La edición de este libro ha sido posible gracias a la contribución del Proyecto NWO,fundación interuniversitaria holandesa que financia la investigación académica de las universidades de Holanda. Código WOTRO W 07.68.06.00

Título original: LA REVOLUCIÓN CUBANA EN NUESTRA AMERICA: EL INTERNACIONALISMO ANÓNIMO

Edición y corrección: Pilar M. Jiménez Castro

Diseño de cubierta: Claudia Méndez Romero

Diagramación: Enrique García Martín

© Dirk Kruijt, Luis Suárez Salazar

© Ruth Casa Editorial

© Sobre la presente edición:

Ruth Casa Editorial, 2015

ISBN 978-9962-703-16-7

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INTRODUCCIÓN

A pesar de que, desde 1959 hasta la actualidad, el espacio geográfico, humano y cultural que el Apóstol de la Independencia de Cuba, José Martí, denominó “Nuestra América” siempre ha sido el pivote y uno de los principales escenarios de la multidimensional política internacional desplegada por la Revolución Cubana, no abundan los textos en que se narren los principales pormenores de las acciones desplegadas hacia ese continente, tanto por su liderazgo político-estatal, como por las diversas organizaciones sociales, de masas, profesionales y culturales de raigambre popular que han actuado y todavía actúan en la sociedad civil y política cubanas.

Con vistas a contribuir a superar esas carencias historiográficas y editoriales, así como dándole continuidad a nuestras investigaciones y publicaciones precedentes, desde hace cuatro años y contando con el apoyo del Departamento de Antropología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Utrecht, Holanda, nos planteamos preparar y publicar un libro en el que se recogieran las entrevistas que finalmente lográramos realizarles a algunas y algunos de los más destacados participantes en la implementación de la multiforme política solidaria e internacionalista hacia América Latina y el Caribe desplegada por los diversos actores sociales y políticos, estatales y no estatales, de la República de Cuba.

Como fruto de ese laborioso empeño, logramos entrevistar a 40 personas; la mayor parte de ellas poco conocidas o totalmente desconocidas por sus compatriotas a causa, entre otras, del carácter otrora secreto o discreto de las delicadas y muchas veces complejas y riesgosas tareas vinculadas a las relaciones internacionales cubanas que cumplieron en una u otra etapa de su vida profesional, política, cultural, académica o religiosa. De ahí el subtÍtulo de este volumen: El internacionalismo anónimo.

Por razones diversas, seis de esas personas finalmente no aceptaron que sus entrevistas fueran publicadas. Por consiguiente, como se verá en el índice, en este libro se incluyen los testimonios de 34 de las que entrevistamos en diferentes momentos de los años 2011, 2012 y 2013. Debajo del título de cada uno de sus testimonios se indican las diversas responsabilidades diplomáticas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales que ocuparon, así como las principales tareas que cumplieron en diferentes países ubicados al sur del río Bravo y de la península de La Florida y, en unos pocos casos, en los Estados Unidos.

Cual se verá en sus correspondientes entrevistas, cuatro de esas personas no nacieron en el territorio cubano: tres de ellas en otros países latinoamericanos y la cuarta en España. Sin embargo, cumplieron (y, en algunos casos, aún siguen cumpliendo) destacadas tareas solidarias e internacionalistas guiadas por el ejemplo de sus correspondientes familias, por sus propios compromisos políticos, así como por la prédica y la praxis internacionalista de los principales dirigentes de la Revolución Cubana.

Sin desmeritar a ninguno de estos, buena parte de nuestras y nuestros entrevistados refieren la influencia que tuvo en sus vidas la ejemplar actitud internacionalista del comandante Ernesto Che Guevara. También coinciden en resaltar el importantísimo papel que desempeñó el líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro, en la definición y conducción de las principales tareas en que participaron.

A su vez, varios de ellos refieren la relevancia que en estas tuvieron las sistemáticas orientaciones y recomendaciones que les trasmitió el comandante Manuel Piñeiro Losada, fundador y durante más de tres décadas jefe de todas las dependencias del Ministerio del Interior (Minint) o del aparato auxiliar del Comité Central del Partido Comunista de Cuba especializadas en la implementación de las políticas hacia América Latina y el Caribe elaboradas, en diferentes momentos, por la máxima dirección de esa organización política, al igual que del Estado y del Gobierno cubanos.

