podía catalogar rápidamente como el esposo más amoroso del mundo. La dura verdad de esto es que no trataba muy bien a Joan. No la consideraba con seriedad, la rebajaba o se burlaba de ella con mucha facilidad; en sentido general tenía la tendencia a comportarse como un necio con ella. No era agradable estar con ellos.

Además no era solamente la forma en que se comportaba con Joan en público; aproximadamente en diez o más años de matrimonio, Tom había cometido una serie de adulterios. Con lágrimas en los ojos, Joan, mucho después, me confesó que Tom nunca se había disculpado realmente. Él había terminado las relaciones, y sentía que eso sería suficiente para ella. No lo fue, por supuesto, pero interesada en mantener la apariencia de una familia relativamente feliz, Joan se había contentado y aparentado que era suficiente.

Cuando ella murió, Tom entró en una depresión que honestamente, tomó de sorpresa a los que lo conocían. Parecía amar más a su esposa después que se fuera que lo que la había amado cuando vivía.

Con el paso del tiempo, Tom, en lugar de salir gradualmente del dolor que se siente luego de la pérdida de uno de los cónyuges, parecía sentirse peor y peor. Lo único que hacía era hablar de su esposa Joan como un ángel. Parecía casi obsesionado con los recuerdos que tenía de ella, los cuales, francamente nunca parecían coincidir con la calidad de tiempo que en verdad pasó con ella.

Durante el período de casi un año que hablé con Tom, comencé a darme cuenta de lo que estaba sucediendo. Se sentía tan mal acerca de la forma como había tratado a Joan que su mente y conciencia no lo dejaban continuar con su vida luego de que su oportunidad para corregir sus errores de larga data, había muerto, literalmente. Casi tan literalmente como eso, estaba él atrapado en el pasado.

¿Sabe lo que dicen acerca de un criminal que siempre regresa a la escena del crimen? Que lo hace porque busca algo valioso, algo que dejó atrás: Su conciencia.

Eso es lo que Tom estaba haciendo. Estaba tratando de encontrar la paz que nunca le había importado cuando hubiera sido mucho más fácil conseguirla.

Por un largo tiempo, Tom no fue honesto consigo mismo a cerca de por qué no podía desprenderse de aquello que le estaba causando una profunda preocupación. Tenía que disfrazar, incluso para sí mismo, el hecho que mucha de la razón por la que estaba dolido por la “angelical Joan” tenían menos que ver con la persona que Joan realmente había sido y más que ver con su propia carga de culpa y vergüenza por la forma en que la había tratado cuando estaba viva.

Con mucha consejería y oración, finalmente Tom pudo hacer las paces con Joan de verdad y con la persona que él finalmente llegó a ser.

Su proceso nos enseña una lección valiosa: Mientras la culpa y la vergüenza lo mantengan atrapado, no puede ocupar completamente el presente, menos prepararse para el futuro.

(3) Cómo abandonar la culpa y la vergüenza

Descargue el equipaje que no es suyo

Liberarse de la culpa y la vergüenza no es la cosa más fácil de lograr. En estas dos trampas hay muchos engaños que atrapan sus piernas, se aferran a su ropa, que amenazan con hacerlo caer de nuevo. Lo principal entre estos desafíos es, aprender a entender la diferencia entre aquello por lo que debería sentirse culpable y por lo que no.

Al principio, parece demasiado simple, ¿verdad? Si me enojo con alguien y le digo algo desagradable, posteriormente, cuando me sienta culpable, es fácil saber exactamente por qué. Tales culpas obvias de causa y efecto no son un misterio para descifrar.

Pero esta no es la clase de culpa que incapacita a tantas personas. Si lucha con sentimientos de culpa que rara vez o incluso nunca “se van”, entonces casi con certeza, en su vida hay un asunto más profundo, una vergüenza que está por debajo de lo que usted puede acceder inmediatamente luego de hacer un inventario sobre cómo se comportó. En su búsqueda por la causa que la ocasiona, debe cavar mucho más profundamente.

Cuando cava más profundamente, si lo hace con diligencia y honestidad, encontrará algunas cosas que lo sorprenderán. Principalmente, encontrará que mucho de la vergüenza que por mucho tiempo asumió que le pertenecía naturalmente, no le pertenece. No es suya. No la causó; no la provocó.

