Hay tiempos en la construcción de un libro.

Está el tiempo en que
la interlocución con colegas,
la práctica con mis analizantes,
con los que cada vez oficiaron
de maestros, fueron precipitando
ideas que irían formando
parte de este texto.

Pero está el tiempo de concluir,
en esa instancia agradezco
a los interlocutores que
colaboraron en la precipitación
de las letras tal como llegarán al lector:
Federico Levín, Lucila Alvarez Blanco,
Henry Odell.

Posición del analista / Posición del sujeto

Dado que habitamos un universo simbólico, todo toma sentido cuando se relaciona con algo opuesto, formando lo que se denomina una díada (activo-pasivo, hombre-mujer, etc.). Esto se encuentra, como los ejemplos entre paréntesis señalan, en el sexo, pero también está presente en las matemáticas: el tercer número es el número 2. El 0 es la nominación de la ausencia de número, el 1 es rasgo que comienza la serie, y el 2, que permite la operación, donde todo toma sentido. Hay opuestos: si es uno, no es el otro.

Una oposición: psicoanálisis / psicología

¿Qué es el psicoanálisis? En principio, aquello que hace un psicoanalista.

En Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Lacan dice4:

La presencia del analista es una manifestación del inconsciente». «El campo freudiano es un campo que, por su naturaleza, se pierde. Aquí es donde la presencia del psicoanalista es irreductible, como testigo de esa pérdida. La presencia del psicoanalista ha de ser incluida en el concepto de inconsciente.

¿En qué está implicado el psicoanalista?

Está implicado en la experiencia del inconsciente. O mejor, la experiencia del inconsciente lo implica.

La posición del analista hace a la diferencia entre psicoanálisis y psicología. En el psicoanálisis la presencia del psicoanalista es irreductible, forma parte de la práctica. El psicólogo, en cambio, se relaciona al saber: sabe la teoría y, con ese saber, puede operar. No hace falta el psicólogo a la teoría, mientras que el psicoanalista sí.

El psicólogo está en relación al saber y el psicoanalista está en relación a la verdad.

¿De dónde proviene un psicoanalista? Es una pregunta que no tiene que ver con el origen, porque no se trata de un ente, un ser, sino de una posición. Una posición, como estructura, equivalente a la posición del sujeto, pero contraria.

La pregunta es: cómo puede alguien colocarse en esa posición de analista para formar parte de la experiencia del inconsciente, donde algo de la verdad habla. Cómo participa alguien ahí y qué características tiene que tener para poder estar en esa posición.

Una respuesta posible: proviene de su propio análisis. De haber atravesado la experiencia de la castración en el análisis.

Respecto de la transferencia y de la posibilidad de operación del analista, sabemos que haber pasado por la experiencia de su propio análisis es fundamental para esto, no como un trámite previo, como era en la APA en algún momento, donde había que tener una cantidad de horas de análisis, sino porque realmente uno llega a esa experiencia de no tener un significante que lo signifique en el Otro, que uno le falta al Otro como significado: no hay un significado en el Otro que pueda significar mi existencia. Eso hace al deseo del analista: que uno sepa que puede estar en esa posición por fuera, en un momento, en el punto impropio, sosteniendo la estructura, pero no poniendo en juego su fantasma. La idea de poder abstenerse del fantasma o abstenerse de su propia lengua para interpretar, solo puede hacerlo si ha pasado por esa experiencia en el análisis.

El análisis, en transferencia, transcurre en relación al decir. No se analiza sobre lo escrito, por ejemplo. El escrito está ligado al resto, es como un residuo, un precipitado, está más del lado del objeto que de un efecto sujeto. El efecto sujeto aparece en el decir, en relación al habla. Allí donde un fallido permite ver que no hay una relación entre un significante y un significado; hay un sinsentido que alude a un agujero que nos lleva a comprender de manera cabal aquello de que no hay relación sexual: no hay nada en el significante hombre y en el significante mujer que agujeree al otro, que permita establecer una relación. Entender que no hay objeto para la satisfacción, que el objeto está perdido, eso es atravesar la castración.

Ver, entender, comprender… formas de decir que algo se transforma, para el sujeto, en una verdad; esta verdad de la castración se hace causa del deseo de analista, de llevar adelante un análisis, para poder escuchar sin saber. Para escuchar sin saber es preciso haber atravesado la castración, la desvinculación del significante y el significado.

Otro efecto de haber transitado un análisis es el encuentro con que su existencia no depende del significado de la demanda del Otro. No se sostiene allí. La relación del neurótico con lo que desea está ligada a la demanda del Otro; busca su significado: el significado de la demanda del Otro sostendría al neurótico como deseante. Al atravesar un análisis, eso cae y se transforma en enigma. No hay significado de la demanda del Otro; es un enigma que orienta, el corazón del deseo del analista, lo que lo impulsa a escuchar sin saber.