En la primera etapa de nuestro proyecto las 40 entrevistas que logramos realizar fueron transcriptas por Martha Morales; quien, desde su temprana juventud y siempre en compañía de su esposo, Alberto Cabrera Barrio (cuyo testimonio aparece publicado en este volumen), había cumplido diversas tareas vinculadas a la política internacional de la Revolución Cubana, así como participado en algunos de los acontecimientos totalmente desconocidos o parcialmente conocidos que se narran en este libro. Entre ellos, por solo señalar algunos ejemplos:

En la segunda etapa de la preparación de este libro, y siempre contando con la ayuda de Alberto y Martha, procedimos a la complicada tarea de ordenar, sintetizar e incorporar los arreglos que se fueron realizando en las transcripciones de la mayor parte de las entrevistas realizadas. Y, en la tercera, a editarlas de manera tal que los valiosos testimonios de cada una y cada uno de sus autores pudieran ser claramente comprendidos por las y los lectores de este libro. En especial, por aquellas y aquellos no familiarizados con la historia y la situación de América Latina y el Caribe, ni con los avatares de las relaciones internacionales e interamericanas.

Cual se verá en la nota a pie de página que aparece en cada uno de esos testimonios, salvo las escasas excepciones que se mencionan, las versiones finales de esas ediciones fueron revisadas (en algunos casos más de una vez), arregladas y aprobadas por cada una y cada uno de los entrevistados. En los casos en que lo consideraron necesario, estas y estos consultaron sus testimonios con otras y otros participantes en las tareas y los acontecimientos en que estuvieron implicados con vistas a tratar de evitar o minimizar las imprecisiones o los errores involuntarios que muchas veces se producen en la preparación de cualquier libro de naturaleza testimonial.

A ese empeño también contribuyó Pilar Jiménez Castro, editora de Ruth Casa Editorial; cuyo secretario ejecutivo, el escritor cubano y destacado estudioso del pensamiento económico del Che Guevara, Carlos Tablada Pérez, inmediatamente acogió la publicación de esta obra con el entusiasmo y el sentido de responsabilidad que siempre lo ha caracterizado.

Estamos seguros que para el pleno cumplimiento de nuestros propósitos historiográficos y editoriales hubiera sido necesario realizar otras entrevistas adicionales; pero no nos lo permitieron los plazos establecidos para culminar nuestro empeño, los recursos financieros disponibles y las exigencias editoriales y poligráficas con relación a la máxima cantidad de páginas recomendables para cualquier obra impresa.

No obstante, consideramos que los testimonios que aparecen en este volumen, además de trasladarles a sus lectoras y lectores nuevos conocimientos sobre la proyección externa de la Revolución Cubana hacia América Latina y el Caribe, contribuirán a estimular a otras personas —nacidas o no en Cuba— a continuar estudiando, investigando o difundiendo sus propios conocimientos y valoraciones acerca los procesos y acontecimientos reflejados o ausentes en las páginas que siguen.

Y, sobre todo, a enriquecer la memoria histórica del abnegado pueblo cubano: sujeto anónimo colectivo que, desde su Primera Asamblea General Nacional, efectuada el 2 de septiembre de 1960 en la emblemática Plaza de la Revolución José Martí, proclamó a los cuatro vientos “el deber de las naciones oprimidas y explotadas a luchar por su liberación; el deber de cada pueblo a la solidaridad con todos los pueblos oprimidos, colonizados, explotados o agredidos, sea cual fuere el lugar del mundo en que estos se encuentren y la distancia geográfica que los separe”, ya que: “¡Todos los pueblos del mundo son hermanos!”.

Los autores

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LA DEFENSA DE LA REVOLUCIÓN CUBANA ES UN DEBER INTERNACIONALISTA DEL PUEBLO CUBANO*

Entrevista con Giraldo Mazola Collazo, primer presidente del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (Icap) y embajador de la República de Cuba en varios países del mundo. Entre ellos, en Chile.

Me incorporé a las actividades revolucionarias cuando en 1955 comencé a estudiar Medicina en la Universidad de La Habana. Como no me satisfacía que mis actividades contra la dictadura de Fulgencio Batista se limitaran a participar en manifestaciones estudiantiles, a comienzos de 1956 me vinculé orgánicamente con el Movimiento 26 de Julio (M-26-7).

Durante ese año y parte de 1957 fui una especie de ayudante del dirigente nacional de ese movimiento José (Pepe) Prieto; quien cayó asesinado durante la frustrada huelga general del 9 de abril de 1958. Previamente, a fines de 1957, Pepe me había subordinado al jefe de Acción y Sabotaje en La Habana, Sergio González, conocido como “el Curita”. Fue asesinado en marzo de 1958.

Tal vez no corrí la misma suerte que ambos compañeros porque en el momento que ocurrieron esos hechos me encontraba preso en el Castillo del Príncipe. Allí conocí a excelentes compañeros del M-26-7 y por primera vez a algunos compañeros del Partido Socialista Popular (PSP) que, a diferencia de otros militantes y dirigentes de su organización, estaban a favor de la lucha armada revolucionaria: Felipe Carneado, Gaspar Jorge García Galló y Luis Andrés Mas Martín.