Estuvo dispuesto a creer que hizo algo equivocado; estuvo dispuesto a asumir que mucha de la culpa de cualquier problema que lo haya acompañado, se basaba en lo que una vez hizo o dijo, o no hizo o dijo. Sin embargo, con frecuencia ese no es el caso en realidad.

Con frecuencia aceptamos la responsabilidad moral por algo que salió mal por lo cual no había nada que pudiéramos hacer. Muchas personas que son víctimas se consideran a sí mismas por el contrario como perpetradoras. Esta tendencia común de la naturaleza humana comienza donde todos los pensamientos o sentimientos disfuncionales lo hacen: En la niñez.

Por ejemplo, si su mamá le gritaba o le pegaba y lo señalaba diciendo “eres malo”, usted le creyó. No se daba cuenta que lo que le estaba diciendo era que hizo algo malo. Lo que escuchó, lo que su mente joven registró como una verdad imborrable, es que usted es malo. Inherente, intrínsecamente malo. Que mientras otros chicos eran buenos, que obedecían a sus padres y nunca le causaban pena, usted lo único que causaba a los suyos era pena.

La mayoría de tales ejemplos, los que involucran a la mayoría de los padres y a la mayoría de los hijos, son mucho menos manifiestos. Las palabras y las acciones bien intencionadas pero equivocadas que los padres les dicen a los hijos con frecuencia son implícitas e incluso no habladas. De todas maneras, todos los medios que transmiten ese mensaje entregan el mismo veredicto dañino.

Sin duda, como niños hicimos cosas malas, y no dejamos de hacer cosas malas cuando crecimos. Pero hay una gran diferencia entre escoger lo equivocado o actuar incorrectamente (por un lado) y ser malo, como persona (por otro lado).

Si alguna vez se encuentra perdido en sentimientos de vergüenza para los cuales no encuentra una razón definitiva, vuelva atrás. Vuelva a su niñez. Vuelva al tiempo cuando era muy joven, cuando sentía que lo que sus padres le estaban diciendo de una manera específica o en cientos de maneras sutiles, era que usted, era malo.

Entonces, dígase a sí mismo que de ninguna manera era malo, era simplemente un niño.

¿Siente que se le levanta la carga? Ese es usted, quitando la carga de su vida y de su conciencia, una carga que nunca le perteneció.

Sin embargo, para muchas personas, no es tan fácil levantar la carga de la vergüenza. Fueron víctimas, sin razón alguna, de un abusador, ya sea familiar o desconocido. Cuando el abusador pone su vergüenza sobre la víctima, la víctima la carga por años. El abuso puede presentarse de diferentes formas.

Recuerdo el diálogo que tuve con una mujer que tuvo un aborto cuando tenía dieciséis años. Quedó embarazada, y su madre la obligó a abortar, la llevó a la clínica y observó mientras lo hacían. La joven fue consumida por la vergüenza por años.

Cuando escuché esto, le dije que no había tenido un aborto. Que alguien la había obligado a hacerlo y que el aborto se había realizado en ella, pero que el aborto no era su obra. Que no había razón para su vergüenza.

Sí, ella tuvo relaciones sexuales con un muchacho, y eso estaba mal. Pero el aborto mismo era algo que ella no había escogido. Había estado cargando la vergüenza de su madre por años; de hecho, ella realmente deseaba criar a su bebé.

Observe más cuidadosamente sus “transgresiones”

Sin entrar en mucho detalles, una vez hice algo que sabía que no debería haber hecho, una transgresión contra un amigo que no era significativamente terrible. Pero lo hice de todas maneras. Y luego me sentí mal por esto, por un largo tiempo.

Tenía certeza que él sabía lo que yo había hecho y, que por lo tanto, ya no estaba muy interesado en continuar siendo mi amigo. Yo entendí esto definitivamente porque yo no hubiera querido ser su amigo si él me hubiera hecho lo que yo le hice a él.

Por lo tanto, convencido de que a él ya no le interesaba asociarse conmigo, dejé que nuestra amistad se disipara. Y mientras el tiempo pasaba, lo veía cada vez menos.