En la psicología, su operador se relaciona con el saber. El operador del psicoanálisis, el analista, se relaciona con esa verdad que se dice a medias en el equívoco. Eso que habla y que nos permite ocupar, a veces, un lugar que no es el del saber.

Para que la verdad surja, el saber debe quedar en suspenso. En el inicio de mi práctica me encontré con esto, en cruce con la experiencia de análisis con una analizante cuya temática era la elección sexual. Se decía homosexual, tenía dieciocho años. Sin que pudiera precisar claramente lo ocurrido, sólo digo que yo no sabía casi nada de eso; el eso, en este caso, era psicosis y homosexualidad, ya que además de mantener relaciones homosexuales venía diagnosticada por un psiquiatra amigo de la familia como con un brote psicótico. Durante el primer tramo del análisis encaró su sexualidad como heterosexual. ¿Será que allí mi fantasma, mi saber en juego, hacía que me dirigiera a ella de tal forma que la sostenía en otras identificaciones que le permitieron salir de la situación en la que estaba? Tal vez ese no saber fue propiciatorio, en tanto permitió la espera a que se reordenen los lazos, ya que ese brote había surgido a la vuelta de una estadía de intercambio en la que había vivido en otra familia, en otra lengua y en otro cuerpo —había engordado 10 kg—.

No estoy planteando el no saber (la ignorancia), sino la posibilidad de dejar el saber en suspenso hasta que algo de la verdad se pueda decir. Este análisis se ubicó como causa respecto de mi trabajo con adolescentes: el lugar que este tiempo tiene en la elección sexual y, sobre todo, la importancia de la abstinencia del analista respecto de su saber, de sus teorías acerca de la sexualidad, de sus prejuicios, para dejar que la verdad hable y se inscriba en la escena analítica.

Analista implicado + Analista abstinente

Estos términos parecen contradictorios, como una díada, pero están contenidos y articulados en la posición del analista.

¿De qué se abstiene el analista?

Se abstiene de saber, de entender, de comprender lo que le dice el analizante. Esto no implica neutralidad ni indolencia. No se trata de que el analista se abstenga de comprender porque no le importa lo que le pasa al analizante, sino porque la comprensión se hace desde lo que ya se sabe. Y lo que ya se sabe forma parte de la fantasmática propia del analista.

Si el analista no es efecto de su fantasmática o de su lengua en el momento en que dirige el acto analítico, es porque se abstiene respecto de su forma de comprender la realidad, y se deja sorprender por eso que se dice.

Cuando eso se dice, el analista ocupa el lugar del semblante. Esto es algo que ocurre, por la temporalidad que pone en juego, solo a veces. Cuando eso habla.

El inconsciente les habla.

Yo, la verdad, hablo.5

Eso que habla tiene que decirse. Ese es el proceso que ocurre en el análisis.

Como Francis Ponge se pone de parte de las cosas para que se digan, el psicoanalista se pone del lado de eso inconsciente que busca también ser dicho en el lenguaje por una voz. Quien lo diga, no quien lo entienda: no hay nada que entender.

Una díada: analizante-analista

El sujeto que va al análisis está dividido de lo que lo causa (el que no va también, pero no lo pone en juego, no hace experiencia de eso); por estar dividido no dispone de un saber acerca de eso: cuál es su objeto, dónde está su objeto de deseo, qué es lo que quiere. Como cree que si tuviera ese saber sus padecimientos terminarían, lo pide al psicoanalista. Pero el psicoanalista no responde con ningún tipo de saber, responde en el lugar del semblante. Porque no opera desde el saber, y porque ha atravesado un análisis, no responde como sujeto del fantasma, responde desde otro lugar. Se presta al objeto del fantasma del analizante. Eso es el semblante. Lo que no permite que un saber ocupe ese lugar de causa, lo que sostiene el enigma.

Lo que diferencia en este punto al psicoanalista del impostor es que el psicoanalista es un incauto del decir: se deja sorprender por la verdad. El impostor, en cambio, cree que sabe la verdad de antemano.

El sujeto busca saber, el impostor cree que sabe y el analista busca la verdad.


Sucede en la clínica: a veces es difícil cortar el relato sufriente de un analizante para señalar un equívoco, señalar eso que se dice ahí ¿Qué es lo que nos autoriza, y a la vez nos empuja a hacerlo? El deseo de analista: el estar advertidos, por haber atravesado esa experiencia, de que eso enigmático, esa falta de significado, ese agujero, en realidad, causa. Eso es causa de deseo, eso es lo que nos empuja.