La cárcel tuvo mucha importancia en mi formación teórica

Como era muy joven, ellos comenzaron a conversar mucho conmigo y a ayudarme en mi formación teórica. Con ese propósito me recomendaron que leyera el libro del líder de la Revolución de Octubre de 1917, Vladimir Ilich Lenin, titulado El Estado y la Revolución. Su lectura me ayudó a comprender y a fundamentar teóricamente el objetivo estratégico que tenían las acciones revolucionarias que —bajo la dirección del Fidel Castro— se habían emprendido desde el ataque a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes el 26 de julio de 1953: tomar el poder político y cambiar radicalmente el carácter social y de clases del Estado burgués y neocolonial que —bajo el dominio de los Estados Unidos— se había instalado en Cuba desde el 20 de mayo de 1902.

Cuando se fueron estrechando mis relaciones con ellos, comenzaron a contarme algunos antecedentes de los máximos dirigentes del M-26-7 y del Ejército Rebelde que no conocía y otros que solo se conocieron públicamente después del triunfo de la Revolución. Por ejemplo, Mas Martín me contó que habían sido él y Flavio Bravo —en su carácter de organizador y secretario general de la Juventud Socialista Popular, respectivamente— quienes habían entregado los avales necesarios para que Raúl Castro ingresara a esa organización juvenil del PSP. También me contó que Raúl había participado en la reunión del Comité Internacional Preparatorio del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes que se efectuó en Hungría en los primeros meses de 1953. Asimismo, me habló de la historia y los objetivos de esos festivales. Recuerdo que con tozudez, derivada sin dudas del anticomunismo imperante, le insistía en que quería ver con mis ojos cómo era el socialismo.

Aunque a mediados del año 1958 no creía que la victoria de la Revolución estuviera “al doblar de la esquina”, Mas Martín me dijo —con gran seguridad— que en 1959 se iba a efectuar en Viena otro de esos festivales y agregó: “Si tú quisieras ir a ese Festival, te garantizo que la organización juvenil del Partido Comunista de la Unión Soviética (el Konsomol) te va a invitar”. Y así fue. El 1ro. de Enero de 1959 triunfó la Revolución Cubana y en agosto de ese año fui invitado a participar en ese evento.

Mis principales tareas durante los dos primeros años del triunfo de la Revolución

Al igual que otros muchos compañeros, pensaba que cuando se derrocara a Batista, volvería a hacer lo mismo que estaba haciendo durante la lucha contra esa tiranía: continuar mis estudios de medicina. Sin embargo, el discurso que pronunció Fidel el 8 de enero de 1959 en la explanada de la antigua fortaleza de Columbia (ahora llamada “Ciudad Libertad”) me hizo comprender que lo que habíamos hecho hasta ese momento no era nada. Apenas era el comienzo de la Revolución que había que hacer en nuestro país.

En los días posteriores pasé a formar parte de la dirección del M-26-7 de La Habana. Adicionalmente, participé en la intervención de laboratorios farmacéuticos confiscados por conflictos laborales entre sus trabajadores y los dueños de las empresas que los controlaban. Acepté esa responsabilidad porque, de alguna manera, estaba vinculada con la medicina.

Por las noches me iba a tomar notas de las clases que recibían durante el día el grupo de compañeros con los que había estado estudiando en la Universidad de La Habana. Pero, cuando me percaté que las diferentes tareas en las que estaba implicado no me dejaban el tiempo necesario para continuar mis estudios, tomé la decisión de posponer durante un año mi formación como médico. Para tomar esa decisión tan trascendental para mí, consulté con muchos de mis amigos.

Mas Martín me dijo que sin dudas yo iba a ser un ortopédico excelente, pero que yo sabía que eso era lo más fácil. Lo más difícil era sacrificar mi supuesta vocación y seguir participando con la experiencia y autoridad que ya tenía en las actividades de consolidación de la Revolución. Me disgusté con él, pero comprendí que eso era lo que tenía que hacer: pospuse mis estudios de medicina hasta la actualidad.

Estaba cumpliendo todas esas tareas cuando —tal como Mas Martín me había adelantado en la cárcel— me llegó la invitación a participar en el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes que se realizó en Viena y a que, después, visitara la Unión de República Socialistas Soviéticas (URSS). Acepté ambas invitaciones porque mis propios compañeros del M-26-7 ya habían comenzado a ubicarme dentro de los que llamaban “melones: verde por fuera y rojo por dentro”. Es decir, dentro de aquellos sectores del Movimiento y del Ejército Rebelde que —guiados por Fidel, Raúl, Almeida, Camilo y el Che— ya pensábamos que la Revolución Cubana, sin dejar de ser “verde como nuestras palmas”, debía transitar hacia el socialismo. Arrastré conmigo a otro querido compañero de la lucha insurreccional, Armando Lastra, que entonces se debatía por determinar si el curso que tomaba la Revolución era el correcto, igualmente permeado por la propaganda anticomunista.

Cuando regresé de ese viaje, el coordinador nacional de M-26-7, Emilio (el gordo) Aragonés, me dijo: “Mira, Carlos Olivares salió para el Ministerio de Relaciones Exteriores. Entonces tú pasas a ser el secretario de Relaciones Exteriores del 26 de Julio”. Le indiqué que yo no tenía ninguna experiencia en esa tarea; pero me respondió: “¡¿Cómo que no tienes la experiencia?! Acabas de ir al Fesltival de la Juventud. Eso es una experiencia”. De modo que fui nombrado como secretario de Relaciones Exteriores de la Dirección Nacional del M-26-7.

Esa Secretaría casi no tenía gente. Tuve que comenzar a buscar compañeros para esa tarea. Sin embargo, pronto me percaté que la máxima dirección de la Revolución no tenía muchas intenciones de fortalecer esa y otras secretarías, ya que estaba trabajando intensamente para lograr la unificación de todas las organizaciones revolucionarias que habían participado en la lucha contra la tiranía de Batista; y en particular el PSP y el Movimiento Revolucionario 13 de Marzo (MR-13-M).

A consecuencia, mientras ocupé la Secretaría de Relaciones Internacionales del M-26-7 mis tareas principales fueron leer muchos documentos, preocuparme por atender las tareas que estaban pendientes. Entre ellas, la organización o participación en eventos que ya estaban planificados y recibir a muchos de los extranjeros que visitaban nuestro país. Esto implicaba que tenía que estar casi todo el tiempo metido en mi oficina y hablar mucho. No me gustaba esa actividad. Realmente no tenía un contenido de trabajo que me resultara interesante.

Los objetivos solidarios de la fundación del Icap

Por suerte, mi permanencia en esa Secretaría fue breve. Solo estuve allí unos pocos meses; a principios de 1960, Emilio me llamó para decirme que el Comandante en Jefe le había orientado preparáramos un Proyecto de Ley para crear un organismo que se llamaría “Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos” (Icap). Le indiqué no era abogado, ni sabía nada de leyes. Entonces me orientó buscar algún jurista que pudiera prepararlo. Como mi amigo Felipe Carneado era abogado, le trasladé mi limitada comprensión de lo que me había dicho Emilio, y —según me percaté después— era un 10 % de lo que a él le había dicho Fidel.

Cuando terminamos el proyecto de Ley, solemnemente se lo entregué a Emilio. En ese instante me dio una llave y me dijo: “En 17 e I va a estar la sede del Icap y el Jefe dice que tú te hagas cargo de ese instituto. Ve para allá, prepara esa casona como oficina y busca un grupo de gente joven para que trabajen contigo. Él irá a verte para explicarte lo que hay que hacer”.

Comencé a cumplir todas esas orientaciones y, en efecto, pocos días después llegó Fidel. Se sentó, leyó el proyecto de Ley y lo puso a un lado. Evidentemente, no se parecía en nada a lo que estaba pensando. Empezó a explicarme cuál era su idea y a darme sus primeras instrucciones acerca de lo que debía ser el Icap.

Mientras lo hacía mandó a buscar al dirigente del PSP Ramón Calcines. Yo lo conocía, pero él quería presentármelo. En las reuniones discretas que estaban sosteniendo los 25 compañeros que formaban parte de la Dirección Nacional de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) se había decidido que Calcines fuera su secretario de Relaciones Exteriores.

Fidel también mandó a buscar al comandante Manuel Piñeiro Losada (a quien sus compañeros más cercanos llamaban “Barbarroja”) para que yo supiera lo que él estaba haciendo y lo que el Icap tenía que hacer para apoyar ese trabajo.

Muchos piensan que el Icap se creó para promover la solidaridad y el apoyo internacional a la Revolución Cubana, en momentos en que nos estábamos preparando para defenderla con nuestras armas. Ese no fue el propósito. Como después de haberle cambiado el nombre al Ministerio de Estado, de haberse fundado el Ministerio de Relaciones Exteriores (Minrex) bajo la dirección de Raúl Roa —quien había modificado radicalmente el contenido y los objetivos de trabajo de ese organismo— ya teníamos una diplomacia estatal que hablaba con voz propia, la idea del Comandante en Jefe fue fundar una institución que impulsara la que en el lenguaje actual pudiéramos llamar “diplomacia popular” o “diplomacia de los pueblos”.

El objetivo del Icap fue lo que después ha sido la columna vertebral de nuestra política exterior: el internacionalismo. Era para dar solidaridad no para pedirla. Era para mostrar a nuestros compatriotas latinoamericanos lo que habíamos hecho, lo que estábamos haciendo y nuestros sueños del futuro. Por tanto, nunca me dieron instrucciones de plantearles a ninguno de nuestros amigos que crearan grupos de solidaridad, ni de trabajar en ese sentido con las fuerzas políticas de otros lugares del mundo.