El deseo del analista como x

El deseo del analista no porta ningún saber, por lo tanto, no tiene ningún sentido, no va hacia ningún lado, es un agujero de sentido. El deseo del analista no está sostenido como el deseo del sujeto: se sostiene en el semblante.


La intervención del analista opera en un fondo de ausencia. Opera ahí, agujerea al Otro para operar. El Otro constituye el saber, el conjunto de todos los significantes de los que disponemos. El agujero del Otro, ese fondo de ausencia, promueve una resonancia diferente de los significantes y abre la posibilidad de habilitar nuevos encadenamientos.


Lo que sostiene a un sujeto es el sentido que se crea de su vida.

En la melancolía nada tiene sentido, hay caída de todo sentido. El sentido (los sentidos) se sostiene con una trama significante que se construye con díadas. Las díadas se arman en la construcción de la lengua de cada sujeto, y conforman la red de sentidos en la que este queda atrapado. Por lo tanto, que un significante resuene y habilite nuevos sentidos para un sujeto, es un efecto del atravesamiento de la castración y una posibilidad de des-atrapamiento de los sentidos que lo dirigen.

Paradoja: Sin sentidos no podemos vivir. Los sentidos nos encarcelan.


Eso habla y luego se dice.

Dice Freud: «Wo es war s.oll ich werden» [Donde eso era, el sujeto debe advenir].6

Habrá sido es una temporalidad muy particular, que tiene que ver con la temporalidad del acontecimiento. En la clínica: se sabrá, a posteriori, si una resonancia apuntada por el analista hacía eco en alguna verdad, en algo verdadero para ese sujeto. Habrá sido.

Verdad-Saber / Psicoanálisis-Ciencia

El sujeto busca saber y el analista está interesado en la verdad. Este sujeto que busca saber es el sujeto cartesiano: dividido de lo que lo causa, buscando saber sobre su verdad, una verdad totalmente distinta a la verdad de los lógicos. No hay verdad por fuera de lo que surge en su decir.

Este sujeto cartesiano, aunque diga la verdad, puede mentir. La oposición entre verdadero y falso es necesaria en la lógica, pero no tiene lugar en el sujeto. «Yo miento»: este enunciado hace la división del sujeto, del enunciado y de la enunciación. Para el sujeto, la verdad es otra cosa.


La verdad tiene que ver con lo sexual, se orienta hacia el enigma del sexo, hacia esa x. Esa es la única orientación sexual, la x. Esa es la verdad que el sujeto busca todo el tiempo. El analizante cree que el analista se la puede revelar, pero no. Lo que se aprende del análisis es saber hacer con lo imposible.


Para la psicología, en tanto el sujeto busca certeza de su existencia, una certeza de saber, a medida que acumula saber, es más. En la psicología del yo, si el sujeto acumula saber, se ubica mejor. El psicólogo le dice al paciente qué le pasa y por qué razón, y el cliente sale más armado. El capitalismo que estructura nuestra sociedad se funda en la acumulación de capital, y el sujeto cartesiano-capitalista se sostiene en la acumulación de saber. El psicoanálisis, por el contrario, dirige al sujeto a conectarse con su deseo: agujerea el saber.


La verdad se dice a medias y va construyendo un saber, saber inconsciente. El que conduce un análisis debe tener en mente todo el tiempo qué implica la verdad. Todos nos hemos sentido impostores alguna vez, como encarnando algo no verdadero. Probablemente porque la concepción de verdad que estamos poniendo en juego no es la del psicoanálisis.


Descartes situó al sujeto cartesiano en relación al saber y se desentendió de la verdad. La verdad se la dejó a Dios. Se desentendió de las verdades eternas que estaban circulando y que obstaculizaban el desarrollo de la ciencia, como que la tierra era el centro del universo y otras nociones sucedáneas. Descartes divide las cosas: deja la verdad a Dios y libera a la ciencia para avanzar respecto del saber. Actualmente, las ciencias se preguntan por temas como las inseminaciones, la reproducción asistida, y muchas nuevas posibilidades de realizar el producto interviniendo en los lazos. Buscan respuestas e intentan resolver problemas nuevos con el viejo método: con el saber, sin la verdad.

La experiencia del análisis nos enseña que no hay producto si no hay deseo; que así como el análisis puede atravesar el obstáculo que hace de la infertilidad un síntoma, es difícil, si no hay deseo, que una técnica lo produzca. Es decir: puede nacer un niño, pero no un deseo de madre.


El sujeto que acude al análisis es cartesiano, pero no es cartesiano lo que se produce en análisis.