La solidaridad con Cuba nació espontáneamente desde que luchábamos contra la tiranía. Cuando esas fuerzas políticas formaban un grupo de solidaridad con Cuba y se dirigían a nosotros, lo atendíamos; pero, durante los ocho años que fui su presidente, el Icap nunca tuvo como propósito crear ni fomentar instituciones de solidaridad con nuestro país.

Insisto en esto porque ahora el Movimiento de Solidaridad con Cuba tiene una vertebración y una organización superior a la de entonces y, por tanto, muchas personas asocian la fundación del Icap con el impulso de la solidaridad hacia Cuba. También para remarcar que —durante la etapa en que ocupé su presidencia— uno de nuestros propósitos principales fue promover la solidaridad de nuestro pueblo hacia otros pueblos del mundo y, como parte de ella, atender a los exiliados de diversos países latinoamericanos que se encontraban en Cuba; en particular de aquellos gobernados por dictaduras militares. También, teníamos la responsabilidad de mostrarles lo que estábamos haciendo a los amigos que invitáramos o, a quiénes nos visitaran por sus propios medios, como una forma de divulgar nuestras experiencias.

No puedo ocultar que, en la década de 1960, además de las realizaciones económicas, sociales y políticas de la Revolución, resaltábamos el lugar principal que había tenido la lucha armada irregular en la derrota de la dictadura de Fulgencio Batista. Pero, además, les hablábamos de la importancia de la unidad dentro de las fuerzas populares y revolucionarias. Esa falta de unidad había sido el cáncer de nuestro país durante más de un siglo. Cualquiera divide y resta; pero sumar y multiplicar es un trabajo paciente, requiere mucho esfuerzo y mucha voluntad: echar a un lado lo secundario y recoger lo esencial.

Sin dudas, eso fue lo que logró Fidel Castro, tanto a lo largo de la lucha contra la tiranía, como en los primeros años del triunfo de la Revolución. Él fue un baluarte; pero no fue el único. La unidad no la puede lograr una sola persona. Fue una corriente dentro de nuestro pueblo y de todas las organizaciones revolucionarias que fue disipando los factores que las dividían hasta lograr su unidad.

Previamente, varios compañeros del Icap habíamos integrado las delegaciones cubanas a los eventos que organizaban algunos de nuestros amigos en el exterior. Ese fue el caso, de la Primera Conferencia Latinoamericana por la Soberanía Nacional, la Emancipación y la Paz que se celebró en México en marzo de 1961. Fue convocada por el exgeneral y expresidente de ese país Lázaro Cárdenas. Junto al poeta nacional Nicolás Guillén y a otros compañeros, formé parte de la delegación cubana. Fue presidida por Vilma Espín.

Un pequeño grupo de esa delegación y nuestro entonces embajador en México, José Antonio Portuondo, fuimos a saludar a Cárdenas en una finca, así como a agradecerle todo lo que había hecho para que esa conferencia reconociera el derecho de nuestro pueblo a hacer una Revolución y calificara como un grave peligro para la paz el entrenamiento de fuerzas mercenarias en la región del Caribe; ya que, en ese momento, era un secreto a voces que en Guatemala se estaban entrenando las fuerzas mercenarias que, organizadas por los Estados Unidos, poco más de un mes después protagonizaron la agresión mercenaria de Playa Girón.

Cuando comenzó esa invasión, yo quería irme a combatir; pero Emilio Aragonés me dijo que no. Que en esas circunstancias la principal tarea del Icap era atender a los exiliados, así como a los centenares de técnicos extranjeros (médicos, economistas y otros) que espontáneamente o movilizados por las organizaciones a las que pertenecían habían venido a apoyarnos, a trabajar en nuestro país. Entre ellos, profesionales muy capacitados de toda América Latina. Algunos tenían responsabilidades muy importantes, como el economista ecuatoriano Raúl Maldonado; quien había sido nombrado como viceministro en un organismo de la Administración Central del Estado.

De manera que en aquellos años no estábamos buscando que si nos agredían militarmente, nosotros apretáramos dos teclas para que nuestros amigos extranjeros protestaran. Esas protestas y acciones solidarias hacia Cuba se produjeron espontáneamente en diferentes partes del mundo. No fueron orientadas por nosotros.

Nunca se me olvida que entre los muchos télex que recibí cuando se inició esa invasión mercenaria, llegó uno que indicaba que en Lota los mineros del carbón habían organizado un batallón de doscientos o trescientas personas que habían comenzado a hacer los trámites para venir a combatir en nuestro país. Tuve que buscar un mapa para saber que Lota está ubicada en el sur de Chile. Por fortuna, no pudieron ni sacar sus pasaportes porque derrotamos esa invasión mercenaria en menos de setenta y dos horas.

El estilo de trabajo de Fidel Castro

De lo dicho se desprende que cuando comencé a presidir el Icap fue que me metí a fondo en el trabajo internacional. Prácticamente no sabía nada de esa actividad. Fui aprendiendo sobre la marcha. En ese aprendizaje tuvo mucha importancia el estilo de trabajo de Fidel. Jamás tuve que ir a verlo a ninguna de sus oficinas. Él iba al Icap o a los lugares donde estaban alojados algunos de nuestros invitados extranjeros. A veces lo hacía sin previo aviso. Se aparecía y sobre la marcha me iba dando indicaciones, “cocotazos y empujones con las dos manos”.

Yo aprovechaba esas ocasiones para plantearle los problemas que estábamos confrontando. Muchas veces recibía sus respuestas a través de Celia Sánchez a quien llamábamos “la Tía”. Como me gusta decir, ella fue como un “lazo de cuero mojado”: suave, que aprieta pero no duele. Con frecuencia venía al Icap a controlar lo que estábamos haciendo, a darme consejos, sugerencias o a criticar algunos de nuestros errores; pero, todo eso lo hacía con ese estilo cariñoso, dulce, angelical que siempre la caracterizó.

De modo que fui aprendiendo a dirigir y a perfilar los objetivos de trabajo de ese instituto a través de esa forma muy peculiar de Fidel de apoyar e impulsar el trabajo de un organismo recién creado. En la primera etapa venía a visitarme una o dos veces a la semana. Como venía en horas de la noche, muchas veces esas visitas duraban varias horas. Su preocupación principal era que yo tuviera bien claros los objetivos, los propósitos del Icap.

Al igual que él, el comandante Ernesto Che Guevara también le dedicó mucho tiempo a atender a las delegaciones extranjeras que nos visitaban, pues en aquella etapa Raúl Castro estaba más tiempo en Oriente que en La Habana. Según me había explicado mi amigo Mas Martín —que en aquellos momentos era capitán de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y ayudante de Raúl—, tanto antes como después de la invasión mercenaria de Playa Girón y de la Crisis de Octubre de 1962, el país había sido dividido en tres grandes regiones político-militares. Raúl estaba en el oriente de la Isla que era el bastión principal de la defensa en caso que fuerzas militares estadounidenses desembarcaran y ocuparan una parte de nuestro territorio. El comandante Juan Almeida era el encargado de organizar la defensa en el centro, mientras que el Che tenía esa responsabilidad en la parte occidental.

Por consiguiente, el Icap organizaba el programa de las delegaciones extranjeras que nos visitaban; incluidas las actividades que se realizaban en algunos centros de producción o de servicios (hospitales, escuelas) y las entrevistas que sostendrían con Fidel o con el Che. Algunas de esas delegaciones vinieron encabezadas por prestigiosas personalidades latinoamericanas o caribeñas, como fueron los casos del luchador por la independencia de Jamaica Duddley Thompson, de los fundadores y dirigentes del Partido Progresista del Pueblo (PPP) de Guyana Cheddi Jagan y de su esposa Janet, del fundador del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) de Perú, Luis de la Puente Uceda, del destacado dirigente político venezolano Fabricio Ojeda y del posteriormente presidente de Chile Salvador Allende. Él nos visitó junto al senador Baltasar Castro. Como el gobierno de Chile aún no había roto sus relaciones diplomáticas con Cuba, ellos trataron de vender cebollas, ajos, frijoles y vinos, como una forma de romper el bloqueo estadounidense contra nuestro país.

Si mal no recuerdo, ambos —junto a Fabricio Ojeda—, participaron en la Segunda Conferencia Latinoamericana por la Soberanía Nacional, la Emancipación y la Paz celebrada en La Habana a fines de enero de 1962. En esta participaron dirigentes de diversas organizaciones sociales y políticas de varios países latinoamericanos. Desde el punto de vista político esas delegaciones fueron muy amplias, ya que la conferencia se efectuó de manera paralela a la VIII Reunión de Consulta de Cancilleres de la Organización de Estados Americanos (OEA) efectuada en Punta del Este, Uruguay, en la cual nuestro gobierno fue expulsado del que Raúl Roa había denominado “Ministerio de Colonias de los Estados Unidos”.

Por consiguiente, en el Icap se realizaron varias reuniones con esas delegaciones antes o después que ellas participaran en la inmensa concentración de la Plaza de la Revolución del 4 de febrero de 1962 donde nuestro pueblo aprobó la que pasó a la historia como la “Segunda Declaración de La Habana”. Por su profundidad y por su llamado a la unidad de diferentes sectores sociales y políticos en las luchas contra el imperialismo, esa declaración fue una de las guías principales de todo nuestro trabajo en los años posteriores.