El sujeto va al análisis buscando saber; atraviesa la experiencia de castración, que es una experiencia de lo que no, y lo que genera sentido y agujero del sentido, pasa por la verdad…; pero se vuelve a armar respecto de su lugar cartesiano, porque sigue siendo sujeto.


El analista, operando con el deseo del analista, esa x que permite que la verdad opere, no es sujeto cartesiano. Cuando eso se dice, es objeto, no es sujeto cartesiano; es lo que se presta, la voz. ¿Por qué la voz? Porque la voz es un objeto.


El equívoco no es propio del sujeto cartesiano, es la ruptura del sujeto cartesiano. El analista se interesa por la verdad, y esa verdad se dice, se manifiesta en el lenguaje. La experiencia del psicoanálisis es una experiencia de lenguaje, porque la verdad se manifiesta ahí. Esa verdad que se dice, esa que habrá sido, rompe el saber, lo agujerea. No tiene nada que ver con el sujeto cartesiano.

El analista, que opera interesado en la verdad, porque sabe que eso genera causa de deseo, va a contrapelo del sujeto cartesiano. El sujeto apoya su existencia en una certeza de goce. La operación (de la presencia) del analista, presentifica un goce perdido; agujerea el saber que sostiene el fantasma.

Esa verdad, que se manifiesta en el decir, se dice a medias. Se dice a medias porque se dice, y como se dice no es una verdad que articule un significante y un significado completo: no es una verdad verdadera, es una verdad, nada más, una verdad que habla de la castración.

Acontecimiento. Sentido

En Alicia en el país de las maravillas, y en Alicia través del espejo7, Lewis Carroll trabaja las paradojas del sentido: cómo lo que genera sentido es el sinsentido. Y se pregunta por el origen del lenguaje para cada uno, cómo se articula cada sujeto al lenguaje, a su lengua. Plantea que es a través de acontecimientos, en la medida en que no hay un aprendizaje. Carroll retoma algo que trabajaban los estoicos, la división entre seres, cosas, estado de cosas y acontecimientos. Los acontecimientos tienen esa temporalidad del habrá sido, ocurren en la superficie. Esto desmiente de plano aquello del inconsciente como lo profundo. Este malentendido estaba promovido por la geometría que predominaba en la época de Freud, la geometría euclidiana, con la superficie y lo profundo, el adentro y el afuera.


Los efectos de sentido y sinsentido operan en la superficie, en el relato, en lo que se dice. No hay nada profundo allí.

Esto lo toma Deleuze,8 que desarrolla la lógica del sentido. Retoma el acontecimiento de los estoicos como lo más ligado a la construcción de un sentido, a la verdad que habita un sujeto. Retoma de la lingüística los tres tipos de proposición, que llevan a tres relaciones con la verdad. Una es la designación: «Esto es esto o no lo es», cuyo criterio de verdad es «Esto es verdadero o es falso». Es verdadero si hay una imagen, una representación que se ajusta a la cosa representada; si no se ajusta es falso. El segundo tipo de proposición es el manifestante, que tiene que ver con el yo: «Yo digo esto». Allí el criterio es lo verídico o lo engañoso. Se refiere a quien lo manifiesta. La tercera proposición es la significación. Esto tiene como criterio si se ajusta a una relación lógica con los otros conceptos que lo preceden, una significación de verdad.

Como esas tres formas no se correspondían con los efectos de superficie, crea una cuarta: la construcción del sentido. Se produce a partir del sinsentido. El agujero del sentido es el que construye nuevos sentidos. Se trata de marcas de la construcción del lenguaje para cada hablante, que a su vez marcan la construcción del sujeto, de la lengua que habita: los acontecimientos significantes que no tienen sentido en el momento en que ocurren y alrededor de los cuales el sujeto, porque es cartesiano, busca saber y construye saber fantasmático, con los recursos del campo del Otro.

Interior-Exterior

El analista forma parte del concepto de inconsciente y, dado que trabaja con el sujeto afectado por el significante, afectado por el orden del lenguaje, está adentro del lenguaje y sólo puede operar en el interior mismo de la estructura. No hay posibilidad de exterioridad, no hay posibilidad de una interpretación desde el exterior de la estructura.

Y en una segunda vuelta aparece un analista. Esta segunda vuelta está ligada a la posibilidad de leer en lo que se escucha y tomar la palabra; ocurre cuando uno toma la palabra. Cada uno hace su recorrido, su análisis, va disponiendo de significantes; luego toma la palabra, y es allí cuando algo se anuda respecto de la teoría. Esta segunda vuelta ocurre cuando el decir del otro hace eco en los significantes que uno dispone.

La formación del analista tiene más que ver con las formaciones del inconsciente que con la formación profesional.