El papel del Icap en la organización de la primera Conferencia Tricontinental

En marzo de 1962 Fidel Castro le realizó una fuerte crítica al sectarismo cuyo máximo responsable fue el exdirigente del PSP y entonces secretario de organización de las ORI, Aníbal Escalante. Por consiguiente, se produjo una reorganización de la Dirección Nacional de esa organización que, un año después, cambió de nombre para llamarse Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (Pursc).

Aragonés fue su secretario organizador y acometió la tarea de dirigir el proceso novedoso de seleccionar a los militantes de esa nueva fuerza política unificada a través de la consulta con las masas, que eran su cantera. A partir de 1964 comenzó a atender el Icap porque Calcines fue removido de su cargo a causa de los errores que había cometido. Luego de culminada esa etapa, a fines de septiembre de 1965 se realizó una trascendental reunión de la Dirección Nacional del Pursc, en la que se constituyó su primer Comité Central (CC) y de entre sus miembros el Buró Político y el Secretariado.

En el acto de clausura de esa reunión, efectuado el 3 de octubre, su Primer Secretario, Fidel Castro, dio a conocer, entre otras cosas, el acuerdo de cambiar el nombre de ese partido por el de Partido Comunista de Cuba (PCC). En esa memorable ocasión, Fidel leyó la que pasó a la historia como “Carta de despedida del Che”.

Como resultado de esa reorganización los hasta entonces ministros de Educación y Construcción, Armando Hart y Osmany Cienfuegos, fueron nombrados como secretario de Organización y secretario de Relaciones Internacionales, respectivamente. Sobre ambos comenzó a recaer la atención directa del Icap. De modo que, cuando estaban en su fase culminante las gestiones políticas que condujeron a la celebración en Cuba, en enero de 1966, de la Primera Conferencia Tricontinental, integré con Joaquín Más, la delegación cubana que asistió a la Conferencia de la Organización de los Pueblos de África y Asia (Ospaa) que se efectuó en El Cairo en septiembre de 1965.

Osmany era el presidente de la delegación; pero antes de nuestra salida de La Habana nos había dicho que él llegaría a la capital de la entonces llamada República Árabe Unida en un itinerario aéreo diferente al que nosotros teníamos organizado. Joaquín y yo llegamos a tiempo, pero Osmany no llegó. No sabíamos dónde estaba. Mucho después nos enteramos que él había ido a visitar al Che en la zona del entonces llamado “Congo Kinshasa” donde estaba combatiendo a la criminal dictadura de Mobuto Sese Seko —apoyada por el gobierno de los Estados Unidos— con más de ciento veinte internacionalistas cubanos; entre ellos, los comandantes Víctor Dreke y Oscar Fernández Mell y el capitán Emilio Aragonés.

Cuando comenzó la Conferencia, estaban muy álgidas las contradicciones sobre las estrategias de luchas en América Latina que, de manera bien diferentes, propugnábamos los delegados del Partido Comunista Chino, los del Partido Comunista de la Unión Soviética (Pcus) y nosotros. Por momentos parecía que no se iba a aprobar la fecha en que finalmente se iba a efectuar la Conferencia Tricontinental en La Habana.

Sin embargo, el entonces presidente de la Ospaa y del Comité Internacional Preparatorio de la Primera Conferencia Tricontinental, el destacado dirigente marroquí El Mahdi Ben Barka, nos dijo —con la inteligencia, la simpatía y la locuacidad que lo caracterizaba— que no nos preocupáramos, eso estaba resuelto, no habrá problemas. Y así ocurrió. Como él estaba presidiendo la sesión, sin dar mucho espacio al debate, se refirió a ese asunto con rapidez y, de inmediato, dijo había consenso en que la Conferencia se iba a realizar en enero de 1966. Dio un “malletazo” y asunto liquidado. Al día siguiente de esa decisión, fue que Osmany llegó a El Cairo.

Cuando regresamos a La Habana prácticamente no teníamos resuelto ninguno de los asuntos organizativos necesarios para realizar un evento internacional de esa envergadura. En aquellos años no había en nuestro país nada parecido al actual Palacio de las Convenciones. Por consiguiente, comenzamos a realizar los preparativos en el Hotel Habana Libre. En su carácter de secretario de Relaciones Exteriores del recién fundado PCC, Osmany era responsable de todas las cuestiones políticas y, bajo su dirección, quedé encargado de todas las cuestiones organizativas.

Cuando prácticamente no teníamos nada resuelto, Ben Barka viajó a Cuba. Lo fuimos a esperar al aeropuerto Osmany, el entonces viceministro del Minrex, Pelegrín Torras, Joaquín Mas y yo. Sostuvo una conversación con nosotros y después nos reunimos con Fidel. En esa reunión se ratificó que los delegados internacionales comenzarían a llegar a La Habana a fines de diciembre de 1965, que participarían en la celebración del séptimo aniversario del triunfo de la Revolución y que inmediatamente después comenzaría la conferencia.

De manera que solo nos quedaban tres meses para solucionar todos los asuntos organizativos. Por consiguiente, tuve que incorporar a todo el equipo del Icap en el cumplimiento de esa tarea. Incluso, me tuve que mudar para el Hotel Habana Libre. Aprovechamos la experiencia que ya teníamos en la organización de los viajes de las delegaciones extranjeras que invitábamos a Cuba y comenzamos a definir las rutas que tendrían que utilizar la mayor parte de los delegados latinoamericanos y caribeños para llegar a La Habana y para reservar con anticipación los pasajes aéreos.

En aquellos años era una tarea muy complicada llegar a La Habana. Esos delegados solo podían hacerlo a través de algún país de Europa del Este. A quienes viajaban a Cuba desde México les tiraban fotos de perfil, de frente y de costado. No todos los revolucionarios podían pasar por ahí. Eso incrementaba enormemente los costos de los pasajes.

Por otra parte, como todavía no teníamos nada que se pareciera a la que después se llamó Empresa de Servicios de Traducción e Interpretación (Esti), ni nadie tenía experiencia en la organización de esa imprescindible tarea, logramos que los egipcios nos enviaran todo su equipo de traducción bilateral o simultánea desde diferentes idiomas al árabe. El resto de los traductores y otros recursos humanos se lo fuimos pidiendo a diversos organismos de la Administración Central del Estado; muchas veces con ucases firmados por el entonces miembro del Buró Político del PCC y presidente de la República, doctor Osvaldo Dorticós Torrado.

Gracias a todo eso —y a la activa participación de todos los órganos del Partido y del Estado vinculados a las relaciones internacionales—, fue que logramos celebrar la Primera Conferencia Tricontinental en la fecha acordada. Durante su desarrollo hubo fuertes discusiones sobre muchísimos asuntos de enorme trascendencia política; pero, la delegación oficial cubana tenía bien claro cual era su propósito para lograr que la Conferencia tuviera un resultado político lo más armónico, unitario y práctico posible.

A eso ayudó enormemente el discurso inaugural pronunciado por Dorticós, la formidable experiencia diplomática y política de Raúl Roa, quien fue electo presidente de la importantísima Comisión Política de ese evento; y, la positiva composición política de la mayor parte de las delegaciones de los gobiernos y de los movimientos de liberación nacional de los 82 países del mundo que asistieron a la Tricontinental.

Aunque Fidel asistió a su inauguración, participó poco en sus deliberaciones. Con las informaciones que de forma sistemática se le enviaban, se pasó todo el tiempo hablando bilateralmente con las delegaciones y convenciéndolas de la importancia que de esa conferencia surgiera una organización de solidaridad entre los pueblos de África, Asia y América Latina capacitada para movilizar los recursos que demandaban las luchas contra el imperialismo, el colonialismo y el neocolonialismo que entonces se estaban desplegando en diferentes países y territorios de esos tres continentes.

Ese propósito se concretó en la fundación de la Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina (Ospaaal) cuya sede aún está en La Habana. Adicionalmente, las 28 delegaciones latinoamericanas y caribeñas que asistieron a la Tricontinental acordaron fundar la Organización Latinoamericana de Solidaridad (Olas), cuya primera y única conferencia se realizó en La Habana en agosto de 1967.

No participé en las negociaciones políticas que propiciaron su fundación y la celebración de esa conferencia; pero sabía lo que se estaba haciendo bajo la dirección de la entonces integrante del CC del PCC y presidenta de Casa de las Américas, Haydée (Yeyé) Santamaría. Ella fue la encargada de organizar la Primera Conferencia de la Olas. Sus principales documentos se prepararon en el Comité Central del PCC; cuya Comisión de Relaciones Exteriores estaba integrada por Osmany, Roa y Piñeiro.

Como después de la Conferencia Tricontinental me quedé con los mejores traductores (primero me los llevé para en el Icap y luego los concentramos en una casa frente al edificio Focsa), cuando se realizó la Conferencia de la Olas ya teníamos un aparato de traducción bilateral y simultánea, así como una experiencia acumulada en la organización de ese tipo de eventos internacionales.

Además, esa conferencia era mucho más pequeña ya que estaba circunscrita a América Latina y el Caribe. También se tuvo más tiempo para preparar la convocatoria e ir logrando la composición unitaria de las delegaciones. En ese esfuerzo desempeñaron un importante papel los oficiales del Viceministerio Técnico (VMT) del Minint que —después de su fundación a fines de 1961— se fueron especializando en la atención de las organizaciones políticas de nuestro continente.

* Entrevista realizada el 3 de febrero del 2012. Su revisión fue terminada por su autor, el 22 de septiembre de 2013.